sábado, 20 de julio de 2024

“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor”

 



(Domingo XVI - TO - Ciclo B – 2024)

“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor”. El Evangelio nos relata una escena en la que Jesús ve a una muchedumbre de la cual se compadece porque la compara como a “ovejas que se encuentran sin pastor” (cfr. Mc 6, 30-34). Jesús ve a la muchedumbre y se compadece de la multitud porque “estaban como ovejas sin pastor”. Para poder comprender un poco mejor la compasión de Jesús por la muchedumbre, primero debemos reflexionar qué es lo que le sucede a un rebaño de ovejas cuando estas se encuentran sin pastor. Las ovejas son animales mansos, con un escaso sentido de supervivencia, dotadas de una casi nula capacidad de defensa frente a sus depredadores naturales, entre ellos y en primer lugar, el lobo de las llanuras, de manera tal que si no hay un pastor que las defienda, son una presa más que fácil para las garras y dientes afilados de estas fieras salvajes. El pastor cuenta también con perros de la pradera, que son sus ayudantes y que le ayudan en su tarea de guiar a las ovejas y de ahuyentar al lobo, de manera que, si no está el pastor, tampoco están los perros, con lo cual el lobo tiene el camino seguro para hacer estrago entre las ovejas que no tienen ninguna posibilidad de escapar de una muerte segura. Pero no es solo el lobo el único peligro al cual se enfrentan las ovejas sin pastor: al no haber pastor, las ovejas, al estar fuera del redil, se desorientan fácilmente, con lo cual pierden el camino hacia las fuentes seguras de alimentación, los pastos verdes y las aguas cristalinas de los arroyos, con lo cual las acecha, si no es la muerte por las dentelladas del lobo en sus carnes tiernas, la muerte por inanición y por sed. También corren el riesgo de perder el sendero seguro cuando al caer la noche quieren regresar al redil y en vez de seguir por el camino por el que los guiaría seguras el pastor, toman el camino equivocado, aumentando a cada paso que dan, por la oscuridad de la noche, el riesgo de caer por el barranco, quebrando sus huesos en la caída, desgarrando su piel y quedando inermes y sangrantes en el fondo del barranco, sin poder moverse, atrayendo a la manada de lobos con el olor de la sangre que sale de sus heridas y esperando así una muerte segura, aunque al final llega siempre el Buen Pastor, escuchando sus gemidos, viene en su ayuda, baja con su cayado, sana sus heridas con aceite, las venda, las carga sobre sus hombros, la sube barranco arriba y la pone a salvo en el redil. Esto es lo que les sucede a las ovejas sin pastor.

Esta imagen de las ovejas sin pastor es la que Jesús traslada a los hombres en la tierra, que vagan por el mundo desde la caída de Adán y Eva: las ovejas son la raza humana que desciende de Adán y Eva, caídos en el pecado original y que vagan en las tinieblas del mundo y de la historia humana; las ovejas están fuera del redil, que es la Iglesia Católica, todavía no fundada, porque será fundada en el momento de la Crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo; las ovejas mansas, indefensas, sin sentido de supervivencia, representan a la raza humana, indefensa frente a la superioridad de los ángeles caídos, los demonios, las tinieblas vivientes; los depredadores naturales de las ovejas, los lobos, representan a los lobos del Infiernos, los demonios y sobre todo al Lobo Infernal, Satanás, la Serpiente Antigua; las dentelladas y las garras afiladas de los lobos, cuando atacan a las ovejas, representan a los demonios cuando logran su objetivo con la tentación, que es hacer caer en pecado mortal a las almas de los hombres; el Pastor por antonomasia, por excelencia, el que con su cayado hace huir a los lobos de las llanuras, es decir, al Infierno todo, es Nuestro Señor Jesucristo, que vence al Infierno entero con el cayado de la Santa Cruz y con el poder de su Sangre Preciosísima; los perros del pastor, los que ayudan al Sumo Pastor a guiar a las ovejas, son los sacerdotes ministeriales, que conducen a las ovejas a las aguas cristalinas de la Sangre de Cristo en el Cáliz del altar y al pasto delicioso del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía; las ovejas que se desorientan en la noche en el regreso al redil y caen por el barranco son las almas que por propia voluntad se pierden en la noche de las pasiones sin control y caen en el abismo del pecado, quedando sus heridas irremediablemente heridas por el pecado mortal, siendo acechadas por el Lobo Infernal, aunque si el alma se arrepiente y clama la Misericordia del Buen Pastor, Jesús acude y baja hasta el fondo del alma en el que yace el alma en pecado con el cayado de la Cruz, la sana con el aceite de su gracia santificante, la venda con su Sangre Preciosísima, la carga sobre sus hombros y la regresa al seno de la Santa Iglesia Católica, el Santo Redil de Dios.

“Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor”. Hoy en día, muchos preguntan dónde está el Buen Pastor, ya sea en sus vidas, en la vida de la Nación, o en el mundo, visto el caos en el que el mundo está sumergido, pero no es que el Buen Pastor se haya ausentado; el Buen y Sumo Pastor, el Pastor Eterno, está donde siempre estuvo, desde la Resurrección: en el Cielo y en el Sagrario, en la Eucaristía: es el hombre el que lo ha olvidado y lo ha desplazado de su vida; es el hombre el que ha desplazado al Buen Pastor de sus leyes, promulgando leyes anticristianas como el aborto y la eutanasia entre otros; es el hombre el que se aleja de los Sacramentos, de la Confesión y de la Eucaristía, dejando al Buen Pastor solo en el Sagrario y luego las personas se preguntan por qué sus vidas son un caos; es el hombre el que ha desplazado al Buen Pastor de la sociedad y sin el Buen Pastor, la humanidad está extraviada, en las tinieblas del mundo, dirigiéndose a una Tercera Guerra Mundial Nuclear. No preguntemos “¿Dónde está el Buen Pastor?” si no lo queremos encontrar, si no queremos cargar su cruz, si no queremos seguir sus pasos camino del Calvario. Pero si queremos, como ovejas extraviadas, volver al redil, preguntemos dónde está el Buen Pastor, y el Buen Pastor nos dirá: “Estoy aquí, en el Sagrario, en la Sagrada Eucaristía, esperándote”.


domingo, 14 de julio de 2024

“Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros”

 


(Domingo XV - TO - Ciclo B – 2018)

         “Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros” (cfr. Mc 6, 7-13). Nuestro Señor Jesucristo envía a sus discípulos a una misión, pero no es una misión terrena, sino que se trata de una misión de carácter divina, sobrenatural, celestial, porque los manda para que iluminen, con la Palabra de Dios, las tinieblas preternaturales que cubren la faz de la tierra desde la caída de Adán y Eva, según lo que comenta San Cirilo de Alejandría[1]. Dice así este santo, al comentar este pasaje del Evangelio: “Nuestro Señor Jesucristo instituyó guías e instructores para el mundo entero, y también “administradores de los misterios de Dios” (1 Co 4, 1). Les mandó a brillar y a iluminar como antorchas no solamente en el país de los judíos…, sino también en todo lugar bajo el sol, para los hombres que viven sobre la faz de la tierra (Mt 5, 14)”. Según San Cirilo de Alejandría, Nuestro Señor Jesucristo envió a los Apóstoles tanto a los judíos como sino a los paganos, lo cual quiere decir a todos los hombres de la tierra, para que “brillaran como antorchas” y este “brillar como antorchas” no es en un sentido metafórico, sino real de un modo espiritual, porque tanto en la vida como en la realidad espiritual, allí donde no reina Jesucristo, reinan las triples tinieblas espirituales: las tinieblas vivientes, los demonios -aquí caben recordar las palabras del Padre Pío de Pietralcina, quien decía que si pudiéramos ver con los ojos del cuerpo a los demonios que actualmente andan libres por nuestro mundo, no seríamos capaces de ver la luz del sol, ya que es tanta la cantidad de demonios, que cubrirían por completo los rayos del sol, produciendo un eclipse solar que cubriría toda la faz de la tierra-; las tinieblas del error, las tinieblas del pecado, y las tinieblas de la ignorancia y del paganismo. Por esta razón, para que disipen con la luz de la Sabiduría divina, Nuestro Señor envía a los Apóstoles, para que iluminen, con la luminosa y celestial doctrina del Evangelio, a este mundo que yace “en tinieblas y en sombras de muerte”, las tinieblas del pecado, del error y del Infierno. Porque no es otra cosa que tinieblas y sombras de muerte la locura infernal deicida y suicida del hombre de hoy, el pretender vivir sin Dios y contra Dios. No es otra cosa que tinieblas y sombras de muerte pregonar como derechos humanos a la contra-natura, al genocidio de niños por nacer -como penosamente sucede en nuestro país, desde que se promulgó la ley del aborto decretando como “derecho humano” asesinar al niño en el vientre de la madre, desde el infame gobierno anterior-, a la ideología de género y a la doctrina de la guerra injusta -no a las guerras justas, como la Guerra de Malvinas y la Guerra contra la subversión marxista- como sacrificio ofrecido a Satanás.

También hoy, como ayer, la Iglesia es enviada al mundo, pero no para paganizarse con las ideas paganas del mundo, no para mundanizarse con la mundanidad materialista y atea del mundo, sino para santificar y cristificar el mundo con los Mandamientos de la Ley de Dios, con los Preceptos de la Iglesia santa y con los Mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo dados en el Evangelio. Si ayer el mundo yacía en las tinieblas del paganismo y los fueron Apóstoles los encargados de derrotar esas tinieblas con la luz del Evangelio de Cristo, hoy en día las tinieblas del neo-paganismo son más oscuras, más densas, más siniestras que en los primeros tiempos de la Iglesia, porque antes no se conocía a Cristo, Luz del mundo, en cambio hoy se lo conoce, se lo niega -como hizo Europa públicamente, negando sus raíces cristianas-, se lo combate y se pretende expulsarlo de la vida, la mente y los corazones de los hombres. Por eso es que, si los Apóstoles fueron enviados a iluminar las tinieblas paganas, hoy como Iglesia estamos llamados a continuar su tarea y, con la luz del Evangelio de Jesús, luchar, combatir, derrotar y vencer para siempre a las tinieblas vivientes, los ángeles caídos; estamos llamados a disipar a las tinieblas del error, del neo-paganismo de la Nueva Era, del pecado, que todo lo invade, de la ignorancia, del cisma y de la herejía; estamos llamados a dar el buen combate y a dejar la vida terrena en el combate, si fuera necesario.

