Mostrando entradas con la etiqueta juicio particular. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta juicio particular. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de agosto de 2025

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”

 


(Domingo XIX - TO - Ciclo C - 2025)

         “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (cfr. Lc 12, 32-48). Jesús nos pide que “estemos preparados” y esto por un doble motivo: porque hemos de morir y porque Él ha de regresar en la gloria, en su Segunda Venida, en el Día del Juicio Final, y tanto lo uno como lo otro, serán acontecimientos sorpresivos, sin que nadie sepa cuándo será la hora. Por otra parte, la advertencia no solo va dirigida a los integrantes de la Iglesia Católica, sino a toda la humanidad.

            Para que nos demos una idea de cómo será esta doble venida –tanto el día de nuestra muerte personal, como el Día del Juicio Universal, en el que vendrá como Justo Juez para juzgar a toda la humanidad-, Jesús utiliza la imagen de un dueño de casa que viaja para asistir a unas bodas, y que regresa luego ya entrada la noche y es esperado por sus sirvientes con las velas encendidas. La imagen se entiende cuando se la interpreta según su significado sobrenatural, ya que cada elemento de la imagen representa una realidad celestial, sobrenatural: así, el dueño de casa es Dios Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, que asiste a unas bodas como el Esposo, ya que por su Encarnación en el seno de la Virgen se ha convertido en el Esposo de la humanidad; la noche, la ausencia de la luz del sol, indica el fin de los tiempos, indica el Día del Juicio Final, el día que marcará el inicio del fin de la historia terrena de la humanidad; el día en el que ya no habrá más luz creada, ni artificial, ni natural, porque será un día de prueba, en donde el sol dejará de brillar, porque comenzará a brillar -para algunos- la Luz Eterna, Cristo Jesús, mientras que para otros será el inicio de la Noche Eterna; la noche también indica el momento de la muerte personal de cada ser humano: en la muerte, los ojos del cuerpo se cierran y a partir de ese momento el alma no es iluminada ni por la luz eléctrica, ni por la luz del sol: el alma está en tinieblas hasta que es juzgada, en el juicio particular, por Cristo Dios; el dueño de casa es esperado por unos sirvientes y estos sirvientes son una representación nuestra, de cada uno de los bautizados en la Iglesia Católica: notemos que hay dos tipos de sirvientes, el que espera a su Señor y el que no lo espera: el que lo espera, es el bautizado que se prepara, para el día de su muerte y de su juicio particular, con obras de misericordia corporales y espirituales, mientras que el sirviente malo y perezoso, que se dedica a embriagarse y a golpear a los demás y a no hacer nada, es el fiel católico que hace apostasía de su religión, que abandona la Religión Católica, que abandona los sacramentos, que va en pos de falsos ídolos, de sectas, de falsas creencias, abandonando por completo la Verdadera Religión, encontrándose en completo estado de falta de preparación para el encuentro con Jesús en el juicio particular; esto nos hace ver que, para cuando llegue Nuestro Señor Jesucristo, el Dueño de las almas, debemos estar despiertos, esperando su Venida, para recibirlo con un corazón purificado por la gracia santificante y con las manos llenas de obras de misericordia; el atuendo de los sirvientes también tiene un profundo significado sobrenatural:  las velas encendidas representan tanto la gracia que ilumina al alma como la misericordia para con el prójimo, que brilla en las buenas obras. Esto quiere decir que, al igual que los sirvientes atentos y vigilantes, debemos tener las velas encendidas, es decir, vivir en gracia y obrar la misericordia para que el Señor, al regresar en su Segunda Venida, encuentre en nosotros la luz de la gracia y de la misericordia. Si el dueño de una estancia, al regresar de una fiesta de bodas, encuentra a sus sirvientes embriagados, peleados entre sí, dormidos, sin esperar su regreso, sin las velas encendidas, lejos de premiarlos, los reprendería severamente. Mucho más Nuestro Señor Jesucristo, precipitará en el Infierno a las almas que vivan en la violencia, fuera del estado de gracia, y que a su regreso no posean obras de misericordia y esto lo hará, tanto en el Día del Juicio Final, como en el día de nuestra propia muerte particular, de ahí la necesidad de estar preparados cada día, todos los días, en la fe y en las obras. Si Dios, ya sea al fin del tiempo, en el Día del Juicio, o en el día de nuestra muerte, nos encuentra con el alma en pecado mortal, y sin amor al prójimo, es decir, a oscuras, sin las velas encendidas, ya sabemos qué es lo que nos dirá, por eso es que debemos estar despiertos, alertas, con las velas encendidas, es decir, con el alma en gracia, y con obras de misericordia hechas, para presentarnos ante el Juez de los hombres.

            “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. No sabemos cuándo será el Día del Juicio Final y tampoco sabemos cuándo será el día de nuestra muerte; no sabemos cuándo vendrá Cristo Dios a pedirnos cuenta de nuestra alma y cuándo vendrá a juzgar a toda la humanidad. Pero lo que sí sabemos es que debemos estar alertas, con las velas encendidas, para que nos iluminen la luz de la gracia y de la fe, porque esta Venida de Nuestro Señor Jesucristo puede ser en cualquier momento: “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”.

            Entonces, no sabemos cuándo vendrá el Señor, pero sí sabemos que antes de su Venida en la gloria, una señal de que esta Segunda Venida está cerca, es que el Anticristo hará su aparición en la tierra y de esto hay señales de advertencia. Así nos lo advierten las profecías de los santos, profecías de las cuales decía el Papa Benedicto XIV que hay que dar Fe Humana a estas revelaciones privadas aprobadas por la Iglesia, como son las de Santos canonizados, o los escritos publicados con imprimatur, con licencia eclesiástica, y que sería temerario despreciarlas. Con respecto a estas profecías, dice San Pedro Canisio: “Hay menor peligro en creer y recibir lo que con alguna probabilidad nos refieren personas de bien, (cosa que no está reprobada por los doctos), antes que rechazar todo con espíritu temerario y de desprecio”.

Teniendo en cuenta esto, ¿qué es lo que nos dicen los santos? El P. Pío recibió una aparición del Señor que decía así: “La hora del castigo está próxima, pero Yo manifestaré mi Misericordia. (…) Temporales, tempestades, truenos, lluvias ininterrumpidas, terremotos, cubrirán la tierra. Por espacio de tres días y tres noches, una lluvia ininterrumpida de fuego seguirá entonces, para demostrar que Dios es el dueño de la Creación. (…) Los que creen y esperan en mi Palabra no tendrán nada que temer, porque Yo no los abandonaré, lo mismo que os que escuchen mis mensajes. Ningún mal herirá a los que están en estado de Gracia y buscan la protección de mi Madre. (…) Rezad piadosamente el Rosario, en lo posible en común o solos. Durante estos tres días y tres noches de tinieblas, podrán ser encendidas sólo las velas bendecidas el día de la Candelaria (2 de febrero) y darán luz sin consumirse”[1].

