“Quien cumpla los Mandamiento y los enseñe será grande en el Reino de los cielos” (Mt 5, 17-19).
Jesús establece dos condiciones para ser grande en el Reino de los cielos:
cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, por un lado y, por otro, “enseñarlos”.
Quien cumpla estos dos requisitos, será “grande” en el Reino de los cielos. Y lo
contrario también es verdad: si alguien no los cumple y no los enseña, no será
grande en el Reino de los cielos. Ahora bien, para cumplir los Mandamientos,
hay que saber cuáles son, porque no puede enseñar alguien algo que ni sabe ni
practica; sólo quien conoce los Mandamientos está en grado, primero de ponerlos
en práctica, y luego, de enseñarlos a los demás. Por esta razón, es imprescindible
-sobre todo en nuestros tiempos, en los que la Ley de Dios parece no contar en
la sociedad humana- conocer cuáles son los Mandamientos de la Ley de Dios, para
ponerlos en práctica y así enseñarlos a los demás. En esto último se encuentra
la segunda condición, la de “enseñar” a los demás, porque no se trata sólo de
una catequesis al estilo de la Primera Comunión, es decir, la enseñanza de los
Mandamientos de la Ley de Dios va más allá de una mera lección de catecismo: se
enseña con el ejemplo, es decir, viviendo en carne propia los Mandamientos. Si no
se los vive, es inútil el conocerlos, porque no se está enseñando a los demás
cuáles son esos mandamientos. Un ejemplo vale para todos: en relación al Cuarto
Mandamiento, “Honrar padre y madre”, además de conocerlo, es necesario practicarlo,
vivirlo, todos los días, todo el día, amando y respetando a los padres. Así se
da ejemplo viviente y se enseña cómo es el Cuarto Mandamiento. Pero si alguien
conoce el Cuarto Mandamiento y no se encarga de llevarlo a la práctica, entonces
ese alguien no está enseñando a los demás cómo vivir ese mandamiento, a pesar
de que lo conoce en teoría. Y así vale, como dijimos, para todos los Mandamientos:
no sólo se los debe conocer teóricamente, sino que se los debe vivir. Sólo de
esa manera seremos “grandes” en el Reino de los cielos.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.

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jueves, 4 de junio de 2020
martes, 17 de marzo de 2020
“El que enseñe a cumplir los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”
“El
que enseñe a cumplir los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos” (Mt 5, 17-19). El ser cristiano satisface
todos los legítimos deseos de una persona. Por ejemplo, quien tiene deseos de
grandeza, no debe acumular bienes materiales, ni ser renombrado, ni poseer fama
y riquezas, como sucede en el mundo: quien desee ser grande, verdaderamente
grande y no a los ojos de los hombres sino a los ojos de Dios, ése tal deberá
preocuparse únicamente por observar –cumplir y vivir- los Mandamientos de la
Ley de Dios y enseñarlos a observar, cumplir y vivir a sus prójimos. Quien esto
haga, será considerado “grande” en el Reino de los cielos, según palabras del
propio Jesús: “El que enseñe a cumplir los Mandamientos será grande en el Reino
de los cielos”.
No
debemos buscar los vanos honores, títulos y riquezas de este mundo; no debemos
buscar ser “grandes” a los ojos de los hombres: debemos buscar ser grandes a
los ojos del cielo, a los ojos de Dios y para ello, debemos cumplir y vivir los
Mandamientos de la Ley de Dios. En días en que los Mandamientos de Dios han
sido prácticamente olvidados por los hombres, esta recomendación de Jesús nos
evita de caer en el mundanismo y nos hace elevar la vista del corazón al cielo.
martes, 21 de febrero de 2017
“El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”
“El
que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de
todos” (Mc 9, 30-37). Mientras Jesús,
yendo de camino con los discípulos, les anuncia y profetiza acerca de su Pasión
–deberá ser traicionado, insultado, golpeado y crucificado hasta la muerte-,
los discípulos comienzan a pelear entre sí. Una vez que llegan a destino, Jesús
les pregunta la causa por la que habían estado discutiendo, y ellos,
avergonzados, se callan, porque “habían estado discutiendo sobre quién era el
más grande”. Es decir, mientras Jesús les habla acerca de su misterio pascual,
misterio por el cual habría de morir en sacrificio en cruz, para luego
resucitar y así poder dar a los hombres la vida nueva de la gracia, que los
hará partícipes y herederos del Reino de los cielos, los discípulos, sin hacer
caso de lo que Jesús les dice, continúan mirando a las cosas de la tierra,
discutiendo por el poder temporal, por los honores y por las grandezas del
mundo: “habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. Para hacerles
ver que la grandeza de este mundo no importa y que lo que importa es la otra
vida, la vida eterna, Jesús les dice: “El que quiere ser el primero, debe
hacerse el último de todos y el servidor de todos”. Si entre los hombres
aparenta ser “el más grande” aquel al que todos alaban y ensalzan, a los ojos
de Dios, por el contrario, “el más grande” es “el último de todos y el servidor
de todos” y la razón es que Jesús, siendo “el más grande”, porque era el Hijo
de Dios encarnado, se hizo “el último de todos” en la cruz, al ser humillado en
la Pasión, y con su muerte en cruz, “se hizo el servidor de todos”, porque alcanzó
para todos la salvación y la vida eterna. El más grande, a los ojos de Dios, no
es aquel al que todos los hombres aplauden, sino aquel al que, por hacer la
voluntad de Dios, los hombres desprecian y crucifican, porque así hicieron con
el mismo Hijo de Dios. Los criterios de grandeza, entonces, son distintos para
los hombres y para Dios: para los hombres, es más grande el que más aplausos
mundanos recibe; para Dios, es más grande el que, imitando a su Hijo Jesús,
abraza la cruz con amor y, en la imitación de Jesús, da su vida en la cruz por
la salvación de sus hermanos.
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