         A propósito de la misión de los Doce, Continúa San Cirilo de Alejandría: “(Los Apóstoles enviados por Jesús) deben llamar a los pecadores a convertirse, sanar a los enfermos corporalmente y espiritualmente, en sus funciones de administradores no buscar de ninguna manera a hacer su voluntad, sino la voluntad de aquél que los había enviado, y finalmente, salvar al mundo en la medida en que éste reciba las enseñanzas del Señor”. Aquí está entonces la función para todo católico del siglo XXI: llamar a los pecadores a la conversión –sin olvidar que nosotros mismos somos pecadores y que nosotros mismos, en primer lugar, estamos llamados a la penitencia y a la conversión-; sanar corporal y espiritualmente –obviamente, esto sucede cuando alguna persona tiene el don, dado por Dios, de la sanación corporal y/o espiritual- y no hacer de ninguna manera la propia voluntad, sino la voluntad de Dios en todo y ante todo, voluntad que está expresada en los Diez Mandamientos, en los Preceptos de la Iglesia y en los Mandamientos de Jesús en el Evangelio. Sólo así –llamando a la conversión a los pecadores, comenzando por nosotros mismos; sanando de cuerpo y alma a los prójimos si ése es el carisma dado y cumpliendo la santa voluntad de Dios, podrá el mundo salvarse de la Ira de Dios. De otra manera, si el mundo continúa como hasta hoy, haciendo oídos sordos y combatiendo a Dios y a su Ley, el mundo no solo no se salvará, sino que perecerá en un holocausto de fuego y azufre, preludios del lago de fuego que espera en la eternidad a quienes no quieren cumplir en la tierra y en el tiempo la amorosa voluntad de Dios Uno y Trino expresada en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.



[1] Cfr. Comentario del Evangelio de San Juan 12,1.


sábado, 6 de julio de 2024

“¿Qué sabiduría le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María”


 


(Domingo XIV - TO - Ciclo B - 2024)

         “¿Qué sabiduría le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María” (Mc 6, 1-6). La multitud que escucha a Jesús y que también es testigo de sus milagros -resurrección de muertos, multiplicación de panes y peces, expulsión de demonios- es protagonista de una paradoja: son testigos de su sabiduría y de sus milagros, que hablan de la divinidad de Jesús pero, al mismo tiempo, no pueden establecer la conexión que hay entre esa sabiduría y esos milagros con Jesús, ya que si lo hicieran, no dudarían, ni por un instante, de que Jesús es Quien Él dice ser, el Hijo de Dios encarnado.

“¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 1-6). Las palabras de los vecinos de Jesús reflejan lo que constituye uno de los más grandes peligros para la fe: el acostumbramiento y la rutina ante lo maravilloso, lo grandioso, lo desconocido, lo que viene de Dios. Tienen delante suyo al Hombre-Dios, a Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, que obra milagros, signos y prodigiosos portentosos, jamás vistos entre los hombres, y desconfían de Jesús; tienen delante suyo a la Sabiduría encarnada, a la Palabra del Padre, al Verbo eterno de Dios, que ilumina las tinieblas del mundo con sus enseñanzas, y se preguntan de dónde le viene esta sabiduría, si no es otro que “Jesús el carpintero, el hijo de María”.

El problema del acostumbramiento y la rutina ante lo maravilloso, es que está ocasionado por la incredulidad, y la incredulidad, a su vez, no deja lugar para el asombro, que es la apertura de la mente y del alma al don divino: el incrédulo no aprecia lo que lo supera; el incrédulo desprecia lo que se eleva más allá de sus estrechísimos límites mentales, espirituales y humanos; el incrédulo, al ser deslumbrado por el brillante destello del Ser divino, se molesta por el destello en vez de asombrarse por la manifestación y en vez de agradecerla, trata de acomodar todo al rastrero horizonte de su espíritu mezquino.

“¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?”. La pregunta refleja el colmo de la incredulidad, porque en vez de asombrarse no solo por la Sabiduría divina de las palabras de Jesús, sino por el hecho de que la Sabiduría se haya encarnado en Jesús, se preguntan retóricamente por el origen de Jesús, como diciendo: “Es imposible que un carpintero, ignorante, como es el hijo de María, pueda decir estas cosas”.

Lo mismo que sucedió con Jesús, hace dos mil años, sucede todos los días con la Eucaristía y la Santa Misa: la mayoría de los cristianos tiene delante suyo al mismo y único Santo Sacrificio del Altar, la renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, y continúan sus vidas como si nada hubiera pasado; asisten al Nuevo Monte Calvario, el Nuevo Gólgota, en donde el Hombre-Dios derrama su Sangre en el cáliz y entrega su Cuerpo en la Eucaristía, y siguen preocupados por los asuntos de la tierra; asisten al espectáculo más grandioso que jamás los cielos y la tierra podrían contemplar, el sacrificio del Cordero místico, la muerte y resurrección de Jesucristo en el altar, y continúan preocupados por el mundo; asisten, junto a ángeles y santos, a la obra más grandiosa que jamás Dios Trino pueda hacer, la Santa Misa, y están pensando en los afanes y trabajos cotidianos.

