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miércoles, 16 de agosto de 2023

“Mujer, qué grande es tu fe”

 


(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2023)

         “Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15, 21-28). En este episodio del Evangelio, acaparan la atención dos protagonistas principales: Nuestro Señor Jesucristo y la mujer cananea o sirofenicia. La actitud de Jesús sorprende en un primer momento, porque se muestra reticente ante el pedido de la mujer; se muestra como si sus sentimientos fueran, como se suele decir, “fríos”, ante el pedido de socorro de la mujer, porque no responde de buenas a primera; pero además sorprende el trato que da a la mujer, a quien, si bien indirectamente, la trata como “cachorro de animal”, como “cachorro de perro”. Por supuesto que Nuestro Señor está lejos de ser frío de corazón y duro de sentimientos, lo único que quiere hacer es -aunque Él ya lo sabe-, poner de manifiesto la fe de la mujer que, siendo pagana, muestra una fe en Él como Dios, que no la muestran ni siquiera sus discípulos más cercanos; lo que quiere Jesús, aparentando frialdad y distancia, es en realidad poner de ejemplo a la fe de la mujer cananea o sirofenicia y así darles una lección a sus propios discípulos.

         El tema central del episodio es el pedido de auxilio de la mujer a Jesús. Este pedido de auxilio es muy particular y nos enseña muchas cosas: por un lado, trata a Jesús como “Señor, Hijo de David”, título reservado al Mesías, con lo cual ya desde un primer momento, la mujer demuestra que está iluminada por el Espíritu Santo, porque no acude a Jesús como a un taumaturgo, a un santón, a un hombre que dice profecías, sino como al mismo Mesías.

         Otra característica del pedido de la mujer es que ella sabe diferenciar entre la enfermedad epiléptica y la posesión demoníaca y esto es muy importante, porque las interpretaciones progresistas católicas o evangélicas luteranas, niegan las posesiones demoníacas, calificándolas como enfermedades, generalmente del tipo epiléptico, por el movimiento que hacen los posesos. La mujer sabe distinguir bien entre la enfermedad y la posesión, ya que la posesión se caracteriza por elementos muy distintos a la enfermedad, como por ejemplo, el poseso posee una fuerza extrema, habla con voz gutural, entra en trance, lo cual significa que la personalidad de la persona del poseso desaparece para dar lugar a la personalidad del demonio o ángel caído que posee el cuerpo del poseso. Todo esto es muy bien distinguido por la mujer, ya que no le dice a Jesús que su hija está “enferma” -como por ejemplo, el hijo del centurión-, sino que le dice clara y específicamente que su hija está “poseída”: “Mi hija tiene un demonio muy malo”.

         Otro elemento es que la mujer cree en Jesús como Dios, porque sabe que Él, Jesús, siendo Dios, es el Único que tiene poder de expulsar demonios. Si la mujer no hubiera estado iluminada por el Espíritu Santo, nunca habría tenido fe en Jesús como Dios y por lo tanto con su poder omnipotente, con capacidad infinita para expulsar demonios.

         La mujer da también ejemplo de extrema humildad, porque Jesús no le contesta nada en un primer momento, a pesar de que la mujer grita pidiendo auxilio, es decir, pareciera que Jesús la ignora a propósito, pero la mujer, a pesar de eso, continúa recurriendo a Jesús. Y luego, cuando Jesús le dirige la palabra, le deja en claro que Él ha sido enviado para recoger “a las ovejas descarriadas de Israel”, con lo cual ella queda, de manera obvia, automáticamente excluida de cualquier ayuda que pudiera prestarle Jesús, ya que ella no es hebrea, sino sirofenicia. Pero esto tampoco la desanima a la mujer, todavía más, le da más fuerzas para insistir en su pedido a Jesús y si en un primer momento había reconocido a Jesús como al Mesías y como Dios con la palabra, ahora reconoce igualmente a Jesús como al Mesías y como a Dios, pero con el cuerpo, ya que se postra ante Él, siendo la postración un claro signo de adoración a Dios y así lo dice el Evangelio: “Ella (…) se postró ante Él y le pidió de rodillas”. La postración y la genuflexión son gestos corpóreos externos que indican adoración y solo se deben al verdadero Dios, Cristo Jesús y es esto lo que hace la mujer.

Pero, aun así, Jesús parece no tener intención alguna de cumplir con la petición que le hace la mujer, ya que ahora, aunque le responde, al hacerlo, la compara indirecta e implícitamente con un animal, con un perro o con un cachorro de perro: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Con esta respuesta, Jesús deja bien en claro que los hijos son los judíos, los miembros del Pueblo Elegido, los israelitas, a los que compara con los hijos que se sientan a la mesa a comer la comida principal y que los paganos, como ella, se comparan a perros y así como no está bien que un padre dé el alimento, en este caso, el pan, que le corresponde a los hijos, a un perro, así tampoco corresponde que Él, el Mesías, que ha venido en primer lugar para recoger a los hijos, los israelitas, no puede hacer milagros para quienes no pertenecen al Pueblo Elegido.

Ni siquiera esto último, la equiparación de la mujer cananea a un perro, la detiene y aquí la mujer cananea nos da un ejemplo extremo de fe y de humildad, porque si hubiera sido soberbia, se habría retirado al instante, pero no lo hace; por el contrario, da una respuesta llena de humildad y de fe que sorprende al mismo Jesús: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Con esto, la mujer cananea le quiere decir a Jesús que sí, es verdad que Él, como Mesías, debe hacer milagros -como los hace a lo largo de todo el Evangelio- en primer lugar para los hijos, es decir, el Pueblo Elegido, pero de la misma manera a como los perros se alimentan de las migajas que caen de la mesa de los hijos, así los que no pertenecen al Pueblo Elegido, como ella, pueden recibir una “migaja” de su poder divino, que sería en este caso, el exorcismo de su hija poseída por un demonio.

Una vez llegados a este punto, Jesús, que demuestra sorpresa y admiración por la fe de la mujer –“Mujer, qué grande es tu fe”- y considerando que ha dado ya ejemplos suficientes a sus discípulos de fe, de mansedumbre, de humildad, de amor a su hija y a Él, decide entonces expulsar, con su poder divino, al demonio que atormentaba a la hija de la mujer cananea, tal como lo atestigua el Evangelio: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”. En aquel momento quedó liberada su hija”.

