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domingo, 1 de septiembre de 2013

"El Espíritu del Señor me envió a anunciar la Buena Noticia"

       

      "El Espíritu del Señor me envió a anunciar la Buena Noticia" (cfr. Lc 4, 16-30). Jesús lee en la sinagoga un pasaje del libro del profeta Isaías, en donde el profeta revela que el Espíritu de Dios lo ha enviado a "anunciar la Buena Noticia", y se aplica a sí mismo el pasaje. Esto es verdaderamente así, porque todo en la vida de Jesús es una manifestación del Espíritu Santo, es decir, del Amor de Dios: es por Amor que Dios Hijo ha sido llevado -por así decirlo- del seno del Padre al seno de la Virgen Madre, para que se encarnase en su seno virgen; es por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que Jesús nace milagrosamente como Niño para luego, ya en la edad adulta, donarse a sí mismo como Pan de Vida eterna, don que habrá de concretarse en el sacrificio de la Cruz y que se renovará de modo incruento cada vez en el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa, para que al ser recibido en la comunión eucarística, comunique al alma que lo recibe el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Jesús es el Enviado por el Espíritu Santo para proclamar la Buena Noticia, que consiste precisamente en esto, en el don de sí mismo, para la salvación de los hombres, y en el don del Espíritu Santo, para que los hombres, santificados por la gracia divina, sean inmersos en el Amor de Dios y conducidos, por el Espíritu Santo, a la íntima comunión de vida y de amor con las Tres Personas de la Santísima Trinidad.
           "El Espíritu del Señor me envió a anunciar la Buena Noticia". Cada cristiano, en cuanto lleva en sí la imagen de Jesucristo por la gracia santificante, debe aplicarse para sí mismo estas palabras, y es por este motivo que cada cristiano debe ser -o al menos debería serlo- el instrumento del Amor divino que refleja a los demás el Amor, la paciencia, la bondad, la caridad, la entrega, la generosidad, la humildad, de Jesucristo; cada cristiano está llamado a ser que es una imagen viviente de Jesucristo, imitándolo en el don de sí mismo y en el don del Amor de Dios, siendo para los demás una fuente de paz, de bondad, de caridad y de amor divino y humano. Si el cristiano no lo hace, es decir, si no se convierte en una imagen viviente de Jesucristo y no refleja el Amor de Cristo a los demás, con sus obras, entonces su paso por la vida es "vanidad de vanidades" (Ecl 1, 3).

lunes, 11 de marzo de 2013

“Levántate, toma tu camilla y camina”



“Levántate, toma tu camilla y camina” (Jn 5, 1-3. 5-16). Un hombre afectado por una parálisis no encuentra a nadie que lo ayude para aprovechar el momento en el que un ángel desciende a la pileta de Betsaida, agita las aguas y les concede poder curativo. Cuando Jesús se le acerca, el paralítico se queja de la falta de compasión de quienes se encuentran allí, falta de compasión que es la causa por la que continúa enfermo.
Jesús suple con creces esta ausencia de compasión, obrando en él el milagro de la curación de su mal. Luego de decirle: “Levántate, toma tu camilla y camina”, el hombre queda efectivamente curado y se retira.
Los otros personajes intervinientes, los fariseos, demuestran todavía mayor indolencia que la de aquellos que no auxiliaron al hombre paralítico porque se concentran en la investigación de las faltas legales[1] cometidas por él –en sábado estaba prohibido hacer tareas manuales, y el paralítico, ya curado, la transportaba caminando- y sobre todo por Jesús, ya que la curación la hizo en sábado, lo cual era considerado también como falta legal.
El pasaje evangélico nos enseña cuán duro es el corazón del hombre sin Dios, ya que puede ver a su prójimo tendido en el suelo, como le sucedía al paralítico, y hacer caso omiso de su necesidad; pero también nos muestra cómo los hombres que al menos en apariencia están con Dios, como los fariseos, también endurecen sus corazones, desde el momento en que lo único que les interesa es acusar a su prójimo por presuntas faltas legales.
Con la curación milagrosa, Jesús no nos enseña a ser solidarios: nos enseña cuál es la esencia de la religión: la caridad, la bondad, la compasión, la misericordia para con el que más sufre. Debemos estar muy atentos a sus enseñanzas sobre la misericordia, porque de lo contrario caeremos en la indolencia y en la dureza de corazón y, lo peor de todo, en el cínico fariseísmo, cáncer de la religión.


