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miércoles, 27 de julio de 2011

El Reino es como una red



“El Reino es como una red” (cfr. Mt 13, 47-53). Jesús utiliza la figura de una red de pescador para graficar al Reino de los cielos: así como en la red, luego de ser izada, quedan toda clase de peces, en buen estado algunos y otros en descomposición, y así como los pescadores separan a los unos de los otros, así los ángeles de Dios, que son los encargados de intervenir al fin de los tiempos, separarán a los hombres buenos de los malos, para conducir a los buenos al Reino de Dios, y sepultar a los malos en el infierno.

En la figura utilizada por Jesús, el mar es el mundo y la historia humana; la barca es la Iglesia; los peces son los hombres: los que están en buen estado, y sirven para alimento y por esto son separados en canastos, son los hombres que, al fin del tiempo, están en gracia de Dios y por lo mismo ingresan en el cielo; los peces que están en mal estado, porque han muerto en el mar y han comenzado a descomponerse y así los ha recogido la red, son los hombres malos, los que rechazaron la gracia divina y obraron el mal, siendo arrastrados por sus pasiones –ira, pereza, gula, avaricia, maledicencia-, y murieron en pecado mortal, sin la gracia de Dios, y por lo tanto sus almas hieden en el momento del Juicio Final.

¿Qué representa la red? Representa a Jesucristo, el Hombre-Dios, y su gracia: así como en la pesca los peces se reúnen todos en una red, así al fin del tiempo los hombres son congregados delante de Cristo. Los peces buenos, son quienes permanecieron unidos a Cristo por la fe y por el amor, obrando la misericordia y la compasión, llevando la cruz de cada día; los peces malos, son quienes eligieron libremente separarse de la ley de la caridad dada por Cristo, y es así como arrojaron la cruz lejos de sí, y se dirigieron, con pasos apresurados, en la dirección contraria a la del Calvario.

“El Reino es como una red”. Cristo Eucaristía es la red, que busca atraparnos no con hilos tejidos, como las redes de los pescadores, sino por medio del don de su Amor, que es infundido cada vez en la comunión eucarística. Quien comulga y no convierte su corazón; quien comulga y no perdona; quien comulga y obra el mal, en cualquiera de sus formas, vive separado de Cristo y al fin de los tiempos será separado para siempre.

viernes, 22 de julio de 2011

El Reino de los cielos es como un tesoro escondido



“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido (…) es como una perla fina (…) es como una red que se echa al mar” (Mt 13, 44-53).

Jesús utiliza tres imágenes para graficar el Reino de los cielos: como un hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo, como una perla fina y como una red que se echa al mar.

En todos los casos, se da la idea de fortuna: un tesoro, una perla, abundantes peces. Cada una de las imágenes hace referencia a la realidad sobrenatural del Reino de Dios, pero solo en la tercera se agrega algo que las otras no tienen, y es la referencia al Juicio Final.

En la primera imagen, se trata de un hombre que, de alguna manera, encuentra un tesoro en un campo; al darse cuenta de su valor, va, vende lo que tiene y, lleno de alegría compra el campo.

Este hombre, antes de descubrir el tesoro, tal vez pasaba todos los días por el campo, pero al no saber que este campo escondía un tesoro, seguía de largo, sin prestarle mayor atención, pero una vez que encuentra el tesoro, se da cuenta de que, a causa del tesoro, el campo posee un valor hasta entonces desconocido para él, y es por eso que toma la decisión de vender todas sus posesiones para adquirir el campo y con él, el tesoro ahí escondido.

La figura de este hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo es un símbolo del alma que despierta a la fe y que descubre los inmensos tesoros que hay en su Iglesia, de entre todos, el principal, la Eucaristía y la gracia.

Hasta ese entonces, el alma no sabía de ese tesoro –tal vez asistía a misa, pero distraído, sin prestar atención, y lo hacía de vez en cuando; tal vez consideraba a su Iglesia como una más entre todas-, pero llega un día en el que despierta a la fe, es decir, encuentra el tesoro, y es ahí cuando descubre aquello que estaba oculto a los ojos del cuerpo y a la luz de la razón natural: la gracia de Jesucristo en los sacramentos, la Fuente de Vida eterna en Cristo Eucaristía, el perdón divino en la confesión sacramental, el nacimiento a la vida de hijos de Dios por el bautismo, la consagración a Dios por el matrimonio o el sacerdocio ministerial.