San Gaspar de Búfalo nos advierte: “Aquél que sobreviva a los tres días de tinieblas y de espanto, se verá a sí mismo como solo en la tierra, (...) No se ha visto nada semejante desde el diluvio”.

¿Cuándo sucederá esto? Dice Ana Catalina Emmerich: “Vi la Iglesia de San Pedro y una cantidad enorme de gente que trabajaba para derribarla, pero a la vez vi otros que la reparaban. Los demoledores se llevaban grandes pedazos; eran sobre todo sectarios y apóstatas en gran número. Vi con horror que entre ellos había también sacerdotes católicos..., vi al Papa en oración, rodeado de falsos amigos, que a menudo hacían lo contrario de lo que él ordenaba. (...) Daba lástima. Cincuenta o sesenta años antes del año 2000 será desencadenado Satanás por algún tiempo. En violentos combates, con escuadrones de espíritus celestiales, San Miguel defenderá a la Iglesia contra los asaltos del mundo. (...) Sobre la Iglesia apareció una Mujer alta y resplandeciente, María, que extendía su manto radiante de oro. En la Iglesia se observaron actos de reconciliación, acompañados de muestras de humildad; las sectas reconocían a la Iglesia en su admirable victoria, y en las luces de la revelación que por sí mismas habían visto refulgir sobre ella. Sentí un resplandor y una vida superior en toda la naturaleza y en todos los hombres una santa alegría como cuando estaba próximo el nacimiento del Señor”.

También coincide, con respecto al tiempo, Santa Brígida de Suecia: “Cuarenta años antes del año 2000, el demonio será dejado suelto por un tiempo para tentar a los hombres. Cuando todo parecerá perdido, Dios mismo, de improviso, pondrá fin a toda maldad. La señal de estos eventos será: cuando los sacerdotes habrán dejado el hábito santo, y se vestirán como la gente común, las mujeres como los hombres y los hombres como las mujeres”.

San Anselmo nos dice: “¡Ay de ti, villa de las siete colinas (Roma) cuando la letra K sea aclamada dentro de tus murallas! Entonces tu caída estará próxima, tus gobernantes serán destruidos. Has irritado al Altísimo con tus crímenes y blasfemias, perecerás en la derrota y la sangre”.

San Vicente Ferrer también coincide en que los días de tinieblas llegarán cuando los hombres se vistan como mujeres, y las mujeres como hombres: “Advertid que vendrá un tiempo de relajación religiosa, y catástrofes como no lo ha habido ni habrá. En aquel tiempo las mujeres se vestirán como hombres y se comportarán a su gusto licenciosamente, y los hombres vestirán vilmente como las mujeres. Pero Dios lo purificará todo y regenerará todo, y la tristeza se convertirá en gozo”.

En el Diario de la Divina Misericordia, se lee: “Antes de venir como juez, vendré primero como rey de misericordia. Precediendo el día de la justicia, hará una señal en el cielo dada a los hombres. Toda luz será apagada en el firmamento y en la tierra. Entonces aparecerá venida del cielo la señal de la cruz, de cada una de mis llagas de las manos y de los pies saldrán luces que iluminarán la tierra por un momento”. Luego, más adelante: “Quiero a Polonia de una manera especial. Si es fiel y dócil a mi voluntad, la elevaré en poder y santidad, y de ella saltará la chispa que preparará al mundo a mi última venida”. Con toda probabilidad, parece estar refiriéndose al Papa Juan Pablo II, cuyo papado habría preparado al mundo para la Segunda Venida de Jesucristo.

En 1936, el día 25 de marzo, Fiesta de la Anunciación, se le apareció la santísima virgen y le dijo lo siguiente: “Yo di al mundo al redentor y tú tienes que hablarle al mundo acerca de su misericordia y prepararlo para su segunda venida”. (…) “Este día terrible vendrá, será el día de la justicia, el día de la ira de Dios . . . Los ángeles tiemblan al pensar en ese día (...) Habla a las almas de la gran misericordia de dios, mientras haya tiempo. Si te quedas en silencio ahora, serás responsable de la pérdida de un gran número de almas en aquel día terrible. No tengas miedo y sé fiel hasta el fin”.

            “Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. No seamos temerarios ni necios, no despreciemos la voz del cielo, la voz de los santos, quienes nos llaman a estar atentos, vigiles, preparados, en estado de gracia, esperando el regreso de Nuestro Señor Jesucristo. Seamos como los servidores que esperan a su señor con las velas encendidas, despiertos en medio de la noche: vivamos en gracia, acudamos a la Confesión, a la Santa Misa, hagamos adoración eucarística, recemos el Rosario, obremos el bien, no hagamos el mal a nadie, y así Cristo Dios, cuando venga en medio de la noche, nos llevará al cielo.

            Un aspecto muy importante a tener en cuenta es que, si bien no sabemos cuándo habrá de venir el Señor - puede ser hoy a la noche, mañana, o en cien años- sí sabemos en cambio que ahora, por la Santa Misa, por la comunión, ese mismo Señor Jesús que vendrá el día de nuestra muerte y el Día del Juicio Final viene al alma por medio de la Eucaristía; es decir, por medio de la Comunión Eucarística, Jesús ingresa en nuestras almas, cumpliéndose así las palabras del Apocalipsis –“Mira que estoy a las puertas y llamo; al que me abra, entraré y cenaré con él”- y en ese momento de la comunión, es como si fuera un anticipo del Juicio Particular y del Juicio Final, porque es un encuentro personal con Jesús en la Eucaristía. entonces, tenemos que preguntarnos: ¿qué tenemos para ofrecerle a Jesús, cuando viene a nuestro corazón por la comunión? ¿Lo esperamos con las velas encendidas y vigilantes, es decir, en estado de gracia, y con el corazón en paz con Dios y con el prójimo? ¿Tenemos para ofrecerle obras buenas? ¿O Jesús encontrará, por el contrario, un corazón oscurecido por el rencor, por el enojo, por la ausencia de caridad?

