Mostrando entradas con la etiqueta masonería. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta masonería. Mostrar todas las entradas

miércoles, 15 de mayo de 2024

Solemnidad de Pentecostés


 


(Solemnidad de Pentecostés - Ciclo B – 2024)

         “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20, 19-23). Después de resucitar y ascender al Cielo, Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos, esta vez para hacerles el Don de los dones, el Amor Divino, la Tercera Persona de la Trinidad, la Persona Divina que une al Padre y al Hijo desde la eternidad en el Divino Amor, el Espíritu Santo. Haciendo esto, cumple lo que había prometido antes en su Pasión: “Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes” (Jn 16, 7). Era necesario y conveniente, porque formaba parte del misterio pascual de muerte y resurrección, que Nuestro Señor muriese en la Cruz, para luego ya resucitado y ascendido, enviar al Divino Amor, el Espíritu Santo. La razón del Don del Espíritu Santo, el Divino Amor, no es otra que el mismo Divino Amor: fue por el Divino Amor que se encarnó en María Santísima y vino a nuestro mundo, a nuestra historia y nuestra tierra; fue por el Divino Amor que sufrió su dolorosísima Pasión y Muerte en Cruz; ahora, movido por ese mismo Divino Amor, ya resucitado, sopla en el seno de la Iglesia al Divino Amor, para que por este Amor, su Iglesia Santa obre en su Memoria y anuncie el Evangelio y propague la Eucaristía por todo el orbe de la tierra, para la salvación de las almas.

         Ahora bien, el Espíritu Santo, el Divino Amor, está representado como paloma, como fuego, como viento divino, pero es una Persona, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y obrará por lo tanto como Persona, con la Inteligencia y la Voluntad divinas propias de cada Persona de la Trinidad. ¿Qué obras hará el Espíritu Santo en la Iglesia? Hará diversas obras.

         El Amor de Dios unirá a los hijos de Dios en un solo Cuerpo, el Cuerpo Eucarístico de Cristo, para así conducirlos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, para la eternidad.

         El Espíritu Santo donará al Cuerpo Místico de Cristo un alma y así el Alma de la Iglesia, el Espíritu Santo, será su alma, de ahí que el Amor de Dios es el Único Motor del movimiento de los hijos de Dios. De la misma manera a como el Cuerpo muerto de Jesús fue vivificado y resucitado por el Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, así el Cuerpo Místico de Cristo, formado por los bautizados sacramentalmente, recibirá en Pentecostés al Divino Amor, el cual obrará en los bautizados como “Alma del alma”. Es por esta razón que el Divino Amor es la esencia y el espíritu de la Iglesia y es por esto que quien en la Iglesia no ame como Cristo mandó amar -hasta la muerte de Cruz y con el Amor del Espíritu Santo-, no obra movido por el Espíritu Santo, sino por otro espíritu, sea el espíritu humano o el espíritu del mal, el Ángel caído, Satanás. Ese cristiano puede asistir a misas, procesiones, reuniones, etc., pero si no actúa movido por el Divino Amor, obra por fuera del Espíritu de la Iglesia.

         El Espíritu Santo obrará en los bautizados ejerciendo en ellos una sobrenatural función pedagógica y catequética, iluminando sus inteligencias para que puedan comprender y entender los misterios de Cristo, ya que antes de su Pasión, el Evangelio revela que los discípulos “no entendían” lo que Jesús les decía sobre su divinidad y su misión mesiánica; además, encenderá en sus corazones la Llama del Divino Amor, para que los bautizados, santificados por la gracia, puedan llegar al extremo de dar la vida por amor a Cristo, tal como lo hicieron los santos y mártires a lo largo de toda la historia de la Iglesia Católica.

