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miércoles, 23 de julio de 2025

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa


 

(Domingo XVII - TO - Ciclo C - 2025)

“Señor, enséñanos a rezar…” (Lc 11, 1-13). Los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a rezar y Jesús les enseña el Padrenuestro, con lo cual, esta oración se convierte en una oración muy particular, por un doble motivo: por ser precisamente una oración enseñada por el mismo Señor Jesucristo en Persona y por tener una característica que no la tiene ninguna otra oración y esta característica es que, si bien es una oración que puede ser recitada en cualquier momento, tiene la particularidad de que es una oración que se vive, se actualiza, en la Santa Misa. En otras palabras, el Padrenuestro no solo se recita, sino que se actualiza, se hace realidad, se hace vida, en cada Santa Misa. Veamos de qué manera el Padrenuestro se vive en la Santa Misa, analizando cada una de sus oraciones.

“Padre nuestro, que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos, con la mente y el corazón, a Dios, nuestro Padre, que está en el cielo; en la Santa Misa, mucho más que nosotros dirigirnos a Dios, que está en el cielo, es Dios Quien, por la liturgia eucarística, viene a nosotros, porque en la Santa Misa el altar material desaparece y se convierte en el majestuoso cielo eterno en donde reside la divina majestad.

“Santificado sea tu Nombre”: en el Padrenuestro pedimos que el Nombre de Dios sea santificado; en la Santa Misa, el Nombre Tres veces Santo de Dios es santificado por Dios Hijo en Persona, el cual glorifica a Dios por medio de su Sacrificio en cruz, renovado incruenta y sacramentalmente en el altar eucarístico.

“Venga a nosotros tu Reino”: en el Padrenuestro pedimos que el Reino de Dios venga a nosotros; por la Santa Misa, esta petición se hace realidad, porque mucho más que venir a nosotros el Reino de Dios, por la liturgia eucarística viene el Rey del Reino de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía.

“Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”: en el Padrenuestro pedimos que la voluntad de Dios se cumpla; en la Santa Misa, esta petición se hace realidad, porque la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y Quien cumple esta voluntad divina es el Cordero de Dios, Jesucristo, al entregar su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Sagrada Eucaristía, para la salvación de todos los hombres.

“Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padrenuestro pedimos a Dios que nos asista con su Divina Providencia, para que no nos falte el alimento cotidiano; en la Santa Misa, esta petición se hace realidad y de una manera tal que supera todo lo que podemos siquiera imaginar, porque Dios no solo nos concede el sustento material, es decir, el alimento del cuerpo, sino que nos concede algo que no podríamos jamás ni siquiera imaginar si no fuera revelado y es que por la Santa Misa Dios nos concede el sustento del espíritu, aquello que alimenta nuestra alma con la substancia divina trinitaria, el Verdadero Maná bajado del cielo, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Sagrada Eucaristía.

“Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en el Padrenuestro pedimos a Dios que perdone nuestros pecados y al mismo tiempo hacemos el propósito de perdonar a quien nos haya cometido algún mal; en la Santa Misa, todo esto se hace realidad por Jesucristo, porque Dios nos perdona nuestros innumerables pecados gracias a la Sangre de Jesús, derramada en el Calvario y recogida en el Cáliz del altar y así se cumple la primera parte de la oración; pero además de esto, Jesucristo nos concede la fuerza de su Amor, la Sangre de su Sagrado Corazón, para que nosotros seamos capaces de perdonar a quien nos ofende, con el mismo perdón y el mismo Amor con el cual Cristo nos perdona y nos ama desde la Cruz y desde el Altar eucarístico.

“No nos dejes caer en la tentación”: en la Santa Misa pedimos a Dios la fuerza para no caer en la tentación; en la Santa Misa, esta petición se cumple con creces, porque no solo recibimos la gracia santificante, que nos da la fuerza necesaria para no ceder ante ninguna tentación, por fuerte que esta pueda ser, sino que además, al recibir la Sangre de Cristo, recibimos al mismo tiempo la gracia de participar de su vida trinitaria y de sus virtudes divinas, lo cual es infinitamente más grandioso que solamente no caer en la tentación.

“Y líbranos del mal”: en el Padrenuestro pedimos a Dios que nos libre del mal y esta petición se cumple con creces en la Santa Misa, porque Jesús por la Misa nos libra de un triple mal: del mal en persona, que es Satanás; del mal del alma, que es el pecado y del mal de la inteligencia, que es el error y la ignorancia, que conducen a la herejía y a la apostasía. Por este motivo, la petición que hacemos a Dios en el Padrenuestro, de que nos “libre del mal”, se cumple sobradamente, porque como dijimos, Jesús no solo nos libra del mal personificado, que es Satanás, el Demonio, el Ángel caído, porque Jesucristo derrota para siempre al Demonio en la Cruz y renueva este triunfo sobre el Demonio en cada Santa Misa, sino que nos concede su Bondad Infinita y Eterna, el Amor de su Sagrado Corazón que late en la Eucaristía. Pero además de librarnos del mal en persona, que es el Ángel caído, Jesús nos libra del mal que es el pecado, el mal raíz de todos los males, porque por el pecado se nos quita la gracia y el alma se ve envuelta en las tinieblas de la negación voluntaria de Dios, que es el pecado; Jesús nos libra también del mal que es el error, la ignorancia y la herejía, porque Él es la Sabiduría Divina, la Sabiduría del Padre, que se carne en Jesús de Nazareth y prolonga esta encarnación en la Eucaristía, colmándonos de la luz de su sabiduría divina cada vez que lo recibimos en gracia, con fe y con amor en la Sagrada Eucaristía.

          Por todo esto, vemos entonces cómo el Padrenuestro es una oración que se vive, se actualiza, en la Santa Misa, en cada Santa Misa y es esta la principal enseñanza que nos deja Jesús en el Evangelio de hoy. Pero el Evangelio de hoy también se refiere a otros aspectos de la oración, como por ejemplo, el hecho de que, siendo Dios infinitamente bueno, solo obtendremos de Él cosas buenas, ya que es imposible que nos dé cosas malas y para que nos demos una idea de esto, Jesús hace la comparación de un hombre que está acostado con sus hijos y que es importunado por un amigo a altas horas de la noche, pidiéndole pan; solo para que no lo importune, le dará el pan, significando a Dios Padre que nos da el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía; el otro ejemplo es el de un padre que no da cosas malas a sus hijos: mucho menos Dios, que es infinitamente bueno, y en el que no hay la más mínima sombra de maldad, no solo no dará cosas malas a nosotros, sus hijos, sino que nos dará algo que ni siquiera podemos imaginar, nos dará el Amor de su Corazón Divino, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Pidamos a Dios, por medio de la Santa Misa, por medio del Sacrificio del Cordero, por medio del Padrenuestro, que venga a los corazones de los hombres de todo el mundo, el Amor de la Trinidad, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.


viernes, 15 de noviembre de 2024

Concilio de Trento: "La Santa Misa es «un sacrificio verdadero y real»; la oblación de la Misa es la misma que la del Calvario; la inmolación sacramental perpetúa este sacrificio y nos aplica sus frutos"

 


El Concilio de Trento es el que, entre todos, ha fijado con mayor amplitud y precisión la doctrina tradicional sobre el Santo Sacrificio.

