“Ustedes
no conocen Al que me ha enviado” (Jn 7, 25-30). La frase de Jesús, dirigida a
los habitantes de Jerusalén, se debe a que estos pensaban que el Mesías, tal
como lo esperaban los judíos, no podía corresponder a las características
comunes de un hombre oriundo de Galilea: el Mesías debía tener un origen
misterioso y desconocido. Puesto que todos conocen a Jesús, Él les dice, implícitamente,
que es el Mesías, porque si es verdad que lo conocen a Él, ellos sin embargo,
no conocen a Aquel que lo ha enviado, que es Dios Padre. Hablando en tono
solemne, Jesús les revela que “Él había venido de Nazareth, tal como ellos
creían -pues lo llamaban “el Nazareno”-, pero no era un profeta nombrado por sí
mismo, sino el enviado de Aquel que era el verdadero emisario”[1],
el verdadero mandante, esto es, Dios Padre. Y el que lo envía a Él, Dios Padre,
no es conocido por ellos, aunque Él, que es el enviado, sí conoce a Quien lo
envía, desde el momento en que Jesús es Dios Hijo encarnado, que inhabita en el
seno del Padre desde la eternidad. Implícitamente, Jesús se está declarando no
solo como Hijo de Dios, sino como Dios Hijo, es decir, como la Segunda Persona
de la Trinidad. Esta declaración es considerada como una blasfemia por los
judíos, que intentan atraparlo, pero no lo consiguen porque, dice el Evangelio,
“no había llegado su Hora”.
“Ustedes
no conocen Al que me ha enviado”. Quien envía a Jesús es Dios Padre, por medio
de Dios Espíritu Santo, el Divino Amor. Los judíos conocían a Jesús, pero solo
en su humanidad y por eso lo llamaban “el Nazareno”; no lo conocían en su
divinidad y en su origen eterno en el seno del Padre y por eso no conocían a
Dios Padre y, mucho menos, a Dios Espíritu Santo. También nosotros debemos
precavernos de una visión racionalista tanto de Jesús como de la Eucaristía,
porque ni Jesús es “el Nazareno” simplemente, sino el Hombre-Dios, ni la
Eucaristía es un poco de pan, sino el Hombre-Dios en Persona. No nos
acostumbremos a lo que nos dicen nuestros sentidos, que la Eucaristía es solo
un poco de pan, porque de lo contrario perderemos la noción de quién es Jesús,
Dios Hijo, enviado por Dios Padre por medio de Dios Espíritu Santo, el Divino
Amor.
[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Ediciones Herder, Barcelona 1957, 722.
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