(Ciclo
C – 2019)
“Lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24,13-35). Jesús resucitado se les aparece a los discípulos de
Emaús, pero estos, al igual que sucedió con María Magdalena, que no reconoció a
Jesús resucitado, tampoco lo reconocen. ¿Cuál es el motivo por el cual no lo
reconocen? Jesús lo dice y es la misma razón por la cual los otros discípulos
tampoco lo reconocen en un primer momento: falta de fe en su palabra de que habría
de resucitar. Jesús lo dice: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta
creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías
soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”. No es indistinto creer
o no creer en la palabra de Jesús y en Jesús resucitado: mientras no creen, los
discípulos de Emaús se muestran “tristes”, porque permanecen en el dolor del
Viernes Santo y el llanto y la soledad del Sábado Santo. Como al resto de los
discípulos, la fe se detiene allí y no trasciende hasta el Domingo de
Resurrección. De ahí el “semblante triste” y la desazón que experimentan. Ahora
bien, los discípulos de Emaús sí terminarán reconociendo a Jesús y, por lo
tanto, creyendo en su resurrección, aunque las circunstancias serán distintas a
las de los otros discípulos. Con las santas mujeres, por ejemplo, fueron los
ángeles los que sirvieron de intermediarios para que recibieran la gracia de
reconocer a Cristo; en el caso de María Magdalena, fue Jesús en persona quien,
en el transcurso de la conversación, le concede la gracia de reconocerlo. En el
caso de Emaús, el momento en el que lo reconocerán, es distinto: según el
Evangelio, lo reconocieron cuando Jesús hace una acción particular, la de “partir
el pan: “lo reconocieron al partir el pan”. ¿De qué se trata esta acción de
partir el pan? Muchos autores afirman que se trata de la fracción del pan, tal
como se realiza en la Misa, pues los discípulos -siempre según estos autores-
no estarían en una cena, sino que estarían asistiendo a una Misa celebrada por
Jesús: es decir, los discípulos de Emaús no habrían reconocido a Jesús en el
transcurso de una cena común y corriente, sino durante la celebración de una
Santa Misa, en el momento en que Jesús realiza una acción litúrgica, la de
fraccionar la Eucaristía ya consagrada. Según Santo Tomás, esta acción de Jesús
-que la repite el sacerdote ministerial en cada Santa Misa-, la de fraccionar
el pan y dejar caer una partícula en el cáliz consagrado, simboliza
precisamente la resurrección: el Pan fraccionado, que es el Cuerpo de Jesús, se
reúne con el Vino del cáliz, que es la Sangre de Jesús. Esta acción litúrgica,
por la cual una fracción de la Eucaristía se hecha en el cáliz, simboliza la
unión del Cuerpo y el Alma de Jesús, tal como aconteció en la resurrección. Esto
significaría entonces que el momento en el que los discípulos reciben la gracia
iluminativa que les permite reconocer a Jesús resucitado, es el momento de la
fracción del pan: allí se produciría, de parte de Jesús, una efusión del Espíritu,
quien sería el que ilumina a los discípulos de Jesús y les concede la gracia de
reconocerlo como resucitado.
“Lo
reconocieron al partir el pan”. Cuando el sacerdote ministerial parte el pan,
es decir, realiza la misma acción litúrgica que realizó Jesús con los
discípulos de Emaús, ¿reconocemos a Jesús en la fracción del Pan eucarístico?
¿Nos damos cuenta de que el sacerdote no realiza un mero gesto vacío, sino que
nos está diciendo, con ese gesto, que el Alma de Jesús se reunió con su Cuerpo
-y ambos a la Divinidad- en la resurrección y por eso Jesús está vivo y
resucitado? Cuando el sacerdote parte el Pan eucarístico, ¿reconocemos a Jesús
resucitado en la Eucaristía? ¿O, por el contrario, vemos en la fracción del pan
una acción sin relación con la resurrección y continuamos, más que con el
semblante triste, como si Jesús no hubiera resucitado? En la fracción del Pan
eucarístico, Jesús efunde el Espíritu, para que el alma lo reconozca, vivo y
resucitado, en la Eucaristía. Por eso mismo y aunque no experimentemos el ardor
del corazón, como les sucedió a los discípulos de Emaús, sí tenemos para dar más
que suficientes “razones de nuestra fe” en Jesús, vivo, resucitado y glorioso,
Presente en Persona en la Eucaristía.
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