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sábado, 9 de marzo de 2024

“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna”


 


(Domingo IV - TC - Ciclo B – 2024)

         “Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna” (Jn 3, 14-21). Jesús recuerda el episodio del Pueblo Elegido en el desierto, cuando fueron atacados por serpientes venenosas y, por indicación divina, Moisés construyó una serpiente de bronce y la levantó en alto, de modo que todo el que la miraba, quedaba curado de la mordedura venenosa de las serpientes. Este episodio de Moisés y del Pueblo Elegido, en el que el Pueblo Elegido es atacado por serpientes venenosas en su peregrinación hacia la Tierra Prometida, es figura y anticipación de la crucifixión de Jesús y esa es la razón por la que Jesús trae a colación el hecho. Para entender la analogía, debemos reflexionar sobre el episodio de Moisés y las serpientes en el desierto: las serpientes son los demonios, los que peregrinan en el desierto somos los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica; el desierto es esta vida terrena, es el tiempo y el espacio de la historia humana, que desemboca en final del vértice espacio-tiempo, en la convergencia del espacio-tiempo, en la eternidad divina; la Jerusalén terrena  a la que se dirige el Pueblo Elegido en su peregrinar por el desierto es imagen de la Jerusalén celestial a la que nos dirigimos nosotros, el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, la Jerusalén del Cielo, cuya Lámpara es el Cordero de Dios; el veneno de las serpientes es el pecado mortal; las mordeduras de las serpientes son las tentaciones demoníacas; la serpiente de bronce que Moisés eleva y que sana milagrosamente a quien la ve, es representación de Jesús crucificado, quien desde la Cruz da la vida eterna a quien arrodillado ante la Santa Cruz lo contempla con fe, con amor y devoción, recibiendo de Él la Vida divina, la Vida de la Gracia, la Vida Eterna, que se comunica por la Sangre que brota de sus heridas abiertas en manos y pies por los clavos y de las heridas de su Costado traspasado por la lanza del soldado romano.

         Así como los miembros del Pueblo Elegido, por un milagro divino, eran curados de las mordeduras de las serpientes venenosas por la serpiente de bronce que elevaba Moisés en lo alto, así, de manera análoga, es desde la cruz de donde el alma obtiene la vida divina, la vida eterna, el perdón de los pecados y la santificación del alma, por medio de la Gracia Santificante que brota junto con la Sangre de Jesús crucificado, elevado en lo alto en el Santo Sacrificio del Calvario y es por esto que debemos postrarnos ante Jesús crucificado, cuando sintamos el ardor de las pasiones y la acechanza o incluso la mordedura de las serpientes, los ángeles caídos, los demonios.

“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna”. Quien se arrodilla ante Jesús crucificado con un corazón contrito y humillado, obtienen de Él su Gracia, que se derrama sobre su alma a través de la Sangre Preciosísima del Cordero que se derrama desde sus heridas abiertas y sangrantes. Pero Jesús, además de estar en la Cruz, se encuentra también en la Eucaristía y en la Eucaristía está en Persona y es por esta razón que, quien contempla a Jesús Eucaristía, recibe también de su Sagrado Corazón Eucarístico la vida divina, la vida eterna, la vida de su Sagrado Corazón Eucarístico, la vida misma de la Santísima Trinidad. Adoremos a Jesús, tanto en la Cruz como en la Eucaristía y así no solo seremos curados de las tentaciones y protegidos de las acechanzas del demonio, sino que ante todo obtendremos la vida eterna, la vida de Dios Uno y Trino, la Vida divina, eterna y gloriosa del Cordero de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía.


miércoles, 7 de febrero de 2024

“Recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios” (2)

 


(Domingo V - TO - Ciclo B – 2024)

         “Recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios” (Mc 1, 29-39). En el párrafo del Evangelio de hoy, entre las actividades de Nuestro Señor Jesucristo, hay una que el Evangelio repite desde el principio al fin: expulsar demonios. Otras actividades son, orar, curar enfermos y predicar, pero la expulsión de demonios se repite desde el inicio hasta el fin. Es llamativa la insistencia del Evangelista, quien insiste en remarcar la actividad exorcista de Jesús, además de la curación de enfermos y esto se contrarresta con lo que sucede hoy, en donde el demonio ha hecho creer a los hombres, o que no existe, o que sí existe y que es bueno y que puede conceder lo que se le pida si se le rinde adoración.

Pero no es esto lo que nos dice Nuestro Señor, la Iglesia y los santos, que nos advierten del peligro que significa el no creer en la existencia del diablo y, peor aún, en ser su servidor y adorador, porque para esta clase de personas, está reservado el destino eterno de los castigos del infierno. Innumerables santos nos advierten de la existencia del Infierno y de que no está vacío, sino ocupado con ángeles caídos y con almas condenadas. Solo por citar un ejemplo, escuchemos el relato de Santa Verónica Giuliani, quien describe así una experiencia mística que tuvo cuando, en vida terrena, fue llevada al Infierno para que diera testimonio de su existencia. Dice así la santa: “En un momento, me encontré en un lugar oscuro, profundo y pestilente; escuché voces de toros, rebuznos de burros, rugidos de leones, silbidos de serpientes, confusiones de voces espantosas y truenos grandes que me dieron terror y me asustaron. También vi relámpagos de fuego y humo denso. ¡Despacio! que todavía esto no es nada. Me pareció ver una gran montaña como formada toda por mantas de víboras, serpientes y basiliscos entrelazados en cantidades infinitas; no se distinguía uno de las otras. Se escuchaba por debajo de ellos maldiciones y voces espantosas. Me volví a mis Ángeles y les pregunté qué eran aquellas voces; y me dijeron que eran voces de las almas que serían atormentadas por mucho tiempo, y que dicho lugar era el más frío. En efecto, se abrió enseguida aquel gran monte, ¡y me pareció verlo todo lleno de almas y demonios! ¡En gran número! Estaban aquellas almas pegadas como si fueran una sola cosa y los demonios las tenían bien atadas a ellos con cadenas de fuego, que almas y demonios son una cosa misma, y cada alma tiene encima tantos demonios que apenas se distinguía. El modo en que las vi no puedo describirlo; sólo lo he descrito así para hacerme entender, pero no es nada comparado con lo que es. Fui transportada a otro monte, donde estaban toros y caballos desenfrenados los cuales parecía que se estuvieran mordiendo como perros enojados. A estos animales les salía fuego de los ojos, de la boca y de la nariz; sus dientes parecían agudísimas espadas afiladas que después reducían a pedazos todo aquello que les entraba por la boca; incluso aquellos que mordían y devoraban las almas. ¡Qué alaridos y qué terror se sentía! No se detenían nunca, fue cuando entendí que permanecían siempre así. Vi después otros montes más despiadados; pero es imposible describirlos, la mente humana no podría nunca nuca comprender. En medio de este lugar, vi un trono altísimo, larguísimo, horrible ¡y compuesto por demonios! Más espantoso que el infierno, ¡y en medio de ellos había una silla formada por demonios, los jefes y el principal! Ahí es donde se sienta Lucifer, espantoso, horroroso. ¡Oh Dios! ¡Qué figura tan horrenda! Sobrepasa la fealdad de todos los otros demonios; parecía que tuviera una capa formada de cien capas, y que ésta se encontrara llena de picos bien largos, en la cima de cada una tenía un ojo, grande como el lomo de un buey, y mandaba saetas ardientes que quemaban todo el infierno. Y con todo que es un lugar tan grande y con tantos millones y millones de almas y de demonios, todos ven esta mirada, todos padecen tormentos sobre tormentos del mismo Lucifer. Él los ve a todos y todos lo ven a él. Aquí, mis Ángeles me hicieron entender que, como en el Paraíso, la vista de Dios, cara a cara, vuelve bienaventurados y contentos a todos alrededor, así en el infierno, la fea cara de Lucifer, de este monstruo infernal, es tormento para todas las almas. Ven todas, cara a cara el Enemigo de Dios; y habiendo para siempre perdido Dios, y no tenerlo nunca, nunca más podrán gozarlo en forma plena. Lucifer lo tiene en sí, y de él se desprende de modo que todos los condenados participan de ello. Él blasfema y todos blasfeman; él maldice y todos maldicen; él atormenta y todos atormentan. - ¿Y por cuánto será esto?, pregunté a mis Ángeles. Ellos me respondieron: - Para siempre, por toda la eternidad. ¡Oh Dios! No puedo decir nada de aquello que he visto y entendido; con palabras no se dice nada. Aquí, enseguida, me hicieron ver el cojín donde estaba sentado Lucifer, donde eso está apoyado en el trono. Era el alma de Judas. Y bajo sus pies había otro cojín bien grande, todo desgarrado y marcado. Me hicieron entender que estas almas eran almas de religiosos; abriéndose el trono, me pareció ver entre aquellos demonios que estaban debajo de la silla una gran cantidad de almas. Y entonces pregunte a mis Ángeles: - ¿Y estos quiénes son? Y ellos me dijeron que eran Prelados, Jefes de Iglesia y de Superiores de Religión. ¡Oh Dios!!!! Cada alma sufre en un momento todo aquello que sufren las almas de los otros condenados; me pareció comprender que ¡mi visita fue un tormento para todos los demonios y todas las almas del infierno! Venían conmigo mis Ángeles, pero de incógnito estaba conmigo mi querida Mamá, María Santísima, porque sin Ella me hubiera muerto del susto. No digo más, no puedo decir nada. Todo aquello que he dicho es nada, todo aquello que he escuchado decir a los predicadores es nada. El infierno no se entiende, ni tampoco se podrá aprender la acerbidad de sus penas y sus tormentos. Esta visión me ha ayudado mucho, me hizo decidir de verdad a despegarme de todo y a hacer mis obras con más perfección, sin ser descuidada. En el infierno hay lugar para todos, y estará el mío si no cambio vida. ¡Sea todo a gloria de Dios, según la voluntad de Dios, por Dios y con Dios!”[1]. De esto se deduce porqué el Evangelista se detiene en el relato de los exorcismos de Jesús y porqué Jesús realiza exorcismos y porqué nos advierte acerca del peligro mortal que implica para nuestras almas no obedecer la Ley de Dios, porque quien no ama y cumple la Ley de Dios, tiene ya puesto un pie en el Abismo en donde no hay Redención, el Infierno.

