jueves, 30 de septiembre de 2021

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         Jesús nos enseña una oración que es propia del catolicismo y es la oración del Padrenuestro. Además de caracterizarse porque en la oración nos dirigimos a Dios como “Padre”, esta oración tiene una característica particular y es que se la puede rezar, como se reza habitualmente, pero también se la puede “vivir”, literalmente y esto sucede en la Santa Misa. Veamos cada una de sus partes y cómo estas partes del Padrenuestro se hacen vivas en la Santa Misa.

         “Padre Nuestro que estás en el cielo”: en la Santa Misa el altar se convierte en una parte del Cielo y en el Cielo es donde moran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, por lo que en la Santa Misa está el Padre Eterno, que es el Origen Increado de la Santísima Trinidad.

         “Santificado sea Tu Nombre”: en la Misa se santifica el Nombre de Dios, que es Tres veces Santo y esto lo hace el mismo Jesucristo, el Hijo de Dios, quien al renovar su sacrificio en cruz en el altar eucarístico, santifica infinitamente el Nombre Santísimo de Dios.

         “Venga a nosotros Tu Reino”: El Reino de Dios viene efectiva y realmente en cada Santa Misa, porque el altar, como dijimos, se convierte en el Cielo, en donde está el Reino de Dios, pero todavía más que el Reino, por la Santa Misa viene a nosotros algo que es infinitamente más grande y majestuoso que el mismo Reino de Dios y es el Rey de ese reino, Cristo Jesús en la Eucaristía.

         “Hágase Tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad de la Trinidad Santísima es que todos nos salvemos y esta voluntad se cumple a la perfección en la Santa Misa, porque allí Jesús renueva de forma sacramental e incruenta su sacrificio en cruz, sacrificio por el cual nos salva, por medio de su Preciosísima Sangre redentora.

         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en la Santa Misa, Dios Uno y Trino cumple doblemente con esta petición, porque nos provee el pan material de cada día pero además nos dona el Pan del espíritu, el Pan de Vida eterna, el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Eucaristía.

         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en la Santa Misa, Dios Trino nos perdona nuestros pecados antes de que se lo pidamos, al enviar a Dios Hijo a morir en la cruz por nosotros; además, nos da la fuerza del Amor Divino, necesario para que nosotros perdonemos a nuestros enemigos de la misma manera y con el mismo Amor con el que Cristo nos perdonó desde la cruz.

         “No nos dejes caer en la tentación”: en la Santa Misa, Dios nos da no sólo fuerzas más que suficientes para no caer en la tentación –porque nos hace partícipes de su misma santidad, de su misma fuerza divina-, sino que nos da la gracia para crecer en toda clase de virtudes, incluidas las fuerzas para imitar a Cristo en todas sus virtudes.

         “Y líbranos del mal”: en la Santa Misa, Dios Uno y Trino no sólo nos libra del mal en persona, Satanás, el Ángel caído, porque Cristo lo vence con la cruz, sino que además nos colma de un Bien infinito, al concedernos el Pan de Vida eterna y la Carne del Cordero, la Sagrada Eucaristía, Fuente Increada de la Bondad divina.

         Por todas estas razones, el Padrenuestro se vive en la Santa Misa.

“Pedid y recibiréis (…) vuestro Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”

 


“Pedid y recibiréis (…) vuestro Padre dará cosas buenas a quien se las pida” (Jn 16, 24). Jesús nos anima no solo a dirigirnos a Dios como “Padre”, sino a que le “pidamos” lo que necesitamos; ante todo, lo que necesitamos para nuestra vida espiritual. Jesús nos anima a que ejercitemos, por así decir, nuestra condición de hijos adoptivos de Dios, porque nos dice que le pidamos a Dios por lo que necesitamos, así como un niño pequeño pide a su padre aquello que necesita. Ahora bien, ¿qué cosa pedir? Como dijimos, es necesario pedir, ante todo, lo que es necesario para nuestra vida espiritual y lo que necesitamos, esencialmente, es la vida de la gracia, porque es la gracia la que nos hace ser partícipes de la vida divina del Ser divino trinitario y es la gracia la que nos abre las puertas del Reino de los cielos. Otro elemento a tener en cuenta es que, como la misma Escritura lo dice, “no sabemos pedir” lo que nos conviene, porque, o pedimos mal, o pedimos lo que no nos es conveniente para nuestra salvación. Y en relación a lo que debemos pedir, es el mismo Jesús quien nos orienta en aquello que debemos pedir: “Pidan el Espíritu Santo y el Padre del cielo se los dará”. Es decir, nuestro Padre Dios no sólo nos dará todo aquello que materialmente sea necesario para nuestra subsistencia corporal, sino que nos concederá la gracia necesaria para salvar nuestras almas y de hecho lo hace, cada vez que tenemos a nuestra disposición los Sacramentos, sobre todo la Penitencia y la Eucaristía; pero todavía más, en el exceso de su Amor infinito por nosotros, Dios Padre nos dará su Amor, el Amor de su Divino Corazón, el Espíritu Santo.