Los principios establecidos por el Concilio fueron, principalmente, éstos: 

1. La Santa Misa es «un sacrificio verdadero y real»: verum et propium sacrificium [Sess. XXII, can.1].

Saliendo al paso de lo que enseñaban los reformadores del siglo XVI, definió que la Misa es algo más que un recuerdo de la Cena del Señor, que no es un simple rito en el que se ofrece a Cristo oculto bajo las especies sagradas, ni solamente una representación simbólica de su muerte, sino «un sacrificio verdadero y real».

2. En segundo lugar, la oblación de la Misa es la misma que la del Calvario. La única diferencia que existe entre ambos sacrificios consiste en la diversa manera en que se ofrecen: sobre nuestros altares, declara el Concilio, «el mismo Cristo se ofreció en el altar de la cruz de una manera sangrienta, se hace presente y se ofrece incruentamente» [Sess. XXII, cap. 2].

3. Es verdad que la Misa no renueva la redención, pero también es cierto que, por medio de la inmolación sacramental, perpetúa a través de los tiempos la oblación de este único sacrificio y «nos aplica ubérrimamente sus frutos»: 

Oblationis cruentæ fructus per hanc incruentam uberrime percipiuntur [Ibid.].

miércoles, 9 de octubre de 2024

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         El Padrenuestro tiene una doble característica: por un lado, es la única oración enseñada personalmente por Nuestro Señor Jesucristo; por otro lado, es la única oración que se vive en la Santa Misa. Veamos por qué.

         “Padrenuestro que estás en el Cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos a Dios, nuestro Padre, que está en el Cielo; en la Santa Misa, Dios Nuestro Padre, se hace Presente, en Persona, con su Cielo eterno, porque el Altar Eucarístico se convierte en el Cielo Eterno por la liturgia eucarística durante la Santa Misa.

         “Santificado sea Tu Nombre”: en el Padrenuestro expresamos el deseo de que el Nombre de Dios sea santificado; en la Santa Misa se hace realidad ese deseo, porque Quien santifica el Nombre Tres veces Santo de Dios es Dios Hijo en Persona, por medio de la oblación de su Cuerpo y su Sangre, la Sagrada Eucaristía.

         “Venga a nosotros tu Reino”: esta petición se cumplida con creces en la Santa Misa, porque mucho más que venir a nosotros el Reino de Dios, en la Santa Misa viene a nosotros el Rey del Reino de Dios, Jesús Eucaristía, para reinar en nuestros corazones.

         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad de Dios se cumple a la perfección en la Santa Misa, porque su voluntad es que todos los hombres se salven y en la Santa Misa se renueva sacramentalmente el Santo Sacrificio de la Cruz, el Sacrificio del Cordero, por medio del cual se salvan todos los hombres que aceptan al Hombre-Dios como a su Dios y a su Redentor.

         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: esta petición se cumple doblemente en la Santa Misa, porque Dios nos concede con su Providencia el pan material, el pan de la mesa, con el cual alimentamos el cuerpo todos los días, pero más importante aún, nos concede el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, con el cual alimentamos el alma.

         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en la Santa Misa esta petición está concedida aun antes de que la pidamos, porque la Santa Misa es la renovación del Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio por el cual Dios Padre nos perdona la ofensa que le hicimos al haber cometido deicidio, al haber matado a su Hijo en la Cruz y al mismo tiempo, nos concede el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, la Sagrada Eucaristía, en la que está contenido el Divino Amor, el Espíritu Santo, con el cual podemos perdonar a nuestros enemigos, para así poder perdonar a quienes nos han ofendido.

         “No nos dejes caer en la tentación”: esta petición se cumple acabadamente en la Santa Misa, porque por la Comunión Eucarística no solo recibimos la Fortaleza Divina más que necesaria para no caer en la tentación, aun cuando sea la más grande tentación, sino que recibimos al Dios Todopoderoso, de quien emana toda fortaleza y de cuya fortaleza nos hacemos partícipes, de manera que una sola Comunión Eucarística nos bastaría para no volver a pecar nunca más hasta el resto de nuestros días mortales.

         “Y líbranos del mal”: por la Santa Misa, nos vemos libres del mal, que es ausencia de bien: de la privación de la vida, que es el mal de la muerte, porque por la Eucaristía recibimos al Dios Viviente y el Dios que es la Vida Increada, Cristo Jesús; nos vemos libres de la privación de la gracia, que es el pecado, porque por la Eucaristía recibimos a Cristo Jesús, que es la Gracia Increada y Fuente Increada de toda gracia; por último, nos vemos libres del mal en persona, que es el ángel caído, el Diablo o Satanás, el Príncipe de las tinieblas, el Príncipe de este mundo y nos vemos libres de todos los ángeles malditos, porque el Dios de la Eucaristía, el Dios del Sagrario, Cristo Jesús, los venció para siempre en la Cruz del Calvario y como Cristo Eucaristía es Luz Eterna, el Príncipe de las tinieblas no soporta la luz divina del Cordero de Dios y huye ante su Presencia y así nos vemos libres de su maligna y demoníaca presencia.

         Por todo esto vemos cómo, el Padrenuestro, es la única oración que se vive en la Santa Misa.


sábado, 6 de julio de 2024

“¿Qué sabiduría le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María”


 


(Domingo XIV - TO - Ciclo B - 2024)

         “¿Qué sabiduría le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María” (Mc 6, 1-6). La multitud que escucha a Jesús y que también es testigo de sus milagros -resurrección de muertos, multiplicación de panes y peces, expulsión de demonios- es protagonista de una paradoja: son testigos de su sabiduría y de sus milagros, que hablan de la divinidad de Jesús pero, al mismo tiempo, no pueden establecer la conexión que hay entre esa sabiduría y esos milagros con Jesús, ya que si lo hicieran, no dudarían, ni por un instante, de que Jesús es Quien Él dice ser, el Hijo de Dios encarnado.

“¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 1-6). Las palabras de los vecinos de Jesús reflejan lo que constituye uno de los más grandes peligros para la fe: el acostumbramiento y la rutina ante lo maravilloso, lo grandioso, lo desconocido, lo que viene de Dios. Tienen delante suyo al Hombre-Dios, a Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, que obra milagros, signos y prodigiosos portentosos, jamás vistos entre los hombres, y desconfían de Jesús; tienen delante suyo a la Sabiduría encarnada, a la Palabra del Padre, al Verbo eterno de Dios, que ilumina las tinieblas del mundo con sus enseñanzas, y se preguntan de dónde le viene esta sabiduría, si no es otro que “Jesús el carpintero, el hijo de María”.

El problema del acostumbramiento y la rutina ante lo maravilloso, es que está ocasionado por la incredulidad, y la incredulidad, a su vez, no deja lugar para el asombro, que es la apertura de la mente y del alma al don divino: el incrédulo no aprecia lo que lo supera; el incrédulo desprecia lo que se eleva más allá de sus estrechísimos límites mentales, espirituales y humanos; el incrédulo, al ser deslumbrado por el brillante destello del Ser divino, se molesta por el destello en vez de asombrarse por la manifestación y en vez de agradecerla, trata de acomodar todo al rastrero horizonte de su espíritu mezquino.

“¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?”. La pregunta refleja el colmo de la incredulidad, porque en vez de asombrarse no solo por la Sabiduría divina de las palabras de Jesús, sino por el hecho de que la Sabiduría se haya encarnado en Jesús, se preguntan retóricamente por el origen de Jesús, como diciendo: “Es imposible que un carpintero, ignorante, como es el hijo de María, pueda decir estas cosas”.

Lo mismo que sucedió con Jesús, hace dos mil años, sucede todos los días con la Eucaristía y la Santa Misa: la mayoría de los cristianos tiene delante suyo al mismo y único Santo Sacrificio del Altar, la renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, y continúan sus vidas como si nada hubiera pasado; asisten al Nuevo Monte Calvario, el Nuevo Gólgota, en donde el Hombre-Dios derrama su Sangre en el cáliz y entrega su Cuerpo en la Eucaristía, y siguen preocupados por los asuntos de la tierra; asisten al espectáculo más grandioso que jamás los cielos y la tierra podrían contemplar, el sacrificio del Cordero místico, la muerte y resurrección de Jesucristo en el altar, y continúan preocupados por el mundo; asisten, junto a ángeles y santos, a la obra más grandiosa que jamás Dios Trino pueda hacer, la Santa Misa, y están pensando en los afanes y trabajos cotidianos.

El acostumbramiento a la Santa Misa hace que se pierda de vista la majestuosa grandiosidad del Santo Sacramento del Altar, que esconde a Dios en la apariencia de pan, y es la razón por la cual los niños y los jóvenes, apenas terminada la instrucción catequética, abandonen para siempre la Santa Misa; es la razón por la que los adultos se cansen de un rito al que consideran vacío y rutinario, y lo abandonen, anteponiendo a la Misa los asuntos del mundo.

“¿No es acaso el carpintero, el hijo de María?”, preguntan incrédulamente -y neciamente- los contemporáneos de Jesús, dejando pasar de largo y haciendo oídos sordos a la Sabiduría divina encarnada. “¿No es acaso la Misa, la de todos los domingos, la que no sirve para nada?”. Se dicen incrédulamente -y neciamente- los cristianos, dejando a la Sabiduría encarnada en el altar, haciendo vano su descenso de los cielos a la Eucaristía.

Para no caer en la misma incredulidad y necedad, imploremos la gracia no solo de no cometer el mismo error, sino ante todo de recibir la gracia de asombrarnos ante la más grandiosa manifestación del Amor divino, la Sagrada Eucaristía, Cristo Jesús, el Señor.

 

 


miércoles, 19 de junio de 2024

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         El Padrenuestro tiene dos características muy particulares: una, es una oración enseñada directamente por Nuestro Señor Jesucristo; la segunda, es que se vive, de manera real, substancial, ontológica, en la Santa Misa. En otras palabras, cada oración del Padrenuestro se actualiza, en el presente de cada Santa Misa, haciéndose realidad en el “hoy” y “ahora”, en su realidad substancial y ontológica, desde la eternidad y no en la mera psiquis del que reza. Es como si, al rezar el Padrenuestro en la Santa Misa, cada una de sus oraciones se hiciera presente, se actualizara, desde la eternidad, en el presente del momento en el que se celebra la Santa Misa. Veamos y contemplemos cada una de sus oraciones.

         “Padre nuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos a Dios, nuestro Padre del cielo; en la Santa Misa, Dios Padre se hace Presente, en Persona, porque en la Santa Misa el altar ya no es más fracción de piedra, de madera o de cemento, sino que es el Cielo mismo y el Cielo eterno es en donde mora Dios, nuestro Padre celestial, que se hace Presente en Persona en la Santa Misa.

         “Santificado sea Tu Nombre”: en la Santa Misa pedimos que el Nombre Tres veces Santo de Dios sea santificado y esa petición se hace realidad y se cumple por medio del Santo Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, puesto que la Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, Santo Sacrificio por el cual el Hombre-Dios Jesucristo glorifica y santifica el Nombre Santísimo de Dios.

         “Venga a nosotros Tu Reino”: en el Padrenuestro pedimos que el Reino de Dios venga a nosotros; en la Santa Misa ese pedido se hace realidad, porque el altar se convierte en el Cielo, que es el Reino de Dios, pero también hay algo infinitamente más grande que el Reino de Dios y es que por la Santa Misa viene a nosotros el Rey del Reino de Dios, Jesucristo, Rey de cielos y tierra, Rey de los ángeles y de los hombres.

         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo”: en el Padrenuestro pedimos que la voluntad santísima de Dios se cumpla y este pedido se cumple en la Santa Misa, porque la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y como la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, el Sacrificio del Cordero de Dios, por medio del cual los hombres se salvan, es Jesucristo Quien cumple a la perfección la voluntad de Dios, salvando a los hombres que aceptan ser salvados por su Sangre y por su gracia santificante.

         “Danos hoy el pan de cada día”: en el Padrenuestro pedimos que no nos falte el pan de cada día y ese pedido se hace realidad en la Santa Misa, porque Dios, en su Divina Providencia, nos asiste para que no nos falte el pan material, el pan de trigo, amasado y cocido y horneado en el fuego, pero también se cumple algo que ni siquiera imaginamos y que ni siquiera osamos pedir y que sin embargo el Divino Amor del Padre nos lo concede y es el Pan de Vida Eterna, el Pan hecho con el Trigo Santo que es el Cuerpo de Cristo, triturado en la Pasión y cocido y glorificado en la Resurrección, Pan que es el Manjar de los Ángeles, que es alimento celestial para el alma, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.

         “Perdona nuestras ofensas”: en el Padrenuestro pedimos perdón y esto se cumple incluso antes de que formulemos el pedido de perdón, porque antes de pedir perdón, Dios Padre nos envía en la Santa Misa a su Hijo crucificado como signo de su perdón y de su Amor Misericordioso, ya que a través de su Corazón traspasado y a través de sus Llagas abiertas brota su Sangre Preciosísima y su Sangre sirve de vehículo, por así decirlo, del Espíritu Santo, del Divino Amor, con el cual Dios no solo nos perdona, sino que nos sumerge en lo más profundo de su Sagrado Corazón.

         “Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en el Padrenuestro hacemos a Dios el propósito de perdonar a los que nos ofenden y como Dios sabe que no tenemos fuerza para hacerlo porque somos débiles, nos concede, a través de Jesús Eucaristía, la fuerza del Divino Amor necesaria no solo para perdonar, como Dios nos perdona, sino para amar a nuestros enemigos, así como Dios nos amó, siendo nosotros sus enemigos, cuando crucificamos a su Hijo en la Cruz por el pecado.

         “No nos dejes caer en la tentación”: esta petición también se cumple en la Santa Misa, porque es verdad lo que dice Nuestro Señor en el Evangelio: “Sin Mí, nada podéis hacer”; es decir, sin la ayuda de Jesús, nada podemos hacer; sin la gracia de Jesucristo, no podemos resistir ni a la más mínima tentación, por eso Dios nos concede, en la Eucaristía, la fuerza misma del Hombre-Dios Jesucristo, no solo para no caer en la tentación, sino para incluso para adquirir toda clase de virtudes y dones.