“Mujer, qué grande es tu fe”. La mujer cananea es un modelo y ejemplo de fe en Jesús como Dios, como Salvador; es un ejemplo de mansedumbre, de humildad, de amor y de perseverancia en la fe. Por esto mismo, debe servirnos a los cristianos, que muchas veces tratamos a Jesús como si Él fuera un sirviente que tiene la obligación de darnos lo que le pedimos y si no nos lo da, nos ofendemos y nos retiramos de su Iglesia. Esto, que es un comportamiento temerario e irrespetuoso ante Cristo Dios, se contrasta con la fe, la humildad, la mansedumbre, la perseverancia y el amor de la mujer cananea, de la cual tenemos mucho, pero mucho por aprender.

martes, 25 de julio de 2023

“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”

 


“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen” (Mt 13, 10-17). Los discípulos le preguntan a Jesús porqué Él les habla en parábolas y Él les contesta que, a ellos, a sus discípulos, “se les ha concedido conocer los secretos del Reino de los cielos”, pero a los otros, a los que no son sus discípulos, “no”. La razón de esta preferencia la da el mismo Jesús: porque quienes no son sus discípulos, de forma libre y voluntaria, han cerrado sus oídos para no entender; han mirado sin ver; han endurecido sus corazones, para que Él no los convierta. Es decir, se trata de hombres, seres humanos, que han visto a la Palabra de Dios encarnada, Cristo Jesús, quien los llama a la conversión, y no han querido convertirse; han visto sus milagros, con sus propios ojos y aun así no han creído en Jesús como Dios Hijo encarnado; han escuchado sus consejos evangélicos -amar al enemigo, perdonar setenta veces siete, cargar la cruz de cada día-, pero han preferido cerrar sus oídos, para seguir escuchando mundanidades, banalidades que no conducen al Reino de Dios; han escuchado que deben bendecir a los que los maldicen y que deben poner la otra mejilla, pero han endurecido sus corazones, permaneciendo en la ley maldita del Talión, abrogada por Jesús, que lejos de perdonar, insta a la venganza: “Ojo por ojo y diente por diente”. Estos hombres han visto y oído lo que muchos justos y profetas del Antiguo Testamento hubieran querido ver y oír, pero aun así, habiendo tenido el privilegio de ver y oír al Hijo de Dios encarnado, el Emmanuel, han preferido continuar con sus vidas paganas y mundanas, cegadas por sus pasiones y, en definitiva, han continuando adorando al Ángel caído en lo más profundo de sus corazones.

“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”. La frase no es solo para los discípulos contemporáneos de Jesús, sino que va dirigida a toda la Iglesia de todos los tiempos, por eso está también dirigida a nosotros, católicos del siglo XXI, que vemos y oímos lo que muchos hombres de buena voluntad querrían ver y oír y no lo hacen. ¿Qué es lo que nos hace “dichosos”, porque vemos y oímos lo que otros no? Lo que nos hace dichosos, es ver, con los ojos del cuerpo, la Hostia consagrada; es ver, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, a Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía; por la fe, vemos, no sensiblemente, sino insensiblemente, espiritualmente, por la fe, a Cristo Dios, el Hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen, que prolonga su Encarnación en el seno de la Madre Iglesia, el Altar Eucarístico y esto nos llena de gozo, no de un gozo natural, terreno, efímero, sino de un gozo sobrenatural, que brota del mismo Ser divino trinitario que se hace presente en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa. ¿Qué es lo que oímos y nos hace dichosos? Oímos las palabras de la consagración, palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial, pero que poseen la fuerza de Dios Hijo, quien es el que, a través de estas palabras, pronuncia Él mismo las palabras de la consagración, para convertir el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre; somos dichosos porque oímos la Voz de Cristo, imperceptible, porque habla a través y en medio, podríamos decir, de la voz del sacerdote ministerial que las pronuncia, y eso nos llega de gozo, un gozo imposible de describir y de alcanzar por causas naturales, sean naturales humanas o preternaturales, es decir, angélicas, es un gozo que solo Dios puede conceder. Por eso es que la frase de Jesús está dirigida también para nosotros: “Dichosos vuestros ojos porque véis la Eucaristía y vuestros oídos porque oyen las palabras de la consagración”.

miércoles, 13 de octubre de 2021

“Estén listos, con las túnicas puestas y con las lámparas encendidas”

 


“Estén listos, con las túnicas puestas y con las lámparas encendidas” (Lc 12, 35-38). Jesús da a la Iglesia una advertencia muy importante: todos debemos estar “listos”, “preparados”, para su Segunda Venida porque sólo así seremos juzgados dignos de ingresar en el Reino de los cielos. La advertencia se comprende mejor cuando se reemplazan los elementos naturales de la figura evocada por Jesús –criados que esperan atentos, con ropa de trabajo, a su señor que ha de llegar a una hora imprevista- por elementos sobrenaturales. Así, el criado o criados somos los bautizados en la Iglesia Católica; la boda a la que acudió su Señor es la Encarnación del Verbo de Dios con la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth; la noche o madrugada, es decir, los horarios en los que los criados deben estar atentos ante el regreso de su señor, es el momento en la historia de la humanidad en la que Jesús habrá de regresar en la gloria, en su Segunda Venida, para juzgar a vivos y muertos; el señor que llega de improviso es Nuestro Señor Jesucristo, quien llegará en un momento inesperado para juzgar a toda la humanidad, dando así fin al tiempo y a la historia humana, la cual ingresará en su totalidad en la eternidad, unos para la condenación eterna en el Infierno, otros para la alegría eterna en el Cielo; las “túnicas puestas” indican que los criados están con ropa de trabajo, no es ropa para descansar y esto significa que el cristiano no debe vivir esta vida terrena como si estuviera dormido en la fe, sino que debe estar despierto en la fe, obrando la misericordia, luchando contra sus pasiones y tratando de vivir en gracia; las “lámparas encendidas” representan la gracia –el aceite- y la fe –la llama-: así como una lámpara se enciende para disipar las tinieblas, así en el cristiano debe brillar la luz de la gracia en su mente y en su corazón, para que ésta sea fructuosa en obras de misericordia, corporales y espirituales.

“Estén listos, con las túnicas puestas y con las lámparas encendidas”. Nadie sabe cuándo será el día en el que llegará Nuestro Señor, como así también nadie sabe cuándo será el día de su propia muerte, que es el momento en el que el alma se encontrará cara a cara con Jesucristo, en el Juicio Particular; ahora bien, es por esta razón por la cual debemos estar con las “túnicas puestas” y con las “lámparas encendidas”, es decir, en estado de gracia y con una fe activa, fructífera en obras de misericordia.

