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sábado, 20 de febrero de 2021

“Así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo”

 


“Así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo” (Lc 11, 29-32). Jesús califica a la gente de su tiempo como “perversa” porque “pide una señal”, pero la señal ya la tienen y es la de Jonás, quien es a su vez un anticipo y prefiguración de su misterio pascual de muerte y resurrección: así como Jonás estuvo tres días en el vientre del pez y luego fue devuelto a la tierra, así el Hijo del hombre estará tres días en el sepulcro y luego resucitará al tercer día, para ascender al Cielo. Jesús se queja de la gente de su tiempo, porque no han sabido reconocer la prefiguración de Jonás, pero tampoco saben reconocerlo a Él, que es en Quien se cumple la figura de Jonás.

“Así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo”. Así como Jesús fue la señal de Dios para la salvación de los hombres, en el tiempo de la vida terrena de Jesús, así es para nosotros la Eucaristía, que es el mismo Jesús que prolonga su Encarnación en el Sacramento del altar: la Eucaristía es signo de salvación y quien se adhiere a la Eucaristía, se adhiere a Dios Salvador y Redentor y quien se aleja de la Eucaristía, se aleja de Dios Redentor y Salvador. También en nuestros días “la gente es perversa”, porque a pesar de que Dios da la señal eucarística, que es señal de salvación para la humanidad, la humanidad la desconoce en su inmensa mayoría, la rechaza y se dirige en dirección contraria a la Eucaristía, eligiendo el camino de la cultura de la muerte, del aborto, de la eutanasia, de la idolatría, del materialismo y del ateísmo.

No seamos nosotros mismos perversos; no nos alejemos de la Ley de Dios y de la Eucaristía, signo y señal de la Divina Salvación en medio de nuestra existencia terrena.

martes, 15 de septiembre de 2015

¿Por qué los cristianos adoramos la Santa Cruz?



¿Por qué los cristianos adoramos la Santa Cruz? La cruz es sinónimo de muerte, de dolor, de humillación; para los romanos, era el instrumento por el cual se castigaba a los más peligrosos delincuentes; para los judíos, era la advertencia por parte del opresor, que debían obedecer sus órdenes, porque de lo contrario, sufrirían la misma suerte. ¿Por qué entonces los cristianos adoramos la cruz? 
Ante todo, los cristianos no adoramos al leño de la cruz en sí mismo, sino a Cristo en su signo; en la cruz adoramos al Rey de cielos y tierra, que se ha hecho cruz con sus brazos extendidos; adoramos en la cruz a Cristo, el Hombre-Dios, que está clavado, con tres gruesos clavos de hierro, al leño de la cruz, haciéndose así, de esta manera, Él mismo cruz en la cruz; adoramos en la Cruz al Sumo y Eterno Pontífice, Jesucristo, que extiende sus manos y se convierte Él mismo en cruz, el estandarte victorioso y ensangrentado del Cordero “como degollado” (cfr. Ap 5, 6), el mismo estandarte que aparecerá en los cielos, luminoso y glorioso, al fin de los tiempos, en el Último Día . 
Porque Cristo se ha hecho cruz en la cruz, los cristianos adoramos el signo de la cruz, porque en ella el Hombre-Dios transformó el signo de muerte e ignominia en signo y misterio de vida y de gloria divinos. Así lo dice una antífona de la Fiesta de la Exaltación de la Cruz: “Adoramos el signo de la Cruz, por medio del cual hemos recibido el misterio de salvación. Es decir, lo que los hombres convirtieron en signo de muerte, la cruz, Dios Encarnado, Jesús de Nazareth, lo convierte, con la omnipotencia de su Amor misericordioso, en signo de vida divina, de perdón y de misericordia de Dios, de Amor Divino derramado sin límites sobre los hombres y es a este signo al que adoramos. Los hombres dieron a Dios Padre a su Hijo crucificado, como signo de su pecado deicida; Dios Padre devuelve a los hombres ese mismo signo, pero convertido, de signo de muerte y deicidio, en signo de salvación, de vida y de resurrección, de nacimiento a la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios y así, como signo victorioso del Hombre-Dios, que desde la cruz triunfa sobre los tres grandes enemigos del hombre, el demonio, la muerte y el pecado, es como los cristianos adoramos a la Cruz.
Por lo tanto, cuando los cristianos adoramos la cruz, no adoramos al leño en sí mismo, sino al misterio que el leño de la cruz significa y oculta al mismo tiempo: la cruz significa el misterio de Dios, al manifestarlo visiblemente, pero al mismo tiempo lo esconde, porque sólo la luz de la fe es capaz de ver este misterio divino .
Entonces, por esto es que los cristianos adoramos la cruz: porque en la cruz adoramos al Rey de cielos y tierra, el Dios Tres veces Santo, Cristo Jesús, que con sus brazos extendidos en la cruz, se hace cruz y reina, glorioso y triunfante, en las almas de los elegidos.

