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domingo, 4 de junio de 2023

“Al César lo del César, a Dios lo de Dios”

 


“Al César lo del César, a Dios lo de Dios” (Mt 12, 13-17). Los escribas y herodianos tratan de tenderle una trampa a Jesús para tener algo de qué acusarlo. Para eso, le presentan una moneda con la efigie del César y le preguntan si sus discípulos deben pagar los impuestos o no. Es una pregunta con trampa: si Jesús contesta que sí hay que pagar, entonces lo acusarán de ser un traidor a la nación, porque está de acuerdo con el pago de impuestos a la potencia ocupante, el Imperio Romano; si Jesús dice que no hay que pagar los impuestos, entonces lo acusarán de ser un rebelde que busca formar un partido propio o una secta para luchar contra el emperador. En caso de respuesta positiva, lo acusarían de traidor ante su pueblo; en caso de respuesta negativa, lo acusarían de fomentar la rebelión contra el emperador.

Lo que no tienen en cuenta los escribas y fariseos es que Jesús es Dios y su Sabiduría es infinita y que tratar de hacerlo caer en una trampa es de una ingenuidad propia de quien desconoce la inmensidad de la Sabiduría Divina. Jesús no responde, ni positiva ni negativamente; les dice que le muestren la moneda que lleva impresa la imagen del César y les pregunta de quién es esa imagen, respondiéndoles obviamente que del César; entonces Jesús finaliza el diálogo dándoles una respuesta que los deja con las manos vacías: “Al César lo que es del César; a Dios, lo que es de Dios”. Es decir, si la moneda es del César, puesto que lleva su imagen, entonces hay que dársela al César, pero al mismo tiempo, el cristiano no debe olvidarse de Dios y darle a Dios lo que es de Dios.

La respuesta de Jesús nos sirve a nosotros también, como no puede ser de otra manera: al César, al Estado, se deben pagar los impuestos que sean justos; al mismo tiempo debemos, como cristianos, darle a Dios lo que es de Dios. ¿Qué es de Dios? Nuestro ser, porque Él nos creó; nuestra alma, porque Él la purificó con su Sangre; nuestro cuerpo, porque Él lo convirtió en templo del Espíritu Santo; nuestro corazón, porque es sagrario viviente de Jesús Eucaristía; nuestro tiempo, porque fuimos rescatados en el tiempo para vivir en su reino por toda la eternidad.

jueves, 7 de octubre de 2021

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!”


 

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!” (cfr. Lc 11, 47-54). Jesús dirige nuevamente “ayes” y lamentos, a los fariseos, a los escribas y a los doctores de la ley. La gravedad de estos ayes y lamentos aumenta por el hecho de que aquellos a quienes van dirigidos, son hombres, al menos en apariencia, de religión. Entonces, surge la pregunta: si son hombres de religión, si son hombres que están en el Templo, cuidan el Templo y la Palabra de Dios, ¿por qué Jesús les dirige ayes y lamentos? Porque si bien fueron los destinatarios de la Revelación de Dios Uno, por un lado, pervirtieron esa religión y la reemplazaron por mandatos humanos, de manera tal que ese reemplazo los llevó a olvidarse del Amor de Dios, como el mismo Jesús se los dice; por otro lado, se aferraron con tantas fuerzas a sus tradiciones humanas, que impidieron el devenir sucesivo de la Revelación, al perseguir y matar a los profetas que anunciaban que el Mesías habría de llegar pronto, en el seno del mismo Pueblo Elegido. Es esto lo que les dice Jesús: “¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán”.

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!”. Los ayes y lamentos también van dirigidos a nosotros porque si tal vez no hemos matado a ningún profeta, sí puede suceder que “ni entremos en el Reino, ni dejemos entrar” a los demás, toda vez que nos mostramos como cristianos, pero ocultamos el Amor de Dios al prójimo. Cuando hacemos esto, nos convertimos en blanco de los ayes de Jesús, igual que los fariseos, escribas y doctores de la ley. Para que Jesús no tenga que lamentarse de nosotros, no cerremos el paso al Reino de Dios a nuestro prójimo; por el contrario, tenemos el deber de caridad de mostrar a nuestro prójimo cuál es el Camino que conduce al Reino, el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis y esto lo haremos no por medio de sermones, sino con obras de misericordia, corporales y espirituales.