 

miércoles, 28 de julio de 2021

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

 


“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea se postra ante Jesús para implorar la liberación de su hija, la cual está poseída por un demonio. Luego de un breve diálogo con Jesús, la mujer cananea obtiene lo que pedía y además es alabada por Nuestro Señor en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. El hecho de que haya sido alabada por Jesús en persona, nos lleva a desviar nuestra mirada espiritual hacia la mujer cananea, para aprender de ella. En efecto, la mujer cananea nos deja varias enseñanzas: por un lado, sabe diferenciar entre una enfermedad y una posesión demoníaca, porque acude a Jesús para que la libere de un demonio que la “atormenta terriblemente” y este diagnóstico de la mujer cananea queda confirmado implícitamente cuando Jesús –obrando a la distancia con su omnipotencia- realiza el exorcismo y expulsa al demonio que efectivamente había poseído a la hija de la mujer cananea; otra enseñanza es que la mujer cananea tiene fe en Cristo en cuanto Dios y no en cuanto un simple hombre santo y la prueba de que lo reconoce como al Hombre-Dios es que lo nombra llamándolo “Señor”, un título sólo reservado a Dios y, por otro lado, se postra ante Él, lo cual es un signo de adoración externa también reservada solamente a Dios; otra enseñanza que nos deja la mujer cananea es que no tiene respetos humanos: ella es cananea y no hebrea, por lo tanto, no pertenece al Pueblo Elegido, es decir, era pagana y como tal, podría haber experimentado algún escrúpulo en dirigirse a un Dios –Jesús- que no pertenecía al panteón de los dioses paganos de su religión y sin embargo, venciendo los respetos humanos, se dirige a Jesús con mucha fe; otra enseñanza es la gran humildad de la mujer cananea, porque no solo no se ofende cuando Jesús la trata indirectamente de “perra” –obviamente, no como insulto, sino como refiriéndose al animal “perro”-, al dar el ejemplo de los cachorros que no comen de la mesa de los hijos, sino que utiliza la misma imagen de Jesús –la de un perro- para contestar a Jesús con toda humildad, implorando un milagro y utilizando para el pedido la imagen de un perro, de un cachorro de perro: “Los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Esta respuesta es admirable, tanto por su humildad, como por su sabiduría, porque la mujer cananea razona así: si los hebreos son los destinatarios de los milagros principales –ellos son los hijos que comen en la mesa en la imagen de Jesús-, ella, que no es hebrea, también puede beneficiarse de un milagro menor, como es el exorcismo de su hija, de la misma manera a como los cachorros de perritos, sin ser hijos, se alimentan de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

Fe en Cristo Dios; adoración a Jesús, Dios Hijo encarnado; fe en la omnipotencia de Cristo; sabiduría para distinguir entre enfermedad y posesión demoníaca; ausencia de respetos humanos, con lo cual demuestra que le importa agradar a Dios y no a los hombres; humildad para no sentirse ofendida por ser comparada con un animal –un perro-; astucia para utilizar la misma figura del animal, para pedir un milagro para su hija. Estas son algunas de las enseñanzas que nos deja la mujer cananea, tan admirables, que provocaron incluso el asombro del mismo Hijo de Dios en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”.

viernes, 2 de abril de 2021

Martes de la Octava de Pascua

 



(Ciclo B – 2021)

         “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Jn 20, 11-18). María Magdalena se encuentra llorando, a la entrada del sepulcro y la razón por la que llora la da ella misma cuando responde a la pregunta de los ángeles por la causa de su llanto: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. María Magdalena llora porque acude al sepulcro con la dolorosa y amarga tribulación del Viernes Santo; llora porque ha visto a su Señor ser crucificado y luego lo ha visto morir; llora porque ha visto que a su Señor lo han envuelto en una mortaja y luego de un breve cortejo fúnebre, han depositado su Cuerpo muerto, frío, sin vida, en el sepulcro. María Magdalena llora porque ha vivido la Pasión y Muerte del Señor Jesucristo, sí, pero la ha vivido hasta los límites estrechos que le permite su humanidad, su mente, su corazón, su memoria, su dolor humano. María Magdalena llora porque tiene su vista dirigida al pasado, el Viernes Santo, día de la Muerte de Jesús, y al Sábado Santo, día del duelo y del llanto por la Muerte de Jesús y porque tiene su vista dirigida al pasado y porque solo vive con su naturaleza humana, es que María Magdalena llora por Jesús muerto, sin creer ni dar cabida a las palabras de Jesús de que Él habría de resucitar “al tercer día”. María Magdalena llora porque es discípula de Jesús, sí, pero al modo humano, como cuando una persona sigue a un líder por su carisma y por esto es que ella cree en un Jesús puramente humano, sujeto a la muerte como todo ser humano. María llora porque en el fondo, aun cuando ha conocido personalmente a Jesús, aun cuando Jesús ha obrado milagros en ella, expulsando demonios de su cuerpo y liberándola de la esclavitud del demonio y del pecado, aun así, la fe de María Magdalena en Jesús es una fe en un Jesús meramente humano. Su fe en Jesús no es sobrenatural, no cree en la divinidad de Jesús y por lo tanto no cree o se ha olvidado de la promesa de Jesús de resucitar al tercer día. Solo cuando Jesús resucitado le infunde su gracia, en el momento en que la llama por su nombre, solo entonces y por acción de la gracia, que ilumina y eleva el entendimiento de María Magdalena a un nivel divino y sobrenatural, solo entonces, la fe de María Magdalena en Jesús pasa a ser una fe verdaderamente católica, es decir, sólo entonces, por la luz de la gracia, María Magdalena no solo recuerda la promesa de Jesús de resucitar al tercer día, sino que es capaz de ver en Jesús no al “hijo del carpintero”, al “hijo de María”, sino a Dios Hijo encarnado que, en cuanto Dios, es la Vida Increada en Sí misma y por lo tanto, es el Triunfador Invicto sobre la muerte. Solo cuando Jesús le insufla la gracia, solo entonces María Magdalena no solo deja de llorar, sino que se alegra, con una alegría sobrenatural, porque reconoce en Cristo no al “hijo de María”, sino al Hijo de Dios encarnado, que ha vencido a la muerte con su muerte en cruz y ha resucitado, glorioso y victorioso, del sepulcro.

