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lunes, 17 de mayo de 2021

“Simón Pedro, ¿Me amas?”

 


          “Simón Pedro, ¿Me amas?” (Jn 21, 15-19). Jesús resucitado le pregunta por tres veces a Pedro si lo ama y también por tres veces le pide que apaciente a su rebaño. Algunos autores afirman que la razón por la que Jesús le hace tres veces la misma pregunta, es porque así le está dando a Simón Pedro la oportunidad de reparar por las tres veces en las que el Vicario de Cristo, viéndolo prisionero de sus enemigos, lo negó cobardemente. Es decir, Pedro, como Vicario de Cristo, tenía una autoridad superior, por ser autoridad delegada por Dios Trino, a toda autoridad terrena o religiosa, pero Pedro cede al poder político-religioso de su momento -el Emperador romano y la sinagoga- y traiciona a Cristo, negándolo. Al contestar afirmativamente por tres veces que ama a Jesús, Simón Pedro puede reparar su acto de cobardía, llevado a cabo en la Pasión. Ahora bien, el amor a Jesucristo no es meramente declarativo, sino que implica obras y, todavía más que obras, implica el don de la propia vida. Esto se ve en el encargo que Jesús le da a Pedro: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”, es decir, cuida de mi Iglesia, resguárdala de los errores, de las herejías; protégela de los ataques del Enemigo Infernal; confírmalos en la verdadera fe católica, para que así puedan salvar sus almas. El amor a Cristo, por parte de Pedro, no se detiene entonces en la mera declaración, puesto que debe demostrarse por obras y esta obra es guiar a la Barca de Pedro, la Iglesia, hacia el Puerto Eterno de la Santísima Trinidad, en el Reino de los cielos. Pero tampoco aquí termina la tarea de Pedro: no sólo obrará como Vicario, para así demostrar su amor a Cristo, sino que también dará su vida por Cristo, y este donar su vida será de modo cruento, cuando Pedro muera crucificado cabeza abajo, para dar testimonio de Cristo y esto se lo anticipa proféticamente Jesús cuando le dice cómo habrá de morir: "Otro te llevará donde no quieras". Como vemos, el amor de Simón Pedro a Jesús va escalando y ascendiendo cada vez más, hasta hacerse perfecto del todo: comienza como amor declarativo, continúa como amor que obra -en este caso, las obras propias del Papa como Vicario de Cristo- y, por último, la oblación de la propia vida.

          “Simón Pedro, ¿Me amas?”. También a nosotros, en forma individual y personal, nos pregunta Jesús Eucaristía, desde el fondo del alma, si lo amamos. Y nosotros, imitando a Pedro, debemos declarar que sí lo amamos, pero también, al igual que Pedro, debemos demostrar ese amor, realizando obras de misericordia, corporales y espirituales. Por último, no sabemos si moriremos mártires como Pedro, pero sí debe estar, en la disposición de nuestras almas, el dar la vida martirialmente por Cristo, si llegara el momento y si así fuera la voluntad de Dios.

miércoles, 20 de febrero de 2019

“¡Quítate de mi vista, Satanás!”



