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jueves, 10 de octubre de 2024

“Pedid, llamad, buscad”

 


“Pedid, llamad, buscad” (Lc 11, 5-13). Para animarnos a pedir a Dios por aquello que necesitamos para nuestra vida cotidiana, tanto en lo material como en lo espiritual, Jesús presenta el ejemplo imaginario de un amigo que acude a la casa de su amigo ya pasada la medianoche, es decir, en un horario en el que se supone en el que prudencialmente no se debe acudir a una casa de familia porque ya están descansando y sin embargo este amigo lo hace porque ha llegado otro amigo de visita y no tiene nada “para ofrecerle”; entonces, confiando en la amistad con su amigo, toca a la puerta para pedirle “tres panes”. Finalmente obtiene lo que desea, ya que su amigo le dará no solo los tres panes, dice Jesús, sino “todo lo que necesite” porque se los dará, sino es por ser amigo, al menos se los dará “por su importunidad”, es decir, para que lo deje ya descansar. Con este ejemplo, Jesús nos alienta a acudir a Dios Trinidad, para pedir por aquello que necesitemos, confiando en su Divina Bondad.

Pero después, para aumentar todavía más nuestra confianza en la Bondad de Dios, Jesús pone de ejemplo la bondad humana, para hacer resaltar la Bondad Divina: dice Jesús, con toda lógica, que, si un hijo le pide a su padre un pan, éste no le dará una piedra; si le pide pescado, no le dará una serpiente y si le pide un huevo, no le dará un escorpión. Entonces, si los seres humanos, que por el pecado original y que por naturaleza tendemos al mal y hacemos al mal y aun así somos capaces de hacer obras buenas, dice Jesús, cuánto más no será capaz Dios de darnos cosas buenas, ya que Dios es la Bondad y la Misericordia Increadas. Pero en la conclusión de Jesús, hay algo que sorprende, porque Jesús, siguiendo la lógica de la conversación, tendría que haber concluido así: “Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!”. Y sin embargo, concluye así: “Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden!”. Es una respuesta totalmente inesperada, porque entonces significa que Dios es capaz de darnos algo -o mejor dicho, Alguien, porque es una Persona-, que es infinitamente más grande que cualquier cosa buena, material o espiritual que ni siquiera pudiéramos llegar a imaginar y ese “Alguien” es el Espíritu Santo, el Divino Amor, el Amor del Padre y del Hijo, el Amor que une al Padre y al Hijo desde toda la eternidad. En esto consiste la novedad radical de Jesucristo, en que Él ha venido a revelar que es el Hijo de Dios encarnado y que, a través suyo, Él y el Padre nos donan el Espíritu Santo y esto supera toda capacidad de imaginación del ser humano.

“Pedid, llamad, buscad”. La mayoría de las veces nos quejamos por las situaciones existenciales de la vida cotidiana y por las tribulaciones y angustias que la vida acarrea, y el origen de esta queja se encuentra en el olvido de la recomendación de Jesús: “Pedid, llamad, buscad”. Jesús nos dice que debemos pedir, debemos llamar, debemos buscar, y con toda seguridad seremos escuchados en nuestras peticiones y no solo recibiremos toda clase de dones y de gracias de parte de Dios nuestro Padre, sino que recibiremos algo -Alguien- que jamás podríamos ni siquiera imaginar y es al Espíritu Santo, al Divino Amor del Padre y del Hijo. Por último, debemos preguntarnos ¿dónde debemos pedir, llamar y buscar para ser escuchados y para recibir, mucho más que tres panes, el Pan de Vida eterna y el Amor de Dios, el Espíritu Santo? Debemos pedir, llamar y buscar allí donde está el Dios de la Eucaristía, el Dios del sagrario, el Rey de cielos y tierra, el Señor de señores y Rey de reyes, Cristo Jesús en la Eucaristía. Debemos pedir, llamar y buscar postrados ante Jesús Eucaristía, ante Jesús en el sagrario.

 


sábado, 22 de junio de 2024

“¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”

 


(Domingo XII - TO - Ciclo B – 2024)

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!” (Mc 35-40). En este episodio del Evangelio, suceden varios hechos significativos: mientras Jesús y los discípulos se trasladan en barca “a la otra orilla” -por indicación de Jesús-, se produce un evento climatológico inesperado, de mucha violencia, que pone en riesgo la barca y la vida de los que estaban navegando. Dice así el Evangelio: “Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla”. Como consecuencia de este huracán inesperado, la barca corría un serio peligro de hundirse; pero lo más llamativo del caso es que, en medio de la tormenta, y con las olas llenando la barca, Jesús duerme y a tal punto, que los discípulos tienen que despertarlo: “Él (Jesús) estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. (Jesús) Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento cesó y vino una gran calma”. Él les dijo: “- ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Entonces, hay dos hechos llamativos: el repentino huracán, que pone en peligro a la barca y la vida de los que están en ella y el sueño de Jesús, Quien a pesar de la violencia del viento y de las olas, duerme. Un tercer hecho llamativo es la dura reprimenda de Jesús a sus discípulos, aunque cuando reflexionamos sobre esta reprimenda de Jesús, en la misma se encuentra tal vez la razón por la cual Jesús dormía mientras la barca corría peligro de hundirse: y la razón por la cual Jesús reprende a sus discípulos es porque Él confiaba en la fe de sus discípulos; Él confiaba en que sus discípulos tendrían fe en Él y que, a través de Él, actuando como intercesores, lograrían detener la violencia de la tormenta. La fe -en Cristo Jesús- es creer en lo que no se ve, es creer en Jesús y en su poder divino, la fe es creer en Jesús en cuanto Hombre-Dios, aun cuando no lo vemos, y es por eso que Jesús duerme, porque confiaba en que sus discípulos, ante la tormenta peligrosa, actuarían como intercesores, orando y obteniendo de Él el poder de Él, de Jesús, para detener la tormenta, para calmar el viento y el mar, sin necesidad de ir a despertarlo, por eso les recrimina su falta de fe, de lo contrario, no tendría sentido esta recriminación de parte de Jesús. Y cuando reflexionamos un poco más, nos damos cuenta que así es como obraron los santos a lo largo de la historia de la Iglesia Católica: rezaron a Jesús y obtuvieron de Él innumerables milagros, actuando así como intercesores entre los hombres y el Hombre-Dios Jesucristo.

         Otro paso que debemos hacer para poder apreciar este episodio en su contenido sobrenatural es el hacer una transposición entre los elementos naturales y sensibles y los elementos preternaturales y sobrenaturales, invisibles e insensibles.

         Así, el mar embravecido representa a la historia humana en su dirección anticristiana, en su espíritu anticristiano: es el espíritu del hombre que, unido y subyugado al espíritu demoníaco, busca destruir, mediante diversas ideologías -comunismo, marxismo, ateísmo, liberalismo, nihilismo- y religiones anticristianas y falsas -budismo, hinduismo, islamismo, protestantismo, etc.- a la Iglesia Católica, ya sea mediante revoluciones, guerras civiles, atentados, o persecuciones cruentas o incruentas, etc.; el viento en forma de huracán, el viento destructivo, que embiste con violencia a la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, representa más directamente al espíritu luciferino, esta vez por medio de la Nueva Era y sus innumerables sectas y representaciones malignas y sus prácticas paganas y supersticiosas -ángeles de la Nueva Era, ocultismo, Wicca, hechicería, brujería, satanismo, esoterismo, coaching, viajes astrales, árbol de la vida, ojo turco, mano de Fátima, atrapasueños, duendes, hadas, unicornios, etc.-; la Barca de Pedro, en la que van Jesús y los discípulos, es la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que navega en los turbulentos mares del tiempo y de la historia humana hacia su destino final, la feliz eternidad en el Reino de los cielos; Jesús Dormido y recostado en un almohadón, en la popa de la Barca, es Jesús Eucaristía, Quien parece, a los sentidos del hombre, estar dormido, en el sentido de que no podemos verlo, ni escucharlo, ni sentirlo, aunque también, vistos los acontecimientos en la Iglesia y en el mundo, parecería que está dormido, pero no lo está, Jesús es Dios y está observando atentamente cómo nos comportamos, en la Iglesia y en el mundo y registra cada movimiento, cada pensamiento, cada acto, cada palabra, de manera que todo queda grabado, por así decirlo, para el Día del Juicio Final, por lo que de ninguna manera Jesús está dormido, siendo todo lo contrario, somos nosotros los que, como los discípulos en el Huerto de los Olivos, cuando Jesús les pidió que orasen con Él, en vez de orar, se quedaron dormidos, así somos la mayoría de los cristianos, estamos como dormidos, mientras que los enemigos de Dios y de la Iglesia están muy despiertos, obrando todo el mal que les es permitido obrar.

