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miércoles, 2 de marzo de 2022

“El Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto (…) el espíritu demoníaco tentó a Jesús”

 


(Domingo I - TC - Ciclo B – 2022)

         “El Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto (…) el espíritu demoníaco tentó a Jesús” (cfr. Lc 4, 1-13). En este Evangelio se contraponen en forma antagónica las acciones de los dos espíritus: el Espíritu de Dios y el espíritu demoníaco. El Espíritu de Dios lleva a Jesús al desierto, un lugar que naturalmente es poco atractivo para el ser humano debido a sus características: el desierto se asocia a desolación, soledad, tristeza, temperaturas extremas –calor extremo en el día y frío extremo en la noche-, peligro –presencia de víboras, serpientes, escorpiones-, sed –ausencia o carestía extrema de agua-, hambre –en el desierto es imposible la caza o el cultivo-. Por otro lado, el espíritu demoníaco, es decir, Satanás, el Ángel caído, le propone a la naturaleza humana del Hijo de Dios encarnado, las tentaciones, es decir, aquello que provoca satisfacción en el hombre caído, el hombre pecador. Con respecto a las tentaciones, hay que decir que Jesús no podía jamás caer en pecado, aun cuando la tentación fuera la más fuerte de todas y esto porque Jesús de Nazareth es Dios Hijo en Persona y Dios no puede pecar porque Él es la Gracia Increada, por eso la tarea del demonio es en vano, es inútil.

         “El Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto (…) el espíritu demoníaco tentó a Jesús”. En el Evangelio entonces se contraponen dos espíritus, el Espíritu de Dios y el espíritu demoníaco, Satanás, el Ángel caído y los dos interactúan con la naturaleza humana de Jesús con objetivos distintos: uno, el Espíritu de Dios, lo lleva al desierto para que la naturaleza humana de Jesús, por medio de la mortificación y el sufrimiento que implica, se fortalezca; el otro, el espíritu satánico, obra sobre la naturaleza humana de Jesús para, mediante el falso deleite de las pasiones, haga caer en el pecado a Jesús, lo cual es imposible que suceda, pero el Demonio lo intenta de todas formas, porque la naturaleza humana de Jesús está unida al Ser divino trinitario, que es de donde brota, como una fuente de agua cristalina, la Gracia Increada.

“El Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto (…) el espíritu demoníaco tentó a Jesús”. A diferencia de Jesús, que no podía pecar porque Él es el Hombre-Dios, nosotros sí podemos pecar; de hecho, nacemos con el pecado original y somos tentados desde que comenzamos a existir, hasta el último segundo de nuestra vida terrena y esto lo puede experimentar cada uno, porque llevamos la marca del pecado original en el alma. Lo que nos enseña Jesús es que, aun cuando la tentación fuera muy grande, la más grande que pueda soportar nuestra humanidad, si somos sostenidos por la gracia santificante, nunca caeremos en pecado y así la tentación se volverá no ocasión de caída, sino ocasión de crecimiento en la gracia, lo cual quiere decir crecimiento en el Amor de Dios. Las tentaciones de Jesús nos enseñan que la tentación puede ser vencida, pero solo con la gracia de Dios, además de la oración y el ayuno y esto lo vemos en Jesús: Jesús ES la Gracia Increada, ora al Padre en el Espíritu Santo y hace ayuno, no de un día o dos, sino de cuarenta días. Nuestro espíritu humano es sometido a la tentación desde que comienza a existir, hasta que deja esta vida terrena, pero lo que Jesús nos enseña es que la tentación no necesariamente finaliza en el pecado, sino que, con la ayuda de la gracia, la oración y el ayuno, se puede convertir en ocasión de crecimiento en el Amor de Dios.

jueves, 28 de mayo de 2020

Solemnidad de Pentecostés


Archivo:Maino Pentecostés, 1620-1625. Museo del Prado.jpg ...