En ese momento, descubre que su Iglesia encierra en sí misma algo así como un enorme tesoro, compuesto de muchas piedras preciosas, de monedas y objetos de oro, pero que no son estas cosas, que son materiales, pasajeras y efímeras, y no donan la vida eterna; en cambio, el verdadero tesoro, son los sacramentos, que dan la gracia –y con estos, la vida eterna- y, de entre todos los sacramentos, destaca la Eucaristía, como lo más valioso de todo ese tesoro enormemente valioso.

La Iglesia es entonces como el campo por el cual el hombre de la parábola pasaba todos los días sin prestarle atención, hasta que descubre que hay un tesoro en él: así sucede con el alma que despierta a la fe, porque se da cuenta que su Iglesia no es una más entre otras, sino que es la Jerusalén del Cordero, la Verdadera y Única Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo, la que alimenta a sus hijos con el manjar del cielo que sirve en el banquete celestial, la Carne del Cordero de Dios, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

Y así como el hombre de la parábola vende lo que tiene para adquirir el campo, así el alma con fe sobrenatural vende todas sus posesiones, el hombre viejo, para adueñarse del magnífico tesoro que ha encontrado en la Iglesia: Cristo Eucaristía, por quien todo adquiere valor y sentido, porque en la Eucaristía el hombre descubre que no ha sido hecho para esta vida y para los reinos de este mundo, sino para el Reino de los cielos, el Reino en donde la contemplación de las Tres Divinas Personas, por toda la eternidad, provoca un estallido de gozo y de alegría infinita en el alma, que no termina nunca.

El evangelio destaca la alegría del hombre de la parábola, al descubrir el tesoro y al vender lo que tiene para quedarse con él. El alma con fe debería tener no esa alegría, sino una alegría mucho más grande, mucho más profunda, una alegría sobrenatural, desbordante, gozosa, aún en medio de las tribulaciones, porque lo que encuentra en la Iglesia no es un tesoro material en un campo de tierra, sino algo más grande que los cielos sempiternos, Cristo Eucaristía, Dios entre nosotros.

“El Reino de Dios es como una perla fina”. Para entender esta imagen, es necesario recordar el origen y el valor de las perlas. Las perlas se producen en el interior del cuerpo blando de las ostras, como consecuencia de una reacción de enquistamiento de una partícula extraña.

Debido a su lustre, a su simetría, y a la capacidad de reflejar la luz de un modo intenso y brillante, son consideradas como piedras preciosas y cuanto más raras en su color, más perfectas en su forma, y cuanto más grandes son, tanto más despiertan la codicia del hombre. Las perlas han sido apreciadas por todos los pueblos desde la antigüedad debido a su rareza, belleza y extraordinario valor[1].

El valor de una perla aumenta más al considerar que su producción demanda tiempo, además de ser necesaria la presencia de organismos vivos como las ostras, que necesitan de un ecosistema adecuado. La perla se hace más valiosa todavía cuando se considera la inmensidad del mar y la escasez comparativa de las ostras donde se producen las perlas.

Con esta imagen, Jesús quiere graficar al Reino de los cielos: así como una perla es una “piedra preciosa” que se diferencia de otras piedras comunes por su color, forma, transparencia y brillo, todo lo cual le concede un valor extraordinario, de la misma manera, así el Reino de los cielos, comparado con los reinos de la tierra, posee un extraordinario valor, porque en él hay algo que no se encuentra en los reinos de la tierra, y es la vida eterna.

La perla fina es además una representación de la Eucaristía, el tesoro más valioso de la Iglesia Católica.

“El Reino de los cielos es como una red que se echa al mar” (cfr. Mt 13, 47-53). Jesús compara al Reino de los cielos con una red que se echa al mar y que recoge toda clase de peces. La imagen que utiliza para graficar al Reino de los cielos está compuesta por una barca de pescadores, los pescadores, el mar, la red, los peces.

La imagen es simbólica, porque cada elemento de la imagen representa y figura un elemento de la realidad: el mar, es el mundo y la historia humana; los peces, son los hombres, llamados por Dios a su Reino; los pescadores, son los ángeles, quienes al fin de los tiempos intervendrán, separando a los que habrán de salvarse de aquellos que habrán de condenarse; la barca de los pescadores, que surca el mar, es la Iglesia Católica, que surca el mar de los tiempos.

