Mostrando entradas con la etiqueta Médico Divino. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Médico Divino. Mostrar todas las entradas

sábado, 23 de octubre de 2021

“¿Está permitido curar en sábado o no?”


 

“¿Está permitido curar en sábado o no?” (Lc 14, 1-6). Jesús, Médico Divino, cura con su omnipotencia y con su Divino Amor a un enfermo de hidropesía. Este milagro de curación corporal es muy frecuente a lo largo de los Evangelios pero en este caso, tiene una particularidad: es realizado en día sábado y delante de los fariseos y este hecho es importante porque para los fariseos, estaba prohibido realizar cualquier tipo de trabajo en día sábado. La razón de esta prohibición es que debían mantener el sábado como día sagrado, por lo cual no se podía trabajar. De hecho, en la actualidad, los judíos tienen tantas reglas y sub-reglas para el sábado, que está prescripto cuántos pasos se debe dar en sábado y cuántas palabras se puede escribir[1].  Al curar al enfermo de hidropesía delante de los fariseos y en día sábado, Jesús no solo anula la ley sabática farisaica, sino que establece una nueva ley, en la que el Domingo reemplazará al sábado como Día del Señor, porque el Domingo será el Día de la Resurrección y además, en esta ley la caridad estará por encima del cumplimiento meramente exterior de los Mandamientos. El exceso de reglas y sub-reglas tiene como consecuencia el centrar los esfuerzos espirituales en cumplir este exceso de mandamientos humanos, al mismo tiempo que se descuida lo esencial de la religión: el amor y la piedad a Dios y la caridad con el prójimo. Jesús cura en sábado y así quebranta deliberadamente el sistema de reglamentación elaborado por los fariseos; de esa manera, les enseña en primera persona que lo que Dios quiere del hombre es amor, compasión, caridad y no cumplimiento exterior de leyes meramente humanas.

 



[1] “Para seguir el reglamento de no trabajar en sábado, hay literalmente miles de sub-reglas a seguir, incluyendo la cantidad de pasos que puedes tomar, y el número de letras que puedes escribir en el día de reposo”. Cfr. https://www.buscadedios.org/el-reglamento-de-los-fariseos/

viernes, 26 de junio de 2015

“Señor, si quieres, puedes purificarme’. ‘Lo quiero, queda purificado’


Jesús cura a un leproso
(ícono bizantino, Duomo de Monreale, Sicilia)

“Señor, si quieres, puedes purificarme’. ‘Lo quiero, queda purificado’ (Mt 8, 1-4) Un leproso implora a Jesús la curación de su lepra, el mal que lo aflige, y Jesús, compadecido, lo cura con su solo Querer: ‘Lo quiero, queda purificado’. Lo primero a destacar, es el reconocimiento de la divinidad en Jesús, por parte del leproso, debido al trato que le  da, puesto que lo trata de "Señor". Lo segundo, es la enfermedad que aflige al leproso, y que es la causa por la cual acude a Jesús, la lepra. Es verdad que Jesús le cura su enfermedad corporal pero, como en toda la Escritura, además del primer nivel, o nivel histórico y literal, hay un segundo nivel, el sobrenatural, al cual nos remiten las escenas bíblicas, en este caso, la del Evangelio. En este caso, la lepra, además de ser la enfermedad real, provocada por el bacilo en el cuerpo material, es, al mismo tiempo, la figura de una realidad espiritual: la lepra es figura del pecado: así como la lepra, provocada por un bacilo, infecta todo el cuerpo, provocándole lesiones indoloras e irreversibles, así el pecado –sobre todo el pecado mortal- daña al alma, provocándole lesiones que le causan la muerte, ya que la priva de la vida sobrenatural. Y de la misma manera, así como Jesús es el Médico Divino que con su poder cura milagrosamente la lepra, la enfermedad corporal, así también, por su Sangre derramada en la cruz y comunicada por el Sacramento de la Confesión, nos libra de esa lepra espiritual que es el pecado, concediéndonos una vida nueva, la vida de la gracia. Al igual que el leproso del Evangelio, que se postró en adoración y acción de gracias luego de ser curado, también nosotros nos postremos en adoración y acción de gracias ante Jesús sacramentado, por el don de la curación espiritual que recibimos, cada vez, en el Sacramento de la Confesión.

lunes, 9 de febrero de 2015

“Con solo tocar los flecos de su manto, los enfermos quedaban curados”

Jesús curando enfermos
(Gustavo Doré)

“Con solo tocar los flecos de su manto, los enfermos quedaban curados” (Mc 6, 53-56). Jesús llega con sus discípulos a Genesaret y comienza a “recorrer la región”; la gente lo reconoce, e inmediatamente van a buscar a sus enfermos, quienes, en gran cantidad, quedan curados “con solo tocar los flecos de su manto”. Jesús cura a muchos enfermos, curando con su omnipotencia divina a los que se encuentran afectados de diversas dolencias corporales. Jesús cura absolutamente todas las enfermedades del cuerpo y lo puede hacer, precisamente, por su poder divino. Ésa es la razón por la cual, dice el Evangelio, “los enfermos se curaban con solo tocar los flecos de su manto”. Ésa es la razón por la cual uno de los nombres de Jesús es el de “Médico Divino”, porque su poder divino es capaz de curar absolutamente todas las enfermedades de la humanidad. Sin embargo, y contrariamente a lo que pudiera parecer por la lectura de este párrafo del Evangelio, Jesús no ha venido a simplemente curar las enfermedades corporales que afectan a la humanidad. La enfermedad corporal –propiamente corporal, o mental-, es una imagen de otra afección del hombre, esta vez espiritual, que daña principalmente el alma del hombre, y esa afección es el pecado, el cual es al alma lo que la enfermedad al cuerpo. El pecado es una mancha oscura que envuelve en tinieblas las potencias del hombre, ante todo su inteligencia y su voluntad, y es así como al hombre, caído en el pecado, le es sumamente arduo descubrir la Verdad y obrar el Bien, con lo cual incluso hasta la imagen de Dios en el hombre, la libertad, queda comprometida. Además, el pecado, al ser tinieblas en sí mismo, no solo oscurece las potencias intelectiva y volitiva del hombre, sino que lo envuelve, a modo de un denso y oscuro manto espiritual, impidiendo que al hombre le lleguen los benéficos rayos de la gracia de parte de Jesucristo Dios, Sol de justicia y, en consecuencia, le cierra las puertas del cielo. Es esta afección espiritual, el pecado, la cual ha venido Jesucristo a erradicar del alma y no solamente la enfermedad corporal, y Jesús erradica el pecado al altísimo precio de su Sangre derramada en la cruz, porque es esta Sangre la que, vertiéndose en el alma por medio del Sacramento de la Penitencia, le quita todo rastro y huella del pecado, dejándola brillante, pura y santificada, con la misma santidad divina.

“Con solo tocar los flecos de su manto, los enfermos quedaban curados”. Análogamente, y parafraseando al Evangelio, se podría decir del Sacramento de la Penitencia: “Con solo decir sus pecados al sacerdote ministerial, sus almas quedaban curadas de todo pecado”. Es para quitar los pecados del alma, y para concedernos su filiación divina, para lo que ha venido principalmente Jesucristo, el Cordero de Dios.