“Pedid y recibiréis (…) vuestro Padre dará cosas buenas a quien se las pida”. Pidamos al Padre lo que necesitemos para vivir, pero sobre todo pidamos al Dador de dones, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

domingo, 26 de septiembre de 2021

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”


 

(Domingo XXVII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19, 6). Ante la pregunta de si es lícito el divorcio que permitía la ley de Moisés, en caso de adulterio, Jesús responde negativamente y para fundamentar su respuesta, se remonta al inicio de la historia del ser humano sobre la tierra: cuando Dios Uno y Trino creó al ser humano, lo creó varón y mujer, para que se unieran en matrimonio y ya no fueran dos, sino una sola carne. Entonces, lo que caracteriza al matrimonio, la unidad –el matrimonio es uno- y la indisolubilidad –el matrimonio es indisoluble, aun cuando las leyes positivas humanas lo permitan; aunque se divorcian, el varón y la mujer unidos por el matrimonio sacramental continúan siendo esposo y esposa ante los ojos de Dios- y el hecho de que sea entre el varón y la mujer, no depende de una ley positiva, inventada por la mente humana o angélica, sino que es una disposición divina, porque Dios quiso crearnos, como especie, en dos sexos diversos, distintos, que se complementan entre sí. Y Dios quiso, además, que esta unión fuese indisoluble, porque naturalmente el varón está hecho para una sola mujer y la mujer está hecha para un solo hombre y nada más. De ahí la absoluta prohibición de la poligamia y por supuesto que del adulterio y de cualquier unión que no sea la del varón y la mujer, como lo prentenden la ideología de género y los grupos de presión homosexualistas.

         Ahora bien, hay una razón última, sobrenatural, que explica el matrimonio entre el varón y la mujer y es la unión esponsal, celestial, sobrenatural, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Esta unión esponsal, que es eminentemente espiritual, es la que fundamenta las características del matrimonio entre el varón y la mujer: así como no se puede concebir a Cristo Eucaristía sin la Iglesia Católica, así también no se puede concebir a la Iglesia Católica sin Cristo Eucaristía. Sería un cristo falso, un cristo adulterado, un cristo adúltero, si además de la Iglesia Católica, estuviera en otras iglesias que no fueran la Católica y la Iglesia Católica sería una iglesia falsa, sin el Cristo Eucarístico, o si adorara a un ídolo como la Pachamama, en vez de Cristo Eucarístico, una Iglesia así, sería una iglesia adúltera.

         Otra pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué Jesús se pronuncia sobre el matrimonio? ¿Qué autoridad tiene Él para abolir el divorcio permitido por Moisés y restablecer la unidad y la indisolubilidad del matrimonio y establecer que el matrimonio sólo puede ser entre el varón y la mujer? Por el simple y maravilloso hecho de que Jesús es Dios; Cristo es Dios y es Él quien ha creado al ser humano como varón y mujer “en el principio”; es Él quien ha establecido que la unión matrimonial sea entre un varón y una mujer, como reflejo y prolongación, entre la sociedad humana, de su propia unión esponsal, entre su Persona divina y su humanidad, en la Encarnación y después entre Él, el Esposo celestial, y la Iglesia, nacida de su Costado traspasado en el Calvario, la Jerusalén celestial, la Iglesia Católica. Así como el Verbo de Dios no puede separarse de su humanidad, una vez asumida hipostáticamente en la Encarnación –ni la humanidad de Jesús de Nazareth no puede separarse del Verbo de Dios-, así tampoco puede el Cristo Eucarístico separarse de la Iglesia Católica, ni la Iglesia Católica del Cristo Eucarístico, y es de estos dos grandes misterios, la Encarnación esponsalicia del Verbo con la humanidad y el Nacimiento virginal de la Iglesia del Costado de Cristo en el Calvario, de donde se derivan la unidad y la indisolubilidad del matrimonio entre el varón y la mujer. Esto explica también que ninguna ley humana puede separar lo que Dios ha unido, al varón y a la mujer: “No separe el hombre lo que Dios ha unido”.

         “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Así como el varón ha sido creado para la mujer y la mujer para el varón, así Cristo Eucarístico es para la Iglesia Católica y la Iglesia Católica para el Cristo Eucarístico: no puede el hombre separar lo que Dios Uno y Trino ha unido.

jueves, 23 de septiembre de 2021

“¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?”


