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viernes, 4 de octubre de 2024

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”

 


(Domingo XXVII - TO - Ciclo B - 2024)

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mc 10, 2-16). Los fariseos pretenden poner a prueba a Jesús en relación al matrimonio, preguntándole acerca de si es lícito o no el divorcio, debido a que Moisés les había otorgado permiso para divorciarse. En realidad, a los fariseos no les interesa demasiado el tema: lo que pretenden es acumular falsas pruebas con las cuales luego acusar a Jesús, porque si Jesús dice algo contrario a Moisés, entonces ellos lo acusarán de ser contrario a la ley mosaica. Y en la respuesta que da, Jesús efectivamente contraría a Moisés, ya que anula el permiso de divorcio que Moisés les había concedido.

Para poder entender la situación en su totalidad, hay que tener en cuenta que Jesús, siendo Dios, fue quien creó al hombre, al ser humano, como “varón y mujer”, por lo que, al cancelar el permiso de divorcio que había concedido Moisés, lo que está haciendo es restaurar el orden primordial que Él en cuanto Dios había establecido: que el varón se uniera a la mujer para formar “una sola carne” y que de esta unión surgieran los hijos, como fruto del amor natural de los esposos, matrimonio que a su vez, al ser elevado al rango de sacramento, prefiguraría la unión misteriosa y sobrenatural entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, unión nupcial mística y sobrenatural, de la cual habrían de nacer miles de millones de hijos adoptivos Dios, a lo largo de la historia humana.

En otras palabras, el matrimonio monogámico no es un “invento cultural”, sino una “creación divina”, una “institución divina”, que ha sido creada así, con el varón y la mujer, ex profeso, para que de la unión de ambos resultara, como fruto del amor esponsal y como coronación y materialización de ese amor esponsal, el hijo, además de ser, la unión entre el varón y la mujer, una representación del misterio de la unión esponsal mística entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.

Lo que debemos entender es que Jesús no es un profeta más, sino que es el Dios que creó al varón y a la mujer para que se unieran en matrimonio natural e indisoluble y ahora viene, encarnado, no solo para prohibir el divorcio, restituyendo su idea original, sino para hacer algo todavía más grandioso con el matrimonio y es el convertir al matrimonio, por medio de la gracia sacramental, a una representación de una unión esponsal, mística, sobrenatural, pre-existente, de carácter espiritual y celestial, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.

Esto es lo que da al matrimonio sacramental sus características principales: unidad, indisolubilidad, fidelidad, fidelidad, porque así como es el amor entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, así debe ser el amor entre los esposos cristianos; es decir, las características del matrimonio sacramental se derivan de ser partícipe, el matrimonio sacramental, de la unión esponsal sobrenatural entre Cristo y la Iglesia. Por medio de la Encarnación, el Verbo de Dios le concede al matrimonio natural del varón y la mujer una dignidad que antes no tenía y es la de ser una imagen y una participación mística y sobrenatural a la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, la unión mística y sobrenatural entre el Cordero y la Iglesia Esposa a la cual San Pablo llama “gran misterio” (cfr. Ef 5, 2. 21-33). Por medio del sacramento del matrimonio los esposos católicos se unen al matrimonio místico entre Cristo y la Iglesia y así se convierten en una prolongación, en el tiempo y en el espacio, ante la historia y los hombres, del matrimonio místico, sobrenatural, entre Cristo y la Iglesia: el esposo participará de la esponsalidad de Cristo Esposo y la mujer de la esponsalidad de la Iglesia Esposa. De esta manera Jesús eleva al matrimonio entre el varón y la mujer a una dignidad superior a la de los ángeles y es lo que permite comprender la razón sobrenatural de las características del matrimonio cristiano: indisolubilidad, fidelidad, fecundidad esponsal, porque esas son las características del amor esponsal de Cristo Esposo hacia la Iglesia Esposa y también de la Iglesia Esposa hacia Cristo Esposo.

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Jesús, que es Dios en Persona, es quien ha unido al varón con la mujer en la unión esponsal “desde el principio”, es decir, “desde la Creación” y es por eso que anula el permiso transitorio de divorcio de Moisés; pero ahora va más allá de las características naturales del matrimonio -indisolubilidad, la fidelidad y la fecundidad-, porque al convertir al matrimonio en sacramento, cada matrimonio católico se convierte en un misterio que hace referencia a un misterio insondable, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, siendo los esposos una prolongación, hacia la sociedad y la historia, de la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Ésa es la razón de la altísima dignidad e importancia del sacramento del matrimonio, dignidad e importancia que no son ni comprendidos ni valorados por la sociedad actual, materialista y hedonista. Pero no es el mundo sin Dios el que debe comprender, valorar y vivir esta sublime realidad del matrimonio católico, sino los mismos esposos católicos y el modo de hacerlo es viviendo en la santidad esponsal, único modo de responder a la grandeza y majestad con la que Cristo ha dotado al matrimonio sacramental católico.

 


viernes, 16 de agosto de 2024

“Al principio, no era así”

 


“Al principio, no era así” (Mt 19, 13-12). Unos fariseos se acercan a Jesús para ponerlo a prueba, preguntándole acerca de la cuestión del divorcio: “¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?”, lo cual quiere decir, “por cualquier motivo”, según las escuelas rabínicas de la época[1]. En su respuesta, Nuestro Señor se remonta al acto creador de la raza humana en Adán y Eva -creada por Él, en cuanto Dios Hijo, en unión con el Padre y con el Espíritu Santo-, citando sus propias palabras dichas en el momento de la creación del primer matrimonio humano: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y se unirá y serán los dos una sola carne, de modo que ya no son dos, sino una sola carne”. Es decir, después de haber creado una mujer para Adán, Dios insiste en que la unión entre los dos es todavía más íntima e intensa que la de la misma sangre y a tal punto, que produce, se puede decir, una persona única e indivisible, con la expresión “una sola carne”.

De esta manera, Jesús ataca en su raíz a la práctica misma del divorcio, que contradice radicalmente el plan original divino para la especie humana. Los fariseos creían que el divorcio era un mandato superior a lo establecido por el Génesis, pero Jesús los corrige de su error, haciéndoles ver que lo de Moisés no era un “mandato”, sino solo una “tolerancia” de la costumbre existente y so debido a la “dureza de los corazones” que constantemente se oponían a la ley divina que mandaba que el varón y la mujer, al unirse en matrimonio, fueran una sola carne, una sola persona y que no cometieran adulterio. Pero como eran insensibles a la Palabra de Dios, como eran duros de corazón, inmaduros moralmente, indiferentes a la voluntad de Dios manifestada en la Sagrada Escritura, se permitía momentáneamente el libelo de repudio por parte de Moisés, pero eso solo hasta la llegada del mismo Dios encarnado, Nuestro Señor Jesucristo.

