(Ciclo
A – 2020)
“Alégrense”
(Mt 28, 8-15). Luego de resucitar, Nuestro Señor Jesucristo se les
aparece a las santas mujeres. Estas, “atemorizadas pero llenas de alegría” van
a comunicar la Buena Noticia a los discípulos. Lo llamativo en esta aparición
particular de Jesús es que no las saluda a las santas mujeres con un saludo
formal -lo cual cabría de esperar- o con un saludo familiar -ya que son sus
discípulas-, sino que las saluda con una orden imperativa: “Alégrense”. Es decir,
Jesús las saluda con una orden y es una orden muy particular: la orden que
deben cumplir las santas mujeres es el alegrarse: “Alégrense”. No es de extrañar
esta orden de Jesús, porque su resurrección implica novedades sorprendentes
para todo el género humano: su muerte y resurrección implican no solo la derrota
de los tres grandes enemigos del género humano -el demonio, el pecado y la
muerte-, sino también la apertura, para el hombre, del Reino de los cielos, al
ser conseguida la gracia santificante para la humanidad por los méritos de Jesús
en la Cruz. Es decir, el saludo imperativo de Jesús que manda la alegría, se
comprende cuando se comprueba que los motivos de alegría son sobreabundantes. Más
allá de lo que las santas mujeres puedan estar experimentando en sus vidas
personales -tristezas, tribulaciones, alegrías-, hay un hecho sobrenatural que
es causa de una alegría también sobrenatural: con su muerte en Cruz y con su
Resurrección, Jesús ha vencido de una vez y para siempre a los mortales
enemigos de la humanidad y ha conseguido para esta no sólo el perdón divino de
Dios Padre -cuya Justicia estaba ofendida desde el pecaodo original-, sino que
con sus méritos en la Cruz ha conseguido la gracia santificante, que suprime el
pecado del alma, destruyéndolo y que hace participar al alma de la filiación
divina, la misma filiación divina con la cual Jesús es Hijo de Dios Padre desde
toda la eternidad.
“Alégrense”.
La misma orden de estar alegres -no por motivos humanos, sino sobrenaturales,
porque la causa de esta alegría es la Resurrección- que da Jesús a las santas
mujeres, nos la da también a nosotros. Y esta orden nos la da desde el lugar en
donde Él se encuentra con su Cuerpo resucitado, el mismo Cuerpo con el que está
en el Cielo y es la Sagrada Eucaristía. Por esta razón, cada vez que vamos a
visitar a Jesús Eucaristía para adorarlo, y más allá de la situación
existencial particular que estemos viviendo -alegría, dolor, tristeza, tribulaciones-,
recibimos la misma orden dada a las santas mujeres: “Alégrense”.
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