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”. El Hombre-Dios Jesucristo, oculto a nuestros sentidos, está en Persona en la Eucaristía. A Él le obedecen los Tronos, las Dominaciones, las Potestades, las Virtudes, los Ángeles, los Arcángeles; ante Él las miríadas de ángeles se postran en adoración perpetua y entonan cánticos de alabanzas y de alegría celestial; ante Él, el Cordero de Dios, los Mártires, los Doctores de la Iglesia, las Vírgenes, las multitudes de Santos, se postran en adoración y se alegran en su Presencia; ante Él, el universo se vuelve pálido y su majestad queda reducida a la nada; ante Él, el Infierno enmudece de pavor; ante Él, el viento y el agua le obedecen. Solo el hombre que vive en la tierra y más específicamente, el hombre de los últimos tiempos, no le obedece; solo el hombre de los últimos tiempos, el hombre próximo al Fin de fines -cada día que pasa es un día menos para el Día del Juicio Final-, no solo no le obedece, no solo no toma su Cruz y lo sigue por el Camino del Calvario, sino que, arrojando lejos de sí a la Cruz, la pisotea, reniega de la Cruz y sigue por un camino opuesto al Camino Real de la Cruz, un camino que lo aleja cada vez más de la salvación, un camino siniestro, oscuro, un camino en el que las sombras están vivas, porque son demonios y si el hombre no se detiene a tiempo, esas sombras vivientes serán su compañía para siempre, para siempre, y eso lo habrá merecido por la sencilla razón de no haber querido obedecer al Hombre-Dios Jesucristo, Aquel a Quien hasta el viento y el agua obedecen.


jueves, 25 de abril de 2024

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”

 



“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 1-6). ¿En qué sentido Jesús es Camino, Verdad y Vida? Ante todo, no es en un sentido metafórico o simbólico, sino literalmente real. Jesús es Camino, Verdad y Vida.

Jesús es Camino y como todo camino, comienza en algún lugar y conduce a algún lugar; el camino se caracteriza porque comienza en un lado y finaliza en otro, siendo así un medio para llegar a un fin. Pero no es así en el caso de Jesús, porque Jesús es el fin en sí mismo; Él es el Principio y el Fin, es el Alfa y el Omega; es el Camino que conduce a Dios y al mismo tiempo es el Dios al que el alma es conducida. Jesús es el Camino al Padre y nadie va al Padre si no es por el Camino celestial y divino que es Jesús. Cualquier camino que no sea Jesús, conduce solo a las tinieblas, al abismo, al error, al pecado y a la muerte. El Camino que es Jesús comienza en su Sagrado Corazón Eucarístico y finaliza en el seno del Padre; quien transita por el Camino que es Jesús, es conducido por el Espíritu Santo a algo que es infinitamente más grandioso, bello y majestuoso que el Reino de los cielos y es el luminoso y misericordioso seno de Dios Padre. Y así como no hay otro camino posible para llegar al Padre, que no sea Jesús, así tampoco no hay otro camino posible para llegar a Jesús, que la Virgen y Madre de Dios, María Santísima.

Jesús es Verdad, es la Verdad Absoluta e Increada, es la Verdad Eterna e infinita, es la Verdad en Acto, de la cual participa toda verdad. Jesús es la Verdad Primera y Última acerca de Dios, Quien además de ser Uno en naturaleza, es Trino en Personas. Jesús es la Verdad divina absoluta, es la Sabiduría divina en su total plenitud, porque Él procede eternamente del Padre y el Padre expresa su Sabiduría en Jesús; todo lo que Jesús sabe y revela, es todo el contenido de la Inteligencia Suprema, Absoluta y Divina del Padre. Por esta razón, quien cree en las palabras y en la revelación de Jesucristo, cree en las palabras y en la revelación del Padre: nada hay que el Intelecto divino del Padre no haya depositado en Cristo Jesús y nada hay, en la revelación y en las palabras de Jesús, que no esté contenido en la Mente Increada del Padre. Creer a Cristo es creer al Padre y es creer al Amor del Padre y del Hijo, que revelan la naturaleza íntima de Dios como Uno y Trino y la Encarnación del Verbo de Dios, por amor misericordioso para con los hombres, para su eterna salvación.

Jesús es Vida, pero no una vida creada, sino que es la Vida absolutamente Increada, eterna, es la Vida divina misma de la Trinidad; es la Vida divina que brota del Acto de ser divino trinitario, que comunica y participa de esta Vida divina, absolutamente eterna y divina, a quien lo recibe en la Sagrada Eucaristía con fe, con amor y en estado de gracia santificante. Jesús es la Vida divina y eterna, contenida en su plenitud en la Sagrada Eucaristía, por eso quien se alimenta de la Eucaristía recibe y vive con la vida misma de la Trinidad; quien se alimenta de la Eucaristía, vive ya en el tiempo y en la historia con la vida eterna del Ser divino trinitario y si bien vive desde ya con la vida eterna del Cordero, con una vida divina y eterna en germen, cuando viva en el Reino de los cielos, esa Vida divina comunicada y participada por Jesús Eucaristía ahora en el tiempo, se desplegará en la plenitud de la abundancia de la vida divina en la vida eterna, en el Reino de los cielos.

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús en la Eucaristía es el Único Camino al Padre; Jesús en la Eucaristía es la Única y Absoluta Verdad Eterna de Dios Uno y Trino; Jesús en la Eucaristía es la Vida divina de la Trinidad, que se comunica participada al alma en cada Comunión Eucarística. Es por esto que no hay nada más valioso que Jesús Eucaristía, Camino, Verdad y Vida.


miércoles, 10 de abril de 2024

“El que no cree en el Hijo ya está condenado”


 

“El que no cree en el Hijo ya está condenado” (Jn 3, 16-21). En estos tiempos, en los que predomina en ciertos ambientes eclesiásticos una falsa concepción de la Misericordia Divina -Dios perdona todos los pecados, sin importar si hay o no arrepentimiento, lo cual es falso, porque la Misericordia Divina perdona los pecados solo cuando hay arrepentimiento-, las palabras del Evangelio, fuertes y precisas, van en contra de esta falsa concepción de la Misericordia de Dios: “En el que no cree en el Hijo ya está condenado”. Es decir, quien no cree en Jesucristo -el Jesucristo de la Iglesia Católica, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía-, aun ya desde esta vida “está condenado”, en el sentido de que, si se produjera su muerte en este estado de incredulidad, efectivamente se condenaría, irreversiblemente, en el Infierno. No se pude contradecir a la Palabra de Dios, ni se puede intentar tergiversar su contenido, porque sería una temeridad, de manera que solo cabe una interpretación y es interpretar lo que la Palabra de Dios dice textualmente. Al referirse a los que “no creen en Cristo” -y por lo tanto ya están condenados-, se refiere no solo a los ateos, quienes al no creer en Dios no creen obviamente en el Hijo de Dios, sino también a quienes creen en un cristo falso, como los protestantes, evangelistas, judíos, o como quienes creen en deidades que son demonios, como las religiones panteístas de tipo oriental y cualquier clase de secta. A todos estos les cabe la advertencia de la consecuencia de no creer en el Único y Verdadero Cristo: ya están condenados. Pero también están comprendidos muchísimos católicos, quienes por ignorancia culpable, por moda, por esnobismo, por descuido de su fe católica o por alguna otra razón, no creen en el Único y Verdadero Cristo, que está presidiendo, como Rey que es, a la Iglesia Católica, desde su trono real, el sagrario, en la Eucaristía. A estos católicos también les cabe la advertencia, que sería así: “El que no cree en el Señor Jesús, Hijo de Dios, Presente en la Eucaristía, ya está condenado”. No hay términos medios: o creemos en la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y así salvamos nuestras almas, o rechazamos esa Presencia y nos condenamos. Por supuesto que, mientras vivamos en el tiempo, hay tiempo de acudir a la Divina Misericordia, para pedir perdón por el pecado de incredulidad y así comenzar el camino de la conversión y de la salvación, pero a ese camino hay que emprenderlo de una vez, porque el tiempo pasa, se acaba y no vuelve más y, además, lamentablemente, son muchísimos los católicos que, paradójicamente, cometen el mismo error de los ateos, los protestantes, los judíos, los evangelistas y los sectarios: no creen en Jesús Eucaristía. Si queremos salvar nuestras almas y las de nuestros seres queridos, pidamos la gracia de no caer nunca en el pecado de incredulidad o bien de salir de él, si es que ya estamos en él, para así dar inicio a nuestra salvación en Jesús Eucaristía.  

domingo, 2 de julio de 2023

“Increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma”

 


“Increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma” (Mt 8, 23-27). El evangelio relata un episodio que parece extraño, pero que tiene su significado sobrenatural. En el episodio Jesús sube a la barca seguido por sus discípulos y comienzan a navegar. Estando ya en mar abierto, el Evangelio relata que “se levantó un gran temporal, tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas”. El aspecto que puede resultar extraño en este episodio, no es tanto la tormenta que amenaza con hundir a la barca, lo cual no es poco frecuente, es algo que sucede a menudo en el mar; lo extraño es la actitud de Jesús: en medio de la tormenta, está “dormido”, dice el Evangelio, en la barca.

