miércoles, 26 de febrero de 2020

La Cuaresma es tiempo de conversión



(Domingo I - TC - Ciclo A - 2020)

          Con el Miércoles de Cenizas, la Iglesia inicia un nuevo tiempo de Cuaresma. Este tiempo de Cuaresma es un tiempo de gracia y su objetivo es lograr la conversión del alma. ¿Qué significa conversión? Para darnos una idea, traigamos a la memoria el ciclo del girasol: cuando es de noche, el girasol se encuentra doblado hacia el suelo y con su corola cerrada; a medida que se acerca el amanecer, cuando la estrella de la mañana indica que está por finalizar la noche y por comenzar el día, el girasol inicia un movimiento en el cual se yergue y, cuando el sol aparece en el cielo, su corola se abre y se orienta hacia el sol y a medida que el sol se desplaza por el cielo, el girasol, con su corola completamente desplegada, sigue el desplazamiento del sol por el cielo. Para comprender la alegoría, debemos reemplazar los elementos del ciclo del girasol por elementos espirituales y sobrenaturales. Así, el girasol es el alma; la noche es el tiempo que vive el alma alejada de Dios, en el pecado, lo cual es opuesto a la conversión y a la vida de la gracia; el girasol orientado en la noche hacia el suelo, significa el alma sin gracia y sin conversión, que está toda inclinada hacia las cosas de la tierra, dominada por las bajas pasiones; la estrella de la mañana, que indica el fin de la noche y el comienzo del día, representa a la Virgen, Lucero de la mañana, que indica el fin de la oscuridad para el alma y el comienzo de una nueva vida, la vida de la gracia en Cristo Jesús; el sol que aparece en el cielo, en el amanecer, indicando el inicio de un nuevo día, representa a Cristo Dios, llamado también “Sol de justicia”, que ilumina al alma con su luz y le concede la vida de la gracia; por último, el girasol, con su corola desplegada y mirando al sol y siguiéndolo en su recorrido por el cielo, significa el alma en gracia, que “sigue a Cristo dondequiera que vaya” y que ya tiene puesto su corazón en el cielo y ya no en la tierra.
          La Cuaresma es entonces este tiempo de conversión, en la que el alma, si no está convertida, debe buscar la conversión, esto es, mirar con los ojos del alma a Cristo Dios y tener su corazón en el Reino de los cielos y no en esta tierra. Para lograr este objetivo, es que la Iglesia dispone este tiempo de gracia que es la Cuaresma, para que el alma, por medio de la oración, el ayuno, la penitencia y las buenas obras, sea como el girasol en pleno día: que siga a Cristo Dios “dondequiera que vaya” y desee habitar en el cielo y ya no más en la tierra.

Viernes después de Cenizas



(Ciclo A – 2020)

         “Los amigos del Esposo ayunarán cuando les sea quitado el Esposo” (cfr. Mt 9, 14-15). Los discípulos de Juan el Bautista se acercan a Jesús y le preguntan cuál es la razón por la cual sus discípulos no ayunan, como sí lo hacen en cambio ellos y los fariseos. Jesús contesta con una respuesta enigmática: “¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán”. Es decir, Jesús les dice que, mientras sus discípulos estén con el esposo, no harán ayuno; en cambio sí lo harán, cuando el esposo les sea quitado. Para entender la respuesta de Jesús, hay que comprender a qué se refiere Jesús cuando dice “esposo” y es a Él mismo: en efecto, Jesús es el Esposo de la Iglesia Esposa lo cual quiere decir que cuando Jesús dice “esposo”, se está refiriendo a Él mismo. Es de este modo entonces que se entiende la respuesta de Jesús: antes de que el Esposo-Jesús sufra la Pasión, los discípulos suyos no harán ayuno, porque están con el Esposo; cuando el Esposo-Jesús les sea quitado por la Pasión y Muerte en Cruz, entonces sí harán ayuno. Éste es el sentido de la respuesta de Jesús.
         Y si bien Jesús ha resucitado y está glorioso y resucitado en la Eucaristía y por eso podemos decir que el Esposo está con nosotros, la Iglesia ha establecido que el ayuno sea una forma de oración válida para alcanzar las gracias de Dios que necesitamos. La Cuaresma es el tiempo más propicio para el ayuno –ayuno sobre todo de obras malas, pero ayuno también de alimentos, un día determinado y según las posibilidades de cada persona-, porque es el tiempo litúrgico que más nos acerca a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, el tiempo en el que el Esposo de la Iglesia Esposa es quitado por la muerte en Cruz.




