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martes, 3 de octubre de 2023

“Quien pide, recibe”

 


“Quien pide, recibe” (Mt 7, 7-11). Jesús nos anima a pedir, a buscar y a llamar y la razón es que, “a quien pide, se le da”, “el que busca, encontrará” y “al que llame, se le abrirá”. ¿A quién hay que pedir, en quién tenemos que buscar y a quien tenemos que llamar? Jesús mismo nos lo dice, cuando trae como ejemplo la acción de un padre humano: si un padre, que por el pecado original está inclinado al mal, sin embargo, si su hijo le pide pan, no le dará una piedra, sino pan y si le pide pescado, no le dará una serpiente, sino pescado, mucho más hará Dios por sus hijos adoptivos, ya que Dios es Bondad, Misericordia y Amor infinitos, eternos, increados.

En nuestra época, caracterizada por un materialismo opresivo, producto de ideologías anticristianas como el liberalismo y el comunismo; en nuestra época, caracterizada por el deseo de gozar del presente, sin preocupación alguna por el pasado o por el futuro, puesto que solo importa la diversión, en esta época nuestra, en la que el hombre satisface sus sentidos con placeres sensibles y terrenales, los cuales dejan como secuela dolor, tristeza, amargura y vacío del alma, es en esta época, en la que debemos plantearnos qué es lo que debemos pedir, qué debemos buscar y a quién debemos llamar.

“Quien pide, recibe”. Si esto es así, debemos preguntarnos qué debemos pedir, qué o a quién debemos buscar y adónde debemos llamar, para que se nos abra.

Como cristianos, como hijos de Dios, debemos pedir el alimento del alma, el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía; debemos buscar el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero de Dios, Cristo Jesús; debemos llamar a las Puertas del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, para que Jesús nos abra las Puertas de su Corazón y así ingresar en Él y ser bañados en su Sangre y ser purificados y santificados con el Amor que anida en el Corazón de Jesús, el Espíritu Santo. Si hacemos esto, tendremos el germen de la vida eterna aun viviendo en el tiempo y viviremos por anticipado la alegría del Reino de Dios.

martes, 8 de abril de 2014

“Si el Hijo los libera, serán realmente libres”


“Si el Hijo los libera, serán realmente libres” (Jn 8 31, 42). Los judíos piensan que por ser descendientes de Abraham y por no ser esclavos materiales de nadie, son libres. Sin embargo, Jesús les advierte que son esclavos del pecado y del error, porque no lo conocen ni a Él ni al Padre y que sólo conociéndolo a Él y al Padre, serán verdaderamente libres, porque Él es la Verdad y la Sabiduría encarnadas, que hace verdaderamente libres al hombre. Jesús les hace ver que son esclavos espirituales del pecado[1] y que mientras no lo conozcan a Él, que es la Sabiduría encarnada, no serán verdaderamente libres, porque Él es la Sabiduría del Padre, el Único que da la verdadera libertad al hombre.
La tentación de los judíos, de querer ser libres prescindiendo de Cristo y de su Verdad revelada, es la tentación del mundo moderno y también la de muchos en la Iglesia. Muchos en la Iglesia pretenden que lo que libera al hombre no es Cristo, sino sistemas ideológicos y filosóficos materialistas, como el liberalismo o el comunismo, y es así que estos tales ponen en el centro de la salvación al hombre mismo y no a Cristo; como para estos el que salva no es Cristo sino la ideología, el error, el centro de la salvación será  la ideología y por eso el hincapié en la pobreza y así muchos piensan que lo que libera al hombre, lo que lo salva y lo hace libre es la ideología de la pobreza y por este motivo es que para muchos el pobre está en el centro del Evangelio -principalmente, la Teología de la Liberación, lo cual es un grave error-. Sin embargo, la misión central y principal -y exclusiva- de la Iglesia es anunciar a Cristo vivo, resucitado y glorioso en la Eucaristía y que todo hombre debe salvar su alma y evitar la condenación en el infierno. No es misión de la Iglesia terminar con la pobreza en el mundo, ni tampoco es su misión terminar con el hambre en el mundo; estas son obras de caridad y de misericordia, necesarias absolutamente para sus miembros para entrar en el Reino de los cielos, pero no es su misión central.
“Si el Hijo los libera, serán realmente libres”. Solo Cristo, el Verbo de Dios encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, Presente en la Eucaristía, salva, no salva la ideología de la pobreza.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1953, 728.

domingo, 12 de junio de 2011

El cuerpo humano, templo del Espíritu Santo, es profanado diariamente

El cuerpo humano
es templo del Espíritu Santo;
cuando se lo profana,
se profana
a la Persona del Espíritu Santo,
a quien pertenece.


