Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.

martes, 4 de marzo de 2014
Miércoles de Cenizas
jueves, 5 de diciembre de 2013
“…preparen los caminos, allanen los senderos”
domingo, 24 de marzo de 2013
Lunes Santo
viernes, 1 de abril de 2011
Jesús concede la luz al ciego de nacimiento; a nosotros nos concede el Espíritu Santo, para contemplarlo en la Eucaristía

Jesús concede al ciego de nacimiento una doble capacidad de ver: le concede la visión corporal, que le permite ver los cuerpos sensibles, ya que reestablece anatómica y fisiológicamente los tejidos dañados que permiten la captación de las ondas de luz: (suponemos que) reconstituye milagrosamente la retina, el nervio óptico, el lóbulo occipital, y de esa manera, el que era no-vidente, recupera la capacidad de ver[1]; pero también le concede una capacidad de percepción espiritual, superior a la percepción visual sensible: le concede la vista espiritual, por la cual puede reconocer en Él al Hijo de Dios: el ciego se postra delante suyo en señal de adoración, luego de reconocerlo como Hombre-Dios. El que era ciego y sin fe, luego del encuentro personal con Jesús de Nazareth, recupera la vista y cree en Dios encarnado. Ve con los ojos del cuerpo, y ve con los ojos del alma, es decir, tiene fe.
El episodio del evangelio, real en su historicidad, es al mismo tiempo un símbolo de la situación del alma humana frente al misterio de Jesucristo: el ciego de nacimiento es una figura del alma humana frente al misterio de Dios encarnado: el alma humana está ciega delante del Dios Jesucristo, debido a la grandeza intrínseca propia del ser divino. Frente a Dios encarnado, luz que proviene de la luz eterna que es el Padre, el alma humana se encuentra como un ciego, quien, aún teniendo delante suyo la luz, es incapaz de verla. La ceguera humana con relación al verdadero Dios se manifiesta de diversas formas, y una de esas formas, es la religiosidad errada, como por ejemplo la religiosidad de
Tal vez el gran problema de hoy, no sea tanto el ateísmo, es decir, el no creer en Dios, sino en un deísmo irracional, el creer en formas irracionales de Dios, o en fuerzas oscuras y malignas tomadas como un dios. Es cierto que una gran cantidad de seres humanos no creen más; es verdad que cientos de millones de seres humanos no creen en Dios; es cierto que, principalmente entre los católicos, se da una gran apostasía, que los lleva a abandonar las filas de
Todo otro camino fuera de
Es
La liturgia, en cambio, debería ser vivida como lo que es: una celebración mistérica en el verdadero sentido de la palabra, un acontecimiento en donde el espíritu contemple, asombrado y extasiado, la profundidad del amor divino[4]. Cuántos buscadores de misterios, andan, como ciegos, a tientas, en la oscuridad, buscando la luz en lugares de tinieblas, cuando esa luz resplandece con todo el esplendor de su luz divina en el misterio de la liturgia de
Una vez encontrada la mística Presencia salvadora de Jesucristo en su misterio pascual, una vez descubierta –por la acción iluminadora del Espíritu- en la liturgia de la misa el sacrificio eucarístico, que actualiza en el altar el único sacrificio de la cruz, todo lo que no sea la celebración de la misa, en la que brilla Cristo en el esplendor de su cruz y de su gloria, toda otra cosa, pierde interés y se hunde en las sombras. No en vano se pide al Espíritu Santo: “Infunde tu luz en nuestras almas”: pedimos, como el ciego, luz para ver, para que no sigamos en la oscuridad, buscando donde no hay nada, o donde sólo hay tinieblas. Y esta luz la concede el Espíritu del Padre en la liturgia y a través de la liturgia, para que podamos ver a su Hijo con la luz de la fe. En nuestra imaginación, reducimos el Espíritu Santo a un fantasma, a un ser irreal o inexistente, o creemos que hablar del Espíritu Santo en
Y sin embargo, el Espíritu Santo, como dice San Agustín, es el “Alma de la Iglesia”[6], es Quien da vida y permea y penetra toda la liturgia[7], es Quien convierte el pan en el Cuerpo de Cristo en el altar –“infunde tu Espíritu sobre estas ofrendas”-, y es quien ilumina al alma para que contemple a Cristo Presente en su misterio pascual. A través de la liturgia, principalmente a través de la liturgia de la santa misa, por la acción iluminadora del Espíritu de Dios, el alma puede contemplar, en el misterio, la presencia salvífica del Hombre-Dios. De ahí que en la liturgia esté garantizado el encuentro personal con el Jesús histórico, el mismo que curó la ceguera del ciego de nacimiento, que es el mismo Jesús resucitado que vive en su Iglesia por medio de su Espíritu, que es el mismo Logos, el Verbo del Padre[8].
La liturgia de la misa se convierte así en un gran misterio sobrenatural, que surge del seno mismo de Dios, ya que el rito litúrgico actualiza en su ser real, espiritual y divino, y no en la imaginación, en la emoción o en el deseo de los fieles,
Y como el ciego, el alma, deseosa del encuentro con el Hombre-Dios, pregunta: “¿Quién es el Mesías, para que crea en él?”. Y Jesús le responde: “Soy Yo, el que te está hablando, a Quien ahora ves, con la luz de mi Espíritu, en
[1] Existe un milagro del P. Pío, en el cual una no-vidente de nacimiento, recuperó la vista, sin recuperar la anatomía y la fisiología del sistema óptico.
[2] Cfr. Odo Casel, Liturgia come mistero, Ediciones Medusa, Milán 2002, 29.
[3] Cfr. ibidem, 29.
[4] Cfr. Casel, ibidem.
[5] Cfr. Casel, ibidem, 30.
[6] Sermo CCLXVII, n. 4.
[7] Cfr. Francois Charmot,
[8] Cfr. Congregación para
[9] Cfr. Charmot, ididem, 209.
lunes, 7 de marzo de 2011
El significado de la Cuaresma

