miércoles, 29 de marzo de 2023

Domingo de Ramos, ingreso triunfal de Jesús en Jerusalén

 


(Domingo de Ramos - Ciclo A – 2023)

         En el Evangelio del Domingo de Ramos se relata el ingreso triunfal de Jesús en la Ciudad Santa de Jerusalén. Podemos considerar el hecho histórico en sí mismo, como así también su significado espiritual y sobrenatural, además de la relación que se establece entre nosotros y el hecho histórico, por medio de la liturgia eucarística.

         En cuanto al hecho histórico, los habitantes de Jerusalén, al enterarse de la llegada de Jesús, salen todos, absolutamente todos, desde el más pequeño hasta el más anciano, a recibir a Jesús con cantos de alegría, tendiendo ramos a su paso y aclamándolo como al Rey y Mesías. La razón es que el Espíritu Santo les ha hecho recordar todo lo que Jesús ha hecho por ellos, por todos y cada uno de ellos, puesto que no ha habido ni un solo habitante de Jerusalén que no haya recibido al menos un milagro, una gracia, un don, de parte de Jesús. Todos se acuerdan de lo que Jesús hizo por ellos y, llenos de alegría, salen a aclamarlo como a su Rey y Señor.

         Sin embargo, estos mismos habitantes que lo reciben el Domingo de Ramos con cánticos de alegría, son los mismos que lo expulsarán el Viernes Santo, en medio de insultos, gritos, blasfemias, escupitajos, trompadas, patadas, latigazos. Es como si hubieran olvidado, repentinamente, todo lo que Jesús hizo por ellos y ahora, todos, desde el más pequeño hasta el más anciano, expulsan a Jesús en medio de insultos y horribles blasfemias.

         Para explicarnos el cambio radical de actitud de la población de Jerusalén, es necesario considerar y reflexionar acerca del significado espiritual y sobrenatural del ingreso en Jerusalén y es el siguiente: la Ciudad Santa de Jerusalén representa a cada bautizado, que ha sido convertido en morada santa por la gracia santificante recibida en el Bautismo sacramental; la recepción triunfal del Domingo de Ramos es cuando el alma recibe a Cristo por medio de la gracia santificante que se comunica por los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía; los habitantes de Jerusalén somos nosotros, los bautizados, porque todos hemos recibido dones infinitos de Jesús, empezando por el don de la Redención y la gracia santificante del Bautismo sacramental, de tal manera que ninguno de nosotros puede decir que no ha recibido nada de Jesús; la Ciudad Santa de Jerusalén del Viernes Santo, que expulsa a Jesús, quedándose sin Él, para darle muerte en el Calvario, representa al alma que, por el pecado mortal, expulsa a Jesús de sí misma, quedándose sin la Presencia de Jesús, sin su gracia santificante y por lo tanto sin la vida divina trinitaria, es el alma que está en pecado mortal.

         En cuanto a la relación que hay entre el hecho histórico y nosotros, podemos decir, con toda certeza y de acuerdo a las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, de los Doctores y Santos de la Iglesia y por su Magisterio, que la liturgia eucarística de la Santa Misa es la renovación, incruenta y sacramental, del Santo Sacrificio del Calvario y como en la cruz del Calvario el que entrega su vida es Jesús, Dios Eterno, nuestro tiempo queda, por así decirlo, “impregnado” de eternidad, por lo que participamos, misteriosamente, de los misterios salvíficos de Jesucristo, de su Pasión, Muerte y Resurrección y también del hecho histórico del Domingo de Ramos.

         ¿Cuál de los dos tipos de habitantes de Jerusalén queremos ser? ¿Los que reciben a Jesús con cantos de alegría, porque viven en estado de gracia, cumplen sus mandamientos y reciben sus sacramentos, reconociéndolo como al Rey y Señor de la humanidad? ¿O queremos ser como los habitantes del Viernes Santo, que expulsan a Jesús por el pecado mortal, quedándose sin la Presencia de Jesús, viviendo la vida sin cumplir los Mandamientos, prefiriendo el pecado y la muerte del alma, a la vida de la gracia? Por supuesto que queremos ser los habitantes del Domingo de Ramos, por lo tanto, hagamos el propósito de vivir en gracia, de recuperarla por la Confesión sacramental si la hemos perdido y abramos las puertas de nuestros corazones, purificados por la gracia, al ingreso triunfal de Jesús Eucaristía en nuestras almas.

martes, 28 de marzo de 2023

“Antes que naciera Abraham, Yo Soy”

 


“Antes que naciera Abraham, Yo Soy” (Jn 8, 51-59). La frase de Jesús se comprende mejor cuando se considera que los judíos, que eran el Pueblo Elegido para ser depositarios de la verdad acerca de Dios, eran la única nación monoteísta, rodeada por pueblos politeístas. Los judíos eran los únicos que creían en Dios Uno, porque Dios así se los había revelado, como también les había revelado el Nombre con el que Dios mismo quería ser llamado: “Yo Soy”. Al decirles Jesús “Antes que naciera Abraham, Yo Soy”, les está diciendo que Él es ese Dios a quien ellos llaman “Yo Soy”. Es decir, Jesús se auto-revela a los judíos como el Dios Uno en el que ellos creían y al que ellos llamaban “Yo Soy”, aunque ahora Jesús completa la auto-revelación de Dios, manifestando a los judíos que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, porque Él se declara Dios Hijo de Dios Padre y declara además que Él, Dios Hijo, enviará junto a Dios Padre, a Dios Espíritu Santo, una vez que se haya cumplido su misterio salvífico de Muerte y Resurrección. Es decir, los judíos fueron elegidos para conocer la verdad sobre Dios; en un primer momento, recibieron la revelación de que Dios era Uno y por eso eran el único pueblo monoteísta de la antigüedad, pero cuando reciben la revelación, de parte de Dios en Persona, Jesucristo, de que Dios, además de Uno, es Trino en Personas, entonces rechazan esa revelación, negando la condición divina de Jesús, negando que Jesús sea Dios Hijo, el Hijo de Dios encarnado y negando por lo tanto la revelación que Dios les hace en Persona, de que Dios es Uno y Trino, negando la Trinidad de Personas en el Único Dios verdadero. Esta negación tendrá funestas consecuencias, porque al rechazar la revelación de Jesús como Dios Hijo, lo acusarán falsamente de blasfemia, al hacerse pasar por Dios y lo condenarán a muerte, convirtiéndose así en los viñadores homicidas y dando lugar a que surja un Nuevo Pueblo Elegido, los integrantes de la Iglesia Católica, incorporados a Cristo por medio del Bautismo sacramental.

“Antes que naciera Abraham, Yo Soy”. Si los judíos eran los destinatarios de la revelación completa sobre Dios, Uno y Trino, además de ser los elegidos para recibir a Dios Hijo encarnado, ahora es la Iglesia Católica la que forma el Nuevo Pueblo Elegido, porque es la Iglesia Católica la que cree firmemente en las palabras de Cristo acerca de Dios como la Santísima Trinidad y es la Iglesia Católica la que cree que Cristo, Dios Hijo, se ha encarnado para la salvación de la humanidad. Pero además de esto, es la Iglesia Católica la que proclama que Cristo, Dios Hijo encarnado, prolonga su Encarnación en la Eucaristía, porque cree que Cristo Dios está en Persona en la Eucaristía. Por esto mismo, Jesús nos dice a nosotros, desde la Eucaristía, lo mismo que les dice a los judíos: “Antes que naciera Abraham, Yo Soy”. Como Iglesia Católica, como Nuevo Pueblo Elegido, creemos firmemente que Jesús ES, en la Eucaristía, el Dios que era, que es y que vendrá.