 

viernes, 9 de octubre de 2020

“¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber!"


 

“¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso’’ (Lc 11, 47-54). De entre los “ayes” dirigidos por Jesús contra la casta sacerdotal de su tiempo, representada principalmente por los fariseos, destaca el siguiente, dirigido esta vez contra los doctores de la ley: Jesús les reprocha a estos “tener la llave del saber” para entrar en el Reino de los cielos y el no haberla sabido aprovechar, ya que no han entrado ellos, ni han permitido que otros entren: “¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso’’.

¿De qué saber se trata? De un saber, o una sabiduría, que no es de origen humano, sino de origen celestial, es decir, proveniente de Dios en Persona. Uno de estos saberes, por ejemplo, es la revelación dada al Pueblo Elegido de que Dios era Uno y de que no había múltiples dioses y por esta razón, los hebreos eran el único pueblo monoteísta de la Antigüedad; otro saber, por ejemplo, es el conocimiento que Dios da a su Pueblo acerca de su voluntad, manifestada en las Tablas de la Ley, en el Decálogo. Entonces, hay por lo menos dos conocimientos que tenían los hebreos y que no tenían los demás pueblos: que Dios era Uno y que había una Ley de Dios, que Él quería que fuera cumplida, porque ésa era su voluntad. Con su comportamiento cínico, hipócrita y falaz, los doctores de la ley –y también los fariseos y los escribas-, demuestran no utilizar la sabiduría que Dios les ha concedido y es por esto que ni entran ellos en el Reino de Dios, ni dejan a los demás entrar. Aquí vemos reflejada la importancia que se da entre el saber y el obrar, porque no es lo mismo no obrar –el Bien- porque no se sabe, a no obrar el Bien, aun sabiendo que hay que hacerlo. De ahí el duro reproche de Jesús a los doctores de la ley.

“¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, y a los que iban a entrar les han cerrado el paso’’. Nosotros también tenemos un conocimiento dado por el Cielo, el Catecismo que hemos recibido para la Primera Comunión y para la Confirmación; por este conocimiento, por esta sabiduría, sabemos, entre otras cosas, que debemos vivir en gracia y recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía, además de obrar la misericordia, si queremos entrar en el Reino de los cielos. Recordemos que “al que más se le dio, más se le pedirá”: a nosotros se nos dio un conocimiento celestial que proviene de la Inteligencia misma de Dios Uno y Trino y por lo tanto, más obras de misericordia se nos pedirá, en relación a quienes no saben el contenido del Catecismo. Ahora que sabemos, obremos la misericordia, para no ser como los doctores de la ley, que saben, pero no obran. Si hacemos así, tanto nosotros, como nuestros seres queridos y todos cuantos nos rodeen, entraremos en el Reino de los cielos, al finalizar nuestra vida terrena.

“¡Ay de ustedes, fariseos, porque se olvidan de la justicia y del amor de Dios!”

 


“¡Ay de ustedes, fariseos, porque se olvidan de la justicia y del amor de Dios!” (Lc 11, 42-46). Para entender mejor los “ayes” de Jesús, hay que tener en cuenta quiénes eran los fariseos, los escribas y los maestros de la ley: eran la casta religiosa de los tiempos de Jesús, es decir, eran, en teoría, quienes se dedicaban al servicio sacerdotal y a las funciones religiosas en general. Considerados desde afuera, deberían ser, como mínimo, buenos; sin embargo, Jesús les dedica fuertes reproches. A los fariseos, les dice: “son como esos sepulcros que no se ven, sobre los cuales pasa la gente sin darse cuenta”; a los doctores de la ley les dice: “abruman a la gente con cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni con la punta del dedo”. Es decir, al ser hombres religiosos, los fariseos, los escribas y los doctores de la ley, en teoría, deberían ser hombres sabios, justos y ante todo, misericordiosos; sin embargo, en la realidad, se habían convertido en otra cosa, radicalmente distinta y que niega su condición de hombres de religión: se habían convertido en hombres que exteriormente eran religiosos, pero en su interior, habían pervertido la religión, al olvidarse de su esencia, la justicia y la misericordia. Se habían convertido en “sepulcros blanqueados”, hermosos por fuera, pero por dentro, llenos de “podredumbre y miseria”. Nada de esto pasa desapercibido a los ojos de Jesús que, en cuanto Dios, puede ver el interior del hombre y es esta la razón de los “ayes” que Jesús dirige a los hombres religiosos de su época.

