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lunes, 3 de julio de 2023

“No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”

 


“No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9, 9-13). Los escribas y fariseos tenían la errónea concepción de que ser religiosos es igual a ser santos en vida y eso no es así, porque el cristiano es, ante todo, un pecador, como lo dice la Sagrada Escritura: “El justo peca siete veces al día”, queriendo significar con esto que aun aquel -el justo- que desea vivir según la ley de Dios y según los consejos evangélicos de Jesús, aun así, comete pecados, muchos de ellos de forma inconsciente y algunos también conscientemente, eso es lo que significa “pecar siete veces al día”. Ahora bien, si esto sucede con el justo, con quien pretende vivir según la voluntad de Dios, es mucho peor la situación espiritual de quien directamente no tiene ningún cuidado de su vida espiritual y la razón es que, quien no cumple los Mandamientos de la ley de Dios, cumple los mandamientos de la Iglesia de Satanás, puesto que no hay un punto intermedio, como lo dice Jesús en el Evangelio: “El que no está Conmigo, está contra Mí”.

Jesús viene para iluminar acerca de esta concepción errónea de escribas y fariseos, demostrándoles que Dios se compadece, se apiada, de nuestras miserias, pues esto es lo que significa “misericordia”, compasión del corazón -de Dios- para con las miserias del hombre. Esa es la razón por la que Jesús “se sienta con pecadores”, porque es como Él dice: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. De esta manera, si alguien se considera -erróneamente, por supuesto- “santo” en esta vida, entonces no necesita de la Misericordia Divina, lo cual es un gran error, según San Juan: “Quien dice que no peca, miente”, por eso es que todos necesitamos de la Divina Misericordia, todos somos pecadores, mientras estemos en esta vida terrena y lo seguiremos siendo hasta el último suspiro de nuestras vidas. Al respecto, el Santo Cura de Ars decía que el peor error que se podía cometer es decirle a una persona: “Usted es un santo”, porque nadie aquí en la tierra es santo y porque esa frase puede hacer envanecer a su destinatario, haciéndolo caer en el pecado del orgullo y la soberbia.

“No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. Podemos decir, junto a San Agustín y en el sentido en el que lo dice San Agustín: “Bendita la culpa que nos trajo al Salvador”, es decir, bendita sea nuestra condición de pecadores, pero no por el pecado en sí, que es aborrecible, sino porque por el hecho de ser pecadores, necesitamos imperiosamente de la Misericordia Divina. Por esto mismo, nuestra vida eterna está unida a la devoción y a la unión que tengamos a Jesús Misericordioso: cuanto más pecadores seamos, más necesitamos de la Divina Misericordia.

martes, 6 de abril de 2021

Domingo de la Divina Misericordia


 


(Ciclo B – 2021)

         El origen de la Fiesta de la Divina Misericordia se encuentra en un decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicado el 23 de mayo del 2000 en el que se establece, por indicación de Juan Pablo II, la fiesta de la Divina Misericordia, la cual habría de tener lugar el segundo domingo de Pascua[1]. Puesto que no se trata de una devoción más, sino de “la última devoción para el hombre de los últimos tiempos”–como lo dice el mismo Jesús-, pues ya no habrán más devociones nuevas hasta el Día del Juicio Final, para la celebración óptima de esta festividad, se recomienda no solo rezar la Coronilla y la Novena a la Divina Misericordia, sino además de hacer el propósito de realizar una verdadera conversión, para vivir y morir en estado de gracia –indicativos del deseo sincero de adorar a la Divina Misericordia en el tiempo y luego en la eternidad-, para lo cual es indispensable un buen examen de conciencia y acudir al Sacramento de la Penitencia. 

