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viernes, 29 de abril de 2022

"Tiren las redes y encontrarán"

 


(Domingo III - TP - Ciclo C – 2022)

         “Tiren las redes y encontrarán” (Jn 21, 1-14). En este Evangelio se relata lo que podemos llamar “la segunda pesca milagrosa”. En la escena evangélica, que transcurre luego de la muerte y resurrección de Jesús, Pedro, Juan y los demás discípulos están pescando durante toda la noche, pero sin obtener ningún resultado, al punto que regresan con las barcas y las redes vacías.

         Al regresar, ven a Jesús a la orilla del mar; Jesús les pregunta si tienen algo para comer, algo que hayan obtenido de la pesca y ellos le dicen que no. Entonces Jesús, al igual que en la primera pesca milagrosa, les ordena que regresen al mar y que echen las redes. Ellos obedecen y esta vez, a diferencia de toda la pesca de la noche, obtienen tantos peces que casi “podían arrastrarla”, dice el Evangelio.

         En esta escena, debemos trasladar los elementos naturales a los sobrenaturales, para entender su sentido último sobrenatural. Así, la Barca de Pedro, es la Iglesia Católica; el mar es el mundo y la historia de los hombres; los peces son los hombres sin Dios; la noche es la historia de la humanidad sin la luz y la Presencia de Cristo resucitado; la pesca infructuosa es la acción apostólica de la Iglesia que resulta infructuosa cuando la Iglesia deja de lado el misterio salvífico de Cristo, se olvida de su condición de Hombre-Dios, de sus milagros, el principal de todos, la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre en la Última Cena y en cada Santa Misa y en vez de eso, adopta ideologías humanas que desplazan a Cristo Dios del centro y lo reemplazan por un Cristo vacío de poder divino, un Cristo que no es Dios, un Cristo que es puramente humano, un Cristo que es hombre y no Hombre-Dios; la pesca es la acción apostólica de la Iglesia que sin la guía de Cristo y su Espíritu Santo, intenta adaptarse al mundo, es una Iglesia que se mundaniza con el mundo, que adopta criterios y pensamientos mundanos y deja de lado los Mandamientos de Cristo, los Sacramentos de la Iglesia, la oración, la Adoración Eucarística y se confía en el psicologismo y adopta como suyos los criterios mundanos y anticristianos de organismos anticristianos. Cuando la Iglesia hace esto, se mundaniza y se queda sin frutos, con las redes vacías, porque eso significan las redes vacías: la ausencia de fieles en el seno de la Iglesia.

         Por el contrario, la pesca milagrosa, realizada a la luz del día, a la luz del sol, simboliza la actividad apostólica de la Iglesia que es realizada bajo la guía del Sol de justicia, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, quien guía a la Barca de Pedro con su Espíritu, el Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo. La pesca milagrosa simboliza la actividad apostólica de la Iglesia que da frutos de santidad porque se basa en la Palabra de Cristo, que es la Palabra eternamente pronunciada por el Padre, Palabra que está contenida en las Sagradas Escrituras, pero también en la Tradición y en el Magisterio. La pesca milagrosa significa la acción de la gracia santificante en las almas de los hombres que viven en la oscuridad de este mundo en tinieblas, que al ser iluminados por Cristo, ingresan en la Iglesia, atraídas por las “palabras de vida eterna” que tiene Cristo, palabras que iluminan al alma con la luz divina y le conceden la luz de la Trinidad, abriendo para el alma un horizonte nuevo, un horizonte que trasciende la simple humanidad, el tiempo y el espacio y la predestina a la eternidad en el Reino de los cielos.

         “Tiren las redes y encontrarán”. Nunca debemos reemplazar la Palabra de Dios, Cristo en las Escrituras y en la Eucaristía, por ideologías humanas, extrañas al Evangelio –ideología de género, materialismo, neo-paganismo, etc.-, porque estas ideologías son propias de la oscuridad y no pertenecen en absoluto a la Trinidad. Por el contrario, debemos ser siempre fieles a la Palabra de Dios, que se nos ofrece en las Escrituras y, encarnada, en la Eucaristía; debemos aferrarnos a los Mandamientos de Dios, a los preceptos de la Iglesia, a las enseñanzas del Magisterio y de la Tradición, que son inmutables porque son eternos, ya que proceden de Dios Uno y Trino que es la eternidad en Sí misma y que por eso mismo son válidos para todos los tiempos de la humanidad. Sólo así, siendo fieles a la Palabra Eternamente pronunciada por el Padre, Cristo Dios, la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, obtendrá el mejor de los frutos de su acción apostólica, que es la salvación eterna de los hombres.