         “Y líbranos del mal”: esta petición se cumple en la Santa Misa, porque siendo la renovación del Santo Sacrificio de la Cruz, es allí donde Jesús derrota para siempre al Príncipe de las tinieblas, al Ángel caído, a Satanás, al Diablo y a todo el Infierno junto, venciéndolo para siempre con su poder divino y con la fuerza de la Cruz, haciendo partícipes de su victoria a su Santa Madre, María Santísima y a todo hombre que por la gracia se asocie a la Santa Cruz.

         Por todas estas razones, el Padrenuestro se vive en la Santa Misa.


martes, 20 de febrero de 2024

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         El Padrenuestro no solo tiene la particularidad de ser la oración enseñada por Nuestro Señor Jesucristo en Persona, sino que además tiene la particularidad de ser la oración que se vive en la Santa Misa, es decir, es la oración cuyas peticiones y proposiciones se hacen realidad, en acto, en la Santa Misa y veamos las razones, meditando y reflexionando sobre cada una de las oraciones del Padrenuestro.

         “Padrenuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos a Dios que está en el Cielo; en la Santa Misa, por la liturgia eucarística, el altar deja de ser una construcción material, para ser una parte del Cielo, en donde está el mismo Dios, de manera que en la Santa Misa tenemos en la tierra a Dios, que vive en los cielos.

         “Santificado sea tu Nombre”: en el Padrenuestro pedimos que el Nombre de Dios sea santificado; en la Santa Misa se cumple esta petición, porque Quien santifica el Nombre Tres veces Santo de Dios es Jesucristo al ofrecerse como Víctima Inmaculada y Santa en la Sagrada Eucaristía.

         “Venga a nosotros tu Reino”: en la Santa Misa pedimos que el Reino santo de Dios venga a nosotros; en la Santa Misa esta petición se hace realidad porque como dijimos, el altar se convierte en el Cielo, donde está el Reino de Dios, con el agregado que no solo viene a nosotros el Reino de Dios, sino el Rey del Reino de Dios, Jesús Eucaristía.

         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”: en el Padrenuestro pedimos que la voluntad de Dios se cumpla tanto en el cielo como en la tierra y en la Santa Misa esta petición se hace realidad, porque Quien la cumple es Jesucristo quien, sacrificándose en el altar de la cruz, cumple la voluntad de Dios en la tierra, salvando a quienes se unen a su Cruz y cumple la voluntad de Dios en el cielo, llevando a quienes se unen a Él por la Comunión, al seno del Padre, por el Espíritu, en el Reino de los cielos.

         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padrenuestro pedimos a Dios que nos conceda el pan cotidiano; en la Santa Misa, Dios nos concede en acto esta petición, porque además de asistirnos con su Divina Providencia para que no nos falte el pan material, nos concede algo que ni siquiera nos imaginamos y es el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná celestial, la Sagrada Eucaristía.

         “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en el Padrenuestro pedimos perdón por nuestras ofensas y hacemos el propósito de perdonar a quienes nos han ofendido; en la Santa Misa, Jesucristo, con su Santo Sacrificio incruento y sacramental, pide perdón al Padre por nuestros pecados y al mismo tiempo derrama sobre nuestras almas su Sangre, perdonándonos nuestros pecados en el Nombre del Padre, por el Amor del Espíritu Santo.

         “No nos dejes caer en la tentación”: en el Padrenuestro pedimos la fortaleza para no caer en la tentación; en la Santa Misa, Dios nos concede esta petición, dándonos la misma fuerza de Jesucristo para no caer en tentación, pero además, por la Sagrada Eucaristía, nos concede la gracia más que suficiente para crece en la virtud opuesta al pecado sobre el cual somos tentados.

         “Y líbranos del mal”: en el Padrenuestro pedimos a Dios que nos libre del mal, tanto físico como espiritual; en la Santa Misa Jesucristo nos libra de todo mal, principalmente del mal espiritual, el pecado, el error, la herejía y además nos libra del mal en persona, el Diablo o Satanás, el Ángel caído, ya que lo derrota para siempre por medio de su Santo Sacrificio en la Cruz, renovado incruenta y sacramentalmente en la Santa Misa.

         Por todo esto, el Padrenuestro no solo se reza, sino que se vive, en acto, en la Santa Misa.

martes, 10 de octubre de 2023

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         Le piden a Jesús que “les enseñe a orar” y Jesús enseña el Padrenuestro. Esta oración tiene la particularidad de que no solo es enseñada en Persona por Nuestro Señor Jesucristo, sino que podemos decir que se vive en la Santa Misa. Veamos la razón.

         “Padrenuestro que estás en el cielo”: le rezamos a nuestro Padre que está en el cielo, pero en la Santa Misa, si bien se celebra en la tierra, se hace Presente, sobre el altar eucarístico, el cielo en el que está nuestro Padre celestial, el cual envía a su Hijo Jesucristo, por el Espíritu Santo, a la Sagrada Eucaristía.

         “Santificado sea tu Nombre”: el Nombre de Dios, Tres veces Santo, es santificado por Nuestro Señor Jesucristo en Persona, al renovar en el altar eucarístico su Santo Sacrificio de la Cruz, de modo incruento y sacramental.

         “Venga a nosotros tu Reino”: por la Santa Misa, viene a nuestro presente, a nuestro aquí y ahora, no solo el Reino de Dios, sino el Rey del Reino de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, en la Sagrada Eucaristía.

         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad santísima de Dios es que todos nos salvemos por medio del Santo Sacrificio de la Cruz y en la Santa Misa, Nuestro Señor Jesucristo cumple la voluntad del Padre, al renovar de manera incruenta y sacramental el Sacrificio de la Cruz, por el cual somos salvados.

         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en la Santa Misa, Dios Padre no solo nos provee del pan material, el pan de la mesa, el alimento del cuerpo, sino sobre todo el Pan de Vida eterna, que nutre al alma con la Vida Divina del Cordero de Dios, Cristo Jesús.

         “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: por la Santa Misa, Dios Padre nos perdona nuestros pecados incluso antes de que se lo pidamos, puesto que por pedido suyo, Nuestro Señor Jesucristo entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el Cáliz, para el perdón de nuestros pecados.

         “No nos dejes caer en la tentación”: por la Santa Misa, recibimos la fuerza divina del mismo Hijo de Dios, Jesucristo, al comulgar la Sagrada Eucaristía y con esta fuerza divina no solo no caemos en la tentación, sino que crecemos cada vez más en la imitación del Cordero de Dios, Cristo Jesús.

         “Y líbranos del mal”: en la Santa Misa somos librados del mal en persona, el ángel caído, Satanás, la Serpiente Antigua, porque por el Santo Sacrificio del altar, Nuestro Señor Jesucristo aplasta la cabeza de este monstruo del Infierno, derrotándolo para siempre, sepultándolo en el Infierno.

         Por todas estas razones, vemos que el Padrenuestro es una oración que no solo se reza, sino que se vive en la Santa Misa.

