(Ciclo
C – 2019)
“Les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón,
porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado” (Mc 16, 9-15). Jesús se aparece al
Colegio Apostólico, a los Once discípulos y lo primero que hace es reprocharles
el hecho de no haber creído a quienes habían afirmado haberlo visto resucitado.
En efecto, antes de los Once, Jesús se aparece a María Magdalena y luego a los
discípulos de Emaús, y tanto María Magdalena como los discípulos de Emaús les
cuentan que han visto a Jesús resucitado, pero los Apóstoles “no les creyeron”
y es esta incredulidad la que Jesús les reprocha: “Les echó en cara su
incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían
visto resucitado”. Luego de hacerles este reproche, les encomienda a los Once y
en ellos a toda la Iglesia, que difundan por el mundo la Buena Noticia de su
resurrección: “Y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda
la creación”.
“Les
echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los
que lo habían visto resucitado”. En nuestros días, la situación narrada por el
Evangelio se repite no una, sino cientos de veces al día, todos los días, en
todo el mundo, porque Jesús no se aparece visiblemente con su Cuerpo
resucitado, pero sí se aparece, con ese mismo Cuerpo resucitado, a los ojos de
la fe, en la Eucaristía. Y al igual que los Apóstoles se mostraron incrédulos
frente a quienes les narraban haberlo visto resucitado, esa incredulidad se
repite hoy en muchos países que antaño fueron cristianos. La incredulidad
acerca de Jesús resucitado, vivo y glorioso, Presente en Persona con su Cuerpo
glorificado en la Eucaristía se ha vuelto un hecho tan generalizado, que se ha
convertido en una apostasía masiva y es la causa de la deserción de tantos
católicos, que abandonan su Iglesia, ya sea para dejarla por el mundo o bien
por otras iglesias o religiones. La incredulidad se acompaña de dureza de
corazón; la falta de fe se acompaña de frialdad y falta de caridad, de ahí la
violencia que día a día se vive en nuestros días. Somos los católicos los que
debemos dar fe de la Presencia real de Jesús resucitado en la Eucaristía, más
que con palabras, con obras de misericordia. Jesús no se nos aparece
visiblemente, pero sí se nos manifiesta, invisiblemente, insensiblemente –en el
sentido de que no puede ser captado por la sensibilidad- en la Eucaristía, por
lo que es “visible” con los ojos de la fe. Si Jesús se nos apareciera
visiblemente, ¿qué nos diría? ¿Nos reprocharía también por nuestra incredulidad
y nuestra dureza de corazón? Si creemos en Jesús resucitado y en su Presencia
eucarística, entonces obremos en consecuencia la misericordia para con el
prójimo más necesitado y así estaremos dando testimonio de su resurrección y de
que Él está vivo y glorioso en la Eucaristía.
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