“¡Ay de ustedes, fariseos, porque se olvidan de la justicia y del amor de Dios!”. No debemos creer que los “ayes” son sólo dirigidos a los fariseos, escribas y doctores de la ley: también son dirigidos a nosotros, los católicos, si es que cometemos el mismo error, el de olvidar la esencia de la religión, que son la justicia y la misericordia.

domingo, 13 de octubre de 2019

“¡Ay de vosotros, fariseos, hipócritas (…) Ay de vosotros, escribas!”




“¡Ay de vosotros, fariseos, hipócritas (…) Ay de vosotros, escribas!” (Lc11, 42-46). Los “ayes” de Jesús van dirigidos a los hombres religiosos de su tiempo, los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley. Jesús les recrimina el hecho de haber deformado la religión, convirtiéndola en una caricatura de lo que esta es en realidad. La crítica de Jesús es que los hombres religiosos han deformado la religión, convirtiéndola en una mera práctica externa de ritos y cultos, pero vaciándola de contenido interior. Es decir, para los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley, la religión consiste en realizar determinadas acciones externas y cumplirlas al pie de la letra, fingiendo así estar sirviendo a Dios, pero descuidando lo esencial de la religión, que es la caridad, la misericordia y la justicia. De esta manera, mientras practican escrupulosamente todos los preceptos de la Ley –la gran mayoría, inventados por ellos mismos-, al mismo tiempo pasan por alto el ser misericordiosos, compasivos, pacientes, justos, comprensivos con el prójimo. La religión es para ellos un pretexto para realizar ciertos ritos religiosos, pero sin cambiar el corazón ni un ápice, conservándolo duro, impiadoso e incluso impío. Invocan a Dios en sus ritos, pero cuando se dirigen al prójimo son severos, cínicos, duros de corazón.
“¡Ay de vosotros, fariseos, hipócritas (…) Ay de vosotros, escribas!”. No debemos pensar que los “ayes” de Jesús se dirigen sólo a los hombres religiosos de su tiempo. Esos “ayes” se extienden en el tiempo y en el espacio, hasta alcanzarnos a nosotros, de manera tal que si cometemos los mismos errores que los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley, también esos “ayes” son para nosotros. Para que no seamos objeto del reproche de Jesús, tengamos bien en cuenta que la religión tiene dos versantes, el exterior, compuesto de palabras y acciones y el interior, compuesto por misericordia, compasión, justicia y piedad. No descuidemos ni lo uno ni lo otro, y así seremos agradables a los ojos de Jesús.

lunes, 26 de agosto de 2019

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad!”



“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad!” (Mt 23, 23-26). Jesús reprocha duramente a los escribas y fariseos, hombres de religión, el hecho de haber olvidado la esencia de la religión, reemplazándola por prácticas superficiales que en el fondo no son sino inventos humanos. Les dice que hacen lo superficial –“pagan el diezmo”-, pero descuidan lo esencial –“la justicia, la misericordia, la fidelidad”-. Es decir, de nada vale asistir al templo y dar el diezmo como limosna, si después en la vida cotidiana se cometen injusticias, no hay amor de misericordia y no se es fiel a los mandamientos de la Ley de Dios. A los ojos de Dios no escapa nada de lo profundo del hombre: el ser humano puede engañar a otros seres humanos, aparentando ser hombres de religión, asistiendo al templo, dando el diezmo, pero luego ser injustos e inmisericordiosos. Este tipo de religiosos y este tipo de religión, en donde faltan lo esencial, la justicia, la misericordia y la fidelidad, no agrada a Dios y el hombre que esto hace se engaña a sí mismo pensando que agrada a Dios. Luego Jesús les dice que “Hay que practicar esto, sin descuidar aquello”, es decir, hay que acudir al templo, hay que dar el diezmo, pero si se es hombre de religión no se debe descuidar nunca lo que es la esencia de la religión, la justicia, la misericordia, la compasión, la piedad, la fidelidad a la Ley de Dios. Después Jesús da otro ejemplo de cómo actúan estos hombres frente a Dios: “¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!”. Como hombres religiosos, son guías ciegos, porque no saben qué es la religión; han confundido la religión con la práctica de cosas superficiales, mientras que descuidan la esencia de lo que es ser religiosos. Es como el que cuela el mosquito, pero come la carne de camello, que estaba prohibido hacer[1].

