“Antes
que naciese Abraham, Yo Soy” (Jn 8,
51-59). Nuevamente Jesús se enfrasca en una discusión con los fariseos y
escribas. Mientras los fariseos lo acusan de ser blasfemo porque se
auto-proclama Dios, Jesús insiste en revelarse no genéricamente, como hijo de
Dios, sino como Dios Hijo, es decir, como la Segunda Persona de la Trinidad,
que en cuanto tal es eterno y existe desde toda la eternidad: “Antes que
naciese Abraham, Yo Soy”. En la discusión, además de acusar a Jesús falsamente,
los fariseos insisten en demostrarse como hijos de Abraham, pero Jesús les dice
que no lo son porque mientras Abraham “saltó
de alegría al pensar en este día”, es decir, el día en el que el Mesías Dios
habría de manifestarse al Pueblo Elegido y al mundo, encarnándose y bajando a
la tierra, ellos sin embargo “quieren matarlo”, por lo que llega incluso a
tratarlos de “hijos del demonio”.
“Antes
que naciese Abraham, Yo Soy”. Ante esta afirmación de Jesús de ser Él la
Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo en Persona, los escribas y fariseos
lo califican de mentiroso y blasfemo y quieren matarlo –lo cual lo conseguirán
finalmente, al crucificarlo- por el solo hecho de que Jesús les revela la
verdad acerca de Él mismo: “Antes que naciese Abraham, Yo Soy”.
Hoy
le sucede a la Iglesia lo mismo que le sucedió a Jesús con los escribas y
fariseos: muchos en la Iglesia la descalifican y la tratan de autoritaria,
retrógrada y mentirosa: basta ver con la violencia sobrehumana con que el
feminismo, la ideología de género, los movimientos pro-abortistas y LGTB atacan
a la Iglesia, deseando explícitamente hacerla arder desde sus cimientos, manifestado
este deseo en sus ataques y sus escritos: “La única iglesia que ilumina es la
que arde”. Así como le pasó a Jesús, que no podía tener diálogo con los
escribas y fariseos porque lo único que estos deseaban era matarlo, así también
con los movimientos anti-iglesia el diálogo es imposible, porque lo único que
quieren es demolerla. Nos toca a nosotros defender a la Iglesia de Cristo ante
quienes quieren destruirla a toda costa. Pero la Iglesia, que parafraseando a
Jesús nos dice: “Antes de que el mundo fuera creado, yo, la Esposa de Cristo,
existía en la mente y en el corazón del Cordero”, triunfará sobre sus enemigos,
así como lo hizo Jesús.
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