 

sábado, 29 de abril de 2023

La Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz

 


(Domingo IV - TP - Ciclo A – 2023)

         En estos tiempos en los que prevalece la confusión a todo nivel, es necesario que, al recordar a Cristo, Buen Pastor y Sumo y Eterno Sacerdote, recordemos también qué es la Santa Misa, qué oficio o función cumplen el sacerdote ministerial y qué oficio o función cumplen los fieles que asisten a la Santa Misa. Ante todo, debemos decir que, según el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, la Santa Misa es la “renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz”, lo cual quiere decir que es como si, misteriosamente, en la Santa Misa, viajáramos en el tiempo hasta el Calvario o como si el Calvario viniera hasta nosotros; y también, porque es la renovación del Sacrificio de la Cruz, es que el Padre Pío de Pietralcina decía que debíamos estar en la Santa Misa con la misma actitud espiritual con la que estaban la Virgen y San Juan Evangelista al pie de la Cruz. Dicho esto, que la Santa Misa es un sacrificio, hay que agregar que, en la Santa Misa, el celebrante no es un mero “presidente de la asamblea”, sino el único sacerdote que ofrece el sacrificio in persona Christi. Para disipar cualquier duda, basta leer lo que enseña Pío XII en su encíclica “Mediator Dei”: “Sólo a los Apóstoles -varones, por eso no puede haber nunca mujeres sacerdotisas-, y en adelante a aquellos a quienes sus sucesores han impuesto las manos -solo los sacerdotes ministeriales, por eso los laicos no pueden celebrar/concelebrar la Santa Misa-, se concede la potestad del sacerdocio, en virtud de la cual representan la Persona de Jesucristo ante su pueblo, actuando al mismo tiempo como representantes de su pueblo ante Dios” (n. 40). Por tanto, en la Santa Misa, “el sacerdote actúa en favor del pueblo sólo porque representa a Jesucristo, que es Cabeza de todos sus miembros y se ofrece a sí mismo en lugar de ellos. De ahí que vaya al altar como ministro de Cristo, inferior a Cristo, pero superior al pueblo (San Roberto Belarmino, De missa II c.l.). El pueblo, por el contrario, puesto que no representa en ningún sentido al Divino Redentor y no es mediador entre él y Dios, no puede en modo alguno poseer la potestad sacerdotal” (n. 84).

Ahora bien, es indudable que los fieles presentes deben participar en el sacrificio del sacerdote en el altar con los mismos sentimientos que Jesucristo tuvo en la Cruz, y “junto con Él y por Él hagan su oblación, y en unión con Él ofrézcanse a sí mismos” (n. 80). Es decir, la participación de los fieles en la Santa Misa es unirse al Sacrificio de Jesús -que obra in Persona en el sacerdote ministerial-, a través del sacerdote ministerial, pero de ninguna manera poseen la potestad de realizar el Sacrificio por ellos mismos. Para evitar malentendidos, Pío XII reitera: “El hecho, sin embargo, de que los fieles participen en el sacrificio eucarístico no significa que también estén dotados de poder sacerdotal” (n. 82).

“Mediator Dei” enseña que “la inmolación incruenta en las palabras de la consagración, cuando Cristo se hace presente sobre el altar en estado de víctima, es realizada por el sacerdote y sólo por él, como representante de Cristo y no como representante de los fieles” (n. 92).

Por tanto, no se pueden condenar las misas privadas sin la participación del pueblo, ni la celebración simultánea de varias misas privadas en distintos altares, alegando erróneamente “el carácter social del sacrificio eucarístico” (n. 96).

Por un designio divino, Jesús instituyó simultáneamente el sacrificio eucarístico y el sacerdocio ministerial y concedió a sus ministros el privilegio exclusivo de renovarlo en los altares de forma incruenta hasta el fin de los tiempos. Si alguien pretendiera cambiar la Misa con el pretexto de “volver a un pasado más antiguo y original”, como el de los primeros cristianos, eso no sería un “enriquecimiento”[1], sino un empobrecimiento, ya que priva a la visión de la Iglesia sobre la Misa, de la luz procedente de las definiciones dogmáticas del Segundo Concilio de Nicea, del IV Concilio de Letrán, del Concilio de Florencia y sobre todo del importantísimo Concilio de Trento, así como de las intuiciones de muchos insignes gigantes de la teología y de la devoción eucarística, como Santo Tomás de Aquino, Roberto Belarmino, Leonardo de Port Maurice y Pedro Julián Eymard.

Es imprescindible recordar que en la Santa Misa, el fin principal es la adoración y glorificación de la Santísima Trinidad, Dios Uno y Trino, a Quien la Santa Iglesia le ofrece, por medio del sacerdote ministerial, el Santo Sacrificio del Altar, la Eucaristía, es decir, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, ya que esta es la verdadera y única ofrenda digna de la Trinidad y no el pan y el vino sin consagrar; el fin primario de la Santa Misa es entonces la adoración y glorificación de la Trinidad y nunca el fin subsidiario de santificar las almas, fin que es, precisamente, subsidiario y no principal.

En la Santa Misa, aunque está también presente su gloriosa Resurrección, puesto que en la Misa no comulgamos el Cuerpo muerto de Jesús el Viernes Santo, sino su Cuerpo glorificado, el centro del “misterio de la fe”, el centro del misterio de la Santa Misa se enfoca en la Pasión Redentora del Salvador, puesto que es, por definición, la “renovación incruenta y sacramental” del Santo Sacrificio de la cruz.

Otro elemento a tener en cuenta que, en la Santa Misa, según la teología católica, se hace hincapié y se enfatiza en el Sacrificio de Cristo en la cruz, sacrificio del cual la Santa Misa es su renovación incruenta y sacramental y en segundo lugar, solo en un segundo lugar, se hace mención al memorial, por lo que nunca se puede enfatizar el memorial en detrimento del sacrificio.

El Sacerdote ministerial no es “presidente de la asamblea”, sino aquel que, en carácter precisamente del sacerdote ministerial, ofrece el sacrificio in Persona Christi, es decir, es el único que representa a la Persona de Jesucristo ante el Nuevo Pueblo de Dios.

         La Santa Misa es un “sacrificio propiciatorio” y expiatorio por los pecados de los hombres, para salvar nuestras almas por medio de la Sangre de Cristo ofrecida al Padre y así evitar la eterna condenación en el Infierno; por lo tanto, la Santa Misa no es meramente la celebración jubilosa de la Alianza.

         Según los puntos esenciales de los dogmas definidos en el Concilio de Trento, la Santa Misa Una se deriva de la “lex orandi” de siempre, según la cual el catolicismo es la religión de un Dios infinitamente misericordioso que se apiada de los hombres destinados a la perdición eterna y para ello envía, por su Amor, el Espíritu Santo, a su Hijo, para que muriendo en la cruz aplacara la Ira divina, justamente encendida por los pecados de los hombres, pecados por los cuales los hombres deben hacer en esta vida un “mea culpa” perpetuo y reparar, ofreciendo principalmente el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa. Creer en otra cosa distinta es creer en otra fe, que no es la Santa Fe Católica; es pertenecer a otra iglesia, que no es la Santa Iglesia Católica.