         “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Muchos católicos viven su fe como María Magdalena: buscan a Jesús, pero en el fondo de sus almas no creen que haya resucitado y mucho menos que esté, vivo y glorioso, resucitado, en la Eucaristía y por eso buscan y creen en un Jesús muerto, no resucitado. Para no caer en este error racionalista, pidamos la gracia de ver, con la luz de la fe, a Jesús glorioso y resucitado en la Eucaristía; sólo así, podremos parafrasear a María Magdalena y decir a nuestros prójimos: “Sé dónde está mi Señor resucitado: está vivo y glorioso en la Sagrada Eucaristía”.

sábado, 24 de octubre de 2020

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”

 


“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6, 12-19). Luego de pasar la noche en oración en el monte, Jesús baja al llano, en donde se encuentra una gran cantidad de gente, que había acudido a Él para ser sanada de sus enfermedades y para ser exorcizados, pues muchos de ellos estaban poseídos, según el Evangelio: “los que eran atormentados por espíritus inmundos quedaban curados”.

El mismo Evangelio resalta una situación particular que la gente que acude a Jesús para ser sanada y exorcizada percibe: “Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”. Nos podemos preguntar qué es esta “fuerza” que emana del Cuerpo de Jesús y que produce sanación y expulsión de demonios. Muchos, erróneamente, pueden creer que se trata de una especie de “energía cósmica”, la cual sería canalizada a través de Jesús y sería esta energía universal, impersonal, la causa de la curación de las gentes. Sin embargo, la “fuerza” que emana del Cuerpo de Jesús no es una energía cósmica, impersonal: puesto que Jesús es Dios –es la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la humanidad de Jesús de Nazareth-, la fuerza que emana de Él es la Fuerza de Dios, es decir, es su propia fuerza divina, es la fuerza de la divinidad, que brota de su Ser divino trinitario como de su fuente increada. Es una fuerza divina que brota de su Ser trinitario y por lo tanto es una fuerza personal, una fuerza que pertenece a las Tres Divinas Personas pero que se “concentra”, por así decirlo, en el Cuerpo y la humanidad de Jesús de Nazareth y a través de Él se dirige a quienes se acercan a Jesús. Es esta divina fuerza la que produce tanto la sanación de todo tipo de enfermedad, como así también la expulsión de demonios, es decir, el exorcismo.

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”. Si Jesús es Dios y de Él brota la fuerza divina trinitaria como de su fuente, entonces la Eucaristía, que es Cristo Dios oculto en apariencia de pan y vino, es también la Fuente Increada de la fuerza divina trinitaria, que produce la sanación del alma a quien la consume en gracia, con fe y con amor. Y todavía más: la Eucaristía no sólo produce sanación espiritual, sino que hace partícipe, al alma, de esa misma fuerza divina trinitaria, que inhabita en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y que de Él se comunica a quien comulga.

viernes, 9 de octubre de 2020

“El interior de ustedes está lleno de robos y maldad”

 


“El interior de ustedes está lleno de robos y maldad” (Lc 11, 37-41). Un fariseo invita a Jesús a comer y antes de disponerse a hacerlo, el fariseo se asombra del hecho de que Jesús no cumpliera con el ritual de lavarse las manos antes de comer. Al advertir esta situación, el fariseo se lo hace notar a Jesús pero Jesús, lejos de darle la razón y proceder a lavarse las manos, aprovecha la ocasión para lanzar un duro reproche contra los fariseos en general: “Ustedes, los fariseos, limpian el exterior del vaso y del plato; en cambio, el interior de ustedes está lleno de robos y maldad”. Es decir, Jesús les reprocha a los fariseos el hecho de que han convertido la religión, que es la unión en la fe y en el amor del alma con Dios, en un mero cumplimiento externo de reglas, la gran mayoría inventadas por ellos mismos, al tiempo que han descuidado lo esencial de la religión, la caridad, la justicia y la misericordia.

“El interior de ustedes está lleno de robos y maldad”. Debemos estar atentos y prestar atención, porque el fariseísmo, que es el cáncer de la religión, puede afectarnos a los católicos, seamos laicos o consagrados. Es decir, también nosotros podemos caer en el error de pensar que la religión consiste en el mero cumplimiento de normas externas, mientras que nos olvidamos de la misericordia, esencia de la religión. A las normas exteriores –asistencia al templo, recepción de los sacramentos, oración vocal, etc.-, le deben preceder y acompañar el acto interior del amor misericordioso a Dios, que se expresa en las obras de misericordia para con el prójimo: esto está significado en las palabras de Jesús “Den más bien limosna de lo que tienen y todo lo de ustedes quedará limpio”. Esto está acorde a lo que dice la Sagrada Escritura: “La limosna cubre una multitud de pecados” (1 Pe 4, 8). Sólo así, si en nuestro interior hay amor a Dios y al prójimo, nuestra religiosidad será verdadera y no seremos el destino de los reproches de Jesús.

 

 

domingo, 13 de septiembre de 2020

“Tu fe te ha salvado; vete en paz”

 


“Tu fe te ha salvado; vete en paz” (Lc 7, 36-50). La escena del Evangelio, que es real y sucedió verdaderamente en el tiempo y en el espacio, tiene a su vez un significado sobrenatural, que no se ve a simple vista, sino que es necesaria la luz de la fe. En efecto, la mujer pecadora representa a toda alma que viene a este mundo, que nace con el pecado original, aunque también representa a todo pecador y a cualquier pecador, independientemente del pecado que cometa; el perfume con el que la mujer pecadora unge los cabellos y los pies de Jesús y que invade la casa, es la gracia, que invade el alma cuando ésta acude a los pies del sacerdote ministerial, para recibir el perdón divino en la Confesión Sacramental, aunque también es la gracia que recibe el alma del que se bautiza, con lo que se le quita el pecado original; las lágrimas de la mujer representan la alegría de un corazón contrito y humillado que, por la Misericordia Divina, ha recibido el perdón de Dios; el perdón otorgado por Jesús a la mujer pecadora y que es lo que motiva su amor de agradecimiento, es el perdón que recibe toda alma en el Sacramento de la Confesión.

“Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Si alguno tiene la desdicha de no estar en estado de gracia, que recuerde el perdón otorgado por Jesús a la mujer pecadora y acuda, con prontitud y agradecimiento, al Sacramento de la Penitencia, para recibir con amor la Divina Misericordia.

lunes, 10 de agosto de 2020

"Mujer, qué grande es tu fe"

 LA MUJER CANANEA - FE QUE MUEVE MONTAÑAS - Crossroads Initiative

(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2020)

          “Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea, es decir, pagana, no perteneciente al Pueblo Elegido, se postra ante Jesús para clamarle por su hija, que está poseída por un demonio. A pesar del tiempo transcurrido -veintiún siglos- la mujer cananea es ejemplo para los cristianos de todos los tiempos, incluidos nosotros, cristianos del siglo XXI. Hay muchas razones por las cuales la mujer cananea es ejemplo en la fe.