Por último, Jesús vuelve a lamentarse de los escribas y fariseos: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno!
¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera”. Los compara con copas y platos limpios por fuera –la apariencia exterior de ser hombres buenos-, mientras que por dentro están llenos de “codicia y desenfreno”, es decir, en su interior son falsos e hipócritas. Jesús les aconseja que “limpien el interior”, es decir, vuelvan a la práctica de la caridad, de la compasión, de la piedad, de la justicia, y así serán verdaderos hombres de religión.
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad!”. El reproche de Jesús no se limita a solo los escribas y fariseos: también nos cabe a nosotros si aparentamos por fuera aparentamos ser hombres religiosos, pero por dentro somos malvados, habladores y faltos de caridad y compasión y caridad para con el prójimo.



[1] En la época de Jesús “(…) se podían solamente comer animales limpios que incluían vacas, ovejas, cabras, algunas aves y peces. En contraposición a los que se llamaban animales sucios, que eran prohibidos, que incluían los cerdos, los camellos, aves de rapiña, mariscos, reptiles”; cfr. https://forosdelavirgen.org/120635/comida-jesus/

martes, 27 de febrero de 2018

“Los fariseos no hacen lo que dicen”



“Los fariseos no hacen lo que dicen” (Mt 23, 1-12). Jesús nos advierte en contra de aquellos que, erigiéndose en maestros de la Ley, “no hacen lo que dicen”. Es decir, obran con falsía y doblez porque por un lado, predican la Ley de Dios y se convierten en sus custodios e intérpretes, poniéndose a sí mismos como ejemplos de personas religiosas y virtuosas. Sin embargo, por otro lado, no cumplen ni mínimamente con la esencia de la Ley, que es la justicia y la caridad, obrando de forma maliciosa para con su prójimo e impía para con Dios. A esto se refiere Jesús cuando dice que los escribas y fariseos “no hacen lo que dicen”. Jesús dice a sus discípulos que hay que obedecerlos en cuanto “están sentados en la cátedra de Moisés”, es decir, predican la Ley de Dios, que es justicia y amor: “En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan”. Pero en cuanto al obrar, los escribas y fariseos, siendo religiosos, obran de modo inicuo e impiadoso, porque para con el prójimo “atan cargas pesadas, las cuales ellos no están dispuestos a mover un dedo” para llevarlas; en cuanto a Dios, obran impiadosamente porque, entre otras cosas, se guardan para sí mismos las ofrendas del altar, destinadas al culto al Dios Verdadero.
“Los fariseos no hacen lo que dicen”. La advertencia va también dirigida a nosotros, seamos sacerdotes o laicos, porque también podemos caer –y de hecho lo hacemos- en la misma tentación de escribas y fariseos: pensar que, porque estamos “en las cosas de Dios”, automáticamente somos buenos para con nuestro prójimo y agradables a los ojos de Dios. Toda vez que pensamos así, nos convertimos en los modernos escribas y fariseos. Para no caer en esta tentación, además del auxilio de la gracia y de tener siempre presentes de que Dios escudriña hasta lo más profundo de nuestro ser y que ni el más mínimo pensamiento escapa a su sabiduría divina, debemos humillarnos ante la Presencia de Dios -en la oración particular y personal, a ejemplo del publicano de la parábola- y considerarnos peores que nuestros prójimos, es decir, considerar siempre a nuestro prójimo como “superior a nosotros”, tal como lo dice la Escritura.

viernes, 23 de febrero de 2018

“Si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos”