domingo, 12 de octubre de 2014

“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás”


“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás” (cfr. Lc 11, 29-32). Ante la dureza de corazón y falta de fe y de deseo de conversión a Dios de parte del Pueblo Elegido, aun cuando Él, que es Dios en Persona, se les manifiesta con signos prodigiosos –multiplicación de panes y peces, expulsión de demonios, resurrección de muertos-, Jesús pone como ejemplo de fe y de conversión sincera del corazón a Dios, a dos pueblos paganos, quienes más parecían alejados de Dios, pero que en cuanto el cielo les da un signo para creer –Jonás para los ninivitas y la sabiduría de Salomón para la Reina del sur-, lo toman inmediatamente al signo, como proveniente del cielo y, atraídos por la belleza de lo divino, hacen penitencia y se convierten de su vida pecaminosa, como en el caso de los ninivitas, o bien acuden presurosos allí en donde se encuentra el signo divino, como en el caso de la Reina del Sur –el signo aquí es la Sabiduría divina que se expresa a través de Salomón-. Es decir, cansado de la dureza de corazón del Pueblo Elegido, que no quiere convertirse ni creer, a pesar de tener delante suyo signos que no los tiene ningún pueblo, Jesús da el ejemplo de los ninivitas, que se convierten por la predicación de Jonás, y de la Reina del Sur, que deja su reino “desde los confines de la tierra” para acudir “a escuchar la sabiduría de Salomón”. Entonces, de la misma manera a como Jonás fue un signo para los ninivitas, por cuya predicación ellos se convirtieron, sin necesidad de otros signos, así, de la misma manera, “el Hijo del hombre”, es decir, Él, con su misterio pascual de muerte y resurrección, será un signo para esta “generación malvada”, y no le será dado otro, porque Él “más que Jonás”, puesto que es Dios Hijo encarnado. También la Reina del Sur será un testimonio contra la impenitencia y dureza de corazón de esta “generación malvada”, porque ella acudió desde “los confines de la tierra” para “escuchar la sabiduría de Salomón”, y Jesús es infinitamente más que Salomón, puesto que Él es la Fuente de la sabiduría divina de Salomón, desde el momento en que Él es la Sabiduría Increada en Persona, y por ese mismo motivo, no les será dado otro signo de sabiduría divina que Él mismo.
“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás”. También en nuestros días se repite la misma incredulidad –falta de fe- y la misma dureza de conversión –falta de deseos de sincera conversión a Dios-, también en nuestros días, una inmensa mayoría de bautizados, buscan “signos” para creer, y si no le son dados esos signos, a su gusto y placer, entonces, ni quieren creer, ni quieren convertirse.

Pero Jesús nos vuelve a repetir: “A esta generación malvada no se le dará otro signo que el mío propio, no el de Jonás, ni tampoco se le dará otro signo que el de la sabiduría de Salomón, porque Yo en la cruz Soy quien predico la conversión del corazón, con mi Vida y con mi Sangre, y Yo en la Cruz Soy la Sabiduría Increada, de modo que quien Me contempla en la cruz, tiene el único signo divino que le será dado a todo hombre para su salvación, sin necesidad de ningún otro. Yo en la cruz Soy el Dios que anunciaba la conversión por boca de Jonás y que condujo a la conversión a los ninivitas, y Yo en la cruz Soy la Sabiduría Divina Increada, que hablaba a través de Salomón y cautivaba la mente y el corazón de la Reina del Sur. Para esta generación malvada, que pide signos para creer y amar, no se le dará otro signo que el Hijo del hombre crucificado; a quien no quiera convertirse por la Cruz y a quien no quiera recibir la Sabiduría Divina de la Cruz, no se le dará otro signo que el de Cristo crucificado, muerto y resucitado”.

martes, 11 de marzo de 2014

“Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, así el Hijo del hombre es un signo para el mundo”


“Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, así el Hijo del hombre es un signo para el mundo” (Lc 11, 29-32). Jonás fue un signo de penitencia y de conversión enviado por Dios para los ninivitas y puesto que los ninivitas lo recibieron de buen corazón, Dios se retractó de su amenaza de justo castigo por los pecados y no los castigó. De la misma manera, Jesús elevado en la cruz, es el signo del perdón divino para toda la humanidad, para todos los hombres pecadores de todos los tiempos. Sin importar la inmensidad de los pecados que un hombre haya cometido, todo lo que un hombre necesita para que se le perdonen sus pecados, es que se arrodille ante Jesús crucificado, el signo de la Misericordia Divina, y permitir que la Sangre del Cordero caiga sobre su cabeza, para que de manera inmediata sus pecados queden borrados de la Memoria de Dios y las Puertas del Cielo le sean abiertas de par en par. Y puesto que el Santo Sacrificio de la cruz, que es el signo de la Misericordia Divina para el mundo, se perpetúa en la Santa Misa, por lo tanto, el signo de la Misericordia Divina para la humanidad pecadora que quiera salvarse, es la Santa Misa (aunque también lo es el sacramento de la confesión, porque es también allí en donde caen las gotas de Sangre del Salvador sobre el alma del penitente que se confiesa). No hay otro signo de la Divina Misericordia, para el pecador que desea salvarse, que Jesús elevado en la cruz, es decir, la Santa Misa, la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz. 
No hay otro signo del perdón, del Amor y de la Misericordia Divina, que Cristo Crucificado, que el Cordero “como Degollado”, que vierte su Sangre desde su Costado abierto, de manera ininterrumpida, desde hace veinte siglos, cada vez, en la Santa Misa, y lo seguirá haciendo, hasta el fin de los tiempos, hasta la consumación de los siglos, hasta el Último Día de la humanidad, en que dará inicio la Eternidad. 

domingo, 16 de febrero de 2014

“Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo”


“Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo” (Mc 8, 11-13). El Evangelio dice que los fariseos, para poner a prueba a Jesús, le piden “un signo del cielo” y eso es lo que motiva la respuesta de Jesús: “Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo”. En realidad, lo que Jesús quiere decir es que no se les dará “más signos” de los abundantes que se les ha dado, porque en realidad Jesús les ha dado signos más que suficientes, y de todo tipo, que prueban que Él es quien dice ser, Dios Hijo, porque ha obrado signos, milagros, prodigios, que sólo pueden ser obrados con el poder divino detentado en primera persona por quien dice ser Dios en persona. Puesto que los fariseos han demostrado obstinada y neciamente que no quieren reconocer los signos porque no quieren reconocer a Dios Hijo que está detrás de esos signos, entonces no tiene sentido darles más signos venidos del cielo, porque quiere decir que los continuarán rechazando. Este pasaje está por lo tanto estrechamente relacionado con la advertencia de Jesús: “No déis perlas a los cerdos”. La actitud temeraria de los fariseos, de rechazar neciamente y libremente los signos divinos, se asemeja peligrosamente a la irreversible voluntad fija en el mal de los condenados en el infierno, que por toda la eternidad podrán jamás aceptar la más pequeña gracia, y rechazarán por siempre, por toda la eternidad, toda gracia que se les quiera ofrecer, por lo que es inútil toda oración por ellos, y es la razón por la cual no se debe rezar por ellos, y es lo que explica también el por qué dice Jesús que a los fariseos “no se les dará ya más signos”.

“Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo”. Debemos tener mucho cuidado en no repetir la actitud temeraria de los fariseos, de exigir signos a Jesucristo para creer en su misericordia y no desconfiar de ella. Todos los días, a través de su Iglesia, nos da un signo elocuentísimo de su infinita misericordia, y es la Santa Misa, en donde abre de par en par las puertas abiertas del Reino, su Sagrado Corazón traspasado, por donde se derrama el Tesoro infinito de Dios Padre, el Amor Divino, el Amor Misericordioso del Padre y del Hijo, donado en cada Eucaristía. No se nos dará otro signo que este para creer en el Amor del Padre y del Hijo.