“La Verdad os hará libres”

 


“La Verdad os hará libres” (Jn 8, 31-42). Jesús les dice a los judíos que “la Verdad los hará libres”, pero los judíos se ofenden puesto que no se consideran esclavos de nadie, al ser de la descendencia de Abraham.

La razón del desencuentro entre Jesús y los judíos es que Jesús les está hablando de la esclavitud del pecado, esclavitud de la cual la Ley mosaica no puede liberar. Los judíos creían que por el solo hecho de ser descendencia de Abraham y de observar la Ley mosaica, quedaban purificados, es decir, libres de pecado. Pero lo que no tienen en cuenta es que ni el hecho de ser descendientes de Abraham, ni el hecho de cumplir la Ley de Moisés, nada de eso puede quitar el pecado, que es una mancha de orden espiritual. El pecado es oscuridad espiritual que ciega espiritualmente al hombre y lo aleja de la Presencia de Dios, quitándole su amistad y convirtiéndolo en su enemigo y por el hecho de ser de orden espiritual, no puede ser quitado por la Ley de Moisés, ya que esta no tiene poder para hacerlo. El pecado no solo aleja al hombre de Dios, sino que lo esclaviza, porque es una fuerza maligna que, anidando en lo más profundo del ser del hombre, lo obliga a dirigirse en una dirección contraria a la de Dios y es en este sentido en el que Jesús les hace ver que el pecado hace esclavo al hombre.

 Debido a la naturaleza eminentemente espiritual del pecado, este puede ser quitado del alma del hombre sólo por una fuerza espiritual que sea superior a la del pecado y esta fuerza solo la posee Dios, quien es omnipotente y además, es lo diametralmente opuesto al pecado, ya que es la Santidad Increada en Sí misma. A esto se refiere Jesús cuando le dice a los judíos: “La Verdad os hará libres”, porque “la Verdad” es Él, es decir, Jesús, al ser la Segunda Persona de la Trinidad, al ser Dios Hijo encarnado, es la Sabiduría Divina y es la Verdad Divina, es la Palabra eternamente pronunciada por el Padre, Palabra que contiene en Sí la infinita Sabiduría de Dios y la Verdad Absoluta de Dios. Esta es la razón por la cual sólo Dios puede quitar el pecado: porque es la Santidad Increada y porque es la Verdad Increada y Eterna y en cuanto tal, posee no solo la omnipotencia divina, sino la superioridad absoluta de la Santidad Divina por encima del pecado, originado en el corazón del hombre.

“La Verdad os hará libres”. Mientras el pecado, que se origina en la profundidad de nuestro ser y de nuestro corazón, nos hace esclavos por cuanto nos encadena a las pasiones y al error, solo Jesucristo, la Sabiduría y la Verdad Absolutas de Dios, nos hace libres, rompiendo las cadenas del pecado y concediéndonos la libertad plena, total y verdadera de los hijos de Dios. Hemos sido creados para ser libres en la Verdad y no para ser esclavos de las pasiones y del error, por lo tanto, para no frustrar el plan de Dios para nosotros, sigamos a Jesús, Camino, Verdad y Vida, cargando nuestra cruz, hasta el Calvario, para recibir la Libertad absoluta por medio de la Sangre del Cordero.

lunes, 27 de marzo de 2023

“Tratáis de matarme porque os dije la Verdad”

 


 “Tratáis de matarme porque os dije la Verdad” (Jn 8, 31-42). Jesús desenmascara los planes homicidas de los escribas y fariseos, que buscan “matar” a Jesús con la falsa acusación de blasfemia. Es decir, Jesús revela la Verdad de Dios como Uno y Trino y la Verdad de Él como Hijo de Dios encarnado que ha venido para salvar a los hombres, y esto es la completa Verdad, sin embargo, para los escribas y fariseos esto es “blasfemia” y “mentira” y de hecho, serán las acusaciones con las cuales llevarán a Jesús al patíbulo de la cruz.

¿Por qué los escribas y fariseos intentan matar a Jesús? Parece una decisión muy drástica, porque si les molestaba que la gente siguiera a Jesús, tal vez bastaría con decretar el destierro de Jesús, como sucedió siempre a lo largo de la historia. Una vez desterrado Jesús, la gente pronto lo olvidaría y los escribas y fariseos seguirían con sus puestos de privilegio en el Pueblo Elegido. Pero no es el destierro lo que decretan para Jesús, sino su asesinato; es decir, no se conforman con simplemente alejar a Jesús, sino que quieren quitarlo del medio de forma permanente, por medio de su asesinato. La razón de esta decisión tan drástica y dramática, se encuentra no en las mentes y los espíritus mezquinos y egoístas de los escribas y fariseos, sino en la mente y en el corazón pervertidos del Ángel caído, Satanás, que es quien instiga a los jefes del Pueblo Elegido para que cometan el homicidio contra Jesús, que en realidad es un deicidio.

En otras palabras, detrás del plan homicida de escribas y fariseos, se encuentra el “Homicida desde el principio”, el Ángel caído, Satanás, el cual pretende vanamente luchar contra Dios y hacer fracasar su plan de salvación para los hombres. Lo que el Demonio y sus secuaces, escribas y fariseos, no saben, es que no pueden matar a Dios, y si Dios encarnado muere en la cruz, porque sí muere con su Humanidad, en ese mismo momento la muerte, el Demonio y el Infierno, quedan derrotados para siempre, porque Dios es la Vida Increada en Sí misma, es la Santidad Increada, es la Gloria eterna en sí misma. Por este motivo, aunque Jesús muere con su Humanidad Santísima en la cruz, Él, en cuanto Dios, se regresa a Sí mismo a la vida, glorificando a su Humanidad y al mismo tiempo, concediéndonos la Vida divina de la Trinidad por medio de su Sangre derramada en la cruz, haciendo así vanos los planes del Ángel Homicida, el Demonio y de sus secuaces, los escribas y fariseos. 

“Tratáis de matarme porque os dije la Verdad”. Todo ser humano, en algún momento de su existencia terrena, recibirá la gracia de conocer a Jesús: quien ame a Jesús, en su Presencia Eucarística, recibirá de Él la Vida eterna, la Verdad de la Trinidad y el Amor de la Misericordia Divina; quien no lo ame, se quedará sin la Vida divina y sufrirá la segunda muerte, la muerte definitiva, quedando bajo las garras del Ángel Homicida para siempre.

“Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy”

 


“Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy” (Jn 8, 21-30). Jesús hace dos revelaciones en una sola frase: revela que Él será crucificado -eso es lo que significa “cuando levanten en alto al Hijo del hombre”- y que Él es Dios -eso es lo que significa “sabréis que Yo Soy”, porque “Yo Soy” era uno de los nombres con el cual los hebreos conocían al verdadero Dios-.

La crucifixión de Jesús será la culminación de los planes de los escribas y fariseos, trazados en conjunto con los sumos sacerdotes de la sinagoga, para asesinar a Jesús. Las razones de la pena de muerte sentenciada contra Jesús son injustas e irracionales: lo sentenciarán a muerte por decir la verdad acerca de Dios -Él es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad- y por obrar el bien -hizo milagros de todo tipo, además de expulsiones de demonios-. Pero precisamente, cuando sus enemigos naturales -escribas y fariseos- y preternaturales -Satanás y todo el Infierno- piensen que han triunfado, crucificando a Jesús de Nazareth, será entonces, en ese momento, en el que se producirá el mayor triunfo de Dios, porque a través de la Sangre de Jesús derramada en la cruz, derrotará para siempre al Infierno, al pecado y a la muerte. Esto es lo que sucederá cuando “levanten en alto al Hijo del hombre”, es decir, cuando crucifiquen a Jesús de Nazareth.