[1] Cfr. B. Orchard, Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 705.

jueves, 26 de julio de 2012

El corazón que recibe la Palabra es tierra fértil que produce frutos de bondad



“El corazón que recibe la Palabra es tierra fértil que produce frutos de bondad” (Mt 13, 18-23). Jesús compara al corazón del hombre con distintos tipos de tierra, que reciben de distinta manera la Palabra de Dios, comparada a su vez con una semilla. De igual manera a como la semilla de un árbol necesita de de la tierra fértil para germinar y dar fruto, así también sucede con la Palabra de Dios: necesita de un corazón humano deseoso de recibirla, para poder germinar y dar frutos de bondad.
De acuerdo a la parábola, no es la semilla, es decir, la Palabra, la que no es capaz de fructificar, sino los distintos tipos de tierra, es decir, de corazones humanos, capaces de recibirla. Hay quienes, recibiendo la Palabra de Dios, no permiten que germine, debido a diversos factores: tribulaciones, persecuciones, preocupaciones mundanas, seducción de las riquezas del mundo.
Muchos cristianos, llamados a ser jardines florecidos, no pasan de ser áridos y yermos parajes, en donde en vez de poder recogerse los dulces frutos de la Palabra de Dios –humildad, paciencia, generosidad, sacrificio-, solo se recogen agrios y amargos frutos, que revelan la propia nada y su sequedad espiritual –soberbia, enojo, susceptibilidad, egoísmo, discordia, división-.
Para aquel que desee convertir a su corazón en un terreno fértil, en donde la semilla de la gracia pueda germinar y crecer, para dar frutos de bondad y santidad, lo que tiene que hacer es imitar a la Virgen María, en cuyo Corazón Inmaculado la Palabra de Dios dio el fruto más hermoso que jamás criatura alguna pueda dar, su Hijo, Jesús de Nazareth.

jueves, 1 de marzo de 2012

Pidamos el Espíritu Santo al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús



“Pidan, se les dará; busquen, encontrarán; llamen, se les abrirá” (cfr. Mt 7, 7-12). Jesús nos dice cómo tiene que ser nuestra oración en Cuaresma –y en todo momento, no solo en Cuaresma-, exhortándonos a hacer una oración fervorosa, constante, confiada, seguros de que obtendremos lo que pedimos. En otro pasaje, también con respecto a la oración: “Cuando oren, crean que lo recibirán, y lo obtendrán” (Mt 11, 24). 
El fundamento de esta clase de oración es la bondad de Dios, que supera infinitamente a la bondad natural del hombre. Si el hombre, que tiene tendencia al mal, a causa del pecado original, sabe dar cosas buenas, y si nadie, entre los hombres, cuando un hijo pide pan, le da una piedra, o si pide pez, le da una serpiente, cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a los que se las pidan.
Al rezar, entonces, debemos pensar que ya tenemos lo que pedimos, y que lo que pedimos lo obtenemos porque Dios es infinitamente bueno. No hay que escatimar al momento de pedir, y aquí viene una pregunta: si estamos ciertos de que obtendremos lo que pedimos, ¿qué cosas pedir? Porque es cierto también que “no sabemos pedir” lo que nos conviene y lo que es necesario para la salvación. El mismo Jesús nos dice qué debemos pedir, con la certeza de que lo obtendremos: el Espíritu Santo (Lc 11, 13): "Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?".
“Pidan, se les dará; busquen, encontrarán; llamen, se les abrirá”.
¿Cómo pedir? Con la Santa Misa, la Adoración Eucarística y el Santo Rosario.
¿Qué pedir, qué buscar, qué es lo que encontraremos en la oración? Al Espíritu Santo.
¿Dónde pedir, dónde buscar, dónde encontraremos? En el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y en el Inmaculado Corazón de María.

sábado, 30 de abril de 2011

Esta imagen es la señal de los Últimos Tiempos

Jesús promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás. Veneremos entonces, esta imagen, colocándola en el mejor lugar de nuestros hogares, pero sobre todo, la veneremos y la entronicemos en nuestro corazón, obrando la misericordia para con el más necesitado, para que quede allí, grabada a fuego, por el fuego del Espíritu Santo, por el tiempo y por toda la eternidad.

“(Esta imagen) Es una señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi misericordia, (y) se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos” (Diario, 848).

La imagen de Jesús Misericordioso no es una imagen más: es la “última devoción para el hombre de los últimos tiempos”; es la “señal de los últimos tiempos”, es “la última tabla de salvación” (Diario 998), a la cual el hombre debe acudir para beneficiarse del “Agua y de la Sangre” que brotaron del Corazón traspasado de Jesús.