          Por un lado, sabe discernir entre enfermedad corporal o psiquiátrica -epilepsia, convulsiones, esquizofrenia- de una posesión demoníaca, puesto que es el motivo específico por el cual la mujer acude a Jesús, para que la exorcice, no para que la cure de un mal: “Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Muchos exégetas, interpretando erróneamente la Biblia, confunden a las posesiones demoníacas con episodios epilépticos, cosa que no hace la mujer cananea, ya que distingue perfectamente entre una enfermedad corporal y una posesión demoníaca.

          Por otro lado, reconoce en Jesús no a un profeta, ni a un hombre sabio, ni a un hombre justo o santo, a quien Dios acompaña con sus signos: reconoce en Jesús al Hombre-Dios, es decir, para ella, Jesús es Dios Hijo encarnado y por eso el trato de “Señor”, reservado sólo a Dios y por eso la postración, reservada, como signo externo de la adoración interior, sólo a Dios.

Su fe en Jesús es enorme y su mérito es también enorme, porque no pertenece al Pueblo Elegido y porque lo reconoce como Dios, algo que ni los propios judíos, en su mayoría, fueron capaces de hacer.

Es ejemplo de perseverancia en la oración, porque ante las repetidas negativas de Jesús a su pedido, no ceja en su empeño y continúa pidiendo a Jesús por su hija.

Es ejemplo también de humildad, porque Jesús la compara nada menos que con un perro, con un cachorro, al decirle que “no es lícito tomar la comida de los hijos para dárselas a los cachorros”. Así, la está tratando de cachorro de perro, pero la mujer cananea, lejos de ensoberbecerse o de enojarse, se humilla todavía más y continúa implorando un milagro para su hija, utilizando el mismo ejemplo de Jesús y aplicándoselo a ella: “Pero aun así, los cachorros comen de las migajas que caen de las mesas de los hijos”. El alimento substancial, son los milagros que Jesús ha venido a hacer entre los hijos, los miembros del Pueblo Elegido, pero ella, aun no perteneciendo al Pueblo Elegido, se puede ver favorecida por un pequeño milagro, como es el exorcismo de su hija, así como los perros se ven favorecidos por las migajas que caen de las mesas de sus dueños.

Por todas estas razones, la mujer cananea es ejemplo de fe en Jesús como Dios; es ejemplo de perseverancia en la oración; es ejemplo de discernimiento entre enfermedad corporal y posesión diabólica; es ejemplo de humildad y de auto-humillación, porque no duda en auto-humillarse ante Jesús, con tal de conseguir el exorcismo para su hija.

“Mujer, qué grande es tu fe”. Cuán grande ha de ser la fe de la mujer cananea, para que el mismo Jesús se asombre de la misma. Si Jesús viera nuestra fe, en este instante, y la comparara con la fe de la mujer cananea, ¿podría decir lo mismo de nosotros? Pidamos a la mujer cananea, que con seguridad está en el cielo, que interceda para que nuestra fe en Cristo Jesús y su omnipotencia divina sea al menos pequeña como la migaja que cae de la mesa de los hijos.

         

miércoles, 5 de agosto de 2020

“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”


“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio” (Mt 15, 21-28). La mujer cananea es un ejemplo de sabiduría, fe y humildad para todos los cristianos. Por un lado, reconoce que su hija no está enferma, sino “atormentada por un demonio”, es decir, sabe reconocer entre una enfermedad corporal y un ataque demoníaco; por otro lado, acude a Jesús con el nombre de “Señor”, nombre reservado por los judíos para Dios y aunque ella no es judía, tiene fe en Jesús en cuanto Hombre-Dios y sabe que Él tiene el poder de expulsar el demonio de su hija. Por último, es ejemplo de humildad y de perseverancia en la oración, porque aunque Jesús se niega en un primer momento a hacerle el milagro, insiste en su petición y es ejemplo de humildad porque aunque Jesús la compara con un cachorro de perro, responde que aún los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Es decir, los amos que comen a la mesa son los israelitas y es para ellos, en primer lugar, los signos y prodigios del Mesías, pero ella, que es pagana, puede recibir una migaja, es decir, un pequeño milagro, así como los perros reciben migajas de sus dueños.

“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. La perseverancia de la mujer lleva a Jesús a admirarse: “Mujer, qué grande es tu fe”, y es por eso que le concede lo que le pide. Aprendamos de la mujer cananea en nuestra relación de Jesús, puesto que es ejemplo de sabiduría, de fe, de humildad y de perseverancia en la oración. Tanto más, cuanto que ahora somos nosotros, en cuanto Nuevo Pueblo de Dios, quienes nos sentamos a la mesa de la Eucaristía y somos por lo tanto los destinatarios del Banquete celestial, el manjar eucarístico.


jueves, 2 de julio de 2020

“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”




“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio” (Mt 15, 21-28). La mujer cananea es un ejemplo de sabiduría, fe y humildad para todos los cristianos. Por un lado, reconoce que su hija no está enferma, sino “atormentada por un demonio”, es decir, sabe reconocer entre una enfermedad corporal y un ataque demoníaco; por otro lado, acude a Jesús con el nombre de “Señor”, nombre reservado por los judíos para Dios y aunque ella no es judía, tiene fe en Jesús en cuanto Hombre-Dios y sabe que Él tiene el poder de expulsar el demonio de su hija. Por último, es ejemplo de humildad y de perseverancia en la oración, porque aunque Jesús se niega en un primer momento a hacerle el milagro, insiste en su petición y es ejemplo de humildad porque aunque Jesús la compara con un cachorro de perro, responde que aún los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Es decir, los amos que comen a la mesa son los israelitas y es para ellos, en primer lugar, los signos y prodigios del Mesías, pero ella, que es pagana, puede recibir una migaja, es decir, un pequeño milagro, así como los perros reciben migajas de sus dueños.
“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. La perseverancia de la mujer lleva a Jesús a admirarse: “Mujer, qué grande es tu fe”, y es por eso que le concede lo que le pide. Aprendamos de la mujer cananea en nuestra relación de Jesús, puesto que es ejemplo de sabiduría, de fe, de humildad y de perseverancia en la oración. Tanto más, cuanto que ahora somos nosotros, en cuanto Nuevo Pueblo de Dios, quienes nos sentamos a la mesa de la Eucaristía y somos por lo tanto los destinatarios del Banquete celestial, el manjar eucarístico.

martes, 21 de abril de 2020

“Lo reconocieron al partir el pan”


Los discípulos de Emaús, virtudes, Valores cristianos de ...