Al llegar Jesús, con su autoridad divina -es Él quien crea la raza humana y la crea varón y mujer-, la restablece en su estabilidad primitiva -el varón para la mujer y la mujer para el varón, uno con una y para siempre- y esto lo hace en vistas a elevar a la unión matrimonial natural a la jerarquía de sacramento, el sacramento del matrimonio, que representa visiblemente, ante los ojos del mundo, la unión mística esponsal, espiritual, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, unión de la que se derivan las características de la unión sacramental esponsal de los esposos católicos: fidelidad, indisolubilidad, fecundidad, amor hasta la muerte de cruz. Penosamente, la misma incomprensión por parte de los fariseos, acerca de la voluntad del designio divino sobre el matrimonio natural, expresado en la creación del varón y de la mujer, se repite hoy entre la inmensa mayoría de los católicos, que no entienden que los esposos católicos son más que “una sola carne”: son, ante el mundo, la representación visible de Cristo Esposo, por parte del esposo cristiano y de la Iglesia Esposa, por parte de la esposa cristiana y que el divorcio jamás estuvo y jamás estará en la mente de la Santísima Trinidad para los esposos católicos, así como jamás puede estar separado el Cristo Eucarístico de la Iglesia Católica, ni la Iglesia Católica del Cristo Eucarístico.



[1] Cfr. B. Orchard. et al., Verbum Dei, Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo Tercero, Barcelona 1957, Editorial Herder, 426.


miércoles, 16 de agosto de 2023

“No separe el hombre lo que Dios ha unido”

 


“No separe el hombre lo que Dios ha unido” (Mt 19, 3-12). Los fariseos, pretendiendo poner a prueba a Jesús, le preguntan si es lícito “separarse de la mujer por cualquier motivo”, lo hacen basados en la ley de Moisés que permitía redactar un acta de repudio y divorciarse.

Pero Jesús, por un lado, les recuerda que este libelo de repudio, la autorización para el divorcio, fue dada “por la dureza de los corazones” del Pueblo Elegido, pero también les recuerda que, “al principio no fue así”, puesto que Dios creó al varón para que se uniera a la mujer y “fueran los dos una sola carne”, es decir, Dios no creó al varón y a la mujer para que se separaran, sino para que fueran “uno solo”, uno con una para siempre, formando un matrimonio sólido y estable del cual se deriva la familia diseñada por Dios.

Puesto que Jesús es Dios, Él tiene la facultad de no solo derogar el divorcio, es decir, prohibirlo para siempre, sino también establecer que el matrimonio sea una prolongación y una imagen de la unión de Él, Cristo, con su Esposa, la Iglesia. En otras palabras, si Dios creó al varón y a la mujer para que formaran un matrimonio que durase para siempre, es porque el matrimonio refleja y prolonga la unión nupcial, mística, anterior a todo matrimonio humano, de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. Por esta razón, las características del matrimonio cristiano -unidad, indisolubilidad, fecundidad-, se derivan de las características de la unión nupcial entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.

Si Jesús permitió temporariamente el divorcio, en tiempos de Moisés, fue, como Él lo dice, por la dureza de corazón de los integrantes del Pueblo Elegido, pero ahora, a partir de Él, no solo se restaura la unión indivisible entre el varón y la mujer, según era el designio divino “desde el principio”, sino que ahora, a través del sacramento del matrimonio, lo injerta en la unión nupcial de Él con la Iglesia y por eso el matrimonio católico y la familia católica tiene las características que tiene y no pueden ser modificadas de ninguna manera por el hombre, puesto que sería oponerse a la Voluntad y a la Sabiduría de Dios.

“No separe el hombre lo que Dios ha unido”. De entre todos los sacramentos que hoy en día son despreciados y dejados de lado, el sacramento del matrimonio es uno de los más afectados, puesto que no solo los jóvenes prefieren vivir en el pecado de concubinato, sino que además la sociedad sin Dios ha inventado múltiples “matrimonios” que son del todo ajenos a la voluntad divina y contrarios a su Sabiduría y Amor. El cristiano debe contemplar la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, para así poder apreciar el don invaluable que significa el sacramento del matrimonio.

jueves, 23 de febrero de 2023

Viernes después de Cenizas

 


 

         “Cuando se lleven al novio, entonces ayunarán” (Mt 9, 14-15). Preguntan a Jesús cuál es la razón por la que los discípulos de Juan el Bautista sí ayunan, pero en cambio los discípulos de Él, de Jesús, no ayunan. Jesús responde de manera enigmática y en tercera persona: “Cuando se lleven al novio, entonces ayunarán”. “El novio”, al cual hace referencia Jesús, es Él mismo en Persona puesto que uno de los nombres de Jesús es el de “Novio” o “Esposo” de la Iglesia Esposa, es decir, Cristo es el Novio o el Esposo de la Iglesia Esposa. Sus discípulos, los discípulos de Jesús, no ayunan, porque el Novio o Esposo, que es Él, está con ellos, en el sentido de que todavía no se ha cumplido en plenitud su misterio de salvación, su Pasión, Muerte y Resurrección. Por ese motivo es que no ayunan, porque Él está con ellos.

         Sin embargo, “ayunarán cuando les sea quitado el Novio”, es decir, cuando Él, que es el Esposo de la Iglesia Esposa, les sea quitado mediante el misterio salvífico de su Pasión, Muerte y Resurrección. Entonces, cuando Él muera en la cruz y cuando, después de resucitar, ascienda al cielo, cuando Él sea quitado de en medio en esta vida terrena, entonces sí los discípulos de Cristo ayunarán, porque el Esposo ya no estará con ellos. Es aquí en donde se origina la tradición del ayuno de la Iglesia, en el hecho de que Cristo nos ha sido quitado por medio de su Pasión y Muerte en cruz. Por este motivo, nuestro ayuno continuará hasta el fin de los tiempos y terminará recién cuando llegue el Novio, en el Último Día, en el Día del Juicio Final. En ese Día, en el que llegue el Supremo y Justo Juez, el Esposo de la Iglesia Esposa, para juzgar a vivos y muertos, entonces sí terminará el ayuno para los discípulos de Jesús, para los que lo hayan seguido en esta vida terrena a través del Via Crucis, el Camino Real de la Santa Cruz.

domingo, 26 de septiembre de 2021

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”


 

(Domingo XXVII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19, 6). Ante la pregunta de si es lícito el divorcio que permitía la ley de Moisés, en caso de adulterio, Jesús responde negativamente y para fundamentar su respuesta, se remonta al inicio de la historia del ser humano sobre la tierra: cuando Dios Uno y Trino creó al ser humano, lo creó varón y mujer, para que se unieran en matrimonio y ya no fueran dos, sino una sola carne. Entonces, lo que caracteriza al matrimonio, la unidad –el matrimonio es uno- y la indisolubilidad –el matrimonio es indisoluble, aun cuando las leyes positivas humanas lo permitan; aunque se divorcian, el varón y la mujer unidos por el matrimonio sacramental continúan siendo esposo y esposa ante los ojos de Dios- y el hecho de que sea entre el varón y la mujer, no depende de una ley positiva, inventada por la mente humana o angélica, sino que es una disposición divina, porque Dios quiso crearnos, como especie, en dos sexos diversos, distintos, que se complementan entre sí. Y Dios quiso, además, que esta unión fuese indisoluble, porque naturalmente el varón está hecho para una sola mujer y la mujer está hecha para un solo hombre y nada más. De ahí la absoluta prohibición de la poligamia y por supuesto que del adulterio y de cualquier unión que no sea la del varón y la mujer, como lo prentenden la ideología de género y los grupos de presión homosexualistas.