Ya no habrán más devociones, hasta el fin de los tiempos, ni habrá tampoco más misericordia, una vez finalizados los días terrenos, antes del Día del Juicio Final. Dios tiene toda la eternidad para castigar, pero mientras hay tiempo, hay misericordia. Cada día que transcurre en esta tierra, es un don de la Misericordia Divina, que nos lo concede para retornemos a Dios Trino, para que nos arrepintamos de las maldades de nuestros corazones, para que dejemos de obrar el mal, e iniciemos el camino que conduce a la feliz eternidad, el camino de la cruz. El tiempo, los segundos que pasan, los minutos, las horas, los días, los años, son dones de la Misericordia Divina, que espera con paciencia nuestro regreso al Padre, por medio del arrepentimiento, la contrición, el dolor de los pecados, y el amor a Dios y al prójimo.

Pero para apreciar la magnitud inconmensurable del don de la Divina Misericordia, es necesario remontarse al Viernes Santo, a los instantes antes de la muerte de Jesús, a su atroz agonía, y a su muerte misma, porque el estado de Jesús en la cruz y su muerte, son consecuencias del contenido del corazón humano, y la Divina Misericordia es la respuesta de Dios Uno y Trino al deicidio cometido por el hombre.

En la cruz, ya cerca de las tres de la tarde, Jesús se encuentra al límite de sus fuerzas físicas; está agonizando, luego de haber pasado tres horas suspendido por tres clavos de hierro, y luego de haber sufrido, en su Cuerpo, el tormento más duro que jamás los hombres hayan aplicado a alguien. Pero no solo ha sufrido en el Cuerpo: también moralmente, comenzando desde su condena, ya que recibió una condena a muerte, por blasfemo, siendo Él Dios y autor de la vida, y la Vida misma Increada, y siendo Él el Inocente. Además de los golpes, fue insultado, blasfemado, agredido verbalmente, acusado injusta y falsamente, vilipendiado, humillado. Fue brutal e inhumanamente flagelado, coronado de espinas, golpeado con puños en la cara, con bastones en la cabeza, con patadas en el cuerpo; le fue puesta una cruz en sus hombros, y luego se dejó subir a la cruz y ser crucificado con tres gruesos clavos de hierro. Ya en la cruz, se le negó agua para su sed, y a cambio se le dio vinagre, y finalmente, derramó toda su sangre, quedándose sin sangre en su cuerpo. Al morir, en el colmo de los ultrajes a su cuerpo, su Corazón fue atravesado por una lanza.

Frente a todo este ultraje, y frente al odio deicida que los hombres descargaron en Jesús, Dios Uno y Trino reacciona de una manera muy distinta a como lo haría el hombre: Dios Padre, al contemplar la muerte tan atroz y cruel de su Hijo en la cruz, a manos de los hombres, no reacciona con furor, con ira, con venganza, cuando por su justicia, podría haberlo hecho; reacciona enviando al Espíritu Santo, que brota del Corazón traspasado de Jesús, junto con la Sangre y el Agua, que significan .

Es en esto en lo que consiste la Misericordia Divina: en vez del castigo que los hombres merecemos por nuestros pecados, Dios nos abre las entrañas de su Ser divino, su Misericordia y su bondad infinita, a través del Corazón abierto de su Hijo. Su Misericordia, su Amor, su Bondad sin límites, se derraman, como un océano incontenible, sobre la humanidad, a pesar de que la humanidad ha demostrado sólo odio deicida hacia Él.

Es esto lo que dice Jesús a Sor Faustina: “Abrí mi Corazón como fuente de misericordia, para que todos, para que todas las almas tengan vida. Que se acerquen, por lo tanto, con fe ilimitada a este océano de pura bondad. Los pecadores obtendrán la justificación, y los justos serán confirmados en el bien. En la hora de la muerte, colmaré con mi divina paz el alma que habrá puesto su fe en mi bondad infinita”.

A nosotros, que atravesamos su corazón con una lanza de hierro, nos abre el abismo insondable de su Amor misericordioso; a nosotros, que le dimos muerte y no le dimos paz hasta que lo vimos muerto, nos colmará de su vida y de su paz en la hora de nuestra muerte, si acudimos a Él con confianza.