“Si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20-26). Jesús advierte claramente que para entrar en el Reino de los Cielos, el cristiano debe mostrar “una justicia superior” a la de los fariseos. Acto seguido, da un ejemplo concreto acerca de qué es esta “justicia superior” que debe caracterizar al cristiano, tomando un mandamiento de la Ley de Moisés, relativo al homicidio. Jesús dice: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego”. Es decir, antes de Jesús –antes de la Encarnación del Verbo- era suficiente, para cumplir con la Ley de Dios, el “no matar” al prójimo; sin embargo, ahora, a partir de la Encarnación del Verbo, ya no basta con “no matar” exteriormente –es decir, no basta con no cometer homicidio físico-, sino que es necesario “no matar” al prójimo con la irritación, el enojo, la ira y la maledicencia. Ahora, quien se irrita, se enoja y maldice a su prójimo –aun cuando todo esto no sea manifestado al exterior de la persona-, comete un pecado ante los ojos de Dios y merece la reprobación divina a tal grado que, si muere con estos pecados –principalmente, la ira y la maldición-, incluso puede condenarse en el Infierno: “El que lo maldice, merece la Gehena de fuego”.
Luego Jesús revela de qué manera debe el cristiano obrar para que su justicia sea perfecta y sea la causa de merecer el Reino de los Cielos: “Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda”. Además de evitar estos pecados, el cristiano debe reconciliarse con aquel prójimo con el cual está enemistado, porque solo de esta manera, su ofrenda será aceptada por Dios.
La razón de esta justicia superior es que, a partir de Él, a partir de Jesús, el alma, por la gracia santificante participa de la vida de Dios Trino, por lo cual se debe excluir del corazón y del alma no solo el pecado mortal y el venial, sino incluso hasta la más mínima imperfección, puesto que Dios es Perfectísimo y es la Santidad Increada en sí misma. Además, en virtud de la gracia santificante, el alma está ante la Presencia de Dios, por así decirlo, ya desde esta vida terrena, de manera análoga a como están ante la Presencia de Dios los ángeles y los bienaventurados en el Cielo y así también, como en el Cielo es impensable que alguien, ante la Presencia de Dios, manifiesta la más ligera malicia –porque de lo contrario no puede estar ante la Presencia de Dios-, así también el alma del cristiano en gracia, estando ante la Presencia de Dios, no puede consentir interiormente –y mucho menos, manifestarlo exteriormente- no solo el pecado, sino ni siquiera la más ligera imperfección. A esto es lo que se refiere Jesús cuando dice: “Sed perfectos, como vuestro Padre del Cielo es perfecto” (Mt 5, 48).

martes, 23 de agosto de 2016

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que descuidan la justicia, la misericordia y la fidelidad!”


“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas, que descuidan la justicia, la misericordia y la fidelidad!”. Jesús se queja de los fariseos, que eran personas religiosas, y les reprocha que justamente ellos, que son religiosos, se han olvidado de lo esencial de la religión: la justicia, la misericordia y la fidelidad. La religión es la relación con Dios, que es Uno y Trino, y así como sucede entre humanos que, cuando se quiere entablar una relación de amistad, se debe tener valores en común –“lo semejante llama a lo semejante”-, dice Aristóteles, así también con Dios, el hombre debe tener en común con Dios aquello que distingue a Dios, que es la justicia, la misericordia y la fidelidad. Dios es Justo, de lo contrario, si fuera in-justo, sería imperfecto y por lo tanto dejaría de ser Dios, que es infinitamente perfecto; Dios es misericordioso y, aún más, es la misericordia en Persona y fuente de toda misericordia; Dios es fiel, porque la fidelidad es una característica de la perfección del Ser divino trinitario. Por lo tanto, si el hombre quiere ser religioso, es decir, si quiere establecer un diálogo de amor y una comunión de vida con las Tres Divinas Personas, debe ser –o, al menos, tratar de ser- justo, misericordioso y fiel. De lo contrario, es decir, si el hombre es injusto, inmisericordioso e infiel, no puede entablar una relación religiosa con Dios y, aunque se vista como religioso, aunque vaya al templo todos los días, aunque lea la Palabra de Dios todos los días, sus actos de religión no le valen de nada ante Dios, porque no son agradables a Dios.
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas, que descuidan la justicia, la misericordia y la fidelidad!”. Debemos tener en cuenta que el reproche de Jesús no se dirige a ateos, es decir, a quienes no creen en Dios; no se dirige a quienes no frecuentan el templo: se dirige a hombres religiosos, los fariseos, que están en el templo todo el día, pero que a pesar de eso, se han olvidado –han dejado de lado- lo que, por estar en el templo, deberían tener en primer lugar: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Siendo religiosos, se han vuelto injustos, carentes de misericordia, e infieles a Dios, porque lo han abandonado por el culto de sí mismos.
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas, que descuidan la justicia, la misericordia y la fidelidad!”. Jesús califica duramente a los fariseos, llamándolos “hipócritas”, pero no debemos creer que ese reproche se limita solo a ellos, porque como cristianos, formamos el Nuevo Pueblo Elegido, y si no somos justos, misericordiosos y fieles a Dios, también a nosotros nos cabe el mismo reproche y la misma advertencia de Jesús: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas, que descuidan la justicia, la misericordia y la fidelidad!”. Para que Jesús no nos tenga que reprochar como a los fariseos, tenemos que procurar ser justos –es una injusticia, por ejemplo, que un cristiano ame más al dinero que a Dios-, misericordiosos –practicando las obras de misericordia que nos indica la Iglesia- y fieles –sobre todo a Dios, no abandonando la Misa dominical por las distracciones mundanas-.