         Ahora bien, hay una razón última, sobrenatural, que explica el matrimonio entre el varón y la mujer y es la unión esponsal, celestial, sobrenatural, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Esta unión esponsal, que es eminentemente espiritual, es la que fundamenta las características del matrimonio entre el varón y la mujer: así como no se puede concebir a Cristo Eucaristía sin la Iglesia Católica, así también no se puede concebir a la Iglesia Católica sin Cristo Eucaristía. Sería un cristo falso, un cristo adulterado, un cristo adúltero, si además de la Iglesia Católica, estuviera en otras iglesias que no fueran la Católica y la Iglesia Católica sería una iglesia falsa, sin el Cristo Eucarístico, o si adorara a un ídolo como la Pachamama, en vez de Cristo Eucarístico, una Iglesia así, sería una iglesia adúltera.

         Otra pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué Jesús se pronuncia sobre el matrimonio? ¿Qué autoridad tiene Él para abolir el divorcio permitido por Moisés y restablecer la unidad y la indisolubilidad del matrimonio y establecer que el matrimonio sólo puede ser entre el varón y la mujer? Por el simple y maravilloso hecho de que Jesús es Dios; Cristo es Dios y es Él quien ha creado al ser humano como varón y mujer “en el principio”; es Él quien ha establecido que la unión matrimonial sea entre un varón y una mujer, como reflejo y prolongación, entre la sociedad humana, de su propia unión esponsal, entre su Persona divina y su humanidad, en la Encarnación y después entre Él, el Esposo celestial, y la Iglesia, nacida de su Costado traspasado en el Calvario, la Jerusalén celestial, la Iglesia Católica. Así como el Verbo de Dios no puede separarse de su humanidad, una vez asumida hipostáticamente en la Encarnación –ni la humanidad de Jesús de Nazareth no puede separarse del Verbo de Dios-, así tampoco puede el Cristo Eucarístico separarse de la Iglesia Católica, ni la Iglesia Católica del Cristo Eucarístico, y es de estos dos grandes misterios, la Encarnación esponsalicia del Verbo con la humanidad y el Nacimiento virginal de la Iglesia del Costado de Cristo en el Calvario, de donde se derivan la unidad y la indisolubilidad del matrimonio entre el varón y la mujer. Esto explica también que ninguna ley humana puede separar lo que Dios ha unido, al varón y a la mujer: “No separe el hombre lo que Dios ha unido”.

         “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Así como el varón ha sido creado para la mujer y la mujer para el varón, así Cristo Eucarístico es para la Iglesia Católica y la Iglesia Católica para el Cristo Eucarístico: no puede el hombre separar lo que Dios Uno y Trino ha unido.

miércoles, 26 de febrero de 2020

Viernes después de Cenizas



(Ciclo A – 2020)

         “Los amigos del Esposo ayunarán cuando les sea quitado el Esposo” (cfr. Mt 9, 14-15). Los discípulos de Juan el Bautista se acercan a Jesús y le preguntan cuál es la razón por la cual sus discípulos no ayunan, como sí lo hacen en cambio ellos y los fariseos. Jesús contesta con una respuesta enigmática: “¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán”. Es decir, Jesús les dice que, mientras sus discípulos estén con el esposo, no harán ayuno; en cambio sí lo harán, cuando el esposo les sea quitado. Para entender la respuesta de Jesús, hay que comprender a qué se refiere Jesús cuando dice “esposo” y es a Él mismo: en efecto, Jesús es el Esposo de la Iglesia Esposa lo cual quiere decir que cuando Jesús dice “esposo”, se está refiriendo a Él mismo. Es de este modo entonces que se entiende la respuesta de Jesús: antes de que el Esposo-Jesús sufra la Pasión, los discípulos suyos no harán ayuno, porque están con el Esposo; cuando el Esposo-Jesús les sea quitado por la Pasión y Muerte en Cruz, entonces sí harán ayuno. Éste es el sentido de la respuesta de Jesús.
         Y si bien Jesús ha resucitado y está glorioso y resucitado en la Eucaristía y por eso podemos decir que el Esposo está con nosotros, la Iglesia ha establecido que el ayuno sea una forma de oración válida para alcanzar las gracias de Dios que necesitamos. La Cuaresma es el tiempo más propicio para el ayuno –ayuno sobre todo de obras malas, pero ayuno también de alimentos, un día determinado y según las posibilidades de cada persona-, porque es el tiempo litúrgico que más nos acerca a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, el tiempo en el que el Esposo de la Iglesia Esposa es quitado por la muerte en Cruz.




miércoles, 14 de agosto de 2019

“No separe el hombre lo que Dios ha unido”



“No separe el hombre lo que Dios ha unido” (Mt 19, 3-12). Unos fariseos le preguntan a Jesús si para Él es lícito a un hombre repudiar a su mujer, es decir, si es lícito el divorcio. Esto lo dicen porque Moisés había permitido el divorcio en caso de adulterio. Pero Jesús responde citando las Escrituras, en el pasaje en donde se dice que el hombre y la mujer se unirán y serán “una sola carne”. Luego, ante la citación del acta de divorcio permitida por Moisés, Jesús declara implícitamente que, en el nuevo orden de cosas que Él ha venido a traer, este divorcio queda anulado: “si un hombre se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio”. La razón es doble: por un lado, Dios creo así el matrimonio natural “desde el principio”, uno con una para toda la vida; por otra parte, Él es el Legislador divino que no solo restituye el matrimonio a su diseño original, sino que ahora lo eleva al rango de sacramento, con lo cual los cónyuges quedan unidos por un doble lazo indisoluble, el natural y el sobrenatural. Estas son las razones por las cuales la Iglesia nunca aceptará el divorcio y por las que los divorciados vueltos a casar no pueden comulgar, porque están unidos por un doble lazo indisoluble, el natural y el sacramental o sobrenatural, además de ser el esposo terreno una prolongación de Cristo Esposo y la esposa, de la Iglesia Esposa.
“No separe el hombre lo que Dios ha unido”. Por la naturaleza del matrimonio, uno –varón- con una –mujer- y para siempre, y por ser el matrimonio una prolongación, a través del sacramento, de la unión esponsal de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa, el matrimonio, a partir de Cristo, es indisoluble, y lo será hasta el fin de los tiempos, sin que la legislación humana ni eclesiástica lo pueda cambiar de ninguna forma.