(Domingo III - TP - Ciclo A – 2020)

          “Lo reconocieron al partir el pan”. Jesús resucitado les sale al paso a los discípulos de Emaús, que van por el camino comentando acerca de lo sucedido el Viernes Santo. Tal como sucede con otros discípulos -por ejemplo, María Magdalena-, los discípulos de Emaús, a pesar de ser discípulos, es decir, a pesar de conocer y amar a Jesús, no lo reconocen cuando lo ven resucitado. Además, por su falta de fe en las palabras de Jesús en la resurrección, van con el “semblante triste”, lo cual también es una característica de los discípulos que se encuentran con Jesús, antes de reconocerlo como resucitado. La razón por la que están con el “semblante triste” es que no solo no creen en la Palabra de Jesús, que había prometido resucitar al tercer día, sino que tampoco creen en el testimonio de las santas mujeres y de los discípulos que lo han visto resucitado y les han contado que Jesús está vivo y glorioso. Es esta fe incrédula, imperfecta, vacilante, la que los hace dudar acerca del misterio salvífico de Jesús y es lo que les impide que sepan que están hablando con Jesús.
          Esta situación de desconocimiento e incredulidad cambiará radicalmente cuando, tiempo más tarde, Jesús “parta el pan”, lo cual muchos piensan que es en el contexto de una misa celebrada por Jesús. La cuestión es que en el momento en que Jesús “parte el pan”, se produce en los discípulos una iluminación interior, dada por el Espíritu Santo, que les quita el velo de los ojos del alma y del cuerpo que hasta entonces tenían y los capacita para reconocer, en ese forastero que los acompañaba por el camino, nada menos que a Cristo, resucitado y glorioso. En ese mismo momento Jesús desaparece, pero esta invisibilidad de Jesús no es un impedimento para que los discípulos de Emaús crean que Jesús, que ha muerto en la cruz el Viernes Santo y ha pasado en el sepulcro el Sábado Santo, haya resucitado “al tercer día” y esté vivo y glorioso entre ellos. Paradójicamente, cuando lo podían ver y cuando podían hablar abiertamente con Jesús, lo confundían con un extranjero y ahora que Jesús se hace invisible, se vuelve visible para ellos, puesto que pueden verlo con los ojos del alma iluminados con la luz de la fe.
          Puede sucederle a muchos lo que a los discípulos de Emaús antes de reconocer a Jesús resucitado, esto es, que su fe sea vacilante, trémula, frágil. Y esto sucede cuando no se cree en las palabras de Jesús, de que después de morir en la cruz, habría de resucitar “al tercer día”. Cada vez que asistimos a la Santa Misa, se produce algo similar a lo sucedido con los discípulos de Emaús al partir Jesús el pan: cuando el sacerdote fracciona la Hostia consagrada, también se produce una efusión del Espíritu desde la Eucaristía, el cual ilumina las almas con la luz divina, permitiendo al alma reconocerlo, vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía. Por esta razón, cuando nuestra fe esté débil y vacilante, acudamos a la Santa Misa, para recibir la efusión del Espíritu Santo en el momento de la fracción del Pan consagrado y así lo podremos reconocer, vivo y glorioso, en la Eucaristía. Y así Jesús hará arder nuestros corazones en el Amor de Dios, cuando lo recibamos en la Comunión Eucarística.

domingo, 12 de abril de 2020

Miércoles de la Octava de Pascua



(Ciclo A – 2020)

         “Lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24, 13-32). En la aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús, hay características que se repiten cuando se la compara con la aparición a María Magdalena: en ambos casos, los discípulos de Jesús se muestran abatidos emocionalmente -los discípulos “entristecidos”, en tanto que María Magdalena además “llorando”- y con la fe en las palabras de Jesús acerca de que habría de resucitar al tercer día, quebrantada, vacilante, dubitativa o incluso inexistente. De manera similar a María Magdalena, los discípulos de Emaús se han quedado en el dolor del Viernes Santo y en la soledad del Sábado Santo y esto les ha impedido trascender hacia la sobrenatural alegría del Domingo de Resurrección. Los discípulos de Emaús, como María Magdalena, están tan ensimismados en su dolor, que no al igual que ella, no lo reconocen, a pesar de conocerlo y a pesar de que Jesús está frente a ellos.
        La falta de fe es lo que lleva a Jesús a reprocharles: “¡Oh hombres sin inteligencia, tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿No era necesario que el Cristo sufriese para entrar en su gloria?”.
          La tristeza de los discípulos de Emaús se debe a que no solo se han quedado en el dolor del Viernes Santo, sino que no han sabido ver ese dolor a la luz del misterio pascual de Cristo, un dolor que es redentor y salvífico. Sin el Domingo de Resurrección, la Crucifixión del Viernes Santo deja al alma inmersa en un vacío de fe y de trascendencia en el Reino de Dios, tal como les sucede a los discípulos de Emaús.
          “Lo reconocieron al partir el pan”. Ahora bien, esta situación cambia radicalmente en el transcurso de lo que algunos consideran que se trata de la Santa Misa y es cuando Jesús “parte el pan”: en ese momento, desde la Eucaristía, Jesús infunde sobre los discípulos de Emaús su Espíritu, el Espíritu Santo, que ilumina sus almas y les permite reconocerlo como quien Es, como el Hombre-Dios, que luego del dolor del Viernes Santo y de la soledad y tristeza del Sábado Santo, resucitó “al tercer día”, tal como lo había profetizado.
          Si nos sucede que nuestra fe en Cristo muerto y resucitado está debilitada o incluso es inexistente, como los discípulos de Emaús, acudamos entonces a la Santa Misa, para que Jesús, en la fracción del Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, nos infunda el Espíritu Santo y así el Paráclito nos ilumine acerca de la Presencia en la Eucaristía de Jesús, muerto y resucitado para nuestra salvación.
        


jueves, 13 de febrero de 2020

“Tu fe te ha salvado”