 

“¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?” (Lc 9, 51-56). La frase de los discípulos de Jesús, motivada por el rechazo a ser recibidos en una aldea de samaritanos, con los cuales estaban enemistados, revela dos cosas: por un lado, que verdaderamente tenían un poder milagroso, participado por Jesús, porque el “hacer bajar fuego del cielo” no es algo que pueda hacerlo un ser humano con sus solas fuerzas; por otro lado, revela que los discípulos de Jesús no habían asimilado todavía sus enseñanzas relativas al prójimo considerado como enemigo: “Amad a vuestros enemigos”, porque quieren hacer llover fuego del cielo para destruir a sus enemigos.

Jesús no les permite, de ninguna manera, que lleven a cabo sus deseos y les dice algo que es revelador: “No sabéis de qué espíritu sois”. Y esto es así porque Jesús sí habla de que Él en persona ha venido a “traer fuego” y que quiere “ya verlo ardiendo” y también será Él quien hará llover fuego del cielo y esto será para Pentecostés, cuando el Espíritu Santo, el Fuego del Amor Divino, sea enviado por Él y por el Padre luego de su Ascensión.  Es decir, al igual que los discípulos, Jesús quiere hacer bajar fuego del cielo, pero es un fuego muy distinto al fuego material y terreno que conocemos, que es destructor de vidas y de bienes y lo quiere hacer bajar para un fin totalmente opuesto al de la destrucción: Jesús trae un fuego que no es un fuego material, sino espiritual y es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo y lo quiere hacer bajar del cielo, esto es, de su seno y del seno del Padre, para incendiar a las almas en el Amor de Dios; Jesús quiere incendiar las almas no para destruirlas, sino para encenderlas en el Amor del Espíritu Santo, el Fuego del Amor de Dios.

“¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?”. Muchas veces, nos puede suceder lo mismo que a los discípulos de Jesús, en relación a nuestros enemigos personales: desearíamos hacer bajar fuego del cielo para aniquilarlos, pero al igual que a los discípulos, Jesús nos dice: “No sabéis de qué espíritu sois”. Por lo tanto, debemos pedir, no solo para nuestros seres queridos, sino sobre todo para nuestros enemigos personales, que baje “fuego del cielo”, pero no para destruirlos, porque pedimos el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, para que encienda sus corazones en este Fuego celestial y sobrenatural, el Amor de Dios.

domingo, 19 de septiembre de 2021

“Si tu mano te hace caer, córtatela”

 


(Domingo XXVI - TO - Ciclo B – 2021)

         “Si tu mano te hace caer, córtatela” (cfr. Mc 9, 38-43. 45. 47-48). Jesús utiliza una imagen que, de buenas a primera, suena bastante fuerte: nos dice que si el ojo, la mano o el pie, son ocasión de caída en el pecado, debemos “extirparlos”, por así decirlo. Ahora bien, es obvio que Jesús no está hablando literalmente, si no, metafóricamente, porque de ninguna manera nos está diciendo que debemos hacer eso literalmente. Sin embargo, si utiliza una imagen tan fuerte, es para que tomemos conciencia acerca de la gravedad del pecado. Es decir, Jesús utiliza una imagen corpórea, sensible, material –el ojo, la mano, el pie-, para referirse a una realidad espiritual, la integridad del alma. El alma no puede trocearse, no puede cortarse en pedazos, como sí puede suceder con el cuerpo, como con una cirugía, por ejemplo, pero el alma sí puede perder su vitalidad, aquello que le da vida divina al hacerla partícipe de la vida de Dios y es la gracia santificante. Si el alma pierde la gracia, queda en estado de pecado y si es mortal, queda en estado de condenación, lo cual es una situación muy grave y delicada, porque si la persona muere en ese estado, se condena. Esto explica que Jesús utilice una imagen tan fuerte, como la de extirpar un ojo, una mano o un pie, si estos son ocasión de pecado: como Él mismo dice, es mejor salvar el alma con el cuerpo tullido, antes que condenarse con el cuerpo entero. El consejo de Jesús tiene una relación directa con el propósito que el alma hace cuando se confiesa: en la fórmula de arrepentimiento, que el penitente tiene que recitar antes de recibir la absolución sacramental en el Sacramento de la Penitencia, se dice “antes querría haber muerto que haberos ofendido”, con lo cual se expresa que se prefiere la muerte terrena, corporal, antes que la muerte espiritual, por causa del pecado. Es decir, la Iglesia, que es la que redacta la fórmula del arrepentimiento, traslada las palabras de Jesús de este Evangelio, al Sacramento de la Penitencia y esto para que tomemos conciencia de la gravedad del pecado, sobre todo del pecado mortal: todavía más que perder un ojo, una mano o un pie, es preferible perder la vida terrena –“antes querría haber muerto que haberos ofendido”- que cometer un pecado mortal o venial deliberado. La Iglesia, con la sabiduría divina que le proporciona el Espíritu Santo, comprende el sentido eminentemente espiritual de las palabras de Jesús y las aplica para el Sacramento de la Penitencia.