         Tratándose de la última devoción para los últimos tiempos de la humanidad, debemos preguntarnos: ¿cuál es la esencia de la devoción a la Divina Misericordia? Es importante tener en cuenta la esencia de esta devoción para no caer en falsos sentimentalismos y confundir la Misericordia de Dios con un buenismo divino –un Dios que es sólo Misericordia pero no Justicia-, porque si esto hacemos, corremos el serio peligro de dejar pasar la Misericordia, con lo cual deberemos enfrentar a la Justicia Divina y a la Ira Divina. Podemos entonces decir que la esencia de la devoción se resume en algunos puntos fundamentales:

El primer elemento es la confianza en la Divina Misericordia, según nos dice el mismo Jesús, por medio de Sor Faustina: “Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en mi misericordia. Que se acerquen a ese mar de misericordia con gran confianza. Los pecadores obtendrán la justificación y los justos serán fortalecidos en el bien. Al que haya depositado su confianza en mi misericordia, en la hora de la muerte le colmaré el alma con mi paz divina”. El alma debe confiar en la Divina Misericordia, en el sentido de que no debe nunca creer que su pecado es tan grande que Dios no lo pueda perdonar: es imposible que Dios no perdone un pecado, porque su Misericordia es infinitamente más grande que cualquier pecado que pueda cometer el ser humano.

La confianza a su vez es la puerta que abre al alma para recibir otras gracias de parte de Dios: “Las gracias de mi misericordia se toman con un solo recipiente y este es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son mi gran consuelo y sobre ellas derramo todos los tesoros de mis gracias. Me alegro de que pidan mucho porque mi deseo es dar mucho, muchísimo. El alma que confía en mi misericordia es la más feliz, porque yo mismo tengo cuidado de ella. Ningún alma que ha invocado mi misericordia ha quedado decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en mi bondad”. Quien confía en la Misericordia y confiesa todos sus pecados, sin dejar ninguno sin confesar, será inundado por el Divino Amor del Sagrado Corazón de Jesús, Fuente inagotable de Misericordia Divina.

Otro elemento que caracteriza a esta devoción es la reciprocidad: quien recibe misericordia de parte de Dios, debe a su vez dar misericordia a su prójimo. Dice así Jesús: “Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia mí. Debes mostrar misericordia siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte. Te doy tres formar de ejercer misericordia: la primera es la acción; la segunda, la palabra; y la tercera, la oración. En estas tres formas se encierra la plenitud de la misericordia y es un testimonio indefectible del amor hacia mí. De este modo el alma alaba y adora mi misericordia”. Quien recibe misericordia de parte de Dios, no puede no ser misericordioso –con palabras, con obras, con oración- para con su prójimo.

El obrar la misericordia es tan importante, que si alguien recibe misericordia de parte de Dios, pero a su vez no es misericordioso para con su prójimo, no encontrará misericordia en el Día del Juicio Final, según las mismas palabras de Jesús: “Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no conseguirá mi misericordia en el Día del Juicio. Oh, si las almas supieran acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque la misericordia anticiparía mi juicio”.

Las obras de misericordia son catorce, corporales y espirituales y esto quiere decir que nadie puede excusarse de obrar la misericordia. Por ejemplo, aun si alguien estuviera postrado en cama, cuadripléjico, este tal puede obrar la misericordia, orando por los demás y ofreciendo sus sufrimientos por la conversión y salvación de los pecadores. Dice así Jesús: “Debes saber, hija mía que mi Corazón es la misericordia misma. De este mar de misericordia las gracias se derraman sobre todo el mundo. Deseo que tu corazón sea la sede de mi misericordia. Deseo que esta misericordia se derrame sobre todo el mundo a través de tu corazón. Cualquiera que se acerque a ti, no puede marcharse sin confiar en esta misericordia mía que tanto deseo para las almas”[2]. En otras palabras, quien se acerque a un cristiano, a un devoto de la Divina Misericordia, ese tal no puede alejarse sin haber recibido una obra de misericordia, corporal o espiritual, de la misma manera a como nadie que se acerca a Jesús, se aleja de Él sin haber recibido infinitas gracias de misericordia. En esta devoción, que Nuestro Señor nos hizo conocer por medio de Santa Faustina, se nos pide entonces que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios y que al mismo tiempo seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones: “Porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil”[3].

