(Ciclo
A – 2020)
“Lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24, 13-32). En la aparición
de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús, hay características que se
repiten cuando se la compara con la aparición a María Magdalena: en ambos
casos, los discípulos de Jesús se muestran abatidos emocionalmente -los discípulos
“entristecidos”, en tanto que María Magdalena además “llorando”- y con la fe en
las palabras de Jesús acerca de que habría de resucitar al tercer día, quebrantada,
vacilante, dubitativa o incluso inexistente. De manera similar a María
Magdalena, los discípulos de Emaús se han quedado en el dolor del Viernes Santo
y en la soledad del Sábado Santo y esto les ha impedido trascender hacia la sobrenatural
alegría del Domingo de Resurrección. Los discípulos de Emaús, como María Magdalena,
están tan ensimismados en su dolor, que no al igual que ella, no lo reconocen,
a pesar de conocerlo y a pesar de que Jesús está frente a ellos.
La
falta de fe es lo que lleva a Jesús a reprocharles: “¡Oh hombres sin
inteligencia, tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas!
¿No era necesario que el Cristo sufriese para entrar en su gloria?”.
La tristeza de los discípulos de Emaús se debe a que no
solo se han quedado en el dolor del Viernes Santo, sino que no han sabido ver
ese dolor a la luz del misterio pascual de Cristo, un dolor que es redentor y
salvífico. Sin el Domingo de Resurrección, la Crucifixión del Viernes Santo
deja al alma inmersa en un vacío de fe y de trascendencia en el Reino de Dios,
tal como les sucede a los discípulos de Emaús.
“Lo reconocieron al partir el pan”. Ahora bien, esta
situación cambia radicalmente en el transcurso de lo que algunos consideran que
se trata de la Santa Misa y es cuando Jesús “parte el pan”: en ese momento,
desde la Eucaristía, Jesús infunde sobre los discípulos de Emaús su Espíritu,
el Espíritu Santo, que ilumina sus almas y les permite reconocerlo como quien
Es, como el Hombre-Dios, que luego del dolor del Viernes Santo y de la soledad
y tristeza del Sábado Santo, resucitó “al tercer día”, tal como lo había profetizado.
Si nos sucede que nuestra fe en Cristo muerto y resucitado está
debilitada o incluso es inexistente, como los discípulos de Emaús, acudamos
entonces a la Santa Misa, para que Jesús, en la fracción del Pan de Vida
eterna, la Sagrada Eucaristía, nos infunda el Espíritu Santo y así el Paráclito
nos ilumine acerca de la Presencia en la Eucaristía de Jesús, muerto y
resucitado para nuestra salvación.
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