Jueves después de Ceniza



(Ciclo A – 2020)

         “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9, 22-25). Jesús está hablando no a sus discípulos, sino a sus potenciales discípulos, a sus potenciales seguidores y les dice cuáles son las condiciones para seguirlo, para ser su discípulo. Ante todo, dice: “Si alguno quiere venir en pos de Mí”, es decir, seguir a Jesús o no seguirlo, según sus propias palabras, depende de la libertad de cada uno, ya que Jesús no dice imperativamente: “Síganme”, sino: “Si alguno quiere”, es decir, lo deja al libre arbitrio de cada uno. Ser o no ser discípulos de Jesús no es algo impuesto, sino algo libre; del mismo modo que seguir a Jesús es algo libre, también entrar en el cielo es algo libre, porque nadie entrará en el cielo en contra de su propia voluntad.
         Luego dice: “en pos de Mí”: el cristiano sigue a Cristo, no sigue ni a un famoso de televisión, ni a un artista de cine, ni a un cantante de moda: el cristiano sigue a Cristo y Cristo es Dios y seguir a Dios tiene sus exigencias. Aunque parezca una banalidad aclararlo, es necesario, porque algunos siguen a Cristo, pero a su modo, o siguen a un cristo que se han inventado a sí mismos, o dicen seguir a Cristo, pero en realidad siguen a otros. Quien sigue a Cristo, entonces, sigue a Dios, que está encarnado en Cristo Jesús y debe cumplir con las exigencias de vida que este seguimiento implica.
         Para quien se ha decidido libremente a seguirlo y a seguirlo como Dios Hijo encarnado, Jesús da las condiciones que implica este seguimiento: “que se niegue a sí mismo” y luego “que tome su cruz de cada día” y recién emprenda el seguimiento: “y me siga”.
         “Que se niegue a sí mismo”. ¿Qué significa “negarse a sí mismo”? Significa negarnos en nuestras pasiones, en nuestro hombre viejo, en nuestras concupiscencias, todo consecuencia del pecado original. El que sigue a Cristo lo hace no como hombre viejo, cargado de pecado, de pasiones y de concupiscencias, sino como el hombre nuevo, el hombre redimido por la gracia, el hombre vivificado por la Sangre del Cordero de Dios. Esto implica, entre otras cosas, vivir cada día en la Ley de Dios, según sus Mandamientos y no según nuestro propio yo.
         Por último, ¿qué significa “tomar la cruz de cada día”? Significa que vivir en gracia, evitar el pecado, rechazar las tentaciones, vivir según los Mandamientos de la Ley de Dios, recibir los sacramentos, hacer oración y obras de caridad, no es para una sola vez, sino para siempre, para cada segundo, para cada hora, para cada día, para todos los días, hasta el día en que tengamos que partir de esta vida para alcanzar la vida eterna. Esto es lo que significa “tomar la cruz de cada día”. No se es cristiano sólo el Domingo, sino los siete días de la semana, y todos los días del año.
         “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga”. No somos cristianos por el hecho de haber sido bautizados solamente: además del bautismo, ser cristianos implica seguir a Cristo Dios cargando la cruz de cada día y negándonos a nosotros mismos. La Cuaresma es el tiempo de gracia que Dios nos concede para que lo hagamos.
        


lunes, 24 de febrero de 2020

Miércoles de Cenizas


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(Ciclo A – 2020)