El acostumbramiento a la Santa Misa hace que se pierda de vista la majestuosa grandiosidad del Santo Sacramento del Altar, que esconde a Dios en la apariencia de pan, y es la razón por la cual los niños y los jóvenes, apenas terminada la instrucción catequética, abandonen para siempre la Santa Misa; es la razón por la que los adultos se cansen de un rito al que consideran vacío y rutinario, y lo abandonen, anteponiendo a la Misa los asuntos del mundo.

“¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?”, preguntan incrédulamente -y neciamente- los contemporáneos de Jesús, dejando pasar de largo y haciendo oídos sordos a la Sabiduría divina encarnada. “¿No es acaso la Misa, la de todos los domingos, la que no sirve para nada?”. Se dicen incrédulamente -y neciamente- los cristianos, dejando a la Sabiduría encarnada en el altar, haciendo vano su descenso de los cielos a la Eucaristía.

Para no caer en la misma incredulidad y necedad, imploremos la gracia no solo de no cometer el mismo error, sino ante todo de recibir la gracia de asombrarnos ante la más grandiosa manifestación del Amor divino, la Sagrada Eucaristía, Cristo Jesús, el Señor.

 

 


sábado, 29 de junio de 2024

“Talitha qum (A ti te digo, niña: levántate”)

 


(Domingo XIII - TO - Ciclo B – 2024)

         “Talitha qum (A ti te digo, niña: levántate”). (Mc 5, 2-43). En este episodio del Evangelio podemos ver uno de los más asombrosos casos de resurrección por parte de Jesús, aunque propiamente hablando, no se trate de la “resurrección” gloriosa de los muertos al fin de los tiempos, sino más bien de una re-animación del alma de la niña en su cuerpo mortal, para luego seguir viviendo en esta vida mortal. El milagro de Jesús consiste en que Él, en cuanto Hombre-Dios, le ordena al alma de la niña, quien efectivamente ya había fallecido, regresar desde el más allá y re-unificarse o re-unirse a su cuerpo; le ordena a su alma que vuelva a unirse a su cuerpo para darle vida, tal como hace toda alma con su cuerpo desde el momento de la concepción. Jesús puede hacer este milagro porque Él es Dios Hijo encarnado; Él tiene el poder necesario para hacer este milagro; Él es dueño de las almas; Él nos creó y por lo tanto, es el Dueño de todas las almas y todas las almas -todos los seres humanos- le debemos obediencia, adoración y amor por sobre todas las cosas y por sobre toda creatura.

         Otro aspecto a considerar es la muerte, puesto que es el elemento central hasta la aparición de Jesús. En la Sagrada Escritura, en el Libro de la Sabiduría, se dice: “Dios no creó la muerte[1] (…) la muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo y por el pecado del hombre”[2]. Entonces, los dos responsables de la muerte en la raza humana son el Diablo, quien al hacer caer en la tentación a Adán y Eva les hizo perder la vida de la gracia y la vida inmortal que la gracia conllevaba, y el hombre mismo, por cuanto es pecador. Dios no es autor de la muerte; por el contrario, Dios envió a su Hijo Jesucristo para que derrotara a los tres grandes enemigos del hombre: la muerte, el pecado y el Demonio.

         Precisamente, esta es la tercera consideración que podemos hacer en este Evangelio: cómo y cuándo Jesús derrota a estos tres grandes enemigos. El “cuándo” es en el Viernes Santo, en el día de la Crucifixión, en el día de la muerte de Jesús en el Calvario -aunque comienza su triunfo en el momento de la Encarnación, siendo en la Crucifixión el momento en el que este triunfo se consuma; el “cómo”, podríamos graficarlo de la siguiente manera, haciendo una aplicación de sentidos, como enseña San Ignacio de Loyola: imaginemos que estamos al pie de la Cruz, al pie de la Virgen, nos hacemos muy pequeños, la Virgen nos toma y nos introduce por el Costado abierto del Redentor, que ha sido ya traspasado por la lanza. Ingresamos a su Sagrado Corazón, según lo describen los santos y el mismo Jesús, es un “horno ardiente de Amor”, imaginemos entonces que estamos en un horno ardiente, pero con llamas que no queman sino que encienden las almas en el fuego del Divino Amor; sentimos el crepitar de las llamas que envuelven al Sagrado Corazón; escuchamos el respirar de Jesús; escuchamos y vemos los torrentes de su Sangre Preciosísima, que sin cesar se derraman por el Costado traspasado; ahora vemos cómo un frío helado, el frío de la muerte, pretende apoderarse del Cuerpo y del Corazón de Jesús, pero no lo logra, porque el calor de ese horno ardiente es tan grande, que no le deja ninguna posibilidad a la muerte de ingresar en su Cuerpo: Jesús ha vencido a la muerte; ahora una negra gangrena, que representa el pecado, insinúa apropiarse del Cuerpo de Jesús, pero no puede hacerlo ni siquiera por un instante y desaparece para siempre, dando lugar en cambio al fluir de la Sangre Preciosísima que expulsa en cada latido el Sagrado Corazón: Jesús ha vencido al pecado; por último, Satanás y el infierno todo, en un desesperado intento suicida, intentan apoderarse del Cuerpo de Jesús, pero son precipitados al instante a los más profundo del Infierno, por el poder de la Sangre gloriosa del Cordero y por las llamas de Amor del Sagrado Corazón: Jesús ha vencido a Satanás y al infierno todo. Jesús ha vencido así, desde la Cruz, en el día y el momento en el que los tres grandes enemigos de la raza humana creían haber triunfado, a estos tres -la muerte, el pecado y el demonio-, para dar paso, para nosotros, por medio de la comunicación de su Sangre Preciosísima, que brota de su Sagrado Corazón y se nos transmite a través de los sacramentos, sobre todo la Penitencia y la Eucaristía, en vez de la muerte, su Vida gloriosa y divina de Hombre-Dios; en vez del pecado, la gracia santificante en el tiempo y la gloria divina en la eternidad; en vez del Demonio, el Don de Sí mismo, de su Acto de Ser divino Trinitario y con Él, el don de las Tres Divinas Personas: nos da su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía para que, unidos a Él en el Amor del Espíritu Santo, seamos conducidos al Padre, para adorarlo por toda la eternidad.

