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sábado, 6 de julio de 2024

“¿Qué sabiduría le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María”


 


(Domingo XIV - TO - Ciclo B - 2024)

         “¿Qué sabiduría le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María” (Mc 6, 1-6). La multitud que escucha a Jesús y que también es testigo de sus milagros -resurrección de muertos, multiplicación de panes y peces, expulsión de demonios- es protagonista de una paradoja: son testigos de su sabiduría y de sus milagros, que hablan de la divinidad de Jesús pero, al mismo tiempo, no pueden establecer la conexión que hay entre esa sabiduría y esos milagros con Jesús, ya que si lo hicieran, no dudarían, ni por un instante, de que Jesús es Quien Él dice ser, el Hijo de Dios encarnado.

“¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 1-6). Las palabras de los vecinos de Jesús reflejan lo que constituye uno de los más grandes peligros para la fe: el acostumbramiento y la rutina ante lo maravilloso, lo grandioso, lo desconocido, lo que viene de Dios. Tienen delante suyo al Hombre-Dios, a Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, que obra milagros, signos y prodigiosos portentosos, jamás vistos entre los hombres, y desconfían de Jesús; tienen delante suyo a la Sabiduría encarnada, a la Palabra del Padre, al Verbo eterno de Dios, que ilumina las tinieblas del mundo con sus enseñanzas, y se preguntan de dónde le viene esta sabiduría, si no es otro que “Jesús el carpintero, el hijo de María”.

El problema del acostumbramiento y la rutina ante lo maravilloso, es que está ocasionado por la incredulidad, y la incredulidad, a su vez, no deja lugar para el asombro, que es la apertura de la mente y del alma al don divino: el incrédulo no aprecia lo que lo supera; el incrédulo desprecia lo que se eleva más allá de sus estrechísimos límites mentales, espirituales y humanos; el incrédulo, al ser deslumbrado por el brillante destello del Ser divino, se molesta por el destello en vez de asombrarse por la manifestación y en vez de agradecerla, trata de acomodar todo al rastrero horizonte de su espíritu mezquino.

“¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?”. La pregunta refleja el colmo de la incredulidad, porque en vez de asombrarse no solo por la Sabiduría divina de las palabras de Jesús, sino por el hecho de que la Sabiduría se haya encarnado en Jesús, se preguntan retóricamente por el origen de Jesús, como diciendo: “Es imposible que un carpintero, ignorante, como es el hijo de María, pueda decir estas cosas”.

Lo mismo que sucedió con Jesús, hace dos mil años, sucede todos los días con la Eucaristía y la Santa Misa: la mayoría de los cristianos tiene delante suyo al mismo y único Santo Sacrificio del Altar, la renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, y continúan sus vidas como si nada hubiera pasado; asisten al Nuevo Monte Calvario, el Nuevo Gólgota, en donde el Hombre-Dios derrama su Sangre en el cáliz y entrega su Cuerpo en la Eucaristía, y siguen preocupados por los asuntos de la tierra; asisten al espectáculo más grandioso que jamás los cielos y la tierra podrían contemplar, el sacrificio del Cordero místico, la muerte y resurrección de Jesucristo en el altar, y continúan preocupados por el mundo; asisten, junto a ángeles y santos, a la obra más grandiosa que jamás Dios Trino pueda hacer, la Santa Misa, y están pensando en los afanes y trabajos cotidianos.

El acostumbramiento a la Santa Misa hace que se pierda de vista la majestuosa grandiosidad del Santo Sacramento del Altar, que esconde a Dios en la apariencia de pan, y es la razón por la cual los niños y los jóvenes, apenas terminada la instrucción catequética, abandonen para siempre la Santa Misa; es la razón por la que los adultos se cansen de un rito al que consideran vacío y rutinario, y lo abandonen, anteponiendo a la Misa los asuntos del mundo.

“¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?”, preguntan incrédulamente -y neciamente- los contemporáneos de Jesús, dejando pasar de largo y haciendo oídos sordos a la Sabiduría divina encarnada. “¿No es acaso la Misa, la de todos los domingos, la que no sirve para nada?”. Se dicen incrédulamente -y neciamente- los cristianos, dejando a la Sabiduría encarnada en el altar, haciendo vano su descenso de los cielos a la Eucaristía.

Para no caer en la misma incredulidad y necedad, imploremos la gracia no solo de no cometer el mismo error, sino ante todo de recibir la gracia de asombrarnos ante la más grandiosa manifestación del Amor divino, la Sagrada Eucaristía, Cristo Jesús, el Señor.

 

 


martes, 23 de abril de 2024

“Les dije que Soy el Mesías, pero ustedes no creen”

 


“Les dije que Soy el Mesías, pero ustedes no creen” (Jn 10, 22-30). Los judíos le preguntan a Jesús si es o no el Mesías y Jesús les responde que ya se los dijo, pero que ellos “no creen”: “Les dije que Soy el Mesías, pero ustedes no creen”. Y luego les dice algo que tiene que ayudarlos a creer en que Él es el Mesías y son sus milagros: “Las obras -los milagros- que Yo hago, dan testimonio de Mí”. La consecuencia de no creer en los milagros de Jesús es el apartarse de Él y no formar parte de su rebaño: “Ustedes no creen, porque no son de mis ovejas”.

Es decir, Jesús se auto-proclama Mesías e Hijo de Dios, Salvador y Redentor de la humanidad, y para eso, no solo dice que es Dios, sino que hace “obras” -milagros- que sólo Dios puede y por esta razón atestigua, con sus milagros, que Él es quien dice ser, Dios Hijo encarnado. Si alguien se auto-proclama Dios pero no es capaz de hacer los milagros que solo Dios puede hacer, como los hace Jesús -resucitar muertos, multiplicar panes y peces, expulsar demonios, curar toda clase de enfermedades-, entonces ese tal es un estafador, un mentiroso y no es el Dios que dice ser. Pero Jesús no solo dice que es Dios, sino que hace obras que solo Dios puede hacer, por eso dice que sus obras dan testimonio de Él.

El problema de los judíos es que, viendo con sus propios ojos los milagros que hace Jesús, no es que no crean, sino que no quieren creer, lo cual significa que voluntariamente rechazan la luz de la gracia que Dios les concede para que crean en Jesús. Por eso su pecado, el pecado voluntario de incredulidad, es irreversible y los aparta de Dios.