El otro acontecimiento que sucederá en la crucifixión es la revelación de la condición divina de Jesús: “Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy”. En el momento en el que Jesús sea crucificado, sus enemigos serán derrotados para siempre y al mismo tiempo, Jesús y el Padre infundirán el Espíritu Santo en las almas de los hombres que amen a Jesús y les concederá la verdad acerca de Jesús: Él es El que ES, Él es el Dios a quien los judíos conocían como “Yo Soy”, por eso Jesús dice: “Sabréis que Yo Soy”. Y entonces los que amen a Jesús se postrarán en adoración ante Jesús crucificado, al tener conocimiento de la divinidad de Jesucristo.

“Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy”. En la Santa Misa, cuando el sacerdote ministerial eleva en alto la Hostia consagrada, en la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del Calvario, Jesús sopla su Espíritu para que los que lo aman, lo reconozcan como a Dios en la Eucaristía y, postrándose ante su presencia Eucarística, lo adoren “en espíritu y en verdad”.

jueves, 23 de marzo de 2023

“Querían matarlo, pero no había llegado su Hora”

 


“Querían matarlo, pero no había llegado su Hora” (Jn 7, 1-2. 10.25-30). En los días previos a la Pasión y Muerte de Jesús, se pueden notar dos actitudes diametralmente opuestas, entre Jesús y los escribas y fariseos.

Por parte de Jesús, desde el inicio de su predicación pública, reveló que Él era el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, que Dios Padre era su Padre y que Él con el Padre, habrían de enviar al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad; además de revelar la Verdad, realizó muchísimos milagros de curación física y espiritual, multiplicó panes y peces, expulsó demonios, que son los que atormentan a los hombres; es decir, Jesús solo dijo la Verdad y solo obró el bien.

Por parte de los escribas y fariseos, que eran los hombres religiosos del tiempo de Jesús, los encargados del Templo y los custodios de la Ley, que obraban bajo apariencia de bien castigando escrupulosamente a quien no observara la Ley, mientras hacían de la religión un negocio, convirtiendo al Templo en un mercado, buscaban “matar” a Jesús, literalmente hablando, con lo cual demuestran su hipocresía religiosa y la doblez y malicia de sus corazones ennegrecidos por el odio, porque no tenían ninguna razón para matar a Jesús, ya que Él solo había dicho la verdad, que Él era el Hijo de Dios y solo había obrado el bien, realizando milagros y expulsando demonios.

“Querían matarlo, pero no había llegado su Hora”. Ahora bien, si nos sorprende esta actitud maligna por parte de fariseos y escribas, que querían matar a Jesús por el solo hecho de decir la verdad y obrar el bien, debemos reflexionar sobre nosotros mismos, ya que cuando cometemos un pecado, por pequeño que sea, demostramos la misma malicia, porque son nuestros pecados los que crucifican y terminan por matar a Jesús en la cruz. Por eso mismo, si al menos no nos mueve el amor, que nos mueva la compasión hacia Jesús, para no crucificarlo con nuestros pecados y hagamos el propósito de no lastimar a Jesús con nuestros pecados, hagamos el propósito de combatir por lo menos al pecado que con más frecuencia cometemos, para al menos dar un poco de alivio a Jesús crucificado.

 

lunes, 20 de marzo de 2023

“Yo Soy la resurrección y la vida”

 


(Domingo V - TC - Ciclo A – 2023)

         “Yo Soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 1-45). En sus días de vida terrena, el Hombre-Dios Jesucristo tenía numerosos amigos y entre esos amigos, se destacaban tres hermanos que vivían en Betania: María, Marta y Lázaro, a cuya casa iba con frecuencia a almorzar o cenar, junto con sus discípulos. Sucedió que Lázaro enfermó gravemente, por lo que sus hermanas enviaron un mensaje a Jesús, pidiéndole que lo fuera a ver: “Señor, tu amigo está enfermo”. Lo llamativo de la reacción de Jesús, en un primer momento, es que Jesús no se pone en marcha inmediatamente, luego de conocer la gravedad de la enfermedad de su amigo. Tampoco se preocupó por contratar un caballo, o un carruaje, con lo cual habría llegado a tiempo, antes de la muerte de Lázaro. Por otra parte, la enfermedad de Lázaro era verdaderamente grave, debido al hecho de que efectivamente fallece al poco tiempo de recibir Jesús la noticia de su enfermedad. Estos dos hechos, por un lado, la gravedad de la enfermedad de Lázaro -la cual no podía ser desconocida por Jesús, porque Jesús es Dios y es omnisciente- y por otra parte, la demora de Jesús en acudir a ver a su amigo Lázaro -el Evangelio dice que Jesús se quedó “dos días” antes de emprender la marcha para ver a Lázaro-, motivan la respetuosa y dulce queja, pero queja al fin, de parte de Marta: “Señor, si hubieras venido antes, mi hermano estaría vivo”. Viéndolo humanamente, deberíamos darle la razón a Marta: si Jesús sabía que la enfermedad de su amigo Lázaro era muy grave y que podía morir en cualquier momento y si Él tenía la posibilidad de emprender la marcha de inmediato, podría haber llegado antes de la muerte de Lázaro. Pero la lógica de Dios es infinitamente superior a la humana. Es verdad que Jesús sabía que su amigo Lázaro estaba gravemente enfermo y es verdad que se quedó dos días antes de dirigirse a Betania a la casa de sus amigos, pero el mismo Jesús le da la razón de su obrar al mensajero que le avisa que Lázaro está enfermo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Quien haya escuchado a Jesús en ese mismo momento, con toda seguridad no habría entendido lo que Jesús, proféticamente, estaba diciendo.

          Jesús sabe que su amigo está enfermo de muerte y se demora, a propósito, dos días, antes de comenzar la marcha hacia Betania y de tal manera, que cuando llega, Lázaro ya está muerto. De tal manera está muerto, que ya está envuelto en lienzos, como acostumbraban hacer los judíos con sus difuntos, y además está sepultado. Y cuando Jesús llega, Marta le avisa que “lleva dos días muerto” y que por eso su cuerpo “hiede”, como lo hace todo cuerpo humano muerto, por el proceso normal de descomposición orgánica que provoca la muerte.

          Es aquí en donde se explica la actitud de Jesús, de demorar en partir a Betania y se explica también su enigmática respuesta: si Jesús hubiera partido inmediatamente, o si hubiera marchado en carruaje, para llegar antes de la muerte de Lázaro, no habría tenido lugar el milagro de la resurrección corporal de Lázaro. Jesús permite que su amigo muera, pero para concederle luego la vida, para resucitarlo. Por eso es que dice: “Esta enfermedad no terminará en muerte”, porque si bien Lázaro muere, luego Jesús lo resucita y por eso la enfermedad no termina en muerte, sino en regreso a la vida; por otra parte, por el milagro de la resurrección de Lázaro, “el Hijo del hombre”, es decir, Jesús, es “glorificado”, tal como Él lo había anticipado: “Esta enfermedad servirá para que el Hijo del hombre sea glorificado” y así sucede efectivamente, porque cuando Jesús regresa a la vida a Lázaro, todos se asombran por el milagro, el cual reconocen que no puede ser sino por Dios y por eso glorifican a Jesús como Dios. Jesús permite que su amigo Lázaro muera, no para darnos ejemplo de entereza ante la muerte de un ser querido, sino para algo inmensamente más grande: para que se manifieste el poder divino que restituye al alma con el cuerpo, volviéndolo a la vida.