“Si tu mano te hace caer, córtatela”. El consejo de Jesús, en sentido espiritual, se traslada a lo siguiente: si hay algo, o alguien, que es ocasión de pecado, entonces debo retirarme de ese algo o alguien, para así conservar la gracia y evitar el pecado y es esto también lo que dice el penitente: “Propongo firmemente evitar las ocasiones de pecado”. Meditando en las palabras de Jesús, valoremos la vida de la gracia y pidamos la gracia, como lo hacían los santos, de “morir antes que pecar”, para conservar siempre la gracia, que nos concede la participación en la vida eterna de la Santísima Trinidad.

viernes, 17 de septiembre de 2021

“Los envió a proclamar el Reino de Dios”

 


“Los envió a proclamar el Reino de Dios” (Lc 9, 1-6). Jesús envía a los Doce Apóstoles a una misión bien precisa y es la de “proclamar el Reino de Dios”. Para dar credibilidad y fuerza a la predicación, les concede la participación en su poder divino para que puedan “curar enfermos y expulsar demonios”. Los Apóstoles conocían qué era un reino, porque en ese entonces las naciones y los pueblos humanos se organizaban en reinos: estos tenían una localización geográfica, estaban gobernados por el rey y su corte, poseía un ejército y si el reino crecía y se expandía en tamaño y poderío, llegaba a convertirse en un imperio. Los reinos humanos se caracterizaban además porque quienes rodeaban al rey a menudo lo hacían por adulación, para obtener premios y beneficios por parte del rey; a su vez, el rey con frecuencia gobernaba con mano de hierro, sometiendo a sus súbditos por lo general con la fuerza y a sus enemigos por medio de la guerra y del asedio. Ahora bien, el Reino de Dios, cuya existencia revela Jesús y que es el que los Apóstoles deben proclamar, es de naturaleza totalmente distinta: por lo pronto, viene de Dios, del cielo, morada de Dios y no de los hombres; es de carácter eminentemente espiritual y no material y corpóreo, por lo que no tiene localización geográfica; tampoco busca su expansión por medio del poder militar o de las armas, sino que su expansión se basa en la predicación del Evangelio de Jesucristo, que consiste en el mensaje de salvación para los hombres: quien se convierta a Jesucristo y se bautice y lo siga por el Via Crucis se salvará y el que no lo haga, se condenará, según palabras del propio Jesucristo. Por último, el Reino de Dios está en los cielos, pero comienza a vivirse ya aquí, en la tierra, en germen, por obra de la gracia santificante, que hace partícipe al alma de la vida divina de la Trinidad y es por eso que es un Reino eminentemente espiritual, que se opone a los deseos de la carne que son consecuencia del pecado original. Así, el Reino de Dios radica en el alma, en esta vida y consiste en los frutos del Espíritu Santo en el alma: paz, misericordia, bondad, justicia, humildad, sobriedad de vida, y se opone radicalmente a los deseos desordenados de la carne, como la ira, la pereza, la lujuria, la embriaguez de los sentidos, la avaricia, la envidia y tantas otras perversiones más.

“Los envió a proclamar el Reino de Dios”. También nosotros somos enviados a proclamar el Reino de Dios, comenzando por los seres más próximos a nosotros, pero la única forma de hacerlo no es mediante sermones y discursos, sino viviendo nosotros en gracia, aborreciendo el pecado y dando testimonio de vida cristiana, hasta la muerte del propio yo en la Cruz.

martes, 14 de septiembre de 2021

“El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día”

 


(Domingo XXV - TO - Ciclo B – 2021)