Luego, en un momento determinado, cuando la tormenta se hace más fuerte y el peligro de hundimiento es prácticamente irreversible, los discípulos se acercan a Jesús y lo despiertan, pidiéndole que los salve: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”. Antes de hacer el milagro de calmar la tormenta, Jesús se dirige a los discípulos, también con una frase que llama mucho la atención: “¡Hombres de poca fe!”. Dicho esto, Jesús se pone en pie, increpa a los vientos y al mar y la tormenta desaparece en el acto y sobreviene “una gran calma”.

¿Cuál es el sentido sobrenatural del episodio del Evangelio?

La barca a la cual sube Jesús es la Santa Iglesia Católica; Jesús es su Gran Capitán, quien conduce a la Barca de la Iglesia a la vida eterna; el mar agitado, turbulento, es el mal que embiste a la Iglesia y la persigue, buscando hundirla  y ese mal está personificado en el Demonio y los ángeles apóstatas, además de los hombres impenitentes que odian a la Iglesia Católica; el punto en el que la Barca está a punto de hundirse, es la situación crítica que vivirá la Iglesia, profetizada en el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral seiscientos setenta y cinco, esto es, “una situación calamitosa al interno de la Iglesia, que sacudirá la fe” de los creyentes católicos; el hecho de que Jesús duerme en medio de la tormenta, significa que, en medio de esta situación catastrófica de la Iglesia Católica, antes de la Venida de Cristo, todo parecerá humanamente perdido, parecerá que Jesús no está en su Iglesia o que si está, da la apariencia de que Jesús está dormido, tal como sucede en el Evangelio; el milagro que hace Jesús, el calmar la tormenta solo con su voz, indica que Él es Dios Hijo, indica su divinidad, por lo tanto, que es el Hombre-Dios; por último, las palabras de Jesús a los discípulos antes de hacer el milagro, calificándolos de “hombres de poca fe”, se refieren a nosotros, los fieles católicos, que por nuestra falta de fe en Cristo precisamente como Hombre-Dios, nos asustamos ante los acontecimientos, que por fuertes que puedan ser, no están en absoluto fuera del control de Jesús Eucaristía.

Por medio de la Virgen, dejemos nuestras vidas a los pies de Jesús Eucaristía y que sea Él quien nos conceda su paz, cuando sea su santa voluntad.

lunes, 23 de enero de 2023

“Sobre el pueblo que vivía en tinieblas brilló una gran luz”

 


(Domingo III - TO - Ciclo A – 2023)

          “Sobre el pueblo que vivía en tinieblas brilló una gran luz” (Mt 4, 16). En el Evangelio se describe el traslado físico -el traslado de su Humanidad Santísima- de Cristo hacia un lugar. Este simple hecho del traslado de su Humanidad, de un lugar a otro, significa, según el mismo Evangelio, el cumplimiento de una profecía, según la cual, “sobre el pueblo que habitaba en tinieblas, brilló una gran luz” (Is 9, 2). De acuerdo a esto, surge la pregunta: ¿qué relación hay entre el traslado físico de Jesús, con la aparición de una luz que ilumina a los pueblos que habitan en tinieblas? La respuesta es que la relación es directa, en este sentido: por un lado, el pueblo que habita en tinieblas, es la humanidad que, desde la caída a causa del pecado original, vive inmersa en tinieblas, pero no en las tinieblas cósmicas, sino en las tinieblas vivientes, los demonios, los ángeles caídos; en segundo lugar, la luz que ilumina a la humanidad caída en tinieblas es Cristo, porque Cristo es Dios y, en cuanto Dios, su naturaleza es luminosa, es esto lo que Él dice cuando declara: “Yo Soy la luz del mundo”. Cristo Dios es luz, pero no una luz creada, sino la Luz Eterna e Increada que brota del Ser divino trinitario y que se irradia a través de su Humanidad Santísima. Por esta razón, allí donde está Cristo, Dios Hijo encarnado, con su Humanidad, no hay tinieblas, sino luz, porque la Luz Eterna e Increada de la Trinidad vence a las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los demonios.

          “Sobre el pueblo que vivía en tinieblas brilló una gran luz”. Allí donde está Cristo, está la Luz, porque Él es Dios y Dios es Luz, Eterna e Increada. Por esto mismo, lo que se dice en el Evangelio de los lugares adonde fue Cristo, eso mismo se dice de los lugares en donde Cristo está Presente, físicamente, con su Humanidad gloriosa y resucitada, unida a su Persona divina, es decir, en cada sagrario. En la siniestra tiniebla viviente de este mundo sin Dios, en el único lugar en donde encontraremos la Luz de nuestras almas es en el sagrario, pues allí se encuentra Jesús Eucaristía, Dios Eterno, Luz Eterna e Increada.

viernes, 15 de octubre de 2021

“¡Hipócritas! Disciernen el clima pero no el signo de los tiempos”

 


“¡Hipócritas! Disciernen el clima pero no el signo de los tiempos” (cfr. Lc 12, 54-59). ¿Por qué Jesús trata de “hipócritas” a la multitud? Antes de responder, repasemos el significado de la palabra “hipócrita”. Según la Real Academia Española, se dice “hipócrita” es la “[Persona] que actúa con hipocresía o falsedad”[1]. Entonces, lo que caracteriza al hipócrita es la falsedad. Ahora bien, en relación a la multitud, Jesús les dice que son hipócritas o falsos porque saben discernir el cambio de clima –saben si va a llover o si va a hacer calor- por el aspecto de las nubes y por el viento, pero en cambio callan cuando deben discernir “el signo de los tiempos”. Esto quiere decir que el ser humano tiene la inteligencia suficiente, dada por Dios, para poder discernir no sólo el clima, sino “el signo de los tiempos”, es decir, aquello que acontece en el tiempo y en el devenir de la historia. Por ejemplo, un discernimiento del “signo de los tiempos”, sería el de aquellos que, viendo el contenido ideológico ateo y materialista del marxismo, deduciría la crueldad del comunismo en cuanto llegara al poder; otro signo de los tiempos sería también el que, viviendo en la Alemania nazi, se diera cuenta, por la agresividad racista del discurso de los socialistas de Hitler, que el nacionalsocialismo impulsaría una “limpieza étnica”, como de hecho lo hizo. Tanto en la surgimiento del marxismo comunista, como en el surgimiento del nacionalsocialismo alemán, hubo voces críticas que se alzaron en contra de estos movimientos totalitarios, pero, o fueron silenciados a la fuerza, o bien debieron escapar para salvar sus vidas. Esto confirma que el ser humano tiene efectivamente la capacidad de discernir “el signo de los tiempos”, como lo afirma Jesús implícitamente y es por eso que les dice “hipócritas”, porque no disciernen que el Mesías está en medio de ellos, obrando milagros, expulsando demonios y anunciando la llegada del Reino de los cielos. Éstos eran para ellos los signos de los tiempos, pero no los reconocieron y de ahí el reclamo de Jesús.