          Por último, cuando Jesús le dice a Marta: “Yo Soy la resurrección y la vida”, no está haciendo referencia al milagro que acaba de hacer con su hermano Lázaro, sino que está revelando que Él es el Dios Viviente, que tiene Vida eterna y que comunica de esa vida eterna a quien Él quiere y a quien lo sigue por el Camino de la Cruz, por el Via Crucis. Cuando Jesús le dice a Marta: “Yo Soy la resurrección y la vida”, le está diciendo que Él es el Dios Viviente que no solo derrotará a la muerte para siempre en el Monte Calvario por el sacrificio de la cruz, sino que dará la Vida divina, la Vida de la Trinidad a los hombres que a Él se unan por la gracia y por el amor.

          “Yo Soy la resurrección y la vida”, nos dice Jesús desde la Eucaristía, porque en la Eucaristía está el Dios Viviente, el Dios que resucitó a Lázaro, el Dios que resucitará a los buenos en el Día del Juicio Final, el Dios que venció para siempre a la muerte, al demonio y al pecado en el Santo Sacrificio de la cruz.

viernes, 17 de marzo de 2023

“El Hijo da vida a quien Él quiere”

 


“El Hijo da vida a quien Él quiere” (Jn 5, 17-30). En esta revelación, Jesús nos demuestra que Él no es un simple profeta más, ni tampoco un hombre un hombre santo que habla de parte de Dios: revela que Él es Dios en Persona, porque el hecho de “dar la vida”, no se entiende en un sentido simbólico o metafórico, sino en un sentido literal. No se entiende en sentido literal o metafórico, como cuando alguien dice: “Se me solucionaron los problemas que tenía, ahora tengo una nueva vida”. No es a esta vida a la que se refiere Jesús, porque sigue siendo la misma vida natural que la persona poseía antes de que se le solucionasen los problemas.

La “nueva vida” que da Jesús es nueva en sentido literal, porque es una vida que no es la vida humana, aunque tampoco la angélica; es una vida absolutamente nueva, sobrenatural, celestial, divina, porque es la vida suya, la vida de Él, la vida de Jesús, que es Dios. Es decir, Jesús, que es la Segunda Persona de la Trinidad, da la vida misma de la Santísima Trinidad al alma a la que Él quiere dar. Y esto sí es una “nueva vida”, porque es una vida absolutamente desconocida para los hombres, es la vida divina del Ser divino trinitario. Esto quiere decir que el hombre, el ser humano, por medio de la gracia santificante que brota del Corazón traspasado de Jesús y que se comunica a los hombres por los sacramentos, se hace partícipe de la vida divina de la Trinidad, de las Tres Divinas Personas, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En esto consiste la novedad absolutamente radical e inimaginable del cristianismo: no solo la Segunda Persona de la Trinidad se ha encarnado y muerto en cruz para salvarnos, sino que nos comunica de la vida divina misma de la Trinidad, lo cual nos hace superiores a los ángeles y nos coloca en el plano mismo de Dios Trino.

“El Hijo da vida a quien Él quiere”. La Vida divina que nos da Cristo la recibimos por los sacramentos, sobre todo la confesión y la Eucaristía. ¡Qué desdichados son los cristianos que, por algún placer terreno, por indiferencia, por falta de amor a Jesucristo, desprecian su Iglesia y sus sacramentos y así se quedan sin la Vida Divina de la Trinidad que Cristo, el Hombre-Dios, nos comunica desde su Corazón traspasado! Muchos se darán cuenta y se lamentarán, pero será muy tarde. Recemos para que los que han apostatado, regresen al redil de Cristo, la Iglesia Católica y así reciban la vida nueva de la Trinidad que nos da Cristo.

miércoles, 15 de marzo de 2023

“Toma tu camilla y echa a andar”


 

“Toma tu camilla y echa a andar” (Jn 5, 1-3. 5-16). Jesús realiza un milagro de curación corporal en la piscina llamada “Betesda”. En esa piscina, se daba una situación muy particular, un don del cielo que hace recordar, por ejemplo, al agua milagrosa del Santuario de Lourdes, o también al agua milagrosa del “Pozo de San Francisco”: un ángel del cielo bajaba -la señal era que las aguas se movían- y quien lograba acercarse a ese lugar, quedaba curado instantáneamente.

En ese lugar se encontraba un enfermo quien, debido a que no tenía nadie que lo ayudase, hacía años que deseaba acercarse a la fuente de sanación, sin poder lograrlo. Jesús, sabiendo lo que le sucedía -al ser Dios omnisciente todo lo sabe-, se acerca para concederle el milagro de la sanación, pero es importante lo que le dice primero: le pregunta “si quiere” curarse y esto porque Jesús respeta a tal punto nuestra libertad, que no nos concede nada sin que nosotros lo deseemos. El enfermo le manifiesta libremente que desea ser curado y es recién entonces cuando Jesús le concede el don de la curación milagrosa.

Al contemplar el milagro, podríamos pensar que el hombre enfermo que es curado por Jesús es muy afortunado al recibir tan grande don del mismo Jesús, y es así, pero al mismo tiempo, no debemos pensar que es el único afortunado, porque Jesús continúa concediendo dones de sanación tanto corporal como espiritual, ya que la piscina de Betesda es imagen de la Iglesia, de donde brota el agua de la gracia santificante, que se comunica a través de los sacramentos, concediendo milagros de sanación corporal y espiritual y sobre todo la conversión del alma a Cristo.

Y al igual que el enfermo del Evangelio, Cristo no nos obliga a acudir a su Iglesia, pero si no lo hacemos, si no recibimos los sacramentos, si no nos confesamos, si no recibimos su Sagrado Corazón Eucarístico, porque no queremos hacerlo, entonces nos perjudicamos gravemente, porque somos como un enfermo a quien se le ofrece gratuitamente la sanación de sus dolencias, pero prefiere quedarse con su enfermedad y su dolor, antes que recibir la gracia santificante que brota de la Fuente de la salvación, el Corazón traspasado de Jesús.

lunes, 13 de marzo de 2023

“Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento”

 


(Domingo IV - TC - Ciclo A – 2023)

          “Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento” (Jn 9, 1-41). En este episodio del Evangelio, Jesús realiza un milagro por el cual le da la vista a un ciego de nacimiento. Se puede considerar, por un lado, el milagro corporal, que pertenece al orden de lo natural y por otro lado, su significado y trascendencia sobrenatural.

          Desde el punto de vista natural, el no vidente lo es desde nacimiento, con lo cual, muy probablemente, haya nacido con atrofia de las estructuras ópticas que hacen posible la visión en el ser humano: por ejemplo, podría ser una atrofia bilateral de los nervios ópticos, atrofia o ausencia bilateral de las retinas, lesiones graves al momento de nacer, producidas en la corteza cerebral relacionada con la visión, etc. Es decir, los problemas anatómicos y funcionales causantes de una ceguera congénita pueden ser múltiples y de variada naturaleza y algunos, de tal gravedad, que la ciencia, ni hoy ni en ningún momento, sería capaz de solucionar. Sin embargo, Jesús, con la sola indicación al no vidente de que se lave el rostro luego de que Él le pusiera barro en los ojos, le devuelve la vista al ciego. Esto supone un milagro de magnitudes difíciles de imaginar: supone la reconstrucción o mejor, la creación, de la nada, de las estructuras ópticas atrofiadas, lesionadas gravemente o incluso inexistentes en el no vidente, algo que la ciencia médica humana jamás podrá hacer, cualquiera sea el grado de desarrollo que logre alcanzar la ciencia. Pero Jesús, que a la vista de todos aparece como “el hijo del carpintero”, que tiene el mismo oficio de su padre adoptivo, el ser carpintero, concede la vista plena a quien no la poseía.