Cada elemento de la imagen de la barca que pesca en el mar representa un elemento de la realidad: el mar, la historia y el mundo; los peces, los hombres; los pescadores, los ángeles; la barca, la Iglesia.

Cada elemento de la pesca representa algo, pero falta el elemento principal de todos, sin el cual la pesca es imposible: la red. En la imagen de la barca que pesca en el mar, ¿qué representa la red, sin la cual la pesca es imposible? ¿Qué representa la red, sin la cual la barca nada puede hacer en alta mar? ¿Qué representa la red, sin la cual los pescadores nada pueden pescar? ¿Qué representa la red, que da sentido a toda la imagen?

La red representa y simboliza a Jesucristo y su gracia: es Jesús, Dios Hijo, quien por la Encarnación, entra en el mundo y en la historia humana, y con su gracia atrae a los hombres hacia el Padre, así como la red atrae a los peces.

La red es entonces Cristo y su gracia, los peces en el mar, somos nosotros.

La imagen de la barca que pesca peces con su red, es un símbolo de la realidad de Cristo que atrae a los hombres a Dios Padre por medio de la gracia. Pero hay una diferencia entre la imagen y la realidad: en la imagen, los peces no pueden elegir si son atrapados por la red, o no: la red se echa al mar, y el pez no puede elegir si se queda en la red o no, porque ya está en ella; nosotros, en cambio, sí podemos decidir si permanecemos en la red que es Cristo –es decir, si vivimos en gracia-, o si nos salimos de ella.

Por último, en esta imagen de la red, Jesús agrega algo que no se encuentra en las otras imágenes del Reino, y es la referencia al Juicio Final: así como los pescadores se sientan a separar los peces malos de los buenos, así los ángeles de Dios, al fin del tiempo, en el Último Día de la historia humana, separarán a los hombres malos de los buenos. San Miguel Arcángel pesará las almas de cada uno, y las que se encuentren privadas de obras buenas, serán conducidas al infierno, mientras que los que hayan hecho obras buenas, válidas para el Reino –es decir, obrado la misericordia, perdonado a sus enemigos, vivido en gracia y en paz con todos-, serán conducidos ante la Presencia del Rey de cielos y tierra, Jesucristo, y entrarán a formar parte de su Reino para siempre.


[1] Cfr. http://es.wikipedia.org/wiki/Perla.

lunes, 10 de enero de 2011

Seguidme y os haré pescadores de hombres


“Seguidme y os haré pescadores de hombres” (cfr. Mt 4, 18-22). Jesús utiliza la figura de un pescador para graficar la misión encomendada por el Padre a Él y por Él a la Iglesia: así como un pescador tira la red en el mar y atrapa peces, así será la Iglesia de Jesucristo en el tiempo y en la historia de la humanidad: el mar es el mundo, la barca es la Iglesia, el pescador al mando de la barca es Pedro, el Papa, y la red es Jesucristo.

La imagen usada por Jesús no es una mera imagen, ni el episodio que dio lugar a la imagen ha pasado o no se repite más. Esa misma situación –una barca al mando de un pescador que pesca peces en el mar- se materializa y concreta en la Iglesia Católica, desde entonces, hasta ahora y hasta el fin de los tiempos. La Iglesia, que es la Barca de Pedro, continúa surcando el mar del tiempo y su destino es el puerto de la eternidad. Es guiada por Pedro y por los Apóstoles, quienes echan en el mar la Red que es la Palabra de Dios, Jesucristo. Los peces son las almas de los hombres que han sido atrapados en esa Red, es decir, que han escuchado la Palabra y la han dejado crecer dentro suyo.

Pero al final de la pesca, algunos peces sirven y otros no; en la misma red, algunos están vivos y otros están muertos: es un símbolo de quienes han recibido a Jesús en su corazón y han dejado crecer su imagen en él: son quienes han vivido no una vida natural, sino la vida de la imitación de Cristo, por la gracia; los peces vivos son los peces que han configurado sus vidas a la vida de Cristo; los peces que no sirven, los peces muertos en la red, que son desechados, son las almas que han rechazado vivir la vida nueva de la Trinidad, infundida en el alma por Jesucristo.

La Iglesia es la misteriosa barca del evangelio, en la cual el Espíritu de Dios llama a la humanidad a través de la Red, Jesucristo. Jesús en la Eucaristía es la Red de la Barca en la cual el pez –el alma- puede permanecer y vivir de Él o, por el contrario, puede dejarse morir.