            Cada comunión es como un pequeño Juicio Final, para cada uno; cada comunión es como un anticipo también del Día del Juicio Final, en el sentido de que es un encuentro personal con el Hombre-Dios Jesucristo. De nuestra libertad depende qué sea lo que tengamos para ofrecer a Jesús: o luz, u oscuridad; de nuestra libertad depende que seamos servidores que lo esperan con la luz de la fe, de la gracia y de las obras de misericordia, o servidores malos, sin obras, con el corazón oscurecido por el pecado y por el mal. Que la Madre de Dios interceda para que nuestro corazón sea un corazón luminoso.

 

 

 

 

 



[1] [1] Mensaje de 1959, tomado de su testamento y hecho distribuir por los Sacerdotes Franciscanos a todos los grupos de Oración católicos en el mundo, ya desde la Navidad de 1990.

[1] 1786-1836, Fundador de los Misioneros de la Preciosísima Sangre.

[1] 1303-1373.

[1] siglo XIII.

[1] Nota: K = KAROL, nombre del Papa Juan Pablo II.

[1] 1350-1419.

[1] Cfr. Sor Faustina Kowalska, 1905-1938.


martes, 24 de octubre de 2023

“Estén preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre”

 


“Estén preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 39-48). Jesús relata la parábola del siervo diligente y del siervo perezoso. Para entenderla, reemplazamos los elementos naturales por los sobrenaturales.

La “Hora menos pensada” en la que llegará el Hijo del hombre, representa ya sea la hora de la muerte personal de cada uno, lo cual nadie lo sabe excepto Dios, como así también su Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final. El siervo diligente, el que está atento a la venida de su amo y cumple con la tarea que le encomendó, dar la ración a la servidumbre según corresponda, es el alma que, iluminada por la luz de la fe y de la gracia, hace todo lo posible para estar preparada para el encuentro con su Señor, ya sea en la hora de su muerte o bien en el Día del Juicio Final. Es aquel que reza, que frecuenta los sacramentos, que lleva en su corazón y en su mente la Ley de Dios, el que es misericordioso con sus hermanos. Ese tal será “dichoso”, dice Jesús, porque su amo “lo pondrá al frente de todos sus bienes”, lo cual significa que lo conducirá al Reino de los cielos.

Por el contrario, el siervo perezoso y violento, al que no le preocupa la llegada de su amo, y se pone a emborracharse y a golpear a todo el que se le cruza, será despedido por su amo cuando llegue de improviso, recibiendo la condena “de los que no son fieles”, es decir, es el alma que no vive en gracia, que no se preocupa por vivir en gracia, que le da lo mismo obrar o no obrar la misericordia, que no confiesa sus pecados en el Sacramento de la Penitencia, que no recibe el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía; este tipo de alma no solo no será recompensada por su señor cuando regrese -no recibirá nada de Nuestro Señor en el Juicio Particular-, sino que irá, por propia decisión, al lugar “donde no hay redención”.

“Al que más se le dio, más se le pedirá”, dice Jesús. No es lo mismo saber y no obrar en consecuencia, que sí hacerlo. Puesto que sabemos, porque se nos ha dado mucho más que a otros, debemos entonces obrar en consecuencia, comenzando por obrar la misericordia: así estaremos preparados para cuando llegue el Señor y ayudaremos a otros a que también lo estén.

jueves, 14 de octubre de 2021

“Estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”

 


“Estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 39-48). Jesús advierte que estemos preparados, porque el Hijo del hombre, es decir, Él, vendrá cuando menos se lo espere. ¿De qué venida se trata? Puede ser de dos venidas: en el día de nuestra muerte personal, que será el día en el que nos encontremos cara a cara con Nuestro Señor, para recibir el Juicio Particular, y el Día de su Segunda Venida, que será el Día del Juicio Final, en el que toda la humanidad comparecerá ante su Presencia, para que se ratifique el destino fijado en el Juicio Particular y para premiar a los buenos con el Cielo y castigar a los malos con el Infierno.

Ahora bien, ¿de qué manera prepararnos? Ante todo, teniendo en la mente y en el corazón que el encuentro personal con Cristo Nuestro Señor es una realidad que se producirá, antes o después, pero que se producirá y que es para ese encuentro para el que debemos estar preparados y para prepararnos es que debemos procurar tener dos cosas: en el alma, la gracia santificante y en las manos, obras de misericordia corporales y espirituales. Con estas dos cosas, podemos, además de mucho amor a Cristo en el corazón, podemos estar más que seguros de que estaremos correctamente preparados para encontrarnos con Nuestro Señor. Imploremos su Misericordia Divina, pidiéndole la gracia de estar preparados para cuando Él venga a buscarnos, para así poder ingresar en el Reino de los cielos y adorarlo por toda la eternidad.

miércoles, 13 de octubre de 2021

“Estén listos, con las túnicas puestas y con las lámparas encendidas”

 


“Estén listos, con las túnicas puestas y con las lámparas encendidas” (Lc 12, 35-38). Jesús da a la Iglesia una advertencia muy importante: todos debemos estar “listos”, “preparados”, para su Segunda Venida porque sólo así seremos juzgados dignos de ingresar en el Reino de los cielos. La advertencia se comprende mejor cuando se reemplazan los elementos naturales de la figura evocada por Jesús –criados que esperan atentos, con ropa de trabajo, a su señor que ha de llegar a una hora imprevista- por elementos sobrenaturales. Así, el criado o criados somos los bautizados en la Iglesia Católica; la boda a la que acudió su Señor es la Encarnación del Verbo de Dios con la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth; la noche o madrugada, es decir, los horarios en los que los criados deben estar atentos ante el regreso de su señor, es el momento en la historia de la humanidad en la que Jesús habrá de regresar en la gloria, en su Segunda Venida, para juzgar a vivos y muertos; el señor que llega de improviso es Nuestro Señor Jesucristo, quien llegará en un momento inesperado para juzgar a toda la humanidad, dando así fin al tiempo y a la historia humana, la cual ingresará en su totalidad en la eternidad, unos para la condenación eterna en el Infierno, otros para la alegría eterna en el Cielo; las “túnicas puestas” indican que los criados están con ropa de trabajo, no es ropa para descansar y esto significa que el cristiano no debe vivir esta vida terrena como si estuviera dormido en la fe, sino que debe estar despierto en la fe, obrando la misericordia, luchando contra sus pasiones y tratando de vivir en gracia; las “lámparas encendidas” representan la gracia –el aceite- y la fe –la llama-: así como una lámpara se enciende para disipar las tinieblas, así en el cristiano debe brillar la luz de la gracia en su mente y en su corazón, para que ésta sea fructuosa en obras de misericordia, corporales y espirituales.

