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martes, 19 de noviembre de 2013

“Quiero alojarme en tu casa”


“Quiero alojarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Jesús le pide a Zaqueo “alojarse en su casa”. A los ojos de los demás, el pedido de Jesús provoca escándalo, porque Zaqueo es conocido por su condición de pecador, es decir, de alguien que obra el mal y puesto que el mal y el bien son antagónicos e irreconciliables, un hombre santo, como Jesús, no puede entrar en casa de un pecador, como Zaqueo, so pena de “contaminarse”. Esto llevaba a los fariseos, quienes se consideraban a sí mismos “santos y puros”, a no hablar siquiera con aquellos considerados pecadores, para no “contaminarse” de su mal, y es lo que justifica el escándalo que les produce el deseo de Jesús de querer alojarse en casa de Zaqueo.
Pero Jesús es Dios y por lo tanto, no se cree puro y santo como los fariseos, sino que Es Puro y Santo, por ser Él Dios de infinita majestad y perfección. Esta es la razón por la cual el corazón pecador que se abre ante su Presencia, ve destruido el pecado que lo endurecía, al tiempo que lo invade la gracia que lo convierte en un nuevo ser. Jesús no solo no teme “contaminarse” con el pecado, sino que Él lo destruye con su poder divino y lo destruye allí donde anida, el corazón del hombre. Sin embargo, la condición indispensable –exigida por la dignidad de la naturaleza humana, que es libre porque creada a imagen y semejanza de Dios, que es libre-, para que Jesús obre con su gracia, destruyendo el pecado en el corazón humano y convirtiéndolo en una imagen y semejanza del suyo por la acción de la gracia, es que el hombre lo pida y desee libremente este obrar de Jesús. Y esto es lo que hace Zaqueo, precisamente, puesto que demuestra el deseo de ver a Jesús subiéndose a un árbol primero y aceptando gustoso el pedido de Jesús de alojarse en su casa.
El fruto de la acción de la gracia de Jesús en Zaqueo –esto es, la conversión del corazón-, se pone de manifiesto en la decisión de Zaqueo de “dar la mitad de sus bienes a los pobres” y de “dar cuatro veces más” a quien hubiera podido perjudicar de alguna manera. Esto nos demuestra que el encuentro personal con Jesús, encuentro en el cual el alma responde con amor y con obras al Amor de Dios encarnado en Jesús, no deja nunca a la persona con las manos vacías: todo lo contrario, la deja infinitamente más rica que antes del encuentro, aunque parezca una paradoja, porque si bien Zaqueo renuncia a sus bienes materiales, adquiere la riqueza de valor inestimable que es la gracia de Jesús, la cual transforma su corazón de pecador, de endurecido que era, en un corazón que late al ritmo del Amor Divino.

“Quiero alojarme en tu casa”. Lo mismo que Jesús le dice a Zaqueo, nos lo dice a nosotros desde la Eucaristía, porque Él quiere alojarse en nuestra casa, en nuestra alma, para hacer de nuestros corazones un altar, un sagrario, en donde Él more y sea amado y adorado noche y día. Al donársenos en Persona en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, Jesús nos da una muestra de amor infinitamente más grande que la que le dio a Zaqueo, porque Jesús entró en la casa material de Zaqueo, pero no en su alma, y no se le dio como Alimento celestial, como sí lo hace con nosotros. Considerando esto, debemos preguntarnos si, al Amor infinito, eterno e inagotable del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús -demostrado y donado sin límites en cada comunión eucarística-, respondemos, al menos mínimamente, como Zaqueo. ¿Estamos dispuestos a dar “la mitad de nuestros bienes” a los pobres? ¿Estamos dispuestos a dar “cuatro veces más” a quien hayamos perjudicados, sea material o espiritualmente? Si no estamos dispuestos a esto, es que nuestro corazón, a pesar de entrar Jesús en nuestra casa, es decir, en nuestra alma, por la comunión eucarística, no ha permitido ser transformado por la gracia santificante. Y si esto es así, debemos pedir a San Zaqueo que interceda por nosotros, para que tengamos al menos una ínfima parte de ese amor de correspondencia con el que él amó a Jesús. 

domingo, 24 de febrero de 2013

“Sean misericordiosos, no juzguen, perdonen, den”





