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sábado, 24 de octubre de 2020

“La casa de ustedes quedará abandonada”

 


“La casa de ustedes quedará abandonada” (Lc 13, 31-35). Unos fariseos se acercan a Jesús para advertirle que debe abandonar Jerusalén, pues Herodes lo está buscando para matarlo: “Vete de aquí, porque Herodes quiere matarte”. Jesús, a su vez, le envía un mensaje a Herodes, de que Él no se irá de Jerusalén, sino que seguirá “sanando y expulsando demonios”, al tiempo que anuncia veladamente los tres días de su Pasión, Muerte y Resurrección: “Vayan a decirle a ese zorro que seguiré expulsando demonios y haciendo curaciones hoy y mañana, y que al tercer día terminaré mi obra”.

Pero además de anunciar su misterio pascual de muerte y resurrección, Jesús lanza, también veladamente, una profecía acerca de la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén –algo que ocurrió efectivamente en el año 70 d. C., al ser arrasada la Ciudad Santa por las tropas romanas-, como consecuencia del rechazo de Jerusalén hacia el Mesías: “La casa de ustedes quedará vacía”. Al rechazar al Mesías y condenarlo a la muerte en cruz, Jerusalén sella su destino, porque por sí misma decide, libremente, quedar sin la protección divina frente a sus enemigos y efectivamente así sucederá, porque será arrasada hasta sus cimientos.

“La casa de ustedes quedará abandonada”. Tanto el Templo, como la Ciudad Santa, Jerusalén, que rechazan al Mesías, son figura del alma que rechaza a Jesús como a su Salvador, quedando así a la merced de sus enemigos naturales, los hombres y sus enemigos preternaturales, los ángeles caídos. El velo del Templo partido en dos y la ciudad sitiada y arrasada, son figura por lo tanto del alma que abandona el Camino de la Cruz y que se encamina por senderos oscuros que la alejan cada vez más de Dios y el Redentor, Cristo Jesús. Tengamos presente esta realidad y pidamos la gracia de no abandonar nunca el Camino Real de la Cruz, que conduce al Cielo, y de no apartarnos nunca de nuestro Salvador y Redentor, Cristo Jesús en la Eucaristía.

lunes, 23 de septiembre de 2019

“(Herodes) Tenía ganas de ver a Jesús”



“(Herodes) Tenía ganas de ver a Jesús” (Lc 9,7-9). En el Evangelio se narra que Herodes “tenía ganas de ver a Jesús”, luego de escuchar cosas maravillosas de Él. Herodes sabía que no podía ser Juan, ya que él mismo lo había mandado a decapitar, por lo que quería, a toda costa, saber quién era Jesús, del cual oía hablar constantemente maravillas y por eso es que quiere verlo: “Tenía ganas de ver a Jesús”.
Frente a las ganas de Herodes de ver a Jesús y sabiendo lo que era Herodes, un disoluto y un asesino, pues había mandado decapitar a Juan, y que a pesar de eso “tenía ganas de ver a Jesús”, nosotros nos podemos preguntar: ¿tenemos ganas de ver a Jesús? Hemos oído hablar cosas maravillosas de Jesús, como por ejemplo, que nos quitó del dominio del Demonio y nos concedió la gracia de la filiación adoptiva en el Bautismo; que se nos dona en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía; que nos dona el Amor de Dios, el Espíritu Santo en el Sacramento de la Confirmación; que nos perdona nuestros pecados en cada Confesión Sacramental y como estos, miles de hechos milagrosos más en nuestras vidas personales. Aún así, muchos parecerían que no tienen ganas de ver a Jesús; aún más, cuanto más lejos estén de Jesús, tanto mejor para ellos y esto es lo que explica la ausencia de tantos bautizados dentro de la Iglesia.
“(Herodes) Tenía ganas de ver a Jesús”. A Herodes, Jesús no le había hecho ningún milagro personal; sin embargo, “tenía ganas de verlo”, dice el Evangelio. Y si bien al parecer no quería verlo para convertirse, sin embargo, “tenía ganas de verlo”. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Tenemos ganas de ver a Jesús, Presente verdadera, real y substancialmente en la Eucaristía, después que Jesús ha hecho tantos milagros por nosotros, dándonos muestras más que evidentes de su Amor? ¿O, por el contrario, somos como aquellos que, a pesar de haber recibido infinitas muestras de Amor de parte de Jesús, no tienen ganas de verlo en el sagrario?

