jueves, 12 de julio de 2018

“Y Él se asombraba de su falta de fe”



(Domingo XIV - TO - Ciclo A – 2018)

“Y Él se asombraba de su falta de fe” (Mc 6,1-6. Lo que caracteriza a este Evangelio es la incredulidad de los contemporáneos de Jesús: a pesar de las palabras de sabiduría sobrenatural, a pesar de sus milagros que solo Dios puede hacer, siguen sin creer en Jesús como Dios, confundiéndolo con “el hijo del carpintero”, “el hijo de María”; “el hermano de Santiago de José, de Judas y de Simón”: “Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?”. Se asombran de que hable la sabiduría de Dios, pero siguen sin creer que es Dios, solo porque lo han visto crecer  en el pueblo, junto con sus parientes: “¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Jesús es para sus contemporáneos algo incomprensible, “un motivo de tropiezo”, porque ven a Jesús solo con los ojos humanos y no con los ojos de la fe: “Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo”.
         La incapacidad de ver con los ojos de la fe impide a Jesús hacer milagros en medio de su pueblo, entre sus contemporáneos: “Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos”. La falta de fe, que es voluntaria, porque a pesar de las evidencias no quieren creer que sea Dios Hijo encarnado, lleva a Jesús a exclamar, resignado, que un profeta es despreciado solo entre su propia gente: “Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Tal es la incredulidad culpable, tal es la falta de fe, que Jesús se asombra de esta falta de fe: “Y él se asombraba de su falta de fe”.
         No debemos creer que este episodio se limita a los albores del Nuevo Testamento. También con nosotros sucede lo mismo. ¿O acaso la crisis de la Iglesia, en la actualidad, en la que se produce la apostasía de niños, jóvenes y adultos, no es falta de fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía? Si los contemporáneos de Jesús veían en Jesús a un hombre más entre tantos, sin ver en Él al Hijo de Dios encarnado, por rechazo voluntario de la gracia iluminativa, eso no difiere de nuestros días, en los que la gran mayoría de los católicos ven en la Eucaristía a poco más que un pan bendecido, sin ningún otro valor y esto por el rechazo voluntario de la gracia iluminativa recibida en la Catequesis. Si la gran mayoría de los católicos abandona en masa la Iglesia y prefiere un partido de fútbol o cualquier pasatiempo antes que la Misa y la Eucaristía, es porque ven en la Misa un acto religioso sin sentido, aburrido, y en la Eucaristía, un poco de pan bendecido y nada más. No ven, en la Misa, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz; no ven, en la Misa, a la Presencia real, verdadera y substancial del Cuerpo y la Sangre de Jesús; no ven en la Eucaristía al Hijo de Dios, porque si lo hicieran, vendrían todos a postrarse de rodillas ante el altar, dejando todo lo que están haciendo.
“Y él se asombraba de su falta de fe y a causa de su poca fe, no podía hacer muchos milagros entre ellos”. Parafraseando al Evangelio, podemos decir: “Y Jesús Eucaristía se asombraba de la falta de fe en su Presencia real eucarística, y por eso no puede hacer milagros entre nosotros, porque, en el fondo, nos comportamos como los contemporáneos de Jesús: no creemos ni que Jesús sea Dios Hijo encarnado ni que la Eucaristía sea ese mismo Dios Hijo que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.

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