“Sean misericordiosos, no juzguen, perdonen, den” (Lc 6, 36-38). Jesús nos propone, en pocas líneas, un plan de vida sumamente sencillo, aunque muy exigente. Un plan que, de cumplirlo, nos llevaría a las más altas cumbres de la santidad en esta vida y a la más alta participación en la gloria y visión beatífica en la otra.
Cuando Jesús nos dice: “Sean misericordiosos, no juzguen, perdonen, den”, lo que está haciendo, en realidad, es proponernos que lo imitemos a Él en la Cruz:
-“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”. Jesús crucificado es la más grande muestra de Amor misericordioso por parte de Dios Padre, porque Él entregó a su Hijo en la Cruz para que nosotros fuéramos salvados; Jesús se interpuso entre la ira de la Justicia divina y nosotros, salvándonos de la muerte eterna. Cristo crucificado es el modelo a imitar por parte nuestra, cuando nos preguntemos cuál es la medida de la misericordia que debemos aplicar para con nuestros hermanos más necesitados.
-“No juzguen y no condenen, y no serán juzgados ni condenados, perdonen y serán perdonados”. Jesús en la Cruz no nos juzga o, si queremos, nos juzga con infinita misericordia, porque sus heridas abiertas y su Sangre derramada claman al Padre perdón y misericordia, y si Jesús hace esto con nosotros, no solo debería avergonzarnos el juzgar a los demás con tanta ligereza y con tanta malicia, sino que deberíamos ser siempre indulgentes para con nuestro prójimo, olvidando en nombre de Cristo todas las ofensas. Cristo en la Cruz no nos condena, y es la razón por la cual no debemos condenar con el juicio a los demás. Si Cristo nos perdona en la Cruz, no podemos no perdonar a nuestros enemigos.
-“Den, y se les dará”. Cristo en la Cruz nos da no de lo que le sobra, sino todo lo que tiene y lo que es: su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y nos lo da a nosotros, indigentes y menesterosos, para que nos enriquezcamos con el don de su Amor misericordioso. Si queremos saber cuánto tenemos que dar, material y espiritualmente, a nuestro prójimo que sufre, sólo tenemos que contemplar a Cristo en la Cruz, que nos da la totalidad de su Ser trinitario, sin reservas.
Cristo en la Cruz es misericordioso, no nos juzga ni condena, y nos da todo lo que tiene y todo lo que Es, pero también en cada Eucaristía renueva su misericordia, su indulgencia, su perdón y su don de sí mismo, porque se nos dona todo Él como don del Amor infinito del Padre. Si comulgamos, no podemos negar el auxilio a nuestros hermanos; no podemos juzgarlo y condenarlo, no podemos no perdonarlo, no podemos no dar “hasta que duela”, como dice la Madre Teresa.

viernes, 24 de agosto de 2012

Es duro este lenguaje…” (…) Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar



(Domingo XXI – TO – Ciclo B – 2012)
            “Es duro este lenguaje…” (…) Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar” (cfr. Jn 6, 60-69). Luego de auto-proclamarse como Pan de Vida eterna, que dará la vida eterna a quien coma su Cuerpo y beba su Sangre, Jesús recibe el reproche y el fastidio de quienes lo escuchan sin fe. Entre éstos, está también aquél que habrá de traicionarlo, Judas Iscariote. Nada de esto pasa desapercibido a Jesús: "Sabía quiénes no creían y quién lo iba a traicionar". 
         De esto se ve que la falta de fe sobrenatural en Jesús, se deriva en la traición y el abandono: muchos de los que no creen en sus palabras, lo abandonan, mientras que Judas lo traiciona. No es por lo tanto inocuo tener o no tener fe en Jesús: quien tiene fe sobrenatural y cree que Jesús es Dios, termina dando su vida por Él, como sucede con Pedro, que no lo abandona: "Sólo Tú tienes palabras de vida eterna". 
         Por el contrario, quien no ve a Jesús con los ojos de la fe de la Iglesia, iluminados por la luz del Espíritu Santo, lo ve con ojos puramente humanos, y con los ojos humanos se vuelve incomprensible su mensaje y su salvación, y así termina por abandonarlo: "Muchos de sus discípulos lo abandonaron". Y es la falta de fe lo que lleva a Judas Iscariote no solo a abandonarlo, sino ante todo a traicionarlo.
No es inocuo entonces tener o no tener fe en Jesús como Dios: quien ve a Jesús con ojos puramente humanos, no comprende su mensaje, que viene del cielo, y al no comprender su mensaje, lo reduce al nivel de su capacidad de comprensión, y como la capacidad de comprensión de la razón humana sin el auxilio divino es sumamente limitada, termina por rechazar lo que no comprende, y así le llama “enfermedad epiléptica” a lo que es posesión demoníaca; “imaginación de la comunidad de los primeros cristianos” a los milagros de multiplicación de panes y peces, de resurrección de muertos, de dominio sobre la naturaleza, y finalmente, al mismo Jesús, lo llama “hijo de José el carpintero”, lo cual quiere decir que cree en un Jesús que es simplemente hombre.
Ver con ojos humanos a Jesús, es el equivalente a abandonarlo, porque se cree en un Evangelio totalmente distinto.
         Trasladado a nuestro tiempo, abandonan el Evangelio y la Iglesia de Jesús aquellos que creen que Jesús murió y no resucitó: para estos, lo que hay que hacer es buscar su cuerpo muerto en alguna tumba de Israel. Son los que creen que Jesús era un hombre común, como todos los demás, y que por lo tanto se casó y tuvo hijos y descendencia con María Magdalena. Estos tales, de esta manera, dan crédito a películas blasfemas como “El Cuerpo”, o “El Código Da Vinci”, cuando no se atreven más y lo calumnian adjudicándole un trato indecente con el Apóstol Juan.
         Lo que sucede con Jesús, sucede también con la Eucaristía: quien no ve a la Eucaristía con los ojos de la fe, la ve con ojos humanos, y así piensa que no es más que un poco de pan sin otro valor que el simbólico, el que le dan los que asisten a la ceremonia religiosa, pero de ninguna manera ven a la Eucaristía como el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
         Y es así como la Eucaristía del Domingo termina siendo desplazada por cualquier asunto mundano. No en vano la Virgen María, en sus apariciones en La Salette, se lamenta y llora porque los hombres blasfeman y faltan a Misa el Domingo por cualquier motivo.
Lo mismo que anunciaba la Virgen en ese entonces, nos lo anuncia para nosotros hoy: quien deja la Misa dominical por sus diversiones, se verá privado de la bendición de Dios.
Pero lo que sucede con Jesús y con la Eucaristía sucede también con la Iglesia: si Jesús no es Dios, la Eucaristía no es Jesús Dios, y la Iglesia Católica no es la verdadera y única Iglesia fundada por Jesús Dios, y por lo tanto no está guiada por el Espíritu Santo, y todo lo que Ella dice puede ser cuestionado y cambiado, y es así como hay sacerdotes que se comportan como laicos y laicos como sacerdotes, pretendiendo suplantarlos; es así como se pretenden que se anule el celibato para los sacerdotes, que se permita la ordenación de mujeres, que se aprueben el aborto y la eutanasia, y muchas otras aberraciones más.
Si Jesús no es Dios, la Eucaristía no es Jesús Dios, la Iglesia no está asistida por el Espíritu Santo, entonces reformemos la Iglesia y construyamos una Iglesia a nuestra medida: esta es la peligrosa derivación de la ausencia de fe sobrenatural en Jesús.
         “Es duro este lenguaje…” (…) Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar”. Judas Iscariote rechaza la luz del Espíritu Santo, y por ese motivo termina traicionando a Jesús, vendiéndolo por dinero, prefiriendo escuchar el tintinear de las monedas de plata antes que a su Sagrado Corazón, y prefiriendo además unirse al demonio, según lo relata el evangelista Juan: “Cuando Judas tomó el bocado, Satanás entró en él. Afuera era de noche”.
         A diferencia de Judas, debemos preferir escuchar los latidos del Sagrado Corazón de Jesús, que nos habla del Amor infinito de Dios por cada uno de los hombres -"Dios se ha enamorado de ustedes", les dice Moisés al Pueblo Elegido en el desierto, y ese Dios enamorado de todos y cada uno de nosotros es Jesús en la Eucaristía-, y para poder escucharlo, es que asistimos a Misa el Domingo, y nos unimos a Él por la comunión eucarística.

jueves, 5 de julio de 2012

Tus pecados te son perdonados



“Tus pecados te son perdonados” (Mt 9, 1-8). Quien quiera conocer a Dios, en su ser más íntimo, no tiene otra cosa que hacer que meditar en las palabras de Jesús al paralítico, a través de las cuales perdona sus pecados, pues en ellas se manifiesta la infinita misericordia divina para con el hombre pecador.
Hay quienes acusan a Dios de ser un Dios severo, castigador, que se complace en castigar hasta la más mínima falta del hombre, pero quienes así piensan, olvidan precisamente el episodio del paralítico, en el que está representado el perdón de Dios al hombre. Lejos de castigarlo como su pecado de rebelión en el Paraíso lo merecía, Dios da paso al Amor infinito que brota de su Ser divino como de un manantial inagotable, para derramarlo sobre los hombres, sin tenerles en cuenta la ofensa cometida.
A pesar de esto, el perdón de los pecados no es, con todo lo que supone, la muestra última del Amor divino: es solo el paso previo para otra muestra de amor divino, insondable, incomprensible, inabarcable, y es el don de la filiación divina, por el cual el Hijo de Dios nos hace ser hijos de Dios con la misma filiación con la cual Él es Hijo de Dios desde la eternidad.
Este don del Amor misericordioso de Dios, manifestado en el perdón de los pecados y en el don de la filiación divina, es el fundamento por el cual el cristiano debe perdonar al prójimo “setenta veces siete” y también “amar al enemigo”, como lo pide Jesús. Quien obra de esta manera, es como el que “construye sobre roca firme”, puesto que se convierte, más que en imitador del mismo Hombre-Dios, en un reflejo y destello de su bondad y de su misericordia, contribuyendo de esa manera a que este mundo sea menos sombrío y más luminoso.
Por el contrario, quien se niega a perdonar a su prójimo, y quien se niega a amar a su enemigo, se convierte a sí mismo en una tenebrosa sombra viviente, cómplice y aliada en el mal de los ángeles caídos.