         “El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día” (cfr. Mc 9, 30-37). En una sola oración, con pocas y precisas palabas, Jesucristo describe, por un lado, su misterio pascual de muerte y resurrección y, por otro lado, nos revela el sentido, la dirección y la razón de ser de nuestra existencia en esta vida terrena. En efecto, lo primero que revela y anticipa proféticamente es qué es lo que le va a suceder a Él: sufrirá en manos de los ancianos, de los fariseos y de los escribas, quienes lo condenarán a muerte en un juicio inicuo, porque la causa de la sentencia de muerte es una verdad y no una blasfemia: Jesús es Dios Hijo encarnado; morirá en cruz, en el Calvario, luego de tres horas de agonía; finalmente, al tercer día, el Domingo de Resurrección, resucitará, es decir, volverá a la vida, pero no a esta vida terrena, sino a la vida eterna y glorificada, la misma vida que Él posee con el Padre y el Espíritu Santo desde toda la eternidad. De esta manera, Jesús revela, anticipadamente a sus discípulos, qué es lo que le va a suceder a Él, esto es, la Pasión, Muerte y Resurrección. El segundo elemento que se revela en esta frase, que no está dicho explícitamente sino implícitamente, es el sentido de nuestra existencia en el tiempo y en la historia humana: estamos destinados de antemano, por Dios, a seguir a Cristo por el Camino de la Cruz –“El que quiera venir en pos de Mí, que tome su cruz y me siga”-, para así también nosotros participar de su misterio salvífico de muerte y resurrección. En la Pasión y Resurrección de Cristo se comprende el sentido de nuestra existencia en la vida porque nuestra vida terrena, caracterizada por el sufrimiento y el dolor, ha sido santificada por Cristo, al asumir Él nuestra naturaleza humana, menos el pecado, de manera que al sufrir Cristo en la cruz con su humanidad, Él santifica el dolor humano, de manera que el dolor humano –nuestro propio dolor, nuestra propia historia de dolor y sufrimiento, del orden que sea-, queda unido a  Cristo y en Cristo es santificado y así, de ser el dolor y la muerte el castigo por el pecado original, pasan a ser, este mismo dolor y esta misma muerte, caminos de santificación personal, de unión con Cristo y de acceso al seno del Padre en el Reino de los cielos. Es por esto que decimos que Jesús da sentido a nuestra existencia en la tierra: porque estamos destinados a unirnos a Él en la cruz, para así santificar nuestra existencia, con sus alegrías, con sus dolores y así, con nuestra vida unida a Cristo crucificado, seremos luego glorificados en la vida eterna. Éste es el único sentido de la existencia humana, de todo ser humano, desde Adán y Eva hasta el último hombre que nazca en el Último Día, en el Día del Juicio Final. Cualquier otra explicación, que no sea la de la unión personal con Cristo en la cruz para llegar al Reino de Dios, carece de sentido y no tiene razón de ser. Muchos, sino la gran mayoría de los hombres, pasan sus vidas enteras sin encontrar sentido a la vida, al dolor, a la enfermedad, a la muerte, pero tampoco a la alegría, al gozo no pecaminoso y buscan en vano este sentido en extrañas filosofías, en otras religiones, en sectas, en partidos políticos, cuando lo único que tienen que hacer es escuchar al Hombre-Dios: “El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día (…) el que quiera seguirme, que tome su cruz y me siga y tendrá la Vida eterna”. El sentido de nuestro paso por la tierra es ganar la Vida eterna y evitar la eterna condenación, pero eso sólo lo lograremos si cargamos nuestra cruz de cada día para seguir al Hombre-Dios Jesucristo en camino al Calvario.

sábado, 11 de septiembre de 2021

“Algunas mujeres acompañaban a Jesús y lo ayudaban”

 


“Algunas mujeres acompañaban a Jesús y lo ayudaban” (Lc 8, 1-3). El Evangelio revela, en una sola afirmación, cuán grande es, desde el inicio mismo de la religión católica, el respeto que la Iglesia Católica ha profesado desde siempre a la mujer. Contrariamente a lo que afirman los movimientos feministas, abortistas y contrarios a la vida, la Iglesia Católica ha considerado desde siempre a la mujer con una dignidad similar a la del varón, tal como lo demuestra este Evangelio. Las mujeres, dice el relato evangélico, “acompañaban y ayudaban” a Jesús y esto significa que ambas cosas las hacían voluntariamente y si lo hacían voluntariamente, era porque nadie las obligaba y porque se sentían seguras en el entorno de los discípulos de Jesús. Si el ambiente de los discípulos de Jesús hubiera sido hostil contra las mujeres, éstas no habrían “acompañado y ayudado” de ninguna manera a Jesús.

Que la Iglesia Católica haya considerado a la mujer en dignidad igual a la del varón, se ve en las grandes mujeres santas que ha dado la Iglesia Católica, desde el inicio de la Cristiandad, hasta ahora. Baste pensar con María Magdalena, con las Santas Mujeres de Jerusalén, que acompañaron a Jesús en su Camino de la Cruz, el Via Crucis, hasta mujeres de nuestros tiempos, como las santas que ofrecieron sus vidas, para dejar vivir a los hijos que llevaban en su seno materno, antes que cometer aborto. Pero la Mujer que más sobresale, entre todas las mujeres y también entre todos los varones, es sin dudas la Madre de Dios, María Santísima, Virgen y Madre, la cual, al ser concebida sin mancha del pecado original y Llena de gracia, cumple a la perfección el ser femenino en sus dos vocaciones, la consagrada –al ser Virgen- y la materna –al ser Madre de Dios-. Y es por esto que la Virgen, siendo mujer, es considerada, por su santidad, inmensamente por encima de todas las mujeres y de todos los hombres de todos los tiempos, además de estar por encima de todos los ángeles y de tal manera, que la Virgen sólo es superada, por así decirlo, en santidad, por su Hijo Jesús, por el solo hecho de ser Jesús la Santidad Increada en Sí misma. Por todas estas razones, nadie puede decir, sin faltar a la verdad, que la Iglesia no ha respetado ni tenido en valor y consideración a la mujer.