“¡Hipócritas! Disciernen el clima pero no el signo de los tiempos”. El duro reproche de Jesús no se detiene en los hombres de su tiempo, sino que abarca a toda la humanidad y en primer lugar a los cristianos, que por la luz de la gracia recibida en el Bautismo, podemos ver más allá de lo que puede hacerlo un no bautizado. En otras palabras, también a nosotros Jesús nos dice “hipócritas” y esto lo merecemos toda vez que callamos o fingimos no darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, para que nadie nos moleste y así podamos seguir cómodamente en nuestras ocupaciones. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuáles son los signos de los tiempos, para nuestros tiempos? Sólo basta con una lectura ligeramente atenta a los medios de comunicación masivos, para ver qué dicen y qué omiten, para darnos cuenta de que estamos en tiempos caracterizados por un fuerte espíritu anticristiano: en muchos países del mundo domina el comunismo, ateo y materialista; en los llamados países libres, predominan también el ateísmo y el materialismo, además de la religiosidad luciferina de la Nueva Era o Conspiración de Acuario: esto hace que Halloween, la celebración del demonio, sea visto como algo "normal", alegre, placentero, bueno; tanto en países comunistas como en países libres, se persigue al cristianismo, sea de forma cruenta, sea a través de legislaciones anticristianas -ley del aborto, ley de identidad de género, ley de la ideología LGBT, etc.-, es entonces cuando estas democracias falsas se convierten en dictaduras, porque obligan a inocular a la población general un fármaco experimental, o bien se lo prohíbe directamente, como sucede en países en donde el Islam es gobierno. Cuando discernimos el signo de los tiempos, nos damos cuenta entonces que predomina el espíritu anticristiano, que prepara a la humanidad para la llegada del Anticristo. Esto, a su vez, debe llevarnos a elevar la mirada a Jesús Eucaristía, nuestro Dios y Señor, nuestro Salvador, el Único que puede salvarnos del reino de las tinieblas y conducirnos al Reino de Dios.

 

miércoles, 28 de julio de 2021

“¡Es un fantasma!”

 


“¡Es un fantasma!” (Mt 14, 22-36). Mientras los discípulos se dirigen en la barca de una orilla a la otra, Jesús, que se había quedado en tierra firme, se acerca a ellos caminando sobre el agua. Los discípulos no solo no lo reconocen, sino que lo confunden con un fantasma, al punto que comienzan a dar “gritos de terror”. Jesús los tranquiliza, diciéndoles que es Él y que por lo tanto nada deben temer: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”. El episodio del Evangelio muestra, por un lado, un milagro de Jesús, puesto que el caminar sobre las aguas es un prodigio que supera las fuerzas de la naturaleza y demuestra que Jesús es Dios, al suspender la ley de la física y de la gravedad que determinan que un cuerpo pesado, como el cuerpo humano, se hunde al ingresar el mar y que por lo tanto es imposible que un ser humano camine sobre las aguas como lo hace Él. El otro aspecto que puede comprobarse en este Evangelio es la falta de fe y de conocimiento en Jesús, que también es falta de amor hacia Él, por parte de los discípulos. En efecto, ellos conocen a Jesús, tratan con Él diariamente, reciben sus enseñanzas, son testigos de sus milagros y sin embargo, al verlo caminar sobre las aguas, sorprendentemente reaccionan como si no lo conocieran y además lo confunden con un fantasma: “¡Es un fantasma!”, exclaman aterrorizados. Es decir, el hecho de que confundan a Jesús con un fantasma, no deja de ser llamativo, porque ellos deberían haberlo reconocido al instante, al ser sus discípulos y, en teoría, ser quienes más conocen y aman a Jesús. Este desconocimiento de Jesús puede explicarse porque, en el fondo, a los discípulos les falta más conocimiento y amor de Jesús.

“¡Es un fantasma!”. Así como los discípulos confunden a Jesús con un fantasma, así también hoy, en la Iglesia, muchos creen en Jesús como si fuera un fantasma: para muchos católicos, visto que llevan en la vida un comportamiento alejado de Dios y su Ley, parecieran creer en un Jesús no real, en un Jesús fantasmagórico, en un Jesús que es, precisamente para ellos, un fantasma. Muchos pasan por la vida creyendo en este Jesús fantasma y como creen que es un fantasma, no tienen en cuenta sus mandamientos, no llevan su cruz a cuestas, no se alimentan del Pan de Vida, la Eucaristía, no lavan sus almas con la Sangre del Cordero, es decir, no se confiesan sacramentalmente.

         “¡Es un fantasma!”. Jesús no es un fantasma: es el Hombre-Dios, es Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y así como calmó la tempestad que amenazaba con hundir la Barca de Pedro, así calma las tempestades de todo tipo que se desencadenan en nuestros corazones. Acudamos al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía, adorémoslo como al Dios que es, no vivamos como si fuera un fantasma y dejemos que Él calme las tempestades de nuestras vidas.


viernes, 23 de julio de 2021

“Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”

 


(Domingo XVIII - TO - Ciclo B – 2021)

“Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 24-35). Los judíos le cuestionan a Jesús su consejo de creer en Él, que es a quien “Dios ha enviado” y esta resistencia se debe a que están convencidos de que Moisés es más grande que Jesús y por eso le dicen a Jesús que Moisés les dio a comer “el pan del cielo”, el maná del desierto. Es decir, ponen como argumento para no seguirlo a Jesús el hecho de que en su travesía por el desierto, bajo el mando de Moisés, él les dio el maná del desierto. En contraposición a esta creencia, de que Moisés hizo un prodigio dándoles el maná del cielo y que por eso es más grande que Jesús, Jesús les dice que “no fue Moisés quien les dio el verdadero pan del cielo”, sino Dios Padre, porque Dios Padre les da la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, la Eucaristía: “Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”. Con esto, Jesús demuestra que no sólo es más grande que Moisés porque hizo un milagro mayor, sino que Él es el Milagro en sí mismo, porque Él es el “Verdadero Pan del cielo”. Los judíos estaban equivocados al pensar que el maná que ellos recibieron en el desierto era el Verdadero Pan del cielo: el maná del desierto era sólo figura y anticipo del Verdadero Pan del cielo, el Maná Verdadero, el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.

Para comprender más las palabras de Jesús, debemos considerar que así como los hebreos fueron elegidos como Pueblo –por eso se llama “Pueblo Elegido”- para proclamar la existencia de un Dios Uno ante los pueblos paganos de la antigüedad, así nosotros, a partir de Cristo, somos el “Nuevo Pueblo Elegido”, que hemos sido elegidos para proclamar la existencia de Dios Uno y Trino. Esto nos permite comprender que, al igual que el Pueblo Elegido, que peregrinó en el desierto hasta llegar a la Ciudad Santa, Jerusalén, también nosotros, como Nuevo Pueblo Elegido, peregrinamos en el desierto de la historia y de la vida humana para llegar a la Ciudad Santa, que no es la Jerusalén terrestre, sino la Jerusalén celestial, y al igual que el Pueblo Elegido, que fue alimentado en su peregrinar por el maná bajado del cielo, así también nosotros somos alimentados en el espíritu por el Verdadero Pan bajado del cielo, el Verdadero Maná, la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que es el alimento espiritual por excelencia. La Eucaristía es alimento super-substancial, porque nos alimenta con la substancia de la Trinidad y por eso es el Verdadero Maná bajado del cielo; ahora bien, también puede la Eucaristía alimentar el cuerpo y la prueba son los santos que, a lo largo de la historia de la Iglesia, se han alimentado solamente de la Eucaristía, sin necesidad de consumir alimento material, terreno y si bien esto es algo extraordinario, porque lo más común es que necesitemos el alimento corporal, la Eucaristía, siendo alimento esencialmente espiritual, puede también saciar el cuerpo, además del alma.

            “Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”, les dice Jesús a los judíos; nosotros, parafraseando a Jesús, podemos decir: “Es la Iglesia Católica, la Esposa Mística del Cordero de Dios, la que nos da el Verdadero Pan del cielo, el Maná Verdadero, el Pan Vivo bajado del cielo, que contiene la substancia humana divinizada y el Ser divino trinitario del Hijo de Dios, Jesús en la Eucaristía”. Con el alma en estado de gracia, alimentémonos con la Eucaristía en nuestro peregrinar en el tiempo hacia la eternidad de la Patria celestial -la Jerusalén del cielo, cuya Lámpara es el Cordero-, alimentémonos con la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Verdadero Maná bajado del cielo.


jueves, 17 de junio de 2021

“Si quieres, puedes curarme”

 


“Si quieres, puedes curarme” (Mt 8, 1-4). Un leproso se acerca a Jesús, se postra ante Él y le pide ser curado, si es voluntad de Jesús: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús, que ama a la humanidad y sobre todo a la humanidad caída y enferma, movido por el Amor de su Corazón misericordioso, lo cura instantáneamente, con su poder divino.