(Ciclo A – 2020)

         “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 19-23). Jesús resucitado sopla el Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en oración y esta recepción del Espíritu Santo por parte de la Iglesia es lo que se conoce como “Pentecostés”.
         Ahora bien, una vez enviado por Jesucristo resucitado, ¿qué hará el Espíritu Santo en la Iglesia?
         Las acciones y funciones del Espíritu Santo serán múltiples y diversas, actuando en todos los niveles de la Iglesia:
         -Establecerá el Sacramento de la Penitencia para el perdón de los pecados y esto es así desde el momento en el que Jesús dice: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
         -Santificará las almas: “Tomará de lo mío y se lo dará a ustedes” y lo propio de Jesucristo es la santidad, por lo que el Espíritu Santo, Espíritu Santificador por antonomasia, que es al igual que Cristo la Santidad Increada, santificará las almas de los fieles que lo reciban, luego de ser quitado el pecado.
         -Les recordará todo lo que Jesús les ha dicho: hasta antes de recibir el Espíritu Santo, los discípulos no tenían una clara comprensión de las palabras de Jesús, ni del misterio de su Persona divina, ni de su misterio pascual de muerte y resurrección. Prueba de esto son las actitudes de tristeza y desolación que experimentan los discípulos de Emaús, antes de reconocerlo, y la tristeza y el llanto de María Magdalena a la entrada del sepulcro, también antes de reconocerlo. Será el Espíritu Santo quien les recordará que Jesús había dicho que Él era Dios Hijo encarnado y que en cuanto tal, “al tercer día habría de resucitar”; será el Espíritu Santo quien les recuerde que Jesús había prometido vencer a la muerte, resucitando al tercer día.
         -Convencerá al mundo “de un pecado, de una justicia y de una condena”: será el Espíritu Santo quien revelará la existencia del pecado, tanto el original como el habitual, que hacen imposible la santidad del hombre y lo hacen indigno de entrar en el Cielo: a quienes ilumine el Espíritu Santo, estos tomarán aversión al pecado, lo rechazarán con todas sus fuerzas y desearán la santidad que el Espíritu Santo concede; el Espíritu Santo hará resplandecer la Justicia de Dios, porque por el Sacrificio en Cruz de Jesús el pecado ha sido derrotado y la gracia se ha desbordado desde el Corazón traspasado de Jesús en la Cruz, inundando al mundo con la Misericordia Divina; el Espíritu Santo hará ver al mundo una condena, la condena eterna de la Serpiente Antigua, el Diablo o Satanás, el Ángel caído, que por la muerte en Cruz de Jesús ha sido vencido para siempre y condenado para la eternidad en los Infiernos, de donde nunca más habrá de salir.
         -Los llenará de una fuerza y un valor desconocidos: hasta el don del Espíritu Santo, los discípulos estaban “con las puertas cerradas”, por “miedo a los judíos”; a partir del don de Fortaleza concedido a la Iglesia
         -Iluminará las mentes con la luz de Dios y encenderá los corazones en el Amor de Dios, para que la Iglesia Naciente pueda comprender el misterio de Jesús, que es el misterio no de un hombre santo, sino el misterio de Dios hecho hombre, es el misterio de Dios, es el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios; el Espíritu Santo hará saber a los hombres que Cristo es la Segunda Persona de la Trinidad encarnada y los hará enamorar de su Presencia Personal en la Eucaristía.
-Espíritu Santo conducirá a la Iglesia al Corazón de Cristo y de ahí al Padre: “Nadie va al Padre sino es por Mí”, dice Jesús y Jesús dona al Espíritu Santo para que sea el Espíritu Santo quien lleve a la Iglesia a su Sagrado Corazón y de allí al seno del Padre, que es algo infinitamente más grande y glorioso que el mismo Reino de los cielos.       
Por último, el Espíritu Santo colmará de alegría a la Iglesia: ya inmediatamente después de ver a Jesús resucitado y de recibir el Espíritu Santo, los discípulos “se llenan de alegría”, pero no se trata de una alegría mundana; no se trata de una alegría terrena, pasajera, superficial; se trata de una alegría desconocida por los hombres, porque es la alegría que brota de su Ser divino trinitario; es una alegría que es participación de Él mismo, que es en Sí mismo la Alegría Increada.
Jesús –junto al Padre- sopla el Espíritu Santo sobre la Iglesia que, con la Virgen a la cabeza, se encuentra en oración, implorando el don del Espíritu de Dios para la Iglesia.