“¡Quítate de mi vista, Satanás!” (Mc 8, 27-33). La impresionante reprimenda de Jesucristo al Papa, su propio Vicario, Simón Pedro, se da en el contexto de un diálogo sostenido entre Jesús, sus discípulos y Pedro. Lo que más impresiona es no tanto el calibre de la reprimenda, sino a quién es dirigida por Jesús en Persona: a su Vicario, el Papa, Simón Pedro.
Para entender la razón de tamaña reprimenda y el enojo de Jesús, hay que retroceder algunos versículos y reflexionar acerca del diálogo inmediato que la precede.
El diálogo inicia con una pregunta de Jesús, dirigida a sus discípulos en general, acerca de quién dice la gente que es Él; luego, les formula esa misma pregunta a los discípulos: “¿Y ustedes, quién dicen que Soy Yo?”. El primero en responder y en responder de modo correcto –“Tú eres el Mesías”- es Pedro y la razón es que él es el Vicario de Cristo y por lo tanto, está asistido por el Espíritu Santo, de manera que puede responder con total certeza quién es Cristo. De hecho, en los Evangelios paralelos, Jesús felicita a Pedro por esta respuesta y le revela que ha respondido así, no por él mismo, sino porque el Espíritu Santo lo ha iluminado: “Te felicito, Pedro, porque esto no te lo ha dicho ni la carne ni la sangre, sino el Espíritu de mi Padre”. Es decir, cuando Pedro contesta correctamente, es porque ha sido iluminado por el Espíritu Santo.
Sin embargo, acto seguido, después de felicitarlo por decir que Él es el Mesías, Jesús reprende duramente a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás!” y esta reprimenda se origina en el rechazo que Pedro hace de la Pasión del Señor: es decir, cuando Jesús les revela que Él tiene que “padecer mucho” y “morir” para luego resucitar al tercer día, Pedro “increpa” a Jesús, diciéndole que eso no puede suceder. Este rechazo de la Cruz es lo que origina la reprimenda de Jesús a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Tus pensamientos son los de los hombres, no los de Dios!”.
Entonces, en un primer momento, cuando Pedro, iluminado por el Espíritu Santo, reconoce que Jesús es el Mesías, Jesús lo felicita, pero en un segundo momento, cuando Pedro rechaza la Pasión y Muerte en Cruz del Mesías, Jesús lo reprende duramente. En la reprimenda se revela también, indirectamente, quién es el que está detrás de la negación de la Cruz: Satanás, que induce a Pedro a ver al Mesías de un modo puramente humano y en consecuencia, lo lleva a renegar de la Cruz. Pero oponerse a la Cruz es oponerse a la salvación de la humanidad, porque Jesús no es un mesías humano, sino el Hombre-Dios que, por su sacrificio en Cruz, librará a la humanidad de la esclavitud del pecado y le concederá su Espíritu, el Espíritu Santo.
El Evangelio nos enseña entonces que, cuando nosotros reconocemos a Cristo como el Hombre-Dios, como el Mesías redentor de la humanidad, entonces estamos dando asentimiento a una revelación del Espíritu Santo, pero cuando negamos la Cruz, entonces estamos en tinieblas, porque quien nos lleva al rechazo de la Cruz, es Satanás. Para no recibir la dura reprimenda de Jesús a Pedro, pidamos la gracia de no solo no rechazar la Cruz, sino de abrazarla con todo el amor del que seamos capaces.

jueves, 29 de noviembre de 2012

“Síganme y los haré pescadores de hombres”




“Síganme y los haré pescadores de hombres” (Mt 4, 18-22). Mientras camina a orillas del mar de Galilea, Jesús ve a dos pescadores, Andrés y Simón, y los invita a seguirlo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. El Evangelista Mateo destaca la prontitud de la respuesta de los dos hermanos: “Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron”. Lo mismo sucede más adelante, con la llamada a otros dos hermanos, Santiago y Juan: la respuesta es inmediata. Visto con ojos humanos, la escena no tiene explicación alguna; en efecto, ¿qué podría justificar, humanamente hablando, que dos experimentados pescadores, Andrés y Simón Pedro, y luego también Santiago y Juan, dejaran un oficio de sobras conocido por ellos, y sobre todo vital, ya que de ese oficio dependía el sustento propio y de sus familias, por el llamado de un extraño que los invita a un nuevo oficio, todavía más extraño, ser “pescadores de hombres”?
Lo que no tiene explicación humana, tiene explicación divina: Jesús es Dios, y por eso su llamada no es la de un mero hombre, sino la del Hombre-Dios; al llamar, Jesús infunde su Espíritu, y es este Espíritu quien, en una iluminación celestial, fugaz pero profundísima, porque ilumina la raíz del ser, hace vislumbrar a San Andrés, a Pedro, a Santiago y a Juan, en centésimas de segundos, que parecen cientos de años, la magnitud de la empresa a la que Jesús los llama: ser “pescadores de hombres” quiere decir que ahora pescarán almas en el mar de la historia y de la vida humana, para salvarlas de la perdición, incorporándolas a la Barca que es la Iglesia; ser “pescadores de hombres” quiere decir que aprenderán un nuevo oficio, no el antiguo de pescadores de peces, en el que utilizaban una red de hilo para atrapar peces, sino que ahora pescarán almas humanas, y para ello utilizarán una Red Nueva, Cristo Jesús; ser “pescadores de hombres” quiere decir que los llama a ser sacerdotes de su Iglesia, que transubstanciarán el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, en la Santa Misa, y perdonarán los pecados con el sacramento de la Penitencia, y santificarán toda la vida humana del Nuevo Pueblo de Dios, por medio de la administración de los sacramentos, manantiales de gracia divina; ser “pescadores de hombres”, significa que los llama a dar testimonio de Él, Hombre-Dios, con la ofrenda de su vida, para que por ese testimonio, muchos hombres se salven y entren en la Iglesia, “fuera de la cual no hay salvación”.
“Síganme y los haré pescadores de hombres (…) Inmediatamente (…) lo siguieron”. También a nosotros, como a Andrés y a los Apóstoles, nos llamó Jesús, no caminando a orillas del mar de Galilea, sino en el momento de nuestro bautismo, y renueva esa llamada en cada comunión eucarística. También nosotros, como Andrés y los Apóstoles, debemos dejar “inmediatamente” nuestro hombre viejo, y seguir a Jesús según nuestro estado de vida, para ayudarlo en su tarea de salvar almas.