[1] Como afirma erróneamente el cardenal Cantalamessa,

miércoles, 26 de abril de 2023

“Yo Soy el Pan de Vida”

 


“Yo Soy el Pan de Vida” (Jn 6, 44-51). Una interpretación no católica diría que Jesús hace esta afirmación en un sentido metafórico y no ontológico; sería algo así como que sus enseñanzas son como si fueran un pan que da vida a quien está hambriento, por ejemplo.

Sin embargo, esa no es una interpretación católica, puesto que Jesús no está hablando en sentido metafórico, sino real y ontológico. Esto quiere decir que cuando Jesús afirma que es “Pan de Vida”, lo es realmente y no metafórica o simbólicamente, lo cual se puede corroborar en lo que sucede en la Santa Misa. Es decir, cuando el sacerdote ministerial, que obra con el poder sacerdotal participado del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, pronuncia las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, convierte el pan material de la hostia hasta entonces sin consagrar, en el Cuerpo de Jesús, Cuerpo glorificado que queda oculto bajo la apariencia de pan, bajo las especies sacramentales. Entonces, luego de la consagración, es Jesús quien está en Persona en la Eucaristía, bajo apariencia de pan.

Por otra parte, estando así Jesús oculto en apariencia de pan, da vida, pero no una vida natural, en el sentido de que no se trata de una mera restauración de la vida natural, sino que da la vida eterna, la vida misma de la Trinidad, por cuanto Él es Dios, es el Verbo Eterno del Padre, la Persona Segunda de la Trinidad. Es por esta razón que quien comulga -en estado de gracia, con fe, con piedad y con amor- el Cuerpo de Cristo, que está real y substancialmente bajo la apariencia de pan en la Eucaristía, recibe de Él su Vida Divina, que es la Vida de la Trinidad, la Vida Divina del Ser divino trinitario.

Cuando comulguemos, entonces, debemos agradecer a Jesús porque en el Pan de Vida, la Eucaristía, nos da una vida verdaderamente nueva, una vida que antes de la Comunión no la teníamos, una vida que es la Vida Divina, la Vida Increada de Dios Uno y Trino. Es en este sentido, real y ontológico, en el que Jesús es “Pan de Vida Eterna”.

martes, 25 de abril de 2023

Jesús, Buen Pastor, Sumo y Eterno Sacerdote

 


(Domingo IV - TP - Ciclo A – 2023)

         En estos tiempos en los que prevalece la confusión a todo nivel, es necesario que, al recordar a Cristo, Buen Pastor y Sumo y Eterno Sacerdote, recordemos también qué es la Santa Misa, qué oficio o función cumplen el sacerdote ministerial y qué oficio o función cumplen los fieles que asisten a la Santa Misa. Ante todo, debemos decir que, según el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, la Santa Misa es la “renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz”, lo cual quiere decir que es como si, misteriosamente, en la Santa Misa, viajáramos en el tiempo hasta el Calvario o como si el Calvario viniera hasta nosotros; y también, porque es la renovación del Sacrificio de la Cruz, es que el Padre Pío de Pietralcina decía que debíamos estar en la Santa Misa con la misma actitud espiritual con la que estaban la Virgen y San Juan Evangelista al pie de la Cruz. Dicho esto, que la Santa Misa es un sacrificio, hay que agregar que, en la Santa Misa, el celebrante no es un mero “presidente de la asamblea”, sino el único sacerdote que ofrece el sacrificio in persona Christi. Para disipar cualquier duda, basta leer lo que enseña Pío XII en su encíclica “Mediator Dei”: “Sólo a los Apóstoles, y en adelante a aquellos a quienes sus sucesores han impuesto las manos, se concede la potestad del sacerdocio, en virtud de la cual representan la Persona de Jesucristo ante su pueblo, actuando al mismo tiempo como representantes de su pueblo ante Dios” (n. 40). Por tanto, en la Santa Misa, “el sacerdote actúa en favor del pueblo sólo porque representa a Jesucristo, que es Cabeza de todos sus miembros y se ofrece a sí mismo en lugar de ellos. De ahí que vaya al altar como ministro de Cristo, inferior a Cristo, pero superior al pueblo (San Roberto Belarmino, De missa II c.l.). El pueblo, por el contrario, puesto que no representa en ningún sentido al Divino Redentor y no es mediador entre él y Dios, no puede en modo alguno poseer la potestad sacerdotal” (n. 84).

Ahora bien, es indudable que los fieles presentes deben participar en el sacrificio del sacerdote en el altar con los mismos sentimientos que Jesucristo tuvo en la Cruz, y “junto con Él y por Él hagan su oblación, y en unión con Él ofrézcanse a sí mismos” (n. 80). Es decir, la participación de los fieles en la Santa Misa es unirse al Sacrificio de Jesús -que obra in Persona en el sacerdote ministerial-, a través del sacerdote ministerial, pero de ninguna manera poseen la potestad de realizar el Sacrificio por ellos mismos. Para evitar malentendidos, Pío XII reitera: “El hecho, sin embargo, de que los fieles participen en el sacrificio eucarístico no significa que también estén dotados de poder sacerdotal” (n. 82).

“Mediator Dei” enseña que “la inmolación incruenta en las palabras de la consagración, cuando Cristo se hace presente sobre el altar en estado de víctima, es realizada por el sacerdote y sólo por él, como representante de Cristo y no como representante de los fieles” (n. 92).

Por tanto, no se pueden condenar las misas privadas sin la participación del pueblo, ni la celebración simultánea de varias misas privadas en distintos altares, alegando erróneamente “el carácter social del sacrificio eucarístico” (n. 96).

Por un designio divino, Jesús instituyó simultáneamente el sacrificio eucarístico y el sacerdocio ministerial y concedió a sus ministros el privilegio exclusivo de renovarlo en los altares de forma incruenta hasta el fin de los tiempos. Si alguien pretendiera cambiar la Misa con el pretexto de “volver a un pasado más antiguo y original”, como el de los primeros cristianos, eso no sería un “enriquecimiento”[1], sino un empobrecimiento, ya que priva a la visión de la Iglesia sobre la Misa, de la luz procedente de las definiciones dogmáticas del Segundo Concilio de Nicea, del IV Concilio de Letrán, del Concilio de Florencia y sobre todo del importantísimo Concilio de Trento, así como de las intuiciones de muchos insignes gigantes de la teología y de la devoción eucarística, como Santo Tomás de Aquino, Roberto Belarmino, Leonardo de Port Maurice y Pedro Julián Eymard.

Es imprescindible recordar que en la Santa Misa, el fin principal es la adoración y glorificación de la Santísima Trinidad, Dios Uno y Trino, a Quien la Santa Iglesia le ofrece, por medio del sacerdote ministerial, el Santo Sacrificio del Altar, la Eucaristía, es decir, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, ya que esta es la verdadera y única ofrenda digna de la Trinidad y no el pan y el vino sin consagrar; el fin primario de la Santa Misa es entonces la adoración y glorificación de la Trinidad y nunca el fin subsidiario de santificar las almas, fin que es, precisamente, subsidiario y no principal.

