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domingo, 20 de septiembre de 2020

“A los que vosotros acusáis de obrar el mal, entrarán antes que vosotros en el Reino de los cielos”

 


(Domingo XXVI - TO - Ciclo A - 2020)

          “A los que vosotros acusáis de obrar el mal, entrarán antes que vosotros en el Reino de los cielos” (Mt 21, 28. 32). Jesús da una dura advertencia a los fariseos: los que son por ellos acusados de obrar el mal, entrarán antes que ellos, que se llaman a sí mismos y son religiosos, en el Reino de los cielos. La razón es que no hicieron caso del llamado a la conversión, primero del Bautista y luego del Mesías: una conversión moral, en el primer caso, una conversión espiritual, en el segundo caso. Como sea, no se convirtieron ni moral ni espiritualmente y por eso, a pesar de ser religiosos, no entrarán en el Reino de los cielos, o al menos, habrá quienes entrarán antes que ellos.

          Esto supone un gran llamado de atención para nosotros, porque las palabras dirigidas a los fariseos y escribas las debemos tomar como dirigidas a nosotros mismos, porque nosotros somos, desde el momento en que hemos sido bautizados, hombres religiosos, independientemente de nuestro estado de vida, es decir, si somos laicos o consagrados. Las palabras de Jesús, dirigidas a nosotros, no sólo son un reproche, sino que son una advertencia para que revisemos nuestra propia vida espiritual, para que revisemos nuestra conversión, para que revisemos si estamos en proceso de conversión, para que revisemos si queremos convertirnos o no. Es también una ocasión para recordar que la conversión es moral, como la predicada por el Bautista -consiste básicamente en ser buenos, cumpliendo para ello los Diez Mandamientos- y que la conversión es también espiritual, porque se trata de una conversión eucarística, en la que el alma, iluminada por la gracia, deja de ser atraída por las cosas bajas y vanas de este mundo, para ser atraída por el Sol de justicia, Cristo Jesús.

          “A los que vosotros acusáis de obrar el mal, entrarán antes que vosotros en el Reino de los cielos”. ¿Cómo es nuestra conversión? ¿Sabemos siquiera que debemos convertirnos, es decir, ser buenos y santos? ¿Trabajamos por convertir nuestra alma? ¿Vivimos en estado de gracia? ¿Buscamos la conversión eucarística? ¿Somos como el hijo de la parábola, que ante la orden de su padre dice “voy”, pero en realidad no va ni cumple su voluntad? ¿O más bien, creemos que ya estamos convertidos y lo que hacemos es señalar con el dedo y criticar con la lengua a nuestro prójimo que supuestamente obra el mal? Que las palabras de Jesús resuenen en nuestras mentes y corazones y sirvan como un verdadero llamado de atención para que nos decidamos, de una vez por todas, por la conversión eucarística de nuestras almas.

miércoles, 30 de mayo de 2012

El que me siga tendrá el ciento por uno con persecuciones y la vida eterna



“El que me siga tendrá el ciento por uno con persecuciones y la vida eterna” (Mc 10, 28-31). Cristo promete que a aquel que lo deje todo por Él y su Evangelio –casa, madre, padre, hijos, posesiones-, ese obtendrá cien veces más de lo que dejó, ya en esta vida, más la vida eterna, pero además agrega un detalle: “en medio de persecuciones”.
El motivo es que el discípulo de Cristo tiene que seguir el mismo camino que su Maestro, y si a Cristo lo persiguieron y lo crucificaron, también harán lo mismo con sus discípulos. La persecución sufrida por el Reino de Cristo es entonces la señal de que el seguimiento es auténtico, y la prueba está en los innumerables santos y mártires que la Iglesia ha dado a lo largo de los siglos. Cientos de miles de santos y mártires, que viven en la gloria y en la felicidad eterna, tuvieron que padecer persecuciones de todo tipo, incluidas en primer lugar las cruentas, como sello distintivo de que transitaban el mismo camino del Calvario de su Maestro.
Y así como Cristo fue perseguido por Satanás y los hombres aliados a él, así también la Iglesia y los cristianos, son perseguidos de la misma manera, por encontrarse en medio de la lucha entre la luz divina y las tinieblas del infierno, lucha que se lleva a cabo en el tiempo y en el espacio terreno, como continuación de la lucha entablada en los cielos, y que finalizará solo en el Día del Juicio Final, con el triunfo definitivo y total de Cristo y de su Iglesia.
La persecución sufrida por Cristo, a manos de los enemigos de la Iglesia, es señal de que el cristiano sigue verdaderamente a Cristo camino del Calvario, cuyo fin se alcanza solo con el amor y el perdón del enemigo, de aquel que incluso llega a quitarle la vida.
Quien diga que “no tiene enemigos por Cristo” –y por lo tanto no se ejercita en el amor al enemigo-, es porque no ha comenzado todavía a transitar el Via Crucis.