         El Espíritu Santo les concederá por lo tanto un conocimiento y un amor de Cristo sobrenaturales: “Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho” (Jn 14, 26). Esta doble función, pedagógica -enseñar- y mnemónica -recordar- no se limitará al mero aumento de las capacidades naturales de los discípulos de conocer y recordar, sino que dará una nueva capacidad de entendimiento y de memoria, una capacidad divina, derivada de la participación de las virtudes sobrenaturales provenientes de la Trinidad. El Espíritu Santo los instruirá en los misterios del Hombre-Dios Jesucristo, de manera que comprenderán que Quien nació en Belén era el Verbo del Padre, Encarnado en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth, el cual prolonga su Encarnación en la Eucaristía y así serán capaces de reconocer al Hombre-Dios oculto en las apariencias de pan y vino. Si en el Evangelio lo confundieron con un “fantasma” cuando lo vieron caminar sobre las aguas, ahora, por la función pedagógica, cognitiva y mnemónica del Espíritu Santo, los bautizados de todos los tiempos de la Iglesia Católica lo reconocerán como al Hijo de Dios encarnado, Presente en Persona en la Sagrada Eucaristía, que camina en el tiempo y en la historia humanos con la Iglesia Militante acompañándola hacia la unión con la Iglesia Triunfante en la eternidad.

Solo de esta manera, mediante la iluminación del Espíritu Santo, la Iglesia de todos los tiempos estará en condiciones de entender la majestad, la grandeza y la sublimidad sobrenaturales de los misterios sobrenaturales absolutos del Hombre-Dios, desde su Encarnación, pasando por los milagros realizados en el Evangelio y a lo largo de la historia, hasta su Resurrección, glorificación y Ascensión.

El Espíritu Santo les recordará que Jesús les había prometido “quedarse con ellos todos los días hasta el fin del mundo” y así la Iglesia entenderá que esta promesa se cumple en la Eucaristía, porque en la Eucaristía está Presente en Persona el Hombre-Dios Jesucristo.

El Espíritu Santo permitirá que los bautizados sean capaces de contemplar la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, es decir, podrán contemplar el Milagro de los milagros, la transubstanciación, obrada en Persona por el Sumo Sacerdote Jesucristo, Quien es el que con su poder divino obra el milagro por medio de la frágil voz del sacerdote ministerial.

El Espíritu Santo permitirá a los bautizados comprender que el cuerpo del hombre ya no le pertenece a partir del Bautismo sacramental, porque en el Bautismo el cuerpo del hombre es convertido en templo del Espíritu Santo, templo sagrado que no debe ser profanado ya que si se lo profana -a través del alcohol, las substancias prohibidas, las incisiones o tatuajes, o cualquier clase de pecado-, se profana a la Persona del Espíritu Santo que es la dueña de ese cuerpo y se profana también el corazón de ese templo, que por el Espíritu Santo fue convertido en altar sobre el que debe ser adorada solamente el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

El Espíritu Santo permitirá comprender el misterio sobrenatural de los Sacramentos, como por ejemplo en la Confesión, en donde el alma es purificada de sus pecados por la Sangre del Cordero derramada en la Cruz, o el Sacramento de la Confirmación, mediante el cual el confirmando recibe a la Persona Tercera de la Trinidad, precisamente, al Espíritu Santo. También hará comprender el valor inapreciable de la gracia santificante, la cual hace partícipe al alma de la naturaleza y del Acto de Ser divino trinitario, comprensión que alcanzaron los santos y mártires y explica porqué estos santos y mártires preferían “morir antes que pecar”, porque comprendían el valor inestimable de la gracia santificante concedida por los Sacramentos. También hará comprender el inmenso poder de destrucción que posee el pecado, el cual puede matar no el cuerpo sino el alma del hombre, quitándole la vida de la gracia, cuando el pecado es mortal. También hará comprender cómo el pecado del hombre incide en el Cuerpo de Cristo golpeándolo, lastimándolo, abriéndole grandes heridas y haciendo brotar su Preciosísima Sangre, hasta crucificarlo; el Espíritu Santo permitirá al bautizado comprender cómo fueron sus pecados personales los que crucificaron y dieron muerte al Hombre-Dios Jesucristo. El Espíritu Santo permitirá que el bautizado comprenda que sus pecados personales, si bien son insensibles e indoloros para él, sin embargo se traducen en el Cuerpo de Cristo en golpes en su Sagrado Rostro, en hematomas, en flagelaciones, en la coronación de espinas. También el Espíritu Santo concederá a los bautizados el verdadero arrepentimiento, el arrepentimiento perfecto, la contrición del corazón, el arrepentimiento de los pecados que hace que el hombre prefiera la muerte antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado.  

El Espíritu Santo permitirá a los bautizados contemplar a la Santa Misa como lo que es, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, en la cual el Hombre-Dios Jesucristo, por medio de la transubstanciación, convierte el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre y de esa manera, quien sea iluminado por el Espíritu Santo, dejará de tener la visión puramente humana y falsificada de la Santa Misa, visión según la cual la Misa es una ceremonia religiosa “aburrida” y que por lo tanto se la debe reformar para que sea “divertida”; el Espíritu Santo hará comprender que la Santa Misa es un misterio sobrenatural absoluto, proveniente de la majestad divina de la Santísima Trinidad y no una ceremonia humana creada para que sea divertida y “temática”, visión que además de falsa es blasfema.

El Espíritu Santo también enseñará que comulgar no es hacer una fila para recibir un pan bendecido en una ceremonia religiosa, sino la unión, por el Espíritu Santo, al Cuerpo de Cristo, para ser inmolados en Él y por Él y así ser presentados al Padre como ofrendas sagradas. Por esta razón, quien comulga, nunca debe hacerlo de manera mecánica, sino que debe meditar en este misterio divino y, movido por el Divino Amor, hacer un acto de amor y de adoración al Cristo Eucarístico, tanto antes como después de comulgar.

El Espíritu Santo también instruirá a los bautizados acerca de la Santidad Increada de la Santísima Trinidad y por lo tanto de la Sagrada Eucaristía, santidad que se comunica a la Esposa Mística del Cordero, la Santa Iglesia Católica; santidad que se opone radicalmente al mundo, que está bajo el influjo del maligno, del Ángel caído, Satanás y también del Anticristo y de la Bestia como pantera, la Masonería, en la cual trabajan los hombres malvados aliados del espíritu maligno de Lucifer.

Por último, el Don del Espíritu Santo en Pentecostés, se renueva en cada comunión eucarística, porque en cada comunión eucarística el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús sopla sobre el alma de quien lo recibe en gracia, con fe, con amor, con piedad y devoción, al Espíritu Santo, convirtiendo así cada comunión eucarística en un pequeño Pentecostés personal. El fin último de este don del Espíritu Santo a través de la comunión eucarística no es otro que el aumentar, segundo a segundo, el Amor Divino en el alma hacia Jesús Eucaristía.

Esta es la obra que hace el Espíritu Santo desde Pentecostés, y la seguirá obrando hasta el fin de los tiempos, hasta el Día del Juicio Final.

 

viernes, 19 de noviembre de 2021

“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca”

 


“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca” (Lc 21, 29-33). Jesús profetiza acerca de dos eventos futuros: la destrucción del templo y de Jerusalén y su Segunda Venida en la gloria. El primer evento será local y los discípulos tendrán tiempo para huir en dirección opuesta al lugar en donde sucederá, para poder ponerse a salvo y ocurrirá en un momento determinado: “antes de que pase esta generación”. Esto ocurrió efectivamente en el año 70 d. C., luego de que las tropas del emperador romano sitiaran y luego arrasaran a Jerusalén y al templo. El segundo evento, su Segunda Venida en la gloria, no tiene un tiempo determinado, puesto que “nadie sabe ni la hora ni el día, excepto el Padre” y será un evento universal, pues comparecerá toda la humanidad ante Cristo, quien vendrá como Justo y Eterno Juez, para conducir a los buenos al Reino de los cielos y para condenar a los malos al Infierno eterno; al ser universal, de este evento nadie podrá “escapar”, por así decir, puesto que será el Juicio Final para toda la humanidad en general y para cada ser humano en particular.