En la Santa Misa, aunque está también presente su gloriosa Resurrección, puesto que en la Misa no comulgamos el Cuerpo muerto de Jesús el Viernes Santo, sino su Cuerpo glorificado, el centro del “misterio de la fe”, el centro del misterio de la Santa Misa se enfoca en la Pasión Redentora del Salvador, puesto que es, por definición, la “renovación incruenta y sacramental” del Santo Sacrificio de la cruz.

Otro elemento a tener en cuenta que, en la Santa Misa, según la teología católica, se hace hincapié y se enfatiza en el Sacrificio de Cristo en la cruz, sacrificio del cual la Santa Misa es su renovación incruenta y sacramental y en segundo lugar, solo en un segundo lugar, se hace mención al memorial, por lo que nunca se puede enfatizar el memorial en detrimento del sacrificio.

El Sacerdote ministerial no es “presidente de la asamblea”, sino aquel que, en carácter precisamente del sacerdote ministerial, ofrece el sacrificio in Persona Christi, es decir, es el único que representa a la Persona de Jesucristo ante el Nuevo Pueblo de Dios.

         La Santa Misa es un “sacrificio propiciatorio” y expiatorio por los pecados de los hombres, para salvar nuestras almas por medio de la Sangre de Cristo ofrecida al Padre y así evitar la eterna condenación en el Infierno; por lo tanto, la Santa Misa no es meramente la celebración jubilosa de la Alianza.

         Según los puntos esenciales de los dogmas definidos en el Concilio de Trento, la Santa Misa Una se deriva de la “lex orandi” de siempre, según la cual el catolicismo es la religión de un Dios infinitamente misericordioso que se apiada de los hombres destinados a la perdición eterna y para ello envía, por su Amor, el Espíritu Santo, a su Hijo, para que muriendo en la cruz aplacara la Ira divina, justamente encendida por los pecados de los hombres, pecados por los cuales los hombres deben hacer en esta vida un “mea culpa” perpetuo y reparar, ofreciendo principalmente el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa. Creer en otra cosa distinta es creer en otra fe, que no es la Santa Fe Católica; es pertenecer a otra iglesia, que no es la Santa Iglesia Católica.



[1] Como afirma erróneamente el cardenal Cantalamessa,

martes, 28 de febrero de 2023

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         Jesús nos enseña a rezar el Padrenuestro (Mt 6, 7-15); por lo tanto, es una oración propia del cristianismo. Pero además hay otra característica de esta oración, que la hace muy particular y es que el Padrenuestro se vive en la Santa Misa y veamos por qué.

         “Padrenuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos a Dios Padre que está en el cielo, pero en la Santa Misa el altar es una porción del cielo, por lo que podemos decir que misteriosa y místicamente somos trasladados al cielo, durante la Santa Misa, para estar ante la Presencia de Dios.

         “Santificado sea tu Nombre”: pedimos que el nombre de Dios sea santificado, pero en la Santa Misa se produce efectivamente la santificación del Nombre Tres veces Santo de Dios, por medio del sacrificio de adoración y de acción de gracias del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.

         “Venga a nosotros tu Reino”: pedimos que venga a nosotros, aquí en la tierra, el Reino de Dios y esta petición se cumple sobreabundantemente, porque mucho más que venir el Reino de Dios, por la Santa Misa viene a nosotros el Rey del reino de Dios, Jesús Eucaristía.

         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad de Dios es que todos nos salvemos y en la Santa Misa Nuestro Señor Jesucristo renueva su sacrificio de expiación del Calvario, incruenta y sacramentalmente, sacrificio por el cual Cristo derrama su Sangre para nuestra salvación.

         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: por la Santa Misa Dios nos provee del pan material necesario para la subsistencia del cuerpo, pero además nos da el Pan de Vida eterna, necesario para la subsistencia del alma, la Sagrada Eucaristía.

         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en la Santa Misa, Jesús en persona pide perdón por nuestros pecados –“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”- y además, recibimos, por la Sagrada Eucaristía, el Amor y la Fortaleza divinas necesarios para perdonar a quienes nos han ofendido.

         “No nos dejes caer en la tentación”: por la Santa Misa, recibimos el don de la Fortaleza misma de Dios, que nos hace capaces de vencer todo tipo de tentación, aun las más fuertes, porque la fuerza de Dios es infinitamente más poderosa que la más grande de las tentaciones.

“Y líbranos del mal”: en la Santa Misa Jesús renueva el incruenta y sacramentalmente el Santo Sacrificio de la Cruz, por el cual derrota a tpdp aquello que es la fuente de nuestros males, el pecado, el mundo y el demonio, además de concedernos la gracia de vivir en la santidad, al hacernos partícipes, por la Sagrada Comunión, de la Santidad Increada en Sí misma, santidad propia del Ser divino trinitario.

         Como vemos, en la Santa Misa no solo se reza el Padrenuestro, la oración enseñada por Jesús, sino que se vive el Padrenuestro.

        

lunes, 30 de enero de 2023

“Bienaventurados los que vivan unidos a mi sacrificio en la cruz”

 


(Domingo IV - TO - Ciclo A – 2023)

          “Bienaventurados los que vivan unidos a mi sacrificio en la cruz” (cfr. Mt 5, 1-12a). Jesús pronuncia el Sermón de la Montaña, en el que proclama las “bienaventuranzas”. Es decir, quienes cumplan esos requisitos, serán bienaventurados, felices, dichosos, no solo en esta vida, sino sobre todo en la vida eterna. Ahora bien, si nos preguntamos de qué manera podemos alcanzar las Bienaventuranzas de Jesús, lo único que debemos hacer es postrarnos ante Jesús crucificado y contemplarlo, pues en Él están todas las Bienaventuranzas en grado perfecto -como dice Santo Tomás de Aquino-, para luego imitarlo a Él en la cruz. Veamos de qué manera Jesús es Bienaventurado en la cruz.

          “Bienaventurados los pobres de espíritu”: el pobre de espíritu es quien se reconoce necesitado de Dios para todo, incluso para respirar y reconoce que sin Dios, sin Jesús, no puede hacer literalmente nada, como dice Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer”. El pobre de espíritu es quien sabe que necesita de la riqueza de la Gracia de Dios. Cristo, en la cruz, siendo Dios, concede a su Humanidad Santísima, desde su Encarnación, la riqueza inconmensurable de la Gracia de su Ser divino trinitario. Quien se reconoce pobre porque no tiene la gracia de Dios, debe recurrir a Jesucristo crucificado, Quien nos concede su gracia desde los Sacramentos, sobre todo en el Sacramento de la Penitencia.

          “Bienaventurados los sufridos, porque heredarán la tierra”: Cristo en la cruz sufre todos los dolores de todos los hombres de todos los tiempos y es por eso que quien une su dolor, del orden que sea -espiritual, moral, físico- al dolor redentor de Cristo en la cruz, se convierte en Cristo en corredentor y por eso merece, de parte de Dios, heredar la tierra, pero sobre todo, el Reino de los cielos.

          “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”: Cristo en la cruz llora y derrama lágrimas de sangre, no por el dolor que Él sufre, que sí sufre, sino por la salvación de los hombres y llora sobre todo por quienes, a pesar de su sacrificio en la cruz, se condenarán, porque no lo reconocerán como al Redentor. Quien se une al dolor de Cristo en la cruz por la salvación de las almas, será consolado por la Trinidad en el Reino de los cielos, al ver salvados a aquellos por quienes ha llorado unido a Cristo.