jueves, 9 de septiembre de 2021

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

 



         ¿Por qué la Iglesia Católica celebra, con una fiesta litúrgica, la Exaltación de la Cruz? La pregunta surge porque, si vemos la Cruz con ojos humanos, nos damos cuenta que la Cruz es un instrumento de tortura, de humillación y de muerte cruel y dolorosísima para aquel que esté crucificado. De hecho, los soldados romanos la utilizaban no solo para castigar a los rebeldes al Imperio, sino para que sirviera de advertencia para quien se atreviera siquiera a intentar alguna acción contra el Imperio: al exponer al crucificado públicamente, estaban dando una señal de advertencia para todos aquellos que estaban pensando en oponerse al Imperio; si persistían en sus intentos, serían apresados, juzgados y condenados a la misma muerte, cruel y dolorosa, del crucificado. Es aquí entonces en donde volvemos a preguntarnos: si la Cruz es un instrumento de tortura, de opresión, de dolor, de humillación y de muerte, ¿por qué la Iglesia celebra con una fiesta litúrgica a este instrumento de dolor y muerte?

         La respuesta no la da la razón humana, sino la Sabiduría Divina, es decir, Dios Hijo encarnado, porque es Él quien está en la Cruz; es Él quien sube a la Cruz voluntariamente, para entregar su Cuerpo y su Sangre por nuestra redención.

         La Iglesia celebra la Exaltación de la Cruz porque el Hombre-Dios Jesucristo, al subir a la Cruz y morir en ella, con su omnipotencia divina, cambió radicalmente el sentido de la Cruz, porque santificó el dolor humano y la muerte humana, convirtiendo al dolor y a la muerte del hombre, de castigo por el pecado, en puertas abiertas al cielo. Con su muerte en Cruz, Jesucristo santifica el dolor y la muerte, porque asume el dolor y la muerte del ser humano, consecuencias del pecado original y los convierte, de castigo, en vías de redención. De esta manera se explica que el dolor y la muerte humanos, a partir de Cristo, cuando son ofrecidos a Cristo y cuando se une el propio dolor y la propia muerte al dolor y a la muerte de Cristo, el alma se santifica y así, santificada, puede presentarse ante el trono de Dios y ser recibida en el Reino de los cielos.

         Si intentamos dar una respuesta humana al sentido del dolor y de la muerte, nunca la encontraremos; sólo contemplando al Cordero de Dios, crucificado en el Monte Calvario y santificando el dolor y la muerte de la humanidad, encontraremos la respuesta del porqué la Iglesia celebra la Exaltación de la Cruz: porque la Cruz es la Puerta abierta que conduce al Reino de Dios.

viernes, 3 de septiembre de 2021

“Vade retro, Satán!”

 


(Domingo XXIV - TO - Ciclo B – 2021)

         “Vade retro, Satán!” (Mt 16, 20-23). Llama la atención el trato radicalmente opuesto que le dirige Jesús a Pedro, que es su Vicario, el Vicario de Cristo Dios. En un primer momento, cuando Pedro responde correctamente a la pregunta de Jesús acerca de quién dice la gente que es Él, diciendo que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, Jesús lo felicita y le dice que esa verdad no proviene de él, de Pedro, de sus razonamientos humanos, sino que proviene del Espíritu Santo, el Espíritu del Padre: “Esto te lo ha revelado mi Padre”. Es decir, Jesús felicita a Pedro cuando Pedro, iluminado por el Espíritu Santo, lo reconoce como a Dios Hijo encarnado. Pero acto seguido, en el mismo diálogo, luego de que Jesús le revelara a Pedro y a sus discípulos su misterio pascual de muerte y resurrección –“el Hijo del hombre tiene que sufrir mucho a manos de los hombres, morirá en la cruz y al tercer día resucitará”-, y luego de que Pedro se opusiera a este misterio salvífico, Jesús reprende duramente a Pedro, llamándolo “Satanás”: “Vade retro, Satán! Tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres”. Es decir, cuando Pedro niega la cruz, cuando Pedro niega el misterio de la redención de los hombres, que pasa por la muerte en cruz del Hombre-Dios Jesucristo, es ahí cuando Jesús lo reprende y Jesús lo reprende porque esta vez, Pedro no ha sido iluminado por el Espíritu Santo, sino que le ha sucedido lo siguiente: rechazando la iluminación del Espíritu Santo, que le hubiera permitido aceptar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo como condición para la salvación de la humanidad, Pedro se deja llevar por su razón humana, la cual, sin la luz de Dios, es oscuridad y tinieblas y así, llevado por su sola razón humana, sin la luz de Dios, rechaza el sufrimiento de la cruz, rechaza el misterio de la muerte de Jesucristo y rechaza también el misterio de la resurrección. Es decir, Pedro, primero proclama a Cristo como a Dios Hijo encarnado, cuando es iluminado por el Espíritu Santo, pero a renglón seguido, dejando de lado al Espíritu Santo, su entendimiento humano no puede comprender el misterio de la redención y por eso rechaza la cruz y con el rechazo de la cruz, rechaza también la resurrección y ésta es la razón del duro reproche de Jesús hacia Pedro. Pero en el reproche de Jesús hacia Pedro hay algo más: Jesús no le dice: “Vade retro, Pedro”, sino “Vade retro, Satán”, es decir, Jesús se está dirigiendo a Satanás y no a Pedro y la razón es que Pedro, sin la luz del Espíritu Santo, queda con su razón humana oscurecida, pero también se le agrega otra tiniebla, la tiniebla viviente por antonomasia, el Demonio, el Ángel caído, el Príncipe de la oscuridad, el cual ensombrece todavía más a la razón de Pedro y lo conduce a negar la cruz. Es por esta razón que Jesús dice: “Vade retro, Satán” y no “Vade retro, Pedro”, porque Jesús reprende al Ángel caído, que es quien está detrás de la negación de la cruz por parte de Pedro.