Ahora bien, no solo los judíos cometen este pecado fatal, el de la incredulidad, no creyendo en los milagros de Jesús y apartándose así del mismo Jesús: también muchos católicos, luego del período de formación catequética, deciden no creer o mejor no querer creer en lo que aprendieron en el Catecismo, principalmente que Jesús es Dios y está Presente en Persona, con todo el Amor de su Sagrado Corazón, en la Eucaristía y es así que la inmensa mayoría de católicos, terminado el período de instrucción, abandonan voluntariamente la Iglesia, dejando a Jesús Eucaristía solo en el sagrario.

“Les dije que Soy el Mesías, pero ustedes no creen”. Cualquiera que acuda a la Sagrada Eucaristía con fe y con amor y en estado de gracia; cualquiera que haga Adoración Eucarística, puede dar fe que Jesús es Dios, es el Mesías, el Redentor y el Salvador de la humanidad. Si alguien no cree en estas verdades de la fe católica, es porque está cometiendo el mismo error de los judíos: no querer creer, para hacer, no la voluntad de Dios, sino la voluntad propia, que termina siendo la del Ángel caído. Y precisamente, esto último es lo peor que le puede sucede a quien elige no creer en Cristo: indefectiblemente, creerá y se hará esclavo del Anticristo.

 

 

sábado, 30 de marzo de 2024

“¿Quién pretendes ser?”

 


“¿Quién pretendes ser?” (cfr. Jn 8, 51-59). Llevados por su ceguera voluntaria, los judíos cometen el peor de los pecados, el pecado que no tiene perdón ni en esta vida ni en la otra y es el pecar contra el Espíritu Santo. Cometen este gravísimo pecado cuando, yendo contra toda la evidencia y contra todo el peso de la prueba de los milagros de Jesús, que atestiguan que Él es el Hijo de Dios encarnado, los judíos se obstinan en negar los milagros, se obstinan en negar su divinidad y, en el colmo de la malicia, atribuyen al demonio los milagros que hace Jesús, acusándolo de “estar endemoniado” y de “pretender hacerse pasar por Dios”: “Estás endemoniado, ¿quién pretendes ser?”.

Ahora bien, no debe sorprendernos la ceguera de los judíos, por cuanto pueda ser voluntaria. Puede ser que, con la distancia del tiempo, lleguemos a darnos cuenta de su ceguera y a reprocharles también nosotros la razón por la cual niegan los milagros que hace Jesús y que dan cuenta de su divinidad. En efecto, cuando leemos en el Evangelio los milagros que hace Jesús -resucitar muertos, curar todo tipo de enfermos, perdonar pecados, multiplicar panes y peces, expulsar demonios-, podemos decir que es relativamente fácil darnos cuenta de lo portentoso de sus milagros y de lo incomprensible que resulta la actitud negadora de los judíos. Sin embargo, también a nosotros nos sucede lo mismo que a ellos y todavía con un agravante y es que Jesús realiza, en cada Santa Misa, delante de nuestros ojos, por medio de la liturgia eucarística y a través del sacerdote ministerial, un milagro que es infinitamente más grandioso que cualquiera de los milagros realizados delante de los judíos y es la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre. Y nosotros, repitiendo y agravando la actitud negadora de los judíos, permanecemos impasibles y con total frialdad frente a este Milagro de los milagros, la Eucaristía, pasando a comulgar con una indiferencia y frialdad que asusta a los ángeles mismos de Dios y que hace regocijar a los demonios, quienes ven cómo consumimos la Divinidad del Señor Jesús, oculta en apariencia de pan y vino, como si se tratase de solo un poco de pan bendecido y nada más.

No repitamos el error de los judíos, no seamos impasibles frente al Amor de los amores, que se nos entrega con todo su Ser divino bajo la apariencia de pan y vino.

lunes, 12 de febrero de 2024

“A esta generación no se le dará otro signo”

 


“A esta generación no se le dará otro signo” (Mc 8, 11-13). Los fariseos le piden a Jesús un signo del cielo para creer en Él, pero Jesús les responde que “no se les dará ningún signo”. La razón es que no es que no se les hayan dado signos o milagros, como para convencerlos de que Él es Dios, que Él es el Mesías que viene del cielo: por el contrario, se les han dado innumerables signos que indican que Él es el Mesías al cual esperan y del cual hablan los profetas, pero los fariseos son obstinados y enceguecidos y no quieren ver, porque no se trata de que no se han dado cuenta, sino de que se han dado cuenta, pero han rechazado los signos que Jesús ha hecho, sus innumerables milagros, como resucitar muertos, multiplicar panes y peces, curar enfermos, expulsar demonios. Los fariseos son obcecados y voluntariamente cierran sus ojos espirituales para no ver los signos que da Jesús.

Por último, no se les dará un signo, porque además de los signos o milagros que Jesús ha hecho, el mayor signo es Él mismo, Él, Jesús de Nazareth en Persona, es el signo más claro y evidente de que el Reino de Dios ha venido a los hombres y de que Él es el Mesías al que han esperado durante siglos. Pero como los fariseos, los escribas, los doctores de la ley, permanecen en su obstinación y en su ceguera, no quieren reconocer que Jesús es el Mesías y por eso piden un signo y Jesús les dice que “no les será dado”.

De manera análoga, sería como pedirle a la Iglesia Católica “un signo” que demostrase que Ella es la Verdadera Iglesia de Dios y tampoco se les daría ningún signo, porque ya los signos que la Iglesia da -los Sacramentos y el principal de todos, la Eucaristía-, demuestran que la Iglesia Católica es la Única y Verdadera Iglesia del Único y Verdadero Dios.

No repitamos los errores de los fariseos y no pidamos a la Iglesia signos que no serán dados; por el contrario, centremos la mirada del espíritu y del corazón en el Signo o Milagro por excelencia, la Sagrada Eucaristía, el signo que nos conduce al Reino de Dios.

sábado, 7 de octubre de 2023

“¡Ay de ti Corozaín, Ay de ti Betsaida, Ay de ti Cafarnaúm, si en las ciudades paganas se hubieran hecho los milagros hechos en ustedes, hace rato se habrían convertido!”


 

“¡Ay de ti Corozaín, Ay de ti Betsaida, Ay de ti Cafarnaúm, si en las ciudades paganas se hubieran hecho los milagros hechos en ustedes, hace rato se habrían convertido!” (cfr. Lc 10, 13-36). Jesús se lamenta por las ciudades hebreas y la razón es que estas ciudades, en las cuales Jesús ha realizado innumerables prodigios y milagros, a pesar de eso, no se han convertido al Señor y han continuado sus vidas de pecado y las contrapone con ciudades paganas, como Tiro y Sidón, en donde no se hicieron estos milagros, pero si se hubieran hecho, dice Jesús, “hace tiempo que se habrán convertido, vestidos de sayal y sentados en ceniza”.