jueves, 22 de septiembre de 2016

“Herodes trataba de ver a Jesús”



“Herodes trataba de ver a Jesús” (Lc 9,7-9). Herodes trata de ver a Jesús, dice el Evangelio, pero su deseo se origina, ante todo, por curiosidad vana y no por deseos de amistad: no sabe si es Elías, que ha resucitado, aunque está seguro que no es Juan Bautista, porque él mismo lo ha hecho decapitar. Herodes trata de ver a Jesús, y esto nos debería hacer reflexionar a nosotros, los cristianos: Herodes era un hombre que no amaba a Jesús y cuyos mandamientos no los tenía en cuenta, y sin embargo, “trataba de ver a Jesús”; ¿qué sucede con nosotros, que somos cristianos, que somos, en teoría sus discípulos y seguidores; que somos sus hermanos por el bautismo, pues tenemos a Dios por Padre, a la Virgen por Madre y a Él como hermano? ¿Qué sucede con nosotros, que estamos llamados a ser sus amigos y a corresponderle en el amor que Él nos ha demostrado muriendo por nosotros en la Cruz? ¿Tratamos de ver a Jesús? Obviamente, no nos referimos a verlo sensiblemente, corporalmente, con los ojos del cuerpo, sino que nos referimos a la luz de la fe, que ilumina al alma y que, en virtud de esta fe, sabemos que está en el sagrario, oculto en la Eucaristía, en la apariencia de pan. ¿Tratamos de “ver” a Jesús en su Presencia Eucarística? ¿Acudimos al sagrario para “ver” a Jesús oculto en la Eucaristía, con los ojos de la fe? ¿Acudimos a la Santa Misa para “ver” a Jesús que renueva su Sacrificio de la Cruz en el Altar Eucarístico? ¿Tratamos de “ver” a Jesús en la Eucaristía, para agradecerle por haber dado su vida por nosotros, para decirle que lo amamos y que deseamos contemplarlo y verlo, cara a cara, en la bienaventuranza eterna del Reino? ¿Tratamos de ver a Jesús con la luz de la fe en el sagrario? ¿No será que, en el fondo, Herodes, con todos sus vicios, defectos y pecados, tenía más amor a Jesús que nosotros, porque al fin de cuentas, él trataba de verlo, pero nosotros, en cambio, preferimos ver el mundo y sus atractivos, antes que ver a Jesús por la luz de la gracia y de la fe?

miércoles, 26 de septiembre de 2012

"Herodes quería ver a Jesús"



“Herodes quería ver a Jesús” (Mc 9, 7-9). El evangelio relata el deseo y la curiosidad que experimenta el Tetrarca Herodes de ver a Jesús. Le han llegado noticias de hechos admirables, milagros, prodigiosos, curaciones inexplicables, expulsiones de demonios, lo cual despierta en Herodes una cierta inquietud acerca de quién es Jesús. Manda a averiguar, y le traen datos que son todos falsos: que es un profeta, que es Elías. Herodes duda acerca de la identidad de Jesús; sabe que no es Juan, porque él lo mandó decapitar, lo cual aumenta más su intriga acerca de quién es Jesús: “Herodes trataba de ver a Jesús”.
Si bien este hecho es bueno en sí mismo, queda desvirtuado, en este caso, por la intención que lo acompaña: tal como lo demostrará en las Horas de la Pasión, cuando disgustado porque Jesús no hace milagros para su diversión, le hará colocar una túnica blanca, signo público y visible, en ese entonces, de locura mental. Con este gesto, Herodes demuestra cuáles son sus verdaderas intenciones respecto de Jesús: su deseo de ver a Jesús es un deseo nacido de la curiosidad vana.
Pero Herodes no es el único; ya que es el arquetipo de muchos cristianos, que no han entendido, en toda su profundísima dimensión, lo que implica el hecho de “ser cristiano”. En Herodes está representado el cristiano tibio, que conoce a Jesús vagamente por su formación catequística, pero que no quiere comprometerse más; representa al cristiano que dice querer conocer a Jesús, pero no para admirarse de sus milagros, agradecerle por su amor misericordioso manifestado en la cruz, y postrarse en acción de gracias y adoración por su condición de Dios Hijo encarnado, sino que lo quiere conocer para saber cuáles son los Mandamientos que jamás habrá de practicar; Herodes representa a los cristianos que no quieren convertirse, que convierten su bautismo y su condición de cristianos en un mero título nominal; con su vana curiosidad, Herodes representa a multitud de cristianos, de todas las edades, que conociendo los mandatos de Dios revelados por Jesús, los dejan de lado, volcándose al mundo y a sus placeres efímeros. Al vestir a Jesús con una túnica blanca, tachándolo de insano mental, Herodes representa a los cristianos que consideran una locura llevar la cruz y, dejándola de lado, prefieren caminar en dirección contraria al Calvario, siguiendo los anchos caminos de la perdición. Herodes representa a los malos cristianos, que pretenden acomodar el mensaje de Jesús a sus estrechas mentes y a sus todavía más estrechos corazones, negándose a perdonar, a pedir perdón, y a amar al prójimo como Cristo, hasta la muerte de Cruz.
“Herodes quería ver a Jesús”. También nosotros queremos ver a Jesús, y de hecho lo vemos, con los ojos de la fe, vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía. La pregunta es, entonces, cómo tratamos a Jesús: si al igual que Herodes, de insano mental, porque nos manda llevar la Cruz, o si nos postramos en adoración y en acción de gracias.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Herodes quería ver a Jesús