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“Tu fe te ha salvado” (Mc 7, 24-30). Una mujer cananea, pagana, no hebrea, cuya hija está poseída por un demonio, acude a Jesús a pedirle ayuda. Todo lo que hace esta mujer es ejemplo de fe para los cristianos de todos los tiempos: por un lado, sabe distinguir entre enfermedad y posesión demoníaca, ya que sabe que su hija no está enferma, sino poseída por un demonio; por otro lado, aun siendo pagana y no hebrea, tiene fe en Jesús y su fe es una fe sumamente fuerte y sobrenatural, ya que reconoce a Cristo como el Hombre-Dios y esto se demuestra porque se postra ante Jesús, lo cual es signo explícito de adoración a Dios y por otro lado sabe y confía que Jesús, en cuanto Hombre-Dios, podrá hacer el milagro de expulsar al demonio del cuerpo de su hija. Otro ejemplo que nos da esta mujer es su fe en la bondad y la Misericordia Divina, porque cuando Jesús le dice que Él no puede hacer milagros para quienes no pertenecen al Pueblo Elegido, ella no duda en auto-humillarse y colocarse en la figura de los cachorros de perros que comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos -los hijos son los hebreos y Jesús le dice que ellos son destinatarios principales de sus milagros; ella a su vez se pone en la posición de cachorro de perro y no de hijo-, lo cual es una doble muestra de fortaleza: fortaleza de fe en Jesús como Dios, que puede hacer efectivamente el milagro, y demostración de humildad, porque aunque Jesús la trata como “cachorro de perro” al ser ella pagana y no hebrea, ella no lo toma a esto como un insulto, sino que se auto-humilla y acepta el ejemplo de Jesús, que por otra parte concuerda perfectamente con la realidad. También demuestra un intenso amor maternal, puesto que recurre a Jesús por amor, para que salve a su hija, por su Misericordia. Todo esto es lo que asombra al mismo Jesús y es lo que lo lleva a decirle: “Tu fe te ha salvado”, con lo cual la mujer cananea obtiene más de lo que pide: el exorcismo de su hija y la salvación de su propia alma.
“Tu fe te ha salvado”. La mujer cananea, que sería una no-cristiana de nuestros tiempos, es un absoluto ejemplo de fe, de humildad, de confianza en la Misericordia Divina y también de amor de madre. Todo un ejemplo a imitar para un católico del siglo XXI.

miércoles, 16 de octubre de 2019

“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”


(Domingo XXIX - TO - Ciclo C – 2019)

          “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18, 1-8). Jesús hace esta pregunta al final de la parábola en la que nos enseña la necesidad de la constancia y la perseverancia en la oración, para ser escuchados por Dios. En la parábola, una mujer acude a un juez inicuo que “ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. Sucede que acude a este juez una mujer viuda para pedirle que le haga justicia “frente a su adversario”. Después de negarse a hacer justicia por un tiempo, el juez reflexiona y dice: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”. La enseñanza de la parábola es que, si el juez injusto hace justicia solo por causa de la insistencia y de la perseverancia en el pedido, tanto más hará justicia Dios, Justo Juez, a aquellos de sus hijos que acudan a Él con insistencia y perseverancia. Se insiste con la idea de orar hasta ser inoportunos, hasta que la oración del que ora sea escuchada[1]Acto seguido, Jesús hace una pregunta que no parece tener relación con el tema, pero sí la tiene: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. 
“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. La pregunta es: ¿por qué Jesús hace esta pregunta acerca de si habrá fe en la tierra cuando venga el Hijo del hombre? La respuesta es que la parábola está relacionada con la oración y para la oración se necesitan, además de la perseverancia, la fe; la enseñanza entonces es que es necesario tener fe, para hacer oración, pero en los tiempos en que esté cercana la Segunda Venida del Hijo del hombre, la fe se habrá perdido de tal manera, que no habrá casi nadie que haga oración, porque, precisamente, no habrá fe y eso es lo que explica la pregunta de Nuestro Señor. Es decir, la humanidad, cuando esté cercana la Segunda Venida del Hijo del hombre, se caracterizará por no solo no hacer oración perseverante, sino por no hacer oración en modo alguno, ya que la oración depende de la fe y si Jesús se pregunta si habrá fe cuando Él venga por Segunda Vez, es porque no habrá oración, y la razón de la falta de oración es que no habrá fe. Sin embargo, por el sentido general de la parábola, la enseñanza y la respuesta a la pregunta retórica que hace Jesús es que los justos, los que tengan fe, hagan oración, con la certeza de que serán escuchados y de que al final, el mal no prevalecerá[2]. Es decir, la victoria final de la Justicia de Dios sobre el mal y el Infierno está asegurada, por la promesa de Jesús: “Las puertas del Infierno no prevalecerán sobre mi Iglesia”, pero la pregunta de Jesús es como una advertencia hacia sus seguidores, porque muchos de ellos desfallecerán en la fe y no harán oración, en los tiempos previos a su Segunda Venida. En los tiempos cercanos a la Segunda Venida de Jesús, cuando todo parezca humanamente perdido, los fieles seguidores de Cristo se caracterizarán porque harán oración, ya que, confiados en las palabras de Jesús, esperarán contra toda esperanza.
Entonces, la enseñanza general de la parábola es que hay que tener fe en Cristo Dios, vencedor del mal; basados en esta fe, hay que hacer oración y esa oración debe ser constante y perseverante, con la certeza de que seremos escuchados en nuestras peticiones por Dios, Justo Juez



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 628.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 682.

lunes, 2 de septiembre de 2019

“Por tu palabra, echaré las redes”



“Por tu palabra, echaré las redes” (Lc 5, 1-11). Luego de haber estado Pedro y los discípulos pescando infructuosamente durante toda la noche, Jesús les dice que se internen nuevamente en el mar y que echen las redes, porque allí encontrarán pesca. Pedro le expone brevemente las razones humanas que tienen para no hacerlo: han estado pescando en ese lugar toda la noche, ya es de día y la pesca se hace de noche; es decir, le dice que humanamente no tiene sentido obedecer esa orden y hacer lo que Jesús dice: humanamente, está todo perdido. Sin embargo, hay algo que Pedro dice y que nos enseña cómo debemos actuar en situaciones similares: “Por tu palabra, echaré las redes”. Luego de decirlo, Pedro obedece a Jesús y obtiene lo que se conoce como la “segunda pesca milagrosa”, es decir, las redes se llenan inmediatamente de peces por orden de Jesús, Dios y Creador, a Quien obedecen todas las creaturas.
“Por tu palabra, echaré las redes”. La actitud de Pedro nos deja una profunda enseñanza: cuando todo parezca humanamente perdido, lo que no está perdido es la fe y la confianza en la Palabra de Dios y es entonces cuando más tenemos que orar y ser constantes en la oración y en la fe en la Palabra de Dios, porque es ahí, en nuestra debilidad humana, en donde se manifiesta la Omnipotencia divina.