          ¿Qué significado tiene la ceremonia del Miércoles de Cenizas, en la que el sacerdote impone las cenizas en las frentes de los fieles, en forma de cruz mientras dice: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”? Tiene un significado sobrenatural, de origen celestial y es el siguiente: en el Miércoles de Cenizas, la Iglesia nos recuerda qué es lo que somos y en qué nos convertiremos, aunque también, implícitamente, nos recuerda lo que todavía no somos y en qué nos convertiremos. Nos recuerda que somos “polvo”, con lo cual quiere decir que nos recuerda que vivimos en la vida terrena, una vida que es pasajera, que termina pronto y que esto que somos y que con frecuencia creemos que es definitivo, se convertirá en “polvo” y que por eso “volveremos al polvo”. La Iglesia nos recuerda que esta vida no es definitiva; nos recuerda que esta vida es pasajera; nos recuerda que debemos vivirla como quien está de viaje o, como dice Santa Teresa, “en una mala noche, en una mala posada”. Así es exactamente esta vida: una mala noche en una mala posada; como tal, así como la noche es breve y da lugar al amanecer, así sucede con esta vida: es breve, es corta, termina en un soplo -no en vano el Salmo dice: “Nuestra vida, Señor, pasa como un soplo”- y nada de lo material que tengamos en esta vida terrena, nos llevaremos a la otra vida. Por esta razón, no tiene sentido acumular bienes materiales ni poner en ellos el corazón, porque nada, absolutamente nada material, nos habremos de llevar al otro mundo.
          Es esto entonces lo que la Iglesia nos recuerda: que estamos destinados a la muerte, que cada día que pasa, nuestros pasos nos encaminan a la tumba, porque somos polvo y en polvo -por la muerte- nos convertiremos. Pero no todo termina en la muerte terrena: ésta es sólo un umbral que nos permite atravesar lo que nos separa de la otra vida, la vida eterna, en donde nos esperan dos fuegos: el fuego del Infierno y el fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Lo que debemos tener en cuenta, al recordar los fuegos que nos esperan en la otra vida, es que no estamos pre-destinados a uno u otro, sino que nosotros elegimos, con nuestras obras, a qué fuego queremos ir, libre y voluntariamente. Para que no elijamos el fuego del Infierno, es que la Iglesia nos anima, al colocarnos las Cenizas, que nos convirtamos, es decir, que dejemos de mirar las cosas terrenales y bajas de esta vida, para elevar la mirada del corazón y elevarla a Cristo Crucificado, único camino hacia el Cielo, en donde nos espera el Fuego del Amor Divino, el Espíritu Santo.
          “Conviérte (…) recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”. Éste es el sentido del Miércoles de Cenizas: por un lado, recordar que somos polvo, que estamos destinados a la muerte eterna, pero también recordarnos que estamos destinados a la vida eterna y que para alcanzar esta vida eterna, debemos convertirnos, para así poder llegar al Reino de los cielos. El tiempo de Cuaresma es tiempo de oración, ayuno y penitencia, para lograr, por la misericordia de Dios, la gracia de la conversión.

domingo, 23 de febrero de 2020

“Amen a sus enemigos”



(Domingo VII - TO - Ciclo A – 2020)

          “Amen a sus enemigos” (Mt 5, 38-48). En el Antiguo Testamento regían dos actitudes hacia el prójimo: por un lado, en el Levítico se dice que se lo debe “amar como a uno mismo”; por otro lado, regía la ley del Talión, según la cual, para hacer justicia, se debía responder “ojo por ojo y diente por diente”. Nuestro Señor Jesucristo introduce una novedad absoluta en relación al prójimo y es el amor de caridad: por un lado, dice que los cristianos deben “amarse unos a otros”; por otro lado, en relación al prójimo que es enemigo, dice que los cristianos deben “amar a sus enemigos”. Entonces, según Nuestro Señor Jesucristo, no cabe otra cosa en relación al prójimo que el amor, ya sea que ese prójimo sea nuestro amigo o sea nuestro enemigo: “ama a tu prójimo como a ti mismo, amen a sus enemigos”. No cabe, para el cristiano, otra actitud que el amor, en relación a su prójimo.
           Ahora bien, hay otra aclaración que debe ser hecha y es qué tipo de amor es el que deben los cristianos aplicar a sus prójimos. En el Antiguo Testamento, cuando en el Levítico se manda amar a Dios y al prójimo, ese amor es meramente humano, porque se manda amar “con todas las fuerzas” y eso significa con todas las fuerzas humanas, con todo el amor humano. Además de esto, hay que considerar la ley del Talión, ley por la cual en el Antiguo Testamento se aplicaba una justicia que no contemplaba el perdón. Jesús cambia las cosas de modo radical y substancial, porque no solo manda amar al prójimo en toda circunstancia -sea amigo o enemigo-, sino que manda amarlo con un amor que no es el humano o, en todo caso, con un amor humano divinizado por la gracia, ya que Jesús dice: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” y el Amor con el que Jesús nos ha amado no es un amor humano sino un Amor Divino, porque es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. En efecto, Jesús, en cuanto Dios, espira el Espíritu Santo junto al Padre y es con este Amor del Padre y del Hijo con el cual Cristo nos ama. Otra diferencia con el Antiguo Testamento es que Jesús nos ama con un Amor que no sólo es divino, sino que es un Amor que lleva a la Cruz, ya que Jesús nos amó hasta morir en Cruz.
          “Amen a sus enemigos”. Para el cristiano, en relación a su prójimo amigo, no basta con el amor meramente humano del Antiguo Testamento y para su prójimo que es enemigo, no basta con el simple perdón: para ambos, Jesús exige algo nuevo, de origen celestial y es el Amor sobrenatural, el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, un Amor que debe ser dado desde la Cruz.

jueves, 20 de febrero de 2020

“Vade retro, Satán!”




