“Uno de vosotros me va a entregar” (Mt 26, 14-25). Mientras
se desarrolla la Última Cena, Jesús hace una revelación sorprendente: “Uno de
vosotros me va a traicionar”. Probablemente, a ninguno de los discípulos
-excepto al traidor, obviamente, se le habría pasado por la cabeza traicionar a
Jesús. La traición es el más doloroso y también peligroso de los pecados: como
una araña maligna y venenosa, que crece a la sombra del hueco en donde está
escondida y nadie la ve, la traición crece en el corazón del traidor, mientras
lo va envolviendo con la telaraña de la envidia, del egoísmo y de la usura. Judas
Iscariote es el traidor y lo traicionará por unas miserables treinta monedas de
plata. La traición es lo opuesto a la confianza pero también al amor, porque cuanto
más se ama a alguien, más se aleja la posibilidad de la traición; por el
contrario, cuanto menos se lo ama y más se ama otra cosa que a la persona -en este
caso, Judas amaba más el dinero y a sí mismo que a Jesús-, más cercana y viva
se hace la traición, hasta que se consuma. Jesús anticipa proféticamente que “uno
de ellos” lo va a traicionar, pero no da el nombre, aunque sí una indicación:
aquel que moje con él plato de la comida del cordero. Lo dice de modo casi
inaudible, de manera que solo Pedro y Juan lo escuchan. Cuando Satanás ya había
entrado en el corazón de Judas, Jesús le dice: “Ve y haz lo que tienes que hacer”;
los discípulos creían que se trataba de asuntos relacionados con el apostolado,
pero en realidad Jesús le dice que haga lo que él quiere hacer, es decir,
traicionarlo. Una muestra de la misericordia de Dios es que no obliga al alma a
seguirlo, si no es por amor; de otra manera, deja al alma a su libre arbitrio,
como en este caso. Que el alma pueda hacer lo que desea hacer, contrariando a
su Señor, es el peor auto-castigo que el alma puede infligirse a sí mismo y es
lo que le sucede a Judas Iscariote, que por propia y explícita voluntad, quiso
traicionar a su Maestro.
Ahora
bien, Judas Iscariote no es el único que lo traiciona. Tengamos en cuenta que
era un bautizado y un sacerdote; por eso mismo representa a todos los clérigos
-a todos los católicos, pero sobre todo a los clérigos- que en el tiempo habrán
de traicionar a Jesús y a su Iglesia, abandonando a la Iglesia y saliendo fuera
del Cenáculo, como Judas, hacia las “tinieblas exteriores”, en donde reina el
maligno. Porque esta es otra consecuencia de la traición: quien traiciona a
Jesús, deja de reconocerlo como a su Rey y Señor y en cambio entroniza en su
corazón a Satanás, reconociendo al Ángel caído como dueño de su corazón.
“Uno
de vosotros me va a entregar”. Cada vez que un alma, libre y voluntariamente,
comete un pecado, sobre todo un pecado mortal, se comporta como Judas Iscariote,
que traiciona a Jesús. En resumidas cuentas, todo pecador es un traidor al Amor
de Jesús, que no dudó en entregar su vida en la cruz para la salvación, incluso
de aquellos que lo traicionaban. Hagamos el propósito de vivir siempre en
gracia, único modo de no traicionar nunca
a Jesús.
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