viernes, 28 de agosto de 2015

“¡Hipócritas! Dejan de lado el mandamiento de Dios, para seguir la tradición de los hombres”


(Domingo XXII - TO - Ciclo B – 2015)

“¡Hipócritas! Dejan de lado el mandamiento de Dios, para seguir la tradición de los hombres” (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23). Jesús trata muy duramente a los judíos: les dice “hipócritas”. Para entender adecuadamente el alcance del adjetivo de Jesús –hipócritas- dirigido a los fariseos, es necesario tener en cuenta, por un lado, el significado de la palabra; por otro, aquellos a quienes es dirigida y, finalmente, la razón por la cual Jesús les dirige este duro calificativo. Ante todo, el hipócrita es el que, por su doblez de corazón, aparenta ser algo por fuera, mientras que por dentro, en su interior, es lo exactamente opuesto. El hipócrita es esencialmente un falso, un mentiroso, que se vuelve hijo de Satanás por su mentira, puesto que Satanás es el “Padre de la mentira” (cfr. Jn 8, 44). La hipocresía del falsario, del mentiroso, se origina en su interior, en la doblez de su corazón: mientras con una cara de su corazón muestra dulzura al prójimo y piedad ante Dios, con la otra cara, piensa mal de su prójimo, mientras que para con Dios, la falsedad se muestra en el culto que le rinde, porque es un culto vacío del amor a Dios y, por lo tanto, falso. El hipócrita, además de mentiroso, es orgulloso, es decir, además de hablar mal del prójimo y de rendir un culto falso a Dios, carente de amor, no permite que se le haga ninguna corrección, porque su soberbia le impide reconocer cualquier error en sí mismo. La soberbia es una especie de ceguera espiritual que impide el ver los pecados propios, a la par que acentúa los defectos del prójimo.
El otro aspecto a considerar es aquellos a quienes es dirigida la calificación de hipócritas, los fariseos y los escribas de la Ley: eran personas fundamentalmente religiosas, que conocían la Palabra de Dios, que asistían a las ceremonias religiosas; por lo tanto, uno podría esperar que Jesús les hubiera dirigido una palabra amable. Sin embargo, a pesar de usar vestimenta religiosa, a pesar de hablar de Dios y de su Ley, a pesar de estar todos los días en el templo, Jesús los califica duramente: “¡Hipócritas!” y esto se debe a que, en su soberbia, pensaban que lo que ellos interpretaban acerca de la Palabra de Dios, tenía más valor que la Palabra de Dios en sí misma. Los escribas y fariseos, a pesar de estar todos los días en el templo, con sus cuerpos, no están, sin embargo, con sus corazones, en Presencia de Dios. Están materialmente en el templo de Dios, pero espiritualmente están lejos de Él, porque en sus corazones no hay amor a Dios, como así tampoco hay misericordia hacia el prójimo. Ocupan material y físicamente un espacio en el templo de Dios, pero sus corazones, falsos y vacíos del Amor Divino, le pertenecen a Satanás y eso es lo que Jesús quiere decir cuando les dice: "Sinagoga de Satanás" (cfr. Ap 6, 9).
El último aspecto a tener en cuenta es la razón por la cual Jesús los trata tan duramente y esta razón está dada por el mismo Jesús: “Dejan de lado el mandamiento de Dios, para seguir la tradición de los hombres”. Ésta es la razón principal por la cual Jesús trata de “hipócritas” a los fariseos, a los hombres religiosos de su tiempo: porque aparentando ser hombres de Dios, han dejado de lado su Ley y sus mandamientos –el primero de todos, el que obliga a un triple amor: a Dios, a los hombres y a uno mismo-, para seguir sus propios mandamientos, sus propias tradiciones. Siendo religiosos, han vaciado la religión de su verdadero contenido: "la misericordia, la justicia y la fidelidad" (cfr. Mt 23, 23-26), para reemplazarla por la dureza de corazón y la frialdad en el amor debido hacia Dios. 
Por fuera, aparentan ser hombres religiosos, piadosos, buenos, cargados de nobles sentimientos de piedad, de fervor, de amor a Dios y al prójimo, pero por dentro, sus corazones hierven en el desprecio del prójimo y de Dios, porque son fríos e indiferentes para con el prójimo y en cuanto a Dios, no lo sirven a Él, el Único Dios verdadero, sino que sirven al demonio, siendo sus hijos predilectos, llenos de mentira y de soberbia, al igual que el Príncipe de la mentira. Es por eso que cual Jesús los llama, también duramente, “sepulcros blanqueados” (cfr. Mt 23, 27ss), porque así como un sepulcro, por fuera aparece hermoso, pero por dentro está lleno de “huesos de muertos y de podredumbre”, como lo dice el mismo Jesús, así también son los fariseos y los escribas de la Ley: por fuera parecen hombres piadosos, religiosos y buenos, pero por dentro, sus corazones están llenos de malicia, de mentira y de soberbia.