Ahora bien, otro elemento importante es que la Fiesta de la Divina Misericordia está destinada a ser celebrada por toda la humanidad, no solo por la Iglesia Católica. En lo que constituye una muestra de lo que es el verdadero ecumenismo –el verdadero ecumenismo es aquel en el que todos los hombres de distintas razas y religiones conozcan al Hombre-Dios Jesucristo y se bauticen en la Iglesia Católica-, Jesús le dice a Sor Faustina: “La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia”[4]. Esto quiere decir que la paz para los hombres –la paz verdadera, la paz espiritual, la paz que sobreviene al alma cuando el alma recibe la gracia del perdón de sus pecados y de la filiación divina- no vendrá de acuerdos meramente humanos, sean políticos o religiosos; la paz no la dará una vacuna; la paz no la darán los tratados económicos globales de líderes religiosos y políticos: la paz de Dios Uno y Trino para los hombres la dará la Divina Misericordia, que es Jesús en la Eucaristía y en el Sacramento de la Penitencia. Es por esta razón que la Fiesta de la Divina Misericordia está destinada a todos los hombres de todos los tiempos, razas, religiones y lugares y tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios –el Dios católico, el Dios que es Uno y Trino-, es Misericordioso y nos ama a todos, sin importar cuán grandes sean nuestros pecados y quiere derramar la gracia de su Sagrado Corazón sobre los hombres de todos los tiempos y de todo lugar, sin importar cuán grande sea el pecador: “Y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia”[5]. Pero para recibir la Misericordia de Dios es necesario reconocer que esa Misericordia está encarnada y Es Jesús Misericordioso, Presente en la Eucaristía, que derrama su gracia misericordiosa a través del Sacramento de la Confesión. Por eso, el mensaje de la Divina Misericordia es profundamente eucarístico, pero para recibir la Eucaristía se debe recibir el Sacramento de la Penitencia y para recibir el Sacramento de la Penitencia, se debe estar bautizado.

Por último, la Divina Misericordia es una señal de la pronta Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo, día en el que no vendrá como Dios misericordioso, sino como Justo Juez; día en el que hasta los ángeles de Dios temblarán ante la ira divina: “Tú debes hablar al mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su Segunda Venida. Él vendrá, no como un Salvador misericordioso, sino como un Juez justo. Establecido está ya el día de la justicia, el Día de la Ira Divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas  de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia”[6]. Ahora, mientras vivimos en la tierra, es el tiempo de la Misericordia; luego, cuando pasemos de este mundo al otro, se terminará el tiempo de la Misericordia, para dar lugar a la Justicia Divina. Por esta razón, acudamos a la Fuente de la Misericordia, el Sagrado Corazón de Jesús que late en la Eucaristía, antes de que se acabe el tiempo de la Misericordia Divina y llegue el Día de la Ira Divina.



[1] La denominación oficial de este día litúrgico será “Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia”. Ya el Papa lo había anunciado durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, el 30 de abril: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”. Cfr. https://www.aciprensa.com/recursos/fiesta-de-la-divina-misericordia-segundo-domingo-de-pascua-2120

[3] Diario, 742

[4] Diario, 300

[5] Diario, 723

[6] La Santísima Virgen, Diario Nº 635.

jueves, 5 de noviembre de 2020

“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”

 


“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17, 11-19). Diez leprosos se acercan  a Jesús y le piden que “tenga compasión” de ellos y los cure: con toda seguridad, han oído hablar de sus milagros y por eso acuden a Jesús, sabiendo que tiene el poder de hacerlo. Jesús no los cura inmediatamente, sino cuando los leprosos se dirigen al templo para presentarse ante los sacerdotes. En el camino, los diez se dan cuenta de que han sido curados, pero sólo uno vuelve para dar gracias, postrándose ante Jesús como signo de adoración y agradecimiento. La ingratitud de los otro nueve leprosos motiva la queja de Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”.