Jesús se lamenta por las ciudades hebreas porque estas, a pesar de los milagros realizados en ellas por el Hombre-Dios, en vez de convertirse, han endurecido sus corazones y han persistido en el pecado, en la idolatría, en el rechazo del verdadero Dios. Al mismo tiempo, nombra a ciudades paganas en las que no se realizaron esos milagros, pero como Él es Dios, sabe que si en estas ciudades se hubieran hechos los mismos milagros que en las ciudades hebreas, habrían reconocido a Cristo como al Mesías y habrían hecho penitencia, como signo de la conversión del corazón.

“¡Ay de ti, Corozaín!”. La misma queja, los mismos ayes, los dirige Jesús hoy, desde el sagrario, a una gran cantidad de católicos, comparándolos también con los paganos, con los que no conocen la verdadera y única Iglesia de Dios, la Iglesia Católica, porque de haber conocido estos milagros, hace rato se habrían convertido.

En otras palabras, los “ayes” de Jesús, dirigidos a las ciudades hebreas, se dirigen a nosotros, las personas que, por el bautismo, pertenecemos al Nuevo Pueblo Elegido. En las ciudades están representadas las personas y así, en las ciudades judías como Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, debemos vernos reflejados nosotros, porque en nosotros Dios obró milagros, prodigios y maravillas que no recibieron los que viven en el paganismo. Por ejemplo, Dios nos ha concedido la gracia de la filiación divina en el Bautismo sacramental; nos ha concedido alimentarnos con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad con la Eucaristía; nos ha concedido el don de la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, por la Confirmación, y todos estos son dones de gracia admirables que no han recibido innumerables personas de buena voluntad que están en religiones falsas o en sectas y que, si los hubieran recibido, hace rato se habrían convertido hacia Jesús Eucaristía. Si no queremos escuchar, de parte de Jesús, estos “ayes” en el Día Terrible del Juicio Final, empecemos por reconocer los grandes dones y milagros que Jesús ha obrado en nosotros y comencemos la conversión eucarística, dando frutos de santidad -mansedumbre, templanza, paciencia, caridad, fortaleza, alegría, obras de misericordia-, de manera que nos encontremos en grado de ganar el Reino de los cielos.

lunes, 17 de julio de 2023

“¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras”

 


 “¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras” (Mt 11, 20-24). El Evangelio es muy explícito en cuanto a lo que Jesús dice: es un “reproche” a ciudades hebreas, a ciudades en donde Él hizo abundantes milagros de todo tipo, pero a pesar de esto, “no se han convertido”, es decir, no han cambiado su comportamiento, no han demostrado con un cambio de vida que refleje que verdaderamente creen en Dios y en su Mesías, Jesucristo. Esta indiferencia, por parte de las ciudades hebreas, a los milagros obrados por Jesús, no será pasada por alto por Dios en el Día del Juicio Final: quienes fueron testigos o receptores de milagros y aun así no cambiaron de vida, no convirtieron sus corazones y continuaron viviendo como paganos, serán juzgados mucho más severamente que aquellas ciudades -Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra- en las cuales Jesús no hizo milagros. Jesús les reprocha a estas ciudades su dureza de corazón, su frialdad y su indiferencia y les advierte que las ciudades en las que predomina el pecado pero no se realizaron milagros, recibirán un mejor trato por la Justicia Divina en el Día del Juicio Final.

Ahora bien, las ciudades hebreas representan a los cristianos, a los bautizados en la Iglesia Católica, por lo que el reproche quedaría así: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”. La razón del reproche para los cristianos que no llevan una vida cristiana y que serán juzgados mucho más severamente en el Día del Juicio Final que los paganos, es que dichos cristianos recibieron los más grandes milagros que Dios puede hacer por un alma: entre otros muchísimos dones espirituales, Dios les concedió, por el Bautismo, la gracia de quitarles el pecado original y los convirtió en hijos adoptivos de Dios; por la Eucaristía, les dio como alimento de sus almas su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; por la Confirmación, les dio su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo y aun así no se convirtieron, continuaron sus vidas como si Dios no hubiera hecho nada por ellos, continuando sus vidas como si no hubieran recibido nada de parte de Dios y por eso mismo, en el Día del Juicio Final, los paganos serán juzgados con más benevolencia que los cristianos que recibieron todo tipo de dones, gracias y milagros por parte de Dios y aun así no se convirtieron. Debemos vivir y obrar según la Ley de Dios y los consejos evangélicos de Jesús, si no queremos escuchar estas severas pero justas palabras de Jesús: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”.

miércoles, 14 de junio de 2023

“Id y proclamad que el Reino de Dios está cerca”

 


(Domingo XI - TO - Ciclo A – 2023)

         “Id y proclamad que el Reino de Dios está cerca” (Mt 9, 36-10, 8). Cuando Jesús da esta orden a sus discípulos, estos ya estaban, en cierta medida, preparados para esta misión: los Doce ya habían sido elegidos y además habían presenciado, en persona propia, la actividad de Nuestro Señor entre la gente, una actividad demasiado extraordinaria como para considerar que era obra de un ser humano[1]: Jesús había expulsado demonios, había curado enfermos de todo tipo, había resucitado muertos, había multiplicado panes y peces, es decir, había hecho obras sobrenaturales, llamadas “milagros” que son obras que demuestran un poder divino detrás de estas obras. En otras palabras, los Apóstoles habían sido testigos oculares del poder divino de Jesús, poder que confirmaba, con los milagros, que lo que Jesús decía de Él, que era Dios Hijo en Persona, era verdad. Los milagros de Jesús son la prueba más evidente de que Jesús es quien dice ser: Él se auto-proclama Dios Hijo y hace obras que solo Dios puede hacer, por lo tanto, Él es quien dice ser, Dios Hijo en Persona y esto ya lo habían comprobado los Apóstoles en el momento de recibir el encargo de la misión de evangelizar a todo el mundo: “Id y proclamad que el Reino de Dios está cerca”. Resaltar esta condición de Jesús como Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, es esencial para comprender la naturaleza de la misión de evangelización a la que envía Jesús, porque así como es el Rey, así es el Reino: el Rey es Dios, el Reino es el Reino de Dios. Además, que Jesús sea Dios, eso indica que Jesús no es un Mesías terreno, que ha de restaurar a un Israel terreno; Él es Rey, pero “no de este mundo”, tal como le dirá a Poncio Pilato y el Reino que los Apóstoles y con ellos, la Iglesia, tienen que proclamar como cercano, es el Reino de Dios, el Reino de los cielos, el Reino que está atravesando la barrera del tiempo y del espacio, el Reino que comienza en la eternidad del Ser divino trinitario y no termina más, porque es eterno como eterna es la Trinidad.