jueves, 12 de mayo de 2016

“Para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos”


“Para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos” (Jn 17, 20-26). Jesús quiere cumplir su misterio pascual, para dar cumplimiento a la voluntad del Padre: que el Amor que une al Padre y al Hijo, el Espíritu Santo, esté en los hombres: “Para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos”. En una sola frase, Jesús revela el fin de su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección, la inmensidad del Amor misericordioso de Dios para con los hombres, y la doctrina de la inhabitación trinitaria en el alma en gracia. Jesús ofrendará su Cuerpo y su Sangre en la cruz, para que los hombres reciban el Espíritu, y así los hombres, unidos por un mismo espíritu, serán “uno” en Cristo y esta unidad será la más profunda y sublime que pueda ni siquiera imaginarse para una naturaleza creada y tan limitada, como la naturaleza humana: la unión será en el Espíritu Santo, es decir, en el Amor de Dios. Es decir, Dios Trino ama tanto a la humanidad, a los hombres –a cada hombre-, que desea unir a los hombres en su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es esto lo que Jesús pexpresa cuando dice: “Que sean uno (…) para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos”. El Amor de Dios, que une al Padre y al Hijo en la eternidad, será el que una a los hombres, en Cristo, con el Padre.
Por el don del Espíritu, el cristiano comienza a vivir una vida nueva, la vida en Cristo Jesús, la vida en el Amor de Dios, y así el cristiano se diferencia radicalmente de todo otro hombre que no haya recibido el don del Espíritu, porque su vida ya no es más la vida creatural, sino una vida absolutamente nueva, la vida que le comunica el Espíritu de Dios, desde el momento en que el Espíritu de Dios, por la gracia, comienza a vivir en él: “ (…) el Espíritu transforma y comunica una vida nueva a aquellos en cuyo interior habita”[1]. El cristiano es transformado porque el Espíritu, que inhabita en su corazón por la gracia santificante, le comunica la vida de Dios; es una vida que es nueva no en un sentido figurado, sino nueva porque Dios, que es Espíritu, inhabitando en él, lo hace partícipe de su propia vida, la vida misma de la Trinidad: “Vemos, pues, la transformación que obra el Espíritu en aquellos en cuyo corazón habita”[2].
“Para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos”. Aquel en el que habita el Espíritu de Dios, aborrece el mundo y sus atractivos, al tiempo que ama lo que ama Dios, porque ama con el amor de Cristo, el Amor con el que el Padre amaba a Cristo desde la eternidad. Para que el Amor de Dios inhabite en nuestros corazones, es que Jesús sufre su dolorosa Pasión.



[1] San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan, Libro 10, 16, 6-7: PG 74, 434.
[2] Cfr. ibídem.

“Que sean uno, como nosotros”


“Que sean uno, como nosotros” (Jn 17, 11b-19). Jesús pide al Padre que sus discípulos “sean uno”. ¿De qué unidad se trata? No es una unidad basada en comunión de sentimientos o pensamientos, tal como sucede en las comunidades humanas: se trata de la unidad en el Espíritu Santo. Que la unidad sea en el Espíritu se deriva de las palabras mismas de Jesús: “Que sean uno, como nosotros”: la unidad que Jesús quiere para sus discípulos es la que Él tiene con el Padre desde la eternidad –“como nosotros”- y esa unidad entre el Padre y el Hijo, está dada por el Espíritu Santo. Será entonces el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios quien, enviado por Jesús y el Padre, unirá a los hombres en un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Jesús, la Iglesia. Así lo dice la Escritura: “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12, 13). Así como el alma une a los órganos en un solo cuerpo, así el Espíritu Santo, “Alma de la Iglesia”, une a los bautizados en un solo Cuerpo, el Cuerpo Místico de Jesús, la Iglesia Católica.
“Que sean uno, como nosotros”. La razón por la que el Espíritu nos une en un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Jesús es para que, como miembros de Jesús, no solo erradiquemos todo pensamiento y sentimiento contrario a la santidad de Dios, sino que, animados por el Espíritu e iluminados por su divina esencia, dejemos de pensar y de amar con nuestra naturaleza humana, para comenzar a pensar y amar con los pensamientos y el Amor de Cristo Jesús.

