“Soy
Yo, no temáis” (Jn 6, 16-21). Jesús se
acerca a los discípulos caminando sobre las aguas y, ante el temor que estos
expresan al verlo, les dice, calmándolos: “Soy Yo, no temáis”. El temor de los
discípulos está justificado hasta cierto punto: era de noche de particular
oscuridad -noche cerrada dice el Evangelio-, había empezado a soplar viento y
el mar comenzaba a encresparse. Además, al ser de noche, no podían ver bien,
por lo que es muy posible que no reconocieran a Jesús por el hecho de la
oscuridad, lo cual, sumado al modo extraordinario de aparecer de Jesús,
caminando sobre las aguas, les conduce a pensar que se trata de un fantasma y,
en consecuencia, tienen miedo. Es decir, todo se suma para que los discípulos
tengan miedo: es de noche cerrada, no reconocen a Jesús, sino que ven su
silueta y lo confunden con un fantasma, el viento empieza a soplar y el mar
comienza a encresparse. Estaban dadas todas las condiciones para que los
apóstoles tuvieran miedo -estaban verdaderamente en peligro- y es eso lo que les
pasó. Luego de llegar cerca de la barca, Jesús les dice que es Él y la barca
toca inmediatamente la orilla, con lo cual todo el peligro desaparece. Lo que resulta
llamativo -y es un indicador de la divinidad de Jesús- es el modo en que Jesús
se presenta: les dice “Soy Yo”, es decir, utiliza el nombre con el que los
judíos conocían a Dios: “Yo Soy”. Con esto, Jesús se auto-proclama como Dios y
es esto lo que tranquiliza a los discípulos: no el mero hecho de la aparición
física de Jesús, sino el hecho de que quien les habla es Dios encarnado, el
Dios al cual sus padres rezaban como el “Yo Soy” y ahora se les aparece en
Persona, encarnado en Jesús de Nazareth. Apenas Jesús dice “Yo Soy”, todo el
peligro desaparece, porque la barca, dice el Evangelio, “tocó la orilla”.
“Soy
Yo, no teman”. Puede sucedernos a nosotros lo mismo que a los discípulos, en el
sentido de vivir tiempos que provocan temor: la apostasía generalizada y el
ateísmo más la proliferación del ocultismo y satanismo, hacen que estemos
viviendo en una noche espiritual sin precedentes en la humanidad; el viento que
sopla simboliza la acción del demonio en la historia de los hombres y sobre
todo en la Iglesia, a la cual quiere hacer zozobrar; el mar encrespado es la
historia humana vivida en la violencia, fruto de la ausencia de Dios y su paz
en los corazones. Es decir, vivimos en tiempos en que, también para nosotros,
se dan todas las condiciones para que, razonablemente, tengamos un cierto
temor. Sin embargo, al igual que les ocurrió a los discípulos, a quienes Jesús
se les apareció de modo extraordinario y los calmó diciéndoles que Él era Dios –“Soy
Yo, no temáis”-, también a nosotros Jesús se nos aparece, de modo
extraordinario, en la Eucaristía y desde la Eucaristía nos tranquiliza y nos da
la paz de Dios al decirnos: “Soy Yo, vuestro Dios, en la Eucaristía. No tengáis
miedo de nada ni de nadie, pues Yo estoy con vosotros y estaré con vosotros hasta el fin
del mundo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario