viernes, 27 de octubre de 2023

“El Primer Mandamiento es amar a Dios y al prójimo como a ti mismo, con todas tus fuerzas”


 

(Domingo XXX - TO - Ciclo A – 2023)

“El Primer Mandamiento es amar a Dios y al prójimo como a ti mismo, con todas tus fuerzas” (Mt 22, 34-40). Le preguntan a Jesús cuál es el “mandamiento principal de la ley” y el que formula la pregunta a Nuestro Señor Jesucristo, está preocupado únicamente por el mandamiento que sea “el más grande de todos”[1]. Jesús le responde según lo que dice la Ley de Dios: “Amar al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser, agregando lo siguiente: "y al prójimo como a ti mismo”. La razón de la pregunta puede deberse a la gran cantidad de preceptos o mandamientos que poseía la ley: seiscientos trece (613) en total, la inmensa mayoría inventados por los hombres y por lo tanto cargados de superstición y de inutilidad -Jesús se los reprochará directamente en la cara-, los cuales se subdividían en “leves” y “graves”; los mandamientos “graves” se subdividen a su vez en “pequeños” y “grandes”. En cuanto a los mandamientos considerados “graves” y “grandes” se consideraban tan graves, que la profanación de estos últimos sólo se podía expiar con la muerte. Precisamente, será la supuesta profanación de los mandamientos “graves” y “grandes”, lo que servirá de soporte legal a los fariseos, para acusar injustamente a Jesús: la acusación es la de auto-proclamarse como Dios Hijo, al atribuirse Jesús la condición divina, cuando dice que Él “proviene del Padre” y que “nadie conoce al Padre sino el Hijo”. Ambas declaraciones son absolutamente verdaderas, puesto que Jesús es Dios, es la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo, que se encarna en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, adquiriendo para sí el nombre de “Hombre-Dios”. Pero esto, que es Verdad, constituye para los fariseos, un delito, una profanación de los mandamientos “graves” y “grandes” que solo pueden expiarse con la muerte y es la razón por la cual los fariseos piden a Pilato la pena máxima, la pena capital, la muerte en cruz. En otras palabras, decir la Verdad, proclamar la Verdad Absoluta sobre Dios que es Uno y Trino, constituye para los fariseos un delito gravísimo que merece la pena de muerte. Los fariseos no pueden recibir la Verdad Revelada, Cristo Jesús, porque voluntariamente han rechazado a la Verdad de Dios, a la Sabiduría de Dios, colocándose de modo inmediato como “hijos del Padre de la mentira”, esto es, Satanás; esta condición de los fariseos de adhesión voluntaria al Padre de la mentira y de rechazo de Jesús, que es la Sabiduría de Dios, hará que Jesús los califique como integrantes de la “sinagoga de Satanás”.

Con relación al Primer Mandamiento, es “el más importante” porque coloca al hombre, con todo su ser, su alma y su cuerpo, en relación de amor directa con Dios. Las palabras con las que comenzaba el Primer Mandamiento (Dt 6, 5), que iniciaban la oración que se rezaba dos veces al día, eran el “Shemá Israel” o “escucha Israel”, que es como decir: Escucha, oh hijo mío” y hacen que este mandamiento sea el más importante porque recomiendan, con amor paternal, desde el inicio, la sumisión del corazón (para los hebreos, el corazón era la sede de la inteligencia) y del alma (el alma era el principio de la sensibilidad: emociones, sentimientos, etc.) a Dios, es decir, la sumisión total del hombre a Dios y esto con todo amor y en verdad, porque Dios es el Creador del hombre en su cuerpo y en su alma y es justo por lo tanto que el hombre ame a Dios con todo su ser, su cuerpo y su alma y “con toda su fuerza”. Por otra parte, Nuestro Señor le agrega a este mandamiento el amor al prójimo (Lev 19, 18) considerándolo como un “segundo mandamiento”, lo cual demuestra que Jesús quiere unir el primero y el segundo en uno solo, sin separarlos o disociarlos, pero además de unirlos en uno solo, Jesús reduce y simplifica drásticamente la cantidad de preceptos que había que cumplir para ser justos ante Dios: de seiscientos trece, a dos y de dos, a uno: “Amarás a Dios y a tu prójimo como a ti mismo”. De esta manera, en el Primer Mandamiento, el hombre logra el objetivo y el fin de su existencia y de su ser en esta vida, al indicársele que debe hacer un triple acto de amor espiritual: a Dios, al prójimo y a sí mismo, teniendo siempre presente que no se puede amar al prójimo si no se ama a Dios, ya el verdadero amor al prójimo no es más que un desborde del verdadero amor a Dios. Luego, a partir de Cristo, se agrega otro aspecto, más profundo todavía, por el que se debe amar al prójimo: se ama al prójimo porque en el prójimo está Cristo misteriosamente presente y además porque el prójimo es “imagen y semejanza” de Dios, y esto quiere decir que no se puede amar al representado -Dios- sin amar su imagen -el prójimo-.

Nuestro Señor es el primero en presentar estos dos preceptos como uno, al tiempo que le da a la palabra “prójimo” un sentido más amplio. De estos dos preceptos penden la “ley y los profetas”. De esta manera, Jesús eleva a la perfección la ley de la caridad.

Llegados a este punto, debemos preguntarnos en dónde radica la novedad del Mandamiento de Jesucristo, porque si no hay novedad, entonces las religiones católica y judía girarían en torno a un mandato central y esencial, común a ambas religiones, pero esto no es así, desde el momento en que el mandamiento de Jesucristo, el de la religión católica, es tan diferente al mandamiento judío, que se puede decir que son verdaderamente distintos, aun cuando su formulación sea la misma. Entonces, ¿en dónde está la novedad del mandamiento de Cristo? La novedad del Primer Mandamiento después de Jesús, es que el amor con el que se debe amar a Dios, al prójimo y a sí mismo, no es más el limitado amor humano, débil por naturaleza, contaminado por la mancha del pecado original, que se deja llevar por las apariencias, sino en un amor desconocido para el hombre: el Amor de Dios, la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. Entonces, para el cristiano, el Primer Mandamiento, el más importante, ya que “reúne o resume en sí a la Ley y los Profetas”, continúa siendo, en su formulación, el mismo de los judíos, en el que se debe hacer un triple acto de amor espiritual: a Dios, al prójimo y a uno mismo, solo que ahora el amor con el que se debe amar a Dios, al prójimo y a uno mismo, es el Divino Amor, la Tercera Persona de la Trinidad, que se comunica de modo universal a la Iglesia en Pentecostés y a cada alma en particular, si está en gracia, por supuesto, desde el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Así, por la Comunión Eucarística, recibimos el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, no con nuestro limitado amor humano, sino con el Divino Amor, el Espíritu Santo.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder,m Barcelona 1957, 444.

miércoles, 25 de octubre de 2023

“Hipócritas, interpretan el tiempo climatológico pero no el signo de los tiempos”

 


“Hipócritas, interpretan el tiempo climatológico pero no el signo de los tiempos” (Lc 12, 54-59). Jesús califica muy duramente a sus discípulos por el hecho de que, sabiendo interpretar el clima atmosférico, es decir, sabiendo, por el aspecto de las nubes o por el tipo de viento que corre, si va a llover o no, si hará calor o no, sin embargo, guardan silencio en cuanto a discernir “el signo de los tiempos”.

Para comprender un poco mejor la actitud de Jesús, podríamos recordar que se entiende como “signo de los tiempos” al estado espiritual y moral de la sociedad y de la historia en un momento determinado del tiempo.

Ahora bien, este duro reproche y calificativo que da Jesús a sus discípulos en ese tiempo, nos llega también a nosotros, puesto que somos también discípulos de Jesús. Entonces, también Jesús nos puede decir: “Hipócritas, interpretan el tiempo climatológico pero no el signo de los tiempos”. Y con mucha mayor razón todavía, puesto que los sistemas de medición y de pronóstico del tiempo climatológico están muy avanzados por un lado y por otro, están a disposición de cualquiera en cualquier momento, lo único que hace falta es tener la aplicación o programa adecuado y se el registro de las temperaturas, el viento, la lluvia o el sol, en el espacio de horas, de días o incluso de meses. Entonces, en nuestros días, como en los de Jesús, nadie puede decir: “No sé qué tiempo va a hacer hoy”, porque con la precisión de los métodos de medida por satélite, el estado del clima en cualquier parte del mundo está al alcance de cualquier persona.

Entonces, si sabemos discernir el tiempo climatológico, entonces es que también sabemos discernir el “signo de los tiempos”. ¿Y cuál es el signo de los tiempos para nuestro tiempo? Podríamos decir que no es solo uno, sino varios: el relativismo, el materialismo, la apostasía, el renegar de fe católica recibida en el bautismo, el desconocimiento y el rechazo de los sacramentos, sobre todo la confesión y la Eucaristía, el preferir lo natural, aunque sea pecado, como el concubinato, antes que lo santo, como el matrimonio sacramental, la destrucción de la familia diseñada por Dios -esposo-varón, esposa-mujer e hijos- y la sustitución de decenas o cientos de familias alternativas o ensambladas, hechas todas según el gusto del hombre y no el designio de Dios, el rechazo del Amor de Dios expresado en el don de su Sagrado Corazón en cada Eucaristía, prefiriendo dejar al Hombre-Dios Jesucristo plantado en el altar, para ir a realizar literalmente cualquier tipo de actividad que se desee, y así se podría seguir hasta el infinito.

“Hipócritas, interpretan el tiempo climatológico pero no el signo de los tiempos”. Prestemos atención a las advertencias de Jesús, porque estamos a tiempo de cambiar nuestros corazones para convertirnos a Él, que baja desde el cielo en cada Santa Misa, para quedarse en la Eucaristía, para que lo recibamos por la Comunión, con el corazón purificado por la Confesión sacramental. Prestemos atención a las palabras de Jesús, mientras haya tiempo de hacerlo.

martes, 24 de octubre de 2023

“He venido a traer fuego al mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”

 


“He venido a traer fuego al mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!” (Lc 12, 49-53). Jesús expresa en voz alta el objetivo principal de su ingreso en el tiempo y en la historia de la humanidad, proviniendo eternamente del seno del Padre: el comunicar el Fuego del Padre y del Hijo a todos los hombres. Es obvio que el fuego que Él ha venido a traer al mundo no es el fuego material, el fuego terreno, el que todos conocemos, el fuego que existe desde que existe la humanidad, desde Adán y Eva. Es obvio que tampoco se trata del fuego del Infierno, el fuego reservado para los ángeles rebeldes y para los hombres impíos. Se trata de un fuego distinto, no conocido por los hombres, conocido por las Divinas Personas del Padre y del Hijo, porque es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, que une al Padre y al Hijo desde toda la eternidad. Es un fuego conocido también por los ángeles, pero solo por los ángeles buenos, los ángeles que, con San Miguel a la cabeza, se opusieron a la soberbia impía del Dragón infernal arrojándolos del cielo para siempre. Es un fuego celestial, divino, de origen divino, que se origina en el Acto de Ser divino trinitario de las Tres Divinas Personas; es el Fuego del Divino Amor con el que el Padre ama al Hijo en su seno desde la eternidad y es el Fuego del Divino Amor con el que el Hijo ama al Padre desde toda la eternidad. Es el Fuego del Amor Divino, el Fuego que Jesús ha venido a traer; es un fuego que enciende a las almas y a los corazones en el Divino Amor; es un fuego que, al contrario del fuego terreno y del fuego del Infierno, no solo no provoca dolor, sino que embriaga en el Divino Amor a todo aquel al que alcanza; es un fuego que no destruye, que abrasa pero no consume, es un fuego que dura para siempre, es el Fuego del Amor Divino, que Él donará a la Iglesia Universal en Pentecostés, pero es también el fuego que, al impregnar su Sagrado Corazón Eucarístico, Él lo comunica al alma en cada comunión eucarística, convirtiendo así a cada comunión sacramental en un pequeño Pentecostés para el alma que está dispuesta a dejarse incendiar por este Divino Amor.

“He venido a traer fuego al mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”. No solo en Pentecostés, sino en cada Comunión Eucarística, Jesús nos comunica el Fuego del Divino Amor. Que por intercesión de la Santísima Virgen, nuestros corazones sean como pasto seco o como madera reseca, para que al contacto con el Fuego de Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, nuestros corazones se enciendan en el Amor Divino.

“Estén preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre”

 


“Estén preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 39-48). Jesús relata la parábola del siervo diligente y del siervo perezoso. Para entenderla, reemplazamos los elementos naturales por los sobrenaturales.

La “Hora menos pensada” en la que llegará el Hijo del hombre, representa ya sea la hora de la muerte personal de cada uno, lo cual nadie lo sabe excepto Dios, como así también su Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final. El siervo diligente, el que está atento a la venida de su amo y cumple con la tarea que le encomendó, dar la ración a la servidumbre según corresponda, es el alma que, iluminada por la luz de la fe y de la gracia, hace todo lo posible para estar preparada para el encuentro con su Señor, ya sea en la hora de su muerte o bien en el Día del Juicio Final. Es aquel que reza, que frecuenta los sacramentos, que lleva en su corazón y en su mente la Ley de Dios, el que es misericordioso con sus hermanos. Ese tal será “dichoso”, dice Jesús, porque su amo “lo pondrá al frente de todos sus bienes”, lo cual significa que lo conducirá al Reino de los cielos.

Por el contrario, el siervo perezoso y violento, al que no le preocupa la llegada de su amo, y se pone a emborracharse y a golpear a todo el que se le cruza, será despedido por su amo cuando llegue de improviso, recibiendo la condena “de los que no son fieles”, es decir, es el alma que no vive en gracia, que no se preocupa por vivir en gracia, que le da lo mismo obrar o no obrar la misericordia, que no confiesa sus pecados en el Sacramento de la Penitencia, que no recibe el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía; este tipo de alma no solo no será recompensada por su señor cuando regrese -no recibirá nada de Nuestro Señor en el Juicio Particular-, sino que irá, por propia decisión, al lugar “donde no hay redención”.

“Al que más se le dio, más se le pedirá”, dice Jesús. No es lo mismo saber y no obrar en consecuencia, que sí hacerlo. Puesto que sabemos, porque se nos ha dado mucho más que a otros, debemos entonces obrar en consecuencia, comenzando por obrar la misericordia: así estaremos preparados para cuando llegue el Señor y ayudaremos a otros a que también lo estén.

“Dichoso el criado a quien su señor, al regreso, lo encuentre en vela”


 

“Dichoso el criado a quien su señor, al regreso, lo encuentre en vela” (Lc 12, 35-38). Para entender el dicho de Jesús, debemos tener en cuenta que los elementos naturales se tienen que reemplazar por los sobrenaturales. Así, el señor que regresa, es Nuestro Señor Jesucristo, quien regresa, ya sea el día en el que debemos partir de esta vida a la otra, o que regresa en su Segunda Venida en la gloria; el criado es el alma del bautizado, que debe estar “en vela”, es decir, no durmiendo, sino en estado de vigilia, esperando precisamente el regreso de su señor. Esto quiere decir que todo cristiano tiene que estar preparado para el día en el que deba partir de esta vida a la otra, es decir, debe estar preparado para la muerte, para poder afrontar el severo juicio del Justo Juez, quien juzgará sus obras personales en lo que el Catecismo llama “Juicio Particular”, juicio de cuya sentencia depende nuestro destino eterno, cielo o infierno, siendo el purgatorio la antesala del cielo, y juicio cuyo resultado será ratificado, es decir, no será modificada la sentencia, en el Día del Juicio Final. “Estar en vela”, significa que el alma debe estar en gracia, por la recepción de la gracia santificante a través de la Confesión Sacramental y la Eucaristía; “estar en vela”, además, significa tener las manos llenas de obras de misericordia, de manera que Nuestro Señor Jesucristo pueda decir a dicha alma: “Ven, bendito de mi Padre, al Reino que está preparado para ti”.

Que nuestra Madre del Cielo interceda para que no caigamos en el sueño de la falta de fe, de la ausencia de la gracia, de la carencia de obras de misericordia, para que estemos en grado de salir al encuentro de Nuestro Señor cuando Él nos llame ante su Presencia.

viernes, 20 de octubre de 2023

“Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”

 


“Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Lc 12, 1-7).  Jesús advierte a sus discípulos acerca del rasgo distintivo, en el orden espiritual y moral, de los fariseos, los hombres religiosos de la época de Jesús, los hombres encargados del Templo, de la enseñanza y práctica de la Ley de Dios. De lo que deben cuidarse sus discípulos es de la hipocresía de los fariseos. Esto nos lleva a recordar y a repasar, brevemente, qué es el “ser hipócrita”.

Según la definición de la Real Academia Española, el hipócrita es “el que actúa con hipocresía” y a la vez, la definición de hipocresía es: “Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamen-te se tienen o experimentan”[1]. Es decir, el hipócrita es aquel que, exteriormente, finge sentimientos opuestos a los que en realidad experimenta interiormente. Puesto que Jesús es Dios, Él conoce a la perfección el interior de cada persona, conoce cada pensamiento, cada sentimiento, desde que nace hasta que muere; conoce los pensamientos que tendremos hasta el fin de nuestros días y por esa razón es que acusa a los escribas y fariseos de “hipócritas” y esto en relación a la religión: mientras por fuera aparentan ser hombres piadosos y religiosos, que están en el templo orando todo el día, y así fingen virtud y piedad, en realidad, por dentro, como dice Jesús, “están llenos de huesos de muertos y de podredumbre”, porque están llenos de vicios y de pecados, de egoísmo y de orgullo; por esto es que Jesús los compara con sepulcros blanqueados, por fuera parecen piadosos y buenos, pero por dentro sus corazones son los corazones de víboras espirituales, oscurecidas por las sombrías tinieblas de la oscuridad del Abismo del Infierno.

“Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. Ahora bien, si Jesús nos advierte de que debemos “cuidarnos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”, es porque también nosotros, si no estamos atentos a los movimientos de nuestro propio corazón, si no prestamos atención a las mociones del Espíritu Santo, si nos dejamos llevar por nuestro propio egoísmo, soberbia y orgullo, en donde en todo debe prevalecer lo que “yo” digo, podemos caer en el mismo error de los fariseos. La solución para no caer en la soberbia de los fariseos, que es en última instancia, participación en la soberbia del demonio, es la imitación del Sagrado Corazón de Jesús, según sus palabras: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.



[1] Hipocresía, Del gr. ὑποκρισία hypokrisía.1. f. Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan; cfr. https://dle.rae.es/hipocres%C3%ADa

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

 


(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2023)

         “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). En este Evangelio, los fariseos tratan de atrapar a Jesús con una pregunta. Para poder entender un poco mejor lo que ocurre entre Jesús y sus enemigos, es necesario colocar la escena en el contexto que la caracteriza. Por un lado, no hay que olvidar que Palestina estaba ocupada por un imperio extranjero, el imperio romano, por lo cual se debía pagar obligatoriamente un impuesto a Roma; de ahí la pregunta que harán los fariseos acerca de si debe pagar o no el tributo al César. Por otro lado, quienes van a preguntar a Jesús, son estudiantes del rabinato, es decir, son integrantes religiosos, que no han alcanzado todavía el grado de rabinos; estos van acompañados por el grupo de los herodianos, una secta política y no religiosa, partidarios de la dinastía de Herodes el Grande, los cuales quieren ver restablecido el poder político del rey de los judíos desde el punto de vista terreno, el rey Herodes. Es importante tener en cuenta que los fariseos, que eran antiherodianos, no compartían las creencias religiosas de los fariseos, o sea, eran enemigos entre sí; sin embargo, a pesar de esta enemistad, los dos grupos coincidían en su táctica de sumisión y obediencia transitoria a Roma y su imperio y puesto que los dos grupos -fariseos y herodianos- estaban satisfechos con este status quo, con esta situación de las cosas, los dos también estaban interesados en sofocar o reprimir cualquier movimiento que pudiera aparecer como amenazante de esta situación de conformidad con la sumisión a Roma.

Ambos grupos comienzan su interpelación a Jesús con un cumplido, con un halago, pero no porque realmente pensaran que tenían esta consideración a Jesús, sino para desarmar emocionalmente a su interlocutor -Jesús- tratando desde el inicio de ponerlo de su lado. Como saben que Jesús es un Maestro religioso que tiene independencia de juicio -no se deja arrastrar por las mentiras de ninguno-, tratan de sonsacar, de Jesús, una declaración que rompiera el status quo, el objetivo de estos dos grupos el de hacer decir algo a Jesús que fuera contra el Imperio Romano, con lo cual tendrían algo para acusarlo ante las autoridades romanas, como, por ejemplo, del delito de conspiración y de rebelión contra las autoridades romanas. Insisten tendenciosamente en la bien conocida independencia de juicio del Maestro y su franqueza frente al poder constituido. Insistiendo en esto, parece como si esperasen una declaración antirromana por parte de Jesús.

El uso de la palabra “tributo” parece abarcar, en este pasaje, no solo un impuesto, sino todos los impuestos que han de ser pagados por los judíos al poder civil, dominante, los romanos. La pregunta que le hacen los fariseos y los herodianos es hecha con total mala fe, puesto que hacía mucho tiempo que fariseos y herodianos habían acomodado sus conciencias al pago del tributo -en otras palabras, le van a preguntar a Jesús si se debe pagar el tributo a Roma, cuando ellos ya han decidido, desde hace tiempo, que sí se puede pagar; en consecuencia, le y plantean a Jesús un dilema. Si Jesús les a aconseja no pagarlo, que era la respuesta que ellos esperaban, para poder así acusarlo ante las autoridades romanas, acudirían de inmediato ante los romanos para acusarlo de sedición contra el imperio. Esta situación había ya ocurrido con el pseudomesías Judas el galileo, el cual, rebelándose contra el pago del tributo, había sido abatido por los romanos, hacía unos veinte años antes, el 7 d. C. y esta situación es la que los judíos quieren que se repita. La otra respuesta posible, es que aconsejara pagar el tributo, con lo cual vería su liderazgo y su imagen de Mesías perjudicadas ante el pueblo, puesto que para el pueblo el mesianismo es interpretado en un sentido terrenal, en el sentido de independencia del yugo extranjero. Nuestro Señor, conociendo la falsedad de la pregunta y la doble trampa que implica, podía negarse a responder, pero no lo hace.

         Como otras veces, pregunta a sus opositores para que contribuyan a su propia ruina y le para esto, le muestran un denario de plata, la moneda romana con la que era muy frecuente pagar las contribuciones. La moneda era probablemente de Tiberio (14-37 d. C.), con la cabeza laureada de este emperador, en el anverso, y la inscripción: “Ti (berius) Caeser Divi Aug (usti) F(ilius) Augustus”. La lógica de Jesús es que, la moneda, como se ve claramente, procede del César, es del César y es natural que deba serle “devuelta”. De esta manera, Jesús coloca a las transacciones civiles en un plano y a los derechos de Dios en otro, con lo cual no existe entre ambos ningún antagonismo inevitable, con tal que (como sucedía en el caso de las relaciones de Roma con los judíos) las exigencias políticas no obstaculicen los deberes de los hombres para con Dios. La respuesta es sencillísima, pero asombra a los adversarios porque ni siquiera habían pensado en el sencillo principio de donde brota. El mesianismo para ellos era inevitablemente un movimiento político y su dilema resultaba exhaustivo y fatal. Lo que ellos no tenían en cuenta es que la naturaleza del mesianismo de Nuestro Señor es del orden espiritual, con lo cual suministra la tercera alternativa, que consiste no en un compromiso, sino en una obligada delimitación de esferas de competencias: “Al César lo que es del César; a Dios, lo que es de Dios”. Con esta respuesta, Jesús desarma intelectualmente a sus opositores y desarma también la trama que le habían tendido: según ellos, si respondía que sí había que pagar el tributo, entonces era culpable del delito de sedición y de resistencia a la autoridad civil, en este caso el Imperio Romano; si respondía que sí había que pagar, entonces lo acusarían ante sus seguidores, diciéndoles que su Maestro era un servidor de Roma y no de Israel, con lo cual buscaban debilitar la fe que los discípulos tenían en Él y así disminuir en gran número a quienes se sumaban a Cristo.

         Dada esta respuesta de Jesús y puesto que es la respuesta para nosotros, debemos entonces preguntarnos qué es lo que le corresponde al César y qué es lo que le corresponde a Dios, en nuestra vida personal. Al César, entendido como la autoridad civil, el gobierno actual, el régimen de gobierno, etc., le corresponde lo que es del César, es decir, los impuestos, tomados en sentido general, pero esto, también tiene sus límites, según la doctrina católica, como por ejemplo: no se deben pagar impuestos excesivamente gravosos, o a políticos corruptos, o impuestos que financien actividades homicidas y anticristianas, como el aborto, la eutanasia, la ideología LBGBT, o que financien cualquier actividad política dirigida a la sociedad pero que sea contraria a los principios cristianos, como las actividades de las ideologías anticristianas como el socialismo, el comunismo, el liberalismo, la masonería, etc. Nada de este debe solventar el verdadero cristiano, puesto que está incurriendo en falta con Dios. Si el impuesto es justo, regresa en obras para la sociedad y no es contrario a la doctrina de Cristo, entonces sí se debe pagar.

         ¿Y qué es lo que debemos dar a Dios? A Dios, lo que es de Dios: nuestro acto de ser y nuestra existencia, porque es nuestro Creador; debemos darle nuestra alma y nuestro cuerpo, porque nos rescató al precio de su Sangre Preciosísima derramada en la Cruz, convirtiendo nuestro corazón en sagrario viviente para la Sagrada Eucaristía y nuestro cuerpo en templo del Espíritu Santo. Puesto que somos suyos, somos de su pertenencia, somos más hijos de Dios que de los propios padres biológicos, debemos entregarle nuestros pensamientos, siempre elevados a Él, pensamientos que deben ser de adoración hacia la Trinidad, de agradecimiento, de reparación; pensamientos que deben ser, para con el prójimo, de perdón, de misericordia, de paz, de comprensión, de caridad; a Dios le pertenecen nuestras palabras, que siempre deben ser de bondad, de misericordia, de perdón, porque deben surgir del corazón renovado y purificado por la gracia; a Dios le pertenecen nuestras obras, las cuales deben ante todo demostrar la fe, ya que la fe sin obras está muerta y a Dios le pertenece nuestra fe, la cual debe demostrarse con obras de misericordia. Solo así daremos "al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios".

miércoles, 18 de octubre de 2023

“Si echo demonios, es porque ha llegado el Reino de Dios”



“Si echo demonios, es porque ha llegado el Reino de Dios” (Lc 11, 15-26). Jesús responde de esta manera a quienes, luego de que Jesús hiciera algún exorcismo públicamente, lo acusan de actuar bajo las órdenes de Belzebú, uno de los ángeles más poderosos del Infierno. Jesús les hace ver que esto no puede ser, porque si un reino “va a una guerra civil” -es decir, si hay peleas internas-, “va a la ruina”. En pocas palabras, es imposible que Jesús expulse demonios con el poder de los mismos demonios y como tampoco lo puede hacer con las solas fuerzas humanas, entonces la conclusión lógica es lo que dice Jesús, que Él expulsa demonios con el poder de Dios, lo cual es además signo de que el Reino de Dios ha llegado ya a los hombres.

La necesidad de exorcismos es apremiante para el ser humano, pues los demonios son tantos y tan poderosos, que tienen, desde el pecado original de Adán y Eva, a toda la humanidad cautiva con su poder maligno. Su número es tan grande que, si se hicieran visibles, si se pudieran ver a simple vista, “cubrirían la luz del sol” en todo el planeta, tal como le responde un demonio al Padre Amorth en un exorcismo.

La llegada del Mesías, Cristo Jesús, que es el Rey del reino de los cielos, viene a destruir las obras de demonio y viene para vencer, por su misterio pascual, a los tres grandes enemigos de la humanidad: el demonio, el pecado y la muerte.

“Si echo demonios, es porque ha llegado el Reino de Dios”. La expulsión de demonios, por parte de Jesucristo, que ejerce sobre ellos su omnipotencia divina, es signo de que el Reino de Dios ha llegado a los hombres y que, paralelamente, el reino de las tinieblas ha iniciado su fin en la tierra, culminando para siempre en el Día del Juicio Final, cuando el demonio y sus ángeles apóstatas sean arrojados al Abismo del Infierno.

Mientras tanto, la actividad demoníaca aumenta cada vez más, por lo que cada vez más es necesaria la actividad exorcística llevada a cabo por la Iglesia y el sacerdocio ministerial, a través de los cuales actúa Dios, concediéndoles la participación en su omnipotencia divina, para expulsar demonios en nombre de Dios. 

lunes, 16 de octubre de 2023

“Se os pedirá cuenta de la sangre de los profetas”


 

“Se os pedirá cuenta de la sangre de los profetas” (Lc 11, 47-54). El Hombre-Dios Jesucristo acusa, a escribas y fariseos, de ser los descendientes de quienes mataron a los profetas y, de modo particular, a los escribas, de tener “la llave del saber” y de “no entrar ellos” y de tampoco “dejar entrar” a quienes querían entrar.

Las acusaciones de Jesús no son infundadas ni mucho menos, son reales; tampoco es que Jesús sabe que los profetas fueron asesinados porque alguien se lo dijo, sino que Él lo sabe porque es Dios, es decir, es Él, quien, a través del tiempo, envió a profetas, a hombres sabios, a hombres justos, al Pueblo Elegido, para anunciarles la pronta Llegada del Mesías, para que cambiaran sus corazones, para que dejaran de cometer maldades y siguieran la Ley de Dios, para que dejaran de adorar a los ídolos demoníacos de los paganos y adorasen al Único Dios Verdadero y sin embargo, los integrantes del Pueblo Elegido, los judíos, no hicieron caso de los avisos y advertencias de Dios y no solo no cambiaron de vida, no solo no cambiaron sus corazones, sino que los volvieron incluso todavía más endurecidos, contra Dios y su Ley, contra Dios y sus Mandamientos, apedreando y matando a los profetas enviados por Dios.

Los descendientes de esos escribas y fariseos continúan en la misma senda, con el agravante de que ahora ya no se enfrentan a los enviados de Dios, sino a Dios en Persona, al Hijo de Dios encarnado, Jesús de Nazareth y lo hacen con el mismo sentimiento de rechazo y con el mismo deseo homicida, deseo que en definitiva lo cumplen cuando, con sus maquinaciones, sus intrigas, sus mentiras, sus calumnias, apresan a Jesús y lo condenan a muerte luego de un juicio inicuo. En la misma línea deicida se encuentran los escribas y los doctores de la Ley quienes, en teoría, al ser conocedores de la Ley de Dios, deberían ser los primeros en dar ejemplo de cumplimiento, para que así los demás entrasen al Reino, pero como los acusa justamente Jesús, se apoderan de las llaves de la sabiduría y ni entran ellos -porque no viven según la Ley de Dios- ni tampoco dejan entrar a los demás -porque con sus malos ejemplos, hacen que las almas se alejen de Dios y de su Ley-.

“Se os pedirá cuenta de la sangre de los profetas”. La dura advertencia de Jesús también puede cabernos a nosotros, porque si bien podemos aducir que no hemos matado objetivamente a ningún profeta, nos hacemos imitadores de quienes sí lo hicieron y nos hacemos partícipes de quienes se adueñaron de las llaves de la sabiduría, toda vez que no hacemos caso de la Ley de Dios, toda vez que hacemos caso omiso a las advertencias de la Iglesia de la necesidad de la confesión frecuente y de la comunión en estado de gracia, toda vez que preferimos el pecado antes que la gracia. No hay nada peor para un alma que dejarla librada a sí misma y eso lo sabe bien la Iglesia de Satanás, cuyo primer mandamiento es: “Haz lo que quieras”. No obremos según nuestra propia voluntad, imitemos a Jesús en el Huerto de los Olivos, diciéndole a Dios: “Señor, que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Solo así estaremos en grado de seguir a Jesús por el Camino de la Cruz, el único Camino que lleva al Cielo.

martes, 10 de octubre de 2023

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa

 



         Le piden a Jesús que “les enseñe a orar” y Jesús enseña el Padrenuestro. Esta oración tiene la particularidad de que no solo es enseñada en Persona por Nuestro Señor Jesucristo, sino que podemos decir que se vive en la Santa Misa. Veamos la razón.

         “Padrenuestro que estás en el cielo”: le rezamos a nuestro Padre que está en el cielo, pero en la Santa Misa, si bien se celebra en la tierra, se hace Presente, sobre el altar eucarístico, el cielo en el que está nuestro Padre celestial, el cual envía a su Hijo Jesucristo, por el Espíritu Santo, a la Sagrada Eucaristía.

         “Santificado sea tu Nombre”: el Nombre de Dios, Tres veces Santo, es santificado por Nuestro Señor Jesucristo en Persona, al renovar en el altar eucarístico su Santo Sacrificio de la Cruz, de modo incruento y sacramental.

         “Venga a nosotros tu Reino”: por la Santa Misa, viene a nuestro presente, a nuestro aquí y ahora, no solo el Reino de Dios, sino el Rey del Reino de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, en la Sagrada Eucaristía.

         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad santísima de Dios es que todos nos salvemos por medio del Santo Sacrificio de la Cruz y en la Santa Misa, Nuestro Señor Jesucristo cumple la voluntad del Padre, al renovar de manera incruenta y sacramental el Sacrificio de la Cruz, por el cual somos salvados.

         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en la Santa Misa, Dios Padre no solo nos provee del pan material, el pan de la mesa, el alimento del cuerpo, sino sobre todo el Pan de Vida eterna, que nutre al alma con la Vida Divina del Cordero de Dios, Cristo Jesús.

         “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: por la Santa Misa, Dios Padre nos perdona nuestros pecados incluso antes de que se lo pidamos, puesto que por pedido suyo, Nuestro Señor Jesucristo entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el Cáliz, para el perdón de nuestros pecados.

         “No nos dejes caer en la tentación”: por la Santa Misa, recibimos la fuerza divina del mismo Hijo de Dios, Jesucristo, al comulgar la Sagrada Eucaristía y con esta fuerza divina no solo no caemos en la tentación, sino que crecemos cada vez más en la imitación del Cordero de Dios, Cristo Jesús.

         “Y líbranos del mal”: en la Santa Misa somos librados del mal en persona, el ángel caído, Satanás, la Serpiente Antigua, porque por el Santo Sacrificio del altar, Nuestro Señor Jesucristo aplasta la cabeza de este monstruo del Infierno, derrotándolo para siempre, sepultándolo en el Infierno.

         Por todas estas razones, vemos que el Padrenuestro es una oración que no solo se reza, sino que se vive en la Santa Misa.

 

sábado, 7 de octubre de 2023

“¡Ay de ti Corozaín, Ay de ti Betsaida, Ay de ti Cafarnaúm, si en las ciudades paganas se hubieran hecho los milagros hechos en ustedes, hace rato se habrían convertido!”


 

“¡Ay de ti Corozaín, Ay de ti Betsaida, Ay de ti Cafarnaúm, si en las ciudades paganas se hubieran hecho los milagros hechos en ustedes, hace rato se habrían convertido!” (cfr. Lc 10, 13-36). Jesús se lamenta por las ciudades hebreas y la razón es que estas ciudades, en las cuales Jesús ha realizado innumerables prodigios y milagros, a pesar de eso, no se han convertido al Señor y han continuado sus vidas de pecado y las contrapone con ciudades paganas, como Tiro y Sidón, en donde no se hicieron estos milagros, pero si se hubieran hecho, dice Jesús, “hace tiempo que se habrán convertido, vestidos de sayal y sentados en ceniza”.

Jesús se lamenta por las ciudades hebreas porque estas, a pesar de los milagros realizados en ellas por el Hombre-Dios, en vez de convertirse, han endurecido sus corazones y han persistido en el pecado, en la idolatría, en el rechazo del verdadero Dios. Al mismo tiempo, nombra a ciudades paganas en las que no se realizaron esos milagros, pero como Él es Dios, sabe que si en estas ciudades se hubieran hechos los mismos milagros que en las ciudades hebreas, habrían reconocido a Cristo como al Mesías y habrían hecho penitencia, como signo de la conversión del corazón.

“¡Ay de ti, Corozaín!”. La misma queja, los mismos ayes, los dirige Jesús hoy, desde el sagrario, a una gran cantidad de católicos, comparándolos también con los paganos, con los que no conocen la verdadera y única Iglesia de Dios, la Iglesia Católica, porque de haber conocido estos milagros, hace rato se habrían convertido.

En otras palabras, los “ayes” de Jesús, dirigidos a las ciudades hebreas, se dirigen a nosotros, las personas que, por el bautismo, pertenecemos al Nuevo Pueblo Elegido. En las ciudades están representadas las personas y así, en las ciudades judías como Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, debemos vernos reflejados nosotros, porque en nosotros Dios obró milagros, prodigios y maravillas que no recibieron los que viven en el paganismo. Por ejemplo, Dios nos ha concedido la gracia de la filiación divina en el Bautismo sacramental; nos ha concedido alimentarnos con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad con la Eucaristía; nos ha concedido el don de la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, por la Confirmación, y todos estos son dones de gracia admirables que no han recibido innumerables personas de buena voluntad que están en religiones falsas o en sectas y que, si los hubieran recibido, hace rato se habrían convertido hacia Jesús Eucaristía. Si no queremos escuchar, de parte de Jesús, estos “ayes” en el Día Terrible del Juicio Final, empecemos por reconocer los grandes dones y milagros que Jesús ha obrado en nosotros y comencemos la conversión eucarística, dando frutos de santidad -mansedumbre, templanza, paciencia, caridad, fortaleza, alegría, obras de misericordia-, de manera que nos encontremos en grado de ganar el Reino de los cielos.

miércoles, 4 de octubre de 2023

“Los usurpadores mataron al hijo del dueño de la viña”


 

(Domingo XXVII - TO - Ciclo A – 2023)

“Los usurpadores mataron al hijo del dueño de la viña” (Mt 21, 33-43). Jesús relata a sus discípulos lo que se conoce como “parábola de los viñadores asesinos”. A simple vista, con un análisis superficial, podría tratarse de un simple caso de tintes policiales: un grupo de labradores arrenda una viña con el propósito aparente de quedarse con el fruto del trabajo, pero llegado el momento en el que los arrendatarios deben pagar al dueño de la viña lo que le corresponde, no solo no lo hacen, es decir, no pagan nada, sino que su actitud para con los enviados del dueño se va haciendo cada vez más violenta, hasta incluso llegar a matar al mismo hijo del dueño, enviado por este, pensando que por ser su hijo, lo iban a respetar. Jesús finaliza la parábola con una enseñanza: la viña será dada a otros arrendatarios, quienes sí la harán rendir con frutos.

La parábola se entiende cuando los elementos naturales se reemplazan por los sobrenaturales. Así, el dueño de la viña es Dios Padre; la viña es primero la sinagoga y luego la iglesia Católica; los enviados del dueño de la vid, son los diversos profetas, justos y hombres santos, enviados por Dios para preparar al Pueblo Elegido para que se conviertan y así se preparen para la Primera Venida del Mesías, Cristo Jesús, Aquel que habría de nacer “de una Virgen”, según los profetas; los arrendatarios primeros, los que no quieren pagar la renta y golpean a los enviados del dueño, hasta llegar a cometer el homicidio contra el hijo del dueño de la viña, es decir, los arrendatarios homicidas, son el Pueblo Elegido, los judíos, quienes apedrean primero a los profetas de Dios enviados a ellos, cuando los profetas les predican la necesidad de la conversión del corazón y el dejar de cometer maldades y de adorar a ídolos falsos; los arrendatarios segundos, es decir, el segundo grupo de arrendatarios, que respetarán al dueño de la vid y le hará dar los frutos que corresponde, porque trabajarán en la viña, son los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, que de hecho vienen a ocupar el puesto de los primeros arrendatarios, los que no quisieron ni devolver la viña, ni tampoco reconocer al hijo del dueño, llegando incluso a asesinarlo; el hijo del dueño de la vid es el Hijo de Dios, engendrado, no creado, por Quien todo fue hecho, es el Verbo del Padre que procede eternamente del seno del Padre, es la Sabiduría del Padre, en Quien el Padre tiene todas sus complacencias, es el Salvador de la Humanidad, el Hombre-Dios, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios, que se encarna por obra del Espíritu Santo para así cumplir su misterio pascual de Muerte y Resurrección, que continúa y prolonga su Encarnación en la Sagrada Eucaristía; la muerte del hijo del dueño es la Muerte en Cruz del Hijo de Dios encarnado, Cristo Jesús, Quien así cumple su misterio pascual, al resucitar al tercer día, para llevar Consigo al Cielo a todos aquellos que lo sigan por el Camino Real de la Cruz; los frutos de la viña, ya sea la de los primeros arrendatarios, como los de los últimos arrendatarios, que sí harán trabajar a la viña, son frutos de santidad, son los racimos de la vid que, unidos a la Vid Verdadera que es Cristo, recibirán de Él la savia vivificante, la vida de la gracia, que hace vivir al alma con la vida de la Santísima Trinidad.

“Los usurpadores mataron al hijo del dueño de la viña”. No debemos pensar que nosotros, por el hecho de estar bautizados en la Iglesia Católica, nos merecemos por este solo hecho la aprobación del Dueño de la Viña, que es Dios Padre, Dueño de la Iglesia Católica: si no damos frutos de santidad, es decir, de mansedumbre, de humildad, de pobreza evangélica, de caridad al prójimo, de amor sobrenatural a Dios Hijo Presente en Persona en la Eucaristía, recibiremos el mismo trato que recibieron los arrendatarios homicidas: seremos echados fuera del Reino de Dios y nuestro lugar será ocupado por quien sí desee ser santo y perfecto, como Santo y Perfecto es Dios Uno y Trino. Trabajemos en la Viña del Señor, para dar frutos de santidad en esta vida y así ganar el Reino de los cielos en la vida eterna.

 

martes, 3 de octubre de 2023

“Quien pide, recibe”

 


“Quien pide, recibe” (Mt 7, 7-11). Jesús nos anima a pedir, a buscar y a llamar y la razón es que, “a quien pide, se le da”, “el que busca, encontrará” y “al que llame, se le abrirá”. ¿A quién hay que pedir, en quién tenemos que buscar y a quien tenemos que llamar? Jesús mismo nos lo dice, cuando trae como ejemplo la acción de un padre humano: si un padre, que por el pecado original está inclinado al mal, sin embargo, si su hijo le pide pan, no le dará una piedra, sino pan y si le pide pescado, no le dará una serpiente, sino pescado, mucho más hará Dios por sus hijos adoptivos, ya que Dios es Bondad, Misericordia y Amor infinitos, eternos, increados.

En nuestra época, caracterizada por un materialismo opresivo, producto de ideologías anticristianas como el liberalismo y el comunismo; en nuestra época, caracterizada por el deseo de gozar del presente, sin preocupación alguna por el pasado o por el futuro, puesto que solo importa la diversión, en esta época nuestra, en la que el hombre satisface sus sentidos con placeres sensibles y terrenales, los cuales dejan como secuela dolor, tristeza, amargura y vacío del alma, es en esta época, en la que debemos plantearnos qué es lo que debemos pedir, qué debemos buscar y a quién debemos llamar.

“Quien pide, recibe”. Si esto es así, debemos preguntarnos qué debemos pedir, qué o a quién debemos buscar y adónde debemos llamar, para que se nos abra.

Como cristianos, como hijos de Dios, debemos pedir el alimento del alma, el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía; debemos buscar el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero de Dios, Cristo Jesús; debemos llamar a las Puertas del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, para que Jesús nos abra las Puertas de su Corazón y así ingresar en Él y ser bañados en su Sangre y ser purificados y santificados con el Amor que anida en el Corazón de Jesús, el Espíritu Santo. Si hacemos esto, tendremos el germen de la vida eterna aun viviendo en el tiempo y viviremos por anticipado la alegría del Reino de Dios.

lunes, 2 de octubre de 2023

“¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para acabar con ellos?”

 


“¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para acabar con ellos?” (Lc 9, 51-56). Esta frase de los discípulos de Jesús nos revela varios datos interesantes. Por un lado, revela que, a los discípulos más estrechos de Jesús, les ha sido concedida la participación en los poderes divinos de Jesús; es decir, Jesús, siendo Dios, tiene poder sobre la naturaleza y sobre todo lo creado, como por ejemplo, el hacer caer “fuego del cielo”, literalmente, tal como sucedió en Sodoma y Gomorra y es este poder divino del cual los discípulos son hechos partícipes.

Por otro lado, revela que los discípulos de Jesús, si bien son conscientes del poder divino que han recibido de parte de Jesús, no han comprendido sin embargo el mandato de Jesús en relación a los enemigos: Jesús ha venido no solo para abolir la ley del Talión que prescribía el devolver la misma cantidad de daño recibida por el enemigo: “Ojo por ojo y diente por diente”, sino para instaurar una nueva ley, basada en la caridad o amor sobrenatural al prójimo por amor a Dios: “Amen a sus enemigos”. Los discípulos de Jesús no han entendido o no han asimilado esta nueva ley de la caridad de Nuestro Señor Jesucristo y por eso es que piden permiso a Jesús para aniquilar a sus enemigos –en este caso, los samaritanos-, haciendo caer fuego del cielo sobre ellos.

La respuesta de Jesús esclarece la situación: “Ustedes no saben a qué espíritu pertenecen” y es precisamente eso, el hecho de ya no pertenecer al espíritu de la venganza humana, del rencor, de la enemistad para con el enemigo. Los discípulos ahora pertenecen al Espíritu de Dios, el Espíritu del Divino Amor, que une en el Amor Eterno al Padre y al Hijo.

Por último, Jesús sí quiere enviar otro fuego, pero es un fuego distinto al fuego destructor de la tierra; es un fuego que no destruye ni calcina aquello que alcanza, porque es un fuego que no quema los cuerpos, sino que enciende las almas en el Amor de Dios y este Fuego Santo es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo. Es el Fuego que Jesús, ya resucitado y glorificado, enviará junto al Padre a la Iglesia, en Pentecostés; es el Fuego que concederá el Amor Divino a los integrantes de la Iglesia Católica y hará que se asombren quienes lo puedan comprobar: “Mirad cómo se aman”.

“¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para acabar con ellos?”. Nuestro Señor Jesucristo quiere que toda la humanidad se encienda en  el Fuego del Divino Amor y para ello envía, a lo más profundo del ser de quien lo reciba sacramentalmente, el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo.