(Domingo
V - TC - Ciclo C – 2019)
“El que esté sin pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8, 1-11). Jesús salva a María
Magdalena de ser lapidada viva, pues había sido encontrada en flagrante adulterio
por los escribas y fariseos, observantes fanáticos de la ley, que la ponen a la
vista de todos[1].
Además de ser una ley injusta, porque castigaba sólo a la mujer y no al hombre,
era una ley bárbara, propia de épocas antiguas y atrasadas. Al ser un pecado flagrante,
el adúltero, o más bien, la mujer adúltera, quedaba expuesta al escarnio
público, con el agravante de que, según la ley, la mujer debía morir apedreada.
Eso es lo que está sucediendo con María Magdalena y sus justicieros ocasionales
cuando interviene Jesús, deteniendo al instante la acción al decir: “El que
esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Antes de continuar con la
lapidación, como llevaron a la mujer delante de Jesús, le preguntan a Jesús
“¿Tú, que dices?”, pero no porque les importaran sus enseñanzas, sino porque
querían tenderle una trampa: si decía que sí a la lapidación, lo ponían en
contra de sus discípulos; si decía que no, lo ponían en contra de la Ley de
Moisés. Pero Jesús no solo no cae en la trampa, sino los pone en un aprieto,
haciéndolos pasar de acusadores a acusados, al llevar la cuestión al tribunal
de la propia conciencia de quienes están juzgando a la mujer[2]:
“El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Es decir, con la
respuesta de Jesús, quienes están juzgando a la mujer, empiezan a ser juzgados
por sus propias conciencias y cada uno toma cuenta de la hipocresía que están
cometiendo: todos los que están lapidando a la mujer, todos los que tienen una
piedra en la mano, inmediatamente reflexionan y se acuerdan no de uno, sino de
muchos pecados que cada uno ha cometido en distintas épocas de la vida. Por lo
tanto Jesús, con esta frase, los detiene en el acto, ya que cada uno sabe que
no es puro sino pecador (aunque se declare exteriormente puro, como los
fariseos). Esto no quiere decir que quien esté en pecado no pueda juzgar y aun
condenar a un criminal, sino que pone en evidencia la hipocresía[3]
de señalar el pecado del otro y condenarlo, mientras se es indulgente con el
propio pecado. Como consecuencia de la intervención de Jesús la mujer pecadora,
que muchos dicen que es María Magdalena, se ve libre y salva su vida.
“El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
La frase de Jesús también se aplica para cada uno de nosotros, desde el momento
en que somos rápidos y prontos para ver y acusar el pecado del prójimo, pero
somos lentos, perezosos y ciegos para reconocer el propio pecado. Nuestras
palabras, dirigidas contra el prójimo, cuando están cargadas de malicia, son
como otras tantas piedras que lapidan a nuestros hermanos, sin darles
posibilidad a defensa alguna. Cuando tengamos la tentación de criticar al
prójimo en su pecado, recordemos la frase de Jesús: “El que esté libre de
pecado, que tire la primera piedra”, revisemos nuestra conciencia y nos daremos
cuenta de que no estamos libres de pecado y que no podemos arrojar la piedra de
la maledicencia sobre nuestro prójimo. Además, debemos recordar la regla de
caridad para con el prójimo: “si se ha de hablar de un tercero ausente, que
sean solo sus virtudes; en caso contrario, se habla de otra cosa”.
El
Evangelio no se detiene en el pecado de la adúltera ni de los que la quieren
apedrear puesto que el Amor de Jesús alcanza a todos: a los que la quieren
apedrear, porque es una obra de misericordia hacerle ver a nuestro prójimo que
está obrando mal: en este caso, les hace ver a los que quieren lapidar a la
mujer, su hipocresía; a su vez, la Misericordia Divina alcanza también a la
pecadora pública porque la perdona, con la condición de que “no vuelva a
pecar”.
“El
que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Los católicos nos reconocemos
públicamente como pecadores, al inicio de cada Misa, cuando rezamos el acto
penitencial, por lo que, de entrada, no podemos decir: “Yo no tengo pecado”.
Además, el Apóstol Juan dice que si alguien afirma que no tiene pecado, es un
mentiroso: “Si alguien dice que no tiene pecado, es un mentiroso”. Como somos
pecadores, si es que queremos estar libres de pecado, pero no para apedrear a
nuestro prójimo -porque a nuestro prójimo debemos ayudarlo a levantarse de su
pecado, debemos ayudarlo a cargar su cruz y no hacérsela más pesada-, acudamos
al Sacramento de la Penitencia, lavemos nuestras almas en la Sangre del
Cordero, alimentémonos con la Carne del Cordero de Dios y entonces sí acudamos
a ayudar a nuestro prójimo, que puede ser, en algunas ocasiones, hacerle ver su
pecado, para que se corrija, para que él también haga el mismo itinerario que
nosotros. Este itinerario debe ser el propósito de la Cuaresma, pero no sólo de
la Cuaresma, sino de toda la vida, porque seremos pecadores hasta el último día
de nuestra vida.
“El
que esté sin pecado, que tire la primera piedra”. Las palabras de Jesús deben
resonar en nuestras mentes y corazones para que seamos conscientes de que
cuando estamos en gracia estamos ante la Presencia de Dios, para no perder la
gracia y si la llegamos a perder, acudir al Sacramento de la Misericordia. De
esta manera, toda la vida del cristiano debe ser una Cuaresma continua, en el
sentido de que toda la vida, hasta el último instante, el cristiano debe estar
examinando continuamente su alma, para que ante el menor pecado detectado,
acuda al Sacramento de la Penitencia, lave allí su alma y se alimente con el
Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía. Ése debe ser el programa de vida de
todo cristiano, no solo para la Cuaresma, sino para todo el tiempo que le quede
de la vida terrena, para así poder ingresar a la vida eterna.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum
Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder,
Barcelona 1957, 725.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 725.
[3] Cfr. Orchard, ibidem, 726.
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