Si bien Jesús no da una fecha para su Segunda Venida, sí da las señales que la precederán: “se oscurecerán el sol y la luna, los astros caerán”, habrá guerras, terremotos, tempestades, pestes, hambrunas, aparecerán falsos mesías, falsos cristos y, finalmente, precederá inmediatamente su Segunda Venida la última persecución sangrienta contra la Iglesia –anunciada en el número 675 del Catecismo- y la “abominación de la desolación”, es decir, la supresión del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, con la aparición del Anticristo, su auto-proclamación como Cristo y la entronización de un ídolo demoníaco, todo lo cual “conmoverá el cimiento de la fe” de muchos bautizados, provocando la apostasía de una gran cantidad de fieles. La apostasía hará que los fieles dejen de adorar a Cristo en la Eucaristía y dejen de adorar a la Santísima Trinidad, para adorar al Anticristo y a la tríada satánica: la Bestia –la Masonería-, el Dragón rojo del Apocalipsis –el Comunismo, que se implantará en todo el mundo como un Estado Comunista Universal, que es en eso en lo que consiste el Nuevo Orden Mundial anticristiano- y el Anticristo, cuyo camino al poder y al trono pontificio será allanado por el Falso Profeta.

“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca”. Sólo la oración –sobre todo el Santo Rosario-, la Adoración Eucarística, la Conversión Eucarística, la frecuencia de la Confesión sacramental, la Comunión en gracia, con fe, devoción, piedad y amor, nos darán la luz divina suficiente para discernir la proximidad del Reino de los cielos y la inminencia del Día de la Ira de Dios.

jueves, 2 de septiembre de 2021

“Amad a vuestros enemigos”


 

 (Lc 6, 27-38). Frente a este mandato de Jesús, es necesario responder a tres preguntas, para comprender su alcance. Estas preguntas son: ¿por qué Jesús manda “amar a los enemigos”?; ¿de qué manera se puede cumplir este mandato?; por último, ¿el mandato obliga para toda clase de enemigos?

A la primera pregunta, hay que responder que Jesús manda amar al enemigo, porque de esa manera imitamos a Dios Padre, quien nos amó a nosotros, que éramos sus enemigos por el pecado y que por el pecado crucificamos y dimos muerte de cruz a su Hijo Jesucristo: al amar a los enemigos, imitamos a Dios Padre quien no sólo no nos castigó por dar muerte a su Hijo en la cruz, sino que nos perdonó por la Sangre de su Hijo y nos convirtió en hijos adoptivos suyos y en herederos del Reino.

A la segunda pregunta, acerca de la manera en que debemos amar al enemigo, la contestamos contemplando a Cristo crucificado, porque así es como nos amó Jesucristo y al contemplarlo crucificado, nos damos cuenta de que nos amó hasta la muerte de cruz y con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Entonces, así debemos amar a nuestros enemigos: hasta la muerte de cruz y con el Amor Divino, el Espíritu Santo, que se nos concede cada vez que recibimos, por la Comunión, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

Por último, la tercera pregunta, acerca de a qué clase de enemigos hay que amar, hay que decir que se debe amar al enemigo personal, es decir, al ser humano que, por algún motivo circunstancial, se ha convertido en nuestro enemigo personal, pero este mandamiento del amor al enemigo no se aplica para los enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia, como por ejemplo, el Comunismo, la Masonería, el Satanismo. A esos enemigos, ideológicos y espirituales, se los debe combatir con las armas espirituales –la Santa Misa, el Rosario, la Adoración Eucarística-, pero de ninguna manera se los debe amar. Es decir, puedo amar al verdugo comunista, pero no al Partido Comunista, al cual debo combatir; puedo amar al asesino masón, pero no a la Masonería, a la cual debo combatir; puedo amar y pedir la conversión de quien practica la brujería, pero debo combatir a Satanás, amparado en la fuerza de la cruz. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando nos dice que debemos “amar al enemigo”.