“Estén listos, con las túnicas puestas y con las lámparas encendidas”. Nadie sabe cuándo será el día en el que llegará Nuestro Señor, como así también nadie sabe cuándo será el día de su propia muerte, que es el momento en el que el alma se encontrará cara a cara con Jesucristo, en el Juicio Particular; ahora bien, es por esta razón por la cual debemos estar con las “túnicas puestas” y con las “lámparas encendidas”, es decir, en estado de gracia y con una fe activa, fructífera en obras de misericordia.

 

jueves, 22 de julio de 2021

“Allí será el llanto y rechinar de dientes”

 


“Allí será el llanto y rechinar de dientes” (Mt 13, 47-53). En la descripción del Reino de los cielos que hace Jesús, incluye siempre una velada alusión, más o menos indirecta e implícita, a otro reino, el reino de las tinieblas, el cual tiene su sede en el Infierno. Es decir, aunque no lo nombre explícitamente, Jesús revela la existencia de un siniestro reino, en un todo opuesto al Reino de los cielos, coincidiendo con este únicamente en que ambos duran por toda la eternidad.

En este Evangelio, al describir al Reino de los cielos, Jesús revela cómo será el Día del Juicio Final, Día en que ambos reinos, el Reino de Dios y el reino de las tinieblas, iniciarán su manifestación visible y para toda la eternidad.

Aunque muchos en la Iglesia niegan la existencia del Infierno, esta negación no es gratuita puesto que conlleva una ofensa y un agravio a la Palabra de Jesús, Quien es el que revela su existencia. En otras palabras, negar la existencia del Infierno implica negar la omnisciencia del Hombre-Dios Jesucristo y a la Revelación dada por Él. Todavía más, es llamativo el hecho de que Jesús habla en tantas oportunidades sobre el Infierno y por lo tanto, implícitamente del reino de las tinieblas. Es decir, Jesús no revela una o dos veces la existencia del Infierno y del reino de las tinieblas, sino en numerosas oportunidades, lo cual es una severa advertencia para nosotros.

“Allí será el llanto y rechinar de dientes”. No es verdad que, cuando morimos, vamos “a la Casa del Padre”: el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que el alma va directamente a comparecer ante el Juicio Particular, en el que Dios juzga nuestras obras libremente realizadas y de acuerdo con ellas, nos destina para siempre, sea al Reino de los cielos, sea al reino de las tinieblas, el Infierno, que es donde habrá “llanto y rechinar de dientes”. Esto último no es expresión metafórica de Jesús, porque el llanto y el rechinar de dientes serán reales y sin fin: el llanto, por el dolor provocado por la conciencia, al darse cuenta que por un solo pecado mortal el alma se ha condenado para siempre, apartándose de Dios; el rechinar de dientes será causado por el dolor insoportable, tanto espiritual como corporal, causados por el fuego del Infierno el cual, por un prodigio divino, obrará no solo sobre el cuerpo, sino también sobre el espíritu y esto por toda la eternidad.

De nuestra libertad depende a cuál de los dos reinos iremos para siempre, o el Reino de Dios, o el reino de las tinieblas, el Infierno, en donde “será el llanto y rechinar de dientes”.

domingo, 18 de octubre de 2020

“Estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”

 


“Estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 39-48). Hay una cosa que sabemos y dos que no sabemos: sabemos que indefectiblemente hemos de morir, para ingresar en la vida eterna; no sabemos cuándo será eso, es decir, no sabemos ni el día ni la hora de nuestra muerte personal, ni tampoco sabemos el día ni la hora de la Segunda Venida de Jesús, para el Juicio Final. Con la figura de un padre de familia que está vigilante para que no entre el ladrón y con la figura de un administrador fiel, que se comporta “con fidelidad y prudencia” en la espera del regreso de su amo, Jesús nos anima a estar preparados para ambos momentos, tanto para el momento de la muerte personal, como para el momento del Juicio Final. Si esto hacemos –que no consiste en otra cosa que vivir como hijos de Dios, en estado de gracia, cumpliendo la Ley de Dios y sus Mandamientos y rechazar el pecado-, recibiremos como recompensa el Reino de los cielos, la eterna bienaventuranza.

El siervo malo, que en vez de esperar a su señor, se encarga de maltratar a sus prójimos y de embriagarse y comer desenfrenadamente, representa al alma que, sin la gracia santificante, está dominada por sus pasiones, principalmente la ira y la gula. Esta alma no cree ni espera en la Segunda Venida de Jesús y por eso piensa que los vanos placeres de este mundo son los únicos que existen y se dedica por lo tanto a satisfacer sus pasiones y sus bajos instintos. Ese tal, es quien ha renegado de la fe y ya no espera al Señor Jesús; ese tal, no recibirá recompensa alguna, sino un castigo proporcional a sus faltas, recibiendo la eterna condenación.

“Estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”. Cada uno es libre de elegir quién quiere ser: si el siervo bueno y fiel, que espera el encuentro definitivo con Jesús y cree en su Segunda Venida en la gloria, o el siervo malo e infiel, que no lo espera porque no cree en Él y por lo tanto ni vive en gracia ni obra la misericordia. En definitiva, de nosotros, de nuestro libre albedrío, depende nuestra salvación o nuestra condenación. Pidamos la gracia de estar siempre atentos a la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesús.

“Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas”

 


“Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas” (Lc 12, 35-38). Para entender esta parábola, es necesario reconocer cuáles son sus elementos sobrenaturales: el criado que espera a su Señor que regrese de la boda, es el alma del bautizado que espera el encuentro definitivo con el Señor Jesucristo, ya sea en la hora de su muerte personal, en donde recibirá el Juicio Particular, ya sea en el Día del Juicio Final; el vestido de trabajo del criado y el hecho de esperar a su señor con las velas encendidas a altas horas de la noche, significan el alma del bautizado que está iluminado por la luz de la gracia y que realiza obras de misericordia, eso significan la vela encendida y la túnica respectivamente; el señor que regresa de noche es el Señor Jesús, que regresa para encontrarse con el alma, sea en el momento de la muerte, sea en el momento del Juicio Final; la noche en la que regresa el señor de la boda es la historia humana, que sin la luz de Dios es como una noche continua; las bodas a las que acudió el Señor representan la Encarnación; el dueño de casa que encuentra a su servidor listo para servirlo y se pone él mismo a servirlo, es el mismo Señor Jesús que, regresando para el encuentro con el alma, encuentra que el alma está en gracia y le da como recompensa el premio de la Gran Fiesta en el Salón del Reino, esto es, la salvación eterna y la eterna bienaventuranza.

“Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas”. Pidamos la gracia de ser como el servidor fiel que espera a su señor con la túnica puesta y la lámpara encendida, es decir, pidamos la gracia de esperar el encuentro definitivo con el Señor Jesús revestidos con el hábito de la gracia santificante y obrando las obras de misericordia corporales y espirituales y así seremos recompensados con la vida eterna en el Reino de los cielos.

lunes, 4 de noviembre de 2019

“No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos”



(Domingo XXXII - TO - Ciclo C – 2019)

          “No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos” (Lc 20, 27-38). Unos saduceos –secta judía de los tiempos de Jesús que no creía en la resurrección de los muertos- le presentan a Jesús el caso de una mujer que contrae matrimonio sucesivamente con siete hermanos, a medida que van muriendo uno por uno; la pregunta de los saduceos es de cuál de todos los siete será esposa en el mundo futuro, puesto que los siete la tuvieron por esposa en este mundo.
          Jesús les responde que en la vida eterna las cosas no son como en esta vida: no hay matrimonios, por lo tanto, no hay unión entre varón y mujer y la razón es que los hombres resucitados “serán como ángeles” porque sus cuerpos resucitados adquirirán propiedades que no se poseen en esta vida terrena. En efecto, en la vida eterna, el cuerpo resucitado será sutil –podrá atravesar otros cuerpos-, impasible –no sufrirá dolor, ni enfermedad ni muerte-, ágil –se moverá al instante-, luminoso –porque los cuerpos de los bienaventurados dejarán traslucir la gloria de Dios, como Cristo en el Tabor, aunque también los cuerpos de los condenados dejarán traslucir el fuego del Infierno, apareciendo como brasas incandescentes-: con respecto a la luz que transmitirán los bienaventurados, hay que tener en cuenta que dependerá del grado de gloria que tengan –no todos tendrán la misma gloria- y la gloria a su vez depende de los merecimientos en esta vida.
          Entonces, la resurrección sí existe para los católicos, a diferencia de los saduceos, quienes no creían en ella, pero lo que hay que tener en cuenta es que esa resurrección puede ser para la gloria eterna en la bienaventuranza, o para la condenación eterna en los infiernos. En la bienaventuranza los que se salven traslucirán la gloria de Dios como Cristo en el Tabor; en el infierno, los condenados dejarán traslucir el fuego del infierno, como una brasa incandescente.
          Ahora bien, ya que la fe católica nos enseña que la resurrección existe, nos preguntamos: ¿cuándo sucederá esto? La respuesta es que, en el fin del mundo, donde se realizará el Juicio Final, la Parusía o Segunda Venida de Cristo[1], aunque el Catecismo nos enseña que ya, inmediatamente después de la muerte, el alma, luego del Juicio Particular, va al Cielo –los que mueren en gracia ya reinan con  Cristo-[2], al Purgatorio[3] o al Infierno[4], según hayan sido sus obras[5]. La Resurrección de los cuerpos, esto es, la unión del cuerpo y el alma, sucederá recién en el Juicio Final. Recordemos también que Jesús dejó incierto el momento en que verificaría su Segunda Venida: al final de su discurso sobre la Parusía, Jesús dijo: “En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13,32).
          “No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos”. Si queremos estar con Cristo por la eternidad –en eso consiste el cielo- comencemos por recibir con frecuencia su Cuerpo resucitado en esta vida, en la Eucaristía, puesto que así tendremos el germen de la gloria y de la vida eterna en nuestros corazones; vivamos en gracia, evitemos el pecado, luchemos contra la concupiscencia: de esta manera, nos aseguraremos de ir al cielo luego de esta vida y, luego del Juicio Final, con el cuerpo glorificado, reinaremos gloriosos y resucitados por la eternidad, en el Reino de los cielos.



[2] Catecismo, 1029: “En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él “ellos reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22, 5; cfr. Mt 25, 21.23).
[3] Catecismo, 1030: “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo”.
[4] Catecismo, 1032: “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno” (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12).”.

“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”




“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz” (Lc 16,1-8). Esta parábola debe leerse con atención, porque si no se pueden sacar conclusiones apresuradas y erróneas. Ante todo, tanto el dueño de la parábola como el administrador deshonesto, son “hijos de este mundo”, es decir, hijos de las tinieblas, por cuanto de ninguna manera se puede hacer ninguna transposición entre el dueño y Dios Padre, que es Dios Perfectísimo y de Bondad infinita. Lo que hay que tener en cuenta es que el dueño de la parábola –y no Nuestro Señor Jesucristo- alaba el proceder astuto del administrador infiel, pero no aprueba su deshonestidad. Es decir, ni en la parábola ni mucho menos Jesús, aprueban la deshonestidad del administrador infiel, sino que se ensalza su proceder astuto, sagaz, con el cual el administrador infiel pretende ganarse amigos para cuando quede en la calle.
“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. ¿Qué nos enseña la parábola? Ante todo, tenemos que vernos en la figura del administrador, pues también nosotros somos administradores de los bienes de Dios y por lo tanto debemos administrar estos bienes para que, cuando sea la hora de nuestra muerte –que sería el momento en el que administrador de la parábola queda despedido-, no nos veamos desamparados ante el Juicio de Dios. Si hacemos uso correcto de los bienes materiales y espirituales que Dios nos ha dado –por ejemplo, si los compartimos con los más necesitados-, entonces nos ganaremos el favor, no sólo de aquellos a quienes auxiliamos, sino que obtendremos el favor de nada menos que de una Gran Abogada, la Santísima Virgen María, Nuestra Madre del cielo, que intercederá por nosotros en el momento del Juicio Particular, para que el destino nuestro final no sea la eterna condenación, sino el cielo o el purgatorio.
“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. Aprendamos del administrador infiel, no en su pecado, que es el robo, sino en su astucia, en el saber obrar para hacerse amigos que luego lo puedan ayudar; obremos la misericordia espiritual y corporal y así obtendremos almas que intercedan por nosotros cuando lo necesitemos –sobre todo en el Juicio Particular- y, sobre todo, obtendremos el favor de la Abogada de los pobres, María Santísima.

jueves, 17 de octubre de 2019

“Tened ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas”