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sábado, 23 de enero de 2016

“El Espíritu del Señor está sobre Mí"


(Domingo III - TO - Ciclo C – 2016)

         “El Espíritu del Señor está sobre Mí (…) hoy se ha cumplido esta profecía”.  (Lc 1, 1-4.4, 14-21). Estando en la Sinagoga, Jesús pasa a leer las Sagradas Escrituras y lee un pasaje del profeta Isaías, en el cual el Mesías describe su constitución y su misión: sobre el Mesías “está el Espíritu Santo” y el Señor lo ha enviado para “llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.
Puesto que en Israel muchos creían que cuando llegara el Mesías, éste conduciría a Israel a liberarse de la opresión de los romanos, es decir, que sería un Mesías cuya misión sería principalmente terrena, Jesús revela que la misión del Mesías será eminentemente espiritual y dentro de esta misión, lo central es el anuncio de la Buena Noticia a los pobres; también dará la libertad a los oprimidos y a los cautivos, dará la vista a los ciegos y proclamará un año de gracia del Señor.
Todo lo que Jesús anuncia, pertenece al orden de lo espiritual y sobrenatural, porque los pobres, objeto de la misión central del Mesías, seguirán siendo pobres materialmente porque no se trata de los pobres materiales, al menos no exclusivamente, sino de los “pobres de espíritu”, tal como dirá luego Él mismo en el Sermón de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt 5, 3). Es decir, el versículo leído por Jesús en la Sinagoga, perteneciente al libro del profeta Isaías, describe cuál es la misión central –podríamos decir exclusiva y excluyente- del Mesías: “anunciar la Buena Noticia a los pobres” y puesto que estos pobres no son los pobres materiales, sino los “pobres de espíritu” y en esa pobreza de espíritu están comprendidos tanto los pobres como los ricos materiales, eso quiere decir que el Mesías no ha venido para acabar con la pobreza material de los hombres, puesto que la pobreza, como dirá el mismo Jesús, siempre existirá: “A los pobres los tendréis siempre entre vosotros” (Mt 6, 11), sino que ha venido para cumplir una misión eminentemente espiritual: dar una “Buena Noticia” a la humanidad, la Buena Noticia de que el hombre no sólo será liberado de sus tres enemigos mortales –el pecado, la muerte y el demonio- porque Él los derrotará a los tres en su sacrificio en cruz, sino que además, le será concedida al hombre la filiación divina por la gracia del Bautismo.
Y contra aquellos que, dentro de Israel, esperaban que el mesías fuera un líder político que liberara a Israel de la opresión del Imperio Romano y también de sus enemigos materiales y terrenos, Jesús revela que la misión del Mesías es ante todo eminentemente espiritual, porque si bien ha venido a “liberar a los oprimidos y a los cautivos”, se trata de quienes están oprimidos y cautivos por el pecado, la muerte y el demonio, es decir, todos los hombres después de la caída de Adán y Eva.
Que la misión sea eminentemente espiritual, está confirmada por el hecho de que el Mesías proclamará “un año de gracia del Señor”, es decir, inaugurará un tiempo nuevo, el año de gracia, en el que Dios derramará su misericordia sobreabundantemente sobre los hombres, para liberarlos de todas las esclavitudes espirituales. De esta manera, Jesús revela que el Mesías cumplirá una misión eminentemente espiritual y que no se limitará al Pueblo de Israel, sino que será universal, porque se extenderá a toda la humanidad. Esto contrasta con las visiones terrenas y reductivas del Mesías, por parte de quienes esperaban en el Mesías, pero un Mesías meramente humano, terreno y político. Es importante esta distinción acerca de la misión del Mesías, porque la misma misión del Mesías, será luego continuada, en la tierra, en el tiempo y en la historia, por la Iglesia. Esto quiere decir que, si bien la Iglesia está obligada, por el mandamiento de la caridad, a atender a los pobres materiales, sin embargo su misión principal son los “pobres de espíritu”, aquellos que están sedientos de la Palabra de Dios, sean ricos o pobres materiales.
Pero hay otro aspecto en la revelación de Jesús, además de la misión del Mesías y es el hecho de que Jesús se atribuye ser Él el Mesías enviado por Dios: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Jesús dice que ese pasaje “se ha cumplido hoy”, es decir, en Él, porque es en Él en quien está el Espíritu de Dios. Ahora bien, el Espíritu de Dios puede estar en un hombre y así ese hombre es un hombre santo, porque está asistido por el Espíritu de Dios, pero no es esta la forma en la que el Espíritu está en Jesús: el Espíritu Santo está en Jesús en cuanto Hombre y en cuanto Dios: en cuanto Hombre, el Espíritu está en su Humanidad como unción, desde su Concepción, porque Jesús, en su Cuerpo y en su Alma, en su Humanidad, fue ungido con el Espíritu Santo en el momento de su Encarnación; en cuanto Dios, Él es, junto con el Padre, el Dador del Espíritu, porque siendo Él Dios Hijo, espira el Espíritu junto al Padre –y esto, tanto en cuanto Dios, como en cuanto Hombre-: será Jesús, junto al Padre, quien expirará al Espíritu Santo en Pentecostés, así como es Jesús, junto al Padre, quien expira al Espíritu Santo, que actúa a través del sacerdote ministerial en la Santa Misa, para convertir el pan y el vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, la Eucaristía.   