 

 

“Recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios”


 

(Domingo V - TO - Ciclo B – 2024)

         “Recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios” (Mc 1, 29-39). En el párrafo del Evangelio de hoy, se destacan dos actividades de Nuestro Señor Jesucristo, desde el inicio del párrafo hasta el final; son solamente dos actividades, y lo que llama la atención es que el Evangelio las resalta a lo largo de toda la narración. Estas dos únicas actividades de Nuestro Señor y que el Evangelio repite desde el principio al fin, son: curar enfermos y expulsar demonios. Comienza con una primera curación personal, la suegra de Pedro, que estaba con fiebre y en cama, es la primera mención; luego sigue una segunda mención: “cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados (…) Curó a muchos enfermos y expulsó muchos demonios”; finaliza con una tercera mención, haciendo referencia implícita a la de curar enfermos, agregando la de la predicación y continuando con la de expulsar demonios: “Recorrió toda la Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios”. Es llamativa la insistencia del Evangelista, quien insiste en remarcar estas dos actividades de Jesús, dejando en un segundo plano otras que podrían considerarse más importantes, como la predicación de la Buena Noticia, a la que agrega al final, o la realización de milagros portentosos, como la resucitación de muertos, o el perdón de los pecados, como sucede en otros pasajes de la Escritura.

Entonces, el Evangelista se detiene principalmente en estas dos actividades de Jesús: la curación de las enfermedades y la expulsión de demonios. La razón puede deberse a que precisamente la enfermedad -junto con el dolor y la muerte que suelen acompañarla-, más la actividad demoníaca que perturba al hombre, son las consecuencias más directas de la Caída Original de Adán y Eva, luego del Pecado Original. La Escritura dice: “Dios no creó la muerte; la muerte entró por la envidia del Diablo”[1], el Diablo, el Tentador, quien, por medio de la seducción y la tentación, hace perder la gracia santificante y la amistad con Dios a Adán y Eva y con ellos a toda la humanidad y a partir de allí, la humanidad experimenta la enfermedad, el dolor, la muerte, además de la constante acechanza perversa del Demonio que busca arrastrar al hombre caído a los abismos del Infierno.

         Como la enfermedad -el dolor, la muerte- y la perturbación demoníaca -percibida o no percibida- son las consecuencias más notables, por así decir, percibidas por el hombre, Jesús se dedica a contrarrestarlas, curando las enfermedades y realizando exorcismos, como medio de preparación para la recepción de la gracia, es decir, la curación de enfermedades y la expulsión de demonios no son la Buena Noticia, sino los prolegómenos de la misma, son los que preparan el camino para recibir la gracia.