En este episodio evangélico, además del milagro de Jesús, que revela su infinita misericordia y su omnipotencia divina, hay algo en lo que podemos detenernos a reflexionar y es en la actitud del leproso, puesto que nos deja muchas enseñanzas. Antes de continuar, debemos considerar que en el leproso debemos reflejarnos todos y cada uno de nosotros, porque la lepra es figura del pecado: así como la lepra destruye al cuerpo y en algunos casos llega a quitarle la vida, así el pecado destruye al alma y, si es pecado mortal, le quita la vida del alma, dejando al alma sin la gracia, que es su vida. Entonces, así como el leproso está enfermo de lepra y cubierto de heridas, así está el alma cuando no tiene la gracia, cubierta por el pecado y herida por el pecado.

Con respecto al leproso, hay que destacar su fe en Jesús: no es una fe cualquiera, no es una fe humana, como la fe que tienen los seguidores de un líder político o religioso en su líder; es una fe sobrenatural, puesto que cree en Jesús como Dios Hijo y esto se deduce del título con el que se dirige a Jesús, el de “Señor”. Los judíos llamaban a Dios con ese título, con el título de “Señor”, por lo que, al decirle “Señor”, lo está reconociendo como Dios.

Otra actitud que demuestra que el leproso cree en Jesús como Dios y no como simple hombre santo o profeta, es su postración ante Jesús y esto lo dice explícitamente el Evangelio: el leproso “se postró ante Él”, ante Jesús y esto lo hace antes de pedirle la curación. Es decir, se postra porque reconoce en Jesús a Dios Hijo encarnado y no a un simple hombre bueno o santo. Es decir, el leproso, al acercarse a Jesús, se postra, lo adora como a Dios que Es.

Otro ejemplo que nos deja el leproso es la forma en que hace la petición a Jesús: si bien el leproso se acerca a Jesús con la intención de que Jesús lo cure, porque quiere ser sanado de la lepra, no le dice directamente: “Señor, sáname”, o “Señor, cúrame”. Al leproso le importa algo más importante que su propia salud y es cumplir la voluntad de Dios y es por esto que le dice a Jesús: “Señor, si quieres, puedes curarme”. El leproso no le pide la curación, le pide que se haga la voluntad de Jesús en él: si Jesús quiere, lo curará; si Jesús no quiere, no lo curará y él aceptará cualquiera sea la voluntad de Jesús. Esta petición es ejemplar para nosotros, puesto que cuando sufrimos alguna tribulación, alguna enfermedad, alguna contrariedad, por lo general, cuando nos dirigimos a Dios, pedimos ser curados, ser sanados de la enfermedad, o ser librados de la tribulación, o cosas por el estilo, pero nunca o casi nunca, pedimos lo que el leproso: que se haga la voluntad de Dios. A su vez, es la petición que Jesús hace en el Huerto de los olivos: Jesús no quiere morir, pero no quiere que se cumpla su voluntad, sino la del Padre: “Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

“Si quieres, puedes curarme”. Aprendamos las lecciones que nos deja el leproso del Evangelio, postrémonos ante Jesús Eucaristía y le pidamos que se cumpla su voluntad en nuestras vidas.

 

sábado, 22 de mayo de 2021

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”


 

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Mc 11, 11-26). Al entrar en el templo, Jesús se da con la desagradable situación de la usurpación y ocupación ilegal de los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas. Llevado por la Justa Ira Divina, Jesús hace un látigo de cuerdas y se pone a expulsar a los usurpadores, derribando sus mesas y puestos e impidiendo que nadie más realice esas tareas, del todo inapropiadas para un lugar sagrado. Las palabras de Jesús dirigidas a los usurpadores revelan que Él es Dios, puesto que llama al templo “mi casa”: “Mi casa será casa de oración”. De ninguna manera un hombre común y corriente podría decir que el templo es “su casa”, puesto que el templo es “casa de Dios”, por lo que al decir Jesús que el templo es “su casa”, está diciendo que Él es Dios.

Otro elemento a considerar es la simbología presente en este hecho realmente acaecido: el templo, además de ser Casa de Dios, es figura del alma humana que, por la gracia, es convertida en templo del Espíritu Santo; los mercaderes, los vendedores de palomas y los cambistas, representan a las pasiones humanas, sobre todo a la avaricia, el egoísmo y la idolatría del dinero; los animales –bueyes, palomas, ovejas-, con su irracionalidad y también falta de higiene, representan a las pasiones humanas sin el control ni de la razón ni de la gracia, que por lo tanto ensucian al alma humana con el pecado, así como los animales, con su falta de higiene, ensucian el templo; los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas, representan a los cristianos que, habiendo recibido el Bautismo y por lo tanto, habiendo sido convertidos sus cuerpos en templos del Espíritu Santo y sus corazones en altares de Jesús Eucaristía, ignorando por completo esta realidad, sea por ignorancia, por negligencia, por amor al dinero, o por todas estas cosas juntas, profanan los templos de sus cuerpos con el pecado, principalmente la avaricia, la idolatría y la lujuria, permitiendo que sus cuerpos y almas, en vez de estar dedicados y consagrados a Dios, como por ejemplo la oración, sean refugio de pasiones y también de demonios.

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. Debemos prestar mucha atención a esta escena evangélica, porque cuando preferimos las actividades mundanas antes que la oración y el silencio, estamos cometiendo el mismo error que los mercaderes del templo, convirtiéndonos así en objeto de la Justa Ira Divina. Al recibir el Bautismo, hemos sido convertidos en templos de Dios y nuestros corazones en altares de Jesús Eucaristía. No nos olvidemos de esta realidad, para no ser destinatarios de la Ira Divina.

 

“Señor, que pueda verTe en la Eucaristía”

 


“Señor, que pueda ver” (Mc 10, 46-52). Jesús, que es la Misericordia Divina encarnada, se estremece de amor hacia el ciego Bartimeo, quien le suplica “poder ver”. Guiado por su infinito amor hacia los hombres, Jesús le concede la vista y Bartimeo comienza de inmediato a percibir el mundo mediante sus ojos corporales. Algo a tener en cuenta es que Bartimeo, si bien era ciego físicamente, corporalmente, pues sus globos oculares estaban atrofiados y esa era la razón de su ceguera, sin embargo, poseía otra visión, una visión espiritual, que es el don de la fe en Cristo, pero no como un profeta o como un hombre santo, sino como Dios Hijo encarnado. Esto explica, por un lado, que Bartimeo pidiera a Jesús un milagro que sólo Dios puede hacer, como el devolver la vista, lo cual quiere decir que creía en Cristo como Dios y no como el “hijo del carpintero”; por otro lado, Bartimeo se dirige a Jesucristo llamándolo “Hijo de David” y también “Maestro”, ambos títulos reservados para el Mesías de Israel, lo cual indica que creía en Jesús como Mesías y Redentor de la humanidad. Por último, Bartimeo se postra ante Jesús, lo cual es un indicio externo de la adoración espiritual interna que el alma tributa al Verdadero Dios. Entonces, Bartimeo ya tenía una visión superior a la corporal, que es la visión de la fe; ahora, por el milagro de Jesús por el que le devuelve la vista física, posee también la capacidad de ver a través del sentido de la visión corporal.