“El Espíritu del Señor está sobre Mí”. Jesús es el Dios Mesías, que se ha encarnado en el seno de María Santísima para donar al Espíritu Santo, el Espíritu que es “Fuego de Amor Divino”, el Fuego con el que quiere incendiar los corazones: “He venido a traer fuego sobre la tierra, y ¡cómo quisiera ya verlo ardiendo!”; es el Espíritu que nos ha comunicado a los cristianos en Pentecostés; es el Espíritu cuyo fuego debería estar ardiendo en nuestros corazones; es el Espíritu Santo que deberíamos reflejar con nuestras obras de misericordia y por el cual, quien ve a un cristiano, debería decir: “El Espíritu del Señor está sobre él”. 

lunes, 31 de agosto de 2015

El Espíritu de Dios está sobre mí


Es notorio el cambio de humor de los asistentes a la Sinagoga, en un primer momento, se "llenan de admiración" por las palabras de Jesús; después, cuando Jesús les dice que fueron curados los paganos y no los miembros del Pueblo Elegido (al citar los casos de la viuda de Sarepta y los leprosos del tiempo de Eliseo), se "enfurecen" al punto de querer matar a Jesús, arrojándolo por el barranco.
El cambio de humor de los asistentes a la sinagoga se debe a que han entendido muy bien las palabras de Jesús: no por ser ellos miembros del Pueblo Elegido recibirán los favores de Dios, porque Dios no mira las apariencias, sino lo mas profundo del alma y del corazón humanos.
Lo asistentes ala sinagoga reaccionan con soberbia y malicia al enfurecerse y querer matar a Jesús, con lo cual confirman el mensaje implícito que Jesús les había transmitido.
Pero los judíos no son los únicos destinatarios de la advertencia de Jesús, también nosotros podemos creer que por el solo hecho de ser bautizados, rezar, comulgar, ya tenemos la salvación asegurada.
Si somos soberbios, entraran en el Reino de los cielos los paganos y los cultores de idolatrías, antes que nosotros.
Por eso debemos procurar crecer en gracia, en humildad y mansedumbre, todos los días, a imitación de Jesús.
Solo quien es manso y humilde de Corazón, como Jesús, puede decir "El Espíritu de Dios está sobre mí".

