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jueves, 1 de julio de 2021

“Nunca se ha visto en Israel una cosa igual”

 


“Nunca se ha visto en Israel una cosa igual” (Mt 9, 32-28). Jesús realiza un exorcismo, expulsando un demonio mudo –al respecto, hay que destacar que existen demonios mudos, como el del Evangelio, los cuales se caracterizan por poseer el cuerpo del ser humano, pero no se manifiestan por medio del habla, mientras que hay otros demonios “hablantes”, por así decirlo, que se manifiestan mediante las cuerdas vocales del poseso-. Esta acción de Jesús, la de expulsar al demonio con el solo poder de su voz, nos muestra su divinidad, porque el demonio, que es un ángel caído, creado por Dios y caído por su propia voluntad, reconoce en la voz humana de Jesús de Nazareth la omnipotente voz del Dios que lo creó y que luego lo envió, junto a todos los ángeles apóstatas, del Cielo a lo más profundo del Infierno.

Además del poder exorcista de Jesús, hay otros dos elementos a destacar: por un lado, la sorpresa y admiración de los contemporáneos de Jesús, quienes se dan cuenta de que en Jesús hay algo más que un simple hombre santo, o un profeta y aunque no lleguen a expresarlo abiertamente, comienza a tomar forma la idea de que Jesús es algo extraordinario, en el sentido de que supera absolutamente todo lo conocido hasta el momento y es por eso que exclaman: “Nunca se ha visto en Israel una cosa igual”.

El otro elemento a destacar es la mala fe, originada en la envidia y en la incredulidad voluntaria de escribas y fariseos, quienes en vez de reconocer en Jesucristo a Dios Hijo encarnado, que con el poder de su voz expulsa a los demonios, lo califican a Jesús mismo de endemoniado, o de brujo, que expulsa a los demonios no con el poder de Dios, como es en la realidad, sino con el poder de Belcebú, uno de los demonios más poderosos del Infierno: “Éste echa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”.

“Nunca se ha visto en Israel una cosa igual”. La misma expresión de asombro de los contemporáneos de Jesús, al comprobar el poder divino de su voz, que expulsa a los demonios, debemos expresarla nosotros, en relación a la Iglesia, puesto que la Iglesia demuestra un poder infinitamente más grande que el de expulsar un demonio, cuando por la débil voz humana del sacerdote habla Jesús de Nazareth en la consagración, produciendo el milagro de la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

miércoles, 27 de marzo de 2019

“Jesús expulsa a un demonio mudo”



“Jesús expulsa a un demonio mudo” (Lc 11, 14-23). Jesús realiza un exorcismo, lo cual confirma dos verdades: por un lado, que los demonios existen y que, por lo tanto, el Infierno no está vacío, como pretenden muchos, ya que el Infierno es el “lugar creado para Satanás y sus ángeles rebeldes”; por otro lado, confirma que existe la posesión diabólica, hecho también negado por los progresistas, quienes afirman que lo que la Biblia llama exorcismos a posesiones diabólicas son sólo enfermedades psiquiátricas. El Evangelio confirma entonces estas dos verdades: los demonios existen y poseen los cuerpos de los hombres. La posesión demoníaca es una imagen negativa de la inhabitación trinitaria en el alma por la gracia: como del Demonio es la “mona de Dios”, quiere copiar todo lo que Dios hace y una de las cosas que hace Dios es inhabitar en sus Tres Divinas Personas en el alma del justo por medio de la gracia, para allí ser amado, adorado y servido: puesto que el Demonio no puede hacer esto –no se puede apoderar del alma-, se apodera del cuerpo del hombre, convirtiéndolo en un poseso y esto lo hace con el mismo fin con el cual Dios inhabita en el alma: para ser amado, adorado y servido. Pero esto es falso, como todo lo que hace el Demonio, porque sólo Dios Uno y Trino merece ser amado, adorado y servido y para eso, dice San Ignacio de Loyola, ha sido creado el hombre sobre la faz de la tierra y ése es su fin primordial. Por lo tanto, la posesión demoníaca, además de hacer sufrir enormemente al que padece la posesión, es una obra demoníaca que contraría los planes de Dios sobre esa alma, pues toda alma es creada por Dios Trino con el fin de conocer, amar, adorar y servir a Dios Trinidad. Ésta es la razón por la cual Jesús realiza el exorcismo, expulsando al demonio del cuerpo del poseso y liberándolo, con el solo poder de su voz. El demonio reconoce en la voz de Cristo la omnipotente voz de Dios y, aunque no lo desea, huye inmediatamente del cuerpo del poseso, dejándolo libre y en completo control de sus facultades. Esto explica lo que dice la Escritura, que “Jesús vino para destruir las obras del Diablo” (cfr. 1 Jn 3, 8) y la posesión es una obra demoníaca que Jesús destruye con el solo poder de su voz.
En nuestros días, con el auge del ocultismo y del satanismo como nunca antes en la historia, la cantidad de posesos ha aumentado significativamente y como muchos de estos demonios son mudos, como el demonio del Evangelio, manifiestan su odio a Dios y a lo sagrado no como el clásico poseso, con gritos y blasfemias, sino de un modo más solapado y sutil, comenzando por el rechazo directo de todo lo que sea sagrado, principalmente la Eucaristía, la oración y los sacramentales.
“Jesús expulsa a un demonio mudo”. El hecho de que no se vean posesos gritando blasfemias en la vía pública, no significa que no haya endemoniados: basta con observar el crecimiento exponencial del satanismo, del ocultismo y de la superstición –una muestra de estos son la Santa Muerte, el Gauchito Gil, la Difunta Correa, entre muchos otros ídolos demoníacos más-, además de la violencia y el odio sobrehumanos contra el niño por nacer por parte de los movimientos feministas, abortistas y pro-ideología de género, para darnos cuenta que hoy es más necesario todavía que en la época de Jesús, la acción exorcista de la Iglesia.