(Domingo
IV - TP - Ciclo A – 2020)
“Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Jesús
no solo se nombra a sí mismo como el “Buen Pastor”, como el “Pastor Supremo y
Eterno”, sino también como la “Puerta de las ovejas”. La imagen se entiende
mejor si se toma un redil de ovejas y se reemplazan todos sus elementos
naturales por elementos sobrenaturales: así, el redil es la Iglesia; las ovejas
son los fieles bautizados en la Iglesia Católica; la Puerta de las ovejas es
Cristo Jesús; cuando las ovejas cruzan la puerta para salir al prado en busca
de pastos y agua, esto significa que el alma se introduce en el Sagrado Corazón
de Jesús y allí encuentra el alimento de su espíritu, el pasto y el agua, esto
es, la gracia santificante.
Pero Jesús advierte también que hay quien ingresa en el
redil, no por la puerta, como lo hace el pastor, sino saltando el redil: puede
tratarse de dos cosas: o de humanos malos, que están en la Iglesia, pero no buscan
la salvación de las almas -pueden ser sacerdotes o laicos-, o puede ser también
el Enemigo de las almas y de Dios, el Demonio o la Serpiente Antigua. Jesús advierte
contra aquel que no es pastor, sino depredador de las ovejas, esto es, de las
almas: “viene para robar, matar y hacer estragos”, porque son “ladrones y bandidos”.
Se refiere, podemos suponer y como ya lo dijimos, tanto a sacerdotes como
laicos, que están en la Iglesia pero no han comprendido que la tarea esencial
de la misma es la salvación de las almas, que no se condenen en el infierno eterno
y que se salven en el Reino de los cielos y por lo tanto, carentes de fe verdadera,
cometen todo tipo de tropelías y estragos entre las ovejas, llegando a matarlas
espiritualmente; también se refiere al Demonio, que es “asesino desde el
principio” y cuyo único objetivo es provocar confusión dentro de la Iglesia y
desesperación en las almas, para lograr su objetivo de condenarlas eternamente.
“Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Para poder entrar al
Cielo, en donde se encuentra Nuestro Sumo y Buen Pastor, Jesucristo, debemos
pasar por la Puerta al Cielo que es su Sagrado Corazón; para ello, debemos acostumbrarnos
a su Voz, así la reconoceremos cuando nos llame por nuestro nombre. Acudamos entonces
con frecuencia a la Santa Misa y a la Adoración Eucarística, para escuchar, en
lo más profundo del corazón, la Voz del Buen Pastor Jesucristo.
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