“¡Hipócritas! Dejan de lado el mandamiento de Dios, para seguir la tradición de los hombres”. Tengamos bien presentes las palabras de Jesús porque también nosotros podemos caer en el mismo error de los escribas y fariseos, y de hecho lo hacemos, toda vez que nos olvidamos que la esencia de la religión es el encuentro con el Dios Amor, encarnado en Jesús de Nazareth, y que de ese encuentro, en el que Jesús nos da su Amor, contenido en su Sagrado Corazón Eucarístico, deriva la obligación de tratar a nuestro prójimo, no solo de modo respetuoso y afable, sino ante todo, con el Amor mismo recibido del encuentro con Jesús en la Eucaristía. Sólo si a nuestro prójimo lo tratamos con el Amor misericordioso de Jesucristo, seremos verdaderos “hijos de Dios Padre” y sólo así nuestra religión será verdadera, porque es en eso en lo que consiste la verdadera religión: en amar a Dios, al prójimo y  a uno mismo con el Amor con el que nos ama Jesús, y esto lo podremos hacer solo si tenemos ese encuentro personal con Jesús, en la Eucaristía y en la Cruz. En caso contrario, si somos duros de corazón con nuestro prójimo –pensando siempre mal, hablando mal y obrando mal-, sólo seremos hijos de Satanás, esclavos del odio, de la mentira y de la soberbia, y seremos merecedores del duro calificativo de Jesús dirigidos a los escribas y fariseos: “¡Hipócritas!”. Esto nos hace ver también que es un grave error pensar que por el solo hecho de rezar, de confesarnos, de asistir a misa, estamos exentos de ser nosotros mismos unos hipócritas, porque si ofendemos a nuestro prójimo, ni somos caritativos con él, ni le damos a Dios el culto que se merece, con lo cual nos volvemos como los fariseos: mentirosos, falsarios y soberbios

martes, 25 de agosto de 2015

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas!”