“Talitha qum (A ti te digo, niña: levántate”). El mismo Jesús que resucitó a la niña en el Evangelio; el mismo Jesús que derrotó a la muerte, al pecado y al demonio en la Cruz, en el Monte Calvario; ese mismo Jesús está en Persona en el sagrario, en la Eucaristía y es Quien nos concederá su vida gloriosa y eterna en el Día del Juicio Final, si nos mantenemos fieles a su gracia. Le pidamos a la Virgen, Mediadora de toda Gracia, que interceda para que recibamos la gracia de unirnos y fusionarnos a ese horno ardiente que es el Sagrado Corazón de Jesús, así como el leño seco, convertido en brasa por la acción de las llamas, se fusiona y une al fuego y se convierte en uno solo con él, de tal manera que nada nos aleje de la felicidad eterna que significa adorar a su Hijo Jesús, primero en la tierra y en el tiempo y luego en el Cielo y por los siglos sin fin.



[1] Cfr. Sab 1, 13-14.

[2] Cfr. Sab 2, 23.


sábado, 22 de junio de 2024

“¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”

 


(Domingo XII - TO - Ciclo B – 2024)

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!” (Mc 35-40). En este episodio del Evangelio, suceden varios hechos significativos: mientras Jesús y los discípulos se trasladan en barca “a la otra orilla” -por indicación de Jesús-, se produce un evento climatológico inesperado, de mucha violencia, que pone en riesgo la barca y la vida de los que estaban navegando. Dice así el Evangelio: “Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla”. Como consecuencia de este huracán inesperado, la barca corría un serio peligro de hundirse; pero lo más llamativo del caso es que, en medio de la tormenta, y con las olas llenando la barca, Jesús duerme y a tal punto, que los discípulos tienen que despertarlo: “Él (Jesús) estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. (Jesús) Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento cesó y vino una gran calma”. Él les dijo: “- ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Entonces, hay dos hechos llamativos: el repentino huracán, que pone en peligro a la barca y la vida de los que están en ella y el sueño de Jesús, Quien a pesar de la violencia del viento y de las olas, duerme. Un tercer hecho llamativo es la dura reprimenda de Jesús a sus discípulos, aunque cuando reflexionamos sobre esta reprimenda de Jesús, en la misma se encuentra tal vez la razón por la cual Jesús dormía mientras la barca corría peligro de hundirse: y la razón por la cual Jesús reprende a sus discípulos es porque Él confiaba en la fe de sus discípulos; Él confiaba en que sus discípulos tendrían fe en Él y que, a través de Él, actuando como intercesores, lograrían detener la violencia de la tormenta. La fe -en Cristo Jesús- es creer en lo que no se ve, es creer en Jesús y en su poder divino, la fe es creer en Jesús en cuanto Hombre-Dios, aun cuando no lo vemos, y es por eso que Jesús duerme, porque confiaba en que sus discípulos, ante la tormenta peligrosa, actuarían como intercesores, orando y obteniendo de Él el poder de Él, de Jesús, para detener la tormenta, para calmar el viento y el mar, sin necesidad de ir a despertarlo, por eso les recrimina su falta de fe, de lo contrario, no tendría sentido esta recriminación de parte de Jesús. Y cuando reflexionamos un poco más, nos damos cuenta que así es como obraron los santos a lo largo de la historia de la Iglesia Católica: rezaron a Jesús y obtuvieron de Él innumerables milagros, actuando así como intercesores entre los hombres y el Hombre-Dios Jesucristo.

         Otro paso que debemos hacer para poder apreciar este episodio en su contenido sobrenatural es el hacer una transposición entre los elementos naturales y sensibles y los elementos preternaturales y sobrenaturales, invisibles e insensibles.

