(Ciclo
C – 2019)
¿Cómo fue la Resurrección de Jesús? Para saberlo,
trasladémonos al sepulcro en la madrugada del Domingo de Resurrección. Estamos en
el día Domingo en el sepulcro, arrodillados delante del Cuerpo de Jesús envuelto
en la sábana mortuoria. El sepulcro está a oscuras, pues la puerta está cerrada
y no deja entrar la luz. Además, afuera es de madrugada y en el cielo todavía
no ha salido el sol, aunque la Estrella de la mañana anuncia que pronto lo
hará. El sepulcro entonces está a oscuras y en silencio. Estamos arrodillados
delante de Jesús. De pronto y coincidiendo en el cielo con la aparición de los
primeros rayos de sol, en el sepulcro sucede algo inesperado: en el Cuerpo de
Jesús, tendido sobre la piedra, hasta ese momento frío y sin vida, se ve una
luz a la altura del corazón; es diminuta, pero en pocos instantes va creciendo
y aumentando cada vez más de intensidad. La luz que ha aparecido en el pecho de
Jesús es la luz de la gloria divina; por lo tanto, es una luz viva, una luz que
está viva y que da vida a lo que ilumina. Así es como la luz, comenzando en el
corazón como un minúsculo punto, comienza a agrandarse, hasta abarcar todo el
corazón de Jesús y como es una luz viva, el Corazón de Jesús, hasta ese
entonces sin latir, porque Jesús estaba muerto, comienza a latir y con tanta
fuerza, que el latido del corazón resuena en todo el sepulcro. La luz que
surgió en su corazón y le dio vida, se expande de inmediato por todo el Cuerpo
de Jesús, tanto en sentido ascendente como descendente y, puesto que es una luz
que tiene vida, como dijimos, da vida al Cuerpo muerto de Jesús, quien así
vuelve a la vida. Jesús, ahora ya vivo, se incorpora sobre el sepulcro porque
está vivo, pero no con la vida terrena que tenía antes de morir, sino con la
vida divina que tenía en el seno del Padre, desde la eternidad. Su Cuerpo
resplandece como en la Transfiguración en el Monte Tabor, con un resplandor más
intenso que miles de millones de soles juntos: Jesús resplandece con la luz de
la gloria divina; está vivo, ha vencido a la muerte, ha vencido al pecado, ha
vencido a las tinieblas vivientes, los habitantes del Infierno, los ángeles
caídos. El sepulcro ahora ya no está más a oscuras, sino que está
resplandeciente con la luz de la gloria que surge del Cuerpo de Jesús; de sus
llagas ya no sale sangre, sino luz, que es la gloria de Dios; ya no está en
silencio, porque se escuchan los latidos del Corazón de Jesús, aunque el sonido
de esos latidos son reemplazados por los cantos de los ángeles, que rodean a
Jesús y le expresan su alegría por su Resurrección. Luego de incorporarse,
resplandeciente y brillante con la luz de la gloria divina, Jesús sale del
sepulcro, dejándolo vacío, para ir al encuentro de su Madre, quien según la
Tradición fue la primera en verlo resucitado, y luego del resto de los
discípulos.
Los cristianos exultamos de gozo y alegría el Domingo de
Resurrección, porque el sepulcro ha quedado vacío y esa es la alegre noticia
que debemos dar al mundo: Jesús ha resucitado, ha dejado el sepulcro vacío,
porque está vivo y glorioso, con la vida y la gloria de Dios. Pero al mismo
tiempo que anunciamos que el sepulcro está vacío, los cristianos debemos
anunciar que el sagrario está ocupado, porque en el sagrario está Jesús en la
Eucaristía, con el mismo Cuerpo glorioso con el que Él resucitó el Domingo de
gloria. Los cristianos entonces no solo debemos anunciar, exultantes de gozo y
alegría, que el sepulcro está vacío porque Jesús ha resucitado, sino que
debemos anunciar que el mismo Jesús que desocupó el sepulcro, está ahora
ocupando cada sagrario de la tierra, con su Cuerpo lleno de la gloria y la luz
de Dios, en la Eucaristía.
Ésa es la alegre noticia que debemos comunicar al mundo, por
medio de una santidad de vida: el sepulcro está vacío y el sagrario está
ocupado, porque Jesús está en la Eucaristía con el mismo Cuerpo con el que
resucitó el Domingo, lleno de la luz, de la gloria, de la vida y del Amor de
Dios Trinidad.
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