          La razón del milagro está en la condición divina de Jesús: Jesús es Dios, en cuanto tal, es omnipotente, omnisapiente y todavía más: en cuanto Dios, es Él el creador del ser humano, tanto de su alma espiritual como de su cuerpo material; Él es el creador de la anatomía y de la fisiología de todos los seres vivos, incluido el hombre y es aquí en donde radica la explicación del porqué Jesús puede devolver la vista al ciego de nacimiento: simplemente porque es Dios y en cuanto Dios, Él crea de la nada y crea, con precisión científica, lo que los científicos, luego de miles de años, llegarán apenas a descubrir una ínfima parte de su anatomía y de su funcionamiento. De esto se desprende, como al pasar, la absoluta incongruencia de quien se dice ser científico y, porque es científico, se proclama ateo: ¿cómo se puede ser ateo, si el hecho científico que se estudia, ha sido creado con precisión científica por parte de Jesús, Dios Creador?

          El otro aspecto que se debe considerar en este milagro, además de la omnipotencia y de la omnisciencia de Jesús, es el significado sobrenatural: el ciego de nacimiento representa al hombre que, espiritualmente y a causa del pecado original y de su propia condición humana, es incapaz de ver, con la luz de la razón, a Dios y a sus misterios, principalmente el misterio de la constitución íntima de Dios como Uno y Trino y el misterio de la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. La ceguera corporal es símbolo de la ceguera espiritual, que impide ver los misterios de la salvación expresados y manifestados en la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; la ceguera corporal es símbolo de la ceguera espiritual que impide ver, tanto la Encarnación del Verbo de Dios en el seno virgen de la Madre de Dios, como la prolongación de la Encarnación en el seno de la Iglesia, el altar eucarístico, por obra del Espíritu Santo, en la Eucaristía.

          Y así también, como la ceguera del ciego de nacimiento solo podía ser curada y revertida por el poder de Jesús, así también la ceguera del alma, que impide ver a Jesús Presente en el Santísimo Sacramento del altar, solo puede ser curada por el poder de la gracia santificante del mismo Señor Jesús, nuestro Dios y Redentor.

          Pidamos entonces la gracia de ser sanados de nuestra ceguera espiritual, a fin de que seamos capaces de ver, con los ojos del alma iluminados por la fe, a Jesús Eucaristía, Luz del mundo y, como el ciego del Evangelio, luego de recobrada la vista, nos postremos en adoración ante su Presencia Eucarística.

“El que no está Conmigo, está contra Mí”

 


“El que no está Conmigo, está contra Mí” (Lc 11, 14-23). La advertencia de Jesús es más válida hoy que tal vez en cualquier otro momento de la historia. Jesús es muy claro: aquel que no esté con Él, es decir, aquel que no acepte sus palabras, sus milagros, sus enseñanzas, sus sacramentos, su Iglesia, la Iglesia Católica, está contra Él. También, dicho de otra manera, podemos afirmar que quien no está con Jesús, está con el Maligno, con el Ángel caído. Entonces, quien se oponga a Jesús, con toda certeza podemos decir que ha perdido la razón, porque oponerse a Jesús es oponerse a Dios Hijo encarnado, lo cual es peligrosísimo para la salvación eterna, ya que quien se opone al Salvador, no encontrará nada ni nadie, fuera de Jesús, que salve su alma. Ponerse en contra de Jesús es predisponer el alma para la eterna condenación.

¿Por qué decimos que esta advertencia de Jesús es más válida hoy, en el siglo XXI, que en cualquier otro momento de la historia? Porque en nuestros días han surgido una ingente cantidad de herejes y apóstatas que, desde dentro de la Iglesia, desde el seno mismo de la Iglesia, pretenden cambiar los Mandamientos, pretenden cambiar los Sacramentos, pretenden cambiar los dogmas de la Iglesia, pretenden, en definitiva, cambiar absolutamente todo el Magisterio bimilenario de la Iglesia, con el falso de pretexto de que la Iglesia debe “actualizarse” según los tiempos modernos y que lo que antes era considerado pecado, hoy ya no lo es. En otras palabras, los herejes y apóstatas pretenden que, lo que Cristo dijo que era “bueno” en su Iglesia, ahora se llame “malo” y que lo que Él dijo que era “malo”, ahora se lo llame “bueno”, en un clarísimo y burdo intento de poner, literalmente, a la Iglesia, cabeza abajo.

Como cristianos católicos, no podemos, bajo ningún concepto, aceptar esta burda maniobra de cambiar, suprimir, modificar, ni los dogmas, ni los Mandamientos, ni los Sacramentos de la Iglesia, porque si eso hiciéramos, nos pondríamos inmediatamente en contra de Cristo y nos encontraríamos con la mayor de las desgracias, que es el luchar vanamente contra Dios y del lado del Demonio.

“El que no está Conmigo, está contra Mí”. Nada ni nadie en el mundo puede cambiar los dogmas, los Mandamientos y los Sacramentos de la Santa Iglesia Católica, la Iglesia del Cordero. Elegimos estar con Cristo, contra sus enemigos. Los enemigos de Cristo son nuestros enemigos.

“Quien cumpla los Mandamientos y los enseñe a cumplirlos, será grande en el Reino de los cielos”

 


“Quien cumpla los Mandamientos y los enseñe a cumplirlos, será grande en el Reino de los cielos” (Mt 5, 17-19). Para quien desee ser santo, para quien desee ganar el Reino de los cielos, para quien desee la mayor grandeza y honor que se pueda concebir, Jesús da la fórmula para conseguirlo, que consiste en dos pasos: primero, cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios; segundo, enseñar los Mandamientos de Dios a quien no los conoce.

Desde hace un tiempo a esta parte, se ha difundido un pensamiento contrario al Querer Divino, un pensamiento que va en contra de las palabras de Jesús y es el de considerar a los Mandamientos como “pasados de moda”, o también como “aburridos”, o como “fatigosos para ser aprendidos de memoria”, como si aprender los Mandamientos fuera algo “disgustoso”. Nada de esto corresponde al consejo evangélico de Jesús, quien nos dice claramente que si queremos ser considerados “grandes” en el Reino de los cielos, debemos primero aprender los Mandamientos -para aprenderlos hay que memorizarlos- y luego, debemos enseñarlos a quien no los sabe -y para enseñarlos, debemos haberlos antes aprendido y memorizado-. Como vemos, entonces, aprender de memoria los Mandamientos, no es para nada algo que provoque disgusto; por el contrario, es algo que provoca paz, alegría y serenidad en el alma, porque se está aprendiendo y memorizando algo -los Mandamientos- que nos otorgarán la recompensa en el Reino de los cielos, de parte de Dios en Persona.

Por supuesto que el aprender y memorizar los Mandamientos es solo una parte, una parte importante, pero solo una parte de lo que debemos hacer si queremos cumplir la voluntad de Dios, porque esos Mandamientos aprendidos y memorizados, deben ser también vividos, es decir, los Mandamientos deben ser vividos, aplicados, en la vida de todos los días. De nada sirve aprender el Mandamiento que dice: “No mentirás”, si luego digo mentiras, y así con todos y cada uno de los Mandamientos.

