“Yo
soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá sed jamás” (Jn 6, 35-40). Jesús afirma ser el “Pan de vida”, pero
también afirma algo más, que parece contradictorio, o que al menos no parece
cumplirse: quien acuda a Él, Pan de vida, “no tendrá hambre” y el que “cree en
Él, no tendrá sed jamás”. Sin embargo, vemos en la realidad que al menos la
segunda parte de lo que Jesús afirma, no se cumple, puesto que la enorme mayoría
de fieles que son verdaderamente devotos de la Eucaristía, comulgan todos los
días, creen en Jesús, acuden a Él, pero aun así, continúan experimentando
hambre y continúa experimentando sed. En otras palabras, no se cumplirían las
promesas de Jesús de que quien acuda y crea en Él, no experimentarán más ni
hambre ni sed. Es verdad que hay santos o beatos -como Santa Catalina de Siena,
Marta Robin, Alejandrina da Costa- que sólo se alimentaron de la Eucaristía, sin
ingerir ni alimentos ni líquidos durante toda su vida y en quienes sí se cumplirían
las palabras de Jesús, pero estos son escasísimos en relación a la totalidad de
los fieles, quienes, aunque comulguen con fe, devoción, piedad y amor, vuelven
a experimentar hambre y sed corporales.
“Yo
soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá sed jamás”. Para entender en su verdadero sentido las palabras de Jesús,
hay que considerar, por un lado, que Él las pronuncia en un contexto
sobrenatural y puesto que se está refiriendo a la Eucaristía, que es el Pan de
vida, la ausencia de hambre y de sed para quien reciba la Eucaristía se da en dos
sentidos: en esta vida, no volverán a experimentar ni hambre ni sed de Dios Trino,
porque la Eucaristía, que es el mismo Dios Hijo en Persona, los colmará de tal
manera que no tendrán ya más ni hambre ni sed de Dios y esto se refiere a esta
vida terrena; por otra parte, Jesús está hablando de la vida eterna en el Reino
de los cielos, porque será allí en donde el hambre y la sed corporales
desaparecerán como funciones fisiológicas del cuerpo humano, cuando la persona
contemple a Dios por la eternidad. Entonces, en esta vida terrena, si bien
continúan el hambre y la sed corporales, a pesar de comulgar la Eucaristía, se
sacian el hambre y la sed de Dios que toda alma experimenta; a su vez, en la
otra vida, cesarán el hambre y la sed corporales, pero el hambre y la sed espirituales
serán colmados, por toda la eternidad, cuando el alma contemple a Dios Trino en
la bienaventuranza. A esto se refiere Jesús cuando dice: “Yo soy el pan de
vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed
jamás”.
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