“Herodes quería ver a Jesús” (cfr. Lc 9, 7-9). Herodes quiere saber quién es Jesús, pues duda y no sabe si es Juan, que según le dicen, ha resucitado, o si es Elías, o algún otro profeta.

En sí mismo, el deseo de conocer a Jesús es bueno, pero queda pervertido por la intención torcida de Herodes, quien desea conocerlo sólo por curiosidad, y no para convertirse.

Que Herodes quiera conocerlo por curiosidad malsana, se verá luego en las Horas de la Pasión, en donde tendrá la oportunidad de estar frente a frente con Jesús.

Pero como Herodes es un disoluto, un pervertido, que se deja arrastrar por las pasiones, al quedar frente a Jesús, es inmune a la luz de la gracia que Jesús irradia, y por eso pide vana y sacrílegamente milagros, como si Jesús fuera un “hacedor de milagros” dispuesto a satisfacer los deseos de diversión de un perverso.

Ante el silencio de Jesús, que lo contempla con pena y con dolor, pues ve cómo el alma de Herodes está envuelta en la confusión que se deriva de la materialidad y de la carnalidad, Herodes lo hace vestir con una túnica blanca, como señal que advierta a los demás que Jesús presenta un trastorno mental, cuando en realidad es él quien, enturbiada su mente por el alcohol y por las pasiones sin control, ha perdido la razón, y es incapaz de reconocer a su Dios y de recibir su gracia.

Cuando se ven tantos jóvenes hoy en día, que se dejan arrastrar por la falsa idea mundana de que esta vida está para ser “disfrutada”, por medio del alcohol y de las drogas y de los placeres mundanos; cuando se ve a la juventud dominada por sus pasiones más bajas, y arrastrada lejos de la Presencia de Dios por los falsos ídolos, se recuerda a Herodes, cuya figura se ve multiplicada cientos de miles de veces, tantas, como tantos son los jóvenes disolutos, porque así como Herodes era rey del Pueblo Elegido, así cada joven está llamado a ser rey del Nuevo Pueblo Elegido, en la imitación de Cristo, Rey de los hombres.

Pero al igual que Herodes, a quien sus pasiones lo obnubilaban y le impedían reconocer a Dios Hijo, Presente en Persona en Jesús de Nazareth, así también a cientos de miles de jóvenes católicos, sus pasiones le impiden recibir la gracia para reconocer a Cristo en la Eucaristía.

Muchos, viviendo la vida en clima de fiesta malsana, son arrebatados repentinamente por la muerte, y son llevados ante la Presencia de Dios, para recibir el juicio particular.

Muchos comprenderán, en ese momento –demasiado tarde-, que ese Jesús de Nazareth, que venía a ellos en la Eucaristía dominical, a quien despreciaron, negaron, olvidaron, sustituyeron por sus pasiones, era el Único capaz de salvarlos.