“Quien cumpla los Mandamientos y los enseñe a cumplirlos, será grande en el Reino de los cielos”. No hagamos caso a quienes afirman que los Mandamientos de Dios están “pasados de moda”, o que es un “disgusto” aprenderlos de memoria: si queremos recibir la recompensa del Amor de Dios en el cielo, aprendamos los Mandamientos, los memoricemos, los enseñemos a quien no los conoce y vivámoslos en nuestra vida cotidiana. Así, seremos “grandes” en el Reino de los cielos, aunque aquí en la tierra pasemos inadvertidos.

“Perdona setenta veces siete”

 


“Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21-35). Pedro le pregunta a Jesús acerca del perdón al prójimo; llevado por la casuística judía, Pedro pensaba que con perdonar siete veces ya era suficiente para cumplir con la ley. En otras palabras, Pedro pensaba que debía perdonar siete veces y, a la octava vez, era libre de aplicar la ley del Talión, “ojo por ojo y diente por diente”.

La respuesta de Jesús abre un panorama completamente distinto, inimaginable hasta ese entonces: Jesús le dice a Pedro que debe perdonar, no siete veces, ni siete veces siete, sino setenta veces siete, lo cual quiere decir “siempre”. En otras palabras, la respuesta de Jesús es: “Perdona siempre”, porque “setenta veces siete” se traduce por “siempre”.

La razón del perdón cristiano no se fundamenta ni en la bondad del ofendido, ni en el paso del tiempo, ni en ninguna causa natural. La razón del perdón cristiano hay que buscarla, precisamente, en quien se origina, en Cristo. El perdón cristiano no se entiende si no es a la luz de la cruz de Cristo: en la cruz, Cristo nos perdona, a todos y a cada uno de nosotros, con un perdón infinito, con un perdón basado en un Amor infinito, que no mide ni la magnitud ni la cantidad de las ofensas: Cristo desde la cruz nos perdona con un Amor infinito y con un alcance infinito, en el sentido de que no hay pecado que Cristo no nos perdone. El único requisito para obtener el perdón de Cristo, es reconocer nuestro pecado, reconocer nuestra ofensa cometida contra Cristo por medio del pecado y confesar nuestras culpas, a los pies de Jesús crucificado, que es la confesión al representante de Cristo en la tierra, el sacerdote ministerial, por medio del Sacramento de la Penitencia.

El perdón que cada uno de nosotros recibe de Cristo, perdón que le cuesta a Cristo su Sangre y su Vida, es el fundamento para nuestro perdón como cristianos: así como Cristo nos perdona desde la cruz, así nosotros debemos, con ese mismo perdón recibido de Cristo, perdonar a nuestro prójimo. Y debido a que el perdón de Cristo no tiene límites en el tiempo, así también debe ser nuestro perdón: siempre, es decir, “setenta veces siete”.

No se concibe un cristiano que no perdone a su prójimo con el mismo perdón con el cual Cristo nos perdona desde la cruz: “setenta veces siete”, es decir, “siempre”. Como cristianos, debemos perdonar a nuestros enemigos personales “siempre”, lo cual no es obstáculo para buscar la justicia, aunque eso ya es otro tema. Como cristianos, debemos perdonar como Cristo nos perdona desde la cruz, es decir, “siempre”.

jueves, 9 de marzo de 2023

“Dame de beber”

 


(Domingo III - TC - Ciclo A - 2023 2)

         “Dame de beber” (Jn 4, 5-15). En el Evangelio del encuentro con la samaritana, se presenta a Jesús sediento, pero no solo de agua material, necesaria para satisfacer la sed del cuerpo, sino que esa sed tiene también una trascendencia sobrenatural, porque la sed que tiene Jesús es sed de almas[1]. Se trata de una situación análoga a lo que sucede en el Calvario, cuando en una de las Siete Palabras de Jesús en la cruz, dice: “Tengo sed”, interpretando los soldados que se trata de sed del cuerpo, pero en realidad es sed de almas. Dios tiene sed de almas, Dios quiere que las almas se salven y eso es lo que significa la sed de Jesús, tanto en el encuentro con la samaritana, como en el Monte Calvario, ya crucificado.

         En el momento del encuentro con la samaritana, Jesús se está sentado al borde del pozo de Jacob, tal como lo hace un hombre cuando está cansado; otro detalle que notan los teólogos es el hecho de que es el mediodía, la “hora de sexta”, según el modo de contar el tiempo de los romanos, lo cual indica también un momento del día en el que se experimenta más sed, porque a esa hora convergen la actividad de la mañana y el calor del sol del mediodía; en el caso de Jesús, trasladado a lo sobrenatural, su sed de almas aumenta de forma paralela a su sed corporal, aunque su sed de almas es mucho más intensa que la sed del cuerpo tanto más cuanto el “sol del mediodía” en la Escritura significa la actividad demoníaca que también busca almas, pero para inducirlas al pecado y a la eterna condenación.

         En el encuentro con Jesús, la samaritana se da cuenta de que es judío por su modo de hablar, por lo que le recuerda el odio que existe entre las naciones de judíos y samaritanos, y esto se debe, en parte, al hecho de que los judíos, que eran los únicos en creer en un Dios Uno, se separaban de quienes consideraban paganos y, en el caso de los samaritanos, eran considerados también cismáticos, es decir, separados de los judíos debido a que habían construido un templo distinto al de los estos en el año 400 a. C. Esto es lo que explica la enemistad y animosidad entre judíos y samaritanos, recordada por la samaritana.

         Pero Jesús, siendo Él, en su naturaleza humana, hebreo, le habla a la mujer, siendo ella samaritana -con lo cual rompe desde un inicio esa enemistad- y le habla acerca del amor de Dios y del don del cielo que su presencia misma -la presencia de Jesús- constituye para ella -porque Él es el Mesías-Dios, el Dios que se ha encarnado en la Persona del Hijo para salvar no solo al Pueblo Elegido, los judíos, sino para salvar a toda la humanidad-;  al hacer esto, al hablarle del Divino Amor y de la llegada en carne del Mesías de Dios, Jesús de Nazareth, quien habrá de salvar a toda la humanidad, deja de lado el estado de hostilidad entre ambos pueblos[2], además de cualquier hostilidad que pueda haber entre las naciones del mundo, porque Él, el Mesías-Dios, Es el que Es -es el primer “Yo Soy” que pronuncia Jesús-y ha venido a traer la paz a los hombres en guerra con Dios y entre sí, porque Él da la verdadera paz, la Paz de Dios, que sobreviene al alma al serle quitado aquello que la hace enemiga de Dios, el pecado.

         En el encuentro, Jesús le pide de beber a la mujer samaritana, pero al mismo tiempo, Él puede darle algo infinitamente más valioso que el agua material y es el “agua viva”, que brota a borbotones de un manantial; un agua viva que vivifica, que da la Vida de Dios a quien la bebe y es la gracia santificante, que ha de brotar de su Costado traspasado en la cruz y que se comunicará a su Iglesia a través de los sacramentos. Jesús le pide a la samaritana agua para saciar la sed corporal, pero al mismo tiempo, Él le ofrece también agua, pero un agua viva con la vida divina, que comunica la vida divina a quien la bebe, es el agua de la gracia santificante, brotada de su Corazón herido por la lanza y comunicada en el tiempo a los hombres por medio de los Sacramentos de la Iglesia Católica.