Otro aspecto que hay que tener en cuenta es que, además de enviarlos a proclamar el Reino de Dios, Jesús los hace partícipes de su poder divino, para que ellos, como sacerdotes, celebren la Santa Misa, curen a los enfermos, hagan exorcismos para expulsar demonios, etc. De este poder participado, alguien podría deducir que entonces Jesús ha venido para que la vida del hombre en la tierra sea mejor, porque si la Iglesia tiene poder para curar enfermedades, para expulsar demonios, entonces, es que la vida de los hombres se hace mucho más llevadera. Sin embargo, esto no es así: el mensaje central que deben proclamar los Apóstoles no es que Jesús ha venido para hacernos la vida terrena un poco más llevadera: ha venido para derrotar a los tres grandes enemigos de la humanidad -el Demonio, el pecado y la muerte- y para abrir las puertas del Reino de los cielos, cerradas hasta Jesús por el pecado original de Adán y Eva, siendo la Santa Iglesia Católica ya el Reino en germen, siendo los bautizados ya integrantes del Reino por la participación a la vida divina por la gracia y teniendo ya como anticipo al Rey del Reino de los cielos gobernando su Iglesia, por su Presencia Personal en la Eucaristía.

“Id y proclamad que el Reino de Dios está cerca”. Las palabras de Jesús a sus Apóstoles son palabras también dirigidas a nosotros ya que nosotros, como Iglesia, debemos también hacer el mismo anuncio de los Apóstoles, anunciar al mundo que el Reino de Dios está cerca. Muchas veces nos olvidamos de esta misión nuestra y pensamos que esta vida es la única vida o que los reinos de la tierra son nuestro destino y no es así: nuestro destino final es el Reino de Dios, pero para ingresar en él, debemos vivir en gracia, evitar el pecado y obrar la misericordia y recordar, todos los días de nuestra vida, que el Reino de Dios “está cerca”, tan cerca, como cera está nuestra partida hacia el otro mundo. En ese momento será nuestro ingreso en la eternidad, pero si no recibimos la gracia de los sacramentos, si no vivimos según la Ley de Dios, si no obramos la misericordia, no entraremos en el Reino de Dios, sino en otro reino, el de las tinieblas, el reino donde no hay redención. Obremos la misericordia y vivamos en gracias, para ser considerados dignos de ingresar en el Reino de los cielos.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Barcelona 1957, Editorial Herder, 382.

jueves, 23 de marzo de 2023

“Querían matarlo, pero no había llegado su Hora”

 


“Querían matarlo, pero no había llegado su Hora” (Jn 7, 1-2. 10.25-30). En los días previos a la Pasión y Muerte de Jesús, se pueden notar dos actitudes diametralmente opuestas, entre Jesús y los escribas y fariseos.

Por parte de Jesús, desde el inicio de su predicación pública, reveló que Él era el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, que Dios Padre era su Padre y que Él con el Padre, habrían de enviar al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad; además de revelar la Verdad, realizó muchísimos milagros de curación física y espiritual, multiplicó panes y peces, expulsó demonios, que son los que atormentan a los hombres; es decir, Jesús solo dijo la Verdad y solo obró el bien.

Por parte de los escribas y fariseos, que eran los hombres religiosos del tiempo de Jesús, los encargados del Templo y los custodios de la Ley, que obraban bajo apariencia de bien castigando escrupulosamente a quien no observara la Ley, mientras hacían de la religión un negocio, convirtiendo al Templo en un mercado, buscaban “matar” a Jesús, literalmente hablando, con lo cual demuestran su hipocresía religiosa y la doblez y malicia de sus corazones ennegrecidos por el odio, porque no tenían ninguna razón para matar a Jesús, ya que Él solo había dicho la verdad, que Él era el Hijo de Dios y solo había obrado el bien, realizando milagros y expulsando demonios.

“Querían matarlo, pero no había llegado su Hora”. Ahora bien, si nos sorprende esta actitud maligna por parte de fariseos y escribas, que querían matar a Jesús por el solo hecho de decir la verdad y obrar el bien, debemos reflexionar sobre nosotros mismos, ya que cuando cometemos un pecado, por pequeño que sea, demostramos la misma malicia, porque son nuestros pecados los que crucifican y terminan por matar a Jesús en la cruz. Por eso mismo, si al menos no nos mueve el amor, que nos mueva la compasión hacia Jesús, para no crucificarlo con nuestros pecados y hagamos el propósito de no lastimar a Jesús con nuestros pecados, hagamos el propósito de combatir por lo menos al pecado que con más frecuencia cometemos, para al menos dar un poco de alivio a Jesús crucificado.

 

miércoles, 1 de febrero de 2023

"¿Acaso no es el hijo del carpintero?”

 


“¿Qué son esos milagros y esa sabiduría? ¿Acaso no es uno de los nuestros, el hijo del carpintero?” (cfr. Mc 6, 1-6). Los contemporáneos de Jesús, al comprobar que Jesús posee una sabiduría sobrenatural, es decir, una sabiduría que es superior no solo a la humana sino a la angélica y que por lo tanto solo puede provenir de Dios, y al comprobar que Jesús realiza milagros de todo tipo -curaciones de enfermedades, exorcizar demonios, dar la vista a los ciegos-, se sorprenden, ya que se dan cuenta de que ni la sabiduría de Jesús ni sus milagros, se explican por su condición humana. Sin embargo, tampoco alcanzan todavía a comprender que Jesús posee esta sabiduría divina y realiza milagros que sólo Dios puede hacer, porque Él es Dios Hijo encarnado.

Esto sucede porque los contemporáneos de Jesús ven solo la humanidad de Jesús, y así piensan que es un vecino más entre tantos y por eso exclaman: “¿Acaso no es uno de los nuestros, el hijo del carpintero?”. A pesar de ver milagros y escuchar la Palabra de Dios, los contemporáneos de Jesús solo ven en Jesús al “hijo del carpintero”, al “hijo de María”. Y Jesús sí es el “hijo del carpintero”, pero es el hijo adoptivo, porque San José no es el padre biológico de Jesús y sí es “el hijo de María”, pero de María Virgen y Madre de Dios, porque Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Solo la luz de la gracia santificante da la capacidad al alma de poder ver, en Jesús, al Hijo de Dios, a la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth.