La escena se comprende mejor todavía cuando observamos que la lepra representa al pecado y por lo tanto, los leprosos, representan a los pecadores. En otras palabras, en los leprosos estamos prefigurados nosotros, que somos pecadores. Jesús ha obrado con nosotros innumerables milagros, comenzando por el milagro de quitarnos el pecado original a través del Bautismo sacramental. Sólo por ese milagro, deberíamos postrarnos ante Jesús Sacramentado todos los días de nuestra vida, en acción de gracias y en adoración. Debemos preguntarnos si reconocemos los innumerables dones, milagros y gracias que Jesús nos concede todos los días y debemos plantearnos cómo obramos en relación a Jesús: si nos postramos en acción de gracias y adoración ante su Presencia Eucarística –así como se postró ante su Humanidad santísima el samaritano curado- o si en cambio somos como los leprosos que, una vez curados, se olvidan de Jesús.

lunes, 9 de septiembre de 2019

“Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”



(Domingo XXIV -TO - Ciclo C – 2019)

“Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15, 1-32). Ante la crítica de unos fariseos que murmuran de Jesús por recibir y comer con publicanos y pecadores, Jesús da tres parábolas en donde la misericordia resplandece sobre la justicia: la parábola de la oveja perdida; la parábola de la dracma perdida y la parábola del hijo pródigo. Las tres tienen en común algo: lo que estaba perdido es encontrado y provoca gran alegría en aquel que lo encuentra. En la perspectiva del Evangelio, lo que estaba perdido es el hombre, significado en la oveja perdida, en la dracma perdida y en el hijo pródigo; pero por el misterio pascual de muerte y resurrección de Jesús, aquello que estaba perdido es encontrado y ésa es la razón de la alegría. En las parábolas, hay elementos que significan al hombre perdido, otros a Jesús y otros a la alegría de Dios por reencontrar lo que estaba perdido: el pastor que encuentra la oveja, la mujer que encuentra la dracma y el padre que recupera a su hijo pródigo, representan a Jesús y su misterio pascual de muerte y resurrección, que salva al hombre de su eterna perdición; a su vez, la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo, son figuras del hombre que, caído en el pecado original, se ha alejado de Dios al punto tal de perderse de su vista. Este alejamiento no es un alejamiento físico, sino ontológico: el hombre, por el pecado, se “desprende” de Dios por así decirlo y se auto-destina a la eterna condenación en el infierno. El hecho de ser encontrados –la oveja, la dracma, el hijo pródigo- indican que, en Jesús, nada está perdido para el hombre, porque el hombre es rescatado por la misericordia de Dios. En realidad, Dios debería haber dejado al hombre que se pierda en sus caminos, porque libremente se alejó de Dios y así habría cumplido con justicia, sin faltar a la misericordia; sin embargo, la misericordia en Dios sobrepasa a la justicia y es por eso que Dios en Persona, encarnándose en la Persona del Hijo de Dios, decide acudir al rescate del hombre perdido.
Es por esto que la murmuración de los fariseos de que Jesús recibe a publicanos y come con pecadores no tiene razón de ser, porque Jesús ha venido precisamente a eso: a rescatar a los pecadores, a los hombres que por el pecado estaban alejados de Dios. El hecho de que Jesús coma con los pecadores no indica, ni remotamente, que Jesús esté de acuerdo con sus pecados –con lo cual la murmuración de los fariseos estaría justificada-, sino que indica que la condición de pecadores, por su misterio pascual de muerte y resurrección, es cambiada, por Cristo, en condición de justos, de santificados por la gracia y por lo tanto merecedores del Reino.
“Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Cada uno de nosotros somos ese pecador que necesita de la conversión, para que haya alegría en el cielo. No somos justos, sino pecadores que necesitan de la gracia de Dios para dejar de ser pecadores y comenzar a ser justos. En cada Misa, en cada Banquete Eucarístico, Jesús nos invita a comer con Él, o mejor, a comer de Él, de su substancia, en cada comunión eucarística, y eso es un indicio de que Él, el Justo, viene, por su misericordia, a buscarnos a nosotros, pecadores, para llevarnos a la alegría del cielo.