         Así, el mar embravecido representa a la historia humana en su dirección anticristiana, en su espíritu anticristiano: es el espíritu del hombre que, unido y subyugado al espíritu demoníaco, busca destruir, mediante diversas ideologías -comunismo, marxismo, ateísmo, liberalismo, nihilismo- y religiones anticristianas y falsas -budismo, hinduismo, islamismo, protestantismo, etc.- a la Iglesia Católica, ya sea mediante revoluciones, guerras civiles, atentados, o persecuciones cruentas o incruentas, etc.; el viento en forma de huracán, el viento destructivo, que embiste con violencia a la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, representa más directamente al espíritu luciferino, esta vez por medio de la Nueva Era y sus innumerables sectas y representaciones malignas y sus prácticas paganas y supersticiosas -ángeles de la Nueva Era, ocultismo, Wicca, hechicería, brujería, satanismo, esoterismo, coaching, viajes astrales, árbol de la vida, ojo turco, mano de Fátima, atrapasueños, duendes, hadas, unicornios, etc.-; la Barca de Pedro, en la que van Jesús y los discípulos, es la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que navega en los turbulentos mares del tiempo y de la historia humana hacia su destino final, la feliz eternidad en el Reino de los cielos; Jesús Dormido y recostado en un almohadón, en la popa de la Barca, es Jesús Eucaristía, Quien parece, a los sentidos del hombre, estar dormido, en el sentido de que no podemos verlo, ni escucharlo, ni sentirlo, aunque también, vistos los acontecimientos en la Iglesia y en el mundo, parecería que está dormido, pero no lo está, Jesús es Dios y está observando atentamente cómo nos comportamos, en la Iglesia y en el mundo y registra cada movimiento, cada pensamiento, cada acto, cada palabra, de manera que todo queda grabado, por así decirlo, para el Día del Juicio Final, por lo que de ninguna manera Jesús está dormido, siendo todo lo contrario, somos nosotros los que, como los discípulos en el Huerto de los Olivos, cuando Jesús les pidió que orasen con Él, en vez de orar, se quedaron dormidos, así somos la mayoría de los cristianos, estamos como dormidos, mientras que los enemigos de Dios y de la Iglesia están muy despiertos, obrando todo el mal que les es permitido obrar.

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”. El Hombre-Dios Jesucristo, oculto a nuestros sentidos, está en Persona en la Eucaristía. A Él le obedecen los Tronos, las Dominaciones, las Potestades, las Virtudes, los Ángeles, los Arcángeles; ante Él las miríadas de ángeles se postran en adoración perpetua y entonan cánticos de alabanzas y de alegría celestial; ante Él, el Cordero de Dios, los Mártires, los Doctores de la Iglesia, las Vírgenes, las multitudes de Santos, se postran en adoración y se alegran en su Presencia; ante Él, el universo se vuelve pálido y su majestad queda reducida a la nada; ante Él, el Infierno enmudece de pavor; ante Él, el viento y el agua le obedecen. Solo el hombre que vive en la tierra y más específicamente, el hombre de los últimos tiempos, no le obedece; solo el hombre de los últimos tiempos, el hombre próximo al Fin de fines -cada día que pasa es un día menos para el Día del Juicio Final-, no solo no le obedece, no solo no toma su Cruz y lo sigue por el Camino del Calvario, sino que, arrojando lejos de sí a la Cruz, la pisotea, reniega de la Cruz y sigue por un camino opuesto al Camino Real de la Cruz, un camino que lo aleja cada vez más de la salvación, un camino siniestro, oscuro, un camino en el que las sombras están vivas, porque son demonios y si el hombre no se detiene a tiempo, esas sombras vivientes serán su compañía para siempre, para siempre, y eso lo habrá merecido por la sencilla razón de no haber querido obedecer al Hombre-Dios Jesucristo, Aquel a Quien hasta el viento y el agua obedecen.


miércoles, 19 de junio de 2024

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         El Padrenuestro tiene dos características muy particulares: una, es una oración enseñada directamente por Nuestro Señor Jesucristo; la segunda, es que se vive, de manera real, substancial, ontológica, en la Santa Misa. En otras palabras, cada oración del Padrenuestro se actualiza, en el presente de cada Santa Misa, haciéndose realidad en el “hoy” y “ahora”, en su realidad substancial y ontológica, desde la eternidad y no en la mera psiquis del que reza. Es como si, al rezar el Padrenuestro en la Santa Misa, cada una de sus oraciones se hiciera presente, se actualizara, desde la eternidad, en el presente del momento en el que se celebra la Santa Misa. Veamos y contemplemos cada una de sus oraciones.

         “Padre nuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos a Dios, nuestro Padre del cielo; en la Santa Misa, Dios Padre se hace Presente, en Persona, porque en la Santa Misa el altar ya no es más fracción de piedra, de madera o de cemento, sino que es el Cielo mismo y el Cielo eterno es en donde mora Dios, nuestro Padre celestial, que se hace Presente en Persona en la Santa Misa.

         “Santificado sea Tu Nombre”: en la Santa Misa pedimos que el Nombre Tres veces Santo de Dios sea santificado y esa petición se hace realidad y se cumple por medio del Santo Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, puesto que la Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, Santo Sacrificio por el cual el Hombre-Dios Jesucristo glorifica y santifica el Nombre Santísimo de Dios.

         “Venga a nosotros Tu Reino”: en el Padrenuestro pedimos que el Reino de Dios venga a nosotros; en la Santa Misa ese pedido se hace realidad, porque el altar se convierte en el Cielo, que es el Reino de Dios, pero también hay algo infinitamente más grande que el Reino de Dios y es que por la Santa Misa viene a nosotros el Rey del Reino de Dios, Jesucristo, Rey de cielos y tierra, Rey de los ángeles y de los hombres.