viernes, 8 de septiembre de 2017

“Sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse”



“Sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse” (Lc 5, 1-11). La escena evangélica de la primera pesca milagrosa nos muestra cuán distinta es la actividad apostólica y misionera de la Iglesia, cuando es Jesús con su Espíritu quien la guía, a cuando somos los hombres los que, confiando solo en nuestras fuerzas, nos dedicamos a un activismo infructuoso.
Este activismo infructuoso está representado en la pesca realizada por Pedro y los demás durante la noche: la barca es la Iglesia y Pedro el Vicario de Cristo; la noche significa ausencia de oración, movilización continua, actividad frenética, planificaciones estériles y agotadoras. Así como la pesca fue infructuosa –no pudieron sacar ni un pez-, así es esta actividad que, sin el Espíritu de Jesús y so pretexto de “aggiornamento”, "modernismo" o “progresismo”, deja de lado la Tradición, el Magisterio y la contemplación y adoración eucarística.
Por el contrario, la pesca milagrosa, realizada en plena luz del día y bajo la guía de Jesús, significan que “lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios” y que es Jesús quien, con su Espíritu, acerca a las almas a la Iglesia, representada en la barca de Pedro.

“Sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse”. Ser fieles a la Santa Fe Católica de hace veinte siglos, ser fieles a la Tradición, al Magisterio y a la Biblia de traducción católica, hacer adoración eucarística, rezar el Santo Rosario y recién, solo recién, el apostolado y la misión. Que serán fructíferos si Jesús, el Dios de la Eucaristía, así lo dispone.

lunes, 9 de abril de 2012

Lunes de la Octava de Pascua



"Las santas mujeres"
(Anibale Carracci)
         
           “Alégrense” (Mt 28, 8-15). La primera palabra de Jesús a los discípulos, luego de resucitar, es un mandato imperativo: “Alégrense”. No les dice, “Pueden estar alegres, si quieren; por el contrario, es un mandato, una orden: “Alégrense”, y no es algo extemporáneo, forzado, contrario a la experiencia que están viviendo. Por el contrario, la alegría es una consecuencia natural que se deriva, espontáneamente, de la contemplación de Cristo resucitado. Cuando Jesús manda positiva y explícitamente a los discípulos alegrarse, lo hace no forzando un estado de ánimo artificial, sino explicitar algo que se deriva de la naturaleza misma de las cosas: la visión y contemplación de Cristo resucitado provoca alegría en el alma, porque el Ser divino que se manifiesta visiblemente en el Cuerpo de Cristo resucitado es, en sí mismo, alegría, y “alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes.
         El Evangelio destaca este estado de alegría, que las santas mujeres ya tenían antes del encuentro con Jesús, a causa del diálogo con el ángel, cuando dice: “Ellas corrieron llenas de alegría a dar la noticia”. Por eso resultaría extraño que alguna de ellas -María Magdalena, por ejemplo-, una de las testigos privilegiadas de los primeros momentos de la resurrección, apareciera ante los demás triste, desanimada, depresiva.
         Si consideramos que para el cristiano, la contemplación de la Eucaristía, a la luz de la fe de la Iglesia, equivale a la contemplación de Cristo resucitado -en la Eucaristía el Ser divino se oculta bajo la apariencia de pan, en Cristo resucitado bajo la naturaleza humana-, entonces también al cristiano de hoy le caben las palabras de Jesús: “Alégrense”. Todavía más, el cristiano que comulga tiene un privilegio que no lo tuvieron ni María Magdalena ni ninguno de los discípulos, y podemos decir que ni siquiera María Santísima, la primera a la que se apareció, según la Tradición, y es que el cristiano, además de contemplar el misterio eucarístico, comulga el Cuerpo de Cristo, cosa que no hicieron los discípulos testigos de la resurrección.
         Por eso resulta aún más llamativo y paradójico un cristiano triste, depresivo, melancólico, desanimado ante las tribulaciones y problemas de la vida, porque la alegría que comunica Cristo resucitado en cada Eucaristía, es más que suficiente para superar todas las contrariedades de esta vida, llamada también "valle de lágrimas".