“Dame de beber”, nos dice también a nosotros Jesús, pero no nos pide el agua material, sino el alma, porque el Hombre-Dios tiene sed de nuestras almas; el Hombre-Dios Jesucristo tiene sed de nuestro amor y es por eso que nosotros, postrados ante Jesús, para saciar su sed de almas, por manos de la Virgen, le hacemos entrega de nuestras almas, las de nuestros seres queridos y las del mundo entero. Pero al mismo tiempo que nosotros le damos a Jesús nuestras almas, para saciar su sed de almas, Jesús -tal como hace con la samaritana en el Evangelio- nos concede también agua, pero es otra agua, no el agua material, sino el agua sobrenatural de la gracia santificante que brota de su Corazón traspasado. Para nosotros, la surgente de agua viva es el Costado traspasado de Jesús; es de su Sagrado Corazón de donde brota el manantial de Vida divina que salta hasta la Vida eterna. Al igual que la samaritana, que le pide a Jesús el “agua viva”, pidamos también nosotros esta agua brotada del manantial que es el Corazón traspasado de Jesús; saciemos nuestra sed de Dios y de su Divino Amor, bebiendo de este manantial sagrado; saciemos nuestra sed de paz, de amor, de alegría, bebiendo la Sangre del Cordero, la Sagrada Eucaristía y adoremos, en espíritu y en verdad, al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Editorial Herder, Barcelona 1957, 698.

[2] Cfr. ibidem, 760.

lunes, 6 de marzo de 2023

“Dios es espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad”

 


(Domingo III – TC - Ciclo A – 2023)

          “Dios es espíritu y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 14-15). Si bien los judíos eran el Pueblo Elegido, porque poseían las primicias de la Verdad sobre Dios, esto es, que Dios es Uno y no hay múltiples dioses, como lo creían los paganos, los judíos, no obstante, no poseían la Verdad plena, total y última acerca de Dios, esto es, que Dios es Uno y Trino, Uno en naturaleza y Trino en Personas y es esto lo que Jesús viene a revelar: que Él es la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en el seno de María Santísima por obra del Espíritu Santo, en obediencia al pedido de Dios Padre. De esta manera, Jesús, que es hebreo, de raza hebrea, por su naturaleza humana, completa la Verdad Última acerca de Dios y es por esto que, a partir de Jesús, si bien los judíos siguen siendo “Pueblo Elegido”, se establece un “Nuevo Pueblo Elegido”, constituido por los que se unan por la gracia al Cuerpo Místico del Hijo de Dios y así sean conducidos, por el Espíritu, al Padre, para adorarlo, en el tiempo y en la eternidad.

          Los hebreos y los samaritanos no se hablaban, por cuanto profesaban religiones distintas: los hebreos, la religión de Dios Uno, los samaritanos, una religión politeísta, conformada por numerosos dioses; ambas religiones eran incompatibles entre sí y por esto se produce este distanciamiento, y es lo que explica el asombro de la samaritana cuando Jesús le pide agua, puesto que como hemos dicho, hebreos y samaritanos no se hablaban entre sí. Sin embargo, a partir de Jesús, aquellos que forman parte del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados de la Iglesia Católica, no deben imitar al Pueblo Elegido; por el contrario, deben “ir por el mundo anunciando la Buena Noticia” de Jesús el Salvador, es decir, deben proclamar y anunciar el Evangelio de la salvación de Nuestro Señor Jesucristo y por esto mismo, deben hablar al mundo, no para aprender nada del mundo, que el mundo no tiene nada para enseñar a la Iglesia, sino para enseñar al mundo que Jesús es el Salvador y que todo ser humano debe convertir su corazón a Jesús el Señor, para salvar su alma: “El que crea y se bautice, se salvará; el que no crea y no se bautice, no se salvará”.

          Entonces, en Jesús, Dios Hijo encarnado, se completa la autorrevelación de Dios, que había sido dada en parte y en forma incompleta a los judíos, encargando a su Iglesia hacer en el mundo lo que Él hace con la samaritana: revelar la Verdad Última de Dios, como Uno y Trino y la Verdad de la Encarnación del Hijo de Dios, por pedido del Padre y por obra del Espíritu Santo, para la salvación de los hombres. Esto es lo que justifica y explica la actividad misionera y apostólica de la Iglesia, actividad que no es otra cosa que cumplir las palabras del Señor Jesús: “Id y anunciad el Evangelio a todas las naciones”.

Otro elemento a destacar en el diálogo de Jesús con la samaritana es el carácter eminentemente espiritual de la religión católica, carácter espiritual que se demuestra en la búsqueda de la mortificación de las pasiones corporales y en la santificación del alma por la gracia santificante; en contraposición a las falsas religiones, que solo buscan la satisfacción más o menos encubierta de las pasiones, trasladando incluso esta visión materialista-corpórea de la religión a la vida eterna, en donde el Paraíso consiste en la satisfacción sin límites de las pasiones depravadas del hombre, tal como lo proclama el Islam, por ejemplo.

La religión católica es entonces espiritual y esto porque “Dios es espíritu” y porque Dios es espíritu, la perfección del hombre será, no la satisfacción impura de las pasiones corporales, como afirma erróneamente el Islam, sino la espiritualización de la materia corpórea y la glorificación del alma en la vida eterna.

“Dios es espíritu”, le dice Jesús a la samaritana, y a nosotros nos dice: “Dios es espíritu y se ha encarnado, en la Persona del Hijo, en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth; “los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad”, le dice a la samaritana y a nosotros nos dice: “los que adoran a Dios en espíritu y en verdad, los que de veras lo aman y creen que el Hijo se ha encarnado por voluntad del Padre y en el Amor del Espíritu Santo, deben adorarlo y amarlo en la Eucaristía, porque Dios Hijo encarnado prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del altar”.

sábado, 4 de marzo de 2023

“Jesús se transfiguró en el Monte Tabor”

 


(Domingo II - TC - Ciclo A – 2023)

         “Jesús se transfiguró en el Monte Tabor” (cfr. Mt 17, 1-9). Jesús sube al Monte Tabor y allí, en presencia de sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, se “transfigura”. ¿Qué es la transfiguración? Es un fenómeno sobrenatural por el cual la Humanidad Santísima de Jesús comienza a emitir luz, una luz desconocida para los hombres, que se irradia a través del Cuerpo de Jesús. En la transfiguración hay que considerar que no se trata de una luz terrena, conocida por el hombre; tampoco se trata de una luz que viene desde lo alto e ilumina a Jesús; tampoco se trata de un fenómeno natural, como podría decir algún racionalista, en el que las nubes del cielo se corren para dejar paso a la luz del sol, cuyos rayos caen justo sobre Jesús y hacen dar la apariencia de que Jesús está iluminado. Nada de esto sucede en la transfiguración. Lo que sucede en la transfiguración es de orden sobrenatural, es decir, de origen divino, celestial y para entenderla, hay que considerar a la naturaleza divina; la naturaleza divina es luminosa por esencia, es decir, Dios es Luz y como Dios es Eterno, la Luz que es Dios es Luz Eterna. En la transfiguración, la luz que emana del Ser divino trinitario de Jesús, el Hijo de Dios, se transparenta a través de la Humanidad Santísima de Jesús, provocando que la Humanidad de Jesús, incluido su Rostro Santísimo y sus vestiduras, resplandezcan con una luminosidad más intensa que miles de millones de soles juntos.

         ¿Por qué Jesús se transfigura en el Monte Tabor?