En nuestros días, parecen repetirse las palabras de asombro e incredulidad, entre muchos cristianos, al ver la Eucaristía, porque dicen: “¿Acaso la Eucaristía no es solo un poco de pan bendecido? ¿Cómo podría la Eucaristía concederme la sabiduría divina y obrar el milagro de la conversión de mi corazón?”. Y esto lo dicen muchos cristianos porque no ven, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, que la Eucaristía no es un poco de pan bendecido, sino el Sagrado Corazón de Jesús en Persona, que al ingresar por la Comunión, nos comunica la Sabiduría y el Amor de Dios.

miércoles, 28 de julio de 2021

“¡Es un fantasma!”

 


“¡Es un fantasma!” (Mt 14, 22-36). Mientras los discípulos se dirigen en la barca de una orilla a la otra, Jesús, que se había quedado en tierra firme, se acerca a ellos caminando sobre el agua. Los discípulos no solo no lo reconocen, sino que lo confunden con un fantasma, al punto que comienzan a dar “gritos de terror”. Jesús los tranquiliza, diciéndoles que es Él y que por lo tanto nada deben temer: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”. El episodio del Evangelio muestra, por un lado, un milagro de Jesús, puesto que el caminar sobre las aguas es un prodigio que supera las fuerzas de la naturaleza y demuestra que Jesús es Dios, al suspender la ley de la física y de la gravedad que determinan que un cuerpo pesado, como el cuerpo humano, se hunde al ingresar el mar y que por lo tanto es imposible que un ser humano camine sobre las aguas como lo hace Él. El otro aspecto que puede comprobarse en este Evangelio es la falta de fe y de conocimiento en Jesús, que también es falta de amor hacia Él, por parte de los discípulos. En efecto, ellos conocen a Jesús, tratan con Él diariamente, reciben sus enseñanzas, son testigos de sus milagros y sin embargo, al verlo caminar sobre las aguas, sorprendentemente reaccionan como si no lo conocieran y además lo confunden con un fantasma: “¡Es un fantasma!”, exclaman aterrorizados. Es decir, el hecho de que confundan a Jesús con un fantasma, no deja de ser llamativo, porque ellos deberían haberlo reconocido al instante, al ser sus discípulos y, en teoría, ser quienes más conocen y aman a Jesús. Este desconocimiento de Jesús puede explicarse porque, en el fondo, a los discípulos les falta más conocimiento y amor de Jesús.

“¡Es un fantasma!”. Así como los discípulos confunden a Jesús con un fantasma, así también hoy, en la Iglesia, muchos creen en Jesús como si fuera un fantasma: para muchos católicos, visto que llevan en la vida un comportamiento alejado de Dios y su Ley, parecieran creer en un Jesús no real, en un Jesús fantasmagórico, en un Jesús que es, precisamente para ellos, un fantasma. Muchos pasan por la vida creyendo en este Jesús fantasma y como creen que es un fantasma, no tienen en cuenta sus mandamientos, no llevan su cruz a cuestas, no se alimentan del Pan de Vida, la Eucaristía, no lavan sus almas con la Sangre del Cordero, es decir, no se confiesan sacramentalmente.

         “¡Es un fantasma!”. Jesús no es un fantasma: es el Hombre-Dios, es Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y así como calmó la tempestad que amenazaba con hundir la Barca de Pedro, así calma las tempestades de todo tipo que se desencadenan en nuestros corazones. Acudamos al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía, adorémoslo como al Dios que es, no vivamos como si fuera un fantasma y dejemos que Él calme las tempestades de nuestras vidas.


miércoles, 7 de julio de 2021

“Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido”


 

“Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido” (Mt 11, 20-24). Jesús reprende a las ciudades que vieron sus milagros y no se convirtieron y las compara con ciudades paganas –Tiro y Sidón-, afirmando que si en estas ciudades se hubieran producido los milagros que Él realizó en Corozaín, en Betsaida y Cafarnaúm, se habrían convertido desde “hace tiempo” y habrían hecho “penitencia”. Las ciudades que Jesús nombra fueron testigos de milagros y prodigios portentosos –curaciones milagrosas, expulsiones de demonios, multiplicación de panes y peces, etc.-, pero ni siquiera así, viendo al Hombre-Dios en Persona, hacer milagros, ni siquiera así, se han convertido, de ahí el enojo de Jesús hacia esas ciudades y el duro reproche y advertencia de lo que les espera –un Día del Juicio rigurosísimo y la precipitación en el abismo de fuego- por no haberse convertido.

Ahora bien, no debemos creer que estas advertencias de Jesús son solo para esas ciudades, sino que también son para nosotros, porque en las ciudades en las que Jesús hizo milagros debemos vernos reflejados todos y cada uno de nosotros, porque todos, desde el momento en que somos bautizados, ya hemos recibido el milagro de la filiación divina, cosa que no recibieron los paganos, los que no se bautizaron; hemos recibido también en innumerables oportunidades al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, en cada Comunión Eucarística; hemos recibido al Espíritu Santo en Persona, la Tercera Persona de la Trinidad, en la Confirmación y como estos, numerosísimos e incontables milagros del Amor y de la Misericordia Divina y aun así, no podemos decir que nos hemos convertido. Y si alguien dice “estoy convertido”, está pecando de soberbia. Por otra parte, en las ciudades paganas de Tiro y Sidón, debemos ver a los paganos e infieles, a los que no pertenecen a la Iglesia Católica, a los que no recibieron el don de ser hijos adoptivos de Dios, a los que no recibieron el Corazón Eucarístico de Jesús, a los que no recibieron el Amor de Dios, el Espíritu Santo y aun así, son mejores personas que nosotros, porque obran más y mejor el bien y porque aman sinceramente a Dios, con todo su corazón.

         “Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido”. Hemos recibido numerosos y grandiosos milagros y prodigios del Amor de Dios, pidamos en consecuencia la gracia de arrepentirnos, de convertirnos y de hacer penitencia, para no recibir un duro castigo el Día del Juicio y para no ser precipitados al lago de fuego.

jueves, 11 de marzo de 2021

“Si otro viniera en nombre propio, a ése sí lo recibirían”

 