“Vade retro, Satán!” (Mt 8, 27-33). Uno de los aspectos que más asombra en este Evangelio es, por un lado, la doble respuesta de Pedro, constituida por dos afirmaciones que se oponen entre sí la una a la otra; por otro lado, lo que sorprende es también la doble respuesta de Jesús, consistente en afirmaciones dirigidas a las respectivas respuestas de Pedro. La primera reacción de Pedro, positiva, y que se acompaña de una afirmación también positiva de Jesús, es la respuesta de Pedro ante la pregunta de quién piensan los discípulos que es Jesús: el único en responder de modo correcto es Pedro, cuando dice que Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios”. A esta respuesta de Pedro, le sigue una felicitación de Jesús hacia Pedro, puesto que lo que ha respondido, en substancia, le ha sido inspirado, no por su razón humana, sino por el Espíritu del Padre, el Espíritu Santo. La segunda reacción de Pedro, esta vez negativa, es después de que Jesús les revelara anticipada y proféticamente su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio que habría de implicar su juicio injusto, su condena a muerte y su muerte en cruz, para luego resucitar: Pedro se opone con vehemencia a este misterio de la cruz y es esto lo que desencadena la sorprendente reacción de Jesús, quien le dice: “Vade retro, Satán!” a Pedro. Es decir, en el instante anterior, Jesús había felicitado a Pedro porque sus pensamientos no eran de su razón humana, sino que había sido inspirado por el Espíritu Santo; inmediatamente después, en la misma conversación, Jesús reprende a Pedro porque le dice que sus pensamientos son humanos y diabólicos, al rechazar la cruz y que estos pensamientos sean de origen satánico se deduce por la forma en que Jesús se dirige a Pedro: no le dice: “Vade retro, Pedro!”, sino: “Vade retro, Satán!”, afirmando implícitamente que quien le sugiere rechazar la cruz no es en este momento el Espíritu de Dios, sino el espíritu infernal, Satán. En síntesis, Pedro, sin darse cuenta tal vez, es inspirado por dos espíritus: cuando reconoce a Jesús como el Mesías e Hijo de Dios, es inspirado por el Espíritu Santo; cuando rechaza la cruz y se aparta de Jesús, es inspirado por el demonio.
“Vade retro, Satán!”. Debemos estar atentos a nuestros pensamientos y tener bien presente este episodio del Evangelio, porque lo que le sucedió a Pedro, también puede sucedernos a nosotros: cuando aceptamos la cruz de cada día, como camino de purificación espiritual y como camino que nos conduce al cielo, entonces estamos inspirados por el Espíritu Santo; cuando rechazamos la cruz y nos alejamos de Jesús -de la oración, de los sacramentos, de la Misa-, entonces estamos inspirados por Satanás.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Jesús cura a un ciego




Jesús cura a un ciego (cfr. Mc 8, 22-26). En el momento en el que Jesús llega a Betsaida, un ciego le suplica que lo toque para quedar curado. Jesús le pone saliva en los ojos y le impone las manos y el ciego comienza a ver, aunque a medias, ya que ve a los hombres “como si fueran árboles”. Luego Jesús le vuelve a imponer las manos y es entonces cuando el ciego recupera completamente la visión. Es decir, la curación se produce en dos etapas. Además del milagro real, efectivamente sucedido en el tiempo y en el espacio y del que fue beneficiario una persona determinada, en la curación del ciego de Betsaida debemos ver un elemento simbólico: en su curación está representada la conversión de toda alma. En efecto, esto es así porque la ceguera representa, simbólicamente, al alma que no puede ver, sobrenaturalmente, por la fe, los misterios de la vida del Hombre-Dios Jesucristo: se trata de almas que, por decisión propia o porque no recibieron la gracia, no creen en el Hombre-Dios y su misterio salvífico de redención y por eso mismo discurren por la vida como ciegos espirituales. La curación en dos etapas, puede significar a su vez la conversión que se da en forma gradual, paulatina, por etapas, a diferencia de la conversión que se da en forma instantánea.
En relación a Jesús y a su misterio salvífico de muerte y resurrección, ¿somos como el ciego de Betsaida? ¿Voluntariamente rechazamos la gracia de la conversión y por lo tanto estamos ciegos ante el Misterio de los misterios de Dios, que es la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía? Si lo somos, es por decisión propia, porque todos los bautizados hemos recibido la gracia santificante en el bautismo. Si somos como ciegos, nos humillemos ante Jesús Eucaristía y, como el ciego de Betsaida, le pidamos la gracia de que nos conceda poder contemplarlo, por la fe, en el misterio eucarístico, para luego seguir contemplándolo y adorándolo por toda la eternidad.


martes, 18 de febrero de 2020

“¿Todavía no comprenden?”




“¿Todavía no comprenden?” (Mc 8, 14-21). Mientras están con Jesús en la barca, los discípulos se dan cuenta de que han llevado un solo pan, lo cual es insuficiente para todos y cuando Jesús les dice que se cuiden de levadura de fariseos y de la Herodes, piensan que Jesús les dice eso porque no han llevado pan. Esto lleva a una reacción de Jesús, en la que les reprocha el hecho de que no entienden ni sus palabras ni sus milagros y para esto Jesús trae a la memoria el milagro de la multiplicación de panes; cuando termina de recordárselos, les dice: “¿Y no acabáis de entender?”. ¿Qué es lo que les reprocha Jesús? Como dijimos, que sus discípulos no entienden ni sus palabras, ni sus acciones. No entienden sus palabras, porque cuando se refiere a que se cuiden de la levadura de los fariseos y de Herodes, no lo hace porque ellos se olvidaron el pan, sino que les está significando que se cuiden de la soberbia que hay en los corazones de los fariseos y en Herodes, simbolizada en la levadura; cuando trae a colación el milagro de la multiplicación de los panes, es para que ellos tomen conciencia de que “no sólo de pan vive el hombre” y que más que alimentarse con el pan terreno, el discípulo de Jesús tiene necesidad de alimentarse con el Pan de la Palabra de Dios, que sale de su boca; además, es para recordarles que Él es el “Pan Vivo bajado del cielo” y por eso necesitan alimentarse de Él, que es la Palabra de Dios encarnada, más que del pan terrenal.
“¿Todavía no comprenden?”. Muchos cristianos son como los discípulos: viven enfrascados en preocupaciones terrenas y se dicen cristianos, pero todavía no comprenden que el verdadero alimento es Jesús, la Palabra de Dios encarnada en la Sagrada Eucaristía.
La pregunta va dirigida también a nosotros: ¿todavía no comprendemos que el alimento del alma es el Pan de Vida eterna, Jesús Eucaristía?

domingo, 16 de febrero de 2020

“Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”



(Domingo VI - TO - Ciclo A – 2020)

          “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 5, 17-37). Jesús advierte a sus discípulos que si sus vidas como cristianos no son mejores que las vidas de los escribas y fariseos, “no entrarán en el Reino de los cielos”. No se trata de una especie de "competencia de virtudes": la razón es que la exigencia de vivir como cristianos es mucho más alta que la exigencia de vivir como no cristianos. A partir de Jesús, el alma del cristiano tiene la posibilidad de acceder a la vida de la gracia, principalmente a través de los sacramentos y esto es una novedad absoluta y sobrenatural para la vida espiritual del hombre. A partir de Jesús, y con la posibilidad de poseer su gracia en el alma, el hombre tiene la posibilidad de vivir una espiritualidad que es substancialmente distinta a la de cualquier otra religión, judaísmo incluido: por la gracia, el alma vive ya, desde esta tierra, con la inhabitación de la Trinidad en el alma, lo cual implica el hecho de que el alma vive ante la Presencia de Dios Uno y Trino, tal como lo hacen los bienaventurados ángeles y santos en el cielo. En otras palabras, vivir en gracia, es vivir anticipadamente la vida de los cielos, porque es vivir delante de la Presencia de Dios Uno y Trino. Esto explica el hecho de que el ser cristiano sea mucho más exigente que ser, por ejemplo, un judío del Antiguo Testamento, como lo eran los fariseos y los escribas y explica el hecho de que los actos de bondad y maldad no se midan ya extrínsecamente, es decir, por lo que aparece en el exterior, sino intrínsecamente. Esto se aclara con el ejemplo que pone Jesús: antes de Él, bastaba con no matar al prójimo, para cumplir la Ley; ahora, quien habla mal del prójimo o aún quien simplemente piense mal de él, comete un pecado delante de la Presencia de la Trinidad, que inhabita en el alma y por eso el juicio es más severo que si el alma no tuviera la gracia en ella.
          “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”. Vivamos en presencia de Dios, vivamos en gracia en esta vida terrenal y así esta vida terrenal se convertirá en un anticipo del Reino de los cielos.

jueves, 13 de febrero de 2020

“Tu fe te ha salvado”