         La enfermedad entonces tiene un origen preternatural, como vimos, porque se origina en la actividad demoníaca sobre Adán y Eva, lo cual no quiere decir que todo enfermo sea un poseso, eso sería un absurdo. Pero sí se debe tener en cuenta que el origen está en el Pecado Original. También el origen de muchos males de la humanidad está en la actividad demoníaca, que actúa sobre los hombres, seduciéndolos y conduciéndolos al mal. En nuestros días, el mayor triunfo del Demonio es hacer creer que no existe, pero no es eso lo que nos dicen Nuestro Señor y los santos. Santa Verónica Giuliani describe así una experiencia mística que tuvo cuando, en vida terrena, fue llevada al Infierno para que diera testimonio de su existencia. Dice así la santa: “En un momento, me encontré en un lugar oscuro, profundo y pestilente; escuché voces de toros, rebuznos de burros, rugidos de leones, silbidos de serpientes, confusiones de voces espantosas y truenos grandes que me dieron terror y me asustaron. También vi relámpagos de fuego y humo denso. ¡Despacio! que todavía esto no es nada. Me pareció ver una gran montaña como formada toda por mantas de víboras, serpientes y basiliscos entrelazados en cantidades infinitas; no se distinguía uno de las otras. Se escuchaba por debajo de ellos maldiciones y voces espantosas. Me volví a mis Ángeles y les pregunté qué eran aquellas voces; y me dijeron que eran voces de las almas que serían atormentadas por mucho tiempo, y que dicho lugar era el más frío. En efecto, se abrió enseguida aquel gran monte, ¡y me pareció verlo todo lleno de almas y demonios! ¡En gran número! Estaban aquellas almas pegadas como si fueran una sola cosa y los demonios las tenían bien atadas a ellos con cadenas de fuego, que almas y demonios son una cosa misma, y cada alma tiene encima tantos demonios que apenas se distinguía. El modo en que las vi no puedo describirlo; sólo lo he descrito así para hacerme entender, pero no es nada comparado con lo que es. Fui transportada a otro monte, donde estaban toros y caballos desenfrenados los cuales parecía que se estuvieran mordiendo como perros enojados. A estos animales les salía fuego de los ojos, de la boca y de la nariz; sus dientes parecían agudísimas espadas afiladas que después reducían a pedazos todo aquello que les entraba por la boca; incluso aquellos que mordían y devoraban las almas. ¡Qué alaridos y qué terror se sentía! No se detenían nunca, fue cuando entendí que permanecían siempre así. Vi después otros montes más despiadados; pero es imposible describirlos, la mente humana no podría nunca nuca comprender. En medio de este lugar, vi un trono altísimo, larguísimo, horrible ¡y compuesto por demonios! Más espantoso que el infierno, ¡y en medio de ellos había una silla formada por demonios, los jefes y el principal! Ahí es donde se sienta Lucifer, espantoso, horroroso. ¡Oh Dios! ¡Qué figura tan horrenda! Sobrepasa la fealdad de todos los otros demonios; parecía que tuviera una capa formada de cien capas, y que ésta se encontrara llena de picos bien largos, en la cima de cada una tenía un ojo, grande como el lomo de un buey, y mandaba saetas ardientes que quemaban todo el infierno. Y con todo que es un lugar tan grande y con tantos millones y millones de almas y de demonios, todos ven esta mirada, todos padecen tormentos sobre tormentos del mismo Lucifer. Él los ve a todos y todos lo ven a él. Aquí, mis Ángeles me hicieron entender que, como en el Paraíso, la vista de Dios, cara a cara, vuelve bienaventurados y contentos a todos alrededor, así en el infierno, la fea cara de Lucifer, de este monstruo infernal, es tormento para todas las almas. Ven todas, cara a cara el Enemigo de Dios; y habiendo para siempre perdido Dios, y no tenerlo nunca, nunca más podrán gozarlo en forma plena. Lucifer lo tiene en sí, y de él se desprende de modo que todos los condenados participan de ello. Él blasfema y todos blasfeman; él maldice y todos maldicen; él atormenta y todos atormentan. - ¿Y por cuánto será esto?, pregunté a mis Ángeles. Ellos me respondieron: - Para siempre, por toda la eternidad. ¡Oh Dios! No puedo decir nada de aquello que he visto y entendido; con palabras no se dice nada. Aquí, enseguida, me hicieron ver el cojín donde estaba sentado Lucifer, donde eso está apoyado en el trono. Era el alma de Judas. Y bajo sus pies había otro cojín bien grande, todo desgarrado y marcado. Me hicieron entender que estas almas eran almas de religiosos; abriéndose el trono, me pareció ver entre aquellos demonios que estaban debajo de la silla una gran cantidad de almas. Y entonces pregunte a mis Ángeles: - ¿Y estos quiénes son? Y ellos me dijeron que eran Prelados, Jefes de Iglesia y de Superiores de Religión. ¡Oh Dios!!!! Cada alma sufre en un momento todo aquello que sufren las almas de los otros condenados; me pareció comprender que ¡mi visita fue un tormento para todos los demonios y todas las almas del infierno! Venían conmigo mis Ángeles, pero de incógnito estaba conmigo mi querida Mamá, María Santísima, porque sin Ella me hubiera muerto del susto. No digo más, no puedo decir nada. Todo aquello que he dicho es nada, todo aquello que he escuchado decir a los predicadores es nada. El infierno no se entiende, ni tampoco se podrá aprender la acerbidad de sus penas y sus tormentos. Esta visión me ha ayudado mucho, me hizo decidir de verdad a despegarme de todo y a hacer mis obras con más perfección, sin ser descuidada. En el infierno hay lugar para todos, y estará el mío si no cambio vida. ¡Sea todo a gloria de Dios, según la voluntad de Dios, por Dios y con Dios!”[2]. De esto se deduce porqué el Evangelista se detiene en el relato de los exorcismos de Jesús y porqué Jesús realiza exorcismos y porqué nos advierte acerca del peligro mortal que implica para nuestras almas no obedecer la Ley de Dios, porque quien no ama y cumple la Ley de Dios, tiene ya puesto un pie en el Abismo en donde no hay Redención, el Infierno.

 

miércoles, 18 de octubre de 2023

“Si echo demonios, es porque ha llegado el Reino de Dios”



“Si echo demonios, es porque ha llegado el Reino de Dios” (Lc 11, 15-26). Jesús responde de esta manera a quienes, luego de que Jesús hiciera algún exorcismo públicamente, lo acusan de actuar bajo las órdenes de Belzebú, uno de los ángeles más poderosos del Infierno. Jesús les hace ver que esto no puede ser, porque si un reino “va a una guerra civil” -es decir, si hay peleas internas-, “va a la ruina”. En pocas palabras, es imposible que Jesús expulse demonios con el poder de los mismos demonios y como tampoco lo puede hacer con las solas fuerzas humanas, entonces la conclusión lógica es lo que dice Jesús, que Él expulsa demonios con el poder de Dios, lo cual es además signo de que el Reino de Dios ha llegado ya a los hombres.

La necesidad de exorcismos es apremiante para el ser humano, pues los demonios son tantos y tan poderosos, que tienen, desde el pecado original de Adán y Eva, a toda la humanidad cautiva con su poder maligno. Su número es tan grande que, si se hicieran visibles, si se pudieran ver a simple vista, “cubrirían la luz del sol” en todo el planeta, tal como le responde un demonio al Padre Amorth en un exorcismo.

La llegada del Mesías, Cristo Jesús, que es el Rey del reino de los cielos, viene a destruir las obras de demonio y viene para vencer, por su misterio pascual, a los tres grandes enemigos de la humanidad: el demonio, el pecado y la muerte.

“Si echo demonios, es porque ha llegado el Reino de Dios”. La expulsión de demonios, por parte de Jesucristo, que ejerce sobre ellos su omnipotencia divina, es signo de que el Reino de Dios ha llegado a los hombres y que, paralelamente, el reino de las tinieblas ha iniciado su fin en la tierra, culminando para siempre en el Día del Juicio Final, cuando el demonio y sus ángeles apóstatas sean arrojados al Abismo del Infierno.

Mientras tanto, la actividad demoníaca aumenta cada vez más, por lo que cada vez más es necesaria la actividad exorcística llevada a cabo por la Iglesia y el sacerdocio ministerial, a través de los cuales actúa Dios, concediéndoles la participación en su omnipotencia divina, para expulsar demonios en nombre de Dios. 

miércoles, 6 de septiembre de 2023

“También a los otros pueblos he sido enviado para anunciar el Reino de Dios”

 


“También a los otros pueblos he sido enviado para anunciar el Reino de Dios” (Lc 4, 38-44). El Evangelio nos relata a Jesús, el Hombre-Dios, obrando curaciones milagrosas -no solo cura a la suegra de Pedro, sino a cualquier enfermo- y realizando exorcismos -le llevan posesos y Jesús, con la sola orden de su voz, expulsa a los demonios- y así lo dice el Evangelio: “Los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban y Él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando (…) de muchos de ellos salían demonios”.

La gente, al comprobar por sus propios ojos el poder divino que emanaba Jesús, ya que curaba cualquier clase de enfermedad y expulsaba todo tipo de demonios, sin importar su jerarquía y su poder demoníaco, pretenden que Jesús se quede con ellos: “La gente lo andaba buscando (…) e intentaron retenerlo para que no se les fuese”.