jueves, 15 de diciembre de 2011

Los pecadores entrarán antes que vosotros al Reino



“Los pecadores entrarán antes que vosotros al Reino” (cfr. Mt 21, 28-32). Con el ejemplo de dos hijos que obran de distinta manera ante el pedido del padre de ir a trabajar –uno, dice que no irá pero termina yendo; el otro, que dice que irá, pero finalmente no va-, Jesús advierte a quienes, pasando por religiosos y practicantes de la religión, cometen el pecado de presunción, creyéndose ser mejores que sus prójimos.
La realidad es diferente, porque entran en el Reino de los cielos quienes escuchan el mensaje de salvación y ponen por obra lo que este implica: oración, mortificación, penitencia, obras de misericordia, es decir, entran en el Reino de los cielos quienes se hacen violencia contra sí mismos, buscando conformar su corazón al Corazón de Cristo, según sus palabras: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Por el contrario, quienes escuchan el mensaje y no lo ponen por obra, es decir, no buscan cambiar el corazón, no buscan la conversión, trabajando por luchar contra sus defectos –pereza, acedia, murmuración, indiferencia para con el prójimo más necesitado-, aun cuando parezca exteriormente que ha respondido afirmativamente, en realidad, con su ausencia de conversión, está diciendo: “No voy a ir a trabajar para el Reino de Dios”.
“Los pecadores entrarán antes que vosotros al Reino”. El cristiano que reza, que va a Misa, no puede nunca caer en el pecado de presunción, creyéndose mejor que aquel que no solo no lo hace, sino que objetivamente se encuentra en un camino de perdición, porque también a él le caben las palabras de Jesús: “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” (Lc 6, 37-42).
Más que mirar los defectos del prójimo, el cristiano debe concentrarse en los suyos propios, no sea que, de tanto criticar las faltas de los demás, se quede en la puerta del Reino de los cielos, viendo cómo entran aquellos a quienes consideraba inferiores.

sábado, 30 de abril de 2011

Esta imagen es la señal de los Últimos Tiempos

Jesús promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás. Veneremos entonces, esta imagen, colocándola en el mejor lugar de nuestros hogares, pero sobre todo, la veneremos y la entronicemos en nuestro corazón, obrando la misericordia para con el más necesitado, para que quede allí, grabada a fuego, por el fuego del Espíritu Santo, por el tiempo y por toda la eternidad.

“(Esta imagen) Es una señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi misericordia, (y) se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos” (Diario, 848).

La imagen de Jesús Misericordioso no es una imagen más: es la “última devoción para el hombre de los últimos tiempos”; es la “señal de los últimos tiempos”, es “la última tabla de salvación” (Diario 998), a la cual el hombre debe acudir para beneficiarse del “Agua y de la Sangre” que brotaron del Corazón traspasado de Jesús.

Ya no habrán más devociones, hasta el fin de los tiempos, ni habrá tampoco más misericordia, una vez finalizados los días terrenos, antes del Día del Juicio Final. Dios tiene toda la eternidad para castigar, pero mientras hay tiempo, hay misericordia. Cada día que transcurre en esta tierra, es un don de la Misericordia Divina, que nos lo concede para retornemos a Dios Trino, para que nos arrepintamos de las maldades de nuestros corazones, para que dejemos de obrar el mal, e iniciemos el camino que conduce a la feliz eternidad, el camino de la cruz. El tiempo, los segundos que pasan, los minutos, las horas, los días, los años, son dones de la Misericordia Divina, que espera con paciencia nuestro regreso al Padre, por medio del arrepentimiento, la contrición, el dolor de los pecados, y el amor a Dios y al prójimo.