miércoles, 29 de febrero de 2012

No hay otro signo que la Eucaristía



“No hay otro signo que el de Jonás” (cfr. Mt 12, 38-42). Frente al pedido de un signo, Jesús contesta que el signo ya ha sido dado, y ese signo es Jonás, y que no hay otro signo que este signo de Jonás.
En la vida de Jonás y en todo lo que le acontece, está prefigurado y simbolizado el misterio pascual del Hombre-Dios, Jesucristo: el ser arrojado de la barca –salir de este mundo por la muerte en cruz-, en medio de una tormenta –la Pasión y muerte en cruz- a las fauces de un monstruo marino –las entrañas de la tierra, el sepulcro, el descenso al infierno- y el salir luego de tres días –desde el viernes santo hasta el domingo de resurrección- vivo, por sus propios medios, de las entrañas de este monstruo –la resurrección-.
Sólo que para los contemporáneos de Jesús, el signo se vuelve realidad en Jesucristo: Jesucristo realiza plenamente todo lo que está figurado y significado en Jonás, de ahí que los contemporáneos de Jesús no tengan otro signo que el de Jonás.
Hoy en día pareciera que la actitud se repite, y así como los contemporáneos de Jesús no veían ni el signo ni la realidad que lo actualizaba, Jesús, así el mundo de hoy, repitiendo la misma incredulidad, no ve el gran signo divino de la Iglesia Católica, la Eucaristía.
Así como para los contemporáneos de Jesús no había otro signo que el de Jonás, así para este tiempo presente, para nuestros contemporáneos, y para nosotros, no hay otro signo que el que da la Iglesia Católica

lunes, 13 de febrero de 2012

El signo que contiene algo más grande que los cielos eternos, es Cristo Eucaristía



“Piden un signo y no se les dará” (cfr. Mc 8, 11-13). Los fariseos piden un signo del cielo para creer y Jesús afirma que no se les dará. Un signo es algo que, o por relación natural –se da así en la realidad de la naturaleza-, o por convención –no se da en la naturaleza pero todos quedamos de acuerdo- señala la existencia o la realidad de una verdad o de algo[1].
Así, por ejemplo, el humo es signo natural del fuego, indica la existencia del fuego, mientras que el rojo, por ejemplo en un semáforo, es un signo convencional –la sociedad se pone de acuerdo en darle el significado- de peligro. El rojo, convencionalmente, en el semáforo, indica peligro. Humo y fuego son signos, uno natural, el otro, convencional.
Ahora bien, los fariseos piden un signo; ¿qué tipo de signos piden los fariseos?
Los fariseos no piden ni signos naturales ni convencionales; piden “un signo del cielo” para creer, pero Jesús, que viene del cielo, se niega a dárselos. Podríamos preguntarnos, si Jesús es el Hombre-Dios, y como tal, Dios venido del cielo; ¿no podría haber contentado a los fariseos haciendo un milagro? ¿Cuál es el motivo del rechazo de Jesús?
El motivo de la negativa de Jesús es que los fariseos piden un signo del cielo, pero rechazan el principal y más grande todos los signos, que es el mismo Jesús. Jesús, Dios encarnado, es el signo del cielo, el signo que Dios Padre envía a la humanidad[2]. Sus milagros también son un signo del cielo, pero Él es el principal de todos los signos, un signo no natural ni convencional, sino sobrenatural y no-convencional.
Jesús es el signo principal que envía Dios Padre, y es por eso que, si se lo rechaza, todo otro signo carece de valor: de nada vale pedir signos –milagros- del cielo cuando se rechaza al principal de todos estos signos del cielo, Jesús, Dios Hijo encarnado. De ahí la negativa de Jesús de no dar más signos o milagros, porque sería inútil que les hiciera milagros, ya que lo mismo no creerían.
Pero no son los fariseos los únicos en pedir signos, rechazando el principal de todos. También dentro de la Iglesia, muchos bautizados exigen signos del cielo para creer –curaciones, sanaciones, soluciones rápidas a los problemas-, mientras dejan de lado el principal de todos los signos, Cristo Jesús en la Eucaristía.
La liturgia eucarística, como misterio sobrenatural, es el principal de todos los signos del cielo aquí en la tierra; es el signo más grande de la Presencia de Dios entre los hombres; es el signo que señala la Presencia de Dios hecho hombre en medio de los hombres, para que los hombres se hagan Dios.
Por eso, más que distraernos en pedir signos del cielo, como curaciones, sanaciones, soluciones cuasi-mágicas-, los cristianos debemos concentrarnos en contemplar el signo más grande de todos, un signo que contiene algo más grande que los cielos eternos, Cristo Eucaristía.


[1] Cfr. X. León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona 1980, voz “signo”,  858-860.
[2] Cfr. León-Dufour, ibidem.