“El
que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Jn 3, 16-21). Jesús afirma que
quien cree en Él, no sólo “no perecerá”, sino que “tendrá vida eterna”. En esta
afirmación debemos considerar varios aspectos. Primero, Jesús dice que quien
cree en Él tiene vida eterna; ahora bien, ¿en qué Jesús creer? Porque a lo
largo de la historia, incluso desde los inicios del cristianismo, ha habido diversas
teorías -heréticas- acerca de quién es Jesús: desde el hereje Lutero, que afirmaba
que Jesús era sólo un hombre, pasando por Arrio, que afirmaba que Jesús era un
hombre perfecto, pero sólo hombre, hasta las teorías bizarras de la Nueva Era,
según la cual Jesús es un jefe extra-terrestre que habita en lejanos planetas. El
Jesús en el cual hay que creer, para tener vida eterna, es el Jesús del Magisterio
y de la Tradición de la Iglesia: según la Iglesia Católica, que ostenta la
Verdad Absoluta acerca de Jesús, Jesús es Dios Hijo en Persona, es decir, es la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnada, por obra del Espíritu
Santo, en una naturaleza humana. En otras palabras, el Jesús en el que debemos
creer es el Jesús de la Iglesia Católica: Dios Hijo encarnado, que es la Vida
Eterna en sí misma y que por eso puede comunicar de esa vida eterna; si fuera sólo
un hombre, de ninguna manera podría comunicar la vida eterna.
Otro
aspecto que debemos considerar es acerca de lo que obtendrá aquel que crea en
el Jesús Dios: la vida eterna. ¿Qué es la vida eterna? Por lo pronto, no es la
vida terrena con la cual vivimos en el tiempo y en la historia; es la vida
propia de Dios, porque “Dios es su misma eternidad”, como dice Santo Tomás; es
una vida absolutamente perfecta, de la cual no tenemos idea de cómo es, porque
no tenemos experiencia de vida eterna, aunque la recibimos incoada en la
Eucaristía; es una vida de gloria, que se desplegará con toda su plenitud no en
esta vida terrena, sino en el Reino de los cielos, una vez que hayamos muerto
y, por la gracia de Dios, nos hayamos salvado.
“El
que cree en el Hijo tiene vida eterna”. La frase de Jesús no sólo es verdadera,
sino que no debemos esperar a morir para conseguir lo que Jesús promete en quien
cree en Él: cada vez que comulgamos, recibimos al Hijo de Dios encarnado que
nos comunica, desde la Eucaristía, la vida eterna, la vida misma de Dios Uno y
Trino.
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