“Si otro viniera en nombre propio, a ése sí lo recibirían” (Jn 5, 31-47). Jesús les reprocha a los judíos su incredulidad, porque no creen en Él como Dios Hijo, enviado por el Padre y para demostrarles el grado de ceguera espiritual en el que están inmersos, da un argumento irrefutable acerca de su divinidad: si no le creen a Él, al menos deben creer en sus obras, porque esas obras que Él realiza, son obras propias de Dios y no de un hombre. Por eso dice Jesús: “Yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre”. Y luego lo vuelve a repetir: quien da testimonio de Él es el Padre, porque Él realiza obras que sólo el Padre puede hacer, lo cual demuestra que Él es el Hijo de Dios en Persona. Si no fuera Dios como el Padre, entonces no podría hacer las obras que hace y que testimonian su divinidad. ¿Cuáles son estas obras, que dan testimonio de que Jesús es Dios Hijo encarnado, el Hijo del Padre Eterno? Sus obras son los milagros que hace: resucitar muertos, curar enfermedades instantáneamente, expulsar demonios con el solo poder de su voz, multiplicar la materia, como en milagro de los panes y los peces y así como estos, muchos otros más. Todos estos milagros no podrían ser hechos si Jesús fuera solamente un hombre santo -como afirman los protestantes-, un profeta del cielo -como afirman los musulmanes-, pero sólo un hombre. Si Jesús se auto-proclama como Dios y hace obras que sólo Dios puede hacer, entonces Jesús es quien dice ser: el Hijo de Dios encarnado y su Padre no es San José, sino el Padre Eterno. Por esto Jesús les reprocha a los judíos su incredulidad: porque viendo como ven, en persona, los milagros que Él hace, no le creen y no solo no le creen, sino que lo tratan de blasfemo, de poseso, de mentiroso, todas acusaciones que luego se repetirán en el juicio inicuo cuando Jesús sea arrestado y dé inicio a su Pasión.

“Si otro viniera en nombre propio, a ése sí lo recibirían”. El reproche de Jesús es que no le creen a Él, ni siquiera viendo sus obras milagrosas, pero si viniera otro, en nombre propio, a ése sí le creerían y es lo que sucedió, sucede y sucederá hasta el fin de los tiempos, esto es, la aparición de falsos cristos, de prefiguraciones y anticipos del Anticristo que se manifestará antes del Juicio Final. Ahora bien, el reproche dirigido a los judíos, también es dirigido a los católicos, a los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, porque muchos –muchísimos- católicos, viendo los milagros que hace Jesús a través de su Iglesia –el principal de todos, su Presencia sacramental en la Eucaristía-, aun así, no solo dudan de la divinidad de Cristo, sino que abandonan la Iglesia, cometiendo el pecado de apostasía, tal como hizo Judas Iscariote cuando, después de traicionarlo, abandonó el Cenáculo para entregarse del todo a Satanás. En otras palabras, Jesús anticipa proféticamente lo que estamos viviendo en el siglo XXI: por un lado, la apostasía dentro de la Iglesia Católica; por otro lado, el surgimiento de falsos cristos, de numerosos anti-cristos que, amparados por la secta luciferina de la Nueva Era, se hacen pasar por el Verdadero Cristo. Muchos católicos cometen el mismo pecado de incredulidad de los judíos: luego de recibir el Catecismo de Primera Comunión y luego de comprobar cómo la Iglesia Católica realiza un milagro que sólo la Verdadera Iglesia de Dios puede hacer, como la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, a pesar de esto, abandonan la Iglesia Católica para ingresar en sectas evangélicas o, peor aún, entregarse en manos de curanderos, de brujos, de satanistas, de ocultistas. Por eso el reproche de Jesús va dirigido no sólo a los judíos de su tiempo, sino también a nosotros, los católicos, para que no seamos incrédulos y creamos que Él es quien dice ser: Cristo Dios en la Eucaristía. No seamos incrédulos y creamos firmemente en Cristo Dios Presente en Persona en la Eucaristía.

 

sábado, 30 de enero de 2021

“Se asombró de su falta de fe”

 


“Se asombró de su falta de fe” (Mc 6, 1-6). Lo ven hacer milagros que sólo Dios puede y en vez de concluir que Jesús es Dios encarnado, concluyen equivocadamente pensando que Jesús es solo un hombre más, que tiene poderes especiales, concedidos vaya a saber por quién. En efecto, a pesar de que Jesús “habla con autoridad y sabiduría” y obra milagros que sólo pueden ser realizados con el poder divino, aun así, sus contemporáneos y vecinos del pueblo no lo reconocen como a Dios Hombre, sino que lo tratan de “hijo del carpintero”, “hijo de María”, que tiene “hermanos que viven entre ellos” y que “no saben de dónde le viene esta sabiduría”.

Por un lado, esta actitud refleja el estado espiritual de quienes contemplan a Jesús obrar milagros pero no lo reconocen como Dios encarnado: son quienes reducen la religión católica a lo que puede ser explicado por la razón, es decir, son racionalistas, que niegan todo lo que haya de sobrenatural, de milagroso, de misterioso origen divino. Si no puede ser explicado por la razón, sin la ayuda de la gracia y de la fe, entonces no existe. Esta clase de católicos racionalistas rebajan a la religión católica al ínfimo nivel de la razón humana, despojándola de todo misterio y de toda acción sobrenatural (divina) o preternatural (angélica).

Por otra parte, esta actitud racionalista, negadora de lo sobrenatural y de la condición de Jesús de ser Dios y de poder hacer milagros que sólo Dios puede hacer, tiene sus consecuencias: Dios no puede obrar milagros en quien no tiene fe y así lo dice el Evangelio: “Y no pudo hacer allí ningún milagro”. La consecuencia de la falta -culpable- de fe en Jesús como Hombre-Dios, tiene una consecuencia directa y es que Jesús no puede obrar milagros en donde no hay fe.

“Se asombró de su falta de fe”. La falta de fe católica en la misma Iglesia Católica es un hecho que se puede comprobar cotidianamente, vista la notoria salida de la Iglesia de bautizados en la Iglesia Católica, que así dejan de vivir una vida de santidad, para vivir en el pecado. Esta falta de fe, a su vez, es la causa de que Jesús, al igual que en el episodio del Evangelio, no pueda obrar milagros en sus vidas.

jueves, 5 de noviembre de 2020

“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”

 


“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17, 11-19). Diez leprosos se acercan  a Jesús y le piden que “tenga compasión” de ellos y los cure: con toda seguridad, han oído hablar de sus milagros y por eso acuden a Jesús, sabiendo que tiene el poder de hacerlo. Jesús no los cura inmediatamente, sino cuando los leprosos se dirigen al templo para presentarse ante los sacerdotes. En el camino, los diez se dan cuenta de que han sido curados, pero sólo uno vuelve para dar gracias, postrándose ante Jesús como signo de adoración y agradecimiento. La ingratitud de los otro nueve leprosos motiva la queja de Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”.

