(Ciclo
C – 2019)
El Viernes Santo es el día en el que la Iglesia Católica
está oficialmente de duelo. Aunque el Señor murió y resucitó, por la liturgia
de la Pasión la Iglesia participa, con mayor intensidad, del momento mismo de
la Muerte del Redentor en la Cruz. Es como si toda la Iglesia estuviera
congregada frente a la Cruz de Jesús, frente a Jesús que muere en la Cruz. Este
duelo de la Iglesia se expresa por las acciones litúrgicas: al tiempo que se
velan las cruces y las imágenes –se recubren con un paño morado- y se despoja
el altar de manteles, candelabros y crucifijos, el sacerdote se postra ante el
altar vacío, dando así muestra externa de dolor. La Iglesia se une a su
Redentor, que muere en la Cruz y el sacerdote ministerial se postra porque si
el Sumo Sacerdote ha muerto, su sacerdocio ministerial carece de sentido,
puesto que el sacerdote ministerial participa del Sacerdocio Sumo y Eterno de
Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. El Sumo Sacerdote ha muerto en la Cruz, el
sacerdote ministerial pierde su poder y se postra en señal de duelo y la
Iglesia Santa llora la muerte de su Esposo y en señal de duelo, no celebra la
Santa Misa. Por esta razón, el Viernes Santo es el único día del año en el que
no se celebra la Santa Misa, porque ha muerto el Sumo y Eterno Sacerdote,
Cristo Jesús.
Para
figurarnos a qué equivale espiritualmente el hecho de que Cristo muere en la
Cruz, podemos hacer la siguiente comparación: su muerte es algo similar a como
si se apagara el sol: la tierra se cubriría de tinieblas y estaría envuelta en
la oscuridad y el frío, y es esto lo que sucede espiritualmente el Viernes
Santo: al morir en la Cruz, se apaga el Sol de justicia, Cristo Jesús, por lo
que las almas son envueltas en tinieblas, pero no las tinieblas cósmicas o
terrenas, sino por las tinieblas vivientes, los demonios o ángeles caídos. La
situación espiritual, en la lucha entre la luz y las tinieblas, entre el Bien y
el Mal, da a las tinieblas el resultado de un triunfo aparente. Es decir, el
Viernes Santo, al apagarse el Sol de justicia, Cristo Jesús, con su muerte en
la Cruz, el Infierno parece que hubiera triunfado, porque sin la Presencia de
Jesús, que es Luz del mundo, las tinieblas vivientes, los demonios, salen del
Infierno y cubren la faz de la tierra, sin tener a nadie que las contenga. Es
el momento más triste y doloroso y también el más peligroso para la salud del
alma, porque ha muerto Cristo Jesús, el Único que puede vencer al Infierno.
Muerto Jesús en la Cruz, las fuerzas del Infierno parecen entonces haber
obtenido su más resonante triunfo, porque el Dios de cielos y tierra ha muerto
en la Cruz; sin embargo, en realidad es el momento de su más estrepitoso
fracaso, aunque por el momento, parecen haber triunfado. El cristiano debe
acompañar y hacer duelo este día, no como un mero recuerdo, sino como lo que es
realmente, como participando del Viernes Santo en sí mismo, puesto que por el
misterio de la liturgia, la Iglesia toda se hace presente en el Monte Calvario
–esta presencia es espiritual y sobrenatural y no solo mediante el recuerdo- a
las tres de la tarde, la Hora de la muerte del Redentor. El Viernes Santo, para
la Iglesia Católica, es un día de luto y de dolor por la muerte del Cordero de
Dios en la Cruz, no de festejos y alegría y así debe ser vivido por cada fiel
cristiano.
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