“Tened ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas” (Lc 12, 35-38). Jesús está hablando de su Segunda Venida y para hacerlo, la compara con un servidor que está atento a la llegada de su amo, que ha partido para una boda y que regresará en cualquier momento, en horas de la madrugada. La Segunda Venida de Jesús puede acaecer de dos formas: para el que muere, el momento de su muerte es el momento equivalente a la Segunda Venida, pues se encontrará cara a cara con Cristo Dios en el Juicio Particular, en donde se decidirá su destino eterno; la segunda forma en la que acaecerá la Segunda Venida es para el que participe, en la historia, en el fin de la historia, de la Segunda Venida propiamente hablando. De una forma u otra, la Segunda Venida será repentina, inmediata, sin aviso previo, por lo cual el cristiano debe estar preparado siempre y en todo momento, y aquí es donde encaja la figura del servidor con la túnica ceñida y la lámpara encendida. La figura del servidor se comprende mejor cuando se hace una analogía entre los elementos naturales y los sobrenaturales: la túnica ceñida corresponde a quien está trabajando, ya que no es ropa de descanso: en este sentido, indica el alma que se preocupa por hacer obras de misericordia, sean corporales o espirituales; a su vez, la lámpara encendida significa que la luz de la fe está encendida en esta alma y es la que la mueve a realizar la misericordia, en la espera de su Señor, Cristo Jesús: la lámpara es el alma, el aceite que sirve de combustible para la llama es la gracia y la luz que da la mecha encendida, es una fe activa en el Hombre-Dios Jesucristo. Otro elemento a considerar es la hora de regreso del amo, a quien el servidor espera: el amo vendrá en horas de la madrugada, cuando todos estén durmiendo, de ahí que resalta la actitud activa de espera de la llegada del amo en el servidor: es el alma que, en medio del transcurrir de los segundos, los minutos, los días y los años, se encuentra en espera activa de la Segunda Venida del Señor Jesús.
“Tened ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas”. Un último elemento, que provoca asombro, es la actitud del amo que, al regresar y ver a su servidor que lo está esperando, “se pondrá él a servirlo”, lo cual va más allá de toda lógica humana, pues lo lógico es que el amo simplemente, a lo sumo, felicite al servidor por haber cumplido su deber, pero de ninguna manera forma parte de la lógica humana que el amo se ponga a servir al servidor. Esta actitud de generosidad del amo está representando el don que Dios hará a quien espere con fe activa la Segunda Venida de Jesús, el Hombre-Dios: el Reino de los cielos, una recompensa que supera también a toda lógica humana y que demuestra el infinito Amor que Dios Trino nos tiene a todos y cada uno de sus hijos.

sábado, 29 de septiembre de 2018

“Si tu mano es ocasión de pecado, córtala (…) si tu pie es ocasión de pecado, córtalo (…) si tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo”



(Domingo XXVI - TO - Ciclo B – 2018)

“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible” (Mc 9, 38-43.45.47-48). Lo mismo repite para el pie y para el ojo: “Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”. En este párrafo, Jesús nos hace dos revelaciones: por un lado, que nuestras acciones –significadas en la mano, el pie, el ojo- son libres y, por otro, que estas  nos conducen, indefectiblemente, a dos lugares irreconciliables entre sí: o el Cielo –el Reino de Dios- o el Infierno –la Gehena-. De hecho, éste es uno de los lugares de la Escritura en donde se revela explícitamente la existencia del Infierno. Ahora bien, ¿Jesús nos anima a mutilar nuestro cuerpo? De ninguna manera, ya que está hablando en sentido metafórico. Es decir, es obvio de toda obviedad que Jesús no nos impulsa a la auto-mutilación, ya que habla en sentido figurado cuando dice que debemos cortarnos la mano, cortarnos el pie o arrancarnos un ojo, si éstos son ocasión de pecado. Lo dice en forma figurativa, pero para que nos demos cuenta de la importancia y de la gravedad que tienen nuestros actos. De nada vale entrar con los dos ojos, las dos manos y los dos pies al Infierno, “donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”, donde los tormentos son para siempre, en el cuerpo y en el alma. Más vale entrar mancos, rengos y tuertos en el Cielo –metafóricamente hablando-, que ir con todo el cuerpo completo al Infierno.
“Si tu mano es ocasión de pecado, córtala (…) si tu pie es ocasión de pecado, córtalo (…) si tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo”. ¿Qué nos quiere decir Jesús con estas imágenes tan fuertes? Lo que Jesús nos quiere decir es que es absolutamente necesaria, para la vida espiritual de la gracia, la mortificación de los sentidos y de la imaginación, puesto que se trata de lugares de inicio de la tentación consentida o pecado. Es decir, de lo que Jesús nos habla es acerca de la necesidad de la mortificación de los sentidos, porque es por los sentidos y por la imaginación por donde entran pensamientos que conducen a la satisfacción de las pasiones y al pecado consiguiente. Por ejemplo, un pecado de ira, comienza en el pensamiento y en el deseo y se lleva a la práctica con acciones como elevar la voz, planificar una venganza, ejecutar la venganza. Se necesita todo el cuerpo, además de la mente –el pensamiento- y la voluntad –el deseo- para pecar. Y si el pecado es mortal, nos hace perder la vida de la gracia y si morimos sin la gracia, nos condenamos. Lo que Jesús nos quiere hacer ver es que debemos combatir el pecado en su raíz y para ello, debemos llevar, en la mente y en el corazón, sus mandamientos y sus Bienaventuranzas. Con el mismo ejemplo: frente a un pensamiento de ira, de venganza, de furia, rechazar ese pensamiento recordando sus palabras: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29); “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 44); “Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 22) y así. Quien lleva en la mente y en el corazón las palabras de Jesús, podrá poner fin casi de inmediato a cualquier tentación y así no caerá en pecado. Para cometer un pecado de robo, por ejemplo, para ejecutarlo, además de pensarlo, se necesita abrir el picaporte de la casa ajena para entrar en ella y robar: si alguien tiene en mente el mandamiento que dice: “No robarás” y si tiene en el corazón la imagen de las manos de Jesús clavadas en la cruz por nuestra salvación, entonces no realizará la acción de abrir una puerta ajena para entrar y robar. A esto es a lo que se refiere Jesús cuando dice que “más vale entrar manco, rengo y tuerto en el Reino de Dios, que con el cuerpo sano y completo en el Infierno”.
“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible”. Acudamos a la imaginación, recordemos a Jesús flagelado, coronado de espinas, crucificado; llevemos en la mente y en el corazón su Pasión, sus mandamientos y bienaventuranzas y así evitaremos el pecado y conservaremos la gracia para el día del Juicio Particular, de modo que podremos entrar con nuestro cuerpo completo y glorificado en el Reino de Dios.

viernes, 10 de noviembre de 2017

“El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes”