         “Vade retro, Satán!”. No debemos pensar que sólo Pedro estuvo tentado por el Demonio, haciéndolo rechazar la cruz como único camino que conduce al Cielo: debemos sospechar de todo pensamiento que aparezca en nuestras mentes y corazones, que nos conduzca a negar la cruz, porque estos pensamientos no vienen nunca del Espíritu Santo, sino que vienen de nuestras mentes y también del Ángel caído. Estemos atentos a cualquier pensamiento que nos sugiera renegar de la cruz, para rechazarlo prontamente, con la ayuda de la luz de la gracia.

“Un ciego no puede guiar a otro ciego”

 


“Un ciego no puede guiar a otro ciego” (Lc 6, 39-49). Tomando un ejemplo de la vida real, Jesús da una enseñanza para la vida espiritual. Efectivamente, de la misma manera a como un ciego, un no vidente, no puede guiar a otro que se encuentra en la misma condición, porque los dos tropezarán de la misma manera o caerán en el mismo pozo, así también, en la vida espiritual, es que es ciego, espiritualmente hablando, no puede guiar a otro que también es ciego desde el punto de vista espiritual.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué es un ciego espiritual? Para comprender qué es un ciego espiritual, debemos recordar qué es lo que caracteriza a la ceguera y es la oscuridad, las tinieblas, la incapacidad de ver la luz; por otra parte, tenemos que recordar que es la luz la que nos permite ver la realidad de las cosas y del mundo que nos rodea, porque es una verdad de Perogrullo que si no hay luz, entonces no podemos ver nada. Dicho esto, podemos decir que, espiritualmente hablando, la Luz celestial, que nos permite ver la vida y el mundo espiritual, es Jesucristo, uno de cuyos nombres es “Luz del mundo”, tal como Él mismo lo dice: “Yo Soy la Luz del mundo”. Esto quiere decir que si alguien no está iluminado por Cristo, Luz Eterna e Increada, vive en las tinieblas y aunque pueda ver con los ojos del cuerpo, es un ciego espiritual, es un no-vidente, espiritualmente hablando. Es aquí entonces cuando comprendemos las palabras de Jesús: “Un ciego no puede guiar a otro ciego”, quiere decir que alguien que no conoce a Cristo, que no tiene la gracia santificante y que por lo tanto vive en tinieblas, no puede guiar, siempre espiritualmente hablando, a nadie, porque él mismo vive en la oscuridad, en las tinieblas del alma. De esto surge otra verdad: si Cristo es la Luz Eterna e Increada, las tinieblas espirituales están constituidas por todo aquello que es oscuridad: errores en la verdadera fe católica, pecados de todo tipo e incluso las tinieblas vivientes, que son los demonios, los ángeles caídos. En otras palabras, quien no está iluminado por Cristo, quien es un ciego espiritual, está envuelto en las tinieblas del error, del pecado y está rodeado por las tinieblas vivientes, los demonios.

“Un ciego no puede guiar a otro ciego”. Que sea Cristo, Luz Eterna e Increada, quien ilumine y disipe las tinieblas de nuestras almas, con su gracia santificante; sólo así podremos ser “luz del mundo” para un mundo envuelto en las tinieblas del error, de la ignorancia, del pecado y dominado por las tinieblas vivientes, los demonios, los ángeles caídos.

jueves, 2 de septiembre de 2021

“Amad a vuestros enemigos”


 

 (Lc 6, 27-38). Frente a este mandato de Jesús, es necesario responder a tres preguntas, para comprender su alcance. Estas preguntas son: ¿por qué Jesús manda “amar a los enemigos”?; ¿de qué manera se puede cumplir este mandato?; por último, ¿el mandato obliga para toda clase de enemigos?