La escena se comprende mejor todavía cuando observamos que la lepra representa al pecado y por lo tanto, los leprosos, representan a los pecadores. En otras palabras, en los leprosos estamos prefigurados nosotros, que somos pecadores. Jesús ha obrado con nosotros innumerables milagros, comenzando por el milagro de quitarnos el pecado original a través del Bautismo sacramental. Sólo por ese milagro, deberíamos postrarnos ante Jesús Sacramentado todos los días de nuestra vida, en acción de gracias y en adoración. Debemos preguntarnos si reconocemos los innumerables dones, milagros y gracias que Jesús nos concede todos los días y debemos plantearnos cómo obramos en relación a Jesús: si nos postramos en acción de gracias y adoración ante su Presencia Eucarística –así como se postró ante su Humanidad santísima el samaritano curado- o si en cambio somos como los leprosos que, una vez curados, se olvidan de Jesús.

martes, 14 de julio de 2020

“Se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros”




“Se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros” (Mt 11, 20-24). La razón por la cual Jesús tiene esta actitud de recriminar a las ciudades en donde había hecho gran cantidad de milagros, nos la dice el mismo Evangelio: porque “no se habían convertido”. Así lo da a entender explícitamente Nuestro Señor cuando da la razón de sus reproches: si en las ciudades paganas se habrían hecho los milagros que se hicieron en Corozaín y en Betsaida, ya se habrían convertido “hace tiempo”. Es decir, Jesús muestra su desencanto con estas ciudades porque habiendo sido estas no solo testigos sino destinatarias directas de los milagros del Hombre-Dios, han demostrado dureza de corazón y no se han convertido, aun viendo por sí mismas los milagros de Dios. Jesús les hace ver, en su reproche, que las ciudades paganas en las que no se hicieron estos milagros, serán tratadas con menos rigor en el Juicio Final, precisamente porque allí no se hicieron milagros y, si se hubieran hecho, se habrían convertido.
“Se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros”. No debemos creer que los reproches de Jesús son solo para las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm: debemos estar atentos y darnos cuenta de que en esas ciudades estamos representados los cristianos, quienes hemos recibido, ya desde el designio divino de recibir el Bautismo y continuando luego con las gracias incomparables de la Primera Comunión y de la Confirmación, milagros asombrosos, por los cuales debemos dar cuenta de nuestra conversión. Muy probablemente, en la actualidad existen paganos que no conocen el cristianismo, que no han recibido ni siquiera el don del Bautismo y mucho menos la Comunión y la Confirmación, pero si los hubieran recibido, con toda probabilidad nos superarían indeciblemente en frutos de santidad. Es por esta razón que debemos tomar los reproches de Jesús dirigidos a esas ciudades, como dirigidos a nosotros mismos, a todos y cada uno de los cristianos. En consecuencia, debemos procurar comenzar a dar frutos de santidad, antes de que sea demasiado tarde.

jueves, 2 de julio de 2020

“Jamás se vio nada igual en Israel”




“Jamás se vio nada igual en Israel” (Mt 9, 32-38). Jesús hace dos milagros que dejan estupefactos a los asistentes: cura a un mudo y expulsa a un demonio y esto, no invocando el poder de Dios, sino usando el poder de Dios como saliendo de Él mismo, es decir, Jesús actúa no como un hombre santo a quien Dios acompaña con sus prodigios, sino que actúa como Dios encarnado, porque los prodigios los hace con el solo poder de su voz. Esto es lo que lleva a que los asistentes a sus prodigios exclamen asombrados: “Jamás se ha visto nada igual en Israel”.
Esta exclamación significa mucho, porque Israel había sido destinataria y testigo de innumerables prodigios de parte de Dios, como por ejemplo, la apertura de las aguas del Mar Rojo, la lluvia del maná caído del cielo, la surgente del agua de la roca en pleno desierto, y como estos, muchísimos milagros más. Pero jamás se había visto en Israel que un hombre obrara como Dios, curando enfermos y expulsando demonios con el solo poder de su voz. Los israelitas son espectadores privilegiados de la acción del Hombre-Dios Jesucristo y esto los lleva a la admiración.
“Jamás se vio nada igual en Israel”. Ahora bien, no solo los israelitas son espectadores privilegiados de milagros divinos: nosotros, cada vez que asistimos a la Santa Misa, somos testigos, por la fe de la Iglesia, del milagro más grande de todos los milagros; un milagro que opaca y reduce casi a la nada la curación de enfermos y la expulsión de demonios y es por eso el Milagro de los milagros y es el obrado por la Santa Madre Iglesia, por intermedio del sacerdote ministerial, la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Es por esto que nosotros, colmados de asombro y estupor decimos, parafraseando a los discípulos de Jesús y postrados en adoración ante la Eucaristía: “Jamás se ha visto una Iglesia, como la Católica, que obre un milagro así, la conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús”.

lunes, 4 de mayo de 2020

“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí”





“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí” (Jn 10, 22-30). Le preguntan a Jesús acerca de su condición de Mesías, es decir, quieren saber si es Él el Mesías o no. Jesús les responde de un modo directo y práctico: las obras que hace “en nombre de su Padre”, testimonian acerca de Él. ¿Y cuáles son estas obras que testimonian que Jesús es no sólo el Mesías, sino también el Hijo de Dios, puesto que Él se auto-proclama “Hijo del Padre”? Esas obras son los milagros, signos y prodigios que sólo los puede hacer Dios, es decir, son obras que de ninguna manera pueden ser realizadas por naturalezas creadas, sean el hombre o un ángel. En otras palabras, si Jesús resucita muertos, si multiplica panes y peces, si expulsa demonios con el sólo poder de su voz, si cura toda clase de enfermos, entonces quiere decir que lo hace con el poder divino y se trata de un poder divino que Él ejerce no como derivado o participado, sino de modo personal y directo: por esto mismo, estas obras, estos milagros, dan testimonio de que Jesús de Nazareth, el Hijo de María Santísima y de San José, es el Mesías, el Hijo de Dios encarnado.
“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí”. Si los prodigios que hace Jesús dan testimonio de su divinidad, de manera análoga se puede aplicar la obra divina por antonomasia que hace la Iglesia Católica, la Eucaristía, para tomar por verdad lo que Ella afirma de sí misma, esto es, que la Iglesia Católica es la Única Iglesia verdadera. Parafraseando a Jesús, la Iglesia, para afirmar su origen divino, puede decir de sí misma: “La obra divina que hago, la Eucaristía, da testimonio de que yo soy la Verdadera y Única Esposa Mística del Cordero”.

martes, 21 de abril de 2020

“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió (…) lo mismo hizo con los peces”


Multiplicación de los panes y los peces - Wikipedia, la ...