(Domingo XXXII - TO - Ciclo A – 2017)
         “El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes” (Mt 25, 1-13).
         Para poder apreciar la enseñanza de la parábola, es necesario hacer antes una breve composición de lugar, además de reemplazar los elementos terrenos por los celestiales y sobrenaturales: en la parábola, un grupo de vírgenes –diez en total- espera, en la noche, el regreso del esposo; puesto que no saben a qué hora ha de venir, todas se duermen, hasta el que a medianoche se escucha un grito que anuncia el regreso del esposo; las vírgenes despiertan y acuden al encuentro del esposo, pero solo las prudentes, que tienen aceite y luz en sus lámparas, son capaces de ver al esposo y por lo tanto, ingresan con Él en la casa donde se celebra la fiesta de bodas; las necias, por el contrario, al no tener aceite, no tienen luz y por lo tanto, una vez cerradas las puertas de la fiesta de bodas, quedan afuera, en las tinieblas. ¿Qué significa esta parábola? Como dijimos, para poder apreciar su enseñanza celestial, debemos reemplazar los elementos terrenos y materiales, con los elementos sobrenaturales representados en la parábola. Un primer elemento que aparece es el deseo de las vírgenes de esperar al esposo, que es el deseo del alma de vivir esta vida con la esperanza de salir al encuentro de su Dios que ha de venir a buscarla, en la interpretación de San Agustín[1]: “Las diez vírgenes querían ir todas a recibir al Esposo. ¿Qué significa recibir al esposo? Es ir a su encuentro de todo corazón, vivir esperándolo”, entonces, este “esperar al esposo”, común a las diez vírgenes, es vivir con el deseo de encontrar a Cristo; el esposo que llega de improviso a medianoche, cuando las vírgenes están rendidas por el sueño, es Cristo Jesús, que llega al encuentro del alma, sea en la hora de la muerte –el sueño como muerte terrena es el este sentido en el que lo interpreta San Agustín[2]: “Hay un sueño al que nadie puede escaparse (…) Todas se durmieron (…) tanto las prudentes como las necias deben pasar por el sueño de la muerte”-, sea en el Día del Juicio Final, ya que también el sueño de las vírgenes es, para San Agustín, el Día del Juicio Final: “A medianoche se oyó un grito: Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro” (Mt 25,6). (…) Es el momento que nadie piensa, que nadie espera (…) (Es) “El día del Señor”, dice Pablo, “vendrá como un ladrón en plena noche.” (1Tim 5,2) Vigilad, pues, (…) Este grito es lo que el apóstol Pablo dice: “En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al son de la trompeta, porque la trompeta sonará, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados (1Cor 15,52)”; la medianoche, el tiempo de oscuridad en el que las vírgenes esperan la llegada del esposo, significa un tiempo especial de la humanidad y de la Iglesia, en el que la confusión y el alejamiento de Dios serán sus características principales: así como en la noche no se puede distinguir nada y se confunden sombras por personas, así también, antes de la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia pasará por un momento de oscuridad, por un momento de confusión, por una "prueba de fe", tal como lo anuncia el Catecismo[3]: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (y como nuestra Fe católica asienta sobre muchas verdades, pero ante todo, sobre la Verdad de la Presencia real, verdadera y substancial de la Eucaristía, lo más probable es que la “prueba de fe final” consista en la supresión de la Misa como renovación del Santo Sacrificio del Altar, por manos del Anticristo y del Falso Profeta, un falso Papa. N. del R.). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad (el Anticristo traerá una falsa felicidad a los hombres, permitiéndoles vivir en el pecado, suprimiendo los Mandamientos de Dio y los Preceptos de la Iglesia). La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”, es decir, el Anticristo, antes de la llegada de Cristo en la gloria, usurpará su lugar y hará que el hombre desplace a Dios de su corazón y se instale a sí mismo, algo de lo cual lo estamos viviendo, con el uso de la ciencia en contra de la Ley de Dios, con lo que el hombre juega a ser Dios: FIV, clonación humana, alquiler de vientres, aborto, eutanasia, etc.; la llegada de improviso se debe a que nadie sabe –solo Dios- cuándo es la hora de la propia muerte, así como tampoco nadie sabe cuándo será el Día del Juicio Final; el esposo que llega es, como dijimos, Cristo Jesús, quien es Esposo de la Humanidad, según los Padres, por la Encarnación, y es Esposo de la Iglesia Esposa: al final de los tiempos, llega para ver su unión consumada en el Reino de los cielos; las vírgenes, tanto las necias como las prudentes, son las almas bautizadas en la Iglesia Católica; las lámparas son los cuerpos, el aceite es la gracia y la luz de la lámpara es la Fe en Cristo Jesús como el Hombre-Dios, el Redentor de la humanidad; la ausencia de aceite –ausencia de gracia- en las vírgenes necias, indica a aquellas almas que no piensan en la vida eterna, que viven enfrascadas en la vida terrena, despreocupadas de si existe un Cielo o un Infierno, indolentes en su tarea de ganar el Cielo con buenas obras y de evitar el Infierno con la penitencia y la caridad; al no tener la gracia en ellas, no tienen la luz de la fe y por eso sus lámparas están apagadas, porque no pueden ver al Señor Jesús, que está Presente, vivo, glorioso, resucitado, en la Eucaristía y que está presente, de alguna manera misteriosa, en los más necesitados; al no esperar la Venida Segunda del Señor, las vírgenes necias no se preocupan ni por vivir en gracia, ni por perseverar en la fe y, mucho menos, en obrar la misericordia, y puesto que es una decisión libre e irrevocable, quedan fuera del banquete eterno; las tinieblas en las que las vírgenes necias quedan, representan el Infierno, la ausencia eterna de la Presencia de Dios y el vivir para siempre envueltas en las sombras vivientes, los ángeles caídos; las vírgenes prudentes son las almas que consideran a esta vida como pasajera, como solo una prueba para ganar la vida eterna y es por eso que viven pensando en la eternidad, y como quieren evitar la eternidad de dolor y ganar la eternidad de bienaventuranza, se preocupan por vivir en gracia, conservando la pureza de cuerpo y alma y frecuentando los sacramentos; la gracia es el combustible de la fe, y por eso sus lámparas iluminan, y la luz que irradian son las obras de misericordia realizadas para ganar el Cielo.
A medianoche se oyó un grito: “Ya viene el esposo, salgan a su encuentro”. “Hagamos lo que nos dice Nuestro Señor” (Cfr. Jn 2, 5), estemos prevenidos, porque no sabemos ni el día ni la hora, ni de nuestra muerte y Juicio Particular, ni del Día del Juicio Final: “Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” y para que no escuchemos las palabras del Terrible Juez –“Te aseguro que no te conozco”-, llenemos nuestras lámparas con el aceite de la gracia, esto es, vivamos en estado de gracia; alumbremos el mundo con las obras de la fe, vivamos con la esperanza de morir para ir al encuentro de Nuestro Señor que, en el momento en que menos lo esperemos, ha de venir a buscarnos.