“Señor, que pueda ver”. Hoy en día, muchos católicos poseen el don de la vista corporal, puesto que pueden ver el mundo material con los ojos del cuerpo, pero sin embargo, paradójicamente, al revés que Bartimeo, son ciegos del espíritu, porque son incapaces de ver, por la fe, a Cristo Dios en la Eucaristía. Muchos católicos, aunque son capaces de ver el mundo material con los ojos del cuerpo, son incapaces de ver a Jesús, resucitado y glorioso, en la Eucaristía y por eso se encuentran en una situación infinitamente más desgraciada que Bartimeo, porque si bien Bartimeo era ciego corporalmente, sin embargo poseía la luz de la fe, con la cual contemplaba a Cristo como Hijo de Dios encarnado. Parafraseando a Bartimeo, digamos nosotros a Jesús Eucarstía: “Señor Jesús, ilumina los ojos del alma con la luz de la fe, para que pueda contemplarte, amarte y adorarte en tu Presencia Sacramental, en la Sagrada Eucaristía”. Y, al igual que Bartimeo, postrémonos en adoración y acción de gracias ante Jesús Eucaristía.

jueves, 22 de abril de 2021

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”

 

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 1-6). Jesús está revelando a sus discípulos, de manera velada e implícita, el desenlace de su misterio pascual de Muerte y Resurrección: Él, a través de su muerte en Cruz, pasará de esta vida a la vida eterna, la vida del Reino de los cielos y lo hará para preparar una morada para cada uno de sus discípulos; una vez que lo haya llevado a cabo, regresará para llevar, a sus discípulos, a la Casa de su Padre, para que donde esté Él, estén todos los que lo aman. Los discípulos no entienden de qué está hablando Jesús, o mejor aún, lo entienden según el límite de la razón humana: piensan que Jesús irá a un lugar, tal vez un poco retirado de Jerusalén, en donde preparará una serie de casas o habitaciones, para luego regresar y llevar a sus discípulos a vivir en esta especie de “pueblo religioso”. Es decir, los discípulos piensan dentro de los límites del intelecto humano y son incapaces, por lo tanto, de superar esta estrechez natural de miras que tiene la razón humana en relación a los misterios sobrenaturales absolutos de Dios Uno y Trino. Jesús, como dijimos al principio, les está revelando su misterio pascual de Muerte y Resurrección, les está diciendo que morirá corporalmente, en la Cruz, para ascender glorificado al cielo, para allí preparar una morada para cada uno de sus discípulos y para regresar luego, al fin del mundo, con el objetivo de llevarlos a ese Reino de los cielos a quien lo ame, es decir, a quien haya deseado vivir y morir en gracia, cargando la Cruz de cada día, negándose a sí mismo y siguiéndolo a Él por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis. Jesús habla en un plano sobrenatural, divino, mientras que los discípulos entienden sus palabras en un plano terrenal, natural, humano y por eso no comprenden lo que Jesús les dice. Porque no entienden adónde va Jesús, es que Tomás dice: “Señor, no sabemos dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Entonces Jesús simplifica la respuesta, revelando la esencia de su misterio salvífico: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Si no saben el Camino –si no sabemos el Camino- que conduce al Reino de los cielos, lo único que debemos hacer es seguir a Jesús por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, para morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo; si no sabemos cuál es la Verdad acerca de Dios y de nuestro destino final, Jesús es la Verdad Absoluta de Dios, encarnada en una naturaleza humana, que nos revela los secretos inaccesibles del Ser divino trinitario y el destino último de salvación al que estamos llamados; si no sabemos cuál es la Vida que hemos de vivir, lo que debemos hacer es alimentarnos del Cuerpo y la Sangre de Jesús, la Sagrada Eucaristía, para recibir la Vida Eterna de la Santísima Trinidad, que se nos dona en cada comunión eucarística.

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús les revela esta verdad a sus discípulos, aun antes de cumplir su misterio salvífico redentor, antes de pasar por la Pasión, la Muerte y la Resurrección. También a nosotros nos dice: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, pero nos lo dice habiendo ya atravesado su misterio salvífico en la Cruz, habiendo ya resucitado, habiendo ya ascendido a la Casa del Padre para prepararnos una morada. Jesús nos lo dice desde un lugar muy especial, desde el sagrario, desde la Eucaristía, porque Jesús en la Eucaristía es el Camino para ir al seno del Padre; es la Verdad Absoluta sobre Dios Uno y Trino; es la Vida Eterna de la Trinidad que se nos dona en cada comunión. Ningún cristiano –ningún católico- puede decir que “no sabe para qué está en esta vida”; ningún católico puede decir que “no sabe dónde va”, porque vamos hacia la Morada Santa, hacia la Jerusalén celestial, hacia el seno del Padre y el Camino, la Verdad y la Vida para alcanzar el objetivo de nuestro paso por la tierra es Jesús Eucaristía.

 

 

 

“Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas”

 

“Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas” (Jn 12, 44-50). De esta afirmación de Jesús, se siguen dos verdades espirituales, sobrenaturales: por un lado, Él es luz; por otro lado, quien no cree en Él, está en tinieblas. Si esto es así, podemos preguntarnos: ¿de qué luz y de qué tinieblas habla Jesús? Cuando Jesús se refiere a Sí mismo como “luz”, no está hablando, obviamente, de una luz creada –la luz del sol, la del fuego, la artificial-, pero tampoco está hablando de modo metafórico: Jesús es Luz, en el sentido más pleno y completo de la palabra, porque Él es Dios y Dios es Luz, pero no una luz creada, sino una luz celestial, divina, sobrenatural, eterna, que brota de su Ser divino trinitario como de una fuente inagotable, eterna y divina. Es por esta razón que Jesús, que es el Cordero de Dios, es la “Lámpara de la Jerusalén celestial”, es la Luz que ilumina a los ángeles y santos en el Reino de Dios. En el Reino de los cielos no hay un sol creado, como en nuestro sistema planetario, sino que el sol, por así decirlo, que ilumina a los espíritus bienaventurados, es el mismo Dios Uno y Trino. Es por esto que uno de los nombres de Jesús es el de “Sol de justicia”, porque Él, el Cordero de Dios, es la Lámpara de la Jerusalén celestial. En cuanto Dios, entonces, Jesús es Luz, pero es una luz particular: es una luz viva, porque es la Luz eterna del Ser divino trinitario y comunica de esa vida divina a todo aquél que es iluminado por esta luz. Por esta razón, quien se acerca con humildad y se postra en adoración ante Cristo crucificado o ante Cristo Eucaristía –y mucho más si lo recibe en la Sagrada Comunión-, es iluminado por esta Luz divina que es Cristo Jesús.

La otra verdad que se deriva de la afirmación de Jesús es que todos los hombres, de todos los tiempos, desde Adán hasta hoy y hasta el fin de los tiempos, estamos en tinieblas espirituales, porque todos tenemos el pecado original y el pecado es oscuridad y tinieblas, de ahí la imperiosa necesidad que todo ser humano –independientemente de su raza, de su religión, de su edad, de su condición social- necesita ser iluminado por Cristo y su Luz divina y eterna, para salir de las tinieblas del pecado y también para no ser envuelto por las tinieblas vivientes, los demonios.

“Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas”. Quien recibe a Jesús Eucaristía y cumple sus mandamientos, vive iluminado por la luz divina trinitaria del Hombre-Dios Jesucristo.

viernes, 29 de enero de 2021

“Ya sé quién eres: el Santo de Dios”

 


(Domingo IV - TO - Ciclo B – 2021)

          “Ya sé quién eres: el Santo de Dios” (Mc 1, 21-28). El episodio del Evangelio, en el que Jesús expulsa a un hombre poseído por el demonio, revela varios aspectos fundamentales de nuestra fe y uno de ellos es, precisamente, la posesión demoníaca. Muchos católicos se resisten a creer, ya sea en la existencia del demonio, ya sea en su obrar en las personas y en el mundo y, sin embargo, la creencia en el demonio forma parte esencial de nuestra fe católica. Esto -la existencia del demonio y su obrar en el mundo- forma parte de la realidad de la existencia humana, sometida al pecado y al poder del demonio a partir del pecado original de Adán y Eva. De hecho, una de las obras que pertenecen al misterio salvífico de Jesús de su Muerte y Resurrección, es “deshacer las obras del demonio” (1 Jn 3, 8), como lo dice el Evangelio. Es decir, además de perdonarnos los pecados con su Sangre derramada en la Cruz y concedernos la filiación divina con la gracia santificante que se dona a través de los sacramentos, Jesús, el Hombre-Dios, vino a nuestro mundo para destruir el reino de las tinieblas, derrotar y expulsar de este mundo al Príncipe de las tinieblas, el demonio, y establecer el Reino de Dios, el cual comienza ya en este mundo por medio de la gracia santificante que obra en el alma, haciéndola partícipe de la vida divina trinitaria. Entonces, quien niegue la existencia del demonio o quien no crea que el demonio actúa en el mundo desde la caída de Adán y Eva en el pecado original, está quitando una parte esencial de la fe y del Credo católico; ese tal, se aparta substancialmente de la fe de la Iglesia Católica, para construirse una religión a su medida, en la que el Ángel caído no forma parte de su horizonte existencial. Ahora bien, es necesario considerar el hecho de que no debemos caer en el otro extremo, es decir, el de atribuir todo mal, personal, social, nacional, mundial, al demonio, porque también es cierto que es el hombre quien, cuando no está con Dios en su alma, cuando no está en gracia, obra el mal, el pecado y esto muchas veces sin la intervención del demonio. Esto quiere decir que no debemos caer en los dos extremos: ni en el negar la existencia y acción del demonio, ni atribuirle al Ángel caído todo tipo de mal -infidelidades, mentiras, violencias, robos, etc.-, porque en muchos casos, sino en la mayoría, los hombres obran el mal sin la intervención del demonio.