Jesús les contesta indirectamente que no puede quedarse, porque ha sido enviado no solo para ellos, sino para todo el mundo: “También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado”. Ahora bien, de esta respuesta de Jesús, debemos afirmar dos cosas: por un lado, Jesús no ha venido solo pura y exclusivamente para el Pueblo Elegido: ha venido para “todo el mundo”; por otro lado, Jesús no ha venido para curar todo tipo de enfermedad y para expulsar demonios, sino que ha venido para “anunciar el Reino de Dios” entre los hombres, algo que excede infinitamente la curación de enfermos y el exorcismo de demonios: la Llegada del Reino de Dios, anunciada por el Rey del Reino de Dios, Cristo Jesús, es la mejor y más maravillosa noticia que jamás los hombres puedan escuchar, porque no solo significa que el poder del Infierno sobre los hombres, ejercido impiadosamente desde la Caída Original de Adán y Eva, está a punto de finalizar, sino que, a partir de ahora, a partir de Cristo Jesús, por su Santo Sacrificio en Cruz y por su gloriosa Resurrección, las Puertas del Reino de los Cielos estarán abiertas para todos los hombres que quieran ingresar en el Reino, para lo cual deben vivir y morir en gracia, evitando el pecado y viviendo según la Ley de Dios y los Consejos Evangélicos de Jesús.

“También a los otros pueblos he sido enviado para anunciar el Reino de Dios”. Cuando la Iglesia Católica anuncia la Llegada del Reino de Dios a todas las naciones, no hace proselitismo, sino que cumple con el Mandato de Nuestro Señor Jesucristo: “Id y haced que todos los hombres se bauticen en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; el que se convierta se salvará y el que no, se condenará”. Nuestro deber como Iglesia es, entonces, anunciar que el Reino de Dios ha llegado, para salvar a toda la humanidad, recibiendo la gracia santificante que fluye, como un mar impetuoso e infinito, del Sagrado Corazón de Jesús, traspasado en la cruz.

lunes, 17 de abril de 2023

"El Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna"

 


“El Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna” (Jn 3, 5a. 7b-15). Jesús recuerda el episodio del Pueblo Elegido en el desierto, cuando fueron atacados por serpientes venenosas y, por indicación divina, Moisés construyó una serpiente de bronce y la levantó en alto, de modo que todo el que la miraba, quedaba curado de la mordedura venenosa de las serpientes.

Este episodio es figura y anticipación de la crucifixión de Jesús: las serpientes son los demonios, los que peregrinan en el desierto somos los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica; el veneno de las serpientes es el pecado mortal; las mordeduras de las serpientes son las tentaciones demoníacas; la serpiente de bronce que sana milagrosamente a quien la ve, es representación de Jesús crucificado, quien da la vida eterna a quien lo contempla con fe, con amor y devoción. 

Es desde la cruz de donde el alma obtiene la vida divina, la vida eterna, el perdón de los pecados y la santificación del alma, es por esto que debemos postrarnos ante Jesús crucificado, cuando sintamos el ardor de las pasiones y la acechanza o incluso la mordedura de las serpientes, los ángeles caídos, los demonios.

Pero Jesús también está en la Eucaristía, y ahí está en Persona, por esto mismo, quien contempla a Jesús Eucaristía, recibe de Él la vida divina, la vida eterna, la vida de su Sagrado Corazón Eucarístico, la vida misma de la Santísima Trinidad. Adoremos a Jesús en la Cruz y en la Eucaristía y así no solo seremos curados de las tentaciones y protegidos de las acechanzas del demonio, sino que ante todo obtendremos la vida eterna, la vida de Dios Uno y Trino.

jueves, 23 de marzo de 2023

“Querían matarlo, pero no había llegado su Hora”

 


“Querían matarlo, pero no había llegado su Hora” (Jn 7, 1-2. 10.25-30). En los días previos a la Pasión y Muerte de Jesús, se pueden notar dos actitudes diametralmente opuestas, entre Jesús y los escribas y fariseos.

Por parte de Jesús, desde el inicio de su predicación pública, reveló que Él era el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, que Dios Padre era su Padre y que Él con el Padre, habrían de enviar al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad; además de revelar la Verdad, realizó muchísimos milagros de curación física y espiritual, multiplicó panes y peces, expulsó demonios, que son los que atormentan a los hombres; es decir, Jesús solo dijo la Verdad y solo obró el bien.

Por parte de los escribas y fariseos, que eran los hombres religiosos del tiempo de Jesús, los encargados del Templo y los custodios de la Ley, que obraban bajo apariencia de bien castigando escrupulosamente a quien no observara la Ley, mientras hacían de la religión un negocio, convirtiendo al Templo en un mercado, buscaban “matar” a Jesús, literalmente hablando, con lo cual demuestran su hipocresía religiosa y la doblez y malicia de sus corazones ennegrecidos por el odio, porque no tenían ninguna razón para matar a Jesús, ya que Él solo había dicho la verdad, que Él era el Hijo de Dios y solo había obrado el bien, realizando milagros y expulsando demonios.

“Querían matarlo, pero no había llegado su Hora”. Ahora bien, si nos sorprende esta actitud maligna por parte de fariseos y escribas, que querían matar a Jesús por el solo hecho de decir la verdad y obrar el bien, debemos reflexionar sobre nosotros mismos, ya que cuando cometemos un pecado, por pequeño que sea, demostramos la misma malicia, porque son nuestros pecados los que crucifican y terminan por matar a Jesús en la cruz. Por eso mismo, si al menos no nos mueve el amor, que nos mueva la compasión hacia Jesús, para no crucificarlo con nuestros pecados y hagamos el propósito de no lastimar a Jesús con nuestros pecados, hagamos el propósito de combatir por lo menos al pecado que con más frecuencia cometemos, para al menos dar un poco de alivio a Jesús crucificado.

 

martes, 24 de agosto de 2021

“Sé quién eres: el Santo de Dios”


 

“Sé quién eres: el Santo de Dios” (Lc 4, 31-37). En este Evangelio se nos revelan por lo menos dos verdades de fe: por un lado, se da la revelación –implícita, pero revelación al fin- de la existencia del Infierno y además de que el Infierno no está vacío, pues al menos hay un cierto tipo de habitantes, los demonios que poseen los cuerpos de los seres humanos, aunque luego la Iglesia enseñará que, además de demonios, en el Infierno se encuentran también seres humanos condenados; por otro lado, se revela la condición de Jesús como Dios Hijo encarnado y esto por una doble vía: porque sólo Dios, con el poder de su voz, puede exorcizar, esto es, arrojar, del cuerpo de un poseso, a un espíritu inmundo y es esto lo que hace Jesús y la otra vía por la que se revela la divinidad de Jesús es por la confesión del demonio antes de ser expulsado por Jesús: “Sé quién eres: el Santo de Dios”. Cuando el demonio le dice a Jesús que es el “Santo de Dios”, no se refiere a Jesús como un hombre santo, como podría serlo un profeta, por ejemplo, sino como Dios Hijo en Persona, porque el demonio, que conoce a Dios y a su voz, por haber sido creado como ángel por parte de Dios, reconoce en la voz humana de Jesús de Nazareth a la Palabra Eterna de Dios, el Hijo de Dios, que es quien, junto al Padre y al Espíritu Santo, lo creó y luego de la rebelión lo juzgó y lo condenó al Infierno eterno.