El comunismo, como ideología materialista “intrínsecamente perversa”, se caracteriza, desde el punto de vista religioso, por la negación radical y absoluta de Dios, lo cual lo lleva a construir una cosmovisión del hombre y del universo inmanentista, es decir, negadora de la trascendencia. Aplicado al hombre, el comunismo lo considera como constituido solo por materia, de quien emana, como una excrecencia, el alma, pero es fundamentalmente materia. Aplicado a Dios, el comunismo niega radicalmente su existencia, y trata de explicar el devenir del cosmos y de la historia por medio de la dialéctica materialista y de la lucha de clases.

Esto es lo que lleva, al comunismo, a suprimir la religión en los países en donde gobierna, pues en su visión totalitaria materialista, no tiene lugar la vida del espíritu, que emana de Dios como Creador. Es así como el comunismo convirtió los templos en fábricas y en establos: al no haber Dios, y al necesitar el hombre el trabajo para hacer avanzar la historia y para triunfar en la lucha de clases, no tiene sentido que “pierda el tiempo” en actividades “mitológicas”, es decir, la misa y la oración, y se dedique al trabajo proletario, verdadero motor de la historia, y para ayudar a conseguir este objetivo, es que le da una ocupación “útil” a los templos, convirtiéndolos en fábricas, graneros, establos. De esta manera, el comunismo profana los templos de Dios, destinándolos a un fin materialista y utilitarista, totalmente ajenos a su fin primario y único.

Sin embargo, la profanación que de la religión y del nombre de Dios hace el comunismo, en los países en donde llega al gobierno, es casi igual a la nada, cuando se considera la profanación que de los cuerpos humanos, templos del Espíritu Santo, promueve el liberalismo materialista.

Según San Pablo, “el cuerpo es templo del Espíritu” (cfr. 1 Cor 6, 19), y en la sociedad liberal y progresista de nuestros países así llamados “occidentales”, el cuerpo es degradado de mil maneras distintas, por medio del hedonismo y de la promoción de la sensualidad como estilo de vida.

Si el comunismo convirtió los templos de Dios hechos de material, y los profanó convirtiéndolos en establos, en fábricas, o en graneros, el liberalismo hedonista, convirtió los templos de Dios, los cuerpos de los hombres, en establos inmundos, en donde la inmundicia no viene por las necesidades fisiológicas de mulos y caballos, sino por las pasiones desenfrenadas, la lascivia y la lujuria; si el comunismo convirtió los templos materiales en graneros, el liberalismo consumista convirtió a los cuerpos humanos, templos de Dios, llamados al ayuno, a la abstinencia de carne ciertos días, en recuerdo de la Pasión del Señor, y a la moderación en el consumo de alimentos –no comer por placer, sino por necesidad-, en templos dedicados a las bacanales, al placer gastronómico y culinario como horizonte de vida y meta a alcanzar; si el comunismo convirtió los templos materiales de Dios en fábricas, el liberalismo materialista convirtió a los hombres y sus cuerpos en engranajes autómatas de fábricas, que dedican sus vidas al trabajo y al salario como horizonte existencial, para acceder y mantenerse en la vida burguesa, como único deseo supremo de la vida.

La profanación que de los cuerpos humanos hace el liberalismo, es infinitamente más grave que la profanación de los templos materiales que hace el comunismo, porque al profanar el cuerpo, templo del Espíritu Santo, se profana a la Persona del Espíritu Santo, enviada en Pentecostés para tomar posesión de las almas y de los cuerpos de los hombres.