         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo”: en el Padrenuestro pedimos que la voluntad santísima de Dios se cumpla y este pedido se cumple en la Santa Misa, porque la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y como la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, el Sacrificio del Cordero de Dios, por medio del cual los hombres se salvan, es Jesucristo Quien cumple a la perfección la voluntad de Dios, salvando a los hombres que aceptan ser salvados por su Sangre y por su gracia santificante.

         “Danos hoy el pan de cada día”: en el Padrenuestro pedimos que no nos falte el pan de cada día y ese pedido se hace realidad en la Santa Misa, porque Dios, en su Divina Providencia, nos asiste para que no nos falte el pan material, el pan de trigo, amasado y cocido y horneado en el fuego, pero también se cumple algo que ni siquiera imaginamos y que ni siquiera osamos pedir y que sin embargo el Divino Amor del Padre nos lo concede y es el Pan de Vida Eterna, el Pan hecho con el Trigo Santo que es el Cuerpo de Cristo, triturado en la Pasión y cocido y glorificado en la Resurrección, Pan que es el Manjar de los Ángeles, que es alimento celestial para el alma, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.

         “Perdona nuestras ofensas”: en el Padrenuestro pedimos perdón y esto se cumple incluso antes de que formulemos el pedido de perdón, porque antes de pedir perdón, Dios Padre nos envía en la Santa Misa a su Hijo crucificado como signo de su perdón y de su Amor Misericordioso, ya que a través de su Corazón traspasado y a través de sus Llagas abiertas brota su Sangre Preciosísima y su Sangre sirve de vehículo, por así decirlo, del Espíritu Santo, del Divino Amor, con el cual Dios no solo nos perdona, sino que nos sumerge en lo más profundo de su Sagrado Corazón.

         “Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en el Padrenuestro hacemos a Dios el propósito de perdonar a los que nos ofenden y como Dios sabe que no tenemos fuerza para hacerlo porque somos débiles, nos concede, a través de Jesús Eucaristía, la fuerza del Divino Amor necesaria no solo para perdonar, como Dios nos perdona, sino para amar a nuestros enemigos, así como Dios nos amó, siendo nosotros sus enemigos, cuando crucificamos a su Hijo en la Cruz por el pecado.

         “No nos dejes caer en la tentación”: esta petición también se cumple en la Santa Misa, porque es verdad lo que dice Nuestro Señor en el Evangelio: “Sin Mí, nada podéis hacer”; es decir, sin la ayuda de Jesús, nada podemos hacer; sin la gracia de Jesucristo, no podemos resistir ni a la más mínima tentación, por eso Dios nos concede, en la Eucaristía, la fuerza misma del Hombre-Dios Jesucristo, no solo para no caer en la tentación, sino para incluso para adquirir toda clase de virtudes y dones.

         “Y líbranos del mal”: esta petición se cumple en la Santa Misa, porque siendo la renovación del Santo Sacrificio de la Cruz, es allí donde Jesús derrota para siempre al Príncipe de las tinieblas, al Ángel caído, a Satanás, al Diablo y a todo el Infierno junto, venciéndolo para siempre con su poder divino y con la fuerza de la Cruz, haciendo partícipes de su victoria a su Santa Madre, María Santísima y a todo hombre que por la gracia se asocie a la Santa Cruz.

         Por todas estas razones, el Padrenuestro se vive en la Santa Misa.


jueves, 13 de junio de 2024

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”

 

(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)


(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza” (Lc 13, 18-21). Jesús compara al Reino de Dios con una semilla de mostaza. Para poder entender esta parábola de Jesús, lo que debemos hacer es reemplazar los elementos naturales y sensibles de la imagen, por los elementos sobrenaturales e invisibles. Los elementos naturales y sensibles son: una semilla de mostaza, la cual, en sus inicios, es pequeña; luego, al final de su desarrollo, se convierte en un árbol grande y frondoso; luego, tenemos los pájaros del cielo, que van a hacer nido en la semilla de mostaza ya convertida en árbol. Una vez que tenemos los elementos naturales y sensibles, nos preguntamos qué es lo que representan cada uno de estos elementos, desde el punto de vista invisible y sobrenatural. Entonces, ¿qué representa cada imagen? La semilla de mostaza, tal como es en sí, pequeña, representa al alma humana, la cual en sí misma es pequeña, cuando se la compara con las naturalezas angélica o divina y es todavía más pequeña –los santos la llaman “nada más pecado”- cuando el alma tiene en sí el pecado original o cualquier otro pecado; la semilla de mostaza convertida en árbol, es el mismo hombre, pero ya sin el pecado, y además tiene consigo la gracia santificante, la cual actúa como el agua y el sol sobre la semilla: así como el agua y el sol permiten que la semilla se convierta en árbol, así la gracia permite que el alma crezca en santidad y en gracia, hasta llegar a configurarse al Hombre-Dios Jesucristo, porque eso es lo que simboliza el árbol de mostaza, simboliza al alma que, por la gracia, se configura con Jesucristo. Por último, están los pájaros del cielo, que van a hacer nido en el árbol. ¿Qué representan estos pájaros? Podemos decir que estos pájaros son tres -aunque no lo dice el Evangelio- y, por lo tanto, si son tres, representan a las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que van a hacer morada en el alma en gracia. Es decir, las Tres Divinas Personas, que habitualmente viven en los cielos eternos, aman tanto al alma en gracia, que dejan el cielo, por así decirlo, para ir a morar, a habitar, en el alma en gracia.