          “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”: Cristo en la cruz sufre hambre y sed de justicia, porque el Nombre Tres veces Santo de Dios no es honrado, glorificado, adorado ni amado por los hombres; quien se une a la honra y adoración de la Trinidad que realiza Cristo en la cruz, verá saciada su hambre de sed y justicia, porque por la Sangre de Cristo derramada en el Calvario y en el Cáliz de cada Santa Misa, ve satisfecha su hambre de ver el Nombre de Dios glorificado, honrado, adorado y amado por hombres y ángeles.

          “Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia”: en la Santa Cruz, Jesús realiza el supremo acto de misericordia, que es dar la vida por la salvación de la humanidad y no es que Él alcance misericordia, sino que Él es la Misericordia encarnada. Por este motivo, quien se una al sacrificio misericordioso de Cristo en la cruz, sacrificio por el cual salva a los hombres, recibe él mismo misericordia de parte de Cristo, sobre todo en el Juicio Final.

          “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”: la pureza de Corazón es indispensable, porque Dios Uno y Trino es la Pureza Increada en Sí misma; es por esto que nadie, por pequeño que sea su pecado, puede contemplar a Dios, hasta que no es purificado de ese pecado por la gracia santificante. Quien se arrodilla ante Cristo crucificado y ante el sacerdote ministerial en el Sacramento de la Penitencia, recibirá la gracia santificante que purifica y santifica el corazón y así puede ver, con los ojos de la fe, ya desde esta vida terrena, a la Santísima Trinidad.

          “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados Hijos de Dios”: Dios es un Dios de paz y Cristo en la cruz, al no exigir venganza por quienes le quitan la vida -nosotros, los hombres-, derrama con su Sangre la Paz de Dios, que quita el pecado del corazón del hombre. Quien recibe la Sangre de Cristo, recibe su Paz, la verdadera Paz de Dios y en consecuencia tiene la tarea ineludible de difundir la Paz de Cristo a sus hermanos.

          “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”: Cristo en la cruz no muere porque es un revolucionario, puesto que Él NO ES un revolucionario; muere a causa del odio preternatural del ángel caído, que instiga las pasiones de los hombres, induciéndolos a crucificar al Salvador de los hombres. Quien se une al sacrificio redentor de Cristo, crucificado por el odio satánico y por el odio de los hombres, recibe como recompensa el Reino de los cielos.

          “Bienaventurados cuando os insulten, persigan y calumnien por mi causa. Alegraos entonces, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Cristo en la cruz es insultado, perseguido, calumniado y la recompensa que obtiene es la salvación de las almas de quienes se unen a Él en el dolor del Calvario. Quien se una a su Santo Sacrificio -que se renueva incruenta y sacramentalmente en la Santa Misa-, también será insultado, perseguido, calumniado e incluso hasta puede perder su vida, pero a cambio recibe la recompensa de la Santísima Trinidad, la vida eterna en el Reino de los cielos.

         

miércoles, 28 de septiembre de 2022

“Señor, auméntanos la Fe”

 


(Domingo XXVII - TO - Ciclo C - 2022)

“Señor, auméntanos la Fe” (Lc 17, 5-10). Los Apóstoles le piden a Jesús que “les aumente la Fe”. Esto nos lleva a considerar qué es la Fe y de qué Fe se trata. Según la Escritura, la Fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb 11). En nuestro caso, nuestra Fe católica se basa en las Palabras de Nuestro Señor Jesucristo, las cuales son el fundamento de nuestra fe; por ejemplo, que Él es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad; que Él se encarnó por obra del Espíritu Santo; que permanece con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada Eucaristía hasta el fin de los tiempos; que ha de venir a juzgar a vivos y muertos en el Día del Juicio Final, dando el Cielo a los que se esforzaron por vivir en gracia y cumplir sus Mandamientos y el Infierno a quienes no hicieron caso de sus palabras.

Nuestra Fe Católica, entonces, se basa en la Sagrada Escritura, en donde está contenida la Revelación de Dios a los hombres en Cristo Jesús, pero además nuestra Fe Católica se complementa con la Tradición de los Padres de la Iglesia y con el Magisterio, de manera que lo que no comprendemos o no está explícito en las Sagradas Escrituras, está contenido y explicitado en la Tradición y el Magisterio. Por eso es un error pretender que lo que no está en la Biblia no hay que tenerlo en cuenta, como hacen los protestantes: esto es un grave error, el criterio de la “sola Escritura”, porque como dijimos, para nosotros los católicos, la Fe no solo se basa en las Escrituras, sino en la Tradición y en el Magisterio.

         Ahora bien, para los católicos, otro elemento muy importante a tener en cuenta es que la Fe en la Sagrada Escritura no puede ser nunca de interpretación privada, como erróneamente sostienen los evangelistas o protestantes y otras sectas; es necesario que sea Cristo Dios quien, a través de su Espíritu, nos ilumine, para que seamos capaces de aprehender el verdadero sentido sobrenatural de las Escrituras. Dice así el Catecismo de la Iglesia Católica[1]: “Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilia super missus est, 4,11: PL 183, 86B). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24, 45)”. En otras palabras, para no caer en el error de interpretar las Sagradas Escrituras según el limitado límite de nuestra razón humana, debemos pedir siempre, antes de leer la Sagrada Escritura, la asistencia del Espíritu Santo, para que ilumine nuestras inteligencias y nos evite caer en el error del racionalismo, error que literalmente destruye el sentido sobrenatural de la Palabra de Dios e impide que la misma se aprehendida en su verdadero sentido por parte del alma humana.

         “Señor, auméntanos la Fe”. Jesús dice que si nuestra fe fuera del tamaño de un grano de mostaza, seríamos capaces de mover montañas. En la práctica, no sucede así, lo cual quiere decir que nuestra fe es verdaderamente pequeña. Sin embargo, la Fe de la Iglesia Católica es enormemente grande, porque por esta fe, el Hijo de Dios desciende de los cielos, obedeciendo a las palabras de la consagración que pronuncia el sacerdote ministerial, para quedarse en persona en la Eucaristía. Es por esto que, si nuestra fe personal es frágil, debemos unirnos a la Santa Fe de la Iglesia Católica, para que nuestra fe en la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía sea capaz de trasladar, mucho más que una montaña, al mismo Dios Hijo en Persona, desde el cielo al altar eucarístico. Por esto, también nosotros pidamos, como los Apóstoles, que el Señor, a través de la Virgen, nos aumente la Fe, la cual está codificada en el Credo de los Apóstoles, pero sobre todo le pidamos que aumente en nosotros la Santa Fe Católica en lo más preciado que tiene la Iglesia y que es la Santa Misa como renovación incruenta y sacrificial del Sacrificio del Calvario: “Señor, auméntanos la Fe en la Misa como renovación sacramental de tu Santo Sacrificio de la Cruz”.

 



[1] Cfr. Primera Parte, Capítulo II, Artículo 3, 108.