La devoción a la Divina Misericordia no es una devoción más: es la última oportunidad para el hombre de los últimos tiempos. Si la humanidad no acude a la Misericordia Divina, morirá sin remedio en el abismo eterno. Dice Jesús: “Di a la Humanidad que esta imagen es la última tabla de salvación para el hombre de los Últimos Tiempos” (Diario 299). (…) “Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi misericordia [288a]”.

Mientras hay tiempo, hay misericordia, y por eso, cada día que Dios nos concede, es un regalo de la Misericordia Divina, que busca nuestro arrepentimiento y nuestro amor a Dios y al prójimo. Pero resulta que el tiempo se está terminando, y que el Día de la ira divina, en donde ya no habrá más misericordia, se está terminando, ya que está cercano el retorno de Jesús, según sus mismas palabras: “Si no adoran Mi misericordia, morirán para siempre. Secretaria de Mi misericordia, escribe, habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mi justicia” (Diario 965) (…) “Deseo que Mi misericordia sea venerada en el mundo entero; le doy a la humanidad la última tabla de salvación, es decir, el refugio en Mi misericordia” (Diario, 998) (...) “Antes del día de la justicia envío el día de la misericordia (Diario, 965). Estoy prolongándoles el tiempo de la misericordia, pero ¡ay de ellos si no reconocen este tiempo de Mi visita! (Diario, 965).

La Devoción a la Divina Misericordia es la última devoción concedida a la Humanidad, antes del Día del Juicio Final, y prepara a los corazones para la Segunda Venida de Jesucristo, que está próxima: “Prepararás al mundo para Mi última venida” (Diario 429).

La imagen de Jesús misericordioso es una señal de los últimos tiempos, que avisa a los hombres que está cercano el Día de la justicia: “Habla al mundo de mi Misericordia….Es señal de los últimos tiempos después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo para que recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia” (Diario 848).

No hay opciones intermedias: o el alma se refugia en la Misericordia de Dios, o se somete a su justicia y a su ira divina: “Quien no quiera pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia” (Diario 1146).

Es la misma Virgen quien nos advierte de que la Segunda Venida de Jesucristo está a las puertas, y de que su imagen es una señal de esta inminente llegada: “Tú debes hablar al mundo de Su gran misericordia y preparar al mundo para Su segunda venida. Él vendrá, no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh qué terrible es ese día. Establecido está ya el día de la justicia, el día de la ira divina. Los ángeles tiemblan ante este día. Habla a las almas de esa gran misericordia, mientras sea aún el tiempo para conceder la misericordia” (Diario 635).

Hay dos elementos para practicar esta devoción: la oración a las tres de la tarde, que es la hora en la que Jesús muere en la cruz, y el rezo de la Coronilla de la Divina Misericordia por los moribundos. A las tres de la tarde se implora misericordia a Dios Hijo, que por nosotros muere en la cruz, y con la Coronilla, se implora misericordia por los moribundos. Jesús promete conceder todo lo que se pida, si es conforme a su Voluntad, a quien rece a las tres de la tarde recordando su Pasión, y promete la salvación del moribundo por quien se rece la Coronilla. Dice así Jesús: “Suplica a mi Divina Misericordia (a las tres de la tarde, N. del R.), pues es la hora en que mi alma estuvo solitaria en su agonía, a esa hora todo lo que me pidas se te concederá”. Esta es la hora en la que Jesús derrama sus gracias como un torrente incontenible; el alma fiel debe sumergirse en la Pasión del Señor, aunque sea por un breve instante, rezar el Via Crucis de la Divina Misericordia y la Coronilla, y Jesús le concederá “gracias inimaginables”.

Sobre la Coronilla, dice Jesús: “Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia a la hora de la muerte” (Diario, 687) (…) “Cuando recen esta coronilla junto a los moribundos, Me pondré ante el Padre y el alma agonizante no como Juez justo sino como el Salvador Misericordioso” (Diario, 1541) (…) “Hasta el pecador más empedernido, si reza esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita” (Diario, 687) (…) “A través de ella obtendrás todo, si lo que pides está de acuerdo con Mi voluntad” (Diario, 1731) (…) “Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia” (Diario 687).

Jesús promete que quien venere esta imagen, no perecerá jamás. Veneremos entonces, esta imagen, colocándola en el mejor lugar de nuestros hogares, pero sobre todo, la veneremos y la entronicemos en nuestro corazón, obrando la misericordia para con el más necesitado, para que quede allí, grabada a fuego, por el fuego del Espíritu Santo, por el tiempo y por toda la eternidad.