“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas!” (Mt 23, 23-26). Jesús se dirige a los escribas y a los fariseos, tenidos por conocedores de la Ley y por practicantes de la religión, y a diferencia de lo que podría pensarse, se dirige a ellos, pero no para alabarlos, sino para lamentarse por ellos y para advertirles de la necesidad de un cambio inmediato en su conducta y en su proceder.
La razón por la cual Jesús se lamenta y los califica tan duramente –“hipócritas”, les dice-, la da el mismo Jesús: los escribas y fariseos han olvidado la esencia de la religión, que son “la justicia, la misericordia y la fidelidad”. Al olvidar la esencia, se han quedado con la superficie de la religión, que es el cumplimiento meramente exterior de normas, reglas y preceptos: los escribas y fariseos son expertos en su cumplimiento, y así aparentan por fuera ser muy religiosos, pero la religión que practican es una religión injusta, inmisericorde, e infiel. Injusta, porque comete injusticias contra Dios, porque se le niega el verdadero culto y se le da uno falso; inmisericorde, porque no tiene misericordia de los más necesitados –se justifica el desatender a los padres si es por el oro del altar-; infiel, porque al abandonar a Dios, se postran ante el dinero.

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas!”. La recriminación de Jesús puede caernos a cualquiera de los cristianos, puesto que nadie está exento de cometer el mismo error. También nosotros podemos pensar que la religión consiste en cumplir exteriormente los preceptos, pero si nos olvidamos de la justicia, y de la fidelidad, pero sobre todo, si nos olvidamos de la misericordia, nos hacemos merecedores del mismo reproche de Jesús a escribas y fariseos: “¡Hipócritas!”, aunque con un agravante: mientras los escribas y fariseos no tuvieron la oportunidad de unirse al Amor de Dios, encarnado en Jesús, nosotros, por el contrario, hemos tenido muchísimas mayores oportunidades de hacerlo, por la comunión eucarística, por lo que el reproche –en caso de que Jesús nos lo haga- será mucho más duro en nuestro caso.

domingo, 8 de septiembre de 2013

"Los escribas y los fariseos querían encontrar algo de qué acusarlo"

         

       "Los escribas y los fariseos querían encontrar algo de qué acusarlo" (Lc 6, 6-11). Mientras Jesús se compadece de un hombre que tiene la mano paralizada, los escribas y fariseos, hombres religiosos, desprecian el gesto de misericordia de Jesús y se concentran en las supuestas faltas legales que pueda hacer, para tener "de qué acusarlo". Detrás de este gesto doblemente maligno -impiadoso para el hombre enfermo, porque no les interesa su curación, y agresivo hacia Jesús, porque quieren acusarlo-, se encuentra el Príncipe de las tinieblas que, sabiendo quién es Jesús, lanza en su contra a hombres que aparentan ser religiosos por fuera, pero que destrozan a su prójimo con sus actos malintencionados. En el fondo, el ataque del demonio es contra Dios, representado en el hombre con la mano paralizada, puesto que el prójimo es imagen de Dios -en este caso, el hombre con la mano paralizada-, pero es también un ataque contra Dios en Persona que se ha encarnado, en la Persona del Hijo, en Jesús de Nazareth.
          Muchos cristianos, en la Iglesia, repiten el gesto malintencionado de los escribas y fariseos: mientras aparentan piedad y devoción por fuera -pues asisten a Misa, se confiesan y comulgan-, no dejan sin embargo de tramar contra el prójimo, murmurando contra él y buscando su daño de múltiples maneras, contradiciendo así a la condición de cristianos, que debe caracterizarse por la compasión y la misericordia, y haciéndose merecedores del calificativo de "hipócritas" dado por Jesús en persona a quien, aparentando ser religioso, se comporta con falsedad.
          Muchos en la Iglesia imitan a los escribas y fariseos y se convierten en aliados conscientes e inconscientes del Príncipe de las tinieblas, toda vez que murmuran contra el prójimo, atribuyéndole malicia y negando la misericordia.

          "Los escribas y los fariseos querían encontrar algo de qué acusarlo". Como cristianos, debemos cuidarnos mucho de enjuiciar a nuestro prójimo y de faltar a la caridad y a la compasión, porque la hipocresía religiosa es una de las cosas que más aleja al alma de Dios, y la aleja tanto más, cuanto más aparenta el alma ser devota y practicante de la religión.