“La
ira de Dios pesa sobre quien no cree el Hijo del hombre” (Jn 3, 31-36). Las
palabras de Juan Bautista pueden parecer duras e incluso hasta inaceptables para la
mentalidad progresista y modernista que campea en nuestros días, pero son
verdaderas. La razón hay que buscarla en los inicios de la humanidad, en el
pecado original de Adán y Eva: desde que nuestros Primeros Padres cometieron el
pecado original, pesa sobre toda la humanidad la ira de Dios, porque la
Justicia Divina fue infinitamente ofendida por el hombre, tentado por Satanás. Es
verdad que en esta vida prevalece la Misericordia Divina por sobre la Justicia
Divina, pero esta prevalencia se termina, hasta equilibrarse, en el momento de
nuestra muerte, puesto que allí actúa, de modo preeminente, la Justicia Divina
por sobre la Misericordia Divina. Por esta razón, las palabras del Bautista son
ciertas para toda alma que vive en esta vida, pero sobre todo, para el alma que
debe atravesar el umbral de la muerte y alcanzar la vida eterna: antes de
alcanzar la vida eterna, el alma debe atravesar el Juicio Particular, en donde
Dios aplica su estrictísima Justicia Divina, Justicia que está pronta para descargarse,
con toda su fuerza, sobre el alma que voluntaria y libremente murió en pecado
mortal y sin arrepentirse por ello.
“La
ira de Dios pesa sobre quien no cree el Hijo del hombre”. Para que la ira de Dios
no se descargue sobre nuestras almas, es que debemos procurar vivir permanentemente
en gracia, detestando el pecado, de manera tal que la hora de la muerte nos
sorprenda en estado de gracia y no en estado de pecado mortal. Sólo así sobre
nuestra alma se descargará, no el peso de la ira divina, sino el océano de la
Misericordia Divina.
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