“Sé quién eres: el Santo de Dios”. Existencia del Infierno, existencia de ángeles caídos y de condenados; poder exorcista de Jesús, derivado de su condición de Dios Hijo encarnado, son las dos verdades de fe reveladas en este Evangelio. Si alguien niega estas dos verdades –que el Infierno existe, que está ocupado y que Cristo es Dios-, las niega al costo de contradecir al mismo Jesucristo, que es Quien nos ha revelado estas verdades. Y contradecir al Hombre-Dios Jesucristo, además de pecado de apostasía, demuestra una temeridad, un orgullo, una soberbia, verdaderamente demoníacos.

sábado, 22 de mayo de 2021

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”


 

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Mc 11, 11-26). Al entrar en el templo, Jesús se da con la desagradable situación de la usurpación y ocupación ilegal de los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas. Llevado por la Justa Ira Divina, Jesús hace un látigo de cuerdas y se pone a expulsar a los usurpadores, derribando sus mesas y puestos e impidiendo que nadie más realice esas tareas, del todo inapropiadas para un lugar sagrado. Las palabras de Jesús dirigidas a los usurpadores revelan que Él es Dios, puesto que llama al templo “mi casa”: “Mi casa será casa de oración”. De ninguna manera un hombre común y corriente podría decir que el templo es “su casa”, puesto que el templo es “casa de Dios”, por lo que al decir Jesús que el templo es “su casa”, está diciendo que Él es Dios.

Otro elemento a considerar es la simbología presente en este hecho realmente acaecido: el templo, además de ser Casa de Dios, es figura del alma humana que, por la gracia, es convertida en templo del Espíritu Santo; los mercaderes, los vendedores de palomas y los cambistas, representan a las pasiones humanas, sobre todo a la avaricia, el egoísmo y la idolatría del dinero; los animales –bueyes, palomas, ovejas-, con su irracionalidad y también falta de higiene, representan a las pasiones humanas sin el control ni de la razón ni de la gracia, que por lo tanto ensucian al alma humana con el pecado, así como los animales, con su falta de higiene, ensucian el templo; los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas, representan a los cristianos que, habiendo recibido el Bautismo y por lo tanto, habiendo sido convertidos sus cuerpos en templos del Espíritu Santo y sus corazones en altares de Jesús Eucaristía, ignorando por completo esta realidad, sea por ignorancia, por negligencia, por amor al dinero, o por todas estas cosas juntas, profanan los templos de sus cuerpos con el pecado, principalmente la avaricia, la idolatría y la lujuria, permitiendo que sus cuerpos y almas, en vez de estar dedicados y consagrados a Dios, como por ejemplo la oración, sean refugio de pasiones y también de demonios.

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. Debemos prestar mucha atención a esta escena evangélica, porque cuando preferimos las actividades mundanas antes que la oración y el silencio, estamos cometiendo el mismo error que los mercaderes del templo, convirtiéndonos así en objeto de la Justa Ira Divina. Al recibir el Bautismo, hemos sido convertidos en templos de Dios y nuestros corazones en altares de Jesús Eucaristía. No nos olvidemos de esta realidad, para no ser destinatarios de la Ira Divina.

 

jueves, 4 de marzo de 2021

“Si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, es porque ha llegado a ustedes el Reino de Dios”


 

“Si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, es porque ha llegado a ustedes el Reino de Dios” (Lc 11, 14-23). Las palabras de Jesús nos dejan muchas enseñanzas: por un lado, nos enseña que Él, en cuanto Hombre-Dios, es el Sumo y Eterno Sacerdote, quien con su omnipotencia divina expulsa a los demonios con el solo poder de su voz. En efecto, en la voz humana de Jesús de Nazareth, los demonios reconocen la voz del Dios Uno y Trino que los creó, que los puso a prueba luego de su creación y que los condenó en el Infierno luego de que éstos se rebelaran contra su voluntad. Por otra parte, nos enseña que el exorcismo, esto es, la expulsión de un demonio que ha tomado posesión de un cuerpo humano, es una señal de que el Reino de Dios está presente entre los hombres y esto nos conduce directamente a la Iglesia Católica, porque quien continúa con el trabajo de exorcismo, es la Iglesia Católica, por medio de sus sacerdotes ministeriales. Esto significa que la Iglesia Católica es, en sí misma, un signo no solo de la existencia, sino de la presencia del Reino de Dios ya en la tierra, en la historia humana. Este Reino de Dios irá creciendo a medida que se acerque el fin de los tiempos, puesto que en el Día del Juicio Final, desaparecerá esta tierra y terminarán el tiempo y la historia humana, para dar inicio a la eternidad de Dios y su Reino.

Por último, otra enseñanza que nos deja este Evangelio es la existencia de dos tipos de demonios, los demonios “hablantes” y los demonios “mudos”: los “hablantes” son demonios que se expresan con gritos, aullidos, blasfemias, voces guturales, utilizando los órganos del cuerpo del poseso y así se dan a conocer; los “mudos”, como el del Evangelio, son demonios que no se manifiestan sensiblemente y que por eso mismo parecería que no están en el poseso, pero sí lo están. Como sea, el poder de Nuestro Señor Jesucristo, que es la fuerza omnipotente de Dios Trinidad, expulsa a cualquier clase de demonio, sea “hablante” o “mudo”.

“Si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, es porque ha llegado a ustedes el Reino de Dios”. Si los exorcismos de Jesús en su tiempo, son indicativos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros, la acción exorcista de la Iglesia Católica es también señal de que el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Pertenecer a la Iglesia Católica es, por lo tanto, pertenecer al Reino de Dios.

domingo, 7 de febrero de 2021

“Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”

 


(Domingo V - TO - Ciclo B  2021)

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios” (cfr. Mc 1, 29-39). De entre todas las actividades de Jesús relatadas por el Evangelio, hay una que se repite con frecuencia y es la de “expulsar demonios”. Esto tiene varios significados: por un lado, forma parte de nuestra fe católica creer en la existencia del demonio y en su accionar en medio de los hombres; por otra parte, revela que Jesús es Dios encarnado, porque sólo Dios tiene el poder necesario para expulsar, con el solo poder de su voz, al demonio de un cuerpo al que ha poseído; por otra parte, revela que, aunque Jesús haya realizado exorcismos y expulsado demonios, la presencia y actividad de los demonios no ha cesado ni disminuido, sino que, por el contrario, se ha ido intensificando cada vez más y lo irá haciendo cada vez más intensa a medida que la humanidad se acerque al reinado del Anticristo, el cual precederá al Día del Juicio Final. Entonces, lejos de disminuir y mucho menos de cesar la actividad demoníaca, ésta irá en aumento con el correr del tiempo, intensificándose cada vez más hasta lograr su objetivo, que es la instauración del reino de Satanás en medio de los hombres. La actividad demoníaca está encaminada a lograr dos objetivos: el provocar la condena eterna en el Infierno de la mayor cantidad posible de almas y el instaurar, en la tierra, el reino de las tinieblas, en contraposición al Reino de Dios.