         Porque está cerca su Pasión y Muerte en cruz y a causa de las heridas que sufrirá en su Pasión, su Cuerpo, su Humanidad, quedará cubierta con su Sangre Preciosísima; su Rostro, ahora bañado en luz divina, quedará cubierto por las heridas, los golpes, los hematomas que le propinarán los hombres y la sangre cubrirá su Rostro, al punto de volverlo irreconocible. En su Pasión, Jesús recibirá tantos golpes y tantas heridas, que quedarán abiertas y por las cuales brotará su Preciosísima Sangre, que será irreconocible, aun para sus discípulos más cercanos. Esto sucederá para que se cumpla la profecía de Isaías: “(El Salvador será) como ante quien se oculta el rostro”, para no ver el estado lamentable al que quedará reducido. Jesús será, dice el Profeta, “molido por nuestros pecados”, porque Él recibirá la furia de la Ira Divina, que se descargará sobre Él, el Cordero Inmaculado, el Cordero sin pecado, en vez de descargarse sobre nosotros, aunque lo merecemos por nuestros pecados.

         Jesús se transfigura, dice Santo Tomás, para que sus discípulos, al verlo cubierto de Sangre y de heridas, no desfallezcan por el desánimo y la tribulación de ver a su Maestro, con su Cuerpo cubierto por numerosas heridas abiertas y sangrantes y perseveren por el Camino del Calvario, recordando que ese Hombre al cual ellos ven llevando la Cruz, bañado en Sangre, cubierto de heridas, escupitajos, recibiendo incontables golpes de puños, de patadas, de insultos, es el mismo Hombre-Dios, que reveló su divinidad, resplandeciendo con la Luz Eterna de su Ser divino trinitario en el Monte Tabor.

         Si en el Monte Tabor la Humanidad Santísima de Jesús está cubierta de Luz Eterna, la luz que recibe del Padre desde la eternidad, en el Monte Calvario su Humanidad Santísima se cubrirá con su Sangre Preciosísima, que brotará a raudales a causa de nuestros pecados, por lo que si la transfiguración del Monte Tabor es obra de Dios Padre, que le concede desde la eternidad su luz divina, las heridas abiertas y sangrantes que cubren la Humanidad Santísima de Jesús en el Monte Calvario son obra nuestra, obra de nuestros pecados, sean públicos o privados, sean explícitos o escondidos a los ojos de los hombres, porque debemos saber que nuestros pecados tienen una consecuencia directa sobre Jesús y es el de golpear su Humanidad Santísima, con tanta más violencia, cuanto más grave es el pecado cometido.

         En este tiempo de Cuaresma, hagamos el propósito de no golpear a Jesús, hagamos el propósito de no abrirle más heridas en su Cuerpo Santísimo, hagamos el propósito de no herir a Nuestro Señor Jesucristo, para que su Sangre Preciosísima no brote a raudales de su Humanidad herida por los pecados de los hombres, por nuestros pecados; hagamos el propósito de no solo no herir más a Jesús, sino de convertir a nuestros corazones, por la gracia santificante, en otros tantos cálices vivientes en donde se recoja, con amor, piedad y devoción, la Preciosísima Sangre del Cordero.

“¿Así le contestas al Sumo Sacerdote?”

 


Cristo ante Caifás.

“¿Así le contestas al Sumo Sacerdote?” (Jn 18, 22). El sonido de la fuerte trompada me despertó; en el mismo instante, abrí los ojos y me escuché a mí mismo pronunciando la misma frase, la misma pregunta: “¿Así le contestas al Sumo Sacerdote?”. Instantáneamente, sin pensarlo, miré mi mano derecha y me di cuenta de que el anillo que llevo puesto habitualmente en el dedo anular, estaba manchado de sangre, mientras un hilo de esa sangre comenzaba a discurrir por mi mano, cayendo una gota en el suelo. Era una sangre distinta, una sangre que, inexplicablemente, al mismo tiempo que me atraía, me impulsaba a estremecerme en mi interior, con un temblor sagrado, como alguien que se encuentra ante lo más sublime y sagrado que jamás pueda siquiera ser imaginado por el hombre o por el ángel. Luego sabría el motivo; era la Sangre del Cordero, pero en ese momento todavía no lo sabía.

Luego de escuchar mi propia voz y de ver, casi en simultáneo, mi anillo, mi dedo anular y mi mano, manchadas con sangre, elevé la vista y contemplé su Rostro, el Rostro de Dios; contemplé sus ojos, los ojos de Dios, los ojos de Jesús de Nazareth. Y en el mismo momento, escuché que el Hijo de Dios me decía: “Si he hablado mal, dime en qué ha sido; si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”. Esas palabras –“¿Por qué me pegas?”-, unidas a la contemplación de su Rostro, las escuché, no solo con los oídos del cuerpo, sino ante todo con los oídos del alma, de mi alma sumergida en la oscuridad. Entonces comprendí la verdadera dimensión del pecado, comprensión acompañada de la luz de su Rostro, la Luz Eterna del Ser divino trinitario de Jesús, que iluminó las tinieblas de mi mente y de mi corazón, sacándome de la siniestra oscuridad en la que me encontraba.

El golpe, la trompada, la cachetada, en el Rostro Santísimo de Jesús, es la consecuencia del pecado, es el fruto envenenado del pecado. La suprema fealdad del pecado, nacida en lo más profundo de mi ennegrecido corazón, se estrellaba contra la Suprema Belleza Increada, que resplandecía sobrenaturalmente en el Sagrado Rostro de Jesús. Ése es el destino final del pecado, ésa es la trayectoria final, el impactar de forma violenta sobre la Humanidad Sacratísima de Jesús, al punto de herirla, abrirla en dos, provocando una herida abierta y sangrante, herida de la cual fluye la Preciosísima Sangre del Cordero.

Mientras me arrodillaba para adorar al Cordero, escuchaba su voz que me decía: “¿Por qué me pegas?” (Jn 18, 22).

viernes, 3 de marzo de 2023

“Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”


 

“Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt 7, 7-12). Jesús nos alienta a pedir, a buscar y a llamar a Dios, porque nos dice Él que quien pide, recibe, quien busca, encuentra y a quien llama, se le abre.

Podríamos preguntarnos entonces qué es lo que debemos pedir, qué debemos buscar, adónde debemos llamar.

Ante todo, lo que debemos pedir es de orden espiritual -aunque también se puede pedir en el orden material, siempre que sea para la subsistencia y no para el lujo o el derroche, lo cual es un contrasentido en el cristiano- y, dentro del orden espiritual, debemos pedir todo aquello que sea conveniente y bueno para nuestra eterna salvación, al mismo tiempo que debemos pedir el rechazo de todo lo que sea un obstáculo para nuestra salvación. Por ejemplo, debemos pedir la perseverancia en la Santa Fe Católica todos los días, hasta el día de nuestra muerte; podemos pedir la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado.

¿Qué es lo que debemos buscar? Debemos buscar los medios que nos conduzcan a la vida eterna: ante todo, la gracia santificante que nos conceden los sacramentos, principalmente el Sacramento de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía; debemos buscar la gracia de rezar el Santo Rosario todos los días, para unirnos místicamente a las vidas de Jesús y María; debemos buscar la gracia de saber usar los sacramentales -agua, aceite y sal exorcizados-, que ahuyentan al Demonio y nos hacen desear vivir en unión con los Sagrados Corazones de Jesús y María.

¿Dónde debemos llamar? Debemos llamar a las puertas del Sagrario, en donde se encuentra Jesús Eucaristía, porque si bien Él, en cuanto Dios, sabe qué es lo que necesitamos, tanto para tener paz espiritual, como para salvar nuestras almas y las de nuestros seres queridos, Él quiere que se lo pidamos, arrodillados y postrados en adoración ante su Presencia Eucarística.

Ante Jesús Eucaristía, pidamos, busquemos y llamemos a las puertas de su Sagrado Corazón Eucarístico, para obtener la gracia invalorable de salvar nuestras almas, las de nuestros seres queridos y las de nuestros prójimos.