viernes, 21 de julio de 2017

“Un hombre sembró trigo (...) y su enemigo la cizaña”


(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2017)
         “Un hombre sembró trigo (...) y su enemigo la cizaña” (Mt 13, 24-43). Jesús utiliza la figura de un hombre que posee un campo y que siembra una buena semilla de trigo. Al caer la noche, su enemigo, que lo odiaba, entra sigilosamente en su campo y siembra cizaña en medio del trigo. Para comprender la parábola, es necesario detenernos un instante en la consideración de qué es la cizaña: la cizaña es muy similar exteriormente al trigo, pero la diferencia es que es esta es inútil para la alimentación, por lo que para lo único que sirve es para ser arrojada al fuego. El enemigo del hombre de la parábola, lo odiaba tanto, que en su odio había ideado un plan perverso para arruinar económicamente a aquel que tanto odiaba, y era volver inútil el sembrado de trigo, sembrando la cizaña: pensaba que al crecer juntos le trigo y la cizaña, el hombre no se tomaría el trabajo de separarlos, mandaría a quemar toda la cosecha, y se vería arruinado económicamente y esa es la razón por la cual siembra la cizaña en medio del trigo. Hecha esta consideración, continuamos con la parábola, que nos dice que, con el tiempo, parecen cumplirse los deseos perversos del enemigo del hombre, ya que empezaron a crecer las semillas de trigo, pero también las de la cizaña, lo que llevó a los criados a preguntarle al amo si quería que la arrancaran, a lo que el amo –que sabía que era su enemigo el que le había provocado este daño- les contesta que no, porque al arrancar la cizaña, se podría arrancar también el trigo. Les dice entonces que los dejen crecer juntos hasta la siega; allí se les dirá a los segadores que arranquen primero la cizaña, que la aten en gavillas y que la arrojen al fuego, mientras que el trigo será almacenado en el granero. De esa manera, el hombre destruye y frustra el plan maligno que su enemigo había trazado para él.
         La parábola, que es explicada por el mismo Jesús, se comprende cuando se atribuyen personas y roles a los elementos presentes en la parábola: “el que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores son los ángeles”.
         Con esta parábola, entonces, Jesús describe qué es lo que sucederá en el Día del Juicio Final: los buenos, aquellos que se saben pecadores pero que a pesar de esto luchan para combatir el pecado y perseverar hasta el final en la gracia, en la negación de sí mismos y en el seguir a Jesús por el camino de la Cruz, serán llevados al Cielo; los malos, los que negando la gracia de la conversión persistan en el mal querido y deseado voluntariamente, como forma de rebelión contra Dios, Bondad infinita, participando voluntariamente de la rebelión del Demonio contra Dios en los cielos, serán condenados en el Infierno, aunque nadie caerá en el Infierno sin saberlo, y nadie irá al Cielo sin desearlo; todos irán al destino eterno que libremente eligieron por sus obras hechas en plena conciencia, buenas o malas. Dice el libro de la Sabiduría: “Los justos vivirán eternamente: recibirán de la mano del Señor un reino espléndido y una maravillosa diadema”[1]. Pero a los que antepusieron la maldad a la bondad, los bienes perecederos a los bienes eternos, el pecado a la gracia, se preguntarán, una vez que ya hayan sido condenados, una vez que estén ya en el lago de fuego infernal: “¿De qué nos sirve el orgullo? ¿Qué utilidad no ha reportado la vanidad de las riquezas? Todo esto se ha desvanecido como una sombra, ha desaparecido como ligera posta, como la huella de un navío en el agua… hubimos nacido apenas y dejamos de existir… y en nuestra malicia nos consumiremos”[2].