sábado, 6 de julio de 2019

“Los amigos del Esposo ayunarán cuando Éste les sea quitado”


        

         “Los amigos del Esposo ayunarán cuando Éste les sea quitado” (Mt 9, 14-17). Ante la pregunta de por qué sus discípulos de Jesús no ayunan, como sí lo hacen los discípulos de Juan el Bautista, Jesús responde con una figura, la del esposo, y con una profecía: “Los amigos del Esposo ayunarán cuando Éste les sea quitado”. La figura del esposo la utiliza Jesús para aplicársela a Sí mismo: Él es el Esposo de la Iglesia Esposa, que se ha unido a la Humanidad de modo nupcial en la Encarnación, para redimirla y conducirla al Reino de Dios. Él es, entonces, el Esposo de la Iglesia Esposa y mientras Él, el Esposo, esté en la tierra, entonces sus discípulos no ayunarán; pero cuando el Esposo –Él mismo- sea quitado de la tierra, por causa de su muerte en cruz, entonces sí ayunarán. Es decir, Nuestro Señor insinúa la Pasión, al responder que "ayunarán cuando el Esposo les sea quitado", puesto que “el ayuno, que hace aparecer triste el rostro, se aviene mal con la alegría que los discípulos sienten por la presencia de su Maestro; cuando les sea arrebatado el Maestro, les quedará tiempo para ayunar”[1].
         “Los amigos del Esposo ayunarán cuando Éste les sea quitado”. Nosotros pertenecemos a la generación de los amigos del Esposo a los que se les ha quitado el Esposo, porque Jesús ya ha sufrido su muerte en Cruz y, aunque ha resucitado y está vivo y glorioso en la Eucaristía, no podemos verlo sensiblemente, como sí podían sus discípulos; por esta razón, a nosotros nos corresponde el ayuno, porque nos ha sido quitado el Esposo. En la espera de la Segunda Venida del Esposo, y sabiendo que cuando venga nunca más se separará de nosotros, es que ayunamos, principalmente de toda obra mala, en el tiempo, para saciarnos de su gloria en la eternidad.


[1] B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 379.

sábado, 9 de febrero de 2019

Los esposos católicos deben dar ejemplo de santidad esponsal, imitando con sus vidas a Cristo Esposo y a la Iglesia Esposa



         Por instigación de la hija de su amante, Herodías, la mujer de su hermano, Herodes manda a decapitar a Juan el Bautista, quien estaba encarcelado (cfr. Mc 6,14-29). Juan el Bautista había sido encarcelado y encadenado por Herodes porque el Bautista le hacía ver que “no le era lícito tener a la mujer de su hermano”. Cuando se lee en el Evangelio la causa de la muerte del Bautista, se puede tener la tentación de pensar que el Bautista muere por la unidad y la sacralidad del matrimonio monogámico: es encarcelado por denunciar el adulterio y es decapitado por el mismo motivo.
Sin embargo, Juan el Bautista no muere en testimonio del matrimonio, aun cuando muere defendiendo la unidad y la sacralidad del mismo y condenando al mismo tiempo el adulterio: Juan el Bautista muere por Cristo, porque es por Cristo que el matrimonio es santo. Es Cristo quien, con su gracia, santificará la unión esponsal entre el hombre y la mujer, al unirse esponsalmente con la Iglesia Esposa. Uno de los nombres de Cristo es el de “Esposo”, porque se une con amor esponsal, mística y sobrenaturalmente, a la Iglesia Esposa. Porque Cristo Esposo se une a la Iglesia Esposa, es que todo matrimonio sacramental es santificado por esta unión y es de esta unión, de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa, de donde brota la santidad del matrimonio.
Antes de Cristo, el matrimonio monogámico –la unión entre el varón y la mujer- era algo bueno, al haber sido creado por Dios, pero todavía no era santo: el matrimonio monogámico, esto es, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, es santo porque todo matrimonio sacramental está contenido en la unión nupcial entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Entonces, el matrimonio natural entre el varón y la mujer es una creación y una idea de Dios y como tal es bueno, pero todavía no es santo: comienza a ser santo cuando Cristo se une esponsalmente –de modo virgianl, casto, místico y sobrenatural- a la Iglesia Esposa. Es de esta unión nupcial entre Cristo y la Iglesia que se desprenden todas las características del matrimonio católico: la unidad, la fidelidad, la indisolubilidad, la fecundidad.
Todo lo que atente contra este matrimonio monogámico –las uniones entre personas del mismo sexo, el adulterio, etc.- atenta contra el mismo Dios, que es quien lo creó naturalmente así, como unión entre el varón y la mujer y es también una ofensa a Jesucristo, que es quien santificó la unión esponsal al unirse en matrimonio místico a la Iglesia Esposa. Por esta razón es que el Bautista no muere por el matrimonio en sí, a pesar de ser decapitado por denunciar el adulterio: muere mártir por Cristo, el Hombre-Dios, que es quien santifica el matrimonio con su gracia.
En nuestros días, caracterizados por el más duro materialismo y ateísmo que la humanidad tenga memoria, las infidelidades, las separaciones, los divorcios, los adulterios, son cada vez más numerosos, porque sobre todo son los cristianos quienes hacen caso omiso de la santidad del matrimonio, al ignorar o rechazar el hecho de que el matrimonio es indisoluble porque indisoluble es el amor que Cristo Esposo profesa por su Esposa, la Iglesia. Así como el Bautista entregó su vida por Cristo, la Santidad Increada y de Quien emana la santidad del matrimonio, así es necesario que los esposos católicos den ejemplo de santidad esponsal, imitando con sus vidas a Cristo Esposo y a la Iglesia Esposa.


sábado, 6 de octubre de 2018

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”



(Domingo XXVII - TO - Ciclo B – 2018)

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mc 10, 2-16). Los fariseos le preguntan a Jesús acerca de la licitud del divorcio, basándose en el permiso de divorcio que Moisés les había otorgado. Jesús les responde con una negativa, afirmando implícitamente que Él viene a restaurar el antiguo orden creado por Dios: Dios ha querido, desde la eternidad, que el matrimonio esté constituido por el varón y la mujer de forma tal que “formen una sola carne”, es decir, que sean una sola cosa indisoluble o, dicho de otras maneras, uno con una y para siempre. Jesús les aclara que si Moisés había dado permiso para el divorcio, eso era “por la dureza de sus corazones”, pero eso ahora forma parte del pasado porque ahora Él, que es Dios, viene para otorgar la gracia santificante, la cual hará realidad el designio y el diseño de Dios para el matrimonio: que el matrimonio sea entre el varón y la mujer y sea indisoluble.
Jesús, que es el Dios que creó al varón y a la mujer para que se unieran en matrimonio indisoluble ahora viene, encarnado, para prohibir el divorcio y, por medio de la gracia sacramental, restituir el matrimonio al orden querido por Dios desde el inicio: el varón debe unirse a la mujer y entre ambos constituir un vínculo indisoluble, que se disuelve sólo con la muerte de uno de los cónyuges. Es decir, la indisolubilidad del matrimonio y la característica del matrimonio de ser la unión entre el varón y la mujer, provienen de Dios, no es un invento ni del hombre ni de la Iglesia, sino que es Dios quien quiso, desde toda la eternidad -cuando ideó crear al género humano-, que la unión entre ambos fuera indisoluble y fuera entre el varón y la mujer. Cualquier otra unión que no respete estas características, se encuentra fuera de los planes divinos y es por lo tanto pecaminosa.
Ahora bien, Jesús viene a hacer algo todavía más grandioso que el simple hecho de restaurar el orden querido por Dios desde siempre –la indisolubilidad matrimonial y la característica de estar formado por la unión entre el varón y la mujer-: viene a darle al matrimonio una dignidad que antes de su Encarnación no la tenía y esa dignidad consiste en ser el matrimonio de los esposos católicos una imagen del matrimonio místico entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. En efecto, desde su Encarnación Él, en cuanto Hombre-Dios, se une a la Iglesia, su Esposa, constituyendo así la unión esponsal, mística y sobrenatural entre el Cordero y la Iglesia Esposa, formando lo que San Pablo llama “gran misterio” (cfr. Ef 5, 2. 21-33).
Ahora, por medio del sacramento del matrimonio, los esposos católicos quedarán unidos de tal manera a este matrimonio místico entre Cristo y la Iglesia, que el matrimonio será la prolongación, en el tiempo y en el espacio, ante la historia y los hombres, del matrimonio místico, sobrenatural, entre Él y la Iglesia: el esposo participará de la esponsalidad de Cristo Esposo y la mujer de la esponsalidad de la Iglesia Esposa. Cristo es el Esposo de la Iglesia Esposa y este desposorio místico existe antes que cualquier matrimonio humano y a partir de Él, en virtud de la unión de los esposos por el sacramento del matrimonio, todo matrimonio entre los esposos católicos será una prolongación y una imagen visible de este matrimonio entre el Cordero y su Esposa. Por eso Jesús eleva al matrimonio entre el varón y la mujer a una dignidad superior a la de los ángeles y es lo que da el fundamento sobrenatural acerca de la indisolubilidad matrimonial y acerca de la fecundidad esponsal, porque así como Jesús es fiel a su Esposa y la Iglesia es fiel a su Esposo Jesús, así los esposos católicos deben ser fieles entre sí y así como la unión esponsal entre Cristo y la Iglesia es fecunda, porque se incorporan hijos de la Iglesia por el bautismo sacramental, así los esposos cristianos deben ser fecundos en su prole.
“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. La unión esponsal sacramental entre el varón y la mujer va mucho más allá de sus características naturales, la indisolubilidad, la fidelidad y la fecundidad: cada matrimonio católico es un misterio que hace referencia a un misterio insondable, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, siendo los esposos una prolongación, hacia la sociedad y la historia, de la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Ésa es la razón de la altísima dignidad e importancia del sacramento del matrimonio, dignidad e importancia que no son ni comprendidos ni valorados por el hombre que vive sin Dios. Pero no es el mundo sin Dios el que debe comprender, valorar y vivir esta sublime realidad del matrimonio católico, sino los mismos esposos católicos y el modo de hacerlo es viviendo en la santidad esponsal, único modo de responder a la grandeza y majestad con la que Cristo ha dotado al matrimonio sacramental católico.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Imitando a las vírgenes prudentes, preparémonos para la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo en la gloria


“¡Llega el Esposo!” (Mt 25, 1-13). Jesús revela la existencia del Reino de los cielos y también, indirectamente, la existencia del Infierno. Es decir, nos revela que no solo hay vida después de esta vida, sino que hay dos destinos eternos a los que podemos ir, según nuestro libre albedrío: Cielo o Infierno. Además, nos revela que esta historia humana, caracterizada por el tiempo y el espacio, finalizará un día, el Día del Juicio Final, día en el que comenzará la eternidad y desaparecerá el tiempo tal como lo conocemos, porque será el Día en el que Él vendrá “a juzgar a vivos y muertos” y a “dar a cada uno su recompensa, según sus obras”. Para esta revelación, la Sabiduría de Dios encarnada, Jesús, utiliza la imagen de un esposo que llega desde lejos, en horas de la noche, y de modo improviso, para su ceremonia esponsal. En esa época, se acostumbraba que el esposo fuera recibido por vírgenes, que acompañaban al esposo en el ingreso hacia el lugar donde tendría lugar la boda.
Para poder apreciar con mayor fruto la enseñanza, debemos considerar que en la parábola, cada elemento tiene un claro y preciso significado sobrenatural. Así, el esposo que llega de improviso, de noche, es Jesucristo, Esposo de la Iglesia Esposa, la cual aparece de manera implícita en la parábola, aun cuando no se la nombre; las altas horas de la noche en la que llega el Esposo y su regreso de modo sorpresivo, significa el fin de la historia humana y la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo: la noche significa que, en momentos de la Parusía de Nuestro Señor, las tinieblas del infierno habrán llegado a dominar toda la humanidad, infiltrándose incluso en la Iglesia, en donde será como de noche, porque el Anticristo logrará difundir y dispersar por todo el Cuerpo Místico de Cristo una gran cantidad de errores, de herejías, de cismas, y este error es oscuridad, en comparación con la Verdad de Dios, que es luz, y esa es la razón por la que la llegada del esposo es a la noche, es decir, la Segunda Venida de Nuestro Señor, será en estas críticas condiciones de oscuridad espiritual; las vírgenes, tanto las necias como las prudentes, representan a la humanidad; las lámparas, representan las almas de cada persona; el aceite, la gracia santificante; la luz, con la cual pueden las vírgenes ver al esposo que llega en medio de la oscuridad de la noche, representa tanto la luz de la fe, como las obras de misericordia; las vírgenes prudentes, representan a los católicos que, con todas sus miserias a cuestas, se esforzaron sin embargo en vivir en estado de gracia, acudiendo a la Confesión sacramental y a la Eucaristía, además de obrar la misericordia: al momento de la Llegada del Esposo, en sus almas resplandece la luz de la Santa Fe Católica y pueden ver al Esposo que llega debido también a la luz que se desprende de sus obras de misericordia; las vírgenes necias, por el contrario, representan a los católicos que, despreocupados de si Jesús habrá de llegar o no al fin del mundo “para juzgar a vivos y muertos”, se dedican a la vida mundana, vida que es también de pecado y que está representada por el sueño de las vírgenes necias, sueño que les impide prepararse adecuadamente para el Día del Juicio Final. Puesto que los méritos son personales, no pueden comunicarse a los demás, y esa es la razón por la que las vírgenes prudentes no pueden comunicar de sus méritos –aceite- a las necias. El ingreso del esposo al lugar de la boda representa el inicio de la vida eterna, en el Reino de los cielos, de los bienaventurados, esto es, las vírgenes prudentes, al tiempo que la prohibición de entrada en el ambiente festivo e iluminado –el Reino de Dios- a las vírgenes necias, y la permanencia de estas en la oscuridad absoluta de la noche, representa el cierre de las puertas del cielo para quienes voluntariamente decidieron vivir y morir en pecado mortal, con el consiguiente inicio de sus penas y dolores corporales y espirituales, para siempre, en el Infierno.