          Otro aspecto muy importante de nuestra fe católica que se revela en este episodio es el siguiente y viene de boca del propio demonio: el demonio expulsado por Jesús hace una confesión acerca de Jesús, al llamarlo “Santo de Dios”. Esto es un reconocimiento explícito, por parte del ángel caído, de la divinidad de Jesús, por el hecho de que el demonio, que es una creatura creada por Dios reconoce, en la voz humana de Jesús, a la voz de Dios omnipotente; es decir, reconoce en la voz humana de Jesús la voz del Dios que lo creó y que luego de su rebelión lo expulsó de su presencia y lo envió al Infierno; por esta razón es que llama a Jesús: “Santo de Dios”. Esto es una confirmación, por parte del demonio expulsado, de la verdad que profesa la Iglesia Católica acerca de Jesús de Nazareth, esto es, que Jesús de Nazareth no es un hombre más, ni un profeta, ni un santo, ni siquiera el hombre más santo que haya existido, sino que es la Santidad Increada, porque es Dios Hijo en Persona, encarnado en una naturaleza humana.

          “Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Si bien los demonios son mentirosos por definición -Jesús llama al demonio “Padre de la mentira” (Jn 8, 44)-, eso no significa que en algún momento digan la verdad, como en este caso, en el que el demonio expulsado del hombre poseído reconoce en Jesús al Dios tres veces Santo. Porque dice la verdad acerca de Jesús, en este caso sí podemos parafrasear al demonio y, postrados ante Jesús Eucaristía, decir, iluminados por la fe de la Iglesia Católica y por la luz del Espíritu Santo: “Ya sé quién eres, Jesús Eucaristía: eres el Santo de Dios, eres el Dios tres veces Santo”.

 

domingo, 6 de diciembre de 2020

“Yo bautizo con agua, pero el Mesías que viene, los bautizará con el Espíritu Santo”


 

(Domingo III - TA - Ciclo B - 2020 – 2021)

“Yo bautizo con agua, pero el Mesías que viene, los bautizará con el Espíritu Santo” (cfr. Jn 1, 6-8. 19-28). Juan el Bautista, que predica en el desierto, establece la diferencia entre él y el Mesías: él, el Bautista, bautiza con agua, mientras que el Mesías bautizará con el “Espíritu Santo”. Para entender qué significan las palabras del Bautista, veamos las diferencias entre los dos bautismos. Antes de hacerlo, debemos considerar cómo es el estado de cada alma que nace en este mundo, desde Adán y Eva: toda alma nace con el pecado original y si pudiéramos ver al pecado original con los ojos del alma, lo veríamos como una nube densa y muy oscura, que envuelve y asfixia el alma. En esto consiste la “mancha” del pecado original. Este pecado original es imposible de ser quitado o borrado del alma con las solas fuerzas creaturales, sean del hombre o del ángel; en otras palabras, sólo Dios puede quitar la mancha del pecado original y de cualquier pecado.

Ahora bien, el Bautista predica la conversión del alma, que del pecado tiene que volverse a Dios; como símbolo de esta vuelta a Dios, el Bautista bautiza con agua, ya que el agua es símbolo de purificación: así como el agua limpia y quita la suciedad de las superficies, así el alma debe estar dispuesta a quitarse de sí el pecado. Pero el bautismo del Bautista es sólo un bautismo de orden moral, es decir, que se queda sólo en el plano de la voluntad, sin ninguna incidencia ontológica, en el plano del ser. En otras palabras, su bautismo se acompaña de los buenos deseos del alma de cambiar para bien, aunque el agua sólo resbala en su cuerpo y no le quita la mancha del pecado, que es de orden espiritual.

El Mesías, por el contrario, bautizará con el Espíritu Santo, lo cual implica una diferencia substancial con el bautismo del Bautista: si éste bautizaba sólo con agua y el agua sólo puede limpiar el cuerpo pero no el alma, el bautismo del Mesías, con el Espíritu Santo, purifica al alma al borrar el pecado con su omnipotencia divina, de manera que el alma queda limpia y pura por la acción del Espíritu Santo; es decir, el bautismo del Mesías afecta al plano ontológico, al plano del ser, al plano de la substancia de la naturaleza humana, al quitarle, espiritualmente, una mancha espiritual. Pero no queda ahí el efecto del bautismo de Jesús: no sólo lo purifica, quitándole la mancha del pecado original, sino que lo santifica, puesto que le concede la gracia santificante y, con la gracia santificante, convierte al alma y al cuerpo del bautizando en templo del Espíritu Santo y en morada de la Santísima Trinidad. Es decir, además de purificarlo, lo eleva a morada suya, a morada de Dios Uno y Trino, por acción de la gracia santificante.

Un ejemplo gráfico también es el del oro purificado por el fuego: si al oro, que está arrumbado, se lo trata de limpiar con agua, el oro continúa arrumbado, pero si se le aplica fuego, entonces el herrumbre se le quita y el oro brilla como nuevo: de la misma manera, el bautismo del Bautista no limpia el alma del pecado, porque el agua sólo resbala por el cuerpo, mientras que el Mesías, Cristo Dios, bautiza con el Espíritu Santo, que es Fuego de Amor Divino y que en cuanto tal, elimina las impurezas del alma, del espíritu del hombre, dejándolo purificado y brillante por su acción. Es éste bautismo el que ha venido a traer el Mesías -que viene a nosotros como Niño recién nacido, para Navidad-; es éste el bautismo que hemos recibido en la Iglesia Católica: el que nos quita la mancha del pecado original, nos concede la gracia, convierte nuestros cuerpos en templos del Espíritu Santo, nuestras almas en moradas de la Trinidad y nuestros corazones en altares de Jesús Eucaristía.

 

 

jueves, 12 de noviembre de 2020

“El día que se manifieste el Hijo del hombre”


 

“El día que se manifieste el Hijo del hombre” (Lc 17, 26-37). Jesús habla acerca de su Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final. Para ayudar a sus oyentes a comprender cómo serán los días previos a su Segunda Venida, trae a la memoria cómo eran los días en tiempos de Noé, antes del Diluvio Universal, y cómo eran los días en tiempos de Lot, antes de que lloviera “fuego y azufre del cielo”: eran días de aparente normalidad, visto desde el punto de vista humano, puesto que todos “comían y bebían, se casaban hombres y mujeres” y también “compraban y vendían, sembraban y construían”. Sin embargo, esta aparente “normalidad” era sólo humana y superficial, pues en esos días, tanto en los días previos al Diluvio como en los días previos a la lluvia de fuego y azufre en Sodoma y Gomorra, la situación espiritual de la humanidad era de absoluta obscuridad, pues vivían en el pecado. De hecho, ésa es la razón –el vivir en pecado- que motiva la ira de Dios, que se desencadena como agua y como fuego.

Entonces, así como en los días de Noé y de Lot, así serán los días previos a la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo: humanamente, todo parecerá “normal”, porque las gentes comprarán y  venderán, sembrarán y construirán, se casarán, comerán y beberán, pero no será normal desde el punto de vista espiritual, porque serán días de inmensa oscuridad espiritual, ya que la Verdadera Religión, la Religión de Dios Uno y Trino, la Religión Católica, habrá sido reemplazada por la Religión del Anticristo, la Nueva Era, religión sincretista y pagana, ocultista, esotérica y satánica. Serán los días del Reinado del Anticristo, porque antes que venga el Señor en la gloria, deberá reinar el Anticristo.

