“Jesús vio a Mateo y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo
siguió” (Mt 9, 9-13). San Mateo es el
ejemplo más evidente de cómo el Amor de Dios no hace acepción de personas, y en
Mateo, Jesús nos da el ejemplo de cómo deben los cristianos amar a a sus
prójimos: Mateo es llamado por Jesús, aun cuando era un cobrador de impuestos
para el imperio romano, lo cual era visto por muchos como un acto de traición a
la nación, puesto que lo recaudado se destinaba en su totalidad a una potencia
ocupante, que sojuzgaba y humillaba al pueblo hebreo. Por otra parte, las
amistades de Mateo parecen ser de su misma condición, ya que son descriptas por
él mismo como “publicanos y pecadores”.
Al llamar a Mateo para que lo siga, Jesús no parece tener en
cuenta estos antecedentes; o más bien, a pesar de estos antecedentes, y por
ellos, es que lo elige.
La decisión de Mateo, de dejar todo y seguirlo de inmediato –“se
levantó y lo siguió”, dice el Evangelio-, revela que, a pesar de estar ocupado
en algo tan material como el dinero, no tiene el corazón apegado a él; en todo
caso, lo desapega inmediatamente al conocer a Cristo, y por eso deja todo y lo
sigue sin demora. En la llamada de Jesús, pudo entrever la enseñanza evangélica
acerca de qué bienes hay que atesorar: “No acumulen tesoros en la tierra (…) Acumulen
tesoros en el cielo…” (Mt 6, 19-21).
Ahora bien, siguiendo la lógica no humana, sino la de muchos
cristianos, Mateo jamás debería haber sido elegido por Jesús; siguiendo la lógica
de quienes están llamados a dar la vida por sus prójimos, tanto más si son sus
enemigos –un cristiano debe estar dispuesto a dar la vida por su verdugo, como
los mártires-, Mateo nunca habría merecido ser discípulo de Jesús, y sería
inimaginable, para estos mismos cristianos, que no solo fuera elegido, sino que
fuera elegido entre los elegidos, ya que luego fue consagrado Apóstol y
Evangelista.
Pero Jesús no se guía por los criterios racionalistas y humanos
de los cristianos tibios; elige a Mateo, para darnos una lección acerca de cómo
debe ser el verdadero amor cristiano al prójimo: sin hacer acepción de
personas, sin tener en cuenta su condición de pecador público, con la
disposición a dar la vida por él en la Cruz. Ése es el verdadero amor del
cristiano para con todo prójimo, principalmente para aquel que es un pecador
público.