Esto nos lleva entonces a hacer una breve consideración acerca de la inhabitación trinitaria, un concepto -y más que un concepto, una realidad, de la cual se extrae el concepto- que es único y exclusivo de la Iglesia Católica, según el cual Dios, que es Uno en naturaleza y Trino en Personas, inhabita -in-habita, habita en, habita dentro de- en el corazón del alma que está en estado de gracia santificante[1], es decir, la inhabitación trinitaria es la presencia de la Santísima Trinidad en el alma del que está en gracia de Dios, gracia que nos comunican los sacramentos, lo cual a su vez nos lleva a comprender el porqué los santos y mártires preferían la muerte terrenal antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado, antes que perder la gracia, porque comprendían que no hay nada más grandioso, majestuoso, maravilloso, hermoso, infinitamente incomprensible, que la inhabitación trinitaria, ya que es mucho más que vivir anticipadamente en la tierra como si se estuviera en el Cielo: muchísimo más que eso, porque Dios Trinidad, a Quien los cielos no pueden contener, debido a su infinita majestad, baja desde el Cielo, por así decirlo, en sus Tres Divinas Personas, para venir a inhabitar en el corazón del alma que las reciba en estado de gracia, con amor, con fe, con piedad, con devoción y con humildad, reconociendo ante todo su nada y su bajeza y su indignidad y la nada que ha hecho para merecer semejante regalo de su majestad divina, la Santísima Trinidad, que por medio de la Comunión del Cuerpo y Sangre del Hijo, en la Eucaristía, viene con Él el Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo, para unirnos, con el Hijo, en el Amor Divino, al Padre. Para el alma en gracia, la Santísima Trinidad se abandona, por así decirlo, para que el alma se goce en el conocimiento y en el amor de las Tres Divinas Personas que inhabitan en ella. Hay, entonces, por parte de la Trinidad, como un abandono de sí y una invitación al alma a gozar amigablemente de la presencia del amigo, es decir, de la Presencia de Dios Trinidad, que ha considerado al alma como a su amigo por la gracia. Es lo que enseña Santo Tomás, quien dice así: “no se dice que poseemos verdaderamente sino aquello de lo cual libremente podemos usar y disfrutar”. Este efecto, el “usar y disfrutar” -de la amistad de las Tres Divinas Personas, se entiende-, que existe sólo en las almas de los justos, es un efecto asimilador, que imprime en el alma una imagen de la Trinidad mucho más perfecta de la que ha dejado en el alma el acto creador, porque reproduce rasgos más particulares de las Personas Divinas, por la ley de la apropiación, por ejemplo: el don de sabiduría, que nos hace conocer a Dios, como Dios se conoce a Sí mismo, es propiamente representativo del Hijo; y el amor de caridad que nos permite amar a Dios, como Dios se ama a Sí mismo, es propiamente representativo del Espíritu Santo. Es decir, por el don de la Sabiduría, conocemos a Dios como Dios se conoce a Sí mismo; por el don de caridad, el alma ama a Dios como Dios se ama a Sí mismo. Y por la Sabiduría y la Caridad conocemos al Padre, que es la Persona Primera de la Trinidad, Principio sin Principio de la Sabiduría y de la Caridad, del Hijo y del Espíritu Santo. Por la inhabitación de la Trinidad entonces, conocemos al Padre en el Hijo y lo amamos en el Amor del Espíritu Santo.

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”. Apreciemos entonces la gracia santificante, que nos comunican los sacramentos, sobre todo el Sacramento de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía, gracia santificante que es la que nos permite configurarnos con Cristo y es la que convierte al alma en morada de la Santísima Trinidad.

 



[1] Cfr. https://www.mercaba.org/FICHAS/iveargentina/INHABITACION.htm#:~:text=La%20inhabitaci%C3%B3n%20trinitaria%20es%20la,de%20fe%20divina%20y%20cat%C3%B3lica.&text=Guarda%20el%20buen%20dep%C3%B3sito%20por,(2Tim%201%2C14).   El valor teológico de esta afirmación: es una verdad de fe divina y católica. El testimonio de la Sagrada Escritura es claro y constante. Y va desde las promesas y afirmaciones más genéricas hasta las afirmaciones más contundentes, por ejemplo: Si alguno me ama... mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos mansión (Jn 14,23); Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él (1 Jn 4,16); ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?... El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros (1Co 3,16-17); ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios? (1Co 6,19); Vosotros sois templo de Dios vivo (2Co 6,16);  Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu Santo, que mora en nosotros (2Tim 1,14). Cfr. también Rom 8,9-11. En el Magisterio encontramos entre otros testimonios: Pío XII, en la Mystici Corporis: “Adviertan que aquí se trata de un misterio oculto, el cual, mientras estemos en este destierro terrenal, de ningún modo se podrá penetrar con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinas Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimiento y el amor, aunque completamente íntimo y singular, absolutamente sobrenatural” (D-H, 3814). El texto citado de Pío XII, que se apoya en Santo Tomás, señala que la inhabitación envuelve dos cosas: la inhabitación es un hecho ontológico y psicológico, y antes ontológico que psicológico.