“Lo
tenía guardado para mi sepultura” (Jn 12, 1-11). Mientras está en casa
de su amigo Lázaro, una mujer llamada María -algunos dicen que se trata de
María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios-, toma una libra de perfumes
de nardos, muy costosa y unge los cabellos de Jesús y también sus pies. El Evangelio
destaca que “la casa se llenó de la fragancia del perfume”. Ante esta acción, Judas
Iscariote, el que lo traicionó, se escandaliza ante el aparente derroche que
realizaba Marta y le reprocha a Jesús que ese perfume se podría haber vendido
bien y que el dinero se podría haber destinado a los pobres. En realidad, lo
que quería Judas era apoderarse del dinero, sin importarle los pobres.
La
escena, que es real, tiene un significado sobrenatural: la mujer pecadora que
unge los cabellos y pies de Jesús representa en realidad a toda la humanidad, que
siendo pecadora, recibe de Jesús el perdón desde la cruz; la acción de la mujer
es la acción de gracias que la humanidad entera tributa a Jesús por haber
recibido el perdón de los pecados; la unción anticipada del perfume es una
profecía acerca de la Pasión y Muerte de Jesús, porque los judíos acostumbraban
a ungir con perfumes a sus muertos: Jesús sabe que ha de sufrir su Pasión y Muerte
en cruz y es por eso que dice que la acción de María “estaba reservada para su sepultura”,
sabe que habrá de morir y que su Cuerpo será ungido con perfumes; el anticipo
es profético y es para que todos sepan que el morirá, entregando su vida por la
salvación de las almas; el perfume en sí representa a la gracia de Jesús –“el
buen olor de Jesús”- y el hecho de que impregne toda la casa, significa que la
gracia impregna toda el alma que, procediendo de Jesús y reverberando sobre el
alma y el cuerpo de María, impregna su casa, es decir, su alma. No es que de
María surja la gracia; la gracia surge de Jesús y, derramándose sobreabundantemente
sobre el alma de María, impregna con “el buen olor de Jesús”, un perfume exquisito,
la casa de María, es decir, su alma.
“Lo
tenía guardado para mi sepultura”. El perfume exquisito, como vemos, es un símbolo
de la gracia de Jesús. Puesto que Jesús es la Gracia Increada y la Fuente de
toda gracia creada, le pidamos la gracia de, al igual que María, que nuestra
alma esté repleta de la gracia de Jesús, en todo momento y, sobre todo, en el
momento de nuestra muerte.
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