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“Tu fe te ha salvado” (Mc 7, 24-30). Una mujer cananea, pagana, no hebrea, cuya hija está poseída por un demonio, acude a Jesús a pedirle ayuda. Todo lo que hace esta mujer es ejemplo de fe para los cristianos de todos los tiempos: por un lado, sabe distinguir entre enfermedad y posesión demoníaca, ya que sabe que su hija no está enferma, sino poseída por un demonio; por otro lado, aun siendo pagana y no hebrea, tiene fe en Jesús y su fe es una fe sumamente fuerte y sobrenatural, ya que reconoce a Cristo como el Hombre-Dios y esto se demuestra porque se postra ante Jesús, lo cual es signo explícito de adoración a Dios y por otro lado sabe y confía que Jesús, en cuanto Hombre-Dios, podrá hacer el milagro de expulsar al demonio del cuerpo de su hija. Otro ejemplo que nos da esta mujer es su fe en la bondad y la Misericordia Divina, porque cuando Jesús le dice que Él no puede hacer milagros para quienes no pertenecen al Pueblo Elegido, ella no duda en auto-humillarse y colocarse en la figura de los cachorros de perros que comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos -los hijos son los hebreos y Jesús le dice que ellos son destinatarios principales de sus milagros; ella a su vez se pone en la posición de cachorro de perro y no de hijo-, lo cual es una doble muestra de fortaleza: fortaleza de fe en Jesús como Dios, que puede hacer efectivamente el milagro, y demostración de humildad, porque aunque Jesús la trata como “cachorro de perro” al ser ella pagana y no hebrea, ella no lo toma a esto como un insulto, sino que se auto-humilla y acepta el ejemplo de Jesús, que por otra parte concuerda perfectamente con la realidad. También demuestra un intenso amor maternal, puesto que recurre a Jesús por amor, para que salve a su hija, por su Misericordia. Todo esto es lo que asombra al mismo Jesús y es lo que lo lleva a decirle: “Tu fe te ha salvado”, con lo cual la mujer cananea obtiene más de lo que pide: el exorcismo de su hija y la salvación de su propia alma.
“Tu fe te ha salvado”. La mujer cananea, que sería una no-cristiana de nuestros tiempos, es un absoluto ejemplo de fe, de humildad, de confianza en la Misericordia Divina y también de amor de madre. Todo un ejemplo a imitar para un católico del siglo XXI.

lunes, 10 de febrero de 2020

“Ustedes son la sal y la luz de la tierra”.



(Domingo V - TO - Ciclo A – 2020)

          “Ustedes son la sal y la luz de la tierra”. Para describir a sus discípulos, los cristianos, Jesús utiliza dos elementos de la vida de todos los días: la sal y la luz. El cristiano es “sal y luz de la tierra”. Para comprender la analogía de Jesús, hay que considerar qué hace cada elemento y qué sucede cuando estos elementos faltan: sin la sal, el alimento queda insípido, sin sabor alguno, al punto de ser rechazado por muchos; sin luz, el mundo queda a oscuras, a merced de las tinieblas. El cristiano debe ser como la sal y como la luz: así como la sal da sabor al alimento y lo hace apetecible, así el cristiano, con su ejemplo de vida, debe darle sabor sobrenatural a la vida y hacer apetecible lo sobrenatural; así como la luz permite ver el mundo y apreciar sus colores y su belleza, así el cristiano debe darle color sobrenatural y belleza sobrenatural a la vida, también con su ejemplo de vida.
          Pero Jesús advierte que la sal puede perder su sabor y la luz, si está en un lugar equivocado, no puede alumbrar: la sal que no sala sólo sirve para “ser tirada y pisoteada por los hombres” y la luz que no alumbra es, cuanto menos, inútil. Pues bien, así sucede con el cristiano que no es sal y que no alumbra, advierte Jesús y esto es así porque el ser sal y luz depende de Dios, en cuanto Dios concede la gracia y la participación a su vida divina, pero también depende del hombre, porque el hombre debe responder a la gracia obrando según la gracia. Si el hombre no obra según la gracia, obra como un pagano, es decir, se comporta como si no fuera ni luz ni sal de la tierra. ¿Cuándo sucede esto? Cuando el cristiano, habiendo recibido la gracia de los sacramentos, vive como si no los hubiera recibido, esto es, vive como si no fuera cristiano y es el vivir como paganos. El cristiano que no vive los Mandamientos de la Ley de Dios, que no cumple con los preceptos de la Iglesia, que no recibe los sacramentos, que no ora, que vive como si los sacramentos no existieran, ése es el cristiano que ha dejado de ser sal y luz de la tierra y es contra quienes advierte Jesús.
          “Ustedes son la sal y la luz de la tierra”. No debemos creer que por ser cristianos, por haber recibido el Bautismo, la Eucaristía y la Confirmación, ya somos sal y luz de la tierra; sólo si somos coherentes con el Amor recibido de parte de Dios y correspondemos con una vida cristiana plena de obras de misericordia, seremos en realidad sal y luz de la tierra. De lo contrario, seremos sal que no sala y luz que no alumbra.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Jesús resucita a un muerto y sana a la mujer hemorroísa