“¡Llega el Esposo!”. “Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora”. La advertencia es para nosotros, católicos del siglo XXI. Imitando a las vírgenes prudentes, preparémonos para la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo en la gloria.

viernes, 24 de febrero de 2017

“Los dos no serán sino una sola carne”


“Los dos no serán sino una sola carne” (Mc 10, 1-12). Jesús presenta a la indisolubilidad del matrimonio sacramental como su característica principal: al unirse sacramentalmente, el varón y la mujer forman “una sola carne”. Para entenderlo, podemos tomar la siguiente figura: así como a un cuerpo –es decir, la “sola carne” formada por la unión sacramental- no se lo puede dividir en dos partes y pretender que el cuerpo sigua vivo, así tampoco al matrimonio sacramental. Es decir, los esposos unidos en matrimonio sacramental y que pretenden divorciarse, serían el equivalente a una persona que pretendiera seguir caminando y viviendo, luego de ser cortado su cuerpo al medio en dos partes independientes. Y también, una relación de adulterio, sería como si a esa persona, partida en dos, se le agregara, a una de sus mitades, una mitad correspondiente a otra persona.

Ahora bien, el fundamento de la indisolubilidad del matrimonio sacramental y la condena y pecaminosidad del adulterio, no se fundan en razonamientos humanos, ni en la decisión de la conciencia del hombre: se fundan en la unión indisoluble, casta, pura y fiel, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Es decir, todo matrimonio sacramental obtiene sus notas fundamentales por el hecho de estar injertado en la Alianza esponsal, mística, sobrenatural, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Las características de esta unión esponsal son participadas y deben ser hechas visibles a través de los esposos humanos unidos en matrimonio sacramental. “Separar lo que Dios ha unido” –divorcio- o “unir lo que Dios no une” –adulterio- significa, para el hombre, colocarse él y su conciencia por encima del mismo Dios, de sus Mandamientos y del Magisterio de su Iglesia, expresión fiel de su Palabra revelada en Cristo Jesús.

viernes, 20 de mayo de 2016

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”


“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mc 10, 1-12). Al implementar la Nueva Ley, Jesús da por abolida la permisión de divorcio que existía bajo la ley de Moisés. A partir de ahora, el matrimonio será de “uno con una, para toda la vida”, puesto que el divorcio queda expresamente prohibido por Nuestro Señor. El matrimonio sacramental, impartido en su Iglesia, la Iglesia Católica, será uno, monogámico, indisoluble, fecundo, fiel, sin que puedan ser estas características alteradas por ninguna ley humana. La razón por la que el matrimonio entre los católicos tiene estas características no se derivan de imposiciones arbitrarias de legisladores eclesiásticos humanos, sino que se explican por el hecho de estar el matrimonio sacramental injertado –por el sacramento- en otro matrimonio o nupcias esponsales, anterior a todo matrimonio humano, y es el matrimonio místico, celestial, sobrenatural, de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. En otras palabras, las características del matrimonio sacramental católico –uno, único, fiel, indisoluble, fecundo-, se derivan del hecho de estar los esposos cristianos “injertados”, en virtud del sacramento, a la unión esponsal mística entre Jesús Esposo y la Iglesia Esposa, y como por el sacramento son como una prolongación viviente de esta unión esponsal, constituyendo ante la sociedad humana un signo de Cristo Esposo –el esposo terreno- unido con su Esposa la Iglesia –la esposa terrena-, entonces el matrimonio sacramental católico debe poseer y reflejar sus mismas características, so pena de constituir un signo contradictorio. Es decir, el matrimonio católico es uno, único, fiel, indisoluble, constituido por el esposo-varón y la esposa-mujer, porque así es el matrimonio celestial y místico entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Si se contrarían estas características, se atenta en realidad, no en primer lugar contra la institución del matrimonio en sí, sino contra el matrimonio místico formado por Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. En este sentido, el adulterio, la infidelidad, la ausencia voluntaria de fecundidad, el divorcio, son todos signos que contarían expresamente la santidad primigenia de la unión esponsal entre Jesús y la Iglesia. Esto es lo que explica la muerte de Juan el Bautista, quien da su testimonio martirial no por el matrimonio terreno, sino por la Alianza esponsal mística de Jesús con su Iglesia, alianza de la cual el matrimonio cristiano obtiene sus características esenciales e inviolables. La contradicción de las notas del matrimonio atentan contra las notas del matrimonio místico de Jesús con su Esposa. Por ejemplo, el adulterio carnal de uno –o de los dos cónyuges- atenta contra la nota de fidelidad hasta la muerte, en el amor, de Cristo con su Iglesia, y se equipara a una hipotética Iglesia con un Cristo falso –no presente en la Eucaristía, por ejemplo-, o a un Cristo Eucarístico –con su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía-, con una Iglesia “infiel”, que albergara en su seno a otras creencias religiosas. Así como estas hipotéticas son impensables, así también es impensable la infidelidad entre los cónyuges católicos unidos por el sacramento, y lo mismo se diga de las otras notas características del matrimonio católico.

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Cuando Jesús hace esta afirmación, está diciendo que el hombre no puede tener el atrevimiento de pretender modificar el matrimonio místico, sobrenatural, preexistente a toda unión esponsal humana, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa.

viernes, 12 de febrero de 2016

Viernes después de Cenizas


“Cuando se lleven al novio, entonces ayunarán” (Mt 9, 14-15). Preguntan a Jesús porqué sus discípulos no ayunan, como sí lo hacen los discípulos de Juan. Jesús responde utilizando la figura de un novio con sus amigos: cuando estos están con el novio, hay alegría y, por lo tanto, no hay necesidad de ayunar; pero cuando el novio no está, entonces sí. El novio –o esposo- que está con sus amigos, es Él que está con sus discípulos: Él, Dios Hijo, el Unigénito de Dios, eternamente engendrado en el seno del Padre, es el Esposo que se une en desposorios místicos con la Humanidad, por la Encarnación, en el seno de María Santísima; el novio que es llevado, es Él que muere en la cruz, cumpliendo su misterio pascual de muerte y resurrección, llevando a cabo el sacrificio redentor en el Calvario, sacrificio cruento por el cual habría de salvar a toda la humanidad al precio de su Sangre derramada en la cruz. Mientras Él esté con sus discípulos, no tienen necesidad de ayunar, pero cuando vengan las horas amargas de la Pasión, horas en las que Él sufrirá la muerte en cruz, entonces sí lo harán.