Pero para apreciar la magnitud inconmensurable del don de la Divina Misericordia, es necesario remontarse al Viernes Santo, a los instantes antes de la muerte de Jesús, a su atroz agonía, y a su muerte misma, porque el estado de Jesús en la cruz y su muerte, son consecuencias del contenido del corazón humano, y la Divina Misericordia es la respuesta de Dios Uno y Trino al deicidio cometido por el hombre.

En la cruz, ya cerca de las tres de la tarde, Jesús se encuentra al límite de sus fuerzas físicas; está agonizando, luego de haber pasado tres horas suspendido por tres clavos de hierro, y luego de haber sufrido, en su Cuerpo, el tormento más duro que jamás los hombres hayan aplicado a alguien. Pero no solo ha sufrido en el Cuerpo: también moralmente, comenzando desde su condena, ya que recibió una condena a muerte, por blasfemo, siendo Él Dios y autor de la vida, y la Vida misma Increada, y siendo Él el Inocente. Además de los golpes, fue insultado, blasfemado, agredido verbalmente, acusado injusta y falsamente, vilipendiado, humillado. Fue brutal e inhumanamente flagelado, coronado de espinas, golpeado con puños en la cara, con bastones en la cabeza, con patadas en el cuerpo; le fue puesta una cruz en sus hombros, y luego se dejó subir a la cruz y ser crucificado con tres gruesos clavos de hierro. Ya en la cruz, se le negó agua para su sed, y a cambio se le dio vinagre, y finalmente, derramó toda su sangre, quedándose sin sangre en su cuerpo. Al morir, en el colmo de los ultrajes a su cuerpo, su Corazón fue atravesado por una lanza.

Frente a todo este ultraje, y frente al odio deicida que los hombres descargaron en Jesús, Dios Uno y Trino reacciona de una manera muy distinta a como lo haría el hombre: Dios Padre, al contemplar la muerte tan atroz y cruel de su Hijo en la cruz, a manos de los hombres, no reacciona con furor, con ira, con venganza, cuando por su justicia, podría haberlo hecho; reacciona enviando al Espíritu Santo, que brota del Corazón traspasado de Jesús, junto con la Sangre y el Agua, que significan .

Es en esto en lo que consiste la Misericordia Divina: en vez del castigo que los hombres merecemos por nuestros pecados, Dios nos abre las entrañas de su Ser divino, su Misericordia y su bondad infinita, a través del Corazón abierto de su Hijo. Su Misericordia, su Amor, su Bondad sin límites, se derraman, como un océano incontenible, sobre la humanidad, a pesar de que la humanidad ha demostrado sólo odio deicida hacia Él.

Es esto lo que dice Jesús a Sor Faustina: “Abrí mi Corazón como fuente de misericordia, para que todos, para que todas las almas tengan vida. Que se acerquen, por lo tanto, con fe ilimitada a este océano de pura bondad. Los pecadores obtendrán la justificación, y los justos serán confirmados en el bien. En la hora de la muerte, colmaré con mi divina paz el alma que habrá puesto su fe en mi bondad infinita”.

A nosotros, que atravesamos su corazón con una lanza de hierro, nos abre el abismo insondable de su Amor misericordioso; a nosotros, que le dimos muerte y no le dimos paz hasta que lo vimos muerto, nos colmará de su vida y de su paz en la hora de nuestra muerte, si acudimos a Él con confianza.

La devoción a la Divina Misericordia no es una devoción más: es la última oportunidad para el hombre de los últimos tiempos. Si la humanidad no acude a la Misericordia Divina, morirá sin remedio en el abismo eterno. Dice Jesús: “Di a la Humanidad que esta imagen es la última tabla de salvación para el hombre de los Últimos Tiempos” (Diario 299). (…) “Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi misericordia [288a]”.