Mientras los buenos, los que perseveren en la gracia, serán llevados al cielo, los malos, los que voluntariamente quisieron hacer el mal para apartarse de Dios, serán conducidos al Infierno; en ese momento los malvados se darán cuenta, aunque ya muy tarde, que la gracia era el bien más valioso de esta vida, y que todos los bienes malhabidos, por inmensos que hubieran sido, ya no existen más, y que sólo tienen con ellos el odio a Dios, al Demonio, a los ángeles caídos, a los otros condenados, además del dolor insoportable causado por el fuego, dolor del que se darán cuenta, en el instante en que comienzan a percibirlo, que nunca jamás habrá de finalizar. Que el Infierno sea un lugar real y para siempre, nos lo enseña el Magisterio de la Iglesia y también los santos de la Iglesia Católica, como Santa Verónica Giuliani[3], quien así lo describe: “En un momento, me encontré en un lugar oscuro, profundo y pestilente; escuché voces de toros, rebuznos de burros, rugidos de leones, silbidos de serpientes, confusiones de voces espantosas y truenos grandes que me dieron terror y me asustaron. También vi relámpagos de fuego y humo denso. ¡Despacio! que todavía esto no es nada. Me pareció ver una gran montaña como formada toda por una enrome cantidad de víboras, serpientes y basiliscos entrelazados en cantidades infinitas; no se distinguía uno de las otras. La montaña viva era un clamor de maldiciones horribles. Se escuchaba por debajo de ellos maldiciones y voces espantosas. Me volví a mis Ángeles y les pregunté qué eran aquellas voces; y me dijeron que eran voces de las almas que serían atormentadas por mucho tiempo, y que dicho lugar era el más frío. En efecto, se abrió enseguida aquel gran monte, ¡y me pareció verlo todo lleno de almas y demonios! ¡En gran número! Estaban aquellas almas pegadas como si fueran una sola cosa y los demonios las tenían bien atadas a ellos con cadenas de fuego, que almas y demonios son una cosa misma, y cada alma tiene encima tantos demonios que apenas se distinguía. El modo en que las vi no puedo describirlo; sólo lo he descrito así para hacerme entender, pero no es nada comparado con lo que es. Fui transportada a otro monte, donde estaban toros y caballos desenfrenados los cuales parecía que se estuvieran mordiendo como perros enojados. A estos animales les salía fuego de los ojos, de la boca y de la nariz; sus dientes parecían agudísimas espadas afiladas que después reducían a pedazos todo aquello que les entraba por la boca; incluso aquellos que mordían y devoraban las almas. ¡Qué alaridos y qué terror se sentía! No se detenían nunca, fue cuando entendí que permanecían siempre así. Vi después otros montes más despiadados; pero es imposible describirlos, la mente humana no podría nunca comprender. En medio de este lugar, vi un trono altísimo, larguísimo, horrible ¡y compuesto por demonios! Más espantoso que el infierno, ¡y en medio de ellos había una silla formada por demonios, los jefes y el principal! Ahí es donde se sienta Lucifer, espantoso, horroroso. ¡Oh Dios! ¡Qué figura tan horrenda! Sobrepasa la fealdad de todos los otros demonios; parecía que tuviera una capa formada de cien capas, y que ésta se encontrara llena de picos bien largos, en la cima de cada una tenía un ojo, grande como el lomo de un buey, y mandaba saetas ardientes que quemaban todo el infierno. Y con todo que es un lugar tan grande y con tantos millones y millones de almas y de demonios, todos ven esta mirada, todos padecen tormentos sobre tormentos del mismo Lucifer. Él los ve a todos y todos lo ven a él. Aquí, mis Ángeles me hicieron entender que, como en el Paraíso, la vista de Dios, cara a cara, vuelve bienaventurados y contentos a todos alrededor, así en el infierno, la fea cara de Lucifer, de este monstruo infernal, es tormento para todas las almas. Ven todas, cara