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miércoles, 10 de mayo de 2017

“Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas”


“Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas” (Jn 12, 44-50). Jesús es muy claro en sus palabras: Él es la luz y quien no cree en Él, permanece en tinieblas. Ahora bien, a lo largo de la historia, miles de sectarios han tomado estas palabras y, ya sea directa o indirectamente, se las han aplicado a sí mismos, presentándose como otros tantos cristos o bien como “mensajeros” directos de Cristo y esto, incluida la misma Iglesia Católica, de cuyo seno surgieron Lutero y los reformistas, dando origen al más grave cisma de la Iglesia Católica.
La pregunta, entonces, es, ¿cuál es el Cristo, el que es “luz” y sin el cual, el alma queda en tinieblas? La respuesta es que el único Cristo que es “luz eterna”, porque proviene del Padre, que es luz eterna e Increada, y que con su luz ilumina a los ángeles y santos en el cielo, porque es el Cordero que es la Lámpara de la Jerusalén celestial, y en la tierra ilumina con la luz de la Gracia, la Verdad y la Fe, es el Cristo de la Iglesia Católica. La razón es que las palabras de Cristo en cuanto a que Él es la luz y quien no está iluminado por Él está en tinieblas, no son metáfora, sino realidad y pueden ser realidad sólo si Cristo ES verdaderamente, en su Ser y en su Naturaleza divina, Luz Increada, y esto solo lo sostiene la Iglesia Católica, según lo afirma y reza en el Credo: “Dios de Dios, Luz de Luz”.

“Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas”. Sólo el Cristo de la Iglesia Católica, el que está Presente Verdadera, Real y Substancialmente en la Eucaristía, es el Verdadero y Único Cristo. Los demás, son todos anti-cristos.

sábado, 21 de enero de 2017

“El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz”



(Domingo III - TO - Ciclo A – 2017)

“El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz” (Mt 4, 12-23). Con motivo del traslado de Jesús a…, el Evangelista Mateo cita una profecía de Isaías: “El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz” (9 1), afirmando que era de esta manera como esta profecía habría de cumplirse. Es decir, para el Evangelista, la profecía de Isaías, que afirmaba que “un pueblo que habitaba en tinieblas” habría de “ver una gran luz”, se cumple con el traslado físico de Jesús de una región a otra de Palestina: “Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí”. Muchos pueden pensar que el Evangelista habla en un sentido metafórico, pero no es así: iluminado por el Espíritu Santo, San Mateo ve lo que sucede en la realidad: Jesús, que es Dios y en cuanto Dios es “luz del mundo”, Luz de Luz y la “Lámpara de la Jerusalén celestial”, ilumina el lugar adonde va, y lo hace con una luz que no le viene desde afuera, impuesta por alguien, sino que surge de su propio Acto de Ser divino, trinitario: Jesús es luz divina, celestial, sobrenatural, porque la naturaleza divina es luminosa en sí misma. Es decir, la “gran luz” que ve “el pueblo que habitaba en tinieblas” – y “en sombras de muerte”-, no es otra cosa que Dios mismo que, en la Persona del Hijo de Dios, viene a esta tierra, para iluminar y dar de su vida eterna a quien ilumina. Y si “la gran luz” es Dios Hijo encarnado, Jesús de Nazareth, “el pueblo que habita en tinieblas y en sombras de muerte” no es otra cosa que la humanidad entera, caída en el pecado original cometido por los Primeros Padres, Adán y Eva. Por último, las “tinieblas y sombras de muerte” que envuelven a la humanidad, y que son derrotadas por la Luz Increada y Encarnada, Jesús de Nazareth, son los demonios, los ángeles caídos, verdaderas sombras vivientes que, surgidas desde lo más profundo del Infierno, envuelven a la humanidad entera desde la expulsión de Adán y Eva del Paraíso.

“El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz”. Esa misma Luz Increada, Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, que hace veinte siglos se trasladó, por medio de la humanidad santísima de Jesús de Nazareth, a “Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí”, es la misma Luz Increada que, oculta bajo las especies sacramentales, habita en la Eucaristía, en el sagrario, para iluminarnos a nosotros, hombres del siglo XXI, que vivimos “en tinieblas y en sombras de muerte”, y para darnos, junto con la luz divina que brota de la Eucaristía, su vida y su Amor divinos.

martes, 9 de abril de 2013

“La luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”



“La luz vino al  mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz” (Jn 3, 16-21). Jesús es luz, porque Él es Dios, y como la naturaleza del Ser divino trinitario es una naturaleza luminosa, Él es luz, pero no una luz creada, artificial, inerte, sino que es una luz celestial, sobrenatural, Increada, viva, que comunica de su vida divina a quien ilumina. La luz de Jesús, siendo la luz de Dios, derrota y vence a las tinieblas, así como la luz del sol derrota y vence a las tinieblas de la noche; ante su Presencia, los seres tenebrosos, los habitantes de las tinieblas, los ángeles caídos, huyen y desaparecen, así como desaparece la oscuridad cuando en una habitación se abren sus puertas y ventanas para que entre los luminosos rayos del sol.
Es esta luz, que es Él mismo, la luz de la cual habla Jesús; es la que “vino al mundo” en la Encarnación para iluminar a los hombres, para rescatarlos de las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia, de la muerte y del infierno, pero que fue rechazada porque los hombres “prefirieron las tinieblas” a la luz. Al decir esto, Jesús profetiza su Pasión, en el momento en el que Él será pospuesto a un malhechor, Barrabás, porque la Luz Increada que es Él es vida, luz, bondad, mientras que Barrabás –el malhechor en quien está representada toda la humanidad- es sinónimo de muerte –está condenado por homicidio-, tinieblas, malicia. A pesar de que Él es la luz que da vida a los hombres, estos prefieren a Barrabás, en quien habitan las tinieblas, y es por eso que Jesús dice que “los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”.
Jesús da la razón del porqué de esta elección de los hombres: porque “sus obras eran malas” y las obras del hombre son malas a causa del pecado que oscurece su mente y su corazón, inclinándolo a pensar, desear y obrar el mal. Las consecuencias de la elección del mal son funestas porque implican al mismo tiempo pedir para sí mismo, libre y voluntariamente, la maldición divina, tal como la hace la multitud enfurecida: “Crucifícalo (…) Que su Sangre caiga sobre nosotros” (Mt 27, 25). El que vive en las tinieblas, elige el mal y obra el mal, y encuentra connaturalidad en las tinieblas y en el mal.
Jesús ha venido, precisamente, para derrotar a las tinieblas que entenebrecen el corazón del hombre, tanto a las tinieblas del pecado como a las tinieblas del infierno, pero para que la luz de Cristo y su gracia ilumine el corazón, es necesario que el hombre libremente acepte a Cristo como su Salvador, como Luz, Verdad y Vida de Dios, y que conforme su vida y obrar a sus mandamientos y enseñanzas: “el que obra conforme a la Verdad se acerca a la Luz”.
“La luz vino al  mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”. En cada Santa Misa Jesús nos ilumina desde la Eucaristía; está en nosotros dejarnos iluminar por su luz para así obrar el bien, o permanecer en las tinieblas, obrando el mal.