Mientras hay tiempo, hay misericordia, y por eso, cada día que Dios nos concede, es un regalo de la Misericordia Divina, que busca nuestro arrepentimiento y nuestro amor a Dios y al prójimo. Pero resulta que el tiempo se está terminando, y que el Día de la ira divina, en donde ya no habrá más misericordia, se está terminando, ya que está cercano el retorno de Jesús, según sus mismas palabras: “Si no adoran Mi misericordia, morirán para siempre. Secretaria de Mi misericordia, escribe, habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mi justicia” (Diario 965) (…) “Deseo que Mi misericordia sea venerada en el mundo entero; le doy a la humanidad la última tabla de salvación, es decir, el refugio en Mi misericordia” (Diario, 998) (...) “Antes del día de la justicia envío el día de la misericordia (Diario, 965). Estoy prolongándoles el tiempo de la misericordia, pero ¡ay de ellos si no reconocen este tiempo de Mi visita! (Diario, 965).

La Devoción a la Divina Misericordia es la última devoción concedida a la Humanidad, antes del Día del Juicio Final, y prepara a los corazones para la Segunda Venida de Jesucristo, que está próxima: “Prepararás al mundo para Mi última venida” (Diario 429).

La imagen de Jesús misericordioso es una señal de los últimos tiempos, que avisa a los hombres que está cercano el Día de la justicia: “Habla al mundo de mi Misericordia….Es señal de los últimos tiempos después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo para que recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia” (Diario 848).

No hay opciones intermedias: o el alma se refugia en la Misericordia de Dios, o se somete a su justicia y a su ira divina: “Quien no quiera pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia” (Diario 1146).

Es la misma Virgen quien nos advierte de que la Segunda Venida de Jesucristo está a las puertas, y de que su imagen es una señal de esta inminente llegada: “Tú debes hablar al mundo de Su gran misericordia y preparar al mundo para Su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh qué terrible es ese día. Establecido está ya el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante este día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia” (Diario 635).

Hay dos elementos para practicar esta devoción: la oración a las tres de la tarde, que es la hora en la que Jesús muere en la cruz, y el rezo de la Coronilla de la Divina Misericordia por los moribundos. A las tres de la tarde se implora misericordia a Dios Hijo, que por nosotros muere en la cruz, y con la Coronilla, se implora misericordia por los moribundos. Jesús promete conceder todo lo que se pida, si es conforme a su Voluntad, a quien rece a las tres de la tarde recordando su Pasión, y promete la salvación del moribundo por quien se rece la Coronilla. Dice así Jesús: “Suplica a mi Divina Misericordia (a las tres de la tarde, N. del R.), pues es la hora en que mi alma estuvo solitaria en su agonía, a esa hora todo lo que me pidas se te concederá”. Esta es la hora en la que Jesús derrama sus gracias como un torrente incontenible; el alma fiel debe sumergirse en la Pasión del Señor, aunque sea por un breve instante, rezar el Via Crucis de la Divina Misericordia y la Coronilla, y Jesús le concederá “gracias inimaginables”.

Sobre la Coronilla, dice Jesús: “Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia a la hora de la muerte” (Diario, 687) (…) “Cuando recen esta coronilla junto a los moribundos, Me pondré ante el Padre y el alma agonizante no como Juez justo sino como el Salvador Misericordioso” (Diario, 1541) (…) “Hasta el pecador más empedernido, si reza esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita” (Diario, 687) (…) “A través de ella obtendrás todo, si lo que pides está de acuerdo con Mi voluntad” (Diario, 1731) (…) “Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia” (Diario 687).

Jesús promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás. Veneremos entonces, esta imagen, colocándola en el mejor lugar de nuestros hogares, pero sobre todo, la veneremos y la entronicemos en nuestro corazón, obrando la misericordia para con el más necesitado, para que quede allí, grabada a fuego, por el fuego del Espíritu Santo, por el tiempo y por toda la eternidad.