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Jesús resucita a un muerto y sana a la mujer hemorroísa (cfr. Mc 5, 21-43). En este Evangelio, Jesús realiza dos grandes milagros que muestran su condición de Hombre-Dios y no de un hombre santo más entre otros santos: resucita a la hija del jefe de la sinagoga, Jairo, y cura a la mujer hemorroísa. La curación de la hemorroísa se produce mientras Jesús se está dirigiendo a la casa de Jairo: a pesar de que la multitud lo apretujaba por todos lados y a pesar de que la mujer hemorroísa no lo toca a Él sino a su manto, Jesús se da cuenta que es la mujer quien ha tocado su manto y por eso pregunta, aunque ya sabe la respuesta, “quién ha tocado su manto”: “Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: “¿Quién tocó mi manto?”. Para los discípulos la pregunta les resulta extraña, porque la multitud rodea a Jesús y lo “apretuja por todos lados”, de modo que saber quién ha tocado el manto es, humanamente, imposible. Pero Jesús lo sabe por dos cosas: porque Él es Cristo Dios encarnado y porque, debido a la fe de la mujer, de su manto “salió una energía” curativa que curó instantáneamente a la mujer. A su vez, la mujer sabe que Jesús sabe que ha sido ella la que ha tocado el manto no de forma indiferente o inercialmente, sino con fe y por eso, al verse descubierta, se postra ante Jesús -adorándolo- y le confiesa que ha sido ella, recibiendo una respuesta llamativa de parte de Jesús: en efecto, Jesús no le dice: “Vete en paz, estás curada”, sino que le dice que por su fe ha sido salvada: la curación viene en un segundo y lejano lugar: “Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".” Esto sugiere que Jesús le ha concedido a la mujer más de lo que la mujer quería, porque la mujer sólo quería ser curada de su enfermedad, sus hemorragias, pero Jesús le concede la salvación: “Tu fe te ha salvado”. Sólo después de ser perdonada en sus pecados, le es concedida la curación del cuerpo que solicitaba: “Queda curada de tu enfermedad”. Por un lado, la fe de la mujer en Cristo en cuanto tal es tan grande, que le vale el perdón de los pecados; por otro lado, la misericordia de Cristo es tan grande, que le concede a la mujer un bien infinitamente mayor, no pedido por ella, como lo es el perdón de los pecados. En otras palabras, Jesús cura primero el espíritu, quitando el pecado y recién en segundo término le concede la curación corporal.
En cuanto al segundo milagro, el de la resurrección de la hija de Jairo, es un milagro que también sólo Él, en cuanto Dios hecho hombre, puede hacer: lo que hace Jesús en este caso es ordenar al alma de la niña, que ya se había separado del cuerpo -y por eso estaba muerta- que se reuniera nuevamente con su cuerpo, dándole la vida nuevamente.
Por último, estos dos grandiosos milagros nos delinean una grandiosa figura de Jesús: Jesús no es un profeta más entre tantos, no es un “hombre de Dios”, no es un “santo de Dios”, no es un hombre al que Dios acompaña con milagros su prédica: es Dios Hijo encarnado, quien con su propio poder perdona los pecados, concede la curación corporal y resucita muertos. Este mismo Jesús, Dios encarnado, es el que está en la Eucaristía, esperándonos para que vayamos a pedirle que cure nuestras almas enfermas de indiferencia e indolencia y que nos resucite a la vida de la fe.

domingo, 2 de febrero de 2020

Fiesta de la Presentación de Señor


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(Ciclo A - 2020)