lunes, 26 de agosto de 2019

“El reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo”



“El Reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo” (Mt 25, 1-13). Jesús compara al Reino de los cielos con las jóvenes que conforman un cortejo nupcial. En esta parábola, las jóvenes sensatas o sabias, que al momento de la llegada del esposo tienen sus lámparas con aceite, significan las almas que, al momento de la muerte, cuando viene Cristo a su encuentro para llevar a cabo el Juicio Particular, tienen sus almas encendidas con la luz de la fe y llenas del aceite de la gracia. Estas almas entrarán con el Esposo, Cristo Jesús, al Reino de los cielos. Las jóvenes necias, en tanto, que tienen sus lámparas vacías al momento de la llegada del esposo, significa a las almas que, en el momento de la muerte, no tienen en sí el aceite de la gracia ni la luz de la fe, por lo que son incapaces de entrar en el Reino de los cielos.
“El reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo”. La parábola nos enseña que debemos estar atentos y vigilantes para la llegada del Esposo de las almas, Cristo Jesús, y para eso debemos tener la luz de la fe y el aceite de la gracia santificante, para poder ingresar en el Reino de los cielos. Nos enseña que debemos estar también siempre en estado de gracia, porque “nadie sabe ni el día ni la hora” en que seremos llamados al Juicio Particular.


sábado, 22 de junio de 2019

Solemnidad de Corpus Christi



(Ciclo C – 2019)

          La Solemnidad de Corpus Christi se originó en un milagro eucarístico: en la localidad de Orvieto-Bolsena, durante la consagración -es decir, en el momento en el que el sacerdote pronuncia las palabras de la transubstanciación-, el pan se convirtió en un trozo de músculo cardíaco sangrante y esta sangre fue tan abundante, que llenó el cáliz, lo rebalsó y manchó el corporal. Este milagro era la respuesta del cielo ante la crisis de fe del sacerdote que celebraba la misa, el cual, si bien era un buen sacerdote, piadoso y devoto, sin embargo tenía dudas acerca de lo que la Iglesia enseña sobre la Eucaristía, esto es, que por las palabras de la consagración el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre. Como el sacerdote tenía dudas de fe, el cielo decidió realizar este milagro, para que se viera de forma visible lo que sucede de modo invisible: invisiblemente, insensiblemente -es decir, sin ser captados por los sentidos-, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, se produce un milagro que se llama “transubstanciación”, por el cual las substancias del pan y del vino se convierten en las substancias del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esto es lo que sucede, en cada Santa Misa, de modo invisible, sin que nosotros nos percatemos sensiblemente de ello. Pero por el hecho de que no lo veamos, no quiere decir que no ocurra. La Santa Misa es un misterio sobrenatural, inalcanzable para los sentidos y también para la razón, puesto que solo por la razón iluminada con la luz de la fe se puede llegar a aceptar la realización del milagro de la conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Teniendo esto en cuenta, podemos decir que en Bolsena se produjo un milagro dentro de un milagro, y el milagro principal no fue que el pan se convirtiera en músculo cardíaco visible y el vino en sangre; el milagro principal ocurre en cada Santa Misa, porque en cada Santa Misa se produce el milagro de la transubstanciación, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración. Es decir, en cada Santa Misa se produce el Milagro de los milagros, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor y esto sucede de modo invisible, pero real; lo que sucedió en Orvieto-Bolsena es que, en este caso, se produjo un milagro visible, además del milagro invisible: lo que sabemos sólo por la fe, en Orvieto-Bolsena se hizo visible y así el sacerdote y los fieles pudieron comprobar, con sus propios ojos, cómo el pan se convertía en el Corazón de Cristo y el vino en su Sangre Preciosísima.
          Entonces, cuando asistamos a Misa, recordemos el milagro que dio origen a la Solemnidad y procesión de Corpus Christi, pero sepamos que, aunque no vuelva a producirse un milagro similar, esto es, la aparición visible del Cuerpo y la Sangre de Jesús, esta conversión sucede, realmente, de modo milagroso, aun cuando no seamos capaces de observarla con los sentidos. Cuando asistamos a Misa, recordemos el milagro de Orvieto, pero sepamos que ese mismo milagro sucede, invisiblemente, por las palabras de la consagración en cada Santa Misa y sepamos que no tenemos necesidad de que vuelva a producirse un milagro visible: basta con que se haya producido una vez, para que esto confirme lo que la Iglesia nos enseña en su Magisterio: que por las palabras de la consagración el pan se convierte en el Corazón Eucarístico de Jesús y el vino en su Sangre.
          Por último, recordemos otro elemento importante del Milagro de la Santa Misa: cuando decimos que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tengamos en cuenta que ese Cuerpo y esa Sangre pertenecen a una Persona, Jesús de Nazareth, el Verbo de Dios encarnado, de manera tal que cuando comulgamos su Cuerpo y bebemos su Sangre en la Eucaristía, no recibimos a un Cuerpo y a una Sangre que no pertenecen a nadie, sino que son el Cuerpo y la Sangre que pertenecen a la Persona del Hijo de Dios: en otras palabras, la Dueña de ese Cuerpo y de esa Sangre es la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo y es esto lo que comulgamos, el Cuerpo y la Sangre de la Persona y, con ellos, a la Persona en Sí misma. Esto quiere decir que cuando el sacerdote, al presentar la Hostia consagrada al fiel para que comulgue dice: “El Cuerpo de Cristo”, está diciendo en realidad: “Lo que estás por recibir en tu cuerpo y en tu corazón es a la Segunda Persona de la Trinidad, Dios, Hijo de Dios encarnado, Cristo Jesús; al comulgar el Cuerpo de Cristo, estás por hacer ingresar en tu alma al Cordero de Dios, Jesús de Nazareth; por lo tanto, prepara tu corazón, ábrele las puertas de tu corazón, haz de tu corazón un trono, un altar y un sagrario, en donde Cristo Jesús, que ingresa en tu alma por la Eucaristía, sea adorado y amado de forma exclusiva, en el tiempo y en la eternidad”. Cuando comulgamos, no comulgamos una “cosa”, es decir, un cuerpo y una sangre que están aislados, sin pertenecer a nadie: comulgamos y recibimos en nuestros corazones al Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, para que nos alimentemos de su Cuerpo y de su Sangre sacramentados.