          Probablemente hoy no se vean posesos por la calle, como sucedía en el Evangelio, pero esto no quiere decir que la actividad demoníaca esté ausente o en disminución: todo lo contrario, podemos decir que en nuestros días, la actividad del demonio es tal vez la más intensa de toda la historia de la humanidad y esto se puede comprobar por la inmensa cantidad de males de todo tipo que se han abatido sobre la humanidad, males que son ante todo de tipo morales y espirituales, además de males físicos como la actual pandemia. Algunos de los males que podemos enumerar y que certifican la intensa actividad demoníaca son: el avance, prácticamente sin freno, de la cultura de la muerte, que promueve el aborto como derecho humano, algo que ha alcanzado ya niveles planetarios; la legislación de la eutanasia, de modo de terminar con la vida del paciente terminal; la proclamación de los pecados contra la naturaleza como “derechos humanos”, a través de la Organización de las Naciones Unidas, por medio de la difusión de la ideología de género y de otras ideologías que atentan contra la naturaleza humana y que están en abierta contradicción con los Mandamientos de Dios y los Preceptos de la Iglesia; la difusión, a través de los medios masivos de comunicación, de una mentalidad atea, materialista, agnóstica, relativista, consumista, hedonista, que busca instaurar la falsa idea de que esta tierra debe convertirse en un paraíso terrenal, con el goce y disfrute de las pasiones, el único paraíso para el hombre; el ocultamiento o silenciamiento de ideologías “intrínsecamente perversas”, como la ideología comunista, que es esencialmente atea y anti-cristiana y que con sus genocidios demuestra su origen satánico y su colaboración directa con el reinado del Anticristo (dicho sea de paso, la actual pandemia se atribuye a un virus de diseño de laboratorio, proveniente de un laboratorio perteneciente al Partido Comunista Chino, con lo que la actual pandemia se debe sumar a la larga lista de crímenes contra la humanidad cometidos por el comunismo a lo largo de la historia); la difusión masiva de las herejías, blasfemias, sacrilegios y errores de todo tipo de la secta planetaria Nueva Era, secta ocultista y luciferina, considerada como la religión del Anticristo, puesto que propicia todo lo que es contrario a Cristo. Todos estos elementos, junto a muchos otros más, nos muestran que la actividad demoníaca es la más intensa, en nuestros días, que en toda la historia de la humanidad, lo cual hace suponer que está cercano el reinado del Anticristo, junto al Falso Profeta y a la Bestia, nombrados y descriptos en el Apocalipsis.

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”. No se trata de atribuir todo lo malo que sucede al demonio, puesto que el hombre, contaminado por el pecado original, obra el mal, la mayoría de las veces, sin necesidad de la intervención del demonio. Sin embargo, es necesario discernir el “signo de los tiempos”, como nos dice Jesús y lo que comprobamos es esto: que la actividad demoníaca es tan intensa en nuestros días, que pareciera que está pronto a instaurarse el reinado del Anticristo. Ahora bien, si esto es cierto, es cierto también que nada debemos temer si estamos con Cristo, si vivimos en gracia, si recibimos los Sacramentos, si nos aferramos a la Cruz y si nos cubre el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción. Es la Iglesia la que continúa la tarea del Hombre-Dios de “deshacer las obras del diablo” y, por otro lado, es una promesa del mismo Jesús, que nunca falla, de que “las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia”. Por eso, aunque las tinieblas parezcan invadirlo todo, debemos acudir a la Fuente de la Luz Increada y divina, Jesús Eucaristía y, postrándonos en adoración ante su Presencia sacramental, implorar su asistencia en estos tiempos de tinieblas.

 

domingo, 4 de octubre de 2020

“Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios”

 


“Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios” (Lc 11, 15-26). En el colmo de su malicia y mala intención, algunos -el Evangelio no especifica quién, pero es de suponer que sean los fariseos- acusan a Jesús de “expulsar demonios con el poder del príncipe de los demonios”. Es decir, saben qué es un poseso, saben qué es un demonio, saben qué es el exorcismo, y aun así, acusan a Jesús, con toda malicia, de expulsar demonios con el poder del Demonio. Para sacarlos de su malicia, es que Jesús utiliza el ejemplo de un reino que, si comienza con luchas internas, termina sucumbiendo por sí mismo. Con esto les quiere hacer ver que si Él tuviera el poder del Demonio, no expulsaría demonios, porque de esa forma lo único que estaría haciendo es debilitar al reino de las tinieblas; la conclusión es que, si Él expulsa demonios, es porque utiliza una fuerza que no es la del Demonio y que combate por un reino, el Reino de los cielos, que es distinto al reino de las tinieblas y si Él no utiliza el poder del Demonio para los exorcismos, entonces la única conclusión posible es que Él utiliza, a nombre propio, el poder divino que Él en cuanto Dios tiene, que por otra parte, es el único poder capaz de expulsar demonios del cuerpo de un poseso.

“Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios”. El poder de expulsar demonios que ejerce Jesús a lo largo de todo el Evangelio, es una muestra más de su condición de Hijo de Dios encarnado, porque Jesús de Nazareth, si fuera un simple hombre, no podría jamás realizar un exorcismo, con las solas fuerzas humanas. La meditación de este Evangelio nos debe llevar a reflexionar acerca de la presencia y acción del reino de las tinieblas en medio de los hombres, pero también acerca del poder, infinitamente superior, que tiene Jesús en cuanto Dios, en relación al Demonio y al Infierno entero.

domingo, 20 de septiembre de 2020

“Les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades”

 


“Les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades” (Lc 9, 1-6). Al enviar a su Iglesia a misionar, Jesús les concede a los Apóstoles dos tipos de poderes: el poder de exorcizar, es decir, de expulsar demonios, y el poder de curar enfermedades. Ambos poderes son poderes concedidos por Jesús, es decir, son poderes suyos, propios de Él, que le pertenecen en cuanto Él es Dios Hijo en Persona y de los cuales los hace partícipes a los Doce. Esto tiene varios significados: uno de ellos, es que la Iglesia Católica, y solo la Iglesia Católica, en virtud del poder conferido por el mismo Cristo a los Apóstoles, tiene la facultad de expulsar demonios -lo cual lo hace por medio del Ritual de Exorcismos- y tiene además la facultad de curar enfermedades, del orden que sean, ya sean físicas, morales, espirituales o incluso diabólicas. Otro significado de este Evangelio es que la presencia y actuación dañina de los demonios en la tierra, que obran en perjuicio de la humanidad, es un hecho y es de tal magnitud e importancia, que el poder de exorcizar está antes que el poder de curar enfermedades. La presencia maligna de los demonios, que desde los Infiernos salen para infectar la tierra y provocar todo tipo de daño a los hombres, es una realidad evangélica, ya que en el mismo Evangelio se afirma que Jesús vino para “deshacer las obras del demonio”. Otro elemento que se desprende de este Evangelio es la presencia de la enfermedad en la humanidad, como consecuencia, junto con el dolor y la muerte, del pecado original de Adán y Eva: Jesús hace partícipes de su poder a los Doce para expulsar demonios y para curar enfermedades, del orden que sea y estas enfermedades son sanadas por el poder participado de Cristo, que con justa razón es llamado Médico Divino, Médico de las almas.

“Les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades”. El Reino de Dios no se instaura por la mera expulsión de demonios y por la simple curación de las enfermedades, pero el hecho de que haya una institución, como la Iglesia, que expulse demonios y cure enfermedades, es un indicio de que el Reino de Dios está ya actuando en la tierra.

miércoles, 24 de junio de 2020

Jesús expulsa a los demonios a la piara de cerdos


Lucas, un evangelio universal (XXII): Jesús domina a los demonios ...