Por último, los discípulos le preguntan a Jesús por el lugar en donde ocurrirá esto, pero Jesús no responde en qué lugar concreto, sino que da una respuesta enigmática: “Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres”. ¿A qué cadáver se refiere Jesús? Se refiere a un cadáver espiritual, a un hombre privado de la gracia de Dios, el Anticristo, poseído por Satanás y al servicio suyo y los buitres, serán los hombres malvados como él, que estarán a su lado así como los buitres están alrededor de un cadáver. Ésa será la señal de que la Segunda Venida del Hijo del hombre está próxima.

“Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres”, dice la Escritura; nosotros podemos parafrasearla y decir: Donde esté el Cuerpo Sacrosanto de Jesús resucitado, allí se reúnen las águilas”. Nosotros estamos llamados a postrarnos ante Cristo Eucaristía, que es Sol de justicia; no estamos llamados a ser buitres, sino águilas, que se eleven hacia ese Sol de justicia que es Jesús Eucaristía. Postrémonos en adoración ante su Presencia Eucarística y esperemos así su Segunda Venida en la gloria.

 

 

viernes, 23 de octubre de 2020

“Hipócritas, sabéis interpretar el clima pero no el tiempo espiritual”

 


“Hipócritas, sabéis interpretar el clima pero no el tiempo espiritual” (Lc 12, 54-59). Jesús utiliza un calificativo muy duro, dirigido hacia la gente que lo está escuchando; en efecto, les dice: “Hipócritas”. Según la definición del diccionario, el hipócrita es aquel que “finge una cualidad, sentimiento, virtud u opinión que no tiene”[1]. Es decir, el hipócrita es alguien esencialmente falaz, mentiroso, falso. ¿Por qué Jesús acusa a la gente que lo escucha de “hipócrita”? La pregunta nos concierne, porque también la debemos entender como una calificación dirigida a nosotros, los cristianos, que escuchamos la Palabra de Dios. Jesús mismo da la razón de porqué les dice “hipócritas”: porque saben discernir el tiempo climatológico –saben que si hay nubes es porque viene lluvia y que si sopla aire caliente subirá la temperatura-, pero no saben, o no quieren saber, o más bien, fingen no saber, discernir, el “tiempo presente”, es decir, el “tiempo espiritual”. Entonces, son hipócritas quienes utilizan su inteligencia para saber si va a llover o si va hacer calor, pero no utilizan su inteligencia para conocer los designios de Dios.

“Hipócritas, sabéis interpretar el clima pero no el tiempo espiritual”. Según las palabras de Jesús, entonces, si sabemos discernir el clima, sabemos por lo tanto discernir “el tiempo presente”, es decir, el “tiempo espiritual”. ¿Cuál es la característica del “tiempo presente”, visto desde el punto de vista espiritual y cristiano? No hace falta ser un experto en teología o en estudios bíblicos para darnos cuenta que, espiritualmente hablando, vivimos tiempos de calamidad, de verdadero desastre espiritual y esto es así porque proliferan, por todas partes, en todo el mundo, ideologías anti-cristianas que arrastran a las almas por caminos que no son los del Camino de la Cruz. Por ejemplo, hoy triunfa en el mundo la ideología atea y materialista del comunismo marxista, la cual tiene prisioneras de su ateísmo a naciones enteras; hoy proliferan por todo el mundo y sobre entre los católicos, las creencias de la secta luciferina de la Nueva Era –yoga, reiki, ocultismo, wicca o brujería moderna, brujería convencional, esoterismo-; hoy prolifera en todos lados la cultura de la muerte, que busca asesinar al hombre desde que nace –por medio del aborto- hasta que muere –por medio de la eutanasia-; hoy proliferan ideologías que no tienen en cuenta no sólo la Ley Divina, como los Diez Mandamientos, sino ni siquiera la ley natural, como la Biología, y es lo que sucede con la ideología de género. Y así podríamos continuar, casi hasta el infinito. Entonces, si sabemos discernir el tiempo climatológico, sepamos discernir también los tiempos espirituales y estos tiempos espirituales que nos toca vivir son de un gran alejamiento, de parte de la humanidad en su casi totalidad, de Dios Trino y su Ley y del Hijo de Dios encarnado, Jesucristo.

Ofrezcamos, en reparación, por tanto amor negado a Dios por parte del hombre de nuestros días, el Santo Sacrificio del altar, en donde se ofrece, por Amor, la Víctima Inmaculada por excelencia, Jesús Eucaristía.

 



[1] De hecho, uno de los sinónimos de “hipócrita” es el de “engañoso” o “falso”. Cfr. https://dle.rae.es/hip%C3%B3crita

miércoles, 29 de julio de 2020

“¡Es un fantasma!”


Jesús calma la tormenta | Iglesia Santiago Apóstol

(Domingo XIX - TO - Ciclo A – 2020)

          “¡Es un fantasma!” (Mt 14, 22-33). En un momento de la noche, mientras Jesús ora a solas en el Monte, los discípulos se encuentran en la barca y es entonces cuando se desencadena una fuerte tormenta, con vientos muy intensos y olas altas y encrespadas. A medida que pasa el tiempo, la tormenta se hace más intensa, al punto que los discípulos piensan que van a hundirse. Cuando la tormenta arrecia, Jesús, que estaba orando en el Monte, se aparece a los discípulos en medio del mar, caminando sobre las aguas, en medio de la tempestad. Los discípulos, que están en la barca a punto de hundirse, al ver a Jesús, en vez de reconocerlo y alegrarse por su presencia, se asustan por el hecho de verlo caminar sobre las aguas y exclaman, llenos de terror: “¡Es un fantasma!”. Sólo se tranquilizan cuando Jesús les dice que es Él en Persona -y no un fantasma- y que por lo tanto no deben tener temor. Con su poder divino, Jesús además calma la tormenta, la cual cesa inmediatamente al subir Jesús a la barca.

          Esta escena del Evangelio, sucedida realmente, es prefiguración de lo que sucede en la Iglesia, con muchos católicos. Para poder entender lo que decimos, debemos reemplazar los elementos de la escena evangélica con elementos tomados de la realidad de la Iglesia y de los bautizados. Así, la barca de Pedro, donde están los discípulos, es la Iglesia Católica, con el Papa, Vicario de Cristo, a la cabeza; el mar encrespado es la historia humana, con los conflictos entre los hombres, provocados por el mal que anida en el corazón humano; la tempestad, esto es, el viento con las olas encrespadas, es el accionar del Demonio y sus aliados, los ángeles caídos y los hombres perversos aliados con la Serpiente Antigua, que conspiran para que la Iglesia, la Barca de Pedro, se hunda y desaparezca; una mención aparte merecen los discípulos que, en la barca, conociendo a Jesús, al verlo lo confunden con un fantasma: son los católicos que, conociendo en teoría a Jesús, al enfrentarse con las múltiples tribulaciones que se suceden a diario en la vida de todos los días, en vez de reconocer a Cristo Presente en la Eucaristía, piensan que es “un fantasma” y no un ser real, vivo, resucitado, glorioso y Presente en Persona en la Eucaristía y así se dejan atemorizar por las tribulaciones cotidianas. En estos discípulos podemos contarnos nosotros, toda vez que actuamos como si Jesús no fuera lo que Es, la Segunda Persona de la Trinidad, oculta en las especies eucarísticas, por lo que vivimos como si Jesús fuera un fantasma y no Dios en Persona, oculta en el Santísimo Sacramento del altar.

          “¡Es un fantasma!”. También a nosotros nos puede pasar que, preocupados en demasía por las tribulaciones cotidianas e inmersos en el turbulento mar de la historia humana, nos olvidemos que Jesús es una Persona divina, la Segunda de la Trinidad y lo confundamos y lo tratemos como si fuera un fantasma, es decir, como si fuera un ser que no tiene entidad real, ni en sí mismo ni en nuestras vidas. Cuando esto suceda, recordemos lo que Jesús le dice a Pedro, luego de que éste, al dudar, empezara a hundirse al intentar caminar sobre el mar: “Hombre de poca fe, ¿Por qué dudaste?” y pidamos la gracia de no solo no confundir a Jesús con un fantasma, sino de que nuestra fe en Él como Hijo de Dios encarnado, Presente y glorioso en la Eucaristía, sea cada vez más fuerte, tan fuerte, que nos permita dirigirnos a Él, que habita en el Reino de los cielos, caminando por encima del mar tempestuoso de la historia humana. Acrecentemos esta fe postrándonos ante su Presencia Eucarística, amándolo y adorándolo y diciendo a Jesús Eucaristía, junto con los discípulos: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.