“Cuando se lleven al novio, entonces ayunarán”. El ayuno prescripto para el tiempo cuaresmal tiene, para la Iglesia y los cristianos, el sentido de recordarnos que no estamos aún con el Esposo de la Iglesia Esposa, porque nos encontramos aún en esta vida terrena y no lo contemplamos todavía cara a cara en la visión beatífica. El ayuno realizado en el tiempo –ayuno de alimento corporal, pero ante todo, ayuno de la malicia del corazón, esto es, el pecado-, tiene entonces esta finalidad: hacernos recordar que somos los amigos del Esposo, los amigos del Novio, que nos ha sido quitado por la muerte en cruz en el Calvario. El ayuno corporal finalizará cuando, por la gracia de Dios, alcancemos el Reino de los cielos y contemplemos cara a cara al Cordero de Dios y a Dios Uno y Trino. Entonces finalizará nuestro ayuno terreno, porque nos alimentaremos de la contemplación beatífica de la Trinidad y del Cordero por toda la eternidad.

viernes, 2 de octubre de 2015

“No separe el hombre lo que Dios ha unido”


(Domingo XXVII  - TO - Ciclo B – 2015)
“No separe el hombre lo que Dios ha unido”. Jesús defiende el matrimonio monogámico, entre el varón y la mujer; además, impide la separación o divorcio, estableciendo así las características del matrimonio cristiano: indisoluble, único, fiel hasta la muerte. ¿Por qué Jesucristo, que es Dios, impide el divorcio? ¿No se comporta de un modo cruel, con aquellos que quieren rehacer su vida, después de fracasar en un primer matrimonio? ¿Por qué no puede disolverse un matrimonio? ¿Por qué tiene que ser sólo entre varón y mujer, sin ninguna otra posibilidad? ¿Por qué tiene que estar abierto a la vida, es decir, porqué los hijos son el bien primario del matrimonio, que es lo que enseña la Iglesia?
Para poder responder a estas preguntas, es necesario meditar y contemplar, previamente, un Matrimonio Primigenio, el matrimonio o unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, porque los esposos cristianos, por medio del sacramento, son injertados en este matrimonio celestial y místico, así como un sarmiento se injerta en la vid, y es de allí de donde toman las características para su propio matrimonio. Es a este matrimonio místico, esta unión esponsal y celestial, a la que hace referencia San Pablo: “El hombre se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. ¡Gran misterio es éste! Y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 32). San Pablo dice que el sacramento del matrimonio, por el cual el hombre se une a la mujer formando entre ambos una sola carne, es “un gran sacramento”, pero al mismo tiempo dice que “lo refiere a Cristo y a su Iglesia”. Es decir, San Pablo está diciendo que es un “gran sacramento” la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa; no está hablando directamente del sacramento entre el hombre y la mujer, sino de la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. El matrimonio místico, celestial y sobrenatural entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, es anterior a todo otro matrimonio y todo matrimonio, por el sacramento esponsal, es injertado en este matrimonio primigenio, de manera que los esposos cristianos vienen a ser como una prolongación de este matrimonio celestial, en el tiempo y en el espacio. Injertados en el misterio de la unión mística esponsal de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa, los esposos cristianos se convierten en partícipes de esta unión esponsal, recibiendo de este matrimonio celestial todos sus dones y virtudes, participando de sus características, convirtiéndose en los rostros visibles y sensibles de Cristo y la Iglesia. Por estar injertados en la unión esponsal Cristo-Iglesia, el matrimonio de los esposos cristianos adquiere las mismas características de esta unión esponsal: unidad, fidelidad mutua, amor esponsal casto y puro, fecundidad en la prole.
Como podemos ver, todas estas características, propias del matrimonio sacramental cristiano, no son “cargas” impuestas por los hombres de Iglesia, ni tampoco son impuestos artificial y externamente por la Iglesia misma, para hacer más dura y pesada la convivencia matrimonial. Las características del matrimonio cristiano, que hacen imposible, entre otras cosas, el divorcio, tal como lo acepta la ley civil, se derivan todas de la unión esponsal, celestial, mística, sobrenatural, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Entonces, debemos saber cómo es el matrimonio entre Jesús Esposo y la Iglesia Esposa, para darnos cuenta de cómo es –o cómo debe ser- el matrimonio cristiano.
Para saberlo, es necesario contemplar a Jesús en la cruz: allí, Jesús Esposo da la vida, hasta su última gota de su Sangre y hasta su último aliento, por su Esposa, la Iglesia; al serle fiel hasta la muerte, Jesús da el fundamento de la fidelidad y de la indisolubilidad –Jesús es el Esposo Fiel hasta la muerte de cruz y la Iglesia, al pie de la cruz, corresponde a esta fidelidad de su Esposo- del matrimonio cristiano, pero también da el fundamento de la caridad cristiana entre los esposos, es decir, del Amor sobrenatural que se deben mutuamente, amor por el cual los esposos no sólo no pueden permitirse ni el más ligero enojo entre ellos, sino que están obligados a amarse con el mismo amor con el que Jesús ama a su Esposa, el Espíritu Santo, la Persona-Amor de la Trinidad. Los esposos deben amarse mutuamente con el Amor con el Cristo ama a su Esposa, la Iglesia, en la cruz: el Amor del Espíritu Santo, y es un Amor que lleva hasta la muerte de cruz, lleva a dar la vida por el otro cónyuge, y esto literalmente hablando, comenzando desde las pequeñas situaciones cotidianas, viviendo el martirio de inmolarse a sí mismos en el Fuego del Espíritu Santo, en el Amor de Dios. En la cruz, Jesús da el ejemplo del amor martirial con el que los esposos cristianos deben amarse, un Amor que los hace inmolarse el uno por el otro, en el Fuego del Espíritu Santo, y que los capacita para poder ser pacientes, caritativos, misericordiosos, comprensivos de los defectos del otro, sin cometer jamás ni la más mínima falta, nunca, entre los esposos. El Espíritu Santo, el Amor de Dios, el Amor con el que Jesús Esposo ama a su Iglesia Esposa, es donado a los esposos cristianos para que se amen mutuamente con este Amor y no ya con el solo amor humano, que por fuerte que sea, siempre es débil; el Espíritu Santo es el que permite que los esposos no sólo jamás cometan ni la más pequeña falta, el uno contra el otro, sino que los une verdaderamente en el Divino Amor, los hace ser uno en el Espíritu, lo cual constituye la perfección del amor mutuo esponsal.
Por otra parte, el fundamento de la fidelidad mutua esponsal, también está en Cristo crucificado: así como no puede haber un Cristo crucificado, muerto y resucitado, sin la Iglesia Católica, así tampoco puede haber una Iglesia Católica, sin Cristo crucificado, muerto y resucitado.
El fundamento de la fecundidad esponsal, por el cual los esposos están obligados a procrear, sin poner límites artificiales a su capacidad procreadora, se encuentra en Cristo, quien con su Sangre derramada en la cruz, Sangre que se nos comunica por los sacramentos, nos comunica su gracia santificante, por la cual nos convierte en hijos adoptivos de Dios. De parte de la Virgen, puesto que Ella al pie de la cruz, representa a la Iglesia, el fundamento de la fecundidad para los esposos cristianos radica en el hecho de ser Ella Madre de todos los hombres redimidos por Cristo, adoptándolos como hijos suyos e hijos de Dios, ante el pedido de Jesús: “Madre, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26); este cometido lo cumple la Iglesia, representada en la Virgen cuando, por el sacramento del Bautismo, adopta a los hombres como hijos suyos, esto es, de la Iglesia y de Dios.
Por último, el fundamento de porqué el matrimonio sólo puede ser entre el varón y la mujer, sin dar cabida a ninguna otra posibilidad, es porque, por un lado en Cristo Esposo está representado el varón-esposo, mientras que en la Iglesia está representada la mujer-esposa. Además, puesto que el designio salvífico de Dios se cumple sólo a través de Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, sólo así, en el binomio complementario del varón-esposo y de la mujer-esposa, puede cumplirse el designio salvífico y redentor de Dios Trino, no sólo para los esposos, sino para toda la humanidad.