[1] Cfr. Sermón 93.
[2] Cfr. ibidem.
[3] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n° 675.

miércoles, 25 de octubre de 2017

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”


El siervo malvado no piensa en la Venida de su Señor, porque no le importa, ni su Juicio Particular, ni el Juicio Final, y por eso le tiene sin cuidado vivir o no en gracia.


“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 12, 39-48). Con la parábola de un hombre que está preparado porque sabe que el ladrón ha de llegar en algún momento, y con la parábola del administrador fiel, que también sabe que su señor ha de llegar en el momento menos esperado y por eso se mantiene vigil, con la lámpara encendida y en actitud de servicio, actitud que se contrarresta con el administrador infiel, que no se preocupa si su señor ha de venir o no y, además de mal administrar sus bienes –se dedica a comer y a beber hasta emborracharse-, además de maltratar a los otros siervos, Jesús nos advierte acerca de la imperiosa necesidad que tenemos de estar preparados para su Venida, que ha de acaecer con toda seguridad, aunque no sabemos cuándo. ¿De qué Venida se trata? De su Venida hacia nosotros, ya sea en el día de nuestra muerte terrena, en el que Él vendrá a nosotros como Justo Juez y deberemos comparecer ante su Presencia para recibir el Juicio Particular, y de su Segunda Venida en la gloria, al fin del mundo, cuando venga a “juzgar a vivos y muertos” en el Día del Juicio Final. Para ambas Venidas de Jesús –esto es, para nuestro Juicio Particular y para el Día del Juicio Final-, hemos de “estar preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. ¿En qué consiste esa preparación? Jesús mismo nos lo dice: ante todo, la actitud es la del hombre que sabe que ha de venir a su casa “un ladrón” y, si bien no sabe a qué hora llegará, lo que sabe con toda certeza, porque se lo han dicho de fuentes confiables, ha de venir con toda seguridad. La actitud del cristiano, frente a la Venida de Nuestro Señor Jesucristo, sea para el día de su propia muerte, en el que comparecerá ante el Justo Juez en su Juicio Particular, como frente a la Segunda Venida en la gloria, en la Parusía, en la que Jesús llegará para juzgar al mundo en el Día del Juicio Final, debe ser la del hombre que espera al ladrón: no sabe cuándo ha de venir, pero que ha de venir, vendrá sin duda alguna.
Ahora bien, ¿en qué consiste, más específicamente hablando, esta preparación? Nos lo dice San Juan Crisóstomo: “Es a la hora que menos pensáis que vendrá el Hijo del hombre” [1]. Jesús dice esto a los discípulos a fin de que no dejen de velar, que estén siempre a punto. Si les dice que vendrá cuando no lo esperarán, es porque quiere inducirlos a practicar la virtud con celo y sin tregua. Es como si les dijera: “Si la gente supiera cuándo va a morir, estarían perfectamente preparados para este día”. Pero el momento del fin de nuestra vida es un secreto que escapa a cada hombre”. Claramente, San Juan Crisóstomo considera que el consejo del Señor Jesús, de “estar preparados”, se refiere, al menos, a una de las Venidas que hemos mencionado, esto es, el día en el que Jesús llegará a nuestras vidas, en el último día de nuestra vida terrena, sólo por Él conocido, y la forma de estar preparados para ese día es “practicar la virtud con celo y sin tregua”. Podríamos decir que San Juan Crisóstomo nos anima a vivir con esta “tensión escatológica” hacia la eternidad, todos los días de nuestra vida terrena, viviendo en su gracia y cumpliendo sus Mandamientos cada día, como si cada día fuera a ser el último.
Continúa San Juan Crisóstomo, especificando de qué virtudes se trata, esto es, la fidelidad –no atribuirse nada bueno, ya que todo lo bueno que podemos hacer viene del Señor- y la sensatez –la correcta administración de los bienes naturales y sobrenaturales que todos y cada uno, en distinta medida, hemos recibido-: “Por eso el Señor exige a su servidor, dos cualidades: que sea fiel, a fin de que no se atribuya nada de lo que pertenece a su señor, y que sea sensato, para administrar convenientemente todo lo que se le ha confiado. Así pues, nos son necesarias estas dos cualidades para estar a punto a la llegada del Señor”. Y haciendo hincapié en el “mal siervo”, al cual no le interesa si su Señor ha de llegar o no y por eso administra mal los bienes de su Señor –los dones naturales y sobrenaturales concedidos a cada uno-, además de obrar de modo contrario a la Bondad divina, esto es, obrando con malicia, se da con la llegada imprevista de su Señor y recibe de Él el castigo que le corresponde, San Juan Crisóstomo, parafraseando al Señor, nos advierte también a nosotros: “Porque mirad lo que pasa por el hecho de no conocer el día de nuestro encuentro con él: uno se dice: “Mi amo tarda en llegar””. El mal servidor actúa contra toda razón, porque lo seguro es que su Señor llegará; su mal comportamiento refleja en el fondo desamor, frialdad, desinterés por la llegada de su Señor y, en el fondo, por su propia suerte. Por este motivo, para San Juan Crisóstomo, el servidor bueno y fiel, lejos de la actitud del mal servidor, está continuamente pensando en la llegada de su señor porque sabe que es cierta y, porque lo ama y desea verdaderamente servirlo, está siempre esperándolo, administrando fielmente sus bienes, ya que sabe que su señor “no tardará”: “El servidor fiel y sensato no piensa así. Desdichado, bajo pretexto de que tu Amo tarda ¿piensas que no va a venir ya? Su llegada es totalmente cierta. ¿Por qué, pues, no permaneces en tu puesto? No, el Señor no tardará en venir; su retraso no está más que en la imaginación del mal servidor”. El siervo malvado no piensa en la Venida de su Señor, porque no le importa, ni su Juicio Particular, ni el Juicio Final, y por eso le tiene sin cuidado vivir o no en gracia.
No seamos como el siervo malo, sino como el siervo bueno que, por amor a su señor, está siempre vigil, en actitud de servicio, y esperando su pronto regreso, el día en que vendrá a buscarnos para nuestro Juicio Particular, y la Segunda Venida de Jesús en la gloria.



[1] San Juan Crisóstomo, Homilía 77 sobre san Mateo.