Jesús expulsa a los demonios a la piara de cerdos (Mt 8, 28-34). Al llegar Jesús a la región llamada “de los gadarenos”, le salen al encuentro dos endemoniados. Jesús, con el solo poder de su palabra, los expulsa inmediatamente de los cuerpos a los que habían poseído y los envía a una piara de cerdos, los cuales se precipitan en el mar y se ahogan.
La escena del Evangelio nos muestra, entre otras cosas, dos elementos: por un lado, la existencia de los ángeles caídos y cómo estos ángeles caídos buscan y logran, efectivamente, poseer los cuerpos de los seres humanos. Es decir, el Evangelio nos muestra la realidad de la posesión demoníaca, hecho preternatural por el cual los demonios se apoderan de los cuerpos de los hombres, aunque no de sus almas, las cuales permanecen libres. En la posesión demoníaca, el demonio toma el control -de manera injusta e inclemente- del cuerpo del hombre, como un remedo de la inhabitación trinitaria en el alma del justo. Es decir, así como Dios inhabita en el alma del que está en gracia, así el demonio toma posesión, para controlarlo a su antojo, del cuerpo del hombre. Entonces, mientras Dios Trino inhabita en el alma, el demonio se apodera del cuerpo. La diferencia no es sólo el lugar en el que están Dios y el demonio en relación al hombre -Dios en el alma y el demonio en el cuerpo-, sino en que, cuando Dios Trino inhabita en el alma del justo, lo hace con todo derecho y justicia, puesto que Dios es el Creador, el Redentor y el Santificador del hombre, por lo que su inhabitación es un derecho divino; la diferencia con la posesión demoníaca es que el demonio toma, a la fuerza y sin derecho alguno, el cuerpo del hombre, para imitar la inhabitación trinitaria en el alma. Esto lo hace por que el demonio es “la mona de Dios”, como dicen los santos, y así como el simio imita al hombre sin saber lo que hace, así el demonio imita a Dios Trino poseyendo el cuerpo del hombre, pero no para colmarlo de dicha y felicidad, como en el caso de Dios, sino para someterlo a toda clase de sufrimientos, con el doble objetivo de ser adorado por el hombre poseído y luego llevarlo con él al infierno eterno.
La otra verdad que nos muestra este Evangelio es la condición de Jesús de ser Dios en Persona, porque sólo Dios en Persona, que es el Creador de los ángeles, tiene la fuerza necesaria para expulsar al demonio del cuerpo de un hombre con el solo poder de su voz. En la voz de Jesús de Nazareth, los demonios reconocen la voz del Dios que los ha creado y que ahora los expulsa de los cuerpos que ellos ilegítimamente han poseído.
Entonces, la posesión demoníaca existe y no debe ser confundida con una enfermedad psiquiátrica -quien hace esto desconoce tanto la posesión demoníaca como la ciencia de la psiquiatría médica- y, por otro lado, el Único que puede librar al hombre de la esclavitud del demonio, es Cristo Dios. Y también su Madre, la Virgen, quien por designio divino participa de la omnipotencia divina y, en vez de expulsar a los demonios a una piara de cerdos, les aplasta la cabeza con su talón y es por esto que los demonios y el infierno entero, ante el nombre de María Santísima, se estremecen de terror.

lunes, 27 de enero de 2020

“Al que blasfeme contra el Espíritu Santo no le será perdonado”




“Al que blasfeme contra el Espíritu Santo no le será perdonado” (Mc 3, 22-30). Para comprender la sorprendente afirmación de Jesús, hay que tener en cuenta el contexto precedente y es la afirmación temeraria que hacen los escribas acerca de Jesús: refiriéndose a la potestad de Jesús de expulsar demonios, los escribas le dicen a Jesús que está endemoniado, porque “expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Se trata de una afirmación temeraria, falsa y blasfema, porque atribuyen maldad a una acción buena de Jesús, realizada con el poder del Espíritu Santo. En la posesión diabólica, es la santidad de Dios la que expulsa a los demonios, puesto que la santidad vence a la maldad. Sin embargo, para los escribas, la acción de Jesús no está impulsada por el Espíritu Santo, sino por Belcebú. Esto no es indiferente, porque es atribuir malicia –el poder de Belcebú- a lo que es santo –el poder del Espíritu Santo con el cual Jesús expulsa a los demonios- y eso es una blasfemia, una afirmación temeraria y un pecado contra el Espíritu Santo y por eso no puede ser perdonado. Quien atribuye a Dios maldad, no tiene perdón, porque es algo que va en contra de la razón: si Dios hiciera algo malo, aunque sea ínfimo, dejaría de ser Dios, porque iría contra su esencia, que es la Bondad Increada en sí misma. Además, afirmar que Dios hace algo malo, como lo hacen los escribas al atribuirle a Jesús el poder de los demonios, es contrario a la Verdad y quien esto hace, es porque está rechazando la gracia que ilumina el intelecto para hacerle ver que el que está haciendo el exorcismo es Dios y no el Demonio.
“Al que blasfeme contra el Espíritu Santo no le será perdonado”. Nunca caigamos en el error de cometer la blasfemia de atribuir al Demonio cosas que son de Dios, tal como hacen los escribas al atribuir una obra del Demonio –el exorcismo- lo que es obra de Dios, el Espíritu Santo. En este sentido, cometen un pecado contra el Espíritu Santo los que atribuyen un verdadero milagro de curación, realizado por la bondad de Dios, al Demonio o a sus ídolos, como el Gauchito Gil, la Santa Muerte, la Difunta Correa o cualquier ídolo demoníaco como estos. Quien hace esto, el atribuir al Demonio o a los ídolos demoníacos la curación de una enfermedad que ha sido curada por Dios, está cometiendo un pecado contra el Espíritu Santo y, de no mediar un verdadero arrepentimiento y conversión, este pecado no le será perdonado ni en esta ni en la otra vida.

lunes, 18 de noviembre de 2019

“Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”




“Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene” (Lc 19, 11-28). Jesús compara al Reino de Dios con un hombre que debe partir de viaje para ser coronado rey y reparte tres onzas de oro a otros tantos trabajadores, para que la hagan rendir y le den las ganancias cuando él regrese. Cada uno de ellos recibe una misma onza de oro, pero el resultado es distinto: el primero hace rendir diez y recibe en recompensa el gobierno de diez ciudades; el segundo hace rendir cinco y recibe el gobierno de cinco ciudades; en cambio el tercero, en vez de hacerla rendir y producir más dinero, entierra la onza de oro, por temor a perderla y recibir el reproche de su señor. Éste último, al enterarse de lo que hizo, lo trata de “holgazán” y le dice que le quiten la onza de oro y se la den al que ya tenía diez.
Para entender la parábola, hay que sustituir los elementos naturales por los sobrenaturales: el noble que viaja para ser nombrado rey y luego regresar ya coronado como rey, es Jesucristo que, con su misterio pascual de muerte y resurrección, muere en cruz, resucita y sube a los cielos y desde allí, ya coronado como Rey Victorioso y Vencedor Invicto, ha de volver en su Segunda Venida para juzgar a vivos y muertos; la onza de oro que el noble reparte a sus criados, es la gracia santificante que Dios nos concede por los méritos de la muerte de Cristo en la cruz; los trabajadores somos nosotros, en esta vida terrena, el primer y segundo trabajadores, que hicieron fructificar la onza de oro y recibieron diez y cinco ciudades en recompensa, son los santos que hacen fructificar la gracia, dando frutos de santidad: en la otra vida, son recompensados con distintos grados de gloria –eso representan las ciudades-, según fueron sus obras aquí en la tierra; el trabajador holgazán es el cristiano que ha recibido la onza de oro, es decir, la gracia santificante, pero no la hace fructificar porque no trabaja para el Reino; es el que entierra sus talentos para Dios y la Iglesia y se dedica a vivir mundanamente, sin importarle la santidad de vida a la que está llamado. El hecho de que le quiten la onza de oro es un preludio de su eterna condenación, porque significa que le es quitada, por su holgazanería, la gracia que tenía y un alma sin gracia no puede salvarse, sino que se condena. Por último, un detalle que pasa muchas veces desapercibido: cuando el noble parte para ser nombrado rey, hay algunos enemigos suyos que manifiestan explícitamente que no quieren que él sea rey de ellos; a estos enemigos, el noble, cuando vuelve ya como rey, los hace traer ante su presencia y los hace degollar delante suyo. Parece un detalle muy escabroso, pero es para significar la gravedad del destino de quien se opone a Cristo y su Reino: los enemigos del Rey –los enemigos de Cristo- no son otros que los demonios y los hombres condenados: para ellos, en la otra vida, no hay ya misericordia alguna, sino solo Justicia Divina y esa Justicia es la que exige su eterna condenación en el infierno, que es lo que significa que estos sean degollados.

jueves, 7 de febrero de 2019

“Salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”



“Salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban” (Mc 6, 7-13). Jesús envía a los Apóstoles a predicar la Buena Nueva, pero en este envío, los hace partícipes de su poder divino: les da poder, no solo para predicar la Palabra de Dios, sino también para expulsar demonios y para curar enfermos. De hecho, según el Evangelista Juan, Jesús vino para “destruir las obras del Demonio” (1 Jn 3, 8) y las obras del Demonio son la enfermedad, el dolor y la muerte –por eso dice la Escritura que “por la envidia del Demonio entró la muerte en el mundo”[1]- y además la posesión de los cuerpos, como una imagen negativa de la inhabitación de la gracia en el alma del justo –en efecto, por medio de la gracia, Dios toma posesión del alma, elevándola a hija adoptiva suya; el Demonio, la “mona de Dios”, lo imita pero como no puede poseer las almas, toma posesión de los cuerpos, convirtiendo a los posesos en sus esclavos-. Jesús les da entonces a los Apóstoles el poder de deshacer estas dos obras del Demonio: la posesión demoníaca y la enfermedad: “echaban muchos demonios, curaban muchos enfermos”. Se puede decir que los Apóstoles son la Iglesia naciente, el Cuerpo Místico de Jesús, que obra, movido por el Espíritu Santo, la misma obra de la Cabeza.
En nuestros días, también la Iglesia continúa la misma misión encargada por Jesús a los Apóstoles: por medio de los sacramentos, comenzando con el Bautismo y siguiendo luego con la Confesión sacramental, la Iglesia expulsa, con el poder de Dios, la presencia demoníaca en el alma del cristiano; con el sacramento de la unción de los enfermos, restablece la salud corporal, en algunos y casos y también la salud espiritual. De esta manera, la Iglesia continúa, en el tiempo, la misma tarea encargada por Jesús a los Apóstoles, que es la tarea del mismo Jesús: “deshacer las obras del Demonio”.
Sin embargo, lo más importante no es, ni la expulsión de demonios, ni la curación corporal: la tarea más importante de la Iglesia es la predicación de la Palabra, es decir, la Evangelización de los paganos, de los gentiles, comunicar a todo el mundo la Buena Noticia de Nuestro Señor Jesucristo, que es la donación de la gracia por su sacrificio en cruz, donación que nos convierte en hijos adoptivos de Dios y en herederos del Reino.
“Salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”. En nuestros días, la actividad demoníaca ha crecido como nunca antes en la historia, puesto que son cada vez más las personas que practican la brujería, el ocultismo, el satanismo, el esoterismo y esa es la razón de que explica, entre otras cosas, que ideologías verdaderamente diabólicas, como el feminismo, la ideología de género y la ESI se propaguen entre niños y jóvenes con tanta fuerza. Por esto mismo, hoy más que nunca, es necesaria la misión de los cristianos que, al igual que los Apóstoles, bajo el mandato de Jesús, salgan a las calles para destruir las obras de Demonio y proclamar la llegada del Reino de Dios.


[1] Cfr. Sab 1, 24.

sábado, 10 de marzo de 2018

"Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna”



(Domingo IV - TC - Ciclo B – 2018)

         “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3, 14-21). Jesús profetiza su Pasión y Muerte y para hacerlo, utiliza el pasaje de la Sagrada Escritura en el que Moisés levanta la serpiente en alto, haciendo una analogía con su propia muerte: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna”. Para comprender la razón de esta analogía, es necesario considerar el episodio del desierto en el que Moisés levanta en alto la serpiente, porque en este episodio están representadas las realidades sobrenaturales del misterio de la salvación en Cristo.
En la Escritura se narra que, en su éxodo por el desierto hacia la Tierra Prometida, la Jerusalén terrena, el Pueblo Elegido sufre, en un determinado momento, el ataque de serpientes venenosas que provocan la muerte entre los integrantes del Pueblo Elegido, al inyectar su veneno con su mordida. Es entonces cuando Dios le ordena a Moisés que construya una serpiente de bronce y que la levante en alto, para que todo aquel que hubiera sido mordido por las serpientes del desierto, sea curado milagrosamente. Moisés acata las órdenes de Dios y los hebreos que habían sufrido las mordeduras de las serpientes, no murieron al contemplar la serpiente de bronce y pudieron así llegar a la Tierra Prometida. En este pasaje, cada elemento representa una realidad sobrenatural relativa al misterio de la salvación en Cristo: el desierto es imagen de la vida terrena y de la historia humana; la Jerusalén terrena, meta del Pueblo Elegido, es imagen de la Jerusalén celestial, meta del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica; Moisés es imagen de Dios Padre; la serpiente en alto, que en cuanto creatura es algo bueno y solo en sentido relativo es malo al ser atribuida su imagen al ángel caído, representa a Jesucristo elevado en la cruz –es decir, la serpiente es imagen de Jesús, pero en cuanto creatura, porque en cuanto creatura es algo bueno: jamás puede la serpiente ser imagen de Jesús cuando se toma la figura de la serpiente como imagen del Ángel caído, porque allí la serpiente es algo malo y jamás puede ser, en cuanto algo malo, figura de Jesucristo, el Hombre-Dios, el Cordero Inmaculado; el poder milagroso por el cual Dios había concedido a la imagen de la serpiente de bronce la curación de los que la contemplaran, es figura de la gracia santificante, que sana el alma al quitarle el pecado y concederle la participación en la vida de Dios Trinidad; las serpientes, cuyas mordeduras son mortales, son imágenes de la Serpiente Antigua, el Demonio, Satanás y todos los ángeles del Infierno, que debido a su perfidia inyectan en los hombres el veneno letal de la soberbia, de la lujuria, de la impenitencia, de la pereza, la avaricia y de todos los pecados mortales, envenenando el corazón del hombre con el pecado de la rebelión contra Dios y sus Mandamientos; el veneno de las serpientes que provoca la muerte del cuerpo es figura del pecado, que provoca la muerte del alma. Por último, la curación obtenida milagrosamente por los que contemplaban a la serpiente de bronce elevada en alto representa a los cristianos que, de rodillas ante la Cruz de Jesucristo, contemplan sus llagas sangrantes, sus golpes, sus heridas, su Costado traspasado y así reciben de Jesús, Médico Divino, la curación de sus almas y de cualquier clase de afección desordenada.
“De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna”. Todo aquel que sienta en su corazón la mordedura mortal del pecado, que se postre de rodillas, con el corazón contrito y el espíritu humillado ante Jesús crucificado, el Cordero de Dios, prefigurado en la serpiente de bronce elevada en lo alto por Moisés, y recibirá la curación de las heridas del alma, cualquiera que estas sean. Y si Jesús, elevado en la cruz, cura las heridas del alma a todo aquel que se postra ante las representaciones suyas en la cruz, mucho más lo hará en la Santa Misa, en donde se encuentra en Persona, porque la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz. Quien se postra -quien se arrodilla- ante Jesús Eucaristía, se postra y se arrodilla ante Jesús crucificado y recibe mucho más que el milagro de la curación del cuerpo, como le sucedió a los israelitas: quien se postra, se humilla y se arrodilla ante Jesús Eucaristía, recibe el milagro inapreciable de no solo la curación de las heridas del alma, cualesquiera que estas sean, sino además la Vida eterna del Señor Jesús, contenida en la Eucaristía.