Luego de agonizar por
tres horas en la Cruz, Jesús murió a las tres de la tarde, luego de lo cual, su
Cuerpo fue depuesto de la Cruz, envuelto en una sábana mortuoria y llevado al
sepulcro nuevo de José de Arimatea, excavado en la roca, tal como lo relata el
Evangelio. Son los discípulos los que piadosamente descuelgan el Cuerpo de
Cristo muerto en la Cruz y lo depositan en los brazos de la Virgen. Las
lágrimas de la Virgen, que brotan de su Corazón Inmaculado y se vierten a
través de sus ojos, limpian el Santo Rostro de Jesús, cubierto de sangre seca,
de barro, de tierra, de lágrimas. La Virgen llora la muerte del Hijo de su
Amor: con Él ha muerto la Vida porque Él es la Vida Increada y por eso la
Virgen siente que en la muerte de su Hijo ha muerto una parte de Ella, que Ella
ha muerto con Él. Pero la Virgen no se desespera ni se lamenta de su suerte:
sabe que la muerte de su Hijo Jesús es del Divino Designio por medio del cual
Dios ha de salvar a los hombres y por eso la acepta, la comparte y la ofrece
con todo el Amor de su Inmaculado Corazón. Pasado un tiempo, los fieles
discípulos, encabezados por José de Arimatea, se dan a la tarea de retirar a
Jesús de los brazos de la Virgen y de colocarlo en la Sábana Santa, para
trasladarlo en fúnebre procesión hasta el sepulcro nuevo, excavado en la roca.
Allí será colocado el Cuerpo muerto de Jesús. La Virgen, caminando lentamente y
con el rostro bañado en lágrimas, tanto es su dolor, acompaña al cortejo
fúnebre hasta el sepulcro. Los discípulos depositan el Cuerpo de Jesús en el
sepulcro nuevo y, luego de un respetuoso silencio, abandonan todos el lugar,
siendo la Virgen la última en hacerlo. La Virgen llora en silencio, pero en su
más profundo interior, está convencida de que su Hijo ha de resucitar, tal como
Él lo ha prometido. Ella confía en las palabras de su Hijo Jesús y sabe que Él
no miente y que cumple todo lo que promete. Esta dulce espera en la
Resurrección es lo que calma, a duras penas, el dolor que la invade como de a
oleadas, cada tanto, porque en el Corazón de la Virgen se encuentra todo el
dolor del mundo, todo el dolor de la humanidad, que por el pecado se aleja de
su Hijo Dios y hasta tal punto, que lo ha crucificado.
El hecho de que el Cuerpo de Jesús haya sido depositado en
un sepulcro nuevo, sin usar, y que sea la Virgen la que acompañe a los
discípulos a depositarlo allí, tiene un significado sobrenatural: el sepulcro
nuevo indica el corazón del hombre que, por la mediación de la Virgen, comienza
de a poco a vivir la vida de la gracia, recibiendo a Jesús en su corazón, el
cual habrá de iluminarlo con el esplendor de la gloria de la divinidad, la
misma gloria del día de Resurrección.
Llora la Virgen en silencio la muerte de su Hijo Jesús, y
llora también por la muerte de sus hijos adoptivos, que por el pecado está
muertos a la vida de Dios; pero el llanto está acompañado por la dulce espera
de la Resurrección. La Virgen sabe que su Hijo, depositado en el sepulcro
nuevo, resucitará y volverá a la vida de la gloria, para ya no morir más, el
tercer día, como lo prometió. La Virgen sabe también que con la Resurrección de
su Hijo Jesús, habrán de volver a la vida todos aquellos que reciban en sus
corazones, como otros tantos sepulcros excavados en la roca, al Cuerpo de su
Hijo Jesús, el Cuerpo glorioso y resucitado de Jesús en la Eucaristía.
Llora la Virgen en silencio, llora la muerte de su Hijo y de
sus hijos adoptivos, pero en el llanto hay un dulce dejo de alegría por la
futura y próxima Resurrección del Hijo de su Amor.
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