          La Virgen Santísima y San José cumplen con lo prescripto por la ley, que establecía que luego del parto del primogénito, la madre debía presentarse en templo luego de cuarenta días para purificarse y debía llevar al niño para ofrecerlo al Señor. Al ingresar en el templo, se encuentran con el anciano Simeón, quien toma al niño entre sus brazos y profetiza que ese niño será la “luz de las naciones”.
          Visto con los ojos naturales y con la luz de la simple razón, lo que se puede observar es a una joven pareja que lleva a su hijo primogénito luego de cuarenta días, para cumplir con la ley de Moisés. Sin embargo, la escena no puede ni debe ser vista con la sola luz de la razón natural, sino con la luz de la fe, porque encierra en sí misma un misterio insondable, oculto por los siglos y ahora revelado en el Niño que lleva la Virgen entre sus brazos. ¿Cuál es este “misterio oculto y ahora revelado en el Niño de la Virgen”? El misterio que se revela -y que el anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, logra entrever- es que ese Niño, traído en brazos por la Virgen y presentado al templo, es la Luz Eterna de Dios, es el Hijo del Padre, Dios Eterno de Dios Eterno, Luz Eterna de Luz Eterna, que viene a este mundo, envuelto en “tinieblas y sombras de muerte” para iluminar el mundo, vencer a las tinieblas y hacer resplandecer la luz eterna de Dios Uno y Trino sobre toda la humanidad, mediante su misterio pascual de muerte y resurrección.
          Cuando el anciano Simeón toma al Niño entre sus brazos, no toma a un niño más entre tantos, sino al Niño Dios y es iluminado por la luz eterna que brota de su ser divino trinitario y es la razón de su profecía: “Ahora Señor puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Si el niño fuera un niño más entre tantos, no tendrían sentido las palabras del anciano Simeón, pero como no lo es, como es el Niño Dios, sus palabras se convierten en profecía.
          Por último, debemos considerar que nosotros, en cada Santa Misa, si bien no tomamos al Niño entre nuestros brazos, como el anciano Simeón, recibimos de Dios Trino una muestra de amor infinitamente más grande que la demostrada con Simeón, porque lo comulgamos, es decir, nos alimentamos con su Cuerpo y su Sangre en la comunión eucarística. Por esto mismo, nosotros, luego de cada comunión eucarística -hecha por supuesto con el alma purificada por el Sacramento de la Confesión-, podemos parafrasear a San Simeón y decir: “Ahora Señor puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque mi corazón se ha deleitado con el Cuerpo y la Sangre del Salvador, Cuerpo y Sangre que es luz y gloria eterna de Dios para salvar a la humanidad perdida”.

sábado, 1 de febrero de 2020

“¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”




“¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4, 35-41). Mientras Jesús y sus discípulos se encuentran en la barca, en medio del mar, se desencadena una tormenta, la cual va aumentando en intensidad, con vientos cada vez más fuertes y olas cada vez más altas. Llegados a un punto en el que parece que la barca está por hundirse, Jesús calma la tormenta en la que el viento y el mar, enfurecidos, amenazaban con hundir la barca. Un dato curioso es que, mientras se desarrollaba la tormenta y en lo más furioso de ésta, Jesús estaba en la barca, pero estaba dormido, por lo que los discípulos deben despertarlo y avisarle de la situación, para que Jesús actúe. Se trata de una situación poco menos que curiosa, ya que es extraño que alguien -y mucho más, el Hombre-Dios Jesucristo-, duerma en medio de una tormenta, aunque hay otro dato que es más curioso aun y es la respuesta que da Jesús a los discípulos, antes de calmar la tormenta. En efecto, Jesús les dice: “¿Aún no tienen fe?”. Esto puede indicar dos cosas: por un lado, que los discípulos no debían acobardarse frente a la tormenta y saber que Él habría de actuar, antes o después, para calmar la situación; otro elemento puede ser que ellos “no tienen fe” en el poder que Él les ha participado en cuanto discípulos suyos, y esto se ve cuando Jesús los envía a misionar y les comunica el poder de curar enfermos y expulsar demonios; además, hay un episodio en el que se puede constatar cómo los discípulos participaban, en cierto modo, de los poderes de Jesús, cuando Juan y Santiago le dicen a Jesús si no quiere que envíen “fuego del cielo” para destruir a los samaritanos que no querían recibirlos: Jesús, en su respuesta, no deja entrever que ellos no tengan ese poder, de hacer descender fuego material del cielo, como una participación a sus poderes de Hombre-Dios, sino que Él ha venido a traer “otro fuego”, el Fuego del Espíritu Santo, para encender los corazones en el Amor de Dios. Entonces, si los discípulos hubieran “tenido más fe”, ¿podrían haber ellos mismos detenido la tormenta, con el poder participado por el Hombre-Dios? No lo sabemos, aunque podemos suponer que sí. En todo caso, atendamos al reproche de Jesús y es la “falta de fe” de los discípulos en el poder de Jesús -utilizado en persona propia o participado a través de ellos- de que Jesús podía e iba a calmar la tormenta, aun cuando estuviera dormido.
“¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”. También en nuestros días se abate una tormenta sobre la Barca de Pedro, la Iglesia y también como en el Evangelio, Jesús, que sabemos que está en el Sagrario, parece dormido, como si no escuchara el ruido que la apostasía, como una furiosa tormenta, hace sobre la Iglesia. ¿Qué hacemos? Santa Teresita de Lisieux decía, comentando éste pasaje, que ella dejaría seguir durmiendo a Jesús. Siguiendo su consejo, entonces podemos decir que también nosotros dejamos a Jesús seguir durmiendo, seguros de que nada escapa a su control y voluntad. Pero sí le pedimos que aumente nuestra fe en su Presencia Eucarística.