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lunes, 4 de noviembre de 2019

“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”




“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz” (Lc 16,1-8). Esta parábola debe leerse con atención, porque si no se pueden sacar conclusiones apresuradas y erróneas. Ante todo, tanto el dueño de la parábola como el administrador deshonesto, son “hijos de este mundo”, es decir, hijos de las tinieblas, por cuanto de ninguna manera se puede hacer ninguna transposición entre el dueño y Dios Padre, que es Dios Perfectísimo y de Bondad infinita. Lo que hay que tener en cuenta es que el dueño de la parábola –y no Nuestro Señor Jesucristo- alaba el proceder astuto del administrador infiel, pero no aprueba su deshonestidad. Es decir, ni en la parábola ni mucho menos Jesús, aprueban la deshonestidad del administrador infiel, sino que se ensalza su proceder astuto, sagaz, con el cual el administrador infiel pretende ganarse amigos para cuando quede en la calle.
“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. ¿Qué nos enseña la parábola? Ante todo, tenemos que vernos en la figura del administrador, pues también nosotros somos administradores de los bienes de Dios y por lo tanto debemos administrar estos bienes para que, cuando sea la hora de nuestra muerte –que sería el momento en el que administrador de la parábola queda despedido-, no nos veamos desamparados ante el Juicio de Dios. Si hacemos uso correcto de los bienes materiales y espirituales que Dios nos ha dado –por ejemplo, si los compartimos con los más necesitados-, entonces nos ganaremos el favor, no sólo de aquellos a quienes auxiliamos, sino que obtendremos el favor de nada menos que de una Gran Abogada, la Santísima Virgen María, Nuestra Madre del cielo, que intercederá por nosotros en el momento del Juicio Particular, para que el destino nuestro final no sea la eterna condenación, sino el cielo o el purgatorio.
“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. Aprendamos del administrador infiel, no en su pecado, que es el robo, sino en su astucia, en el saber obrar para hacerse amigos que luego lo puedan ayudar; obremos la misericordia espiritual y corporal y así obtendremos almas que intercedan por nosotros cuando lo necesitemos –sobre todo en el Juicio Particular- y, sobre todo, obtendremos el favor de la Abogada de los pobres, María Santísima.

martes, 24 de junio de 2014

“Tengan cuidado de los falsos profetas, que son lobos con pieles de ovejas”

         
“Tengan cuidado de los falsos profetas, que son lobos con pieles de ovejas” (cfr. Mt 7, 15-20). Jesús nos advierte acerca de los “falsos profetas” -sacerdotes o fieles laicos- presentes en la Iglesia, puesto que son, en un primer momento, difíciles de distinguir de los verdaderos: unos y otros, en apariencia, son como “ovejas”, es decir, mansos y, al menos en apariencia, tanto unos como otros, son humildes. El modo de distinguirlos, es por los frutos que dan, unos y otros: “Por sus frutos los reconocerán”.
Los verdaderos profetas, es decir, los verdaderos amantes de Dios Uno y Trino, al estar imbuidos del Espíritu Santo e inhabitados por lo tanto por la Santísima Trinidad, darán frutos de santidad, amor, misericordia, paz, alegría, caridad cristiana, justicia, serenidad, y quienes se acerquen a ellos podrán experimentar verdaderamente que el Dios del Amor y de la Paz vive en sus corazones, porque “de la abundancia del corazón habla la boca” y también los actos, y si un corazón está inhabitado por la Santísima Trinidad, los actos de esa persona, reflejarán el Amor de Dios Uno y Trino.

Los falsos profetas, por el contrario, aunque aparenten por fuera mansedumbre y humildad, al no tener en sus corazones la gracia santificante, no darán jamás frutos de santidad, porque de sus corazones, convertidos en cuevas oscuras en donde moran los demonios, brotan oscuros, siniestros y tenebrosos deseos, que luego se convierten en pensamientos y en obras aún más siniestras y oscuras, que reflejan su condición de hijos de las tinieblas. Los falsos profetas se reconocen fácilmente por la lengua, filosa, bífida y serpentina, que asesina a sus hermanos con la calumnia y la difamación, sin tener piedad de ellos, faltando gravemente a la caridad, y es esto lo que Jesús quiere decir cuando dice: “Por sus frutos los reconocerán”. Los falsos profetas se reconocen por su lengua bífida, como de serpientes, y por sus colmillos, como de lobos, que esconden debajo de su disfraz de ovejas.

viernes, 8 de noviembre de 2013

“Dame cuenta de tu administración”


“Dame cuenta de tu administración” (Lc 16, 1-8). Con la parábola de un administrador infiel que, ante la pérdida de su trabajo utiliza los bienes de su amo para luego recibir favores, Jesús no pretende, ni siquiera mínimamente, animarnos a lo mismo, es decir, a ser administradores infieles: por el contrario, el objetivo de la parábola es hacernos ver que también nosotros antes sus ojos somos administradores, pero no de bienes materiales, sino de invalorables bienes espirituales que nos han sido concedidos gratuitamente, comenzando por el don de la filiación divina en el Bautismo, siguiendo por el don del Espíritu Santo y sus dones en la Confirmación, y continuando por las innumerables Eucaristías en cada Santa Misa, sin contar con las Confesiones sacramentales y los cientos de miles de dones y gracias que recibimos a cada instante, aunque la mayoría de ellos pasen desapercibidos de nuestra parte y no reciban el agradecimiento merecido.
Jesús nos quiere hacer reflexionar acerca de este hecho –somos administradores y no dueños de bienes infinitamente más valiosos que los más valiosos bienes materiales, porque se trata de la gracia santificante recibida en los sacramentos- y del hecho de que, además de desagradecidos –nunca o casi nunca nos acordamos de agradecer por estos dones-, no somos buenos administradores, advirtiéndonos que los “hijos de este mundo”, que administran bienes de escaso valor, como los materiales, son “más astutos” que nosotros, que al menos en la teoría, somos “hijos de la luz”, por el solo hecho de haber sido engendrados como hijos adoptivos de Dios en el bautismo sacramental.
Es importante considerar esta parábola en lo que se refiere a nosotros –debemos vernos reflejados en el administrador, porque somos administradores de bienes celestiales-, porque se nos pedirá cuenta estricta del uso que hicimos de estos bienes. Por ejemplo, se nos pedirá cuentas sobre si, habiendo recibido el don de la filiación divina, nos comportamos verdaderamente como “hijos de la luz”, o como “hijos de las tinieblas”; se nos pedirá cuenta de cada invitación recibida para participar en el Banquete del Reino, la Santa Misa dominical, y si aceptamos las invitaciones, o las rechazamos, porque decidimos dejarla de lado por ocuparnos de asuntos mundanos; se nos pedirá cuenta de los dones del Espíritu Santo recibidos, como la conversión del cuerpo en “templo del Espíritu Santo” y si verdaderamente tratamos nuestro cuerpo como templo suyo, o si le dimos un trato indigno del Amor de Dios.

Finalmente, la pregunta que el dueño de la parábola hace al administrador; “Dame cuenta de tu administración”, nos la dirigirá Jesús a todos y cada uno de nosotros, el día de nuestra muerte, el día de nuestro Juicio Particular, y para poder rendir bien en esta cuenta, es que debemos ser astutos, no como los hijos de las tinieblas, sino como los hijos de la luz: “Sed mansos como palomas y astutos como serpientes” (Mt 10, 16).