a cara el Enemigo de Dios; y habiendo para siempre perdido Dios, y no tenerlo nunca, nunca más podrán gozarlo en forma plena. Lucifer lo tiene en sí, y de él se desprende de modo que todos los condenados participan de ello. Él blasfema y todos blasfeman; él maldice y todos maldicen; él atormenta y todos atormentan. - ¿Y por cuánto será esto?, pregunté a mis Ángeles. Ellos me respondieron: - Para siempre, por toda la eternidad. ¡Oh Dios! No puedo decir nada de aquello que he visto y entendido; con palabras no se dice nada. Aquí, enseguida, me hicieron ver el cojín donde estaba sentado Lucifer, donde eso está apoyado en el trono. Era el alma de Judas. Y bajo sus pies había otro cojín bien grande, todo desgarrado y marcado. Me hicieron entender que estas almas eran almas de religiosos; abriéndose el trono, me pareció ver entre aquellos demonios que estaban debajo de la silla una gran cantidad de almas. Y entonces pregunte a mis Ángeles: - ¿Y estos quiénes son? Y ellos me dijeron que eran Prelados, Jefes de Iglesia y de Superiores de Religión. ¡Oh Dios!!!! Cada alma sufre en un momento todo aquello que sufren las almas de los otros condenados; me pareció comprender que ¡mi visita fue un tormento para todos los demonios y todas las almas del infierno! Venían conmigo mis Ángeles, pero de incógnito estaba conmigo mi querida Mamá, María Santísima, porque sin Ella me hubiera muerto del susto. No digo más, no puedo decir nada. Todo aquello que he dicho es nada, todo aquello que he escuchado decir a los predicadores es nada. El infierno no se entiende, ni tampoco se podrá aprender la acerbidad de sus penas y sus tormentos. Esta visión me ha ayudado mucho, me hizo decidir de verdad a despegarme de todo y a hacer mis obras con más perfección, sin ser descuidada. En el infierno hay lugar para todos, y estará el mío si no cambio vida. ¡Sea todo a gloria de Dios, según la voluntad de Dios, por Dios y con Dios!”.
Otro elemento que debemos considerar es que en la cizaña están representados los que voluntariamente viven alejados de Dios, mientras que en el trigo, están simbolizados quienes viven en gracia, pues Jesús mismo, se compara a sí mismo con un grano de trigo, cuando dice que “el grano de trigo debe caer en tierra para dar fruto”, ya  que ése es Él que muere en la cruz y da el fruto de  la Resurrección. Y así como Jesús, cuyo Cuerpo es trigo que es molido en la Pasión y cocido en el Fuego del Espíritu Santo en la Resurrección, para ser donado como Pan de Vida eterna en el altar eucarístico, así también, sus seguidores, quienes sean cristianos no solo de nombre sino de obra también, son comparados con el trigo de la parábola, porque por la gracia, los cristianos son unidos a Él y participan de su Pasión redentora, convirtiéndose en corredentores de sus hermanos.
Jesús es el Dueño del mundo, el Creador del universo, tanto visible como invisible, y Él siembra la semilla buena de la gracia en los corazones de los hombres para que, participando de su divinidad, se unan a Él en su sacrificio redentor y se ofrezcan como trigo limpio y puro para ser convertidos en otros tantos cristos, ofrecidos al Padre en el Santo Sacrificio del altar, para la salvación de los hombres. Así como Jesús, que es trigo molido en la Pasión y cocido en el Fuego del Espíritu Santo, se convierte en Pan de Vida eterna, ofrecido al Padre como sacrificio purísimo y perfectísimo en expiación por los pecados del mundo, así también los cristianos que, por la gracia, se convierten en otros cristos, al unirse a su Cuerpo Místico por el Espíritu Santo, y son ofrecidos por María Virgen al Padre, en su Hijo y por su Hijo, como víctimas en la Víctima que es Cristo, para expiar los pecados del mundo.