miércoles, 28 de mayo de 2014

“Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo”


“Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16, 16-20). En la Última Cena, Jesús les anuncia su despedida, puesto que está a punto de cumplir su misterio pascual, su paso de este mundo al Padre y al mismo tiempo les anticipa que esta partida suya les provocará tristeza, porque será una partida en medio del dolor de la Pasión, por eso les dice: “Dentro de poco no me verán (…) Yo me voy al Padre (…) Ustedes estarán tristes”. La tristeza de los discípulos se deberá a su muerte, a su dolorosa muerte en cruz y eso es lo que Jesús les anticipa, pero también les anticipa que su tristeza “se convertirá en gozo”, porque luego de la tribulación de la cruz y de la muerte, vendrá el gozo de la resurrección y la alegría por el envío del Espíritu Santo.
Esto es posible porque Jesús es el Hombre-Dios y en cuanto tal, “hace nuevas todas las cosas” (cfr. Ap 21, 5) y una de las cosas que hace nuevas es la cruz: si para los hombres la cruz es signo de muerte, para Dios es signo de vida, de perdón divino, de amor y de paz y es signo también de don del Espíritu Santo. Jesús, con su poder divino, cambia el signo de muerte en signo de vida y de vida eterna pero ese cambio viene solo para quien, con un corazón contrito y humillado, se arrodilla ante la cruz y ante Jesús crucificado y se deja bañar por la Sangre que se derrama de sus heridas abiertas, de su Costado traspasado y de su Cabeza coronada de espinas, porque solo así, al contacto con la Sangre de Cristo, que brota de sus heridas abiertas, recibe el alma al Espíritu Santo, que es vehiculizado por la Sangre del Cordero. La Sangre de Cristo es Sangre y Fuego y Fuego de Amor divino, porque contiene al Espíritu Santo, y esa es la razón por la cual el Sagrado Corazón está envuelto en Llamas, porque la Sangre que contiene en su interior contiene al Espíritu de Dios y el Espíritu de Dios es Fuego de Amor divino.  

“Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo”. Toda tribulación y toda cruz provocan tristeza, pero cuando se la unen a la tribulación y a la cruz de Cristo, se cambian en gozo, porque al contacto con la cruz, la Sangre que empapa la cruz comunica el Espíritu de Jesús y el Espíritu Santo es un Espíritu de Vida, de Amor y de Alegría divina, que da paz y alegría en medio de la tribulación y de la prueba. Jesús, desde la cruz y desde la Eucaristía, convierte la tristeza en gozo, soplando suavemente, sobre el alma que a Él se confía, su Espíritu de Amor, de paz y de serena y divina Alegría.

miércoles, 26 de marzo de 2014

“El que no está conmigo está contra Mí”


“El que no está conmigo está contra Mí” (Lc 11, 14-23). Jesús expulsa a un demonio mudo, que luego comienza a hablar. Los fariseos acusan falsamente a Jesús de obrar con el poder de Belzebul, al mismo tiempo que blasfeman contra el Espíritu Santo: “Éste expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios”. Los fariseos intentan desacreditar los milagros de Jesús, presentándolo como un instrumento de Satanás, y esto es lo que explica las fuertes defensas que hace Jesús, porque en las acusaciones hay verdaderas blasfemias contra el Espíritu Santo.
El hecho de que el hombre se enferme –y muera por la enfermedad- y sea poseído por el demonio, son consecuencias de la caída de Adán y Eva a causa del pecado original. No hay ningún error teológico en atribuir toda enfermedad del hombre al demonio, porque al consentir al pecado, el hombre se somete al dominio de Satán[1], que incluye la enfermedad, la muerte y la posesión demoníaca, además del riesgo de la eterna condenación en el infierno. Jesús, el Verbo de Dios, se encarna para destruir las obras del demonio -la enfermedad y la posesión demoníaca- y para restablecer el reinado de Dios en la tierra. Si los fariseos le piden a Jesús una señal para que manifieste que obra por medio del Espíritu de Dios y no por medio de Satanás, significa que están acusando a Jesús de estar poseído por un espíritu maligno, lo cual es una blasfemia contra el Espíritu Santo, porque es atribuirle malicia al Espíritu de Dios. Por eso es que Jesús les responde duramente, acusándolos a su vez, de estar ellos del lado de Satanás, porque Él ha expulsado efectivamente a un demonio, y ellos han demostrado estar en contra suya: “El que no está conmigo, está contra Mí”.
“El que no está conmigo está contra Mí”. Cuidémonos de caer en el fariseísmo como de la misma peste, porque muchos en la Iglesia, aparentando ser cristianos, demuestran sin embargo, con sus obras faltas de caridad y misericordia, que están en contra de Jesucristo y que pertenecen a Satanás.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1953, 613.