“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió (…) lo mismo hizo con los peces” (Jn 6, 1-15). Jesús realiza uno de sus más prodigiosos milagros: multiplica cinco panes de cebada y dos peces, de manera tal que alcanzan y sobran para alimentar a una multitud calculada de más de diez mil personas y no sólo eso, sino que además de comer la multitud hasta saciarse, incluso sobraron doce canastas.
Este milagro, además de su significado propio en sí mismo -es un milagro realizado para satisfacer el hambre corporal de la multitud-, tiene un significado sobrenatural, porque está prefigurando y anticipando otro milagro, el milagro eucarístico, milagro por el cual no multiplicará ya panes y peces, sino Pan de Vida eterna y Carne del Cordero de Dios, esto es, la Sagrada Eucaristía. Esto es así porque Jesús no ha venido para combatir el hambre corporal, es decir, no ha venido para terminar con la pobreza en el mundo –“a los pobres los tendréis siempre entre vosotros”- y por lo tanto la misión de la Iglesia, si bien auxilia a los pobres materiales por medio de organismos como Caritas, tampoco es terminar con el hambre y la pobreza material y no es ésta su misión principal, de ninguna manera. Jesús podría hacer de manera tal que no hubiera hambre en el mundo, pero ha dejado a los pobres para que nosotros los cristianos nos santifiquemos en su auxilio y ayuda, puesto que una obra de misericordia espiritual, dar de comer al que tiene hambre, abre las puertas del cielo de par en par.
Ahora bien, Jesús sabe que somos materia y espíritu y que por eso mismo, además del alimento corporal, necesitamos el alimento del espíritu y ése alimento es la Sagrada Eucaristía. Para que nuestra hambre espiritual de Dios se satisfaga a lo largo del tiempo, es que ha encargado a la Iglesia la misión de prolongar en el tiempo la confección del Sacramento de la Eucaristía –“Haced esto en memoria mía”- para que los hombres de todos los tiempos, hasta el Fin del mundo y de la Historia, tengamos acceso a este sublime alimento espiritual.
“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió” (…) lo mismo hizo con los peces”. Si Jesús demostró amor y compasión al multiplicar el pan material y los peces, para saciar el hambre corporal de la multitud, para con nosotros, en cada Santa Misa, demuestra un amor infinitamente más grande, porque no nos alimenta con pan terreno y carne de pescado, sino con el Pan Vivo bajado del cielo y con la Carne del Cordero de Dios, el Santísimo Sacramento del altar, la Divina Eucaristía. 

martes, 14 de enero de 2020

“Tus pecados te son perdonados”


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“Tus pecados te son perdonados” (Mc 2,1-12). Llevan a Jesús a un paralítico y a causa de la multitud, deben sacar las tejas del techo para poder colocarlo delante de Jesús. Una vez que se encuentra delante de Jesús, Él le dice: “Tus pecados te son perdonados”. Una primera cosa que podemos notar es que el paralítico no es llevado para pedir la curación de su parálisis, de su enfermedad corporal. El paralítico sabe que Jesús es Dios –sólo Dios puede perdonar los pecados, como dirán luego los fariseos, murmurando- y que puede curarle su parálisis, pero lo que el paralítico quiere de Jesús es que, en cuanto Dios, le perdone sus pecados. Es decir, el paralítico acude a Jesús no para que le devuelva la facultad de caminar, sino para que le perdone sus pecados y eso es lo que Jesús hace. Pero además, en premio a su fe y para responder a los difamadores que decían que sólo Dios podía perdonar los pecados –para ellos Jesús no era Dios y no podía perdonar los pecados-, le dice al paralítico que tome su camilla y salga caminando, cosa que el paralítico hace, al quedar completamente curado de su parálisis. Es decir, el paralítico recibió dos milagros de parte de Jesús: recibió el perdón de los pecados y además, en forma secundaria, recibió la curación de su parálisis. Para quien lleva una vida espiritual santa y formada, sabe que el perdón de los pecados es un milagro de la misericordia de Dios infinitamente más grande que la curación de una enfermedad corporal, porque de nada sirve una curación corporal, si el alma está manchada con pecados.
“Tus pecados te son perdonados”. Cada vez que nos acerquemos al sacramento de la Confesión, nos recordemos de la fe del paralítico en Cristo Dios y cómo quería de Él el perdón de los pecados y no la curación de su enfermedad física.

jueves, 11 de abril de 2019

“Te queremos matar, porque siendo hombre te haces Dios”



“Te queremos matar, porque siendo hombre te haces Dios” (Jn 10, 31-42). A medida que se acerca la Semana Santa, el enfrentamiento entre Jesús y los fariseos y escribas se va haciendo cada vez más intenso, al punto de pretender estos últimos matar directamente a Jesús. Si no lo hacen, es por la multitud, porque tienen temor de que la multitud, que escucha a Jesús, se interponga entre ellos y Jesús. La razón del intento de asesinato a Jesús por parte de escribas y fariseos la dicen ellos mismos, cuando Jesús les pregunta por cuál de las obras buenas que hizo, lo quieren apedrear: “Te queremos matar porque siendo hombre te haces Dios”. Es decir, Jesús ES  el Hombre-Dios, dice que es el Hombre-Dios, hace obras que sólo el Hombre-Dios puede hacer y los judíos quieren matarlo por ser, decir y ser la Verdad Absoluta de Dios.
Ante la realidad de la situación, la acusación se vuelve contra los propios judíos: ellos lo acusan de blasfemo porque “siendo hombre se hace Dios”, pero como Jesús ES el Hombre-Dios, quienes caen en pecado de blasfemia son los judíos, al negar la realidad y al intentar cometer un deicidio.
Jesús argumenta que quien da testimonio de Él son las obras que Él hace por encargo del Padre y esas obras son los innumerables dones, prodigios, milagros que Él hace de continuo mientras predica. En efecto, en un intento de sacarlos de su incredulidad, Jesús les dice: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a Mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padre”. Jesús les dice que si no le creen a Él, al menos le crean a las obras que Él hace: Él dice ser Dios, hace obras que sólo Dios puede hacer –resucitar muertos, multiplicar panes y peces, hacer curaciones milagrosas-, entonces, Él es quien dice ser, Dios Hijo encarnado.
“Te queremos matar, porque siendo hombre te haces Dios”. La incomprensión de los judíos llega al colmo de querer matar al Hombre-Dios por el solo hecho de decir que es el Hombre-Dios y demostrarlo con obras. La misma incomprensión la demuestran la mayoría de los católicos para con la Eucaristía: siendo la Eucaristía el Hombre-Dios en Persona, es dejada de lado porque el misterio eucarístico no se entiende y por eso se lo desprecia y se lo rechaza. La misma incomprensión que demostraron los judíos para con Jesús, incomprensión que fue la causa por la cual lo crucificaron, la muestran hoy una inmensa multitud de católicos para con la Eucaristía, y esta apostasía eucarística es la razón por la cual Jesús vuelve a ser crucificado, cada día, como en el Viernes Santo.