A la primera pregunta, hay que responder que Jesús manda amar al enemigo, porque de esa manera imitamos a Dios Padre, quien nos amó a nosotros, que éramos sus enemigos por el pecado y que por el pecado crucificamos y dimos muerte de cruz a su Hijo Jesucristo: al amar a los enemigos, imitamos a Dios Padre quien no sólo no nos castigó por dar muerte a su Hijo en la cruz, sino que nos perdonó por la Sangre de su Hijo y nos convirtió en hijos adoptivos suyos y en herederos del Reino.

A la segunda pregunta, acerca de la manera en que debemos amar al enemigo, la contestamos contemplando a Cristo crucificado, porque así es como nos amó Jesucristo y al contemplarlo crucificado, nos damos cuenta de que nos amó hasta la muerte de cruz y con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Entonces, así debemos amar a nuestros enemigos: hasta la muerte de cruz y con el Amor Divino, el Espíritu Santo, que se nos concede cada vez que recibimos, por la Comunión, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

Por último, la tercera pregunta, acerca de a qué clase de enemigos hay que amar, hay que decir que se debe amar al enemigo personal, es decir, al ser humano que, por algún motivo circunstancial, se ha convertido en nuestro enemigo personal, pero este mandamiento del amor al enemigo no se aplica para los enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia, como por ejemplo, el Comunismo, la Masonería, el Satanismo. A esos enemigos, ideológicos y espirituales, se los debe combatir con las armas espirituales –la Santa Misa, el Rosario, la Adoración Eucarística-, pero de ninguna manera se los debe amar. Es decir, puedo amar al verdugo comunista, pero no al Partido Comunista, al cual debo combatir; puedo amar al asesino masón, pero no a la Masonería, a la cual debo combatir; puedo amar y pedir la conversión de quien practica la brujería, pero debo combatir a Satanás, amparado en la fuerza de la cruz. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando nos dice que debemos “amar al enemigo”.

miércoles, 1 de septiembre de 2021

“Pasó la noche orando”

 


“Pasó la noche orando” (Lc 6, 12-19). Siendo nosotros cristianos, nuestro modelo de ser y de vida es Cristo; por lo tanto, debemos imitarlo en lo que nuestra limitada naturaleza pueda imitarlo. Por supuesto que no podremos imitarlo en sus milagros, porque esos milagros, como la multiplicación de panes y peces, las resurrecciones de muertos, las pescas milagrosas, etc., los hacía con su poder de Dios y nosotros no somos Dios, por lo que no tenemos ese poder, pero sí podemos imitarlo en aquello en que lo puede imitar nuestra débil naturaleza humana; en este caso, lo podemos imitar en su oración al Padre, tal como relata el Evangelio: “Jesús subió a la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios”.

No es por casualidad que Jesús suba a la montaña, porque la montaña tiene un significado espiritual: al ser algo gigantesco, simboliza la inmensidad de Dios; el hecho de ser la montaña algo elevado, simboliza a Dios, que está en los cielos; también el hecho de subir hasta la cima, simboliza el esfuerzo que debe hacer el hombre para despegarse de la tierra y de los atractivos del mundo, para elevar su alma a Dios. Por todas estas razones, Jesús elige la montaña para orar. Hay otros dos aspectos a considerar: el horario en el que Jesús reza, la noche y el hecho de la oración misma: en cuanto al horario, Jesús reza “toda la noche” y esto también tiene un significado espiritual, porque la noche, caracterizada por las tinieblas, simboliza nuestra vida terrena, que al ser terrena, está por eso mismo envuelta en tinieblas, al no estar en Dios y con Dios y estas tinieblas son las tinieblas del error, del pecado y también son las tinieblas vivientes, los demonios. Al orar toda la noche, Jesús quiere hacernos ver que debemos orar toda la vida, es decir, toda nuestra noche, porque sólo así obtendremos la luz de Dios, que disipa toda clase de tinieblas. En cuanto al hecho de la oración en sí, Jesús es nuestro ejemplo, porque aunque Él era Dios Hijo y estaba por lo tanto en permanente unión con el Padre y el Espíritu Santo, con su humanidad se unía a la Trinidad por medio de la oración y es así como debemos hacer nosotros, unirnos a Dios Uno y Trino por medio de la oración, siendo las principales oraciones para nosotros, los católicos, la Santa Misa, el Rosario, la Adoración Eucarística y luego también la oración que brota del corazón.

“Pasó la noche orando”. Imitemos a Cristo y pasemos nuestra vida terrena, nuestra noche, en oración, para así alcanzar el Día sin fin, la eternidad en el Reino de los cielos.