martes, 25 de marzo de 2014

“No he venido a abolir la Ley, sino a dar cumplimiento”

 
“No he venido a abolir la Ley, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17-19). Lo que nos quiere decir Jesús es que no basta con un cumplimiento meramente exterior de la Ley de Dios; no basta con decir: “cumplo con los Mandamientos”, sino que se debe cumplirlos con el corazón, interiormente y en verdad. Jesús ha venido a traernos la gracia santificante, para que podamos cumplir con la Ley Nueva, en “espíritu y en verdad”, y no meramente de modo exterior y superficial. De nada vale cumplir un mandamiento divino, observándolo exteriormente, si en el alma, en el corazón del hombre, hay otra cosa totalmente opuesta. De nada vale el ayuno de un viernes, por ejemplo, si se guarda rencor hacia un prójimo. Es la gracia santificante la que nos permite el verdadero cumplimiento de la Ley, el cumplimiento “en espíritu y en verdad”, porque nos une al Espíritu de Dios y así nos sustrae del peligroso engaño del fariseísmo, verdadero cáncer de la religión, que se conforma con un cumplimiento meramente extrínseco de los preceptos religiosos.

“No he venido a abolir la Ley, sino a dar cumplimiento”. Como cristianos, debemos siempre, permanentemente, pedir la asistencia del Espíritu Santo, para no caer en el fariseísmo, que es el principal enemigo de nuestra propia salvación.

lunes, 25 de junio de 2012

Seréis juzgados con el criterio con el que juzguéis



“Seréis juzgados con el criterio con el que juzguéis” (Mt 7, 1-5). Jesús hace notar que Dios aplicará para con nosotros el mismo criterio que nosotros mismos usamos para juzgar a nuestro prójimo: si somos misericordiosos en nuestro juicio -buscando de vivir el deber de caridad, evitando atribuir malicia a la intención del prójimo, aún cuando el hecho sea objetivamente malo en sí mismo, el cual, por otra parte, es necesario juzgar-, recibiremos misericordia; por el contrario, si somos inmisericordiosos y lapidamos al prójimo con nuestro juicio, entonces tampoco recibiremos misericordia de parte de Dios.
De esto se ve la importancia trascendental del juicio que emitimos sobre el prójimo, ya que en él se juega nuestro propio destino eterno.
La razón de su importancia es que detrás de la emisión de un juicio, hay dos espíritus distintos: en el juicio misericordioso, está el Espíritu de Dios; en el juicio sin misericordia, no siempre se origina en el espíritu maligno, el ángel caído, Satanás, porque puede originarse en el mismo hombre, pero en este tipo de juicios puede fácilmente introducirse el espíritu del ángel caído.
En otras palabras, los dichos y juicios de una persona expresan el espíritu que las anima y origina: si son palabras de misericordia, de comprensión, de indulgencia, es señal de la presencia, en esa persona, del Espíritu Santo; si en sus juicios, por el contrario, hay maledicencia, calumnias, juicios sin misericordia, es señal de que esa persona escucha y repite lo que le dicta el espíritu del mal, el ángel caído.