Pero, ¿cuál es el sentido último de
En Cuaresma –como en todo tiempo litúrgico-,
La presencia de la acción salvífica de Jesús implica una unión espiritual e íntima por la gracia de los bautizados con Cristo, por medio de la liturgia, y a su vez, por el misterio de la liturgia, implica la contemporaneidad de
Uniéndonos a Cristo en el misterio, nos volvemos contemporáneos suyos, y Él es, para nosotros, su Iglesia, ni pasado ni futuro, sino nuestro presente, que permanece siempre con nosotros[2]. Se establece así una íntima comunión de vida y de amor, ya en la tierra, como anticipo de la que se dará en el cielo, con Cristo, al tomar parte, de modo esencial, de su vida y de su obra[3], porque la acción salvífica de Cristo se continúa y se actúa en el tiempo, misteriosamente, por la participación de los fieles en la liturgia.
Esto quiere decir que
De esto se sigue la validez, la actualidad y el sentido del ayuno corporal, de la abstinencia de carne los viernes, de la penitencia, de la mortificación, y del aumento de la oración: si el Señor de los cielos ayuna y ora en el desierto, por la salvación de los hombres, ¿puede
Del mismo modo, así
El significado entonces de
lunes, 15 de febrero de 2010
Miércoles de Cenizas

Con el Miércoles de Cenizas, se inicia el tiempo litúrgico denominado “Cuaresma”. ¿Cuál es el significado de la Cuaresma, a la cual damos inicio? El significado de la Cuaresma es contemplar los misterios de la vida de Cristo desde un ángulo particular, el de la Pasión. En otras palabras, en el ciclo litúrgico de la Cuaresma, la Iglesia mira la vida de Cristo desde el punto de vista de la Pasión. Ése es el significado de la Cuaresma: mirar la vida de Cristo, enfocándola desde la Pasión; contemplar los misterios de Cristo desde la Pasión.
Pero para vivir la Cuaresma como nos pide la Iglesia, hay que considerar además otro elemento, que forma parte del misterio que contemplamos y celebramos: la liturgia no es sólo contemplación pasiva; no es sólo un recuerdo de la memoria: la liturgia de la Iglesia Católica es participación viva en los misterios y en la vida del Señor, por eso la Iglesia en Cuaresma –como en todo otro tiempo litúrgico- no solo mira, sino que participa, misteriosa y sobrenaturalmente, mediante la liturgia, de la misma Pasión del Señor, uniéndose a Él en su sacrificio redentor.
Al iniciar la Cuaresma, recordamos entonces la vida de nuestro Señor Jesucristo, pero lo hacemos desde la Pasión, y no hacemos un mero recuerdo, sino que, como Iglesia, por la liturgia, participamos de sus misterios; por la liturgia, nos adentramos, vivimos, los misterios salvíficos del Señor Jesús.
Es como si retrocediéramos en el tiempo y nos introdujéramos en los momentos más dolorosos y tristes de la vida de Jesús, para vivir, en Él y con Él, el dolor de su Pasión. Vivir la Cuaresma es entonces un don inapreciable, porque nos permite ser partícipes del misterio de la redención, obrado en la Pasión y muerte del Salvador del mundo, Jesucristo.
La Cuaresma se caracteriza por la caridad y el ayuno, pero no de cualquier manera: vividas en Cristo, siendo partícipes de su Pasión, la caridad se convierte en una prolongación de la caridad de Cristo, del amor de Cristo, que es lo que salva al mundo; el ayuno –corporal, pero ante todo, el ayuno de las obras malas- se convierte en un recuerdo del dolor que nuestros pecados le produjeron al Sagrado Corazón y lo llevaron a la agonía en el Huerto de los Olivos. El ayuno del mal se convierte en un pequeño alivio del inmenso dolor que le causamos a Jesús en su Pasión a causa de nuestra maldad, manifestada en nuestros pecados.
Si la Cuaresma no se debe vivir como un mero recuerdo, tampoco la ceremonia de las cenizas debe ser un rito vacío: las cenizas nos recuerdan que esta vida tiene destino de muerte: así como el olivo muerto se convierte en ceniza, así nuestra vida se disuelve en la muerte; pero también nos debe alentar el recuerdo de la resurrección del Señor, que imprime un nuevo giro y un nuevo sentido a nuestra vida, porque si morimos en Cristo, resucitaremos en Cristo, como si las cenizas se convirtieran en nuevos ramos de gloria que no se marchitarán jamás.
La Cuaresma no puede nunca ser vivida sin la perspectiva de la resurrección: a la cruz le sigue la luz; a la Pasión le sigue la Resurrección.
En la ceremonia litúrgica y en la Misa del Miércoles de cenizas, está compendiada toda nuestra existencia y nuestro destino eterno: si las cenizas nos recuerdan nuestra vida destinada a la muerte, la Eucaristía, mediante la cual ingresa en nosotros Cristo resucitado, no solo nos recuerda que a la muerte le sigue la resurrección, sino que nos concede la vida misma de Cristo resucitado.
Es con esta mirada centrada en la Resurrección, que se debe vivir el tiempo de la Cuaresma.