Obrar de otra manera, cuando del sacramento del matrimonio se trata, es obrar en contra de los designios divinos. Es esto lo que Jesús nos advierte, cuando dice: “Que el hombre -con su soberbia y falta de amor- no separe lo que Dios –con su Amor, con su Sangre derramada y con su gracia- ha unido”.

domingo, 20 de enero de 2013

Cuando el Esposo les sea quitado, entonces sus amigos ayunarán



Jesús Esposo de la Iglesia Esposa

“Cuando el Esposo les sea quitado, entonces sus amigos ayunarán” (Mc 2, 18-22). Al responder sobre la cuestión del ayuno de sus discípulos, Juan el Bautista se refiere a Jesús con el nombre de “esposo”. Para entender el porqué, es necesario tener en cuenta que uno de los nombres de Dios en el Antiguo Testamento, es el de “esposo”[1]. Esto se ve, por ejemplo, en los profetas Isaías (15, 45), Oseas y Jeremías: el Dios de Israel ama a su pueblo con un amor puro, de tipo esponsal; un amor que es eterno, que no decrece a pesar de las infidelidades de su esposa; un amor que se mantiene fiel para siempre; un amor que es “más fuerte que la muerte” (Cant 8, 6).
Considerando esto, se entiende entonces porqué Juan Bautista llama a Jesús con el nombre de “esposo”: porque Jesús es el mismo Dios del Antiguo Testamento –Dios que es Uno y Trino, que se ha encarnado en la Persona del Hijo de Dios-, que revela a los hombres visiblemente, en Cristo, Cordero de Dios y Amor de Dios encarnado, ese amor esponsal divino, pero que a la vez profundiza esa revelación, porque el amor esponsal de Dios se comunica a través de la Cruz ya no a un pueblo determinado, el pueblo hebreo, sino a su Iglesia, Esposa de Cristo, en la cual quiere Dios a todos los hombres.
La Cruz será, precisamente, el lugar en el cual Divino Esposo demostrará hasta dónde llega su amor esponsal por la Iglesia; en la Cruz, Jesús Esposo da su Vida literalmente por su Esposa, la Iglesia, entregando su Cuerpo y derramando su Sangre; en la Cruz, Jesús Esposo, que es a la vez el Nuevo Adán, da vida a su Esposa, la Iglesia, haciéndola nacer de su costado traspasado, por medio del Agua y de la Sangre que representan los sacramentos de la Iglesia y que constituyen su vida misma.
“Cuando el Esposo les sea quitado entonces sus amigos ayunarán”. Las palabras del Bautista se cumplen en la Pasión, porque es ahí en donde el Esposo, Cristo, es quitado de la faz de la tierra, y por lo tanto, es el momento en el que inicia el ayuno para los amigos del Esposo, que ya no lo tienen entre Él. Y el ayuno de los amigos del Esposo debe ser a pan y agua: Pan de Vida eterna, y el agua del costado abierto de Cristo, la gracia santificante que se derrama en los sacramentos.



[1] Cfr. Léon-Dufour, X., Vocabulario de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona 1993, voz “esposo”, 305ss.

jueves, 24 de febrero de 2011

No separe el hombre lo que Dios ha unido


“Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (cfr. Mc 10, 1-12). Dios ha unido al hombre al crearlo en dos corporeidades sexuadas distintas, hembra y varón, pero también lo ha unido por la gracia, al santificar la unión natural por el sacramento del matrimonio.

En ambas uniones está la imagen de Dios: en la unión del hombre y de la mujer, de cuyo amor nace el hijo como fruto y corona del amor esponsal, está la imagen de Dios Uno y Trino: así como en Dios hay comunión de personas unidas por el amor, así en la familia formada por la unión del varón con la mujer, de la cual nace el hijo, hay comunidad de personas unidas por el amor.

El varón y la mujer, unidos en matrimonio para formar una familia, completan entonces la imagen de Dios en el hombre, que ya en su soledad originaria había sido creado “a imagen y semejanza” suya (cfr. Gn 1, ), al ser dotados de inteligencia y de voluntad, es decir, de capacidad de pensar y de amar, reflejos lejanos y pálidos, pero reflejos al fin, de la Sabiduría y del Amor divinos.

Pero además, la unión por el matrimonio sacramental, entre el varón y la mujer, es imagen de otra unión esponsal, mística, sobrenatural, celestial, anterior a toda unión esponsal terrena, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, y este es otro motivo por el cual esta imagen esponsal, unida por Dios, no debe nunca separarse ni romperse, puesto que se desune o se rompe una imagen querida y deseada por Dios.

Hoy el hombre no solo desune lo que Dios ha unido, sino que une lo que Dios jamás pensó en unir, imitando, de modo simiesco y demoníaco, la acción divina, contrariando libre y voluntariamente los designios de felicidad, de amor y de paz que Dios tiene para él.

“Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. “Lo que Dios ha separado, no lo una el hombre”. Hoy el hombre separa lo que Dios ha unido, y une lo que Dios ha separado, porque la mentalidad atea y agnóstica de nuestros días ve, en los mandatos divinos, una opresión injusta y un yugo insoportable, de lo cual hay que liberarse lo antes posible, haciendo exactamente al revés de lo que Dios ha estipulado, en una imitación infame de la rebelión demoníaca en los cielos, buscando de destrozar y de borrar todo vestigio de imagen divina que haya en su alma.

Tarde comprenderán los hombres, si es que lo llegan a comprender, que cuando Dios manda algo, no es para oprimirlo, sino para liberarlo, y no es para angustiarlo, sino para hacerlo plenamente feliz, con una felicidad insospechada.

La destrucción de la imagen de Dios en el hombre, estampada por la Sabiduría divina en el varón y en la mujer, en el matrimonio monogámico y en el matrimonio sacramental, traerá a la humanidad, en un futuro no muy lejano, dolores atroces, como no los ha habido hasta ahora.