Por este motivo es que, si deseamos ser la buena semilla de trigo y no la cizaña, debemos unirnos espiritualmente al pan y al vino que se ofrecen en el altar eucarístico, pero que todavía no son Jesús, para que cuando venga el Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, en el momento de la consagración, en la transubstanciación, se incendien con este Divino Fuego nuestros corazones en el Amor de Dios. Ofrezcamos, interior y espiritualmente, todo lo que somos y tenemos, toda nuestra vida, todo nuestro ser, simbolizado en los granos de trigo unidos en el pan del altar, el pan de la ofrenda, para ser quemados por el Fuego que viene de lo alto al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración, que convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. De esa manera, así como el pan corriente, hecho de trigo sin levadura, por la acción del Fuego Divino que es el Espíritu Santo, se convierte en el Pan de Vida eterna, el Cuerpo resucitado y glorioso de Jesús, así también nuestro ser y nuestra vida, ofrecidos en la patena antes de la consagración, interior y espiritualmente, se convertirán en ofrenda agradable a Dios, al subir como aroma de suave incienso, al estar unidos al Cuerpo de Jesús como su Cuerpo Místico, animado por su Espíritu, el Espíritu Santo.
         Pero de la misma manera a como Cristo tiene su Cuerpo Místico, que es ofrecido en oblación por la salvación del mundo, así también el Diablo o Demonio, la Serpiente Antigua, también tiene su contra-cuerpo místico, la masonería eclesiástica y política, los hombres que participando y uniéndose al Demonio en su odio deicida, buscan de todas formas la destrucción de la Iglesia, de la familia, del orden natural y que se ofrecen para la obra destructora satánica. Es la cizaña, que solo sirve para ser arrojada al fuego del Infierno, porque quien se une al Demonio en su lucha contra Dios, tiene un único destino, la eterna condenación, de no mediar la conversión. Sin embargo, no hace falta pertenecer a la Masonería para formar parte de las filas del Demonio: basta con ser indiferentes a la gracia, a los Mandamientos de la Ley de Dios, a los sacramentos de la Iglesia Católica; basta con cruzarse de brazos ante el embate infernal que, día a día, por los medios de comunicación, destruyen a pasos agigantados, desde dentro y fuera de la Iglesia, a la Iglesia, a la familia y a todo lo que sea el orden natural, creado y querido por Dios. Basta con apoyar la anti-natura y las expresiones de la cultura de la muerte –aborto, eutanasia, FIV, alquiler de vientres, clonación humana, etc.- para ser la cizaña, condenada al fuego eterno. Basta con integrar, de modo voluntario y sin intención alguna de salir de ellos, los grupos explícitamente nombrados en la Escritura como aquellos que nunca entrarán en el Reino de los cielos: los apóstatas, los criminales, los hechiceros –y aquí están las prácticas de la Nueva Era, como yoga, reiki, metafísica gnóstica, vudú, esoterismo, ocultismo, satanismo-, los que se embriagan, los fornicarios, los adúlteros, los homosexuales –no quiere decir que el homosexual, por serlo, se condenará, sino aquel que no desee ni busque vivir la castidad, que es lo que se le pide a todo heterosexual. En definitiva, forman la cizaña sembrada por el Maligno los obradores de iniquidad en todas sus variantes, aunque se condenarán aquellos que, voluntaria y deliberadamente, persistan en el mal, y no quienes, cayendo por la debilidad humana, hagan propósito de enmienda y busquen, con todas sus fuerzas, vencerse a sí mismos con la ayuda de la gracia y seguir al Cordero por el Camino Real de la Cruz.



[1] 5, 16-17.
[2] 5, 8-13.
[3] La visión del infierno de Santa Verónica Giuliani, clarisa, 1660-1727; cfr. https://www.taringa.net/posts/paranormal/19857943/Santa-Veronica-Giuliana-y-el-infierno.html